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XIII: Mi manera de ganarte

♡⁀➷♡⁀➷Cory♡⁀➷♡⁀➷

—Cacius, ¿esta es tu manera de llamar mi atención? —inquirí al mirarlo, molesto. Yo estaba sentado en el sillón, a un lado de su camilla.

—Está aquí, ¿o no, señor? —replicó con una pequeña sonrisa.

Debí volar de urgencia luego de recibir una llamada de emergencia, indicando que Cacius sufrió un accidente. Abandoné todo en la universidad y el corazón casi se me salió, la incertidumbre acabaría conmigo durante el vuelo y al llegar encontré a un Cacius inconsciente, con la mitad izquierda del cuerpo vendada.

Entonces, verlo allí, tirado, reaccionando con esa sonrisa como si no le doliera nada me hizo hervir la sangre, decidí levantarme del sillón y golpear fuerte su cabeza. Se quejó y de inmediato me disculpé, «¡oh, merde! ¿Cómo se me ocurre pegarle? ¡Pero él se lo busca!»

—Cacius, ¿por qué me nombraste tu contacto de emergencia? ¡Sabes que estoy al otro lado del mundo! —Volvió a sonreír.

«¡Increíble este chico!»

Intentó encogerse de hombros y de nuevo se quejó por el dolor, yo negué con la cabeza, observándolo.

—Si no querías que Campbell se entere, te digo que ya le avisé. —Se cubrió los ojos con el brazo derecho y siguió riendo—. ¿Cómo puedes reír de esto? ¡Cacius, casi te matas! —exclamé alterado— ¡Correr es peligroso!

—Señor, usted también corre.

—Es diferente, ¡siempre gano! Además, estoy entrenado.

«No debería, pero en serio me molesta que esté así de tranquilo»

—Eso habrá que verlo un día, señor.

—¿Qué?

—Que deberíamos correr, señor.

«¿Esto es un programa de cámara escondida?, ¿acaso morí en el viaje?, ¿qué le pasa a este muchacho?», llegué a pensar incluso que le estaban colocando demasiada morfina. ¿Cómo decía semejante cosa en ese momento? Yo estaba a nada de un infarto y él muy tranquilo.

—Cornelio, hijo ya estás aquí. —Campbell y Cristina saludaron al entrar a la habitación y Cacius volvió a ser serio. «¡Qué hombre este!», me dije. Caminé hacia mis padres para abrazarlos y luego seguimos los tres regañando a Cacius por su imprudencia, aunque Cristina se sentó a un lado, sostuvo su mano, lucía asustada al mirarlo, pero no por eso lo regañó menos.

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Salgo de la bañera y pienso mientras me visto «¿por qué estoy teniendo estos sueños?», ¿acaso mi subconsciente intenta decirme algo? Si es así, te agradecería ser un poco más evidente, digo, aún no he captado el mensaje.

Bajo a la cocina y Fisher ya espera con el desayuno.

—Gracias, Fisher —le digo al sentarme, él sonríe—. De verdad, yo he sido un desgraciado contigo y el maldito puberto. —Me mira feo y me toca corregir—: Perdón, con Johan. A pesar de eso, tú estás aquí, comportándote como el mejor de los amigos, gracias.

—¿Puedes comer en silencio? —Ladeo la cabeza sin comprender sus palabras—. Digo, si sigues en ese plan de niño lindo, con disculpas cada cinco segundos y agradecimientos, saldré corriendo. —Eso me obliga a reír a carcajadas—. Ahora, en serio, ¿qué has pensado sobre Cacius?

—Ni idea, Fisher. —Suspiro—. Él me quiere lejos.

—Y no es por restregar la llaga, pero ya partió.

Miro a Fisher perplejo y siento un tic nervioso en mi parpado derecho.

—¡Fisher, eso es más que restregarla! —Se encoje de hombros y sigue comiendo—. ¡Eso equivale a echarle sal y pimienta!

Cacius, ¿cómo haré para que vuelvas?, ¿ahora a dónde te fuiste? Estoy a punto de enloquecer con esta búsqueda imposible.

«Cornelio no me importa, resuelve y ya», la dureza en sus palabras y la frialdad en su tacto regresan a mí. Realmente me duele su actitud, pero creo que no se compara con la mía durante años. Siento mi boca temblar y lágrimas amenazan con escapar.

Ya se me fueron las ganas de comer, así que alejo el plato y reposo la frente sobre la mesa.

—Cory, tienes que comer —dice Fisher preocupado, aunque sé que está sonriendo.

—No lo merezco.

—Cory, hasta los peores criminales comen.

Sigo en el mismo plan, ignorando por completo lo que él me dice y solo concentrado en cuán horripilante soy.

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Luego de ser obligado a comer porque, literalmente, Fisher metió a mi boca todo lo que había en el plato, a la fuerza «¡Cavernícola! Compadezco al maldito puberto». Él se fue a pasear por la costa «seguro llamará al puberto», yo, en cambio, sigo sin tener una idea de qué hacer.

Fisher dijo que necesito pensar como Cacius para encontrarlo y de cierto modo funcionó, no como yo quería, pero funcionó; así que debo intentarlo «concéntrate Cornelio, piensa como Cacius, sé Cacius, piensa como Cacius, sé él».

Me siento en la ventana en posición de loto, meditando. El débil sol de la mañana se cuela un poco, soy uno con el ambiente, soy uno con mis pensamientos, me convierto en Cacius…

—Soy Cacius, soy una roca, soy Cacius… —Empiezo a sentir un tic nervioso en el párpado derecho—. ¡Maldita sea, esto no funciona! ¡¿Dónde te metiste, Cacius?! —grito como desquiciado y entonces me percato de la familia que pasa por el frente de la casa, me miran raro y luego corren aterrados. «¡Qué horror!».

Bajo de la ventana y voy hasta el sofá, vuelvo a tumbarme, decaído, no sé qué hacer. Mis sueños y recuerdos del pasado me trajeron hasta este paraíso escondido y pude encontrarlo, aunque no fue lo que esperaba y solo acabé sintiéndome miserable. Quisiera tener una idea para recuperarlo, pero ya no se me ocurre nada. Ahora que partió no tengo ninguna pista… «pista», ¿por qué esa palabra sigue resonando en mi cabeza?

«Eso habrá que verlo un día, señor»

—Pista…

«Que deberíamos correr, señor»

—¿Correr?

¿Debería correr con Cacius?, ¿eso es lo que intentas decirme subconsciente? Porque déjame informarte que sigo sin comprender. ¿Para qué correría con Cacius? Digo, el resultado sería más que evidente.

—Eso podría beneficiarme —me digo a mí mismo en bajo mientras rasco mi barbilla.

Cacius estudiaba artes en Italia cuando decidió participar en carreras clandestinas, en Lecce casi se mata y me tocó atravesar el océano para ir con él. Luego de su accidente tuve que llevarlo a estudiar conmigo, no podía arriesgarme a que cometiera otra locura como esa, Campbell estaba encantado de que estuviésemos juntos, sabía que yo cuidaría de él y así lo hice.

Cacius siempre quiso tener una carrera conmigo, pero entre una ocupación y otra nunca se dio la oportunidad. ¿Acaso estará allá nuevamente?

—¡Necesito una señal! —grito como loco y me incorporo en el sofá.

—¡Piensa rápido! —Vocifera el cavernícola al entrar a la casa y lanzarme alguna cosa encima, no tengo chance a esquivar, recibo un fuerte impacto en la cabeza que me tumba de nuevo al sillón.

—¡Cory! ¡Mierda! —Es lo último que escucho...

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—¡Stéfanos! Oh, sí, papi, eso me encanta.

Las fuertes y hábiles manos de Stéfanos acarician mi pecho, estimulan mis pezones. Su boca me mordisquea el cuello —parece un vampiro sin sed—, alterna con lamidas en la misma zona.

«¡Rico papi!»

Definitivamente, ¡los griegos son fantásticos!

Un suspiro se me escapa ante cada mínimo placer que él me produce. Deslizo mis manos por su espalda hasta llegar a ese hermoso cabello que suele enmarcarle el rostro divinamente, tiro con fuerza de él y le obligo a alzarlo, necesito que use esos fantásticos labios para besarme con ímpetu; nuestras bocas se fusionan y su lengua se entrelaza con la mía. Comienzo a guiar mi mano hacia abajo hasta alcanzar su palpitante erección.

—Stéfanos…

—Cory…

Un gemido brota de sus labios, excitándome mucho más. Me mira con el deseo ardiente en esos ojos grises que lucen casi negros y muy profundos. La lujuria lo obliga a imitar mi gesto, masturbándome él también.

—Cory…

Escuchar mi nombre escapar de entre sus perfectos labios, hace que mi pene brinque, presa de sus dedos. Me siento extasiado, poderoso. Con una sonrisa de pura satisfacción, continúo masturbándolo y junto nuevamente nuestros labios.

—Cory… Cory…

Mi nombre brota sin cesar de entre esos labios que me enloquecen, pero la varonil, excitante y sensual voz de Stéfanos poco a poco muta en una más urgida, una que parece advertencia, es como si gritara peligro…

—¡Ay, maldición! —grito aterrado ante el dolor, producto del golpazo que acabo de sentir en mi ojito derecho.

¡Merde! Esto me saco por soñar despierto en plena práctica de tenis.

—¡Aaah! Mi maldito ojo, no puede ser, seguro dejará marca. ¡Stéfanos! ¿Cómo me haces esto?

—Cory, lo siento, quita la mano.

Con mucha delicadeza, Stéfanos retira mi mano, usando su diestra, mientras que la izquierda se posa en mi mejilla y yo me pierdo en su tacto

—Déjame ver —suplica.

Paro de quejarme en el acto por una simple razón, estando así de cerca, sintiendo el calor de sus grandes y fuertes manos sobre mi arruinado rostro, puedo ver con claridad sus fantásticos ojos grises «¡Hombre, pero qué papito!», pienso mientras inspecciono su semblante. Esa hermosa frente despejada, su barbilla cuadrada acentuada por una fina y bien cuidada cortina de barba a tono con su castaña y ondulada melena.

Stéfanos, el joven entrenador que contraté durante mis vacaciones en Grecia para darme clases de tenis; ¿con qué objeto si los deportes no van conmigo? Solo para sonsacarlo, seducirlo, atraerlo a mí; pero hasta ahora, solo me he llevado tamaño golpazo en mi hermoso ojito.

—Cory, tranquilo, no está tan mal como crees. Ven, voy a ponerte hielo.

Pasa su fuerte brazo derecho por detrás de mi espalda para que me apoye en sus fornidos hombros; le toca agacharse ya que mi metro sesenta ante sus casi dos de estatura me hace sentir como su llavero.

—Señor. —Escucho la voz de Cacius, asumo preocupado por el incidente, pero hombre, ¿cómo interrumpe este momento? Al fin tengo muy cerquita a este papucho—. ¿Se encuentra bien? Puedo llevarlo al médico.

—Relájate, Cacius. Ya Stefanos se hace cargo.

—Pero señor…

—¡Ay ya, Cacius!

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Abro los ojos, confundido. Fisher abanica un cojín con fuerza aireando mi rostro. «Pero, ¿qué tiene que ver una posible carrera con aquello?», me pregunto. Ay, subconsciente, cada vez me enredas más las cosas.

—Cory, ¿estás bien? —pregunta Fisher mientras me incorporo en el sillón y es en ese momento que el suceso retorna a mí.

—¡Fisher, ¿qué demonios pasa contigo?! —No para de disculparse bajo mientras le grito toda clase de improperios, alterado. Llevo una mano hacia el lugar adolorido y siento una protuberancia—. ¡Qué horror! ¡Arruinaste mi rostro, Fisher!

—Cory, perdón, no sabía que estabas distraído. —Sigue disculpándose, acelerado—. No está taaan mal como crees, en serio.

Me levanto a toda marcha del sillón y corro al espejo de la sala, siento hiperventilarme, la ira se revuelve en mi interior, el tic nervioso en mi ojo derecho se afinca…

—¡¡¡Fiiiiisheeeeer!!!

Llega conmigo y vuelve a disculparse, le lanzo todo lo que encuentro a mi alrededor.

«No está tan mal como crees», ¿En serio? ¡Tengo una segunda frente! Maldito cavernícola. Sigo lanzando cosas, él vuelve a esquivar una y otra vez; lo peor es que aprieta la mandíbula para no reír, maldito hombre, ¡encima se burla!

—¡Voy a necesitar una andadera solo para esta cosa! —le grito y señalo el enorme chichón. No consigo cerca, algo más para aventarle, así que camino como desquiciado, buscando por todas partes cualquier cosa para atacar a esta bestia, a este animal que arruinó mi perfecto rostro. Llego de nuevo al sillón y tomo un libro que por alguna razón está tirado a un lado—. ¡Quédate quieto, Fisher! ¡Voy a matarte!

Cuando estoy a punto de lanzárselo, algo llega a mí como una epifanía. El libro en mi mano es rojo, blanco y verde; le doy la vuelta y fijo los ojos en la portada «Lección de Italiano para idiotas», lleva por título.

—Lección, Lecce… Lecce, Italia… idiotas… ¡Cacius! —Fisher me observa liado—. Cacius casi se mata por idiota en Lecce. Andando, Fisher, partiremos a Italia —comento bajo, aún concentrado en el libro mientras paso junto a él, doy un par de palmadas a su pecho.

—Bueno… —espeta confundido y luego de un momento me sigue— Cory, ¿ya te he dicho que estás medio loco, cierto?

Me giro hacia él y le lanzo el libro antes de continuar adelante.

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Italia, la dolce Italia. Esta búsqueda está transformándose en un tour por Europa, es realmente una locura. Si estoy en lo cierto y espero estarlo, conseguiré a Cacius aquí en Lecce. ¿Por qué? No estoy seguro, pero quizás quiere hacerme recordar cuando vine por él a este lugar, aquella vez que casi se mata. Parece que para él, ese momento en el que no hice más que regañarlo fue algo importante.

—Cory, ¿en serio piensas que está aquí?

—Es lo único que se me ocurre por ahora.

—Bien, pero ¿estás pensando correr aquí? —inquiere Fisher mientras señala mi traje de piloto, yo me acomodo los guantes—. Cory, ¿qué te hace pensar que aparecerá en este lugar? Y más importante: ¡Tú eres piloto de pista!

—¡Relájate, Fisher! aparecerá, él quiere correr conmigo, que así sea. —Sonrío vanidoso—. Acabaré con esto en un momento y llevaré…

No puedo terminar lo que decía, porque el poderoso rugir de un motor me interrumpe. Cacius aparece a bordo de un Bugatti exactamente igual al mío, solo se diferencian en el color, el mío es champagne y el suyo gris carbón.

Clava los ojos en Fisher por un momento y niega con la cabeza, luego me mira a mí, veo en su mirada mucha frialdad y dureza, está bastante molesto conmigo, podría decir.

—Bien, Cacius. ¿Quieres correr? Hagámoslo. —Asiente ligeramente con la cabeza—. En cuanto te gane, volverás conmigo, ¿de acuerdo, Cacius? —Se encoje de hombros, restándole importancia a mis palabras y sube la ventanilla del auto. ¡Ay, ni siquiera me dirige la palabra!

—¡Cory, esto es peligroso! —exclama Fisher.

—Relájate. —Le guiño—. Esto será pan comido.

Subo a mi vehículo para prepararme, Cacius debes volver y si tengo que ganarte en este sitio apartado para conseguirlo, ¡qué así sea!

La carrera será una sola pasada hasta el retorno ubicado bajo el acceso a esa autopista que está aproximadamente a dos kilómetros de aquí y luego regresar. Algo corto, pero con suficientes obstáculos —hay vehículos pesados transitando—; lo que sea para demostrarle a Cacius quién manda.

Los autos rugen, a Fisher le toca hacer de chica linda con pañuelos, parándose al frente y en medio de ambos para indicar el inicio.

Pongo la vista en la pista, espero la señal. Fisher levanta un dedo en cada mano, un segundo después otro y así sigue hasta que al fin caen los pañuelos. Cacius y yo salimos a la par, ahora es solo cuestión de tiempo acabar con esto.

La aguja marca seis mil revoluciones, el motor pide más y con gusto se lo doy. Embriague, cambio, acelerador; tengo una ligera ventaja sobre Cacius, pero no es mucha. Esquivo un gran camión a mi izquierda bloqueando a la vez el paso de Cacius «a ver cómo resuelves, mi querido amigo».

Cacius se aproxima hasta mi lugar, vamos nariz con nariz, nos toca abrirnos ya que en medio hay un gran trailer. No puedo negarlo, es bueno.

Amo correr, sentir la adrenalina apoderarse de mi sistema, aunque voy casi volando —así lo marca el taquímetro— puedo ver todo en cámara lenta. Estoy rozando los trescientos kilómetros por hora, a esta velocidad la maquina se convierte en algo casi inmanejable —en manos inexpertas, claro—, el volante se endurece y vuelve delicado a la vez, un mínimo error de presión y acabaría en caos.

La curva del retorno se acerca, Cacius hora de mostrarte quién manda, aquí voy a sacarte una buena…

—¡Nooo! —grito desesperado.

Cacius pasa por mi derecha, apropiándose del interior de la curva, me saca ventaja en ese punto, acelera todavía más luego del retorno…

—No puede ser… —Siento temblar de la ira—. ¡No puedo perder!

Acelero a tope, ¡maldita sea! Otro vehículo se atraviesa, Cacius va delante del camión está cerca del final…

—¡Noooo! Me niego a perder en este lugar, ¡me niego a perder contra Cacius!

«¿Qué hice?», perdí velocidad por distraerme con el berrinche, la ventaja de Cacius es superior y está a…

Atraviesa el punto de llegada y hace girar su auto hasta detenerse. ¡Maldita sea! Llego al lugar y Cacius me espera de brazos cruzados, apoyado contra su vehículo y una sonrisa triunfal en los labios. ¡Ese gesto —aunque lindo— me molesta aún más! Bajo enojado del auto, azoto la puerta.

—¡Exijo una revancha! —le grito al quitarme el casco.

—Cometiste errores, Cornelio.

—¡¿Quién te crees?!

—Por ahora, el vencedor —replica tranquilo sin perder su sonrisa y fija los ojos en mi segunda frente.

—Sí, luzco horrible, Fisher arruinó mi rostro, pero eso no importa. ¡Sube a ese auto ahora! ¡Yo nunca pierdo!

Cacius se encoje de hombros, restándole importancia a lo que digo.

—Eres perfecto —responde aún sonriente, pero estoy demasiado enojado, ignoro sus palabras así que prosigue luego de un suspiro—: Siempre hay una primera vez.

—¡Soy Cornelio Evans! ¿Quién te crees? Yo no pierdo! —Vuelvo a gritar, molesto.

El gesto de Cacius se torna duro y frío, niega con la cabeza y parece juzgarme desde un cruel silencio.

—Eres Cornelio Evans, ¿y qué? —Fija la dureza de su mirada en mis ojos, haciéndome estremecer—. ¿Te molesta haber perdido? O ¿te molesta que sea yo quien te gane? Ese es tu maldito problema. ¡Importa más tu orgullo que cualquier otra cosa! O persona.

Siento taquicardia y no puedo decir ni una palabra, Cacius no se inmuta.

—¿Te crees superior a mí?, ¿por qué?, Porque tienes entrenamiento, porque tienes más dinero, porque tienes una gran reputación o ¿qué?

No dejo de temblar. La frialdad en su trato es como un valde de hielo sobre mi piel desnuda.

—Siempre te admiré, hice todo para estar cerca de ti, porque eres increíble, perfecto en todo lo que haces…

Siento mis ojos cristalizarse, pero no soy capaz de hacer siquiera un movimiento para limpiarlos.

—Comencé a correr para compartir tu pasatiempo, pero tú… solo me ignoraste…

Niego con la cabeza porque no es así, siempre quise darle su anhelada carrera, pero nunca hubo tiempo. Sin embargo, las palabras siguen rehusándose a salir.

—Para ti lo más importante siempre fue tu orgullo e ignoraste mi presencia para concentrarte en ir tras un tipo y otro, sin prestarle atención a que hacia todo por y para ti, me esforcé para estar a tu nivel y aun así seguiste ignorándome…

—Cacius, no…

—¿Sabes por qué es importante Cala de la Granadella? —No digo nada—. Allá vi por última vez a ese chico lindo y dulce que, aunque me pedía llamarlo “señor”, me trataba como su igual, pensaba en mí.

«Aún pienso en ti, Cacius»

—Ese chico que, aunque egocéntrico y engreído, yo disfrutaba mimar.

—Cacius, escúchame…

—No este tipo orgulloso y hasta malvado, porque sabes, tu actitud con el caso de Fisher fue perversa…

—Cacius, ¡yo ayudé a Fisher!

—¡Porque Johan te puso en tu sitio! —No paro de llorar y temblar, no hay nada que pueda hacer para frenar esta descarga. Fisher traga hondo y solo continúa espectando la escena—. Pensaba volver luego de la carrera, Cornelio. —Mis ojos se abren de la impresión y lo veo proseguir desde el absoluto silencio—: Apareciste en España y eso fue una señal para mí, pensé: “quizás ese chico sigue por ahí”. Luego llegaste aquí y creí que te emocionarías por compartir esto conmigo al fin, pero no, de nuevo ganó tu orgullo.

—Cacius…

—¿Sabes por qué es significativo Lecce? —Solo sigo mirándolo, en silencio—. No hubo nada más importante, abandonaste todo por mí…

—¡Cacius, tú me importas! —exclamo entre lágrimas.

—¡Vaya forma de demostrarlo! Cornelio, deja de seguirme, ya no me importa. —Sube al auto, antes de cerrar la puerta vuelve a fijar sus ojos en mí y agrega—: Eres Cornelio Evans, tú no corres detrás de mí.

No puedo dejar de temblar, el rugir del motor me saca de la dolorosa hipnosis y entonces veo a ese auto gris alejarse. La taquicardia se intensifica y el dolor es demasiado fuerte, acaba provocándome arcadas. «¿qué hice?»




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Hola!!! Y así inicia este especial mis dulces corazones Multicolor ❤💚💜💙💛
Alguien me extrañó?😅🙈 me disculpo por esta larga ausencia, tuve serios problemas técnicos.

Espero que disfruten este muy largo especial que estaré lanzando en compensación por tanta espera.

Los amo❤

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