6. Tarde de domingo (pt. 1)
La semana siguiente fue bastante tranquila. Carlos se había dedicado a averiguar si alguien de su pueblo se había mudado a Villa Rita durante los seis meses posteriores a su primera transformación. Los resultados fueron todos negativos. Su conclusión entonces fue que alguien de este pueblo lo había descubierto de alguna forma. ¿Pero quién? ¿Cómo?
Luego de pensarlo bastante, decidió que su mayor sospechoso era Riki. Él era el único que lo odiaba lo suficiente como para molestarlo de esa forma. No sabía cómo podría haber averiguado tanto sobre su pasado, pero debía ser él. Carlos había decidido seguirle sus pasos, pero Riki no se había comportado de manera sospechosa durante toda la semana. De todas formas, Carlos tampoco había recibido ningún tipo de mensajes así que no podía descartarlo totalmente. Tampoco lo había hecho Mariel o, si lo había hecho, ella no había dicho nada… Mas Carlos tenía el presentimiento que pronto volvería a saber de aquél que conocía su secreto.
Todas las mañanas había ido a buscar a Mariel para ir a la escuela. Una vez, incluso se habían escapado diez minutos a la plaza después de clase. Pero los padres de ella no los dejaban encontrarse entre semana; solamente tenían permitido verse unas pocas horas durante los fines de semana. El padre de Mariel había sido muy claro al respecto. Luis Gleim era un padre celoso y desconfiado, pero Carlos estaba contento que así fuera. Sabía que su suegro cuidaría bien de su novia.
Los padres de él, al contrario de lo esperado, habían reaccionado de manera positiva cuando se enteraron que él había empezado a salir con Mariel. Pensaban que ella le daría más sentido a su vida, que lo alentaría a seguir siendo una buena persona a pesar de su maldición. Su madre bien sabía que a veces el lobo podía dominar la vida quien estuviera maldito. Ella aseguraba que el amor ayudaba en gran manera a luchar contra eso, a evitar que esa semilla negra que se encontraba en su interior creciese y se reprodujese.
Eso sí, sus padres habían sido muy claros en una cosa: de ninguna manera podía dejar que ella se acercara a él la noche de la luna llena, ni siquiera durante las horas previas a la transformación. El lobo recordaría su aroma y, si por casualidad se liberaba, podría llegar a rastrearlo hasta donde fuese que ella estuviera. Los lobizones eran muy buenos rastreadores.
Su madre le había contado historias de cómo algunos de ellos se aseguraban de olfatear a sus enemigos antes de transformarse, para luego encontrarlos y matarlos. El lobo, indefectiblemente, iría tras lo último que había olfateado, sabiendo que esa era la víctima que debía atacar.
La sola idea de que la bestia pudiese ir tras Mariel le causaba pesadillas. Él mataría y moriría por ella. Jamás se perdonaría si el lobo le hiciera daño; no podría seguir viviendo si eso ocurriese.
Mariel y Carlos habían decidido no ir al baile ese fin de semana. No era el mejor lugar para encontrarse, ya que no querían ser el centro de atención; demasiado hablaba la gente ya. Se verían en el balneario, el domingo al mediodía y harían un picnic allí. Si hacía suficiente calor, hasta se zambullirían en el río. Corría ya la mitad de marzo, pero todavía hacían días calurosos.
Efectivamente, ese domingo hacía mucho calor. Mariel se puso un top color rosa y unos jeans cortos que dejaban ver casi la totalidad de sus piernas.
Cuando su padre la vio salir vestida de esa forma, le dedicó una mirada fulminante que demostraba su no aprobación por su vestimenta. Sin embargo, antes de que él pudiese ordenarle a su hija adolescente que fuera a cambiarse, Carlos apareció frente a su casa, montado a su moto, y Mariel aprovechó a irse lo más rápido que pudo. Ella subió a la moto y se sostuvo fuertemente de la cintura de su novio.
Él llevaba puesto una camisa negra ajustada que hacía que se marcasen bien los músculos de su torso y brazos, dejando poco a la imaginación de Mariel, cuyos ojos se habían fijado en sus pectorales por unos momentos antes de subirse a la moto. Ella no podía creer que Carlos tuviese tal musculatura. “Debe levantar pesas todos los días,” pensó Mariel.
Tomaron el camino rumbo al río. Debían recorrer ocho kilómetros, por lo que no tardarían más de cinco minutos al ritmo que iba Carlos. Él aprovechó a acelerar al ver que pocos autos transitaban ese camino vecinal. Mariel se sostuvo más fuerte de la cintura Carlos. No estaba acostumbrada a la velocidad, y Carlos sonrió satisfecho. Había obtenido el efecto deseado, la tenía aún más cerca. Él había estado esperando toda la semana para poder tener unos momentos a solas con ella. Ese día debía ser perfecto.
Era la primera vez que Carlos venía a este lugar, así que Mariel debió indicarle dónde estacionar la moto. Buscaron un buen lugar frente al río que se encontrase bajo la sombra, pusieron allí el mantel que Mariel había traído en su mochila y se acostaron sobre él, mirando al cielo mientras se abrazaban con mucho cariño.
Todavía faltaba un buen rato para el mediodía. Mirando hacia la derecha, podían ver la playa a sólo unos cien metros de distancia, y hacia la izquierda, se encontraba la sección de camping. Había varias carpas y personas haciendo lo suyo, pero no había nadie mirándolos. Carlos sonrió dulcemente y miró a Mariel a los ojos, mientras la acomodaba entre sus brazos. Mariel también le sonrío, sus ojos le decían que ella estaba tan feliz como él de estar juntos allí en ese lugar, ese día.
–¿Sabes algo? –le preguntó Carlos.
–¿Qué? –respondió ella.
–Te quiero –le confesó con ternura–. Más que a nada en este mundo.
–Yo también te quiero –le dijo ella suavemente; luego no hubo ya más palabras. Los dos se fundieron en un tierno beso, un beso que prometía no acabar. Y dejándose llevar, sin que Carlos pudiera siquiera darse cuenta de lo que sucedía, las defensas que había construido alrededor de su mente se derribaron, dejándole a Mariel las puertas abiertas de par en par.
Mariel se sentía tan bien con Carlos que sabía que nada podría hacerla sentir mal mientras estuviese con él, besándolo. Sentía que había algo que los unía cada vez más y más. Por eso, cuando ella menos se dio cuenta, estaba atravesando una puerta invisible, adentrándose en la mente de Carlos. Sabía que ése era el lugar al que estaba yendo, pero ya no era consciente de su cuerpo, lo había dejado atrás.
Miró a su pecho y pudo ver un cordón de plata saliendo de él. El cordón se perdía en la distancia y Mariel decidió seguirlo, tomando un largo pasillo. A medida que ella avanzaba, el cordón se hacía cada vez más corto, pero más fuerte. Ella cruzó otra puerta, y se adentró en un jardín oscuro. Parecía ser de noche. Todo estaba negro, pero en el jardín había unas hermosas rosas rojas que brillaban a pesar de la oscuridad, como si una luz propia irradiase de cada una de ellas.
Mariel caminó otros pasos más, y encontró la otra punta del cordón plateado. Estaba en el pecho Carlos, el cordón la unía a él. Él estaba sentado en el suelo, en el medio del gran jardín. En sus manos sostenía una mariposa negra de gran tamaño. La mariposa estaba muerta, y él se encontraba terriblemente afligido por ello.
–Carlos… ¿Qué pasa –le preguntó Mariel con toda la dulzura de su voz, mientras se sentaba a su lado.
–La maté –le contestó él–. Era bella y le gustaba la noche, pero yo la maté.
–No te aflijas por eso –le dijo Mariel–. Era tan sólo una mariposa. –Pero Carlos no parecía hacerle caso; su aflicción lo seguía aquejando.
–Yo tan sólo quería jugar con ella, no fue mi intención.
Mariel no sabía que más decirle. Sabía que había algo mal con este Carlos en su interior. ¿Pero cómo podía ayudarlo?
Carlos no estaba seguro de lo que estaba sucediendo. Sabía que él estaba dentro de la mente de Mariel. Podía ver muchísimas imágenes dentro de ella: Había tanta luz, tanto amor, tanto sol que no quería salir de allí ya que se sentía refugiado. Pero… si él estaba dentro de la mente de ella, eso quería decir que ella también estaba dentro de la suya, y eso no podía estar bien. Desesperado, Carlos corrió a través de diversos pasillos, tratando de encontrar la misma puerta por la que había entrado, y entonces salió de allí, rompiendo así también el beso que los unía.
Mariel estaba a punto de abrazar al Carlos dentro de la mente de su novio, para intentar reconfortarlo pero, de repente, se vio siendo arrastrada lejos de él, volviendo atrás el mismo camino por el que había entrado. Vio las hermosas rosas rojas esfumarse, recorrió el largo pasillo en sentido contrario hasta que, finalmente, fue expulsada por la misma puerta por la que había entrado. Abrió sus ojos, dándose cuenta que Carlos había roto el beso.
–Qué pasó? –le preguntó, mirándolo confundida.
–No estoy seguro –mintió Carlos–, Pero me parece que lo que estábamos haciendo puede ser peligroso. Tenemos que tener cuidado.
Mariel asintió. Tener tal conexión era algo hermoso, posiblemente la mejor experiencia que había vivido; pero también era algo que ninguno de los dos sabía manejar, y ella era consciente de ello. ¿Qué pasaría si la próxima vez que se conectasen de esa forma no pudiesen separarse? ¿si no pudiesen despertarse? “Carlos tiene razón,” decidió. Deberían tener más cuidado.
A lo lejos, un par de ojos los miraban cautelosamente. Él los había seguido hasta allí, los había visto besarse apasionadamente, sin separarse durante más de una hora, y eso le deba muchísimo enojo. Odiaba que él tocase a Mariel de esa forma.
Era su misión prestar atención a todo lo que estos dos hiciesen, y lo que recientemente habían hecho no podía estar bien. Odiaba a Carlos con pasión, aunque no lograse odiar a Mariel, por más que así lo quisiera. Él la amaba y debía separarlos, cueste lo que cueste. Seguiría el plan al pie de la letra.
Entonces, escribió una nota en un papel y lo dobló minuciosamente, dejándolo en la moto de Carlos, antes de desaparecer.
...
Hmm... ¿quién será? ¿quién será?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro