XIX: Depresión: Culpable
Rex —así llamamos al bebé para diferenciarlo de su abuelo— ya tiene un año, en todo este tiempo he podido mantenerme sobrio y enmendar de a poco mi terrible estupidez —gracias a Dios—. El trabajo no para; empresas, marcas, músicos, artistas, en fin; todo un catálogo de clientes hemos atendido y es increíble, por eso decidimos mudar nuestro estudio a una mejor ubicación, más céntrica y grande, también contratamos algo de personal para apoyarnos.
Esta noche es la inauguración y estamos emocionados, toda nuestra cartera de clientes ha sido invitada. Cofradía decidió tocar en el evento, lo que es genial. Aunque odie usar trajes, esta noche estoy entusiasmado de hacerlo ya que Rex usará uno igual así que… ¡Awm! Es encantador. Monto la cámara en el mini trípode y la programo para sacarnos fotos a mí junto a este pequeño yo de ojos verdes que imita mis poses, adoro esa sonrisa de cuatro dientes.
—¿Y a mí?, ¿no me tomarán fotos? —inquiere Clari al entrar.
Rex corre hacia ella entre tropezones, yo en cambio, sigo inmóvil en mi sitio, perplejo ante su imagen. No hay duda que el embarazo hace mucho quedó atrás, ¡Dios! Mi preciosa esposa lleva un vestido rosa estilo sirena atado al cuello que deja al descubierto toda su espalda, me toca reacomodar a alguien allí abajo antes de poder dar un paso y ella ríe. Luego de otra sesión fotográfica en familia y de que Rex intentara imitarme, casi acabando con mi cámara en el proceso, nos ponemos en marcha a la inauguración.
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Todo luce increíble, es sorprendente que hayamos llegado a esto. Luego de un discurso de bienvenida que decidí cederle a Clarissa ya que a ella se le da mejor eso de hablar en público —yo básicamente estaría tartamudeando—, procedemos entre los tres —Rex en mis brazos también sostiene la tijera gigante— a cortar la cinta en la entrada, oficializando la inauguración.
Continuamos con el brindis, recorro con la vista el lugar y me parece hermoso. Las paredes blancas están cubiertas por posters que hemos realizado para las campañas de todas estas personas aquí presente, la colección que saqué en Moret-Sur-Loing engalana el hall de entrada y sala de espera. Junto a los invitados nos dirigimos hacia el salón de conferencias que en esta oportunidad fue acondicionado para la fiesta de inauguración y ya el rock de Cofradía hace vibrar el edificio.
Moe y mi padre llegan juntos y este último al vernos a Rex y a mí sonríe, pero dice que debí avisarle para usar un traje igual, así que no puedo dejar de reír. Paso a Theodore a los brazos de Theodore y voy con mi amigo que luce asombrado por todo.
—Algún día yo asistiré a la inauguración de tu bar imaginario —le digo y palmeo su espalda, él ríe antes de contestar:
—Cabrón, más que eso, ya hasta tengo tu permiso para grabarte cuando hagas tu disparate sobre la barra. —Me carcajeo y seguimos caminando.
Hablo con la prensa, también con algunos clientes y así continúo hasta que mis ojos se desvían hacia las puertas de cristal del salón donde hace acto de presencia una hermosa criatura, cuyas larguísimas piernas hoy se cubren por unas botas aguja negras a la rodilla y su silueta perfecta con un vestido a tono y corte asimétrico con detalles turquesa entorno al pronunciado escote frontal deja al descubierto incluso su ombligo y hacen resaltar los reflejos del mismo color en su corto cabello. Esos carnosos labios se acentúan todavía más con el rojo brillante que traen.
Françoise, mi demonio tentador; me quedo perdido en su imagen, el gris de su mirada se ancla en mis ojos y esa coqueta sonrisa aparece en su rostro. El camafeo dorado cuelga entre sus senos y por alguna razón siento deseos de ir sobre esa cosa. Moe interviene antes de que pueda cometer una estupidez, impacta un fuerte golpe que me saca del trance y obliga a centrar la atención en él.
—Cabrón, es tu inauguración, no la cagues. —Asiento en silencio y dejo que mi amigo me conduzca hacia otro sitio.
Continuamos compartiendo entre los clientes, Clarissa permanece a mi lado en todo momento lo mismo que mi mejor amigo con quien cruzo palabras de vez en cuando. Entonces el grupo de personas a nuestro alrededor parece abrirse para dar paso a la escultural figura de mi endemoniado tormento.
Trago hondo conforme nos da alcance, luce demasiado sensual, mi corazón bombea fuerte, mis ojos la recorren de pies a cabeza y siento que me pierdo en el batir de sus caderas con cada paso que da. La verdad es que me toca reacomodar discretamente al amigo que se esconde en mi bóxer. Françoise sonríe y Clari le saluda efusivamente, emula su gesto; me quedo perplejo, no comprendo toda esta amabilidad.
—Françoise. Te doy la bienvenida, nos alegra contar con tu presencia.
—Merci, madame Fisher, lo sé —contesta Françoise, sonriente y en el mismo tono de mi esposa—; no parece usted una madre, debo decir que luce despampanante.
—Oh, oui, merci beaucoup, lo sé —replica Clari usando las mismas palabras y tengo que apretar la mandíbula para no reír—. Es lo maravilloso de ser deportista, gozo de esto… —Señala su silueta… ¡Dios! Clari—. De forma completamente natural.
Bueno, eso es un puñal.
—¡Fantástico! Dichosa las que pueden —contesta sonriente Françoise.
Por un momento desvía la mirada hacia mí y trago hondo de nuevo, no sé qué puñal va a devolverle.
—Debo felicitarlos por esta apertura formal y aprovechar la ocasión para hacerles una propuesta, como sabrá, Mr. Fisher, estoy bastante apretada…
Hace énfasis en las últimas palabras, poniendo su coqueta mirada en mí y de repente siento que esta maldita corbata está asfixiándome, luego vuelve a fijar la vista en Clari. Moe palmea mi espalda y aprovecha para perderse por ahí. «Gracias, mejor amigo».
—Amé el trabajo que realizaron para mí, son un equipo maravilloso y la verdad, deseo que sean ustedes quienes lleven todo lo relacionado a la promoción de mi marca, ¿qué dicen? —¡Wao! Eso no lo esperaba, sin embargo, prefiero que sea Clari quien conteste.
—Oh, Françoise, gracias por tus palabras y también la oportunidad, pero tengo que revisar la agenda… —La sorpresa en el rostro de Françoise es muy evidente, entonces Clari continúa—: Sí, es que tenemos varios supermercados interesados en nuestro trabajo y son prioridad.
De repente siento deseos de esconderme antes de terminar en medio de esto. El gesto de Françoise cambia por una sonrisa, ríe bajo y asiente al comprender las palabras de Clarissa.
Cuando Françoise supo sobre el embarazo, aunque Clari aún conservaba un cuerpo de infarto, la despidió como modelo alegando que no diseñaba para embarazadas, claro, usó palabras algo más despectivas, parafraseando fue como: «¡Ugh! Vete a modelar para un catálogo de supermercado, a mí no me sirves».
—Entiendo a qué se refiere, madame Fisher, excusez moi…
Françoise se disculpa con una ligera reverencia de cabeza y Clari sonríe haciendo un pequeño gesto con su mano como restando importancia.
—En mi defensa, me ganó el estrés, supongo no sabe lo difícil que resulta llevar una empresa mientras trata con la prensa, diseña, organiza un desfile o bueno, usted tiene otras ocupaciones y… —Fija su insinuante mirada en mí y continúa en un tono más sexi—: maneras de desestresarse. —Vuelvo a tragar hondo. Humedece sus labios y me pierdo en ese gesto—. A propósito, muchas felicidades, ya conocí al bebé… —Clari sonríe—. Es muy hermoso, idéntico a su padre. —Me mira y siento un fuerte latido, luego vuelve a poner la atención en mi esposa—. Pero bien, como dije, esa es mi propuesta. ¿Qué dice, Mr. Fisher?, ¿acaso fui mal jefe?
Me quedo mudo, ambas clavan sus ojos en mí, esperando una respuesta. La expresión de Clari luce algo molesta y parece pedirme que la mande a la mierda; Françoise, en cambio, se ve insinuante y algo burlesca. ¡Dios! ¿Cómo terminé en medio de esto? Mi único deseo es correr.
—Fra-Françoise… —Tartamudeo algo nervioso, ella parece mofarse aún más por mi reacción, así que guardo silencio y me aclaro la garganta antes de continuar—: La verdad agradezco la oportunidad y tus palabras, pero en este caso, la decisión la tiene mi esposa. —Jalo a Clari por la cintura y la abrazo junto a mí, ella sonríe victoriosa.
—Como te dije, nos comunicaremos contigo. Disfruta del evento.
Entrelaza nuestras manos, lista para llevarnos a otro lugar. El gesto de Françoise, aunque sonriente resulta un poco intimidante —para mí—, temo lo que pueda revelarle a Clari en cualquier momento. «¡Dios! ¿Cómo pude ser así de imbécil?»
Río como tonto al enterarme que fue la misma Clarissa quien invitó a Françoise a la inauguración y aunque se escude en decir que es porque todos nuestros clientes debían asistir, nada me saca de la cabeza que solo quería tener ese encontronazo con ella para sacarse la espina, así que la abrazo y planto un tierno beso en sus labios. Adoro a esta bella mujer.
Todo ha salido maravilloso, pese a la presencia de cierto demonio tentador que ha permanecido a raya, al menos. Para finalizar el evento, llamamos a un último brindis así que los mozos pasan repartiendo las copas de champagne, tomo una y al mismo tiempo que mi bella esposa va a agarrar la suya, otra delicada mano aparece, reclamándola. Françoise ríe bajo y suelta la copa, apropiándose de otra colindante para luego hablar en un tono algo burlesco:
—Perdón, madame Fisher, por poco y devoro su champagne también. —Escucho a Françoise decirle, siento escalofríos. Sostiene su copa con suma elegancia y muestra una sonrisa demasiado insinuante a través del cristal, me guiña y se da vuelta mientras toma un poco de su bebida y se aleja de nosotros.
Vuelvo a quedar mudo, siento el corazón latir a mil revoluciones. Clari se gira hacia mí y me observa muy seria, quizás espera que diga algo, pero nada sale. ¡Dios!
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Luego del evento estamos de vuelta en casa, Clari ha estado bastante callada desde ese encuentro final con Françoise así que temo cualquier cosa; sin embargo, no dice nada, entonces como buen idiota que soy se me ocurre la brillante idea de abrir la boca:
—¿Qué opinas de la propuesta de Françoise? —Clari fija la mirada en mí—. Oye, sé que no te agrada, pero está teniendo fama internacional, creo que sería una buena oportunidad para…
Clari me interrumpe, hace un movimiento con su mano y el fastidio se le marca en el rostro.
—Ray, quiero que seas honesto conmigo. —Trago hondo, realmente me siento nervioso—. ¿Qué quiso decir con eso Françoise? —No digo nada, solo la contemplo y trato de disimular los nervios producto de este interrogatorio—. ¿Te has acostado con ella? —Niego con la cabeza, desesperado y me apresuro a hablar:
—¡No!
«Eres una mierda. ¿Cómo lo niegas? ¡Sabes bien lo que hiciste en ese club!», parece gritar mi mente.
—Clari, ya te dije que…
—Ray, estabas drogado, quizás no lo recuerdas del todo…
«No seas cobarde, habla, sé hombre y cuéntale»
—Quiero la verdad, Ray. —Luego de un largo e incómodo silencio, al fin me atrevo contestarle:
—¿Sabes qué? ¡Sí! Tienes razón, es más, tengo todo el año cogiendo con Françoise —hablo en alto, en tono sarcástico—, no, no, no, qué digo todo el año; ¡desde el día que le conocimos! —Clari pone los ojos en blanco y masculla un “ay ya” para luego darse vuelta y acostarse mientras yo me levanto y voy hacia la puerta aún hablando con ironía—: ¿No te fijaste como cogimos en la inauguración delante de todos?
Salgo de la habitación y cierro la puerta, me siento toda una porquería. «¿Cómo dices eso? Sabes lo que hiciste, pedazo de mierda», es lo único que pienso mientras me escurro hacia el suelo, llorando en silencio por largo rato.
Cuando he conseguido serenarme lo suficiente, limpio mis ojos y voy a la habitación de Rex. Creí que dormía, pero este pequeñín está muy tranquilo en su cuna, juega con un celular de juguete, así que lo saco y me recuesto en el sillón con él, sonríe encima de mí; pellizco sus mejillas, me robo su nariz… Adoro escucharlo reír.
—Dime, pequeño yo, ¿conoces alguna forma de contarle la verdad a tu mami, sin perderlos a ti y ella en el intento? —pregunto en bajo al bebé y siento la humedad en mis párpados, respiro hondo, trato de no llorar, pero es inútil, entonces cierro los ojos.
Rex coloca sus bracitos alrededor de mi cabeza, intenta abrazarme fuerte y besa mi frente «¡Dios! Soy una porquería, no merezco la familia que tengo». Acomodo al bebé en mi pecho para arrullarlo y así nos quedamos dormidos.
Despierto por un resplandor que la verdad asemeja bastante a un flash, así que abro los ojos, confundido y me encuentro a Clari con mi cámara, sonríe delante de nosotros, le devuelvo el gesto y la veo saltar sobre mí «¡Ouch! Duele, pero me encanta», el bebé ríe, yo también y ella besa mis labios con suavidad antes de sacar una nueva fotografía. Por un rato solo permanecemos los tres en este sillón, nos hacemos fotografías tontas hasta levantarnos por desayuno.
—Fortachón, estuve pensando en lo que dijiste y creo que tienes razón —dice Clari mientras comemos y la observo, atento—. Aunque odio a Françoise, llevar su marca sería estupendo para nosotros.
—Clari, pero yo creo que tú tienes razón; no la necesitamos, digo nosotros también estamos haciendo proyectos fuera de Francia.
Clari toma su café y luego contesta:
—Lo sé, pero sería un buen trampolín.
—Reina, ¿estás segura? —pregunto dudoso y ella asiente en silencio mientras mastica y una vez que ha comido continúa:
—Fortachón, confío en ti…
«¡Noo! No confíes en mí, no cuando se trata de ella»
—Si dices que nada ha pasado entre ustedes, entonces te creo. —Recibo esas palabras como un puñal y vuelvo a sentirme una mierda—. Porque nada ha pasado, ¿cierto? —Clari me contempla, entonces me escondo detrás de la taza de café, tomo despacio mientras mi cerebro grita lo cobarde y mierda que soy.
—Cierto… —contesto bajo y ella sonríe. Luego desvía la atención hacia Rex que acaba de hacer un caos con su comida y está muerto de risa.
Dios, la culpa me enloquece.
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