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Capítulo 13

Los días se hicieron muy difíciles de superar desde que Lucía volvió a visitar el jardín de los mil colores y descubrió la carta de Nisha, así como el colgante del elefante. No se lo quitó de nuevo, ni siquiera durante la ducha. Por un lado, podía estar tranquila, ya que la figura estaba barnizada y eso la protegía contra la humedad; pero también sentía una culpabilidad enorme si el colgante no se encontraba alrededor de su cuello.

Tras la conversación que tuvieron, Pablo no hizo nada por mejorar la relación que existía entre su mujer y él. Lucía tampoco dio nada de su parte, y es que la decisión, para ella, ya estaba tomada. No quería seguir con su marido e iría a comenzar los trámites para la separación en breve.

Aquel día sería ella quien llevaría a su hijo a la escuela. El establecimiento no se encontraba muy lejos, debían andar unos veinte minutos para llegar, pero aquello les ayudaría, sobre todo a Lucía más que a su hijo, a moverse un poco y despejarse del ambiente intenso que se había instalado en la casa.

Raúl lo tenía ya todo preparado, la mochila con los libros necesarios para el día y el bocadillo de chorizo para el desayuno.

—¡Vamos! Que no quiero que llegues tarde. Te llevo yo la mochila.

—No, mamá, que yo ya soy mayor.

Hacía casi dos semanas que el pequeño había comenzado el colegio. A pesar del estrés que Lucía tuvo al principio, se quedó más tranquila durante los días siguientes al descubrir que su hijo no tuvo ningún problema en integrarse en la enseñanza pública. Anduvieron varias calles y se cruzaron con varios vecinos que les reconocieron. Aquel momento le encantaba al chico, se sentía alguien importante y andaba con la mochila a cuestas y la cabeza bien alta, orgulloso de estar en el colegio.

Lucía sonrió al verlo, era una gran alegría para ella saber que su hijo había llegado hasta allí y que con total posibilidad conseguiría cosas que, aunque para la mayoría de la gente se tratara de lo normal, para ella se traduciría como el mayor logro de la historia de la humanidad, dado que se trataba de su pequeño.

—¿Sabes? Algún día, cuando cumplas un par de años más, tú tendrás que ir al cole solito, sin que yo o papá te acompañemos.

—Pero, mamá. A mí me gusta que me acompañéis, me lo paso bien cuando camino con vosotros.

A Lucía le agradó mucho aquella respuesta, aunque sabía que en el futuro cambiaría.

—A mí también me gusta, mi chiquitín.

Ya recorrieron la mayor parte del camino y el colegio se veía a lo lejos. Se encontraba al final de una avenida y los altos muros del edificio lo hacían destacar con respecto a otras construcciones.

Raúl hizo entonces unas preguntas que dejó paralizada a la mujer. No se las esperaba y le costó encontrar las respuestas adecuadas:

—¿Os vais a separar, papá y tú? ¿Me vais a dejar solo?

Lucía se acuclilló para ponerse a la altura de su hijo, le cogió de las manos y mientras le miraba a los ojos con una expresión seria le contestó.

—Puede que papá y yo estemos pasando por unos momentos algo complicados. Sin lugar a dudas, nos llevará bastante tiempo adaptarnos a algunos cambios que están por venir y se tratará de un periodo bastante complicado para los tres. Pero quiero que no tengas dudas sobre una cosa, porque lo que te voy a decir es la verdad absoluta y nada ni nadie en el mundo nos hará cambiar de opinión: Nunca te dejaremos solo. Aunque necesitemos dar todo lo que tenemos para que no ocurra, tú siempre estarás acompañado y amado por los dos. Eres nuestro hijo, la criatura a la que más queremos en el mundo entero.

—¿Incluso más que a la cama?

—La cama tiene celos de ti, ella no te llega ni a la suela de los zapatos. —Raúl rio. Se le notaba tenso por aquella situación y Lucía debía asegurar que en ningún momento se sentiría solo—. Para papá y para mí, tú eres lo más importante que existe ahora, que existió ayer y que existirá mañana y para siempre. Dame un abrazo fuerte.

Ambos se abrazaron durante varios segundos.

—Mamá, voy a llegar tarde al colegio.

—Es cierto. ¿Hacemos una carrera hasta la puerta?

—¡Feo el último!

Con toda la energía propia de un niño de cinco años, Raúl corrió sin parar hasta la puerta del colegio, donde se despidió de su madre y entró en el interior dando saltos de felicidad.

Lucía se dio cuenta de que tenía un trabajo importante con respecto a su hijo: Debía ayudarle a aceptar la separación entre su marido y ella de mejor forma posible. No podía crearle un trauma, nunca se lo perdonaría, e intentaría que todo ese cambio de situación tenía que verse de la forma más natural posible.

Una ambulancia pasó por al lado suyo y la despertó de su ensimismamiento. En ese preciso instante la chica se acordó de Nisha, que seguía en el hospital. Pensó que después de tanto tiempo sin ir a verla y tras el sueño que tuvo aquella noche, quizás sería buena idea visitarla. Con posibilidad, gracias a ella, Lucía conseguiría la energía y motivación para reorganizar su vida.

No podía presentarse allí con las manos vacías, no estaba bien visto en todo caso. Por lo que decidió pasar por una florería y así comprar lo que por norma se regalaba en aquellas situaciones.

Encontró una que parecía bastante bonita, con bellas rosas presentadas en la entrada. El interior se veía igual de colorido. No tenía orden alguno, las plantas se encontraban distribuidas de tal manera que ocupaban la mayor parte del espacio en el interior de la tienda, a excepción de dos pequeños pasillos dedicados a la circulación de los clientes. Había agua por todas partes, al parecer acababan de regar, y las típicas moscas de la humedad volaban libremente por la tienda.

—Hola, bienvenida —dijo el dependiente sin prestar mucha atención a Lucía—. Perdone, es nuestro primer día, acabamos de abrir y aún estamos organizando todo. ¿Necesita ayuda?

—No te preocupes, ya miro yo a mis anchas.

Lucía observó y estudió cada una de las plantas para decidir cuál podía resultar la más adecuada para regalar a una persona en coma. Conocía el significado de cada una de ellas gracias a un libro que leyó meses atrás, pero como situación era tan delicada, nunca podía estar segura de cómo irían a reaccionar los familiares. ¿Por cuál debía decantarse? «¿Una camelia blanca?», se preguntó «No, es una planta para la gente pura y Nisha no forma parte de ese grupo; ¿Un clavel bicolor? Suele regalarse en despedidas definitivas, puede que no sea la mejor idea para una persona que está en coma; La retama podría ser una buena opción, puesto que suele ayudar con los problemas de circulación y corazón, pero no me convence del todo.»

«¿Y qué va a hacer ella con una flor?», pensó «Además, no está en coma por accidente, ella misma se lo ha provocado, la imbécil. Tampoco se merece un regalo» La ira de Lucía por la decisión que Nisha tomó nunca se esfumó, siempre estuvo ahí, en sus pensamientos y apenas lograba desvanecerse de ellos.

Sin embargo, un bello tulipán naranja destacó ante todo aquel desorden de macetas. Tenía un color muy vivo y relucía vitalidad. Lucía sonrió, había encontrado la más adecuada.

—Me llevo esta.

—No sabía que aún me quedaban estos tipos de tulipanes. Es muy raro y suelen desaparecer en instantes.

—No me extraña, el significado que tienen es muy fuerte.

—¿A, sí? ¿Cuál es? Mi mujer sabe más de estas cosas, yo solo llevo las cuentas.

—Se trata de un regalo muy considerado, ya que se suele ofrecer a alguien con quien has conectado física y espiritualmente.

Satisfecha, Lucía salió de la floristería con su tulipán, ya envuelto en papel de regalo, en la mano y subió al primer autobús que tenía como destino el hospital.

Se encontraba algo nerviosa, hacía bastante tiempo que no visitaba a Nisha y con total seguridad, verla allí tendida en aquellas camas blancas, le provocaría mucha angustia. Sobre todo a ella, que conocía la verdad sobre lo que le ocurría.

El autobús no tardó mucho en llegar a su destino. Era horrible la sensación que le producía a Lucía aquel sitio.

En el pasado ella ya había sufrido mucho con Raúl a causa de sus enfermedades. Conocía el edificio en todo su conjunto, puesto que tuvieron que pasar de una sala de consulta a otra sin parar. La ictericia que sufrió su hijo fue bastante aguda, tanto, que durante los años posteriores, los médicos tuvieron miedo de que el chico viera reducida la motricidad de sus articulaciones. Resultó mucho sufrimiento para él, pero también para Lucía, quien tuvo que cargar con todo el peso de animar al niño sin que él notara nada extraño. Gracias a su madre, a Raúl no le privaron mucho tiempo de su infancia y pudo disfrutar de los siguientes años sin mayores complicaciones. Cierto era que aquella enfermedad que sufrió de bebé lo hizo bastante vulnerable, pero la positividad y energía que tenía siempre lo hacían salir adelante sin apenas esfuerzo.

Aun así, a Lucía se le quedó impregnado en la nariz el olor del hospital para siempre. Según ella lo describía, era algo así como lejía mezclada con látex. Y si quedaba mucho tiempo en el interior del edificio, sufría ligeras náuseas.

Ya conocía dónde se encontraba, así que se dirigió sin pasar por la secretaria hacia la habitación, que se encontraba en la tercera planta. Pero para su sorpresa, Ni Nisha ni su familia se encontraban allí.

Aquello le extrañó mucho, dado que en general, para no causar trauma, no suelen desplazar a las personas que se encuentran en coma una vez que están instaladas en sus habitaciones. No podían haberla llevado muy lejos, encontró a una enfermera y le preguntó.

—Creo que la instalaron en una habitación aislada. Según entendí, su caso era particular y necesitaban controlarla mejor. Vaya a la quinta planta, pasillo de la derecha, todo recto hasta la habitación 255.

Lucía siguió las directivas de la enfermera para poder llegar sin perderse. ¿Caso particular? ¿Acaso se habían dado cuenta de lo que le ocurría? Todo aquello era algo extraño para la chica.

Al llegar, la puerta estaba cerrada. Dio unos toques, pero nadie le contestó.

La joven esperó unos minutos para preguntar al primero que se acercara por allí. Tuvo suerte, un doctor fue directamente hacia la habitación.

—Perdone. Estoy aquí para visitar a Nisha Mandal.

El hombre miró a Lucía de arriba para abajo, casi realizó un escáner de su cuerpo en directo. No fue nada discreto, y la chica se dio cuenta de ello. El doctor, que quedó paralizado al ver a Lucía, fue desvelado tras un sonido bronco de garganta que la chica ejecutó como señal de protesta.

—Parece que el azar está en su favor, vengo para permitir el acceso de familiares y amigos a la habitación de la paciente. Deme unos segundos que verifique unas cosas y enseguida le doy paso.

Todo aquello no concordaba, resultaba demasiado extraño que tuvieran a Nisha aislada de aquella manera. Por norma general, la presencia de gente conocida venía bien para esos casos, pero quizás se trataba de un nuevo método con el que los médicos contaban para mejorar el estado de salud de los pacientes en coma.

El doctor, tras varios minutos, abrió la puerta de la habitación. El interior era amplio, demasiado al parecer de la joven, y completamente vacío. En su interior tan solo estaba la cama de Nisha junto a los aparatos necesarios para mantenerla en vida. Las ventanas tenían la persiana cerrada y tampoco contaba con televisión ni otro tipo de adorno. Había una puerta en uno de los laterales que permanecía cerrada con llave.

—Lo siento, no me he presentado. —El doctor intentó disimular su estrés por la presencia de la chica—. Soy el doctor Márquez, encargado del seguimiento y de la recuperación de la señorita Mandal, su familia llegará en breve. Si... necesita cualquier cosa, estaré en el despacho situado al fondo del pasillo, no dude en avisarme, estaré disponible para lo que quiera.

—Muchas gracias.

El hombre esperaba algo más de Lucía, pero esta dirigió la mirada hacia Nisha, sin prestar atención al profesional. Al cabo de un rato, el doctor Márquez continuaba presente en la sala.

—No dudaré en ir a su despacho si necesitara algo. Quédese tranquilo, puede marcharse —insistió al ver que no se movía.

Cuando por fín se quedó sola, Lucía se aproximó a Nisha con delicadeza y dejó el tulipán naranja encima de la mesilla próxima a la cama. La chica yacía apaciblemente, iluminaba por la luz algo agresiva de la lámpara de la habitación. Estaba igual de bella que ella la recordaba, a pesar de tener varias sondas que le ayudaban con la respiración y con la alimentación. Lucía no podía enfadarse con ella, sabía lo fuerte que era, y las ganas de vivir con las que contaba Nisha. Tomar aquella decisión no pudo ser nada fácil, y ella la había abandonado. Sí, en realidad era su culpa, no la acompañó lo suficiente como para convencerla de que permanecer en este mundo era la mejor opción.

Lucía necesitaba volver a encontrarse con su amada, pedirle perdón, explicarle que si no la siguió en el mundo onírico solo era por una razón, su hijo.

Le cogió de la mano, echaba de menos su tacto, el olor de su piel, las caricias que le realizaba en el pelo con sus dedos.

—Te lo prometo, Nisha. Te recuperaré. Cueste lo que cueste. No sé cómo hacer para convencerte de volver aquí con tu familia, de enfrentarte a esa terrible enfermedad y de volver a darte la fuerza y vitalidad que tenías antes, pero no me imagino una vida sin ti.

Sabía que no iría a ocurrir, pero Lucía miró a Nisha con la esperanza que recibir una respuesta, por muy pequeña que fuera. Un movimiento en los dedos, un temblor de párpado, una respiración alterada, algo; sabía que estaba allí. No estaba segura de que pudiera percibirla, pero necesitaba probar suerte.

Se acercó con delicadeza y le dio un beso en los labios.

—Te quiero —susurró.

En ese momento se escucharon pasos por el pasillo, así como algunas palabras en lengua hindi. La familia de Nisha se acercaba.

Por la puerta entraron su abuela, Daadee, el padre, Jalil, y la madre, Indira. Todos se asombraron algo al descubrir que Lucía se encontraba en la habitación, al lado de Nisha.

—¡Lucía! ¡Qué alegría verte de nuevo! Hace mucho tiempo que no vienes. ¿Te ha pasado algo? —dijo Indira, a la vez alegre y sorprendida por aquella visita inesperada.

—He tenido mucho que hacer en casa con Raúl, estuvo malo durante un tiempo y luego empezó el colegio. Entre los nervios y las numerosas actividades que nos piden a los padres, apenas he podido permitirme descansar unos días.

—Lo entiendo, esa época es muy bonita para ellos, pero también muy importante dado que ahí empiezan a descubrir la vida real.

Estuvieron intercambiando durante un tiempo al lado de Nisha. En ocasiones hablaban sobre ella y en otras intentaban cambiar de tema y contar anécdotas o historias algo más divertidas. Al cabo de un rato, Jalil e Indira tuvieron que irse para abrir el restaurante y dejaron a Daadee para que acompañara a Nisha hasta su vuelta.

Una vez estuvieron aislados y que nadie más pudo escucharles, Lucía quiso despejar varias dudas que tenía sobre los sueños lúcidos con la anciana.

—Daadee, creo que usted conoce lo valiosa que Nisha es para mí. De hecho, supongo que nunca jamás he tenido tantos sentimientos por alguien en mi vida, si ponemos a mi hijo aparte. —La mujer asintió sin decir una sola palabra—. Me gustaría conocer cómo encontrarla.

Daadee tenía seguro que su nieta se encontraba en el mundo onírico y que no solo estaba en coma. Aquella frase lo confirmaba todo y le daba muchas esperanzas para volver a verla. La mujer sabía tratar con la sicología de la gente que le rodeaba y supo leer en Lucía la necesidad que ella tenía de volver a ver a su nieta. Se trataba de una madre, con un hijo al que sin duda alguna daría toda su vida por él, un marido, un hogar y podía vivir con comodidad; pero aun así, sentía la necesidad casi vital de reencontrarse con Nisha.

—¿Qué necesitas saber con exactitud?, explícame e intentaré ayudarte.

—Nisha y yo nos encontrábamos cada vez en el mismo lugar. No sabría explicarte cuál, pero cada vez que íbamos al mundo onírico aterrizábamos en una especie de colina, y siempre era la misma. Sin embargo, ella se ha ido de allí, y no sé cómo ir a buscarla.

—Desplazarse en los sueños no es sencillo, requiere de mucha práctica, y en ocasiones sueles aparecer en puntos que no esperas. ¿Has conocido ya algo diferente que no se trate de la colina que has descrito?

—Una vez fui con Nisha a la ciudad, pero fue una visita muy rápida.

—Suficiente. La próxima vez que te encuentres allí, en el punto de llegada, piensa en esa ciudad. Tienes que concentrar toda tu energía para imaginar la localidad. Tendrás problemas y seguramente visites otras ciudades o puntos diferentes, el mundo onírico está en constante evolución, pero estoy segura de que, con algo de esfuerzo, lo conseguirás.

—Muchas gracias, Daadee. Espero que algún día pueda traerte a tu nieta de vuelta.

La anciana negó con la cabeza, se acercó a Nisha y la agarró de la mano.

—Saber que se encuentra bien es ya una alegría para mí. Fue su decisión, ella prefirió aquel mundo al nuestro. Quizás no estaba preparada para este mundo, o puede que este mundo no estuviera preparado para ella; en todo caso, que vuelva o no, no es lo que más me importa a mí, sino saber que se encuentra bien.

—No tengo dudas sobre ello. Pero prefiero preguntárselo yo misma para asegurarme. Quién sabe, puede que en un futuro próximo, ambas podamos cruzarnos de nuevo.

Ambas intercambiaron una mirada de complicidad. Puede que no fueran de la misma familia, que cada una tuviera una vida aislada y diferente, pero compartían el mismo objetivo. El de conocer la situación de su nieta para una, y de su amada para la otra.

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