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CAPÍTULO 12: Intento fallido

Desperté con el bullicio matutino, los sirvientes de la caballeriza preparaban un carruaje que partiría esa mañana. Entreabrí los ojos con el nulo deseo por ponerme de pie, en ese punto, fue tan amarga la noche que el estrés comenzó a tensar cada músculo del cuerpo.

—¡Oye, quieren verte! —demandó un hombre de robusta figura y rostro desencajado a quien llamaban Mort, era obvio que se trataba del fiel lacayo del Conde.

—¿Quién? —inquirí después de tragar saliva.

—¡No hagas preguntas estúpidas y ponte de pie! ¡No le gusta esperar! —reclamó el calvo que me gritaba.

Ahí comprendí que los planes que hice la noche anterior, no me servirían de nada. Intenté pensar en métodos para acercarme al Conde, puesto que en esta ocasión yo era más como un mozo de taberna que un miembro de la nobleza, lo que fastidió mi facilidad para relacionarme.

Entré por la cocina donde había una gran cantidad de mujeres hablando sobre la boda que se realizó la noche anterior. Mencionaron una especie de duelo para Lady Amelia y el oscuro futuro que caería sobre sus tierras. Sin embargo, Mort gritó maldiciones y todas callaron, agachando la cabeza.

Recorrimos un largo pasillo que nos guio hasta un enorme comedor donde solo se encontraba sentado quien fuera el hombre que venía a buscar. A su costado una chimenea estaba encendida, lo que producía una agradable cantidad de calor. Sobre esta había un retrato familiar donde seguramente aparecía la mujer que desposó.

Hizo una seña con la mano y un par de mujeres extendieron las cortinas de los amplios ventanales que figuraban en la parte izquierda, estos iban del piso al techo, la iluminación fue tal, que me permitió ver a detalle el rostro de Franco, aun así el sitio se percibía sombrío.

—¿Así que decidiste traicionar a un comandante? —inquirió con los ojos puestos en su desayuno. Carne y huevos.

Yo no sabía de lo que hablaba, recién me enteraba de que él era un comandante. Quería decir algo, pero me interrumpió.

»¿Estabas enterado de lo que haría? —interrogó de nuevo, pero esta vez se llevó un bocado a la boca y levantó la mirada para verme a la cara.

—No lo sabía. Llegué hoy hasta aquí, escuché parte de la persecución, choqué con él y me dijo que sólo quería huir, acepté ayudarlo, aunque por mi mente nunca pasó hacerlo. —Opté por ser lo menos detallista posible, ya que desconocía hasta qué grado existía su rivalidad.

El conde pareció creer en mis palabras, esas que fueron confusas, durativas y a la vez sinceras.

—¿De dónde eres? —Continuó con su comida.

—Prefiero no decirlo. —Sería mejor que me creyera un criminal a un idiota.

Sonrió satisfecho y asintió con la cabeza.

—El hombre que entregaste sería nombrado comandante en jefe de todo el condado de La Castilla. Previo a eso era la escolta personal de Lady Amelia, quien ahora es mi esposa. El imbécil pretendía fugarse con ella justo anoche.

Sentí un ligero descanso al escuchar tales palabras, impedí que su mujer lo abandonara y ahora solo tenía que conseguir que su situación se arreglara, tomando en cuenta que ningún hombre debería estar satisfecho con semejante inicio en su matrimonio.

»¿Qué buscabas en estas tierras?

—Quiero trabajar para usted —dije con acelero para evitar desperdiciar la oportunidad de mantenerme cerca de él—. Puedo hacer lo que me pida, además soy alguien instruido.

—Creo que me servirás de algo.

—Señor, no debe olvidar que es un desconocido —interceptó Mort a sus espaldas con los ojos clavados en mí.

—Sé lo que es, muy seguro, un prófugo de la justicia; aunque él hizo lo que en primera instancia debiste hacer tú cuando te lo ordené —reprendió el Conde con una mirada acusatoria en la fiel mascota que era Mort—. Estuve a nada de quedar como un idiota frente al rey gracias a tus errores.

El calvo dio dos pasos hacia atrás, tragó saliva y guardó silencio.

»Dale armas, ropa y un caballo, nos acompañará a Aragón —señaló después de un bocado más.

Sin decir más, asentimos y salimos por el mismo camino por el que entramos, desde ese momento, supe que no sería el favorito de Mort.

Transcurrieron algunas horas desde que obtuve mi nuevo empleo, desconocía hasta qué punto tendría que llegar con Franco, se hablaban cosas espeluznantes a sus espaldas; no obstante, estaba decidido a salir victorioso en este viaje. Además, tenía plena confianza en mí, ya que el mayor problema ya había sido eliminado.

Aguardaba en las afueras del castillo, justo en el punto donde una noche anterior dejé caer el cuerpo del occiso, al lugar llegó primero el Conde con su característica vestimenta negra y detrás de este la mujer que horas antes desposó. Ella usaba una capucha oscura que cubría parte del rostro, puesto que tenía un par de moretones alrededor de la boca. Si el comandante fue castigado, ella también lo sería y eso, me dolió más de lo que pensé.

Subieron a los carruajes y el resto cabalgaríamos como escolta, yo sabía montar, pero no soportaría las largas distancias, aquello me mataría.

Uno de los guardias que viajó a mi lado, mencionó que el camino era de dos días, por lo que pararíamos en una taberna para comer y dormir, por la mañana el viaje continuaría. Detestaba viajar en avión, pero en este punto comencé a extrañarlo.

Paramos en la taberna tal como estaba planeado, el lugar era sumamente incómodo para los mozos como yo; aunque me sentía tan cansado que en el momento que recliné la cabeza, me quedé dormido. Padecí frío y hambre, me dolía todo el cuerpo y un ligero resfriado se hacía presente. Tenía que ignorarlo todo si quería continuar.

El segundo día de viaje fue igual, la pareja subió al carruaje, la mujer lloraba, el resto bromeaba sobre la desdicha de Lady Amelia. Todo indicaba que sus sentimientos no importaban para nadie de los presentes, mientras a mí me dolía verla de tal manera sin siquiera haber cruzado palabra con ella.

En uno de los pequeños descansos, ella pidió espacio para hacer sus necesidades, el marido desconfiado me envió a cuidarle las espaldas. Mientras el resto estiraba las piernas, yo hacía de escolta de la mujer pelirroja.

Me acerqué a tal punto que pude notar las pecas que invadían su nariz, el rojizo de su cabello resplandecía con el reflejo del sol, sus ojos eran azules, de uno claro que se perdía con el cielo.

—Aquí está bien, puede esperar por allá —ordenó mientras se adentraba entre los árboles.

No intenté seguirla para evitar invadir su privacidad, me di media vuelta y esperé a que apareciera. Sin embargo, empezó a tardar en demasía.

Escuché los gritos de Mort, quien pedía que nos apresuráramos, giré el cuerpo para notar que ella ya no estaba donde la había dejado. Huyó.

Solo pensaba en mi posible castigo por perder a la nueva Condesa.

—¡Amelia! —grité lo suficientemente bajo para que el resto no me escuchara. Aceleré el paso y me interné en el bosque con la finalidad de ir en su búsqueda.

»¡Lady Amelia! —La llamé de nuevo, pero el silencio se extendía hacia el interior del arbolado. Maldije en mis interiores y recorrí parte del territorio con la mirada. El silencio me ayudó a escuchar parte de sus pasos, yendo hacia el Oeste.

Aceleré el ritmo hasta que finalmente vi su cabello ondeando con el viento, estaba cerca, lo suficiente como para detectar su aroma y sus respiraciones profundas. Por último, ella pegó un grito fuerte, al tiempo que caía al suelo, evitó continuar la carrera y se limitó a llorar en largos sollozos que me presionaban el pecho.

—¿Se ha lastimado? —pregunté, acercándome e intentando recuperar el aire.

—Solo ayúdeme a ponerme de pie y lléveme de vuelta. —Sonaba amarga, decepcionada y resignada.

—Permítame ver su pie. —Levanté con delicadeza el vestido, sólo lo suficiente para ver su tobillo inflamado—. Parece una torcedura o un esguince. No debió correr.

—Tenía que intentarlo —mencionó limpiando el llanto.

Me puse de pie y la ayudé a recomponerse con cuidado, aun así, no podría dar ni un paso, así que decidí llevarla en brazos.

Apenas la toqué, la misma corriente eléctrica que sentí antes me invadió el cuerpo, no pude evitarlo, la tenía tan cerca de mí que su calor me invadía, era algo incontrolable. Sus ojos también estaban posicionados sobre los míos, mientras sus respiraciones se profundizaban a mi ritmo.

Humedeció los labios y no pensaba en otra cosa que no fuera besarlos, pero no debía hacerlo. No cometería errores esta vez. Erguí el cuerpo y puse la vista en el camino con ella en brazos.

—Imagino que le dirá todo al Conde —emitió con tristeza.

—No será necesario —respondí sin observarla, nada más sentía sus manos detrás de mi nuca.

—¿Por qué? —cuestionó confundida.

—Porque nunca lo lograría, no tiene caso sumar otro moretón a su bello rostro.

Nuestras miradas se cruzaron y pude notar una pequeña curvatura en los labios.

—¡¿Qué pasó?! —interrogó Franco luego de notar que traía a su mujer entre los brazos.

—Se lastimó el pie al internarse en el bosque —repliqué ayudándola a sostenerse por sí misma.

—Gracias —siseó ella, esperando que nadie, además de mí, la escuchara.

—Debes fijarte por dónde pisas. —Franco infló el pecho y sin mayor remedio la llevó hasta el carruaje que pronto continuaría el camino.

Pasé el resto del viaje pensativo, uniendo cada pieza que viví durante los últimos días, presintiendo que lo que planeé no serían tan sencillo, no después de ver a Amelia temblar de miedo cada que Franco se le acercaba.

¿Qué me ocultaba Frida?

Al fin llegamos a las tierras que custodiaba Franco, su casa era un palacio comparado con el castillo donde conocí a Amelia, imaginarme tan rico y poderoso, provocó que se me erizaran los bellos del cuerpo. Frida mencionó mi éxito inminente en ese ámbito de mis vidas; no obstante, esto se salía de lo imaginable.

La pareja bajó del carruaje siendo recibidos por la servidumbre, el pie de Amelia seguía en mal estado por lo que fue ingresada en brazos. Cualquiera pudo suponer que su propio esposo se encargaría de la tarea, pero en el instante que este pisó el jardín, solicitó un caballo y salió a paso veloz escoltado por Mort. Creí que se trataba de alguna urgencia por atender, pero los mozos dijeron que iba en busca de la hija del panadero, quien se había convertido en algo más que su compañía nocturna.

Comencé a tener mis reservas sobre la posible felicidad que se negaban, algo dentro de mí me decía que no estaban hechos para estar juntos, pero ¿cómo lo descubriría si seguía siendo un simple mozo?

Mi suerte cambió dos noches después de nuestra llegada, salí a caminar por el hermoso jardín que estaba siendo iluminado por la luna, cuando a la lejanía vi la silueta de una mujer internarse en la oscuridad. Tenía que estar loco para creer que se trataba de un fantasma, así que la única opción que creí viable era la misma que ya había vivido una vez y que sabía que tarde o temprano se repetiría.

Lady Amelia intentaba huir de nuevo. Fui tras sus pasos, intentando alcanzarla sin asustarla o que resultara herida, era lo último que necesitaba, puesto que corría el riesgo de perder su confianza. Seguí cada ruido, cada pisada y cada sombra, hasta que fue ella misma quien terminó girando para quedar al frente de mi rostro.

—¡¿Por qué me sigue?! —preguntó molesta por haber sido sorprendida en medio de su escape.

—No le recomiendo huir a estar alturas de la noche en unas tierras que desconoce, podría ser peligroso —mencioné relajado y a unos cuantos pasos de ella.

—Es mayor el peligro que enfrento, viviendo a lado de tu señor. ¡Prefiero cualquier cosa a volver con él! —No había llanto, solo odio y resentimiento.

—Tal vez tenga razón o tal vez no, pero le diré que hemos tardado dos días en llegar hasta aquí en caballos, ¿cree que llegará lejos caminando? —continué mostrándole mis manos para que viera que iba desarmado—. Además, ¿a dónde irá? ¿Tiene un lugar para esconderse?

Ella respiró hondo y negó con la cabeza sin decir nada.

»Será mejor que la acompañe de regreso.

—¡No quiero! ¡Prefiero morir! —dijo esta vez soltando el llanto.

Me dolió verla así, entendía que las familias arreglaban los matrimonios; aunque, hacerlo a ese punto me causaba repulsión.

—Será peor si se encuentra con hombres violentos.

—¡Entonces ayúdame a escapar! —suplicó señalando la brecha a sus espaldas.

—¡No puedo hacerlo! ¿Por qué quiere huir?

—¡Es que no lo entiendes! ¡Vivo un infierno, ese hombre se ha encargado de humillarme de todas las maneras posibles! —gritó con el rostro humedecido y la tristeza reflejada en los ojos.

—Tal vez podrían hablarlo, están molestos... —Quería dar más razones, pero ella comenzó a soltar una efusiva muestra de dolor.

—No hay afecto, él no me quiere, ni yo a él. El rey ordenó la boda por avaricia.

Hundí el entrecejo, nunca imaginé que la unión hubiera sido idea de alguien más poderoso.

—¿Por qué lo haría? —cuestioné confundido.

—Es lógico —dijo con ironía—. La unión de las tierras de La Castilla y Aragón. Mi padre no es el mejor líder, es demasiado blando y eso quebró el condado más fructífero de todos los tiempos. Tenemos la tierra, aunque una mala administración.

»Franco, por otro lado, al ser un verdadero desgraciado, recauda los impuestos que la corona demanda. Aragón se convirtió en un condado muy poderoso, lo suficiente como para subsanar las demandas del rey —explicó con una mano en su abdomen y la otra en un tronco, buscando recuperar el aire—. La Castilla, en sus manos, serán una mina de oro.

—Pero entonces, pudieron permitir que él administrara nada más —repliqué pensando en los negocios.

—No lo haría por nada y las tierras son valiosas. Además, es el lacayo del rey, el favorito. La boda no solo benefició a ambos, sino que también evitó que mi familia terminara en la ruina y despojada de todo.

—Huir afectaría a tu familia, ¿no lo crees?

Ella asintió con tristeza, lamentando la idea de tener que volver al lado de Franco.

—¡No soporto estar en su presencia! ¡Mató al único hombre que he amado!

Mis ojos se hicieron grandes, puesto que recordé la noche de mi llegada. Opté por guardar silencio y dejar que ella hablara.

»No sé cómo, pero descubrió el plan que teníamos para escapar una noche antes de la boda, a él lo llevaron a un calabozo donde lo golpearon, mientras que a mí me obligó a contraer nupcias a cambio de dejarlo con vida. —Hizo una pausa, al tiempo que miraba al alba y daba suspiros largos—. Sin embargo, la fama de Franco es la peor, me anticipé y busqué la manera de ayudar a Lorenzo a escapar, le envié una carta, diciéndole que se fuera sin mí, pero no quiso, se negó, y en consecuencia, lo encontraron una vez más.

»La misma noche de la boda lo llevaron a la vista de mi balcón y Franco ordenó asesinarlo para que lo viera. ¡¿Acaso eso te parece humano?!

No podía decir palabra, a decir verdad, fue tanto el impacto que necesité tumbarme en el suelo. Pensar que compartía la misma alma hizo que me faltara el aliento.

»Como era de esperarse, esa noche me forzó y ahora espera que le dé ese heredero que necesitamos para que las tierras de La Castilla pasen a ser oficialmente de él. —Sonrió con repulsión y ambas manos en la cintura, viendo mis ojos—. Dime, ¿crees que el diálogo puede solucionarlo todo?

Negué con la cabeza, tenía tanta razón en odiarlo y querer huir de su lado, que yo mismo pude ayudarla a escapar; aunque esa noche no sería, ya que el amanecer estaba sobre nosotros y cada mañana Franco despertaba al alba para cabalgar por sus tierras. No llegaríamos lejos.

Finalmente, Amelia aceptó volver y en el camino me entregó un bolso lleno de joyas que creyó prudente que le guardara. No quería que la encontraran con la evidencia de sus planes de fuga.

Llegamos a la entrada principal del palacio, tomando en cuenta que las puertas de la servidumbre ya estarían en uso, me despedí sin decir nada y ella ingresó en completo silencio. Por desgracia, no contábamos con que Franco estaría observando desde una de las ventanas.

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