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Capítulo 2

Los colores del alba comenzaron a notarse por el horizonte. Desde el balcón del cuarto de Nisha se podían observar los juegos de luces y sombras que el sol realizaba con las nubes, acompañados a su vez con algunos pájaros que volaban sin destino aparente.

La chica se había quedado dormida apoyada contra la pared y abrigada por una fina manta de algodón. Las temperaturas habían descendido hasta los nueve grados y aquello desveló un poco a Nisha, quien comenzó a sentirse incómoda. Observó durante unos segundo aquel paisaje tan sosegado y bello al mismo tiempo, aunque sabía que formaba parte de un espejismo y que en poco tiempo comenzaría a alterarse por el bullicio de la gente y el tráfico típico de la ciudad. Con poco ánimo, pero decidida, optó por darse una ducha rápida, vestirse y bajar al comedor para desayunar; al fin y al cabo, la noche ya había pasado y no le sentaba nada bien dormir durante el día.

Cuando bajó encontró en la cocina a su madre, Indira, y a su abuela, que preparaban ya el desayuno; el padre de Nisha, Jalil, salía justo en ese momento por la puerta para ir a trabajar al restaurante familiar, al que más tarde deberían acompañarlo ellas tres.

—Buenos días —dijo Nisha en hindi al mismo tiempo que hacía una ligera reverencia con la cabeza—, ¿necesitáis ayuda?

Cuando se encontraban entre ellos, la familia de la chica solo hablaba en su idioma de origen y dejaban el español para cuando había invitados o estaban en el exterior.

—No, ya hemos casi terminado. Toma, tan solo lleva las cosas a la mesa del salón.

Unas tres deliciosas Methi Bajar Poori, rellenas de auténticas especias indias compradas en un supermercado dedicado a la gastronomía del país asiático, acompañadas de una salsa verde Chutney rellenaban un plato que provocaba un exceso de salivación en la chica.

—Ñam... Tiene una pinta magnífica. ¿Os preparo un té?

—Para mí no, yo las tomaré de camino para que tu padre no se queje de que llego tarde a ayudarlo. Tengo que hacer unas compras antes de ir al restaurante, te dejo con tu abuela.

Nisha preparó entonces dos pequeñas tazas del conocido y típico té Chai Masala. De mientras, la anciana se sentó en la mesa, pero en lugar de comenzar a desayunar, seguía con la mirada todos los movimientos que Nisha hacía. Al principio, la joven no se dio cuenta; ya era despistada en su día a día, más aún cuando no dormía, pero la abuela no dudó en hacérselo saber ejecutando rápidos sonidos de inquietud con la garganta.

En ese instante, Nisha sintió una mirada profunda en la nunca. Su ascendiente se había dado cuenta de algo y ahora le iba a tocar explicar cosas; no apreciaba esos momentos. La joven se dio la vuelta con las dos tazas en la mano, agarrándolas con la yema de los dedos para evitar al máximo el contacto con su piel, dado que estaban muy calientes, y con cuidado por no derramarlas de camino a la mesa.

No sabía cómo entablar la conversación, por lo que dijo lo primero que se le vino a la cabeza:

—Prueba la comida antes de que se te enfríe, daadee. —Su abuela, o daadee como la llamaban en casa, mantenía una mirada sentenciadora hacia su nieta—. ¿Hoy hace un muy buen día no? —Nada parecía alterar a la anciana—. Ok, has ganado, no me encuentro muy bien.

La chica lo intentó evitar, pero su abuela no dio señales de debilidad.

—¿Estás confrontada de nuevo a esos sueños?

—A ese sueño en particular... No deja de atormentarme. En ocasiones pasan días sin que vuelva a tenerlo, pero en estos momentos lleva tres noches seguidas. Y lo peor es que parece cambiar, hoy he soñado con un detalle algo diferente. —Nisha recordó haber visto la cara de su amiga—. Hubiera preferido que no fuera así.

—Sabes que tienes un don propio a la familia, cariño, los sueños nos acompañan desde que nacemos y son parte de nuestro mundo. Tienes que aprender a convivir con ellos y a escucharlos, en ocasiones necesitan enviarnos mensajes importantes.

—Llevo meses teniendo este y no sé qué hacer para que me deje tranquila, daadee.

—¿Se trata de algo malo?

—Creo que sí, aunque no podría confirmártelo. El sueño siempre acaba de la misma manera, yo inmóvil, sin opción alguna, obligada a aceptar mi destino.

—¿Nunca avanzas? ¿Siempre te mantienes en el mismo lugar?

—Me da la sensación de que me tienen atada, o en una situación parecida de la que no puedo escaparme. —Su abuela volvió a alzar los ojos hacia el cielo, pero en esta ocasión no estaba rezando, sino que buscaba una explicación a lo que su nieta le contaba—. Daadee, sé que en la familia contamos con el poder de comprender los sueños, incluso interactuar con ellos. ¿Quizás podrías enseñarme?

—Dudo que sea una buena idea, requiere de mucha práctica y tiempo, no es algo que se consigue con facilidad.

Nisha dudó durante unos segundos, sabía que, como dijo su abuela, aprender aquella técnica le requeriría muchísima energía, tanta que con seguridad acabaría agotada la mayor parte del tiempo y le costaría llevar a cabo otras tareas del día a día, pero no tenía otra alternativa. Debía afrontar aquellos sueños para poder pasar a otra cosa.

—No importa, me gustaría empezar hoy mismo si tienes tiempo.

Su abuela comió un trozo de la torta india y dio un sorbo de té para ayudar a digerir. Más tarde alzó los ojos hacia el techo y susurró unas palabras al estilo rezo para sí misma que no se podían interpretar. Nisha ya estaba acostumbrada, la mujer era muy religiosa y siempre daba permiso a los dioses al realizar algo que consideraba divino.

Cuando acabó, volvió a mirar a Nisha fijamente.

—Nos vemos esta misma noche. Será algo tarde, los sueños lúcidos son más fáciles de obtener cuando todo está tranquilo. Mientras tanto, haz tu día sin pensar en ello, intenta mantenerte fresca y con la mente libre de malos pensamientos, eso ayudará para una primera sesión.

La anciana se levantó de la mesa al acabar el desayuno y, tras dar las gracias a su nieta por el té, salió del comedor para seguir con sus tareas cotidianas. Nisha se ocuparía de la vajilla en cuanto acabara.

A pesar de la recomendación de su abuela, la chica no paraba de reflexionar sobre el sueño que tuvo esa noche. Lucía formó parte de él por primera vez desde que empezó a tenerlo y no consideraba que aquello fuera normal.

Sacó su teléfono móvil del bolsillo. No sabía si debía de hacerlo o no, pero necesitaba contactar a su amiga y saber que todo iba bien para ella. Reflexionó sobre ello durante varios minutos. Llevó los platos a la cocina, miró su móvil, lo guardó; volvió a sacarlo tras lavar algunos más, pero lo dejó a un lado de nuevo tras decidir que no quería molestarla. Al final, la tentación pudo con ella y decidió escribir:

«Hola, Lucía. Espero que estés bien después de nuestro reencuentro de ayer. Me alegró mucho volver a verte. Espero contar contigo para no tener que aguardar otros 6 años en cruzarnos de nuevo».

Sintió una sensación de logro al enviar el mensaje, la misma que experimentó cuando dio el paso de llamar a Lucía por primera vez; aunque esta vez sabía que, con mucha probabilidad y algo menos de inseguridad con respecto a cuando realizó la llamada, su valentía la ayudaría a avanzar en su objetivo de recuperar a su amiga. Dejó el teléfono a un lado y comenzó a prepararse para trabajar en el restaurante de su padre.

En realidad no le apetecía mucho ir. Sería lo mismo que todos los días, demasiada bulla, complicaciones, prisas y peleas de familia. Todo un suplicio para la chica. De hecho, en varias ocasiones ese trabajo le había causado más de una disputa con su padre. Ella quería avanzar en su vida y crear su propio camino; pero sus padres siempre la amargaban psicológicamente para que permaneciera ayudándolos en el restaurante. Un tira y afloja en el que ninguno de ellos obtenía en realidad lo que buscaba.

Por suerte, por la mañana iban menos familias, por lo que el ambiente resultaba algo más organizado; sin embargo, los clientes eran mucho más exigentes y es el servicio relacionado con esa parte, el rigor en la acogida del comensal, en el que su padre insistía en mejorar.

Nisha no era para nada alguien que pudiera ofrecer una buena imagen en el restaurante, según la opinión de su padre. Por esa razón casi siempre quedaba en la cocina ayudando. La chica llevaba el pelo teñido de pelirrojo, pero no uno cualquiera, sino aquel que su madre llamaba «el pelo del diablo», con una tonalidad de color cereza y acompañado con las uñas y labios pintados, muy a menudo, con un matiz parecido; además, la joven llevaba varios pendientes: los típicos de las orejas, acompañados de tres más situados en el cartílago superior y uno en la lengua. Para finalizar, estaba la temática provocadora de la mayor disputa que su padre y ella habían presenciado jamás: un tatuaje de flores que ocupaba el brazo izquierdo en su totalidad, desde el hombro hasta la muñeca.

Mientras preparaba un suculento plato «Tika Massala», el móvil de Nisha sonó. No pudo hacer resistencia a la idea de que, con probabilidad, fuera una respuesta de Lucía, por lo que dejó todo mientras se preparaba a fuego medio para descubrir cuál fue la notificación.

No falló en su pronóstico, su amiga le había respondido:

«Buenos días, Nisha. Me alegró mucho el día ver tu mensaje. Por supuesto que no tendrás que esperar tanto tiempo. De hecho, te quería proponer: Quizás aviso un poco tarde, pero hoy mismo, a las ocho, ponen una película en el cine que me interesa ver. Si no tienes otros planes, ¡La entrada corre a mi cuenta!».

Nisha sonrió, no fue cualquier sonrisa, se trataba de aquella en la que de forma inconsciente levantas los labios lo suficiente como para sentirte en ridículo y enseguida vuelves a adoptar una postura seria mientras miras a todos lados confiando en que no te hayan descubierto. Se quedó con el móvil en las manos durante un tiempo, debía responder, pero no sabía qué decir. Era viernes y su padre tenía que abrir el restaurante por la noche, contaba con ella. Nisha necesitaba encontrar una excusa válida para escaparse e ir al encuentro de su amiga.

«Te confirmo» respondió «Nos vemos a las ocho de la tarde frente al cine».

De pronto, se acordó de la comida que estaba sobre el fuego y fue corriendo a removerla. Por suerte no se había quemado, aunque las especias sí se habían impregnado bastante en el pollo.

—No creo que se note, incluso puede que esté más bueno así.

No resultaba fácil para la chica buscar una excusa lo suficientemente impactante como para que su padre no le pusiera pegas. Ya no servían de nada los exámenes sorpresa, puesto que había dejado de estudiar; tampoco podía utilizar la excusa del papeleo, dado que las oficinas solían cerrar como mucho a las seis de la tarde; y, por supuesto, tampoco podía decir que tenía una cita, ya fuera con un chico o una chica. Nisha intentó ya en varias ocasiones esta última razón, pero para su padre, el trabajo de la familia resultaba mucho más importante que cualquier relación que la joven pudiera tener.

Por mucho que lo intentaba, no conseguía encontrar un buen pretexto para librarse del servicio de noche en el restaurante. No tenía mucha opción, pero debía conseguirlo.

Entre las cuatro y las siete de la tarde era cuando menos clientes iban a restaurante. Este permanecía abierto haciendo las veces de café o bar, por lo que tenían algo más de tiempo libre, en el que simplemente se dedicaban a limpiar y reorganizar el local.

—Papá... Me gustaría pedirte algo.

—Esta tarde tengo una reservación de veinte personas, ¿la puedes anotar en el cuaderno?

—Sí, enseguida...

—¿Querías preguntar algo?

No era el buen momento, Nisha bajó la cabeza.

—No, nada.

Todas las esperanzas se habían desvanecido de repente, su padre no le dejaría la tarde libre, ya tuviera que darle la excusa más absurda del mundo. Ahora tenía que llamar a Lucía y avisarle para anular la cita.

—En realidad, sí. Le he pedido algo hace un momento, pero no se atreve a decírtelo. —Para sorpresa de la chica, su abuela había tomado la palabra. La anciana había escuchado la conversación sin interferir hasta ese momento. Nisha no se lo esperaba, su abuela nunca había discutido alguna decisión de su hijo, por lo que aquella acción fue imprevisible—. Necesito que vaya a casa, he olvidado algo allí y cuento con ella para averiguar si todo va bien.

Jalil miró algo dubitativo, podría dudar muchas cosas sobre su hija, pero jamás pondría en evidencia la palabra de su madre.

—Puedo ir yo si es importante. Con el coche tardaré poco.

—No quieras saber más, son cosas de mujeres. Además, creo que no le dará tiempo a volver y a ti te necesitamos en el restaurante.

El hombre aceptó a regañadientes. No tenía opción, si su madre se lo había pedido es porque había una buena razón.

La sonrisa de Nisha volvió a dibujarse en su rostro de inmediato. Dio un beso enorme a su abuela, estrujándole los mofletes y salió corriendo del restaurante. Eran las seis de la tarde, tenía el tiempo suficiente como para volver a su casa, ducharse para quitarse el olor a comida y vestirse. No perdió ni un minuto.

Por suerte, el cine no quedaba muy lejos de su casa, tan solo necesitaba subir en el autobús que contaba con una estación a unos metros de distancia y bajarse en la décima parada.

Llegó justo a la hora marcada, y allí, en la puerta, se encontraba Lucía. Para la joven pelirroja era como si su amiga tuviera un halo de luz que se formaba a su alrededor. Destacaba por encima de todas las cosas, no importaba dónde estuvieran, aquella chica siempre sobresalía ante todos los detalles que la rodeaban. Era preciosa a sus ojos.

—Tengo la impresión de que siempre llego después tuya a nuestras citas.

—Tampoco me extraña, veo que las peores costumbres no las has perdido —comentó de forma irónica, con una sonrisa picaresca.

—Calla, que me voy a sentir mal.

—¡Anda ya, chica! ¡Como si no me conocieras!

—¿Qué peli me has traído a ver entonces?

Lucía buscó el cartel asociado a la película para enseñárselo a Nisha.

—Aquel de allí, en que se puede ver un elfo montado en un dragón. Se llama «Imperio humano» y es una historia de fantasía. Hace unos años me leí el libro y ahora han creado una adaptación cinematográfica.

—¡Oh!, ¡no! Odio ese género cinematográfico.

Lucía adoptó una expresión de asombro. Es verdad que no había preguntado a Nisha si le apetecía ver ese tipo de películas.

—¿En serio? Yo pensaba todo lo contrario.

—¡Es broma, tonta! Si fui yo quien te recomendó leer el libro.

Ambas sonrieron. Les encantaba hacerse bromas la una a la otra, resultaba una especie de juego al que no podían parar. Ya cuando estudiaban juntas, debían de tener mucho cuidado con algunas de las que se hacían, puesto que en ocasiones las metían en situaciones algo delicadas.

La película comenzó y la sala estaba repleta. Gracias a la reservación anticipada que Lucía pudo hacer, por suerte, pudieron sentarse juntas. La adaptación parecía ser como esperaban y ambas disfrutaban mucho viéndola.

A pesar de estar repleta de gente, la sala mantenía un ambiente inmersivo por la historia, gracias al cual pocos eran los momentos en los que la gran pantalla no captaba la mirada del público; sin embargo, para Lucía y Nisha hubo uno: En un descuido, ambas apoyaron sus brazos al mismo tiempo sobre el codo de butaca que compartían. En lugar de retirarlos e intentando disimular una cierta incomodidad por no saber qué debían hacer en aquella situación, las dos mantuvieron sus brazos juntos.

Al cabo de unos minutos, Lucía buscó la mano de su amiga. No sabía con exactitud por qué lo estaba haciendo, pero necesitaba ese calor y acercamiento hacia Nisha. Se decidió, agarró la mano de su compañera y ambas entrelazaron sus dedos.

Pasaron el resto de la película así, agarradas de las manos y sumergidas completamente en la historia, que duraba casi tres horas.

—¡Ha sido genial! ¡Un final apoteósico! —aprobó Nisha.

—Me encantó la parte en la que se encontraron los tres. Ninguno sabía qué hacer.

—Sí... Bueno, el final es un poco triste. Lo han querido enfatizar con respecto al libro.

—Según tengo entendido, la película del segundo saldrá dentro de dos años. Espero que sea igual de buena.

—Seguro que sí.

Las chicas se miraron la una a la otra durante un tiempo, sin decir nada más. Desde que encendieron las luces del cine al finalizar la película, ya no tenían las manos agarradas.

—Supongo que llega la hora de ir a casa —propuso Lucía.

—Sí...

Nisha se acercó a Lucía para darle un abrazo, pero su amiga la detuvo. En lugar, la agarró de las dos manos y se aproximó de su rostro. Lucía le dio un beso pausado en la mejilla.

—Te mantengo al tanto. Creo que la semana que viene estaré algo ocupada con Raúl, tengo que llevarlo para que le hagan algunas pruebas y con seguridad estaré agotada.

Nisha asintió y ambas se despidieron.


Al llegar a casa, la joven india observó que su familia aún no había vuelto del restaurante, lo que la alivió porque de lo contrario debería dar explicaciones a su padre y refutaría la palabra de su amada abuela. Optó por tumbarse un rato en el sofá, mientras esperaba que los demás llegaran.

Como la noche anterior apenas durmió, el cansancio se apoderó de la chica sin avisar, y la vista comenzó a nublarse. Ella hacía todo su esfuerzo por aguantar, pero le costaba mucho.

«Bueno, al fin y al cabo, serán solo unos minutos hasta que lleguen los demás» pensó ya con los ojos cerrados.

No tardó mucho en alcanzar el sueño. Al principio, imágenes completamente alternativas y sin ningún sentido aterrizaron en su mente: Caballos que vuelan, varitas mágicas, unas sillas que se mueven solas... Todo parecía un absoluto desorden. Pero de repente, la oscuridad se apoderó de su imaginación, y Nisha se encontró de nuevo bloqueada en una sala dominada por un color negro opaco e intenso.


No podía moverse. No se sentía atada, pero ni sus manos, ni sus pies y ni siquiera sus ojos podían realizar cualquier movimiento, por mínimo que fuera. Además, en esta ocasión la chica notaba una falta de aire; como si se ahogara en el fondo de una piscina o como si el oxígeno de la sala desapareciera poco a poco. Nisha sentía una angustia indescriptible, una ira inmensurable que no podía manifestar.

Un punto diminuto de luz apareció a lo lejos. Se engrandecía a medida que se acercaba hacia ella, adoptando una forma humana; una figura casi divina, como si se tratara de un ángel, rodeada por un aura blanca que emanaba de su cuerpo. La imagen imponía cierto respeto, pero al mismo tiempo ofrecía protección. Se acercaba con un movimiento continuo, nada alterado por la pisada, era como si flotara en un mar negro, cada vez se encontraba más cerca de Nisha, atraída por ella. Era Lucía.

Quería decirle algo, parecía que la alertaba. Aquel ángel había adoptado una expresión de desconcierto. El elefante de madera que colgaba de su cuello temblaba como si tuviera vida propia, parecía que iba a estallar en mil pedazos. No se trataba de un aviso, sino más bien de una incertidumbre sobre lo que iba a ocurrir y, al cabo de pocos segundos, comenzó a alejarse sin darse la vuelta, mirando fijamente a su amiga.

Nisha no tenía opción, estaba paralizada y contra su voluntad. Necesitaba alcanzar a Lucía y pedirle que se quedara con ella, pero no podía, no lo conseguía.


La chica se levantó de un sobresalto, el corazón le latía con intensidad y le faltaba la respiración. Estaba angustiada y cansada por apenas haber dormido la noche anterior y aquello no la ayudaba en absoluto. No podría seguir así por mucho tiempo, necesitaba aprender la técnica de su familia sobre los sueños lúcidos.

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