Contado por Enzo.
Han pasado más de cuatro putos años...cuatro jodidos años desde que Andrea se alejó.
No la detuve, aunque no quería que se fuera. Vi tanta seguridad en sus ojos, en la decisión que había tomado que decidí dejarla ir. Cuando queremos a alguien, por mucho que nos duela debemos dar la libertad de volar, si vuelve, su lugar siempre estuvo contigo. Y no, después de cuatro años aún no había vuelto.
Estuve tres años completamente perdido. No dejé a la sumisa, tuve más. Obligaba a cada chica a tener el cabello negro. No importa si era rubia, castaña o pelirroja, tenía que teñírselo de negro porque era la única forma de follármela. Controlaba sus perfumes, quería un olor característico de Andrea. Las bragas tenían que ser las que yo decidí, cuando yo quitara sus ropas debía encontrarme con las bragas que a mí me gustaban...las bragas de ella que fui coleccionando.
Estaba bastante jodido. Estuve follando como poseso con malas imitadoras de mi loca perdición. En reiteradas ocasiones les hacía daño con mi brusquedad, sin embargo, era mi cuerpo él que salía de mi control y protestaba por no tener lo que quería.
Hace un año decidí tratar con una psicóloga. Casi vuelvo millonaria la mujer y aún no veo avances en su tratamiento. Todavía tengo una puta obsesión con Andrea, todavía deseo tenerla, todavía me importa, todavía estoy e...
—Enzo creo que podemos utilizar otro tratamiento —expone la psicóloga Abigail.
Llevamos alrededor de dos meses saliendo. Ella pretendía ir despacio, por tanto, aún no quería que nos involucráramos sexualmente. Por mi parte, yo me la hubiese follado antes, pues no me involucraré sentimentalmente. Si espera eso de mí, está más jodida de lo que puedo estarlo yo.
Rodea el escritorio y se sienta en mis muslos. Sitúa una mano alrededor de mi cuello y la otra la lleva a mi pelo. Me inclina la cabeza ligeramente hacia atrás con el propósito de besarme.
Muevo la cabeza impidiendo el roce de nuestros labios. No he vuelto a besar a una chica. Los besos hace cuatro años dejaron de darme el tormento y adrenalina que antes me proporcionaban. No he vuelto a disfrutar de unos labios tan deliciosos y para no hacerle más rechazos a las mujeres que quiero follarme, simplemente he eliminado los besos.
—No soy un hombre paciente, no soy cariñoso, no hago el amor —declaro—. Eso tú lo sabes bien. Soy un poseso de la brusquedad y el control. Me odiarás si te follo...
No me dejó terminar de hablar. Se inclinó sobre el escritorio, con el culo ante mí.
Si ella lo desea, pues se lo daré. He dado las advertencias.
Levanto su saya, hasta sus caderas, para que sus nalgas estén a mi disposición. La psicóloga es demasiado inteligente. Sabe evidentemente mi historia con Andrea, incluso detalles, utilizará eso en su beneficio. Hace dos meses se tiñó el cabello de negro específicamente. Ella no sabe que por mucho que intente imitar a mi chica, esforzándose y llevando ventajas sobre las demás, todas están metidas en el mismo saco, solo me dan el placer los cinco segundos y me hacen añorarla más.
Bajo su braga por sus piernas hasta que las retiro completa y las lanzo a algún lado que no calculo.
Le otorgo los primeros azotes. Ella emite un sonido de satisfacción. Vuelvo a azotarla. Mi instinto animal sale a relucir. Me lanzo sobre ella como una fiera. Los azotes no han sido tan buen plan. Quiero los malditos dragones, sobre las deliciosas nalgas moviéndose al compás de mis azotes.
Paso mi mano por su sexo. La muevo con agilidad provocando que abra aún más las piernas. Introduzco dos dedos sin previo aviso. Ella se queja, pero después de mis movimientos en círculos termina expresando su agrado.
Cuando deduzco que su sexo está listo para mí suelto el botón de mi pantalón. Inserto la mano en el bolsillo de mi pantalón y saco el preservativo antes de dejar caer ambas prendas.
Con notoria rapidez razgo la envoltura del preservativo y lo deslizo sobre mi sexo. Tosco entro en ella y tosco comienzo a moverme. Parezco bestia devorando a un pobre e indefenso animal.
Con Andrea muchas veces fui tosco, salvaje, una bestia, pero las cosas que hacía sabía que le gustaban y sobre todo a pesar de la brusquedad siempre velaba tanto por satisfacerla como cuidarla.
No me detengo. Solo soy movimientos rápidos y mecánicos. No toco otro lugar que no sea ejercer fuerza sobre sus caderas. Paso trabajo para correrme. Soy ciego y sordo ante ella, no sé si gime, si lo disfruta, no sé, no me importa nada.
Juego con mi mente. Remoto mis pensamientos cuatro años atrás. La pienso a ella, me imagino a ella...a mi chica de cabellos negros, la verdadera. Mi erección parece estar más a gusto. Muevo la cabeza ligeramente hacia atrás y cierro los ojos. Me introduzco en un mundo distinto, con una protagonista distinta. Me dejo llevar por mi imaginación mientras arremeto vigorosamente sobre esta mujer.
Los segundos pasan y las ganas de correrme llegan. Aprovecho la oportunidad de mi cuerpo y finalmente me libero.
Me quito el preservativo y le hago un nudo en la punta. Lo lanzo hasta un cesto que hay en una esquina de su departamento.
Ella mira diferente el lugar donde he desechado dicho objeto. Si piensa inventar a través de él pues no logrará nada, tampoco será la primera. Aún no me he revertido la operación de la vasectomía.
Todavía recuerdo el día que Alaska informó de su embarazo.
Flashback
Llego a mi casa a las nueve, después de haber bebido tanto alcohol como me fue posible y haber follado hasta el cansancio. Mi camisa tenía tres botones desabrochados y las mangas las había subido hasta los codos. Mi pelo estaba hecho un desastre y si respiraban a centímetros de mí podías oler perfectamente el resultado de mi movida.
—Bienvenido a casa cariño —esa voz me detiene. Busco con mi mirada la procedencia. Estaba caminando por el medio de la sala de mi casa y no me di cuenta de la presencia de más personas.
En la sala de mi casa estaban sentados los padres de Alaska con ella y mi padre. No sé que me dio más cabreo aquí. Yo creo que todo, pero sobre todo ver a mi padre.
—Estas no son horas de llegar a casa hijo cuando tu esposa te espera —recalca mi padre.
—Yo llego a mi casa a la hora que quiera. Ya no sigo órdenes de nadie. Así que ni lo intentes.
—Cariño pasemos a comer —informa Alaska mientras se sitúa a mi lado y me agarra la mano.
Aspira mi olor y como les dije, se siente a leguas.
—Alaska se puede saber cuál es el motivo de esta reunión —indago, no de buena forma.
—Tengo una noticia importante que darles —declara ella sonriendo—. Algo que nos pondrá feliz a todos.
Ya sé por dónde vas querida.
Sí me la he follado muchísimas veces. Su pelo ahora es negro. Cómo a las demás también la he tratado e impuesto mis cosas.
Pero la vasectomía me impedía dejar en ellas descendientes. Además de que siempre usé preservativo.
—¿Qué es esa noticia que nos pondrá feliz a todos? —inquiero haciéndome el desentendido.
Saca un test de embarazo y me lo extiende. La madre brinca de felicidad desde su puesto.
—¿Qué pretendes mostrándome esto? —pregunto extendiéndoselo—. Ya sabes quién es el padre.
La cara de Alaska se vuelve roja de la furia.
—Enzo que mierda tienes —salta mi padre.
—¿Por qué eres así? —inquiere su madre.
—A mi hija no la dejarás sola en esto ¿Escuchaste?.
Voy hasta mi despacho. Alcanzo la llave escondida de la caja fuerte que hay y rebusco en ella el documento que le había preparado. Sabía que este momento llegaría. Vuelvo a la sala con todos.
—Hace ya cuatro años, querida Alaska, me sometí a una operación —la cara de ella es un jodido poema. Incluso se puede percibir el miedo—. Una operación que me quitaría la posibilidad de ser padre, el tiempo que así yo lo dispusiera. Para serte más conciso, me hize una vasectomía. Si sabes comprender bien mis palabras entenderás que ese hijo que me quieres otorgar no es mío y que es realmente a otro al que tendrías que contarle las novedades.
Las lágrimas comienzan a salir de sus ojos. Los padres la miran con una seriedad notoria y vergüenza. Le entrego la carpeta que había recogido en mi escritorio al padre.
—La prueba de mi operación y el acta de divorcio —manifiesto—. No debemos seguir aplazando esto.
—No te firmaré una mierda —grita ella corriendo hacia su padre y tratando de romper los documentos.
—Alaska detente —le grita su padre levantándose del sofá. Ella se queda tranquila ante las fuertes palabras de él.
—Mañana en la mañana recibirás el acta firmada —declara su padre.
—El acuerdo aún no ha cumplido los años estipulados. No recibirán el dinero que quedamos —salta mi padre nuevamente.
—¿Crees que a mí me importa tu maldito dinero? —le digo—. Yo no necesito de tí absolutamente nada. Por otra parte, qué buenos padres son ustedes cuando obligan a sus hijos a comprometerse y casarse solo para sus beneficios. Los retienen juntos a cambio de un maldito dinero que representa la cuarta parte de su fortuna. Que lamentables son. Evidentemente no tendré hijos, no quiero ser una mierda de padre como lo que estoy acostumbrado a ver. Pueden retirarse de mi casa. Ya todo está dicho y claro —comento caminando hasta la cocina.
Fin del flashback
—Hoy ha terminado el tratamiento —declaro—. No me ha ayudado en nada.
Me acomodo la ropa y salgo de la consulta.
Recibo un mensaje. Cuando enciendo el teléfono tenía un acumulado de tres. Son de Keira.
No puedes seguir alejado maldito imbécil.
Hoy cumple años la pequeña Kim.
¿Vendrás verdad?.
Joder. Ella me lo había dicho hace una semana. Me interrogaba intensamente si ir o no. Después de largos minutos decidí que era hora de volver.
Recojo algunas cosas y le pido a Andro que se quede frente a los negocios mientras. En estos cuatro años él ha cambiado. Ya es un hombre comprometido. Ganamos la competencia de Supercross y continuamos los años siguientes como líderes. Este año no se celebrará pues ya nadie es lo mismo. Muchos han tenido sus hijos, otros crecieron en responsabilidades. En fin, la vida de todos ha cambiado. Menos la mía.
***
Pase por mi casa a dejar mis cosas. Tomé un auto y me fui a casa de Keira. El cumpleaños se celebraría en la tarde, así que me dio tiempo llegar.
Toco la puerta varias veces hasta que finalmente alguien abre.
Joder.
Nuestras miradas se quedaron fijas en el otro. Me sentía como un crío cuando veía a la chica que le gustaba. Estaba tan hermosa. Su cabello era aún más largo y lo tenía completamente suelto. El rostro cubierto de maquillaje como cuando empecé a conocerla. La notaba más flaca, pero aún así esas curvas se veían apetecibles y enloquecedoras. Así como hace cuatro años atrás, estaba preciosa. Ninguno de los dos se disponía a hablar, solo nos mirábamos. Me preparé mentalmente para recibir una actitud indiferente, pues han pasado cuatro años. Andrea sonrió y me perdí en esos labios.
—¿Cómo has estado? —pregunta finalmente.
—¿Cómo has estado tú? —inquiero.
—Una pregunta no se responde con otra pregunta Enzo F —contesta.
—No puedo responderte a algo que no tendría respuesta. En estos cuatro años no me pregunté ni una vez como estaba.
—Sé que tan mal no te ha ido. He preguntado por tí —comenta—. Al contrario de mí tu si has aprovechado el aparato que dios te dio.
Me río ante sus palabras.
—¿Y tú no lo has hecho? —inquiero.
No responde. Deja la puerta abierta y se marcha a hacer algo dentro de la casa.
Entro encontrándome primeramente con Liam, Aiden y Dylan conversando.
—Enzo —comenta Aiden—, ya era hora de que volvieras.
Les extiendo la mano a cada uno.
—No podía seguir perdiéndome el crecimiento de mi sobrina —le digo.
—Mi niño —llega emocionada la mamá de Keira—. Tanto tiempo sin verte —deposita un beso en mi cara—. Norman mira a Enzo —le grita a su esposo.
El padre de Keira me extiende la mano.
—¿Qué ha sido de tí estos años? —indaga Katherine.
Mi mirada se cruza con la de Andrea. Durante cuestiones de segundos parezco respirar con tranquilidad. Sigo loco por esta mujer como si fuera el primer día.
—Supongo que bien —contesto—. Trabajo y diversión, que más.
—¿Ya tienes hijos y mujer? —otra pregunta de la mamá de Keira.
Nadie, excepto Andrea sabía que estaba casado. Eso lo he guardado para todos.
—No. Ni mujer, ni hijos, ni obligaciones, ni compromisos, ni explicaciones. Nada —declaro.
Liam mira a Andrea. Esta le da un largo trago a la copa que llevaba en su mano y camina no sé a donde.
—¿Dónde está Kim? —pregunto.
—Iré a buscarla —informa Aiden.
Sigo el camino que había cogido antes Andrea. Ha salido al patio. La observo de lejos sentada al frente de la piscina.
—¿Vas a seguir huyendo? —inquiero mientras me siento a su lado.
—Por no huir cuando debía es que me pasa hoy esto —dice buscando con sus ojos los míos.
—¿Qué te pasa exactamente? —indago.
Ella gira nuevamente su cara y sitúa sus ojos fijos en un punto en la piscina.
—Jamás extrañé a alguien como te he extrañado a tí durante cuatro años —declara.
Mi cuerpo revoluciona como un puto crío y solo tengo ganas de besarla, de agarrarla contra mí y no dejar que se aleje nuevamente.
Ella piensa que seguí mi vida como antes. Ella no sabe cómo fueron los jodidos cuatro años, como la busqué en cada mujer, como la añoré, como le hice mil copias baratas para sentir que ese vacío que me había dejado algo lo llenaba.
Eso solo sirvió para darme cuenta que ninguna es como ella. Que mi loca perdición solo será una, Andrea.
—No existía un contrato que declaraba que al quebrar alguna de las reglas lo nuestro, sea lo que sea o como quieras llamarle, debería terminar. Lo decidiste tú.
—Tenía miedo, joder. ¿A caso tú no?. No soy una mujer perfecta. Tal vez te complementaría en la cama, pero...y lo demás qué. El sexo no es lo único importante para establecer algo entre dos personas.
—Si eras perfecta Andrea, para mí siempre lo fuistes. Y yo tampoco sabía cómo, pero quería, contigo lo quería todo. No solo al tsunami de Andrea en la cama, quería todo incluído miedos, dudas, emociones, diversiones. Siempre te tuve desnuda para mí, te conocía más que nadie. Esa parte de tí que no mostraste al mundo, yo la conocía y no me marché. Lo hicistes tú.
Andrea se levanta de mi lado y se marcha al interior de la casa. No la presionaré a nada. Ella fue la que decidió un día alejarse.
Cuando vuelvo nuevamente a la sala, todos conversaban en pequeños grupos. Kimberly todavía no estaba por todo esto.
—¿Has venido definitivo? —inquiere Liam qué se encontraba a mi lado.
—No. Me marcharé mañana en la noche —contesto.
—Cuando dos cuerpos desean lo mismo, una de las dos personas tiene que ceder. Y eso casi siempre le tocará al que menos miedos tenga o el que menos roto esté —expresa Liam dándome una palmada en el hombro y alejándose.
Andrea y Liam han sido los más unidos de todos ellos. Sé que han pasado bastante tiempo juntos. Alguna vez creí que había algo entre ellos. No podía reclamar nada, pues definitivamente lo que teníamos nosotros había llegado a su fin.
No sé exactamente qué quiso reflejar Liam con sus palabras, pero de algo estaba seguro, me incitaba a dar los pasos yo.
Andrea entra a la sala con Kimberly en brazos. Que rápido crece. Muchísimas veces hablé con Keira y Kim por videollamada. No podía venir para verlas, pero al menos estaba al pendiente.
—Peque —la saludo—. Feliz cumpleaños.
Ella me pide que me acerque. Me abraza aún estando en los brazos de Andrea, lo que hace que nos quedemos su madrina y yo a escasos milímetros.
Justo cuando me había quedado debatiéndome en hacer o no lo que tenía en mente, Kimberly levanta su cabeza de mi pecho.
—Te extrañamos, hasta madrina —declara ella con una sonrisa pícara.
—Le voy a decir a papá que tienes novio —se queja Andrea.
—No, no tengo novio. Pero un hermanito sí —expone.
Andrea le tapa la boca, pero es demasiado tarde, todos han oído.
—Mamá dijo que era un secreto y lo has dicho. Ahora nos regañará —le dice Andrea.
Ella abre los ojos.
—Padrino —le grita Kimberly a Liam—. Ven a buscarme.
—Que descarada eres, me dejas sola para que me regañe solo a mí —bufa Andrea.
En eso llegan Aiden acompañado de Keira y el bullicio y felicitaciones no tardan en llegar.
La tarde pasa y Kimberly no podía estar más emocionada. Era la niña de todos. Después de la cena, fuimos todos al Club.
—¿Andrea estás muy tranquila hoy? —le dice Liam.
—Porque será ¡eh! —exclamo.
Fija sus bonitos ojos en mí. Le muestro una media sonrisa mientras estiro mi mano hasta su pierna. Aprieto su muslo con muchas ganas acumuladas. Sus ojos se agrandan. Recorro mi dedo de un lado a otro.
No volveré a dejar que se vaya. Andrea Anderson es mía.
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