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Capítulo 12

Hacía ya bastante tiempo que Nisha quitó el jardín de los mil colores para adentrarse en el vasto mundo de los sueños. Al principio dudó en hacerlo, quería esperar a Lucía, estaba segura de que algún día volvería, aunque solo fuera por unos instantes, pero la espera se hacía eterna y en aquel mundo existían muchas cosas por descubrir. No se trató de una decisión tomada a la ligera. Intentó dedicarse a mantener un jardín que en realidad se cuidaba solo; desarrolló todo un ecosistema en una especie de invernadero en miniatura e incluso probó a vivir como en épocas pasadas y cazar y recolectar todo lo que la naturaleza le ofrecía. Pero nada de aquello tenía sentido sin la presencia de alguien con quien compartir los logros.

Tenía algunos conocimientos sobre el mundo de los sueños, pero resultaba todo tan diferente que dudaba saberlo todo. Necesitaba conocer gente, que le contaran los secretos de aquel lugar y comenzar a vivir aventuras, como a ella le gustaba. Para conseguirlo, debía situarse en la gran ciudad y conocer a alguien que se encontrara en su misma situación.

Así fue como Nisha comenzó su primera gran aventura en aquel mundo. No era para nada parecido a las que se suelen tener en el planeta tierra. En este caso, no había una mochila que rellenar de enseres, tampoco existían requerimientos de viaje y ni siquiera tenía que prever un presupuesto. Tan solo se necesitaba a ella misma, nada más, y mucha imaginación.

La urbe de los sueños era la única localización que Nisha conocía fuera del jardín de los mil colores, por lo que empezar por allí era quizás la mejor opción. Lo primero que necesitaba hacer, era, según los consejos de daadee, buscar a alguien que le acompañara en los viajes. Ese mundo podía resultar muy peligroso y si no iba con cuidado, podía verse envuelta en algún problema serio.

«Una vez que te encuentres en el mundo onírico, te resultará muy difícil diferenciar a las personas que se encuentran en tu misma situación. Sin embargo, si te fijas bien en sus movimientos y en sus acciones, te darás cuenta de que en algunos casos son mecánicas y, en otros, voluntarias. Son estas últimas las que te darán el indicio que necesitas» recordó las palabras de su abuela.

Con los ojos bien abiertos, pero fascinada al mismo tiempo por los innumerables acontecimientos que sucedían en la ciudad, Nisha caminó sin rumbo alguno con la ilusión de encontrarse con alguna persona que necesitara compañía.

Mientras paseaba, un grupo de duendecillos voladores se aproximó a toda velocidad contra ella. Nisha tuvo que tirarse a un rincón para evitar ser atropellada y llamar la atención. Una vez se incorporó, pudo seguir con su ruta, que no estaba para nada establecida, y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que una sombra le seguía muy de cerca. Al principio pensó que se trataba de su imaginación, y es que en aquel lugar resultaba muy difícil diferenciar lo que te podía afectar de lo que no; pero aquella sombra la seguía allá donde fuera.

Intentó ignorarla y Siguió observando cada rincón de la ciudad con curiosidad, había muchas cosas que descubrir y todas ellas le llamaban la atención. Una pelea de superhéroes ocurrió justo frente a ella. Tiraban objetos por allá donde pasaban y en más de una ocasión estuvieron a punto de alcanzarla. Por precaución, prefirió tomar otro camino y alejarse de aquel escenario.

El estrés comenzó a apoderarse de ella al notar de nuevo la presencia de aquella sombra misteriosa. ¿De quién, o de qué, se trataría? Tenía que averiguarlo, pero al no encontrarse en un ambiente conocido, le costaba planificar algo.

Nisha no quiso que el pánico se sobrepusiera y decidió andar más deprisa. Confirmó su teoría, la sombra iba tras ella, pero la chica estaba dispuesta a desenmascarar la identidad del sujeto. El paso ligero se transformó en carrera y, aprovechando que se encontraba en una zona de la ciudad con callejones algo más estrechos, se escondió tras uno de ellos.

En ese momento, la sombra giró y entró en el callejón. Se paró frente a ella, sin verla.

—¡Te pillé! —gritó y le agarró por el cuello con sus manos. Nisha, a pesar de ser fina y no muy corpulenta, no le faltaban agallas para enfrentarse a cualquier cosa que le incordiara—. ¿Quién eres, y qué es lo que quieres?

Se trataba de un chico de apariencia corpulenta, pero muy bajito de altura. Nisha era de estatura algo más alta que la media en las chicas de su edad. Sin embargo, le sacaba más de dos cabezas al joven.

—Lo siento, solo estaba... Buscaba... —El chico intentaba hablar a pesar de estar siendo casi estrangulado. Temblaba de miedo. A Nisha le dio algo de pena haberse enfrentado de aquella manera al joven—. Me encuentro solo. Pensaba que tú podías ser mi amiga.

—Perdona —dijo mientras retiraba las manos—, pero estas no son maneras de acercarse a pedir ayuda. ¿Cómo te llamas?

—Mateo. ¿Y tú?

—Nisha, soy nueva por aquí.

—¿Y qué haces? Se nota muchísimo que no eres una soñadora. —Nisha adoptó una expresión dubitativa al escuchar aquella palabra—. Llamamos así a las personas que están aquí gracias a los sueños y no por su propia voluntad.

—Pues estoy buscando a alguien con quien viajar en este mundo. Según mi abuela, no es nada aconsejable estar sola.

El chico sonrió y enseñó todos sus dientes. Pero Nisha no reaccionaba.

—Ejem... —Carraspeó para señalar su presencia.

—¿Qué?

Mateo sonrió de nuevo, y abrió los ojos lo máximo que podía.

—¿Por qué pones esa cara de...? —En ese momento, Nisha se dio cuenta—. ¡No! ¿Tú? ¡Imposible! ¡Si apenas tienes 15 años!

—Tengo 18 recién cumplidos.

—Me da igual. No. Busca alguien que tenga tu edad.

La chica empezó a andar decidida. Aun sin saber hacia dónde dirigirse.

—¿En serio vas a dejar a un jovencito indefenso y gordito como yo en mitad de este mundo sin piedad? —La joven ralentizó el paso, odiaba ser influenciada emocionalmente—. Imagina que me atrapan los hurtacuerpos. ¿Qué sería de mí?

Nisha paró a escasos metros, sin volverse hacia atrás. Después de varios segundos de duda, aceptó.

—¿Hurtacuerpos?

—Unos humanos muy malos que se aprovechan de los solitarios.

Sin duda alguna, existían muchas cosas de aquel mundo que la chica no comprendía y necesitaba información.

—¡Ay! ¡Vale, me has convencido! Pero a cambio quiero que me cuentes todo lo que sepas sobre este lugar.

—¡A sus órdenes, mi capitana!

Nisha prefirió hacer caso omiso a ese apelativo y continuó su paseo por la ciudad mientras Mateo la seguía a trompicones.

Los edificios se levantaban, se destruían; los árboles salían de las paredes y daban billetes en lugar de frutos; había personas volando y otras corriendo sin parar; en unas calles llovía y en otras hacía sol. La gran ciudad de los sueños lo era todo y nada a la vez, pero no resultaba un buen lugar para discutir o intercambiar información.

—¿Conoces algún punto más tranquilo, no muy lejos de aquí?

Mateo pensó unos momentos y enseguida se puso rumbo a la orilla del río. Al llegar, el caos no había cambiado, pero el espacio que existía era mayor y eso ayudaba a que los soñadores no se acercaran mucho a ellos.

—Aquí estaremos tranquilos.

Nisha se preguntaba cómo un chico tan joven podía conocer todas esas cosas sobre aquel mundo. Ni siquiera ella, que había estudiado todo y que había contado con la sabiduría de su abuela, logró retener mucha información.

—¿Llevas mucho tiempo aquí?

—Como debes conocer, aquí el tiempo no es cuántico. Incluso entre nosotros, que ahora mismo compartimos el mismo espacio onírico, no nos encontramos en la misma unidad temporal. Todo eso hace imposible describir si llevo un instante, un momento o una eternidad aquí. Cuando llegamos al mundo onírico nos quedamos estancados con el mismo aspecto para siempre, no envejecemos, pero eso no significa que no haya pasado el tiempo. Tan solo puedo responderte que ha sido lo suficiente como para conocer muy bien este lugar.

Desde luego, Nisha tenía muchas cosas que aprender. Le hubiera encantado cruzarse con su abuela y contarle lo poco que hasta ahora había aprendido. Ella estaría muy orgullosa.

—En realidad, suena retórico, pero me encuentro como en un sueño.

—Estás en uno. De hecho, con toda posibilidad te encuentras en el sueño de cientos de miles de personas. Existen muchas ciudades como esta, ninguna tiene nombre, ya que son todas al mismo tiempo. Cada soñador llega aquí como a su imaginación le venga en gana. En cada piso, casa o edificio de la ciudad existe un soñador, por las calles también, y por los cielos, como puedes comprobar. Algunos sueñan sobre su día a día, el trayecto al trabajo, el cuidado de sus hijos y demás; otros tienen más imaginación y deben pelear contra dragones, dinosaurios o demonios. Cada persona es un mundo y aquí lo puedes verificar, una nube de lluvia puede incluso entrar dentro de un coche si el soñador así lo ha imaginado. La ciudad, por su parte, se adapta, nunca es la misma. Hoy estamos sentados aquí a la orilla del río, pero cuando volvamos, esta zona podría estar seca o cubierta de rascacielos, nunca se sabe.

La chica escuchaba atenta, parte de la información que Mateo le proporcionaba la conocía, pero ahora la podía corroborar con sus ojos al mismo tiempo que escuchaba la descripción. Se trataba de un mundo lleno de muchos mundos.

—¿Cómo se puede vivir entre tanto caos? Quiero decir, para los soñadores está bien, ya que vienen durante un rato, hacen caso a su imaginación y se vuelven a la realidad, ¿pero nosotros, los...

—Los oníricos

—... los oníricos? ¿Cómo podemos vivir con toda esta locura?

—Aunque no lo parezca, en este mundo hay reglas y existen unos policías oníricos que se encargan de mantener el orden.

—¿Policías oníricos?

—Exacto. No sabría decirte todas las prohibiciones que existen, dado que si actúas con normalidad no incumples nada, pero las más importantes son, por ejemplo: Está absolutamente prohibido interferir en los actos de los soñadores. Parece lógico, pero en ocasiones ellos mismos nos buscan. Si apareces en su campo de visión, pueden tratarte como parte de su sueño y, por lo tanto, estás obligado a seguirles la corriente.

—Quizás por eso, cuando se sueña, ha veces salen personajes que no conocemos en absoluto.

—Exacto. Otras de las prohibiciones que tenemos que acatar es la de no utilizar la imaginación en la ciudad. Supongo que te habrás dado cuenta, todos los oníricos tenemos un lugar en el que comenzamos nuestra nueva «vida» al que nombramos «La puerta» —comentó empleando las manos para añadir comillas con los dedos al pronunciar las últimas palabras. Nisha pensó de inmediato en el jardín de los mil colores—. Pues bien, aquí, tu imaginación puede ser tan extensa como necesites. Sin embargo, en la gran ciudad, no está permitido modificar nada; solo los soñadores pueden crear, modificar o eliminar cosas. Dicho así, es cierto que existen algunos puntos protegidos a los que los soñadores no pueden acceder, pero ya te hablaré de ello en otro momento.

Nisha observaba el horizonte, estaban en la parte externa de la ciudad y del otro lado de la orilla del río no había edificio, a lo lejos, se podía observar una enorme cordillera.

—Imagino que esos sitios llamados Puertas se pueden compartir.

—Sí. Esas zonas pueden ser el punto de comienzo para una o varias personas, se trata de un hogar, el mío se encuentra en el mar, por ejemplo, y no lo puedes encontrar si no te han invitado. Creo que si conoces estas dos normas, no tendrás ningún problema en el mundo onírico.

—Estoy de acuerdo con todo, pero... ¿Qué va a hacer la policía onírica si me pilla? ¿Acaso me va a encarcelar?

—En realidad no lo sé, por suerte, nunca he tenido que comprobarlo. Sin embargo, hay gente que dice que en el caso en que cometas un delito y te atrapen por ello, te despegarían de tus emociones durante un tiempo. Me gustaría explicarte en qué consiste, pero no estoy seguro. Parece que es como vagar sin alma.

—No parece muy agradable, supongo que no correré el riesgo, por si acaso.

Los dos observaron cómo el agua del río aumentaba su caudal, unas nubes enormes se desarrollan a su alrededor y el viento empezó a arreciar.

—Yo te propondría movernos a otro lado. Algún soñador tiene ganas de fiesta por esta zona.

Por suerte, para desplazarse no había ningún problema, podían volar y de esa manera desplazarse con rapidez por la ciudad.

Desde el cielo todo se veía diferente. La ciudad sufría un cambio constante, enormes rascacielos aparecían de improviso, mientras otros desaparecían dejando paso a grandes parques. De pronto había fuegos artificiales o fiestas multitudinarias. Nisha tenía miles de preguntas que hacer, aunque tenía todo el tiempo que quisiera para descubrirlas e incluso crear nuevas dudas. Todo parecía muy bonito en las alturas, pero debían encontrar un lugar más tranquilo para poder hablar sin ser perturbados. Mateo bajó poco a poco y aterrizó en uno de los parques que había en el centro.

—Ya te adaptarás, lo bueno es que aquí el aburrimiento es cosa del pasado. No dormimos, no nos cansamos, ni siquiera necesitamos tomar aire.

—Si lo dices así, parece que somos máquinas indestructibles.

—Tenemos un pequeño punto débil y, con total seguridad, sabes cuál es.

—La mente.

—Y los sentimientos.

Ambos pasearon por el parque, que parecía más tranquilo de lo que esperaban, mientras Mateo daba mucha más información a Nisha.

—Parece mentira, pero el porcentaje de oníricos apenas supera el diez por ciento de toda la gente que ves en la ciudad. Ya de por sí es difícil distinguirnos, eso lo hace mucho más complicado. Pero hay algo sobre lo que me gustaría advertirte.

La chica escuchaba con atención, necesitaba conocer toda la información sobre ese mundo para así poder deambular por él sin miedo.

—Al igual que existe la policía onírica, hay un grupo, podríamos llamarlo criminal, que busca y captura a los nuevos oníricos. Se hacen llamar los hurtacuerpos.

—A ellos te referías antes, ¿no?

—Sí, cuando casi me dejas abandonado —indicó Mateo con algo de resentimiento.

—Oye, tú ya estabas casi desamparado en ese momento, yo tan solo me he cruzado contigo.

—Los hurtacuerpos son un auténtico dolor de cabeza para la policía onírica, y para todos los habitantes de este mundo. No solo me refiero a los oníricos, como nosotros, sino que también lo son para los soñadores.

—¿Qué les hace tan temibles?

Mientras caminaban, un perro con los colores del arcoíris y su dueño se cruzó con ellos. Los chicos hicieron caso omiso, para evitar llamar la atención del soñador. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Mateo continuó la explicación.

—No solo se encuentran aquí. También existen en el mundo real y, créeme, más vale no cruzarse con ellos.

—Por favor, explica.

—Los hurtacuerpos son una auténtica organización criminal. Existen gracias a que no son reconocidos como tal en la realidad y pueden obrar sin prejuicios. Aquí se consideran casi una pesadilla viviente. Presta mucho cuidado, porque verte cautiva de ellos es lo más horrible que te pueda ocurrir. Se dedican, como su nombre indica, a robar los cuerpos de aquellos que se encuentran bloqueados en el mundo onírico.

—No te sigo.

—Como bien sabes, existen tres caminos para alcanzar este mundo de forma consciente : Los sueños, lo que en general se denomina estar en coma, y la muerte física. Para el último, no hay vuelta atrás, se trata de la separación definitiva de la mente y el cuerpo; pero para los otros dos casos, la disociación es temporal. Eso lo saben muy bien los hurtacuerpos y se aprovechan de ello.

—¿De qué manera?

—Intentan conseguir la información sobre quién ha decidido venir al mundo onírico sin optar por la muerte física. Al ser más sencillo, suelen elegir a víctimas que se han quedado en coma. Como te he informado ya, ellos mismos son oníricos, lo que quiere decir que también tienen un enlace con la realidad. Tan solo necesitan capturar a la persona aquí y mantenerla separada de sus emociones. Más tarde proceden a robar el cuerpo en el mundo físico y no dudan en utilizarlo.

—¡Eso es horrible! —Nisha intentó esconder su preocupación y comenzó a sentirse algo incómoda.

—Lo sé, por eso es tan importante no quedarse en solitario aquí. Pero no te preocupes, en realidad los oníricos son gente muy amable. Existen muchos y todos desean conocer gente nueva para mostrar los secretos de este mundo.

La zona en la que se encontraban del parque comenzó a generar mucho polen blanco. Nisha y Mateo tosieron sin parar y tuvieron dificultades para respirar.

—¿Nos movemos? Propuso Nisha.

—No tenía la intención de volverme una bola de algodón. Además, con lo bajito y regordete que soy, no creo que me diferenciarías.

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