4. Bailable (pt. 1)
Ya habían pasado cuatro días desde que lo había conocido a Carlos. Era viernes, mas Mariel no había logrado dirigirle una sola palabra aún. Él se mostraba resuelto a escapar de ella, parecía saber de antemano en qué lugar ella estaría en los recreos; y aunque ella recorriese toda la escuela a fin de encontrarlo, él siempre estaba un paso adelante, moviéndose antes que ella pudiese alcanzarlo. Esto le resultaba demasiado frustrante, al punto que ya se había cansado de intentarlo.
Como Mariel había podido predecir, Gisela se había interesado en Felipe, el hermano de Carlos, quien resultaba además ser su mellizo. Gisela ya había averiguado todo sobre él, y había descubierto que los Contreras eran la familia que se había mudado a la antigua casa de los Gleim, y hasta incluso sabía en qué habitación dormía cada uno de los apuestos hermanos. Carlos dormía en la que le una vez había pertenecido a Mariel, lo que para Mariel era un motivo más en su enorme lista de razones por las que sentirse tan atraída a ese chico misterioso.
Al día siguiente habría bailable y ella por primera vez en su vida iría a uno. Le había costado demasiado convencer a sus padres, pero ellos finalmente le habían permitido ir. Por su parte, Gisela había utilizado sus encantos para convencer a Felipe de que fuese, y le había pedido que por favor llevara a su hermano consigo. Felipe le había asegurado que no le sería fácil, pero había prometido intentarlo. Era obvio que a ese chico le gustaba mucho Gisela ya que la seguía a todas partes, y hacía todo lo que ella quería. Mariel pensó que Gisela lo tenía como embrujado. Era la mejor manera de definir el actuar del chico.
Ese viernes Carlos se sentía exhausto. Por supuesto que no había dormido nada. La noche anterior había sido la luna llena, y se había transformado en un galpón vacío que su padre había convertido en prisión para el lobo. La experiencia les decía que dejarlo suelto no era lo más conveniente. Y por más que el campo estuviese cercado, cuántas más precauciones se tomasen, mejor.
Se había despertado desnudo, tirado en el suelo de su nueva jaula. Le dolía cada músculo de su cuerpo, pero se sintió aliviado porque el lobo no había logrado escaparse. Obviamente lo había intentado; había rasguños en las paredes, pero las rejas en la puerta y en las ventanas estaban todavía intactas.
En un momento Felipe apareció y abrió la pesada puerta de hierro, tirándole una muda de ropa para que se pusiera.
–Más te vale que te bañes antes de ir a la escuela –advirtió–. Tenés un olor a perro que espanta.
A Carlos le dieron ganas de estampillar a su hermano contra la pared, pero de alguna manera logró controlarse. No lo hacía por su hermano, sino por sus padres. Su amor y respeto hacia ellos eran más fuertes que su ira, que se le acumulaba fácil y rápidamente en muchas ocasiones. A pesar de eso, había prometido no volver a levantar su mano contra su hermano, y pensaba mantener su palabra. En vez de reaccionar, Carlos se vistió con rapidez y se fue a bañar.
–Mañana va a haber baile en Villa Rita. ¡Tendríamos que ir! –gritó Felipe desde afuera del baño, mientras su hermano se encontraba en la ducha.
Carlos se preguntó por qué Felipe le hablaba tan fuerte, sabiendo que desde su transformación él podría escuchar incluso un susurro.
–Hmmm… no sé si esa es una buena idea –le contestó.
–¡Dale! –Felipe insistió–. ¿Hace cuánto que no salís a divertirte?
–Está bien, lo voy a pensar –contestó Carlos mientras salía de la ducha y se ponía la toalla alrededor de su cintura. Más tarde decidiría si hacerle caso a su hermano o no, de momento simplemente se lo quería quitar de encima.
Mientras se vestía, pensó que en parte Felipe tenía razón. Era cierto; hacía unos cuantos meses que no salía a divertirse. Tal vez porque no le encontraba mucho sentido. No tomaba bebidas alcohólicas porque tenía miedo que el alcohol lo llevase a perder el control, y tampoco deseaba bailar con ninguna chica. Las fiestas no eran el lugar indicado para un hombre lobo tan antisocial como era él. Sin embargo, finalmente decidió que tal vez por esa vez podía hacerle caso a su hermano e intentar divertirse un poco. “Sólo por esta vez,” se repitió.
Esa semana no había podido dejar de pensar en el sueño que había tenido con esa chica Mariel. Estaba intrigado por la visión de ese cordón plateado que los unía. Había pasado horas buscando en Internet sobre eso que había visto, y había descubierto que muchos relacionaban a los cordones plateados con la supuesta unión que existe entre dos almas gemelas. Había miles de ejemplos y experiencias que otras personas relataban, y Carlos leyó todos los que pudo. Teóricamente, cuando ambas almas gemelas se encuentran en el mundo de los sueños, también llamado plano astral, es posible ver ese cordón. Las almas gemelas se pueden encontrar en ese plano de manera consciente o inconsciente, de forma intencional o sin quererlo.
Todos los que manifestaban haber encontrado su ama gemela afirmaban que desde que habían conocido a la suya no habían podido sentirse completos a no ser que estuviesen cerca del otro; sentían como si la vida no tuviese sentido sin la otra persona.
Carlos pensaba que esa idea era un poco escalofriante; lo asustaba. Había leído todas las características que las almas gemelas supuestamente tenían, y se había dado cuenta que poseía la mayoría de ellas. ¿Sentiría Mariel lo mismo? ¿Sería ella realmente su alma gemela? Todo le indicaba que sí, pero él se negaba a aceptarlo. No podía ser cierto. Él no merecía ser amado. Ninguna chica merecía estar atada a alguien como él.
Su promesa de mantenerse alejado de ella seguiría en pie a pesar de lo que fuera que descubriese. Carlos estaba dispuesto a hacer lo posible por no intervenir en su vida. Sabía que ella había estado intentando hablar con él durante toda la semana, y por eso había hecho todo lo posible por evitarlo. Cuando sentía su aroma acercarse, Carlos se iba en otra dirección antes que ella pudiese verlo. Era como jugar a las escondidas. Él realmente esperaba que ella pronto se diese por vencida y no lo buscase más. ¿Pero sería tan fácil?
Mariel y Gisela habían pasado todo el viernes por la tarde haciendo planes para la salida del sábado. Habían comprado ropa y zapatos nuevos, habían decidido qué carteras usarían, así también como el color de sus maquillajes y los accesorios que se pondrían.
Ana no había participado en los planes porque no quería salir, o tal vez porque no le dejaban, como sospechaba Mariel, pero de todas formas había accedido a peinarlas y ayudarlas con el maquillaje. Se le daba muy bien todo eso. En realidad le encantaba, pero las fiestas ya no tanto. Siempre había sido la más reservada de las tres, la más tímida con los varones. Pero siempre estaba dispuesta a escuchar y ayudar, aunque lo que le contaban luego le hiciese erizar la piel.
Mariel estaba feliz de tener las dos amigas que tenía, y no podía imaginarse la vida sin ellas. No importaba si el resto de sus compañeras de clase alguna vez llegaban a odiarla, o sintiesen envidia de ella. Ana y Gisela eran las únicas que quería como amigas. Ninguna de las demás existía en su universo.
Cuando Mariel entró al baile junto con Gisela ese sábado a las doce de la noche, se quedó maravillada por la cantidad de luces danzando sobre la pista. Nunca antes había estado en lugar, nunca antes se lo habían permitido.
Ambas caminaron hasta cerca del centro de la pista de baile, mirando a sus alrededores, viendo si Carlos y Felipe estaban allí. Efectivamente. Carlos estaba inclinado contra la pared, con un vaso de gaseosa en la mano. Parecía distraído, pensativo. Felipe se encontraba a su lado, mirando en dirección a un grupo de chicas a solo unos metros de distancia.
–¡Éste es el momento perfecto para que le hables! –Gisela gritó para que Mariel la pudiese escuchar. La música sonaba tan fuerte que había que forzar la voz.
“Esta vez no se me va a escapar,” pensó Mariel mientras caminaba directo hacia él con paso seguro. Gisela la acompañó para darle aún más seguridad.
Carlos no la había visto venir, no la había escuchado ni había podido oler su suave aroma a flores silvestres. La fuerte música hacía que sus sentidos de disminuyesen en gran manera, y además había mucha gente. Mas allí estaba ella, ahora haciéndole frente. Lucía muy hermosa con ese vestido rojo cayendo apenas un centímetro sobre sus rodillas, amoldándose perfectamente a su femenina figura. Carlos no podía dejar de mirarla, casi hipnotizado.
–Hola, Carlos. ¿Cómo estás? –lo saludó ella con una amplia sonrisa en sus labios. Él podía notar que, por más que ella intentaba verse segura, estaba muy nerviosa en su interior.
–Bien –contestó él, a la vez que su hermano tomaba la mano de Gisela y se dirigía hacia la pista junto a ella. “Perfecto,” pensó. “Me tendieron una trampa estos tres.”
–¿Querés bailar? –preguntó ella, cautivándolo con su encantadora sonrisa
“¡No se puede decirle que no a una chica que te invita a bailar!”, pensó Carlos casi con desesperación, y le devolvió la sonrisa, ofreciéndole su mano. La llevó hasta la pista, y un millón de sensaciones distintas inundaron su cuerpo al tiempo que tocaba la suave mano de Mariel. Ya no había forma de echarse atrás, tendría que bailar con ella por un rato, aunque solo eso fuera.
La primera canción era bastante movida, así que simplemente entrelazó los dedos de sus manos con los de Mariel, y se dejó llevar por la música, bailando fluidamente sin que sus cuerpos necesitasen rozarse. Pero luego de un par de temas, vino una canción romántica y, para ese entonces, sus defensas estaban mucho más bajas; ya estaba mucho más relajado. Entonces puso una mano sobre la espalda de Mariel, y la otra alrededor de su hombro, sin poder evitar mirarla a los ojos mientras la traía más cerca, casi apoyándola contra su cuerpo.
El mundo alrededor de ellos dejó de existir, tan sólo eran ellos dos y la música. Carlos podía oír sus corazones latiendo al unísono mientras bailaban a ritmo lento, sus movimientos perfectamente sincronizados. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, casi como si estuviese actuando bajo los efectos de un poderoso hechizo, llevó sus labios a los de Mariel y los besó suavemente, como nunca antes había besado a ninguna chica. Ya no había dudas que estaban hechos el uno para el otro, ya no podía luchar contra esto.
Mientras se besaban, Carlos pudo sentir su mente rozando la de ella, pudo ver la manera en la que ella se lo imaginaba, como ella lo veía. Era algo simplemente maravilloso… verse desde los hermosos ojos de ella.
Pero de repente, el trance se rompió, y la magia se terminó. Mariel lo soltó y comenzó a correr hacia afuera aterrada. ¿De qué? No había tiempo para pensarlo. Carlos corrió detrás de ella, haciéndose paso entre la gente.
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