XIX: Depresión: Adicto
Desde hace seis meses trabajamos para la marca de Françoise, con mucho esfuerzo he logrado evitar caer en su tentación, no es nada fácil, pero creo que mientras no estemos a solas puedo manejar esto.
Lo malo: hoy debemos presentarle una propuesta y Clarissa fue con el bebé a control médico, por más que insistí en acompañarla, dijo que no era necesario. Ahora estoy aquí, solo, en esta sala de conferencias; pidiendo al cielo que Françoise aparezca acompañada por otros ejecutivos o qué se yo. Parezco perro antes de echarse con todas las vueltas que he dado producto de los nervios por este encuentro.
«Dios, soy yo de nuevo ¡no quiero cagarla!»
Para mi desgracia, Françoise entra al salón en completa soledad y me preguntó: «¿Hay alguna manera en que no luzca así de caliente todo el tiempo?», viste un suéter blanco de hombros descubiertos y falda roja, entallada a la rodilla; el camafeo dorado brilla sobre su pecho, me llama. ¡Dios! Luego de observar en todas las direcciones sonríe con malicia «Ay no».
—Mr. Fisher, hoy no trae guarda espalda —espeta irónica mientras se acerca con ese andar sensual que ella posee, sus caderas se baten despacio de un lado a otro, hipnotizándome…
«¡Concéntrate, Ray! Solo tienes que hacer tu presentación, así que enciende ese aparato y muéstrale tu… ¡Ay, ay, ayayay!»
Françoise me acaricia los pectorales sobre la camisa y siento mi piel erizarse. El gris de su mirada no se aparta de mí.
—Lo he extrañado, Mr. Fisher —dice en tono sexi. Se sienta sobre la mesa con su actitud provocativa y cruza las piernas—. ¿Qué me dice usted?, ¿ha pensado en mí? —Trago hondo y mi corazón se acelera al verla cambiar de posición las piernas, al más puro estilo de Sharon Stone en Bajos instintos. ¡Dios!
—Fra-Françoise, o-oye ha-hagamos e-esto… —El gesto malicioso en su rostro se acentúa más y necesito con urgencia corregir—: Di-digo la-la pre-presentación.
Sin embargo, ella niega despacio con la cabeza, hace un bonito y sexi pucherito que provoca chupar. Separa las piernas y me jala hacia ella, aferrada a mi cinturón, trago hondo.
—Fra-Françoise, yo-yo… Ay, ay, ay, ayayay… —Me siento un estúpido, incapaz de articular palabra o hacer algo mientras introduce una mano en mi pantalón y me acaricia sobre el bóxer.
—Mr. Fisher —susurra en mis labios—, nuestro amigo quiere otro tipo de presentación. —Sigue toqueteando… Uf… sus labios rozan los míos y no lo puedo evitar, la excitación que Françoise me produce es demasiada.
Me apodero de su boca a la vez que ella libera el cinturón y suelta mi pantalón, mis manos repliegan su falda. Hago a un lado su diminuta ropa interior, entierro el rostro entre sus piernas para deleitarme con sus jadeos y sin más, nuestros cuerpos se fusionan sobre el cristal; me apodero de sus labios para ahogar cualquier sonido que nuestras gargantas decidieran emitir.
Estoy cayendo, poco a poco me pierdo en la adicción que ella produce. Soy adicto a esa sensualidad y movimientos, la estrechez de su cuerpo ni hablar las sensaciones producidas por su experta boca. Cada píldora que empuja en mi garganta es una condena que me acerca al infierno y siento el fuego intensificarse conforme este demonio tentador me arrastra al abismo, no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
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—Ray, ¿dónde has estado? —inquiere Clari apenas llego a casa. Estoy exhausto y de seguro viene con una nueva discusión.
—Clari, solo quiero dormir.
—No me has respondido…
Viro los ojos y tiro mis cosas al sofá mientras busco algo de tomar en el refri.
—Clari, ya estoy en casa; ¿no estás feliz de verme? —contesto con ironía y abro una lata de cerveza.
—¡Dios, Ray! No es lo que te pregunté
Siento que va a explotarme la cabeza con su grito.
—Clarissa, despertarás al bebé. —Sigo tomando mi cerveza.
—¿El bebé?, ¿el bebé? ¡El bebé no está! —La observo confundido—. Ray, Theodore se lo llevó para que estuviésemos solos hoy, pero tú… —Camina de un lado a otro, enojada—. Tú, ¡tú! ¡¿Cómo pudiste olvidar nuestro aniversario?! —grita furiosa. Escupo la cerveza de la impresión y ella se asquea.
¡Mierda! Olvidé por completo nuestro tercer aniversario, tiro la lata al fregadero y salto sobre Clarissa a abrazarla e intentar bajarle el enojo, pero permsnece renuente a mi contacto, no la suelto, en lugar de eso continúo disculpándome en voz baja mientras le beso el cuello, mejillas; cuando voy a sus labios voltea el rostro y me empuja con fuerza. Solo nos miramos en silencio por un rato.
—Ray, ¿crees que así vas a enmendar esto? Cada día, la brecha entre nosotros parece ensancharse…
—¡Entonces no me alejes! —Vuelvo a acercarme a ella, la abrazo con fuerza. Continúa resistiéndose…
—Se suponía que hoy… —Intenta disimular un jadeo, producto de los besos y lamidas en su cuello y hombros—. Ray… para, es importante… ay…
—Me peleas después… —susurro a su oído y la escucho reír bajo.
Llevo en brazos a mi adorable esposa hasta la habitación; con mucho cuidado la acuesto y voy desvistiendo entre besos y caricias.
La desnudez de Clari es demasiado sexi, su silueta entre la escasa luz de la recamara mientras está sobre mí, excita a sobre manera; sus cabellos dorados crean ondas entorno a ese hermoso rostro que se ha tornado escarlata producto de la excitación. Paseo las manos por su cintura, aprieto sus firmes senos. Me deleito con el fuego que veo en el verdor de su mirada, misma que luce brillosa y cristalizada.
Cierro los ojos, extasiado ante cada sensación, y sus labios se deslizan por mi pecho, clavículas, cuello, hasta llegar a los míos donde nuestras lenguas danzan.
Abro los ojos y sonrío porque la poca iluminación hace ver el gris de su mirada como un pozo sin fondo, me siento cada vez más cerca de ese abismo y mi excitación se multiplica con la provocativa sonrisa de Françoise al batir sus caderas con fuerza «Mr. Fisher, así me gusta mucho más», le escucho susurrar. Su boca puede hacer lo que desee con mi piel, soy un adicto, dependiente a las sensaciones que me produce.
Tomo asiento en la cama con ella aun encima de mí, uso una mano para aferrarme fuerte a su cintura, la otra se enreda entre su corta y oscura cabellera; nuestras caderas se mueven en un mismo compás, la habitación se inunda con una sinfonía agitada que emerge desde nuestras gargantas y deleita mis oídos, sus gemidos son una droga, peligrosamente adictiva, una que acelera todo dentro de mí y así empiezo a sentir ese cosquilleo en el vientre que anuncia el clímax.
Estallamos a la par, mi cuerpo explota en multitud de sensaciones que se esparcen como corriente mientras el suyo se arquea. Su boca deja escapar un último gran gemido de placer, a la vez que la mía libera su nombre en medio del éxtasis.
—¿Qué dijiste? —inquiere Clarissa con la respiración entrecortada y no sé qué responder porque estoy demasiado confundido.
Me quedo en silencio, respiro por la boca, mi pecho se infla y desinfla de manera errática. Clari fija la mirada en mí y yo sigo aún perdido, sin saber qué contestar.
—¿Cómo me llamaste?
Sacudo la cabeza sin comprender y ella se levanta, furiosa; toma su bata para luego encerrarse en el baño. Me cubro la boca apenado «no puedo creerlo, ¿qué dije?», pienso y me dejo caer en la cama.
Por la mañana nos preparamos para salir, en absoluto silencio, ninguno ha dicho una sola palabra desde anoche. Iremos por el bebé y se supone que luego a pasear con él por el Parc deus Chaus-Butteaux, es un hermoso parque jardín con laguna y muchos árboles, pero con lo molesta que ella está, no sé si realmente desee pasear.
—Clarissa, fue un error, he trabajado mucho con ella…
—Ray… —me interrumpe molesta desde la puerta de la habitación, una vez lista—. Al menos sé hombre y admítelo, no me vengas con excusas. —Sale hacia el auto y me quedo sentado en la cama, sintiéndome toda una mierda.
Porque sí, soy adicto a Françoise, a su fuego y esas sensaciones que crecen dentro de mí con solo rozarme; pero cuando el efecto pasa, la realidad me golpea y vuelvo a sentirme miserable. Lo peor es que es un ciclo sin fin porque la única forma en que consigo dejar de sentirme como mierda es volviendo a consumir la peligrosa droga que ella me ofrece.
Buscamos al bebé, pero Clari decidió cambiar de plan y en lugar de ir al parque, me pidió llevarlos a casa de sus padres. Eso hice. Ahora estoy solo en mi oficina, adelantando trabajo, trato de mitigar esta sensación aun sabiendo que es inútil, soy consciente de que el único remedio para calmar mi ansiedad tiene nombre y apellido. Françoise Dupri. Luego de intentar evadir, decido salir a su encuentro, aunque luego me arrepienta de esto.
El fuego brilla en esos ojos grises que me contemplan con deseo al recibirme en su departamento, una vez más. La sonrisa provocativa de Françoise se amplía y multiplica mi excitación mientras desato el nudo a la diminuta bata de seda negra que la cubre para embriagarme de nuevo con su desnudez. La única prenda que adorna su figura es el camafeo dorado del cual extraigo otra píldora antes de embarcarnos en un viaje a la luna…
—Mr. Fisher, ¿desea unirse a mis planes? —pregunta Françoise sobre mi pecho luego de pasar un rato, recuperando el aliento; la observo intrigado— Iré a un club nocturno con algunos amigos, ¿desea acompañarnos?
Por un momento pienso en silencio, pero al recordar que en casa no hay nadie, acepto su invitación en silencio.
—Excelente —replica con una sonrisa. Volvemos a besarnos y la jalo para subirla a horcajadas sobre mí, otra vez—. Mr. Fisher, su plan también me fascina —exclama entre jadeos mientras volvemos a fusionarnos.
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En casa no paran las discusiones por cualquier tema, cada día, mes tras mes. Mi vida gira entorno a trabajar mucho por mi familia y tratar de darles lo mejor, mi único respiro se llama Françoise quien me muestra otro mundo.
—Françoise, ¿qué diablos es eso? —apenas pregunto; no puedo parar de reír, creo que la pastilla feliz me ha afectado y a ella también porque está igual. Nos divertimos en algún club nocturno o cabaret, la verdad ya no recuerdo bien; aunque a juzgar por ese largo tubo cromado sobre la mesa de este módulo privado, donde permanecemos acompañados por nuestro grupo de modelos y amigos, asumo es lo segundo. El asunto es que veo a algunos chicos aspirar algo sobre la mesa y ella sonríe antes de separarse de mí e ir con ellos a hacer lo mismo.
—Mr. Fisher, esto es el polvo de las hadas del bosque. —Ríe a carcajadas y por alguna razón yo también—. Venga conmigo, ¿desea ir a nunca jamás?
No pienso con claridad, así que solo lo hago… «¡Dios!», Siento que me ahogo, no paro de toser, mis fosas nasales, garganta… todo dentro de mí parece estar en llamas, pero poco a poco esa sensación se calma y vuelvo a reír como idiota. Françoise sube a la mesa y empieza a bailar, excitante como de costumbre; me encanta ver la forma sensual en que su cuerpo se mueve…
Despierto tumbado en la alfombra de la sala, mi único recuerdo persistente es el sexi danzar de Françoise sobre ese tubo «demasiado sensual», me incorporo en el suelo y entonces veo a Clarissa observarme desde un sillón lateral, luce enojada «¿Y ahora qué?», me pregunto a mí mismo mientras restriego mis ojos con una mano.
—Las noches de locura de Mr. Juerga. —No entiendo de qué carajos habla, así que fijo la vista en ella y noto que lee un diario—. Ray, niégame de nuevo que te drogas —espeta con sus ojos clavados en mí mientras me muestra una enorme foto de un tabloide donde salgo besándome con uno de los modelos, cambia de página y quedo perplejo al verme bailar en el tubo con otra chica, en la siguiente imagen es con otro chico. Cierra el diario y me lo lanza furiosa—. ¿Qué me dirás ahora?
—Clari, lo siento.
Mi esposa ríe y se levanta del sillón para dirigirse a la habitación, no sin antes decirme unas últimas palabras:
—Te haces daño, Ray y lo arriesgas todo por unas horas de placer.
«Tiene razón, pero no sé qué hacer»
—A propósito, Moe llamó para confirmar lo del viaje a Grecia —agrega sin siquiera voltearse a verme, así que me levanto veloz y aunque siento que caigo, consigo ir con ella e intento abrazarla, pero se zafa—. No, Ray. No estoy de ánimo para que me toques.
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Moe y yo partimos a nuestra exploración en Grecia; en casa solo me despedí del bebé, Clarissa no quiso ni mirarme y soy consciente que es mi culpa, pero no puedo evitar sentirme miserable. Suspiro. Iremos unos días a la península del Peloponeso, recorreremos Leonidio, pueblo oriundo de Rhoda, mi difunta madre.
Mis padres son griegos que llegaron a Francia de paseo y nunca se quisieron ir, algo similar a lo que pasó con el padre de Theodore —mi abuelo—, un navegante inglés que llegó a Grecia de vacaciones y acabó enamorado de sus aguas e islas y claro, mi abuela.
Leonidio es un pueblo precioso y eso que apenas llegamos, el clima es genial, a donde mire descubro un paisaje hermoso; la luz del Mediterráneo hace resaltar la roca caliza roja y ocre, mezclándose con el azul del mar y el verde de las plantaciones que se notan en la distancia. Es precioso este sitio, no entiendo cómo mis padres decidieron irse de este pueblo encantado.
Los habitantes son muy amables y aunque no hablemos el mismo idioma, hacen lo posible para responder nuestras preguntas y explicarnos direcciones en medio de risas. Luego de muchas divertidas indicaciones y fotografías de la más mínima cosa que me llama la atención, llegamos a los increíbles acantilados naranja rodeados de verdor. Todo esto es hermoso.
Nos sentamos un rato en un descampado a descansar antes de dar comienzo a la escalada, me quito la mochila para cambiar el teleobjetivo de mi cámara y así prepararla para hacer tomas panorámicas desde lo alto, entonces noto la mirada de Moe fija en mi pecho, luce medio confundido.
—Bro, ¿qué es esa mierda? —inquiere al notar el camafeo plateado que Françoise me obsequió hace un par de meses. Así que lo saco del interior de mi camiseta y se lo muestro con una sonrisa medio idiota; Moe mira la joya y luego a mí, mantiene en todo momento la misma expresión—. ¿Ahora usas joyería antigua, cabrón? —Eso me hace reír.
—Fue un regalo de Françoise, tiene uno igual, pero el suyo es dorado.
Moe se cubre el rostro con las manos y suspira con fuerza al volver a mirarme.
—Bro, ¿sigues cogiendo con Françoise? —Su pregunta y tono me hace reír, esntonces comienzo a acomodar el camafeo en su lugar—. La chupa rico porque mira no más cómo te tiene.
—Moe, es que… uf, es increíble —respondo extasiado, pero Moe niega con la cabeza.
—Cabrón, increíble la que tienes en casa con tu hijo. —Siento un golpe en el pecho al oírlo porque tiene razón, soy una completa mierda.
Perdido en mis pensamientos y recriminaciones no soy consciente de la presión que he ejercido sobre la joya hasta que esta se abre y las píldoras salen desparramadas por todas parte, me apresuro a levantarlas con desespero, lo último que necesito es que se pierdan.
—Fisting, ¿eso es lo que te estás metiendo? —inquiere mi amigo en tono serio, una vez he acabado de acomodarlas dentro de la joya.
—Moe, tranquilo, no soy un adicto…
—¡Sí, claro! —replica irónico— Solo parecías el duende del oro cuando se te cayeron. ¿Qué es eso?
Mi respuesta es encogerme de hombros y reír como imbécil.
—La verdad, ella lo llama píldora de la felicidad y créeme que le queda el nombre.
Luego de un rato sin parar de reir mientras Moe me contempla, lo veo agacharse a un lado de mí y recoger una pastilla que no había visto, extiendo la mano para pedírsela, pero en cambio, él decide tragársela. Lo observo pasmado.
—¡Relájate, Fisting! —exclama y hace ademanes con su mano— Trabajo en una ratonera de mala muerte, te sorprendería saber todo lo que he probado.
Vuelvo a reír como idiota y comenzamos a preparar las cosas para la escalada.
Luego de tener todo listo, volvemos a tomar nuestras cosas e implementos para subir y nos ponemos manos a la obra. La verdad, creo que la píldora ya hace efecto porque reímos como imbéciles al trepar, solo por ver a un ave cagando mientras está parada sobre una sobresaliente raíz.
Yo voy adelante, me giro en un saliente para contemplar la vista… ¡impresionante! Y aunque aún no vamos demasiado alto, hago varias tomas; Moe ríe desde abajo, pide que fotografíe al ave cagona así que vuelvo a reír como estúpido y apunto la cámara hacia la raíz, pero antes de poder tomar la fotografía, el grito de terror de Moe me eriza la piel y todo parece ocurrir en cámara lenta; sin embargo, no tengo chance a reaccionar y solo lo veo desplomarse hacia el abismo que ahora parece no tener fin.
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