Capítulo 9
Nisha decidió pasar los tres días que le quedaban antes del comienzo del tratamiento en su casa, acompañada por su madre, su padre, su abuela y algún que otro familiar que venía a visitarla de vez en cuando para darle ánimos y desearle todo lo mejor.
La chica quedaría ingresada en el hospital a partir de la mañana siguiente. Sabía que no haría nada de lo que tenía previsto, pero preparó una pequeña mochila con un libro y una consola portátil, por si acaso se veía con ánimo para realizar alguna de esas actividades. Además, su madre le había recomendado disponer de ropa cómoda, para los ratos que debiera permanecer en la habitación.
Aquella noche había previsto verse con Lucía en el Jardín de los mil colores. Sería la última vez que podrían hacerlo en total tranquilidad, puesto que el tratamiento contra el cáncer sería muy intenso y, con probabilidad, afectaría a la técnica de sueños lúcidos adquirida de su familia. La joven pelirroja estaba nerviosa, no sabía qué debía hacer y cómo tenía que afrontar los próximos momentos de su vida, de hecho, aquellos momentos eran, quizás, los más importantes para la chica.
Era tarde y su familia estaba en casa, al completo, cada uno dedicando su tiempo a la actividad que resultaba más llamativa para ellos.
Jalil se encontraba sentado en el salón, mientras hacía cuentas con el ordenador del inventario del negocio. Llevaba unas gafas para no dañarse la vista y se le veía muy concentrado. Cuando su hija se aproximó a él, el hombre dejó todo para poder hablar con ella.
—¿Cómo te encuentras, cariño? —Su padre siempre fue algo distante con sus palabras, casi nunca trataba a Nisha con nombres de afecto. Aquella frase, sin embargo, aseguraba que Jalil también se sentía mal por su hija y que la quería mucho a pesar de las diferencias que han podido enfrentar a los dos.
—Bueno... he tenido momentos mejores, pero gracias por preguntar.
—Sé que a veces no he aceptado todo lo que haces, y que en ocasiones me he comportado mal contigo, pero quiero decirte que eres mi hija y que eso no lo puede cambiar nada en el mundo, aunque te pintes el pelo de... no sé, no se me ocurre un color peor que el que tienes.
Nisha no pudo evitar sonreír, su padre no era el mejor para gastar bromas, pero en ocasiones tenía unos momentos bastante fuertes.
—Papá, te prometo que si todo esto pasa, en el momento en que me vuelva a crecer el pelo, porque imagino que lo perderé, me lo dejaré de un color natural, solo para agradecerte el apoyo que me has dado durante todos estos años.
Jalil no pudo evitar hacer una pequeña mueca de tristeza, pero evitó que fuera visible por mucho tiempo; se consideraba el hombre de la casa y no podía dar señas de debilidad. Era su deber de mantenerse firme y afrontar cualquier problema de familia con seguridad.
Abrazó a su hija y, a los pocos segundos, la dejó marcharse. Él continuó concentrado con sus tareas, aunque solo fuera para fingir, puesto que en su cabeza, no paraba de darle vueltas a lo que su la chica debía soportar.
Indira, por otro lado, se encontraba en su habitación. Doblaba y colocaba la ropa adecuadamente en el armario, para que todo estuviera ordenado, limpio y ocupando el mínimo espacio posible. Era una manía que la mujer tenía y de la que no podía liberarse: Si quitaba la casa durante un tiempo, siempre tenía que tenerlo todo recogido para ese momento, puesto que nunca podía definir con exactitud el periodo en el que estaría sin volver y le estresaba mucho tenerlo todo sin recoger. Aquella era la razón que ella solía dar, sin embargo, todo el mundo sabía que lo hacía porque no soportaba que las visitas vieran algo fuera de su lugar, aunque tan solo sea una taza de vaso de agua sobre la mesa del comedor. Ella daba mucha importancia al pensamiento ajeno sobre su familia y necesitaba mostrar lo mejor.
Nisha era todo lo contrario a su madre, a ella no le molestaba en absoluto tener las cosas sin recoger, consideraba que el desorden formaba parte de su vida y, aunque tampoco tenía la habitación hecha un caos, no podía en absoluto compararse con Indira, quien ordenaba y organizaba todo al más mínimo detalle.
La joven se tiró sobre la cama e hizo que muchas de las camisas ya dobladas por su madre cayeran al suelo. La mujer adoptó una expresión molesta, a la que Nisha respondió de inmediato:
—¿Vas a regañar a tu querida hija el día antes de ser ingresada en el hospital? —insinuó con un tono algo juguetón, mientras se aproximaba poco a poco a su madre.
La mujer, que ya conocía a su hija, se retiró dando pequeños pasos hacia atrás mientras hacía señas de distancia con sus manos.
—No, no, no... Nisha, te prohíbo que vengas a hacerme cosquillas.
Pero ya era demasiado tarde, Nisha la agarró por la cintura y la acompañó abrazándola con las manos para que cayera en la cama con ella y deshiciera todo lo que había hecho, al mismo tiempo que le ofrecía una tierna tortura de cosquillas.
Indira intentó escaparse, pero resultaba imposible, su hija tenía muchísima más fuerza que ella y no podía conseguir liberarse de sus brazos. Por suerte, la mujer conocía el punto débil de la joven y no dudó en utilizarlo.
—Como sigas... ja, ja, ja. Como sigas... ¡Para! —intentó decir—... Voy a despeinar... ja, ja, ja.
Su madre no podría despeinarla, por mucho que la amenazara, y es que la mujer apenas podía alzar las manos, dado que Nisha las tenía atrapadas con las rodillas. Aun así, tuvo piedad por ella y, tras considerar que ya la había torturado bastante, se tumbó al lado de su madre en la cama, en perpendicular, sobre su cadera y con las piernas colgando.
—Deja de preocuparte tanto por el qué dirán los demás y piensa un poquito más en ti, mamá.
La mujer no dijo nada, tan solo sonrió, aunque sabía que su hija tenía razón, no podía evitarlo.
—Algún día, si los Dioses te ofrecen su bendición, tendrás hijos, mi amor, y te darás cuenta de que los detalles más insignificantes pueden afectarles. Las personas son muy malhabladas y aprovechan el más mínimo detalle para criticarte.
Nisha elevó los párpados en señal de despreocupación.
—¿Sabes por dónde me paso yo los comentarios de la gente?
—Ni se te ocurra decir una mala palabra en mi presencia, Nisha.
—Eso significa que lo sabes, me conformo.
La mujer no pudo evitar reír, intentaba aguantar el aspecto serio, pero en ocasiones su hija contestaba de forma tan natural que le costaba mantener la compostura ante ella.
—No sé cómo puedes ser tan dicharachera. Porque ni tu padre ni yo conseguimos tener la mente tan rápida.
—No te preocupes, yo hago ya lo suficiente para remplazaros a los dos. Déjame ser la rara de la familia, soy orgullosa de ello —dijo con una pequeña sonrisa en los labios.
Indira se sentía mal, no sabía cómo reaccionar, quería proteger a su hija, pero todo aquello se encontraba fuera de su alcance.
La mujer comenzó a llorar. Las lágrimas le brotaron como si sus ojos su hubieran convertido en una fuerte y su tez se volvió roja. Indira trató de calmarse, pero no lo consiguió. La joven abrazó a su madre con todas sus fuerzas y le susurró palabras dulces para relajarla.
Pasaron un rato, tumbadas sobre la cama, hasta que la mujer se calmó, y se secó las lágrimas con la manga de su jersey.
—Ve a ducharte, eso te ayudará para despejarte, mamá.
A Nisha le costaba ver a su familia de aquella manera, no quería preocuparlos tanto, pero tampoco tenía otra opción, incluso había pensado en escaparse e irse lejos para olvidarse de todo aquello. Bajo su punto de vista, el tratamiento contra el cáncer era solo una manera de alargar el sufrimiento, dado que existían muy pocas posibilidades de salvarse por el diagnóstico tardío que le habían efectuado.
Antes de dormir, quiso acompañar durante un tiempo a su abuela, quien apenas había salido de La sala durante los tres últimos días. Ella era casi un guía espiritual para la joven y con seguridad le ofrecería el valor que le faltaba para afrontar lo que se le venía encima.
—Sabía que vendrías.
Nisha apenas había comenzado a descender los primeros escalones de las escaleras que llevaban a La sala, cuando la anciana ya la había descubierto. Se encontraba, como siempre, sobre la manta de terciopelo que, en esta ocasión, era de color morado. Sin embargo, la posición en la que se encontraba era diferente, la abuela de Nisha permanecía de rodillas y con los ojos bien abiertos, mirando hacia el frente.
La joven se extrañó, no conocía aquella postura entre las técnicas que dominaba la mujer, y descartó un rezo, así que bajó las escaleras sin miedo a interrumpir nada.
—Vengo para darte las buenas noches, daadee.
—Eso también lo había adivinado.
Nisha tanteaba mucho cuando discutía con su abuela, la anciana era capaz de descubrir todos sus pasos incluso antes de que ella misma los hubiera decidido. En ocasiones tenía la impresión de que hablaba con fantasmas para que expiaran todo lo que hacía.
—Mañana da comienzo el tratamiento —indicó Nisha calculando todas sus palabras—. No creo estar preparada para todo. Lo intento disimular, pero me da mucho miedo, se trata de algo tan desconocido.
—Debes decidirlo con tu corazón, Nisha, solo él podrá señalarte el camino a seguir. Las posibilidades en el mundo que nos rodea son escasas, pero magníficas, y vale la pena luchar por ellas. Entiendo que lo que afrontas te despista y, con sinceridad, yo en tu lugar tampoco tendría las ideas muy claras. Pero, por favor, no tomes las decisiones a la ligera.
Amaba a su abuela. Teniendo en cuenta al resto de su familia, la chica no llevaba la mejor relación que existía con su padre, pero siempre estaba ahí presente para ella y eso lo reconocía; con su madre llevaba el lazo familiar habitual y sabía que ella la protegería siempre, aunque en ocasiones le hacía enfadar; no obstante, su abuela era todo un ejemplo a seguir para ella, si hubiera tenido la posibilidad se habría convertido en ella y habría copiado todo lo que hizo en el pasado.
La anciana seguía arrodillada y aquello levantaba la curiosidad de la chica.
—¿Puedo preguntarte...?
—Se trata de una especie de promesa que le hice a los Dioses, quédate tranquila.
Los Dioses se encontraban siempre presentes en la cabeza de daadee, hiciera lo que hiciera, en todo momento los tenía en cuenta. Era extraño, pero la religión resultaba para su abuela primordial y la colocaba por encima de muchas cosas.
Nisha fue corriendo a los brazos de su abuela y le dio un gran beso en las mejillas.
—Gracias por todo, daadee.
—Cuídate.
Con algo de dolor en el corazón, pero sin otra alternativa, Nisha fue a su cuarto, se puso el pijama y se tumbó en la cama. Quería ver a alguien más antes de todo, necesitaba contactar con esa persona y poder sentir su olor y su cuerpo. Nisha se dejó llevar por su imaginación y se introdujo de nuevo en el mundo de los sueños.
La casa que crearon Lucía y Nisha nunca se vio tan reluciente. A lo lejos, se observaba un camino alfombrado con pétalos de flores de cerezos que caían infinitamente y que conducía hacia una pequeña cabaña rodeada por un bello jardín colorido. Lucía se encontraba ya allí, tumbada en el césped, mientras observaba el cielo onírico, a la espera de Nisha.
La joven india no quiso disimular y se lanzó sobre ella, quien gritó del susto dado que no se esperaba aquella sorpresa.
—¡Casi me despiertas!
Nisha no pudo evitar sonreír tras el comentario de su amiga, aunque sabía que en realidad tenía razón. Un efecto tan repentino como aquel podía interrumpir el sueño y hacer que el cuerpo físico, por defensa propia, realice un espasmo que desvelara a la persona.
Tras la pequeña queja burlona, Lucía se acercó a Nisha para ofrecerle un beso intenso al mismo tiempo que le acariciaba el pelo. No había nadie, estaban solo las dos, tranquilas, para disfrutar de aquel pequeño trozo de naturaleza que les ofrecía el mundo de los sueños. Se miraban a los ojos, fijas la una a la otra, y agradecían aquel instante sin remordimiento alguno.
—¿Quieres que te acompañe mañana? La madre de Pablo está disponible para cuidar de Raúl, me avancé y ya le pregunté.
Nisha dejó algo de espacio entre las dos chicas, se sentó y propuso a Lucía de hacer lo mismo. Miraba hacia el bosque que se expandía bajo la colina mientras imaginaba la cantidad de seres que podían vivir en aquel lugar. Inspiró algo de aire y respondió:
—No haré el tratamiento contra el cáncer.
Lucía se quedó paralizada durante unos instantes, no sabía cómo reaccionar. ¿Qué quería decir que no haría el tratamiento contra el cáncer? Se trataba de la única oportunidad que tenía para luchar contra él. ¿Quizás se rendía? No podía ser, conocía a Nisha a la perfección y sabía que aquella nunca sería una opción. ¿Entonces?
—No entiendo. Es la única opción que te queda para hacer frente al cáncer.
Nisha continuó observando el horizonte, no sabía cómo anunciar todo aquello a su compañera, la reacción que podía tener o incluso si intentaría hacerla cambiar de opinión. No quería presenciar ninguna escena trágica en aquel momento, tan solo necesitaba cariño y motivación para conseguir lo que estaba dispuesta a realizar.
—Me quedaré aquí, para siempre, en el mundo onírico, y abandonaré a mi cuerpo físico.
—¿Es eso posible? —Lucía abrió los ojos por inercia, intentó comprender lo que Nisha le contaba, pero no resultaba sencillo, tenía muchas preguntas.
La chica contó todo lo que su abuela le había indicado, el método a emplear, los riesgos que existían y hasta la dificultad que aquello supondría. Pasaron mucho tiempo conversando sobre ello, dado que Lucía quería asegurarse de que todo ese tema podría ayudar realmente a Nisha y no ponerla en peligro.
—Nisha, no quiero convencerte, es tu decisión, que tienes que tomar por tu cuenta y asumir los riesgos que existen, pero yo no estoy segura de que sea lo que necesitas. Me da algo de miedo todo este tema del mundo onírico. En un principio parecía un juego y estaba bastante divertido, pero quizás mi marido tenía razón al pedirme que gastara cuidado con las técnicas de tu familia, que podían ser peligrosas. Lo siento, pero no cuentes conmigo para ello, y si lo haces, si renuncias a la oportunidad que los médicos te están otorgando, me habrás decepcionado bastante.
Lucía había cambiado de actitud por completo. Hablaba de su marido, cuando casi siempre había pronunciado ese apelativo para evitar describir delante de Nisha la posición que él tenía en su vida; y también había nombrado a su familia, como si fueran personas con las que nunca había tenido relación alguna.
—¿Por qué piensas que te va a afectar, Lucía? He decidido quedarme aquí en este mundo y olvidar todo lo físico, pero eso no significa que voy a desaparecer. Además, me gustaría poder verte, seguir con la relación que hemos creado y quizás en un futuro, tener una vida completa aquí y olvidarnos de todo lo que pueda pasar en el exterior.
Lucía se levantó, asustada. Caminaba hacia atrás, dado pequeños pasos.
—¿Me estabas manipulando? ¿Era todo lo que querías? ¡Que dejara mi marido y mi hijo! —exclamó añadiendo énfasis en la última palabra—. ¡Cómo te has atrevido!
Furiosa, dio un tirón al elefante que colgaba de su cuello y lo tiró a los pies de Nisha. Lloraba. No podía dar crédito a todo lo que había ocurrido en aquellos instantes. De repente, desapareció.
Nisha quedó allí, sentada en el jardín de los mil colores, mientras miraba al horizonte, sola. Tenía la sensación de haber sido abandonada, incluso de haber perdido para siempre al que consideraba como el amor de su vida. Había agarrado el elefante con sus manos. No tenía expresión alguna, tan solo se quedó petrificada. ¿Qué podía hacer? Ya no tenía sentido volver a la realidad. Su vida estaba amenazada por una enfermedad horrible y la chica a la que amaba acababa de despedirse de ella, con toda probabilidad, para siempre.
Ahora más que nunca lo tenía decidido, Nisha se quedaría allí, en el mundo onírico, en el jardín de los mil colores.
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