
30.
Contado por Enzo.
Le doy otro sorbo al whisky degustando su sabor mientras pasa por mi garganta. Apoyo la espalda a espaldar del sofá dando paso a la comodidad mientras observo a mi loca.
Ella bailaba entregada completamente al ritmo de la música en compañía de las demás chicas.
—Parecen pendejos los tres —llama la atención Dylan.
A mi lado se encontraban Aiden y Liam. Al parecer la chica de cabellos rojizos dejó buena impresión en Liam.
—Es cierto —manifiesta este—. No puedo estar en esta gilipollez —se toma todo el whisky que estaba en su vaso y se levanta de la mesa.
Andrea lleva su vista a mí mientras se mueve. Levanta el vaso de whisky que tenía en su mano y lo vierte encima de sus tetas.
Recuerdo cuando hizo eso en el Paraíso. Cuando casi me da un infarto verla bailando para más de cincuenta hombres. Sin dudas, ella logra ponerme como nadie.
Se aleja de las chicas. Recorro sus pasos con la mirada. Se sienta frente la barra. Sin pensarlo dos veces la sigo. Antes de llegar un hombre se sienta a su lado y la mira como si estuviese deseando comerse ese postre que tiene delante de él.
A paso lento me acerco a ellos.
—Bonita llevo esperando toda la noche que te desocupes —expone este.
—¿Qué planes tienes? —inquiere ella mientras toma un sorbo del nuevo vaso con whisky que le puso el bartender.
—Los que tu quieras —responde él.
Me río deliberadamente llamando la atención de ambos. Me coloco a su espalda y llevo mis manos a sus muslos. El hombre se queda observando mi comportamiento.
—Dile a él que tú quieres que te mire, que mantenga esos ojos sin gracia en ti —susurro a su oído mientras mis manos recorren despacio sus muslos.
—¿Quién te crees que eres para darme órdenes? —pregunta bajo.
—Tu hombre, el único —respondo seguro en su oído.
La piel se le eriza y sus deliciosos pezones parecen cobrar vida. Me encanta ver cómo se corrompe por el deseo.
—Vamos mami, ¿Qué esperas? —susurro.
—Quiero que me mires —le dice sensual Andrea al hombre.
El tipo sonríe y se queda en su sitio observábdola. Estábamos al final de la barra. La luz aquí era tenue. La cantidad de personas desfilaban por el medio.
—Quítate despacio la braga y dámela —ordeno.
—Para qué, para utilizarlas con otra —expresa ella.
—Sí, para obligar a otra a hacer una mala imitación tuya. Una ingenuidad absoluta pues nadie es como tú —expongo.
—Quítete la braga. Quiero sentir como ha cambiado mi lugar favorito en cuatro años —pido.
—Estamos en un club repleto de personas —manifiesta.
—A nosotros no nos va lo correcto o ya cambiaste —le digo.
Despacio sin hacer muchos movimientos para ello, lleva sus manos por debajo de su vestido hasta sus bragas. La va deslizando por sus piernas hasta que llega al tobillo.
—Alcánzamela —ordena al hombre.
El tipo muestra una media sonrisa, se inclina ligeramente hacia adelante y toma la braga. Hace un puño su mano con la braga dentro y disimuladamente huele.
Andrea sonríe. Sé cómo disfruta ser la atención.
Mi manos suben más por sus muslos. Hago movimientos circulares. El hombre aún huele la braga.
Meto una mano por debajo del vestido. Rozo lento todo su sexo. Mi polla se estremece y amenaza con querer salir de mis pantalones.
Andrea le quita la braga y me la entrega.
—Mírame —ordena, haciendo que él cumpla.
—Mira las puntas de tus tetas —susurro a su oído—. ¿Cuántas veces te las han puesto así de duras?.
Rodeo la entrada de su sexo con mi dedo. La humedad aparece permitiendo entrar mi dedo con facilidad. Andrea mueve la cabeza ligeramente hacia atrás mientras la embisto con el dedo en movimientos circulares.
—Abre más las piernas. Dale a él la oportunidad de ver como te gana el placer —pido.
Y así lo hace. Aprovecho su movimiento e introduzco otro dedo. La otra mano que aún la tenía en su muslo la llevo justo encima de su clítoris.
Conjugo el movimiento de los dedos de ambas manos. Andrea contiene los gemidos. El vestido se le ha subido un poco y el hombre que está en frente parece deleitarse con la vista.
—Quiero que te corras como tantas veces lo hiciste. Quiero que sientas nuevamente como yo te llevo al cielo. Quiero que me empapes las manos y que el olor a tí se quede pegado de camino a casa, mientras disfruto hasta volver a hacerte mía, hasta volver a follarte...follarte duro, follarte lento, follarte con besos, follarte brusco. Quiero que se quede tan disponible para mí, tan deliciosa para cuando vuelva después de cuatro años a comerla quedarme con tu sabor en mi boca. Quiero descubrirte nuevamente con mi lengua y estremecerte con mis labios.
—Enzo para —dice con la voz trabajosa—. Me voy a correr...
Arremeto más contra ella haciendo que sus palabras se queden al viento. Abre más sus piernas.
—Enzo —casi grita. Gira su cara hasta que su boca puede atrapar a la mía. Nos fundimos en un intenso beso.
Joder.
Después de cuatro años volví a probar su labios. Silencia sus gemidos con mi boca. Eleva un poco su pelvis y se rinde al orgasmo.
Saco los dedos de su interior y con la mano sobre el clítoris, la muevo a ritmo vertiginoso hasta que su cuerpo se consume en temblores y el chorro de su liberación sale mojando en gran medida al hombre y parte del suelo.
Andrea mira de un lado a otro. Las personas estaban en su rollo y en caso que otro par de ojos también nos hubiesen visto, no es la primera vez.
—Hoy dormirás con olor a mí —le dice al tipo bajándose de la silla y acomodándose el vestido—. Si puedes dormir —sonríe y se aleja.
Pido otro wisky al bartender y regreso con los demás. Andrea hablaba con la pelirroja. Liam estaba acompañado de dos chicas. No sé cómo puede pasar de lo que quiere.
Me tomo lo que quedaba de mi vaso de whisky de un sorbo y me marcho. He decido esperar a la presa en su cueva.
Aún tengo la llave de la casa de Andrea. Recuerdo que hace más de cuatro años le mandé a hacer una copia a la original.
Entro al departamento, todo sigue igual. Vuelvo a apagar las luces a mi paso. Llego a su cuarto y su perfume invade mis fosas nasales. Apago también la luz de su cuarto y me siento en el pequeño sofá que tiene dentro de su habitación a esperar por su aparición.
Pasa más de media hora cuando escucho la puerta principal abrirse. Espero pacientemente a que llegue a la habitación.
Enciende la luz y suelta los zapatos en una esquina. Todavía no se ha dado cuenta de mi presencia. Se deshace de su ropa, quedándose completamente desnuda.
Sin emitir mucho ruido y a paso apresurado me acerco a ella, la agarro de las caderas y la lanzo sobre la cama.
Un chillido y una cara de terror fue lo primero que hizo. Cuando sus ojos percibieron que era yo, suspiró rápidamente y su expresión se suavizó.
—Maldito seas Enzo. Que susto me has dado —se queja.
Me deshago de mi ropa. Quiero sentir su cuerpo de todas las malditas formas posibles. Me subo encima de ella. Por fin tengo su cuerpo desnudo, por fin mi piel roza la de ella. Malditos los cuatro años que me privé de esto.
—¿Qué haces aquí sola después de una noche de fiesta? —inquiero.
—Me lo he follado en el baño del club —expresa.
Me muevo encima de ella sin penetrarla, solo percibiendo su cuerpo.
—Entonces recibiste sobredosis, así que no necesitas más —comento mientras llevo mi boca a un pezón.
Succiono la punta y lamo alrededor. Lo siento firme bajo mi boca y mi sexo responde a ello. Paso hacia el otro y repito los movimientos. No me detengo hasta que no los sienta en su punto máximo de dureza.
—Soy resistente, aguanto todas las que me den —declara.
Mi boca se apodera de ella en un exquisito beso. Nuestros labios se mueven frenéticos y las lenguas chocan una y otra vez. Bajo mi boca hasta su cuello y dejo besos en él. Abre sus piernas permitiendo acceso a su sexo.
La miro a los ojos por segundos...segundos en los que me aseguro realmente que es ella, que no es una imitación, una falsa réplica. Dejo un camino de lamidas hasta llegar a su sexo.
Al fin tengo mi postre favorito. Lo disfrutaré al máximo. Comienzo moviendo la punta de la lengua frenéticamente en ese punto sensible encima de su clítoris. Andrea se remueve sobre la cama. Succiono en repetidas ocasiones en el mismo sitio. Sé que lo disfruta, pero hay una forma en específico que la vuelve más loca. Muevo mi lengua de arriba abajo con intensidad, volviendo a descubrir esos centímetros que hace cuatro años había descubierto. Ella abre más sus piernas y coloca una mano en mi cabeza pidiendo más. Succiono varias veces. Me como deliciosamente cada parte, saboreándola, volviendo a sentir su olor, ese que jamás se me olvidó. Bajo la lengua hasta la entrada de su sexo y lo rodeo. Con la ayuda de mis dedos la abro más para mí, introduciendo mi lengua varias veces en su interior. Me aferro a ella lamiendo, chupando todo su perímetro. No ceso el ritmo. Los gemidos se avivan en esta habitación y yo vuelvo después de cuatro años a sentirme desesperado por follarla.
Con Andrea es así, con Andrea siempre tengo ganas, con Andrea no puedo solo follarla, quiero que desfrute, que se estremezca. Sus orgasmos son como una maldita droga inyectable.
Recuerdo cómo me ha privado esto cuatro putos años y me enferma. Me enferma saber que alguien más haya hecho lo único que puedo hacer yo.
Arremeto contra su sexo en respuesta a mis pensamientos. Apoyo mis manos en sus muslos y los mantengo separados. Más succiones y lamidas hasta que finalmente ella se tensa bajo mi contactos. Los gemidos me avisan que está a punto de alcanzar un orgasmo así que la ayudo moviendo furiosamente mi boca sobre ella.
Tiembla varias veces. Yo solo la observo volviéndome loco. Antes me encantaba analizarla, estudiarla con mi mirada y después de años todavía sigo encantado con ello.
Me acuesto nuevamente encima de ella. Sin dar largas, introduzco mi erección completamente en su interior. Andrea ahoga un gemido de satisfacción. El calor que emana su interior me envuelve y arrebata. Ella levanta más sus piernas y las rodea a mi espalda. Comienzo a embestirla.
Esta es la primera vez que estoy de esta forma y conociéndola como la conozco ella también. Últimamente teníamos mucho sexo salvaje. A ella le encanta y a mí también, pero por esta vez y no sé cuántas más lo haremos civilizadamente. Jamás pensé que emplearía esa palabra, pero sí.
Quiero embestirla despacio, quiero volver a recrearme con la vista que me aporta, quiero volver aprenderme de memoria lo que se siente estar en su interior, quiero escuchar sus gemidos y nutrirme de ellos.
Recorro con mi mano su muslo derecho. Sus ojos se situan en los míos. Nos mantenemos la mirada mientras nuestros cuerpos se mueven sobre las sábanas.
Paso mi lengua por sus labios.
—¿Has tenido tiempo de extrañar esto? —inquiere.
—Cada puto día —declaro.
Su boca se acerca a la mía y nuestros labios se rozan eufóricos. Acelero el ritmo de las embestidas. Acalla los gemidos con mi boca. Intento separme para escuchar los sonidos de placer que emite pero no me deja. Mantenemos nuestras bocas danzando de forma adictiva. Contrae su sexo en repetidas ocasiones haciendo que avances a pasos rápidos mi llegada al orgasmo. Antes de explotar, le doy varias estocadas hasta que su cuerpo se rinde al orgasmo.
Me bajo de encima de ella. Alcanzo una caja de toallitas, tomo una y la paso por su sexo. Camino hasta el cesto del baño y ahí lanzo la toalla.
Vuelvo a la cama. Andrea estaba de espaldas a mí con la sábana que cubría todo su cuerpo.
—Pareces una chica acabada de tener su primera vez —le digo.
—Parezco dices —comenta—. Así lo siento.
—Mírame —le digo. Ella no lo hace—. Andrea después de tanto tiempo aún te comportas así.
—Me siento rara Enzo. Han pasado cuatro años, cuatro malditos años sin...—se calla.
—Termina la frase —le digo—. Y mírame.
—Andrea —la apremio.
Ella se gira, pasa su mano por encima de mí hasta que alcanza la gaveta de la mesita de noche que estaba a mi lado.
—No creo que pueda explicarlo con palabras —comenta y abre la gaveta.
En ella habían varios consoladores de diversos tipos.
—¿Llevas usando solo esto por cuatro años? —le pregunto.
Ella me mantiene la mirada fija. Dándome una respuesta sin hablar.
Me encanta saber eso, no puedo mentir, me encanta saber que no habido nadie más.
Andrea es mía y no importa como o cuando pero tendremos todo, todo lo que las relaciones normales tienen.
—No te voy a negar cuánto me fascina saberlo —declaro mientras pego su cuerpo al mío.
—Tienes una idea de cómo me ha jodido saber que mientras yo era follada por un puto consolador tu te tirabas a toda mujer que se te cruzara en frente —protesta.
—Y tienes realmente idea de cómo he vivido estos cuatro años. Cuando decidiste marcharse vi en tus ojos la seguridad de querer hacerlo. No quise detener tus pasos, aún negándome rotundamente a qué te fueras. Decidí dejarte ir pensando en que algún día volverías, pero no lo hicistes. Estaba tan obsesionado contigo que sometí a más mujeres a mi mandato. Todas tenían que tener el cabello negro, si no lo tenían pues las obligaba a teñírselos. Esas bragas que te quité las obligaba a usarlas. Incluso tu perfume buscaba en sus pieles. Era brusco, no como te gusta a tí, brusco sin importarme hacer daño, sin importarme lo que sentían ellas. A muchas les hice realmente daño. Hace un año traté con una psicóloga. Me ayudó una mierda. Ella por su propia voluntad se pintó el pelo de negro y empezó a imitarte por su cuenta, creyendo que así podía lograr tenerme.
—Acostarte conmigo nuevamente no es un buen tratamiento a tu problema —manifiesta.
—Tirarme a falsas réplicas tuyas tampoco —contesto.
—¿Qué pasó con tu mujer? —pregunta.
—Salió embarazada y quiso dar la noticia delante de sus padres y el mío, esperando sorprender a todos y la que se llevó la verdadera sorpresa fue ella.
—¿Qué pasa con la psicóloga? —indaga.
—El tratamiento no ha servido de nada. Lo he dejado —le digo.
—Sabes que una mujer despechada es una puta arma...de las peores —declara.
—Si se da algún problema, ya lo resolveré —expreso.
—¿Qué quieres exactamente de mí Enzo? —pregunta.
—Todo. Lo quiero todo, pero no voy a presionarte. Regresaré a Nueva York y volveré aquí nuevamente. Piensa que deseas y si estás lista para enfrentar el mundo conmigo.
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