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Capítulo Uno

—¡Con permiso! —le grito al pobre chico que se ha cruzado en mi camino.

Corro como una desquiciada por todo el campus de la universidad, mientras ruego en mi interior que mi profesor de derecho romano se haya reportado enfermo.

Cuando ya me encuentro a unos pocos pasos de la puerta del auditorio me relajo un poco, tomando grandes bocanadas de aire para calmar a mi acelerado corazón. Quito una pelusa inexistente de mi chaqueta de cuero, y me aseguro que ni uno solo de mis cabellos rubios se a hayan salido de mi coleta. Busco hasta la más mínima de las escusas para darle tiempo al timbre de salida, que casualmente hoy no ha querido sonar.

«Genial»

—Bueno Emma, solo los valientes entraran al reino de los cielos. Así que.... Dios, si me estas escuchando espero que me cuentes esta.

Me doy ánimos antes de —con mis manos temblorosas y sudadas— tocar la puerta del el auditorio, donde se lleva a cabo mi primera clase del día.

—¡Pase! —escucho gritar a mi profesor desde el otro lado de la puerta.

Toda esperanza de un día tranquilo y sin problemas, desaparece al ver la cara de mala leche que me dedica el profesor.

— Ni siguiera porque hoy: que es nuestro tercer día de clases del segundo semestre, la señorita Westworld se ha propuesto en llegar a una hora decente.

Aprieto los puños a mis lados y alzo el mentón, cuando me dirijo a él. Algo que jamás permitiré es que me vean agachar la cabeza ante alguien, y este hombre no va ser el que cambie eso.

—Lo lamento, profesor, le aseguro...

No termino de hablar cuando él me hace una seña para que haga silencio mientras se acerca a mí. Su mirada es torturada y muy vacía, como siempre tratara de liberarse de lo que le duele con nosotros.

—¿Sabe algo, señorita Westword? Estoy harto de que siempre tenga una excusa para sus llegadas a último momento. Así que tiene cinco puntos menos en mi materia y yo le recomiendo tomar asiento, antes de que cambie de opinión y la expulse definitivamente de mi clase.

El viejo vuelve junto a su escritorio y me dedica una mirada impasible cuando ve que no he movido ni un musculo. La rabia e impotencia me revuelve todo por dentro.

—¿Algo más, señorita? ¿O es de su preferencia comentar sus inquietudes con el decano?

Suelto un profundo bufido, tratando de controlar mi ira. Lo menos que necesito en este momento es otro problema.

—No, señor.

Sin más, doy media vuelta sobre mis talones para subir los pocos escalones que me separan de la única persona de este auditorio que soporto, y a la cual le estoy planeando la muerte en este momento.

—Lo siento —susurra Chris cuando me siento a su lado.

Le ruedo los ojos a la persona que ha sido mi mejor amiga desde el jardín de infantes. Chris me conoce tan bien que sin necesidad de que le diga que estoy cabreada, comienza a hacer sus ridículos pucheros de bebé mientras susurra muchos perdóname.

—¿Por qué no me levantaste? Ese era el trato.

No estoy molesta, pero si hay algo que amo hacer es fastidiar. Así que me esfuerzo lo más posible en ocultar la sonrisa que amenaza con dividir mi rostro en dos.

—Lo siento mucho. Trate de levantarte pero como siempre te quedaste dormida con los audífonos puestos, y Will se puso intenso con que no llegaría al aeropuerto — Mi mejor amiga mantiene su vista clavada al frente, como si no se estuviera perdiendo toda la explicación de Johnson pero sus muecas son muy notorias—. ¿Me perdonas por la única razón que te estoy abriendo las puertas a mi corazón?

Sin poder resistirlo por más tiempo suelto una ruidosa carcajada, que hace que medio auditorio me mire raro. Era inevitable que yo me riera. Christen ha utilizado el mismo truco de la voz de niña chiquita acompañada de su típico «me perdonas» para conseguir de mi hermano Will, lo que le apetece.

—Señorita Westworld, ¿Tiene algo que compartir con el resto del alumnado?

«¿Es que señor lagarto venenoso piensa que aún estamos en la primaria?»

Me considero una persona a la cual no le gusta alegrarse de la mierda ajena pero con Morgan Johnson, me alegro que su esposa lo haya dejado y comprendo porque su hija se cambió de universidad a la primera oportunidad.

Antes de que pueda defenderme, la puerta del auditorio es abierta nuevamente dejando ver a un chico que viene distraído con su celular y el cual Johnson aniquila con la mirada. Una sonrisa venenosa se extiende por el rostro del chico cuando se percata de ello.

—¿Cómo haz estado, Morgan? —pregunta el chico de manera informal y relajada, como si se dirigiera a un viejo amigo que se acaba de encontrar por casualidad.

El viejo por su parte, parece que en cualquier momento saltara sobre él y lo estrangulara, sin importar que nosotros nos encontremos presente. Johnson da dos pasos en dirección en su dirección, pero el recién llegado ni se inmuta cuando queda frente a frente con el iracundo hombre.

—Para ti soy el profesor Johnson, así como para cada uno de mis alumnos.

El chico da un paso hacia atrás, mientras suelta una profunda carcajada característica de un buen amante del cigarrillo.

—Como ordene, profesor —es lo único que le responde cuando se encamina hacia los pequeños escalones.

Cuando el desconocido pasa junto a mi mesa, me llega un profundo y arraigado olor a cigarrillo junto a algo fresco, como mentas, que hace que me piqué un poco la nariz.

Levanto la vista de mi cuaderno —donde he enterrado la cabeza para simular que no he prestado atención a la incómoda escena —solo para toparme con una mirada azulada desgarradora, que se oculta sutilmente tras los desordenados mechones de una espesa melena negra.

El chico que hace segundo se mostraba egocéntrico e indestructible se encuentra frente a mí, dedicándome una mirada tan pesada que me hace sudar las manos en un gesto meramente nervioso. Sin intención mis ojos recaen en sus labios color carmín y noto como juega con un piercing que tiene en el inferior. Trago grueso bajo lo imponente que se demuestra.

—Briel —lo llama Johnson, a lo cual él no le da gran importancia, ya que solo le dedica una leve mirada por encima de su hombro —. A tu asiento.

Él asiente levente, aún con la mirada clavada en mí y esta se mantiene hasta que se pierde en uno de los últimos puestos.

—Okey, eso fue raro —le susurro a Chris, que parece que está en shock al igual que yo.

—Y excitante —asegura mi amiga, ganándose una mala mirada de mí parte —. ¿Qué? Acéptalo, ese chico tiene un aura interesante.

Vuelvo mi rostro a donde me guía la sensación de estar siendo observada y lo encuentro sentado —de manera perezosa— a dos filas de distancia.

—No es interesante. Lo que tiene es un gran cartel de problemas estampado en la frente, y te recuerdo que problemas es lo menos que necesitamos.

Con eso doy por finalizado el tema y me dedico a prestar atención de lo que queda de clase, evitando volver a ver en la dirección del tal Briel.

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