
21.
El viaje fue demasiado largo, incluso me dio tiempo de dormir varias horas. No le contesté el mensaje a Enzo y el tampoco volvió a escribir.
Sus palabras fueron un impulso y una forma de obtener lo que desea, pero no, conmigo no funciona la presión.
Él no vendrá, en primera porque tiene negocios que atender, en segunda porque de Nueva York a San Francisco hay cinco horas y tanto, mientras que de París aquí hay once, por lo que si hubiese seguido el ritmo de sus palabras ya estuviera aquí.
Abro la puerta de mi casa y lo primero que se apodera de mis fosas nasales es el olor de un exquisito y caro perfume de hombre.
¡No puede ser!
Entro a casa y dejo mis cosas en la sala. Voy a buscar al maldito intruso que se coló en mi casa, en mi rincón privado.
—Regresaré mañana a primera hora. Hoy hazte cargo tú —comenta al teléfono. Aún no me ha visto porque está de espaldas.
Me apoyo al marco de la puerta esperando que repare en mí. Mis ojos se pierden en su espalda y en las apetecibles nalgas. Se encuentra en pantalones, que productos a la falta de un cinto, están algo bajo, mostrando las letras Calvin Klein de su bóxer. No tiene camisa y anda descalzo. Cómo si viviese aquí.
Cuelga el teléfono y se gira. No se asombra, no hace nada más que sonreír.
Camina a paso lento hasta mí. Manteniendo sus ojos en los míos. Mi cuerpo advierte el peligro de la cercanía. Vuelvo a tener esa sensación que no sé controlar.
—¿Cómo mierda tienes la llave de mi departamento? —inquiero, ignorando todo lo que quiere mi cuerpo ahora, que está muy lejos del verbo hablar.
—Ahora soy yo el que no quiere conversar —expresa con esa voz fuerte.
Y no me dio tiempo a nada. Con tanta precisión e incluso desesperación se apodera de mi boca. Al principio me mantengo firme, ni siquiera muevo mis labios, pero su lengua tan deliciosa y tan maestra de los movimientos me apremia para que disfrute. Una mano agarra fuerte mi nuca y la otra estruja a su antojo mis nalgas.
Su erección es palpable. Mi sexo se vuelve loco en cuestiones de segundos. Esto es como una puta droga, que cuando llevas varios días sin consumirla te vuelves alocado por conseguir más de ella.
Intento empujarlo hasta la cama, pero no se mueve del sitio. Apresiona su cuerpo contra el mío, haciendo que me pegue en gran medida a la pared.
Separa su boca de la mía, solo por pequeños segundos, en los que le echa saliva a su mano. Vuelve su posesión a mis labios, mientras, corre la braga y lleva su mano cargada de saliva hasta el centro de mi sexo.
Mi cuerpo está tan complacido, me siento tan bien, que parezco acaba de salir de una jodida prisión en la que llevaba años sin percibir una polla. Me cabrea que siendo yo, como soy, pase ahora por esta necesidad.
Empieza a tocarme lugares que me van haciendo estremecer. Cada movimiento de su mano es como si tuviera un puto mapa en su cabeza, como si supiera los lugares exactos a conquistar para llegar al tesoro.
Baja hasta que su cabeza queda a la altura de mi sexo. Pienso que voy a tener eso que tanto me gusta de él y mi boca expresa a viva voz la satisfacción.
Su aliento choca contra mi sexo, provocando un frescor ahí y más que aliviarlo me hace desearlo con más fuerza.
Se pone nuevamente de pie. Lo de los castigos se los toma realmente en serio. Maldito el momento en que dejé que Baris pusiera su lengua ahí. Si hubiese disfrutado, entonces no me hubiese arrepentido, pero al contrario, aquí estoy recibiendo el castigo por algo que ni siquiera me gustó.
Vuelve su salvajismo. Apresuradamente libera su erección y antes de dejar caer su pantalón al suelo, incorpora el preservativo.
Corre la braga hasta tener bastante acceso a mi sexo. Sin dilatar el momento, coloca la punta de su erección en mi entrada y empuja tosco y fuerte.
Gimo perdidamente entregada a la lujuria. Llevaba muchos días queriendo esto. No importa ya cuanto tenga de esto en otro sitio o mejor dicho en otra piel, siempre estaré completa y satisfecha aquí, en esta. Más claro ni el agüita.
Empieza un sinfín de rápidas y enérgicas embestidas que me hacen gemir descontroladamente. Nuestros cuerpos brincan una y otra vez a la par mientras Enzo arremete con total brutalidad y exquisitez contra mí.
La tensión se multiplica, mis gemidos y los sonidos de placer que salen de la boca de Enzo retumban una y otra vez en la habitación. Mi cuerpo me indica el punto de explosición. Enzo cegado por la excitación arremete aún más fuerte. Internamente comienzo a temblar ante la aparición de un orgasmo. Dos, tres estocadas más y Enzo se corre.
No puedo negar el nivel de calentura que alcanzo con este tío. No importa si es una sesión de sexo por todas las de la ley o una cogida de cinco minutos.
Se desprende del pantalón que aún tenía en sus pies y se dirige hasta el baño.
—Enzo dime cómo demonios entraste a mi casa —le grito mientras me desprendo de mi ropa para bañarme. Lo necesito antes de acostarme a dormir. No queda mucho del día.
—No puedo revelar mis fuentes. Tengo la llave, eso es todo —contesta desde el baño.
Me dirijo hasta el baño y ahí se encuentra él bajo la ducha.
—Estás invadiendo descaradamente mi privacidad —protesto situándome a centímetro de él—. Lo de nosotros implica solamente la rutina de sexo y luego cada uno para su casa. Algo que aún no has comprendido.
Me agarra de la mano y hace que me sitúe con el bajo la ducha. El agua está fría. Joder.
—Lo de nosotros implica lo que surja. No voy a alejarme, voy a hacer todo lo que quiera y tampoco te dejaré huir, Andrea Anderson, memoriza estas palabras.
Me pongo de los nervios. No quiero alejarlo, ni huir, pero tampoco quiero sentir cosas por él.
—No puedes evitarlo Enzo...Enzo ¿qué? —inquiero. No me sé ni su apellido.
Andrea, ¿Es esta una excusa para saber dicha información?
No pienses en mierda subconsciente.
—Fernsby —expresa él con su cara bastante pegada a la mía mientras el agua cae sobre ambos.
—Como te decía Enzo F —al decir aquello él se ríe. Que apellido tan odiosito, mejor lo dejo en F, él entiende—, no puedes controlar mi huída. Déjame informarte que estoy a nada de abandonar el juego. Me están invadiendo estados extraños.
—¿Estados extraños? —inquiere perdido.
—Sensaciones raras que no tiene nada que ver con placer, lujuria, deseo. Esas sensaciones que eran las únicas que percibía mi cuerpo.
—¿Celos? —indaga él, con su cara aún cerca de la mía y sus manos evitando que me aleje.
¿Celos? ¿Es celos Andrea? ¿Fue eso lo que te pasó cuando oíste lo de juegos y Paraíso?
—¿Qué es eso? —pregunto haciéndome la que no se encuentra afectada por nada.
—Quieres que te enseñe cómo juego y lo que es el Paraíso —expresa captando mi atención. Lo pilla rápido este hombre.
—¿De qué estás hablando Enzo F? —inquiero.
Él sin apresurarse en responder toma el gel de baño que quedaba a su espalda y una esponja. Comienza a restregar mi cuerpo con ella.
—De las dos palabras que escuchaste por teléfono y no solamente te dieron curiosidad —declara él mientras continúa su tarea.
¿Me está bañando?
—Ya te dije que lo que hagas con tu vida no es mi problema —digo firme.
—Lo que hagas con la tuya si es mi problema —expresa mientras suelta la esponja. Me coloca de espaldas a él.
—Error. Lo que yo haga con mi vida no es asunto tuyo —manifiesto.
Sin prisa para dar respuesta a mis palabras me da masajes en el pelo. El olor a shampo es percibido por mi nariz. No solo me bañó, también me está lavando el cabello y yo aquí tan tranquila.
—No seré dueño de tu vida, pero siempre velaré lo que pasa en ella —declara.
No puedo seguir hundiéndome. Doy un paso dispuesta a alejarme. O lo hago ahora o no lo hago nunca.
—No huíras de mí —expone agarrando mi muñeca haciendo que vuelva a la ducha.
El agua cae sobre mi quitando los rastros del shampo. Enzo ayuda con sus manos.
—Tengo un miedo que me cago, joder —expreso. Por primera vez me expreso tan deliberadamente. Es que creo que ya no me sirve reservarme con Enzo, porque hasta lo que no hablo, el lo percibe en mis expresiones.
—Yo también Andrea...yo también —reitera apoyando su cabeza en mi nuca—, pero no pienso alejarme de algo que me fascina.
Me separo de Enzo y salgo de la ducha. Esto es muy profundo para el nivel que puedo llegar y no quiero ahogarme. Alcanzo una toalla y me seco, envolviendo otra en mi pelo. Voy hasta el armario y alcanzo una braga. Me coloco frente al espejo con la intensión de secarme el pelo pero una mano o mejor dicho un cuerpo me lo impide.
—Vamos a acostarnos —expone caminando conmigo hasta la cama.
—Espera Enzo, te dije que no duermo con nadie —protesto—. Deja de hacer estas cosas tan complicadas.
Él ignorando mis palabras me lanza sobre la cama y se lanza él después. Su cuerpo está muy pegado al mío. Es raro y me siento incómoda.
—Enzo quítate, estoy incómoda —me quejo.
—Shhh —expresa mientras coloca una mano sobre mi cabeza y la otra sobre mi cintura—. No estás incómoda, te sientes rara, pero se te pasará.
—No podré dormir así —expongo—. Hace mucho calor.
Realmente no tendría que haber mucho calor, pero estoy paranoica. No sé cómo relajarme, esto es como o peor que la experiencia del sexo anal, ambas las había dado por retirada de mi vida.
—¿Disfrutaste de París? —inquiere.
—De lo mejor. Nada se compara con la experiencia de visitar la Torre Eiffel —comento. Hago el ademán de levantarme pero unas fuertes manos me lo impiden.
—¿Lo clubes? —indaga. Sé dónde quiere llegar, pero jugaremos su juego.
—Espectaculares. Estuvimos en dos —respondo.
—¿Te divertiste a modo Andrea o a modo chica tranquila? —otra pregunta.
—A modo Andrea —comento. A modo Andrea significa follar deliberadamente. Es obvio que estuve modo chica tranquila, pero por obligación.
—Follaste entonces...—dice.
¡Ven, sé a qué quería llegar!
—Cómo tú —contesto.
—No he follado antes —declara—. Ni siquiera me he dado placer, esperando por la aparición de alguien al teléfono.
—Enzo no me engañes, no tienes por qué. Las reglas claramente dicen no prohibiciones. Eres literalmente libre, puedes follar con quién quieras.
—No tengo por qué mentirte. Lo que te digo es cierto —manifiesta—. Y no nos engañemos ambos que no podemos ser libres cuando el alma se encuentra presa a alguien.
—Deja de utilizar tus frases célebres. Mi alma es libre como el puto viento. No sé encarcela a nadie.
Él solo ríe y se acomoda, presionándome aún más contra él.
Nuevamente un cuerpo situado en demasía sobre el mío me despierta.
¿En qué jodido momento me dormí?
Intento levantarme de la cama, pero esas manos siguen impidiéndolo. Su boca se acerca a mi oído y muerde el lóbulo.
—Buenos días mami —susurra a mi oído, enviando corrientes eléctricas a todo mi cuerpo.
—Cómo no van a ser buenos si amaneciste conmigo —expreso haciendo que él ría.
—Tengo que marcharme a Nueva York. Dejé los negocios a cargo de mi amigo por estas horas, pero, no puedo abusar.
—Estás tardando entonces —declaro.
Pero Enzo no parecía tener prisa. Sus manos descienden por mi cuerpo, presionando, rozando todos los lugares que le parecieron.
—No tenías que marcharte —expreso. Su boca ya estaba en mi barriga.
Este imbécil va a hacer nuevamente lo mismo, llegar hasta ese sitio y continuar, producto de su castigo.
—Te daré un premio por tu buen comportamiento —expone.
Terminando de pronunciar la frase lleva su boca a mi sexo. No lo hace despacio, lo hace intensamente. Su boca chupa ansiosa y deliciosamente mi clítoris. Gimo descontroladamente mientras abro mis piernas dándole más acceso. Sube hasta el inicio de mi clítoris y chupa reiteradas veces ahí.
La excitación, el calor, el deseo se avivan como llamas en mi interior. Mis manos buscan desesperadas las sábanas, descargando sobre estas todas las sensaciones de las que mi cuerpo es testigo.
Mueve su lengua de arriba abajo frenéticamente volviéndome loca. Él sabe cómo me gusta esto, pero sobre todo este movimiento de su lengua es el que más me enciende de todos.
Vuelvo a ser Andrea en estado líquido. No sé cómo logra derretir el hielo, pero lo hace. Su lengua ya está a la entrada de mi sexo. Le da varias veces un recorrido tortuoso a la entrada, hasta que embiste una y otra vez mi interior.
Las estrellas de colores, los putos unicornios, los arcoiris, yo que sé, lo veo todo. Estoy a nada de perderme en un orgasmo y gritarle a todo San Francisco que me he corrido.
Enzo no colabora y vuelve a succionar todo mi sexo. Chupa y lame en reiteradas ocasiones dándole a todo mi cuerpo el sabor de un placer infinito.
No puedo más. Él parece captar como muevo la piernas y como mis manos se vuelven más blancas apretando las sábanas. Le da más intensidad a su cometido haciéndome vibrar sabrosamente ante la llegada de un orgasmo.
No espero recuperar mi respiración, hecha un jodido caos. Me estiro hacia la gaveta de la mesita de noche y tomo un preservativo.
—Dame lo que me corresponde —expreso mientras razgo la envoltura del preservativo—. Tu maldito orgasmo.
—Quiero ver cómo esos dragones se mueven al compás de tus nalgas —expone con la voz cargada de deseo.
Antes de colocar el preservativo decido deleitarme con su apetecible erección. Comienzo chupando la punta, saboreando el líquido incoloro que ha salido producto a la excitación. Mi ojos se fijan en los suyos mientras mis labios recorren toda su longitud. Succiono justo encima de sus testículos, moviendo la mano por toda la erección con la ayuda de la saliva que había dejado antes.
La introduzco completamente en mi boca, llenándome, excitándome, recreándome. No dejo tranquila mi lengua, apoyando en cada uno de los movimientos. Acompaño también con mi mano, conjugando todos y cada uno de ellos.
Los ruidos eróticos y adictivos del macho alfa se intensifican a medida que pasan los segundos. Ruje un joder informándome que está a punto de correrse. Para pesadilla o delicia de él aumento mi actividad. Su mano va hasta mi cabeza y me empuja mucho más, mientras mi boca se llena con su líquido.
Sin dar tiempo a nada más coloco el preservativo sobre su erección aún firme y me siento de espaldas a él. Si le encanta la mirada que le aporto de espaldas, pues se la daré.
Debo destacar que esos tatuajes en mis nalgas fue una revelación, cuando por fin fui libre. Significan la fuerza, la lucha, el conocimiento, el poder terrenal.
Muevo mis caderas a un ritmo vertiginoso. No tenemos mucho tiempo y quiero aprovecharlo al máximo. Sus manos arremeten más de una vez contra mis nalgas, encendiendo aún más mi cuerpo.
El orgasmo que hace apenas minutos me había estremecido ahora parece no haber sucedido. Mi cuerpo vuelve a ser víctima de la excitación y el placer extremo.
Durante los próximos segundos dejo de brincar para dar paso a la profundidad. Muevo mis caderas de alante hacia atrás, absorbiendo por completa su erección. Esta es la única profundidad a la que llego y me gusta.
Una de las manos de Enzo aprieta mi nalga para luego azotarla. No me preocupa la marca que quede después ahora estoy disfrutando.
Mantengo el ritmo qué sé que me romperá en un maravilloso orgasmo. Enzo por su parte maldice en alta voz. Ambos retorciéndonos a la vez por el placer.
Enzo se ducha en lo que yo preparo mi especialidad, pizza. Se lo dije claramente que no cocinaría, no lo hago para mí, lo voy a ser para él. Rotundamente no.
Cuando el sale del baño voy yo a bañarme. No fuimos juntos porque él tiene que regresar a su Estado y entrando los dos eso no pasaría hoy.
De camino al baño mi teléfono suena desde la mesita de noche. Enzo por su parte sigue vistiéndose.
—Andrea —comenta Baris al otro lado de la línea.
—¿Que deseas esta vez? —inquiero.
—Quiero verte. Ya no sé qué hacer Andrea, para lograr pasar aunque sea una hora contigo —expresa.
—Quien te manda a desaprovechar tus horas Baris —comento.
Al oír aquello el animal que tengo a centímetros me mira. En su cara observo que no le da ni puta gracia.
Por mi parte ya comprobé que Baris no me satisface o al menos no en el principio. Pero, no puedo demostrarle a Enzo que tiene alguna autoridad conmigo.
—Te daré una última oportunidad, trata de aprovecharla como se debe —declaro.
—Te enviaré la direccion dónde estoy al teléfono —expone.
Después de ello cuelgo.
Entro al baño a ducharme, ignorando la mirada profunda de esos ojos oscuros. Me tomo minutos en ello. Cuando salgo Enzo no estaba en el cuarto.
Tomo una lencería roja, como casi todas las que tengo, bastante diminutas. Me cubro con un vestido ajustado del mismo color. Acompaño el atuendo con unas sandalias de tacón blancas y una cartera del mismo color.
Delineo mis ojos y aplico rimel en grandes proporciones. Le coloco un tono rojo vino a mis labios. Dejo mi pelo suelto.
Al finalizar voy a la cocina. Ahí me encuentro con un Enzo apoyado en la encimera, con las manos cruzadas.
—Ni siquiera esperas que me marche —expone.
—Si sabes como entrar a esta casa por tus medios también debes saber cómo salir —declaro.
Él me observa de una forma que no sé describir, pero que provoca algo raro dentro.
Camina hasta mí poniéndome en alerta. Sé que recurrirá a sus métodos eróticos con tal de que no vaya con Baris.
—Qué hipócrita es el ser humano cuando busca follar con miles de cuerpos, para olvidar el único cuerpo que le folló el alma —expresa dejándome aturdida. Deposita un beso en mi mejilla—. Disfruta diosa.
Tras sus últimas palabras se marcha, dejándome a mí, en medio de mi casa completamente aturdida.
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