Capítulo 11
Durante aquella semana, Lucía y Pablo apenas intercambiaron palabras. El hombre se propuso para llevar a Raúl todas las mañanas al colegio antes de ir él a trabajar, se sentía algo culpable por la última disputa que tuvo con su mujer y aquella fue la mejor manera que tuvo para pedir perdón.
El sábado por la mañana, la mujer se despertó realizando su rutina típica del fin de semana, pero algo la distrajo, y es que su marido no había dormido en casa aquella noche. Podría llegar a ser algo corriente, dado que Pablo solía salir aquel día con sus amigos hasta altas horas de la noche, pero lo que extrañaba a Lucía era que ya habían pasado las diez de la mañana y el hombre seguía sin aparecer.
«Ya volverá» se dijo sin darle más importancia.
Mientras miraba la tele con su hijo, el teléfono sonó, en la pantalla aparecía un número extraño, por lo que Lucía lo ignoró y continuó disfrutando de aquel momento con Raúl.
Sin embargo, aquel número volvió a sonar una y otra vez, hasta que Lucía tuvo que responder.
—Estas empresas de publicidad, siempre al acecho, tienen que llamar en el momento menos oportuno —se quejó mientras aceptaba la llamada—. ¿Quién es?
—¿Hablo con Lucía del Campo Medina?
—Sí... —El hecho de que la persona que se encontraba al otro lado del teléfono conociera sus apellidos al completo le causó dudas.
—Le contacto con respecto a su marido, Pablo Martín Cuervo. Desde esta mañana, a las cuatro horas, veintitrés minutos, su esposo está en retención por alteración del orden público.
Lucía se incorporó y dejó a Raúl viendo los dibujos mientras ella se aisló en la cocina. No daba crédito a lo que escuchaba, sabía que su marido había cambiado con respecto a cuando se conocieron, y también era consciente de que en los últimos meses no había elegido los caminos más apropiados, pero nunca se esperó recibir una llamada de aquella índole. El corazón le palpitaba con intensidad, le costaba respirar y le también pronunciar las palabras.
—¿Le... ha pasado algo?
—Se encuentra bien, pero para poder lidiar por su derecho a libertad, debe pagar una cuantía de cuatrocientos euros, de lo contrario, debería quedar retenido durante cuarenta y ocho horas.
La ira fue tal que incluso pensó con seriedad en no pagar nada y dejarle escarmentar por sus actos. Sin embargo, tras dar una ojeada al salón y ver a Raúl con su típica sonrisa inocente, decidió que lo más prudente era acabar con aquella historia lo más pronto posible. ¿Qué habrá hecho? ¿Alteración del orden público? ¿Qué significaba aquello?
Avisó a la vecina, que por suerte se encontraba en su casa, para que cuidara del niño mientras ella tenía que hacer algo urgente. Tuvo que mentir dado que Toñi, como se llamaba, solía ser muy chismosa, y las noticias las divulgaba sin ningún problema ante todos los conocidos de Lucía.
—No te preocupes, deja la puerta abierta que enseguida voy. Tómate el tiempo que necesites, querida.
—No creo tardar, intentaré llegar lo más pronto posible.
Las manos le temblaban, Lucía corrió hacia el coche, que no había conducido desde hace meses, y lo arrancó. Antes de avanzar, quiso asegurarse de que recordaba todo.
—A ver, Lucía, concéntrate. Para las marchas, es el pedal de la izquierda, el del medio es el freno y el acelerador es la derecha. Los espejos están bien colocados y los brazos los tengo semi flexionados, lo que es la buena posición para agarrar el volante. Vamos a recoger a este imbécil.
Por suerte y seguridad de la chica, la comisaría en la que mantenían a su marido retenido no se encontraba lejos de la casa, tan solo debía ir todo recto en dirección al centro y, si el tráfico no se presentaba muy denso, llegaría en menos de quince minutos. Aquella aventura le generaba una adrenalina que hacía tiempo no había sentido. Estaba pendiente de cualquier objeto que se acercara a más de cinco metros del coche para no ocasionar ningún accidente y apenas rebasaba los treinta kilómetros por hora.
Sintió algo de pánico cuando un motorista le adelantó por la derecha, casi pegado a la calzada y a escasos centímetros del retrovisor, pero pudo llegar sin ningún otro percance a la comisaría. Para aparcar, apenas reflexionó mucho y pagó para una plaza en un parking que se encontraba en la misma calle.
En la comisaría reinaba un ambiente algo tenso. La chica era la primera vez que iba a una y no sabía con exactitud lo que debía hacer o a quién tenía que dirigirse. En la recepción, una chica con expresión de concentración la miró de reojo, sin dirigirle la palabra.
—Perdone... —Se atrevió a decir.
—Saque ticket en la máquina de su derecha y ya le llamarán.
Extrañada por la reacción de la recepcionista, Lucía se aproximó a la máquina y sacó un ticket para su caso.
Tuvo que aguardar durante casi cuarenta minutos, cuando por fin, un policía se aproximó a ella.
—Buenos días.
—Buenos días, señor agente. Vengo...
—Necesitaré un documento de identidad, por favor.
Lucía sacó de su cartera el DNI y se lo dio con la esperanza de acabar pronto y poder salir de allí.
Espere unos segundos, enseguida vuelvo.
Los segundos se transformaron en minutos que, a su vez, repasaron la media hora de espera. Lucía sabía que todo lo que requería control de documentación tomaba bastante tiempo en ser clarificado, pero no se esperaba que fuera tan lento. Ella no tenía ningún antecedente y siempre había obedecido a todas las normas establecidas por la ley.
Cuando el policía se acercó a ella de nuevo. Le pidió que lo acompañara y le hizo pasar en una sala interior en la que no había personas vestidas en civil, excepto ella. Con posterioridad, fue instalada en un despacho abierto.
—¿Es usted Lucía del Campo Medina?
—Sí.
—¿Desea usted pagar la multa de cuatrocientos euros, como posición de esposa de Pablo Martín Cuervo y para liberarlo de la condición de retenido por alteración del orden público?
—Sí.
—Firme este papel, por favor.
La joven mujer realizó la firma como pudo, tenía las manos sudorosas y le temblaban hasta tal punto que apenas era capaz de sostener el boli. Tras pagar la cuantía mencionada, la mantuvieron en un rincón de la sala durante unos minutos más, en los que tuvo algo de tiempo para relajarse. Poco después, apareció Pablo, seguido del agente que le atendió.
—Ya pueden irse.
Salieron de la comisaría y esperaron un tiempo antes de vocalizar cualquier palabra, Pablo se sentó en el asiento de conductor, mientras que Lucía ocupó en este caso el de copiloto, pero no arrancaron el coche.
—Espero que tengas una buena excusa para explicarme lo que acaba de ocurrir. —El hombre aún olía a alcohol y apenas podía mantener la cabeza recta—. ¿Sigues borracho?
—He vomitado cuatro veces en comisaría.
La chica se llevó las manos a la cara, de repente le habían entrado unas ganas casi incontrolables de hacer alguna locura como romper el cristal de la ventanilla del coche o rasgar la camiseta que llevaba puesta. Respiró hondo, intentó relajarse y acogió la melodía de voz más tranquila que podía adoptar.
—¿Qué ha ocurrido?
—Pues. Si te soy sincero, estos policías son las personas más odiosas que me he encontrado en la tierra. No sirven para nada. Ya se podrían ir todos de misión al frente de alguna guerra.
Lucía lanzó una mirada de odio con la que Pablo no pudo hacer frente.
—O me cuentas ahora mismo lo que ha pasado, o te dejo aquí, me voy para casa y cambio la cerradura de la puerta para que no vuelvas a entrar.
—Vale, vale. Tranqui, tía, que el que no ha dormido bien hoy soy yo. A ver, ayer salí con los chicos a dar una vuelta. Tú sabes, lo típico que solemos hacer los viernes por las noches: Echamos unas cerves y luego nos vamos al bar de música latina que hay en la plaza de la victoria. Si te soy sincero, quizás habíamos bebido bastante, pero es que era la «Happy hour» y no podíamos desaprovechar la oportunidad —dijo adoptando un acento inglés bastante notorio—. En fin, el caso es que el portero del bar nos echó porque ya estábamos algo felices y eso no le gustó. Decidimos ir a otro bar que conocía Alberto y de camino nos cruzamos con un grupo de chicas que iban en minifalda. ¿Por qué tenéis que ir tan atrevidas por las calles?. En fin, Alberto conocía a una de ellas, pero no sé qué ocurrió, creo que le tocó el culo, que la chica le pegó una bofetada. La cosa se complicó en ese momento, y es que un grupo de jóvenes que al parecer acompañaban a estas chicas se enfrentó a nosotros y empezaron a insultarnos. Yo tenía la vista ya algo perdida y todo me molestaba, así que decidí desabrocharme el pantalón para respirar mejor, pero lo malinterpretaron, te juro que lo malinterpretaron. Uno de ellos me empujó y yo caí hacia atrás, tirando una moto que estaba aparcada al lado mío. Al cabo de unos segundos llegó la policía y nos arrestaron a mis amigos y a mí. —Pablo miró hacia el frente—. Supongo que he perdido el móvil. ¿Me acompañas a comprarme uno?
En ese momento, el hombre abrió la puerta del coche, asomó la cabeza y se puso a vomitar en la acera.
Cambiaron de asiento y Lucía condujo decidida de vuelta a casa. Al llegar, pidió a Pablo que mantuviera la postura y que se dirigiera al cuarto sin decir una sola palabra, para evitar que la vecina descubriera algo.
No comió, Lucía tampoco se sentía de humor para meterse en la cocina, así que preparó un bocadillo para Raúl con la excusa de que ambos se encontraban mal.
Por la tarde, cuando Pablo se despertó, Lucía no le dirigió la palabra. Quizás no fuera el mejor método, pero tenía la sensación de que si lo hacía, acabaría ella misma en la cárcel. Quiso dejar pasar algunas horas para calmar su ira y poder discutir con serenidad.
El momento apropiado fue la noche, cuando Raúl fue a dormir.
—Lo siento, sé que ayer me pasé —se disculpó Pablo.
Lucía respiró hondo. Necesitaba fuerzas para lo que quería decir, y mucho coraje.
—Pablo, lo de ayer fue solo la muestra de que nuestra relación ya no tiene sentido alguno.
—Créeme, Lucía, si pudiera dar un paso hacia atrás y rehacer el día de ayer, te juro que no lo repetiría por nada en el mundo.
—Eso no cambiaría nada.
—¿Qué quieres decir?
La chica se sentó en una silla, bebió un sorbo de una taza de manzanilla que se había preparado con antelación y continuó la discusión.
—Nuestra relación está acabada. Yo ya no estoy enamorada de ti, y tú tampoco lo estás de mí.
Pablo se sentó algo más recto de lo que estaba, aunque no le apetecía seguir por ese camino, ya era irremediable.
—Lucía, sé en lo que estás pensando ahora mismo, pero no es una buena idea. ¿Has reflexionado sobre nuestro hijo? ¿En el daño y el trauma que puedes causarle?
—No quieras venir ahora y hacerte la víctima después de haber pasado la noche en comisaría por tu conducta. El daño ya lo sufre Raúl, pero tú, como estás en tu mundo, ni te das cuenta. ¿Acaso te crees que tu hijo es ciego? ¿Que no se da cuenta de las cosas? Él ya sabe que no estamos bien, incluso se echa la culpa de todo. Pablo, sé un poco maduro por una vez en tu vida.
—¿Y cuál sería la solución, según tú? ¿Dejarlo todo?
—Quizás deberíamos plantear nuestra relación. Yo no puedo seguir así. No quiero.
—Creo que te precipitas Lucía, por favor, déjame descansar hoy, tú también necesitas un tiempo. Piensa en la familia, en los que nos conocen, en nuestro hijo.
Lucía no quiso decir nada más. Para ella, la decisión estaba tomada, no tenía ninguna duda de que lo que planteaba era lo mejor para todos. Pero aun así, aceptó recapacitar durante un tiempo. Quizás aquello le ayudaría a confirmar su elección.
Sin ninguna muestra de cariño, la chica subió a la habitación, con la mente enfocada en los beneficios y los perjuicios que podría causar la separación. Bajó la persiana y dejó la habitación sumergida en la oscuridad completa. Necesitaba dormir para descansar y tener las ideas claras. No podía cometer errores, por el bienestar de todos.
Tendida sobre su espalda, Lucía mantenía los ojos abiertos a pesar de que tan solo se percibía un negro opaco. Su mente no paraba de recapacitar sobre la idea del divorcio. ¿En realidad se trataba de la mejor opción? Tenía dudas, al fin y al cabo, Pablo podría estar pasando por un momento duro que no le permitiría centrarse en su vida y necesitaría acompañamiento. Si ese fuera el caso, lo estaría abandonando, y no se lo podría perdonar a sí misma.
Cerró los ojos y sus pensamientos cambiaron poco a poco. Continuaba a darle vueltas al posible divorcio, pero las ideas comenzaban a ir y venir sin previo aviso y algunas ya no tenían nada que ver con el problema que tenía. Una luz apareció en todo aquel caos, una bola de claridad que se amplió poco a poco, como si de una explosión se tratara, pero sin perjuicio alguno. Tras un momento de ceguera a causa de la luminiscencia, un precioso jardín apareció y envolvió a la chica, con una simple, pero hermosa, cabaña situada en la cima de una pequeña colina.
«Me suena este lugar» se dijo a sí misma.
Se podían distinguir decenas, cientos e incluso miles de tipos de flores diferentes que florecían en cada rincón de la colina y un camino limitado por cerezos que dejaban caer los pétalos de sus frutos ayudados por la brisa. Lucía caminó por aquel paraje y se dirigió hacia la cabaña casi de forma mecánica. Sabía que tenía que ir allí, pero no conocía la razón exacta. Entró a la cabaña y descubrió un hogar decorado de manera rústica, con madera y alfombras colocadas en puntos estratégicos para ofrecer un ambiente acogedor.
Conocía aquella casa, ya había estado allí. Tenía la sensación de que los recuerdos le iban a llegar de un momento a otro y luchaba por ello, pero no conseguía recordar nada. El lugar era espacioso, pero en el centro del mismo se encontraba una mesa encima de la cual había un colgante con forma de elefante de madera y una carta escrita a mano.
«Para Lucía, mi dulcinea» indicaba.
La joven dudó, la carta iba destinada para ella. Alguien sabía que entraría en aquella casa y que descubriría el mensaje. Pero... ¿Quién?
Con algo de estrés, pero mucha curiosidad, Lucía descubrió el contenido y comenzó a leer:
*****
«Bienvenida de nuevo, mi dulcinea, mi luz.
»Te he escrito esta carta para confirmarte que después de esperar durante mucho tiempo (no sabría decirte cuánto dado que en este mundo el tiempo es algo incalculable), he tomado la decisión de abandonar nuestro querido jardín de los mil colores y adentrarme en una nueva aventura. Me habría encantado que formaras parte de ella, pero entiendo, y con esto no te quiero culpar de nada, que tu marido y tu hijo han formado un gran peso en la balanza y has decidido en su favor.
»No te preocupes, nuestro espacio permanecerá ahí para siempre y podrás acceder a él siempre que lo necesites. Yo me habré perdido entre tanto, quizás habré conocido a alguien con quien pasar el tiempo y descubrir todo lo que me rodea. Esto es extraordinario.
»Espero que todos estén bien allí en la realidad, aunque yo ya casi no recuerdo nada de ello, para mí la verdadera vida es esta, pero sí que visualizo tu silueta, tu piel dulce y brillante, y la luz que emanas.
»Sé que no lo habrás pasado nada bien, sobre todo en el momento en que nos separamos, te conozco lo suficiente para estar segura de ello; pero también sé que, aunque al principio no lo quería aceptar, ha sido la mejor elección que hemos podido hacer, dado que por nada en el mundo te dejaría abandonar a tu hijo por mí.
»Solo me gustaría pedirte una cosa. No te preocupes, no es nada complicado: Por favor, recupera el colgante con forma de elefante que me regalaste. Yo lo llevo siempre conmigo y es lo único que me da fuerzas para afrontar cada aventura. Pensar que tú también lo llevas puesto, y que estamos conectadas de alguna forma, aunque solo sea a través de un colgante, me haría muy feliz y me ayudaría a aceptar tu pérdida.
»No quiero entretenerte durante más tiempo, sé que en tu mundo es muy preciado. Recuerda que te quiero mucho, que ha sido el caso desde que te conocí, y que nunca te olvidaré.
»Besos. Nisha.
*****
Lucía quería llorar, se encontraba desorientada. El sueño le había distraído durante unos instantes, pero ahora los recuerdos volvieron a su cabeza y se acordaba de todo. Quería a Nisha, la amaba, pero no podía dejar a su hijo solo, bajo ninguna condición. Recuperó el colgante que se encontraba sobre la mesa y lo colocó alrededor de su cuello. Necesitaba pensar en todo lo que le sucedía, reorganizar su vida y conocer sus prioridades.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro