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Capítulo 10

Lucía pasó varias semanas en depresión. No quería aceptarlo, pero la acción de abandonar a Nisha en el mundo de los sueños la perseguía sin descanso en su día a día. Era como si las ganas para realizar cualquier actividad, por muy cotidiana que fuese, se hubieran desvanecido por completo. Se sentía abatida, el sueño la envolvía como si se tratara de una carga pesada y de la que no podía deshacerse; por las mañanas era incapaz de despertarse por voluntad propia, en muchas ocasiones, era Raúl quien iba a buscarla a su cama y le obligaba a empezar el día.

El niño se había convertido en el motor que llevaba su vida, si no fuera por él, Lucía estaría atrapada en una especie de pozo imaginario muy profundo. En realidad, ya se encontraba allí, solo que por el momento, ese pozo contaba con una escalera de madera por la que la chica subía poco a poco hacia la libertad. Pero debía de tener cuidado, dado que cualquier tropiezo le haría caer de nuevo y, con probabilidad, para siempre.

Raúl se tumbó junto a su madre y colocó su cabeza sobre el vientre de ella mientras la abrazaba con sus manos y piernas. Quedó allí durante unos minutos, relajado. La habitación estaba oscura, la persiana dejaba entrar decenas de haces de luz por los huecos que quedaban entre cada lámina y permitía reconocer tan solo las siluetas de la madre y el hijo.

—Escucho tus tripas, dicen «grugrugru».

Lucía sonrió. Si no fuera por su hijo, habría olvidado lo que significaba esa sensación.

—¿Aún no has aprendido el idioma del estómago, creía que os lo enseñaban en la guardería?

—¿Existe un idioma para comprender el estómago? ¿Tú sabes lo que dice?

—Por supuesto, ahora mismo dice: «Dame de comer, de lo contrario, me comeré a Raúl». ¡Corre! ¡Tenemos que ir a desayunar!

El niño se levantó de un salto, gritaba mientras su madre le perseguía. Tenía la intención de bajar las escaleras, pero Lucía lo paró en seco.

—¿Sabes que las tripas prefieren a los niños que no se quitan las legañas?

Motivado por su madre, Raúl fue directo al cuarto de baño y, al acabar, bajaron al salón para desayunar mientras miraban los dibujos animados.

Era domingo, casi las diez de la mañana, Pablo llevaba despierto ya varias horas y había salido, como tenía la costumbre, para desayunar con sus amigos. El hombre sabía que su mujer no tenía ánimos para casi nada desde que anunciaron el coma de Nisha, así que prefería dejarla sola en casa para evitar conflictos.

La noticia llegó a Lucía a las pocas horas de dejar a Nisha en el jardín de los mil colores. Fue Indira quien llamó a la joven por teléfono para anunciárselo, al mismo tiempo que le imploró su ayuda para saber lo que había podido ocurrir y, en el caso, poder despertar a su hija de nuevo. Lucía, por compromiso, no pudo negarse; la herida que abrió en el mundo onírico se mantuvo descubierta durante todo ese tiempo y, a pesar de que ella acudía al hospital casi todos los días, sabía que todo aquel esfuerzo era en vano. Su amiga había tomado ya la decisión, no volvería a reencontrarse con ella en carne y hueso y, además, el tiempo para que un milagro sucediera se agotaba, puesto que el cáncer devoraba a la joven en su interior.

No resultaba fácil encontrase en aquella situación. Conocer el verdadero paradero de una persona a la que todo el mundo cree perdida y no poder hacer nada por remediarlo; darse cuenta de que mucha gente, familiares y amigos de Nisha, se esforzaban y dedicaban su tiempo y energía a una especie de culto que apenas mejoraría la situación.

En ocasiones sentía mucha rabia, tenía la necesidad de gritar y enfadarse con el cuerpo inerte de su amada, pero se controlaba con todas sus fuerzas para evitar alarmar a los familiares de la joven en coma. Muchas veces había llorado, como expresión última de aquella ira que no podía expresar. En innumerables momentos había dado todo por perdido, se había vuelto a casa y decidió realizar su vida y borrar de su mente todo lo que había ocurrido, sin éxito. Pero lo que más le dolía de todo aquello, es que Nisha había tomado la decisión de rendirse, de tirar la toalla y de dejarlo todo, incluso a ella.

Había pasado ya un par de meses desde que se separaron, las esperanzas eran mínimas y todo el mundo se preparaba para lo peor.

Lucía intentaba rehacer su vida y pensar lo más mínimo en aquella situación. Para ello, se apoyaba por completo en su familia y, en particular, en su hijo.

Aquel domingo, habían previsto visitar a los abuelos, los padres de Lucía, en familia, y así disfrutar antes del primer día y año de colegio para Raúl. Pablo llegó sobre las una de la tarde, recuperó a ambos y montaron en el coche para dirigirse al exterior de la ciudad, donde vivían los familiares.

—Tienes un olor horrible a cerveza, Pablo. Espero que no te pare la policía porque nos encontraríamos en serios problemas —dijo Lucía con disimulo para que Raúl no escuchara.

—Tranquila, es domingo. Está todo controlado.

La chica intentaba no dar mucha importancia a la rutina que su marido adoptaba desde hacía ya varias semanas. El alcohol comenzaba a volverse en un problema serio que les alejaba mucho más en su relación.

Ambos llevaban ya varios meses sin apenas hablar, nada más que lo necesario. Pablo veía en Lucía una especie de fuerza negativa que absorbía toda energía y de la que debía escaparse, lo conseguía gracias a sus amigos y al alcohol, por lo que no podía renunciar a ellos; Lucía, sin embargo, había olvidado lo que significaba la palabra felicidad, añoraba lo vivido con Nisha y, salvando la existencia de su hijo, se arrepentía de todo lo que formaba parte de su vida.

Resultaba un verdadero rompecabezas sin solución. En cierto modo, los dos necesitaban resolverlo y aclarar la situación en la que se encontraban, pero, por otro lado, ninguno tenía la fuerza, el coraje, o incluso las ganas de lanzar el tema.

Al llegar a casa de los padres de Lucía, Rodrigo y Daniela, ambos acogieron a los tres con los brazos abiertos. Raúl salió del coche mientras saltaba y gritaba de alegría y entró en la casa curioseando y descubriendo todo lo que encontraban. Los dos rondaban los cincuenta años, eran jóvenes y estaban acostumbrados a los niños. Y es que Lucía tenía dos hermanas más, así como un hermano y, en total, siete sobrinos.

—Este jovenzuelo sigue con el mismo vigor de siempre. ¡Qué le dais de comer, Dios santo! —exclamó Daniela.

—Yo creo que más bien se trata de un vampiro, nos absorbe toda la energía a nosotros.

Almorzaron un sabroso y cargado potaje de alubias con morcilla y chorizo que había preparado Daniela durante toda la mañana, antes de que llegaran y, tras él, esperaron la llegada de las hermanas de Lucía, Rita y Marina, que vivían en la ciudad. Su hermano Juan, sin embargo, estaba instalado a varios cientos de kilómetros.

Ambas llegaron con sus maridos y sus hijos. Por suerte, Daniela había previsto todo, preparó café y sacó varios dulces que dispuso sobre la mesa. Aunque todos vivían en la ciudad, ninguna estaba en el mismo barrio. Rita vivía a penas dos calles de su madre y Marina se encontraba en el otro extremo. Resultaba muy complaciente para Lucía vivir aquel momento, cambiar un poco su mente y poder disfrutar con personas con las que se sentía en seguridad. La rutina diaria y los acontecimientos de los últimos meses no la dejaban respirar y aquel reencuentro familiar le ayudó a despertarse.

—Entonces, ¿mañana es el primer día de Raúl en el cole? ¿Estáis nerviosos? En realidad poco cambia con respecto a la guardería. Aún recuerdo con Inés, nada que lamentar, creo que incluso estaba contenta de separarse un poco de nosotros —indicó Marina—. Sin embargo, con Rosa fue muy diferente, entró un año más tarde y como es tan asustadiza, no dejaba que nadie se le acercara, tuve que hacer de tripas corazón y largarme a pesar de que lloraba como si le hubieran maltratado.

—A Leo le queda todavía un año para empezar, pero vamos, pienso que no le costará mucho, sabéis que es bastante sociable; y Claudia aún es un pequeño bebé.

Lucía alababa a sus hermanas, ambas tenían dos hijos y los cuidaban sin ningún problema, por no hablar de su hermano Juan, quien tenía tres adorables niñas. Ella, sin embargo, gastaba toda su energía con Raúl, las enfermedades que pasó durante el periodo de lactancia fueron demasiado traumáticas para los tres y, en la actualidad, no tenía ningún pensamiento de volver a quedarse embarazada. Tenía conciencia de que era la hermana menor y de que le quedaba todavía mucha vida por delante para decidir lo contrario, pero bajo su opinión, mucho debían de mejorar las cosas, y en especial su relación con Pablo, para volver a reflexionar sobre ello.

El resto de la tarde pasó con tranquilidad, las tres hermanas, junto con la madre, hablaron sin parar de todo lo que les había sucedido en las últimas semanas durante varias horas, mientras que los niños jugaban en el patio de la casa y la bebé dormía plácidamente en su carrito, al lado de su madre; los hombres, por su lado, discutían de equipos y jugadores de fútbol.

—Bueno, por nuestra parte, creo que va siendo hora de irnos. Debemos preparar aún muchas cosas con respecto al comienzo del curso escolar de Raúl. Espero que todo salga bien. Ya os iré contando detalles por teléfono.

—¡Y una foto, por favor! Quiero ver una foto del pequeñín con la mochila colgada —pidió Rita.

Lucía guiñó el ojo en respuesta.

Llegaron a casa sobre las nueve de la noche. Antes de salir habían tomado unos bocadillos que Daniela les había servido y así podían librarse de la preparación de la cena. Tras una ducha de agua caliente que les permitió relajarse, la chica acompañó a su hijo hacia el dormitorio y así acomodarse para dormir.

Rubén fue arropado por su madre y esperó, como cada noche, a que ella le contara alguna historia gracias a las cuales solía dormir apaciblemente.

—Mañana es un gran día para tu vida, mi amor.

—Me he preparado muy bien, ya soy grande y fuerte, podré soportarlo. No te preocupes, mamá.

—No tengo ninguna duda. De todas formas, tengo que prevenirte de que no todos tus compañeros podrán soportar tanto como tú y, aunque veas que ellos tienen miedo, tú debes darles ejemplo y demostrar que eres el chico más valiente de todos.

Raúl asintió. Sentía algo de nervios por empezar y mucha motivación por descubrir lo que era el colegio.

—Mamá, sé que papá y tú no estáis bien. Ya no os veo dormir juntos y apenas os sonreís como hacíais antes. ¿Es por mi culpa?

—¡Para nada, mi amor! Cierto es que estamos pasando por un momento algo complicado, pero es normal entre los mayores, ya te darás cuenta algún día. En el colegio os enseñarán a hacer frente a todos esos problemas y estoy segurísima de que tú los lograrás solventar sin esfuerzo alguno.

Raúl sonrió.

—¿Me vas a contar un cuento hoy?

—Por supuesto, pero me tienes que decir sobre qué quieres que lo haga.

El joven pensó durante unos segundos, elevando los ojos. Se encontraba bajo la manta, cubierto hasta el cuello y con su madre a un lado.

—Me gustaría una historia de amor en la que dos personas se quieren mucho, como tú y yo.

Lucía reflexionó, no sabía si resultaba muy pronto para contarle aquella historia a su hijo, pero a ella le ayudaría, sin lugar a dudas.

—Érase una vez, dos chicas muy bellas y jóvenes que se querían muchísimo, pero que por varios motivos no podían estar juntas.

—¿Cómo se llamaban?

—Noche y Luz.

—Casi como tú.

—Una de ellas, Noche, era de piel morena y tenía el pelo y los ojos muy oscuros, mientras que Luz era todo lo contrario, muy blanca, más blanca que las sábanas que te rodean y con un cabello plateado, liso y largo.

»Ambas tenían unos sentimientos muy fuertes y no podían vivir la una sin la otra. Pero sus vidas no eran nada fáciles. La familia de Noche era algo complicada y no la dejaba ser libre, querían que su hija fuera tal y como ellos necesitaban, sin pensar en su bienestar; Luz, por su lado, se encontraba atrapada en una cárcel de la que no podía salir, ya que las llaves de la misma se encontraba en su propio corazón.

Raúl escuchaba sin perder detalle del relato, aunque sus ojos se cerraban poco a poco y el sueño ganaba la batalla.

—¿Cómo pueden hacer para estar juntas? —preguntó sin vocalizar bien y ya casi dormido.

—Gracias a sus imaginaciones crearon un lugar muy bello en una colina, con una casita en el centro y muchos animalitos alrededor. Se trataba de un paraje lleno de flores abiertas y bien cuidadas y lo llamaron: El jardín de los mil colores. —Lucía inspiró hondo, su hijo ya estaba dormido. Una lágrima brotó de sus ojos y recorrió su mejilla, pero quiso terminar la historia, utilizando los verdaderos nombres—. Nisha decidió quedarse allí para siempre en lugar de luchar, buscar a su amada y conseguir la llave incrustada en mi corazón. Una llave apodada Raúl.

La chica se movió con cautela para no molestar a su hijo y salió de la habitación. Aún le quedaba mucho por preparar para el primer día de colegio de Raúl, así que, tras secarse las lágrimas, bajó al salón, donde se encontraba Pablo viendo la tele. Lucía apenas le hizo caso, preparó los cuadernos que le encargaron para el comienzo de clases y lo colocó todo encima de la mesa. Se trataba de una lista bien detallada sobre lo que debía incluir, no quería fallar en nada, así que fue subrayando uno por uno los elementos a medida que los introducía en la mochila, de esta manera no se perdía.

Pablo observó lo que hacía su mujer, algo curioso.

—¿Necesitas ayuda?

—Tan solo estoy siguiendo una lista. Podré hacerlo sola.

El hombre bajó el volumen de la tele, se sentía algo incómodo y necesitaba hablarlo con su mujer.

—No sé lo que te pasa últimamente, pero necesitas cambiar de actitud. Sé que la muerte de tu amiga te ha afectado mucho, pero seamos sinceros, Lucía, no es familia tuya. Además, sé que está en coma, pero creo que su muerte es lo mejor que te habría podido pasar, esa chica no era una buena influencia para ti.

Lucía dejó de ordenar los utensilios de colegio de Raúl, quedó paralizada, con las manos apoyadas sobre la mesa y la mirada fija en el suelo. Podía entender que su marido no estuviera de acuerdo con la actitud que adoptó en estas últimas semanas, de hecho, era lo que esperaba, que se acercara a ella e intentara tranquilizarla y apoyarla como lo hacía en el pasado; sin embargo, no podía aceptar que hablara mal de Nisha, que le deseara la muerte y que insinuara que ella era una mala influencia.

—No voy a pelearme contigo, no tengo energía, Pablo. No te imaginas lo duro que ha sido para mí aceptar el problema de Nisha porque ni siquiera te has molestado en preguntármelo. Es lo que siempre te ha ocurrido, crees que nada tiene importancia y siempre me dejas a mí arreglarlo todo. ¿Acaso te has preocupado sobre qué necesita Raúl para el colegio? ¿A qué hora entra? ¿Cuándo tiene vacaciones? Te recuerdo que también es tu hijo.

—El otro día le traje una consola portátil de esas tan conocidas.

—Para un niño de cinco años, ¿No tenías mejores ideas? Quizás un coche le iría bien.

Pablo no sabía qué responder, estaba completamente perdido. Siempre que intentaba arreglar las cosas con Lucía, todo salía mal y acababa de mal humor. Aquello provocaba que no tuviera más interés en mejorar la relación, era como un bucle sin fin: Lucía no se encontraba bien y necesitaba la compañía de Pablo, mientras que él ya no quería pasar el tiempo con ella, puesto que a menudo eran disgustos y momentos tristes.

—Lucía, no vamos por el buen camino.

—Eso ya lo sé yo. No hace falta que me lo recuerdes. —Quitó las cosas que estaban sobre la mesa y las puso en un rincón, amontonadas—. Ya acabaré esto mañana.

—Me gustaría mejorar todo, pero no sé cómo hacerlo. En contadas ocasiones dejas que me acerque a ti.

—Quizás podrías empezar por pasar más tiempo con tu hijo. Él te echa mucho de menos, no sé si te has dado cuenta.

—Está grande y fuerte ya, lo único que necesita es empezar a descubrir mundo.

—Te lo repito por si no te has enterado hace cinco minutos. Es... un... niño —indicó Lucía mientras hacía énfasis en cada palabra.

—Lo sobreproteges. Créeme.

La mujer alzó los ojos al techo y resopló.

—Estoy cansada. Imagino que dormirás aquí en el sofá, como las..., déjame pensar, dos últimas semanas. Buenas noches.

La mujer subió las escalares hacia el dormitorio. Pablo no se movió del sofá, ni siquiera apagó la luz del salón, tan solo se tumbó y cerró los ojos.

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