6. Tarde de domingo (pt. 2)
Carlos no vio el papel hasta que estuvieron listos para volver a casa. Lo guardó en su bolsillo rápidamente, antes de que Mariel pudiese verlo. Sabía que era otro mensaje de aquél desgraciado que lo estaba molestando. Lo miraría más tarde, cuando estuviera solo en casa.
La tarde había sido maravillosa: Habían almorzado juntos, se habían bañado en el río, y habían jugado al voleibol en la playa, además de pasar otros momentos románticos juntos, por supuesto, aunque en éstos ya no se habían conectado de la misma forma como al mediodía. Carlos había vuelto a subir sus defensas, y Mariel había decidido mantenerse alejada de su mente. Pensaba que era demasiado arriesgado.
Ahora estaban cansados y, aunque todavía tenían muchísimas ganas de estar juntos, ya era la hora de volver a casa. Mariel había prometido a sus padres que estaría de vuelta antes de las ocho de la noche. Era una promesa que debía cumplir si quería ganarse su confianza. Más adelante, podrían estar juntos por mucho más tiempo. Mariel encontró consuelo en pensarlo así.
Una vez en casa, Mariel se dirigió a su habitación. Grande fue su sorpresa cuando vio a Gisela sentada en su cama, esperándola.
–¡Hola Gi! –la saludó sonriente–. ¿Cómo va? ¿Hace mucho que me estás esperando? –Gisela estaba menos alegre de lo normal; Mariel podía darse cuenta que algo perturbaba la mente de su amiga. La conocía demasiado bien como para que eso se le pasara por alto.
–Todo bien –le contestó Gisela, serenamente–. Hace unos diez minutos que llegué. Tu mamá me hizo pasar, dijo que no te demorarías. No te avisé que venía porque mi teléfono se quedó sin crédito. Como siempre…
Mariel se rió. No era poco común que Gisela hablase mucho por teléfono. En realidad, pasaba horas hablando, y enviaba mensajes de texto casi todo el tiempo.
–¿Felipe? –preguntó Mariel, casi segura que esa sería la razón de tanto gasto telefónico.
–Sí–respondió Gisela, sonando poco segura–… entre otras cosas –y luego pausó unos segundos antes de seguir hablando–. De todas formas, vine porque necesitaba hablar con vos… Hay algo que me preocupa.
–Qué es lo que te preocupa tanto? –preguntó Mariel, mientras se sentaba al lado de su amiga.
–Bueno… últimamente, desde de que empezaste a verte con Carlos no hemos tenido mucho tiempo para hablar. Ya casi ni nos vemos –le reprochó Gisela.
Era cierto, ya no iban juntas a la escuela porque Carlos la pasaba a buscar todos los días y, de tarde, sus padres insistían en que estudiase e hiciera sus tareas. Además, siempre debía ayudar a Vanesa con las suyas. Después de hacer todo lo que debía hacer, ya no le quedaba casi tiempo para verse con sus amigas.
Sabía que igualmente podría haberlo hecho esa semana si lo hubiera querido, pero no se había animado. No sabía cómo contarles lo que había experimentado con Carlos esa noche en el baile del sábado anterior; no sabía cómo explicar esa conexión entre ellos, ni mucho menos las cosas horribles que había visto, y la terrible pesadilla que había tenido. Pensaba que tal vez era mejor guardarse todo eso para ella misma, al menos por cierto tiempo. Ana y Gisela no lo interpretarían de buena manera.
–Perdón –se disculpó Mariel con sinceridad–. Mi cabeza estuvo en cualquier parte esta semana. Voy a tratar de verlas más a vos y a Ana. Lo prometo. –Gisela sonrió, obviamente sintiéndose un poco mejor.
–Me parece bien –dijo–, pero eso no es lo que más me preocupa. No sé cómo lo vas a tomar… pero hay algo sobre Carlos que no me convence… –Se notaba que Gisela realmente estaba teniendo dificultad para expresar lo que quería decir.
–¿Qué? –pregunto Mariel, confundida–. ¿Hay algo mal con él? ¿Te dijo algo? ¿Qué te hizo? –Gisela sacudió la cabeza.
–No, no me hizo nada… pero me parece que hay mucho que esa familia esconde. Felipe… hay muchas cosas que no me quería contar tampoco. Y cuando le pregunté por Carlos, no me quiso contestar. Evadió la mayoría de mis preguntas por más tontas que hayan sido. –Mariel le miró sorprendida.
–Gise… no me digas que lo estuviste interrogando… –Gisela tragó saliva.
–Bueno… sí, un poco. Y se me enojó porque aparentemente yo quería saber más sobre su hermano que de él. Lo que pasa es que me preocupo por vos… no quiero que estés saliendo con alguien que a la larga te vaya a romper el corazón, o que te decepcione. Soy tu amiga y me preocupo. ¿Podés culparme por eso? –Mariel la abrazó bien fuerte.
–No, no te culpo. Yo también me preocupo mucho por vos. ¿Pero no te parece demasiado? Y…. ¿Todo bien con Felipe? –preguntó Mariel. Gisela dejó salir un fuerte suspiro y sacudió la cabeza.
–No… no nos vamos a seguir viendo. Terminamos. Igual, creo que nunca lo quise. Ya voy a encontrar otro mejor. Vas a ver. –En eso no mentía. Gisela cambiaba de novio como de calzones.
–Okay –aceptó Mariel–, pero la próxima que te dure más tiempo. Prometémelo.
Cualquier otra persona se hubiese ofendido, pero Gisela se echó a reír.
–Lo voy a intentar –dijo–, pero no te prometo nada.
Mariel estuvo a punto de contarle a Gisela las cosas extrañas que habían estado sucediéndole con Carlos, incluso le iba a contar sobre la carta que le había llegado unos días atrás, pero decidió callárselo. Tal vez otro día se lo diría, cuando Gisela estuviese de mejor humor y con menos sospechas sobre él.
Luego de charlar otro rato, Gisela se fue a su casa. Mariel agarró su teléfono y le envió un mensaje a Carlos: “Ya te extraño a horrores, vida. No veo las horas de verte”.
Luego, todavía sentada en su cama, agarró lápiz y papel y se dispuso a escribir, lo que fuera que sus sentimientos, y su alma, le dictasen.
Ni bien Carlos llegó a su casa, ignoró a sus padres, quienes querían saber cómo le había ido en su cita con Mariel, y se fue a su habitación. Quería privacidad para ver el papel que le habían dejado en su moto. Se sentía nervioso al no saber con qué se iba a encontrar. Esperaba cualquier cosa y no estaba equivocado. Es más, el contenido del sobre, resultaría ser mucho peor de lo que se él había imaginado.
Se sentó en su cama y abrió el papel. Su rostro se endureció con terrible enojo mientras lo leía.
“No te atrevas a volver a la escuela, ni volver a poner un pie en Villa Rita. Si lo haces, revelaré tu secreto a tu querida novia. Estás advertido. Para que veas que estoy hablando en serio, revisa tu e-mail,” decía el horrible mensaje.
“¡¿Quién es éste para atreverse a decirme lo que tengo que hacer?!”, pensó Carlos, furioso, con ganas de romper todo, de matar a alguien. Golpeó la pared con fuerza, lo que causó que sus puños quedasen muy doloridos. Carlos sabía que Mariel se enfadaría al ver cómo él estaba arruinando su antigua habitación. Encima, todavía no había reparado el daño que había causado en la puerta un par de días atrás.
Carlos abrió su casilla de correo, tratando de adivinar qué demonios podría haber recibido allí. ¿Cómo habían adivinado su correo? ¿Lo habrían tomado de Facebook, tal vez?
Tenía un correo de un tal Anónimamente Anónimo. En el e-mail había varias fotos adjuntas. Las descargó una por una en su computadora, y luego las abrió, horrorizado por lo que vio.
–¡¡¡NO!!! –gritó Carlos con la fuerza que le permitían sus pulmones. La cual era… mucha. No podía ser cierto. Tenía que ser mentira.
En las fotos estaba él durante la última noche de luna llena, transformándose en hombre lobo. Había fotos de principio a fin, todas tomas buenas que mostraban el proceso completo por el cual había pasado para transformarse en lobizón. No había lugar a dudas que la persona en las fotos era él.
En algún momento alguien debía de haber instalado una cámara oculta en el galpón que su padre había convertido en jaula. Las imágenes habían sido tomadas desde una de las ventanas, eso podía verse muy bien el ángulo.
Lo extraño para Carlos era que no había podido sentir el olor a ningún extraño en su casa, por lo que no había sospechado que alguien podría estar tendiéndole una trampa… pero tampoco sentía aroma a persona alguna en los sobres que ese imbécil le había enviado. Quizás esa persona habría encontrado una manera de esconder su olor. Generalmente, el uso de algunas hierbas, como la ruda, servía para tal fin.
“¡¿Cómo hace este hijo de puta?!”, se preguntó, sin poder controlar la ira que se acumulaba en su interior.
Los padres de Carlos estaban entrando a su habitación, habían escuchado sus gritos exasperados, y querían saber qué estaba sucediendo.
–¿Qué pasa hijo? –preguntó su madre.
–Nada mamá –mintió Carlos, forzándose a tranquilizarse para no preocuparlos–. Simplemente me di cuenta que me olvidé de hacer la tarea de mañana. No es nada.
No era una buena excusa, y sus padres no le creyeron, mas decidieron que era mejor dejarlo solo para que lidiase con su tumulto interno, y se fueron de vuelta a la cocina.
Carlos no podía contarles la verdad a sus padres, por mucho que confiara en ellos para todo. Si lo hacía, ellos no dudarían en volver a mudarse, en irse a otro lugar lo más lejos posible; seguramente fuera de la provincia, más al norte, o tal vez en el sur donde los lobizones aún no habían marcado su territorio. Sus padres pensarían en algún buen lugar donde su acosador no pudiese encontrarlos. Ellos tendrían mucho temor de que esta persona publicase sus fotos, de que los diarios vinieran a entrevistarlo, y que las autoridades lo encerrasen pensando que era una amenaza.
En fin, las posibilidades eran infinitas y todas eran negativas. No había futuro positivo para un lobizón descubierto por el público, mucho menos si se descubría que una vez había probado carne humana. Nadie podía saberlo.
Carlos no quería tener que irse de ese lugar. No podría soportar estar lejos de Mariel, ahora que había encontrado alguien con quien podía sentir de esa forma. Pero tampoco podía permitir que este hijo de su madre le contase su secreto a su novia. Si alguien lo haría, ese sería él y nadie más. Pero aún no estaba preparado para ello, y tampoco quería tener que hacerlo. Lo evitaría en la medida que le fuera posible.
Tras discutir consigo mismo por un largo rato, Carlos decidió que debería mantenerse alejado de Villa Rita por un tiempo, al menos por la siguiente semana, o hasta poder tener la situación bajo control. Inventaría un plan para que sus padres se lo permitiesen. O no… tal vez sólo bastaría con sobornar a su hermano para que diera una excusa a las autoridades escolares, y para no les dijera a sus padres que estaba faltando a clases. Esa sería la mejor forma, ya que Felipe sería un buen aliado, y no necesitaría contarle toda la verdad para que accediera a ayudarlo. Felipe debería aprender a confiar en sus razones.
Mariel escribió por un largo rato. Luego leyó el poema que había escrito, sorprendiéndose de que esas palabras hubieran salido de su mente. No recordaba haberlas pensado con anterioridad.
Oscuro eres tú por fuera y por dentro,
callejones negros iluminados por la luna
son los caminos de tu alma.
Pero oh, amor mío, mi alma gemela,
yo los transito sin miedo alguno,
llevando luz dentro tuyo,
iluminando todos tus rincones,
recordándote que no todo,
no todo está perdido.
No temas, no te resistas,
deja que mi luz brille.
Yo soy tu luna,
yo te doy luz.
Yo soy tu luna carmesí.
Y aunque estas palabras no tenían demasiado sentido para ella, entró a su blog y publicó su poema, viendo que todavía no había comentarios en su post anterior. Quizás sus amigas ya no se interesaban por sus poemas y pensamientos.
Cuando se acostó en su cama, ya lista para dormir, Mariel se puso a pensar en lo que había visto cuando estuvo conectada al interior de Carlos. Esos largos pasillos… ese jardín tan oscuro. ¿Tendría que ver con lo que había escrito? Era muy posible… pero, ¿cómo?
El plan que Carlos había ideado era prácticamente a prueba de fallos. En la escuela, Felipe diría que él estaba visitando su abuela en Corrientes, porque ésta estaba muy enferma y necesitaba ayuda. En su casa, sus padres pensarían que ambos estaban en la escuela ya que, como todas las mañanas, Carlos y Felipe saldrían juntos en la moto y volverían de la misma manera. Sin embargo, Carlos no iría hasta Santa Rita sino que se bajaría antes, en algún lugar que todavía debía decidir. Felipe se iría solo en moto hasta la escuela y luego volvería a buscarlo. Se mantendrían comunicados por celular. Era un plan perfecto, y nadie sospecharía nada siempre y cuando Felipe supiese mentir bien.
Su hermano no estuvo para nada contento cuando Carlos le contó su plan, y mucho menos cuando se negó a explicarle por qué lo hacía. Sin embargo, decidió que podía confiar en él, y que le ayudaría a llevar a cabo su plan.
Lo que más le dolía a Carlos era tener que volver a mentirle a Mariel, pero no había nada más que hacer. Antes de poder volver a ver a su amada, debería encargarse él mismo de ese desgraciado que estaba haciéndole su vida imposible. Trataría de develar su identidad, y se encargaría de él lo más pronto posible. Luego podría volver a vivir su vida de la forma más normal posible que pudiera vivir un lobizón adolescente como él.
***
Y aquí es cuando el drama y el misterio comienzan a intensificarse...
¿Qué tal la historia hasta ahora?
Si la están disfrutando, los invito a seguirla en facebook www.facebook.com/MiLunaCarmesi.com
Tampoco me vendrían mal algunos votos y comentarios ;)
Besos!
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