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18.

Contado por Enzo

Tenía en mente castigarla, realmente lo haría. La tendría privándola del orgasmo muchas más veces, pero la miré a los ojos y vi todo lo que sentía reflejado en ellos. Sentí su súplica aunque no expresó palabra alguna. Permití que se corriera, pero mi posición de castigarla no pasará por alto.

Volví a verla como aquel día, cuando ella siente que se vuelve vulnerable. Me encanta verla así. Andrea piensa que yo estoy logrando cosas imposibles en ella, pero ella también lo está logrando en mí.

El hombre que no buscaba más que su placer, el que tenía una chica solo para follar, el que no dedica su tiempo en nada más que la satisfacción, el que no se preocupaba como se sintieran, el que no se inmutaba por entender los sentimientos de nadie...ese hombre, siempre fui yo.

Con Andrea he tenido que contenerme en todo, aunque ella sea una maestra en el mismo renglón que yo. Desde que la conocí, cada tiempo que dediqué en hablarle, en entenderla, no fue ningún sacrificio, me gustaba ser ese hombre y me encantaba la mujer que estaba obteniendo.

Tuve que tener paciencia porque para ella lo más fácil del mundo era follar, el verdadero problema siempre ha estado en hablar, en comunicarse, en expresar lo que quiere o siente en el momento. Me ha tocado aprender a entender su mirada.

Sí, he follado en Nueva York y no es por mantener mi posición de mujeriego o porque ella no me es suficiente, sino porque a ella le encanta jugar y yo no pienso privarla de lo que le gusta, más bien, haré que poco a poco solo quiera jugar y ser follada por mí.

Cuando la llamé por video llamada sabía que había llegado a su casa. No me tomen por controlador, es que presentía que algo le sucedía y no contestaba mis llamadas.

Sé también lo que haría al entrar en casa. Lo sabía porque la conozco. Fueron tres días, sí, pero tres días que me dediqué más en analizar sus expresiones ante todo, sus actitudes y  sus palabras.

No me equivoqué. Ahí estaba frente a mí. Me volvían loco las ganas de tomar el puto avión y venir a San Francisco. Se tocaba y yo disfrutaba con ello, pero noté algo en su rostro, la noté desconcentrada.

Apareció Alaska de pronto. Ni siquiera la vi cuando entró en mi habitación. Lo más sencillo que quería hacer era matarla.

No fue mentira cuando le dije que llevaba tres días sin follar. Alaska estaba aquí por una jodida comida con sus padres. Ella quiere demostrar por todos los medios que estamos juntos y así obtener la fortuna de su padre. A partir de ello he tomado una decisión. Sé que ella no se quedará tranquila. La conversación giró en base a hijos, nietos en el caso de los padres. Aunque yo no le de lo que necesita para salir embarazada, eso no quiere decir que no lo tome. Así que, me haré una vasectomía en cuanto regrese a Nueva York.

Lo único que me interesa es Andrea y ella aún no está lista para una relación, menos para ser mamá. Si en algún momento nuestra situación cambia, me volveré a operar. He hablado con el médico que me atenderá, casi todas las vasectomías pueden revertirse.

Al menos estos cuatro años que faltan para cumplir con el contrato que nos obligaron a firmar los padres de Alaska y mi padre, seguiré de esta forma con Andrea. Desde el momento que me divorcie, voy en busca de más con mi loca perdición. Ya lo dije antes, no me quedaré dónde se han quedado todos. Lo quiero todo.

Empezaremos hablando, deliberadamente.

—Ahora tú y yo vamos a hablar, sin filtros—digo serio. Su expresión es un poema. Jamás le había hablado de esta forma.

—Ya follaste, ya te puedes ir —expresa haciendo el intento de levantarse de encima de mí.

La agarro de la cintura y pego nuevamente su culo a mí.

—No vine solo a follarte. Follar no es lo único que busco contigo —declaro. Mis palabras siguen saliendo frías.
Ella me mira a los ojos intentando decifrarme.

—Pues yo solamente busco follar con todos —responde perdiendo su vista a cualquier rincón de la habitación menos en mi cara.

Andrea es la chica más valiente y espontánea que conozco, pero, hablar abiertamente de algo que siente es como pedirle que salte a un pozo que no tiene fondo.

—Sí, con todos, pero yo no soy todos —comento—. Mírame Andrea.

Aunque físicamente sigo en calma, mis palabras no.

Ella gira su rostro hasta que sus ojos se fijan en los míos.

—Maldito seas Enzo, ¿Por qué mierdas tenías que aparecer en el puto gastropub? ¿Por qué te tuve que sonreír? ¿Por qué diablos me miraste?. ¡Joder! —expresa exasperada y vuelve a intentar levantarse de mi regazo. Otra vez le impido que escape.

Con una mano agarro su nuca y empujo su cabeza hasta que nuestros labios rozan.

Esta fiera es dura de domar.

—Porque este cuerpo tenía que ser tocado por mí. Esos ojos tenían que perderse en los míos. Esas tetas tenían que ser comidas por mí y ni se diga de tu sexo. Tu boca tenía que ser saboreada por mí. Y tu mente Andrea, tu mente tenía que ser explorada por mí. También me pregunto lo mismo todos los putos días. No tienes idea de cómo es mi vida en Nueva York, pero te aseguro que está muy lejos de preocuparme por como se sienta y esté una chica o intentar llegar a algo más que un acostón. Sin embargo, llegué aquí a San Francisco, anulé a todas las tías que se me cruzaron y me encontré contigo y no solo te observé, te sonreí, sino que te convertiste en mi loca perdición.

—Enzo solo quiero follar, solo follar —repite esa frase tantas veces, como si más que para mí, se la repitiera a ella misma.

—Y vamos a follar, pero, no sin antes aclarar entre nosotros todo lo que deba ser aclarado.

—¿Por qué lo complicas? —inquiere y tras ello suspira. Cómo si estuviera llevando la batalla más difícil de su vida.

—¿Por qué lo complicas tú?. ¿Por qué no me dices de una vez que te sucede?. No trates de cerrarte más a mí. Cuántas veces te explico y demuestro que no tienes nada que ocultar conmigo, que te conozco y sé cómo te sientes con solo mirar tu cara.

Su boca toma apresurada la mía en busca de un beso. Su forma de evadir la conversación es follando.
Me separo de ella, dejándola perdida.

—Cuando hablemos te daré todo lo quieras y más —declaro—. Ahora solo hablaremos.

—No soy una chica sumisa, a la que le dices lo que tienes que hacer y lo hace. No nací para obedecer a nadie, lo hice alguna vez cuando no me quedó más opción, pero juré jamás volver a esa posición.

En sus palabras he destacado dos cosas. La primera, que lo del juego con la sumisa pudo haberla calentado pero en su mente le hace rechazo a ello, cada vez que le pida o le exija algo se verá en la posición de aquella chica y se pondrá a la defensiva, al no querer sentirse dominada. La segunda que su pasado forjó y marcó su actitud actualmente, que por su forma de manifestarse no fue nada fácil.

—¿Te he hecho sentir mi sumisa? ¿Te he tratado incluso similar a como lo hayas visto? ¿Me he preocupado solo en darte órdenes?.

—Pero todo ha sido un camino...un camino para llevarme a ese punto. Las psicologías, las acciones, las palabras, todo lo estás preparando muy bien para convertirme en lo que es esa chica. Y no, Enzo, te lo digo abiertamente me encanta como follas, pero NO SOY OBEDIENTE, NI DOMINADA POR NINGÚN HOMBRE y en ese ningún te incluyes tú.

No puede estar más equivocada. Quiero que folle solo conmigo, pero como hasta ahora. Que disfrutemos de lo que surja en el momento. Ya se lo expliqué una vez que muchas veces tendré yo el control y otras ella.

—No te quiero como sumisa, ni siquiera he pensado en ello. ¿Sabes por qué?, porque me gusta como te desenvuelves teniendo el control, porque me encanta cuando te tengo arriba llevando el ritmo, porque me fascinan todas tus locuras. Lo que no quiero Andrea que sigas necesitando poner las malditas esposas para satisfacerte.

—Estaba bien Enzo —declara otra vez exasperada—. Llegaste tú con tu psicología barata y me enredaste no sé de qué forma, pero ya...—suspira cortando la frase—. ¡Joder!

—Pero ya...¿qué? —indago. Esto es mucho más difícil que domesticar un puto león—. Dime Andrea, todo lo que tengas que decir, porque no te dejaré salir de esta maldita habitación.

—Ya no me corro como antes. Me cuesta un montón. ¡Joder!. Incluso cuando alguien más me toca busco la perfección en cada movimiento, perfección que nadie más me da...—aquellas palabras salen altas y a carretillas. Sé que le costó muchísimo expresarlas y le cuesta aún más saber que ya las dijo.

Acerco mis labios a los de ella. Nuestras bocas no tardan en unirse en un desesperado beso. Las lenguas chocan buscando introducirse en la boca del otro. Le doy paso a la de ella.

Mis manos descienden hasta sus nalgas, la pego más a mí. Su mano busca desesperada mi erección. En cuestiones de segundos la respiración de ambos se vuelven un caos y en la habitación solo se escuchan los sonidos de placer y de haber estado esperando esto muchos días.

Le extiendo un preservativo el cual ella toma veloz. Con una habilidad increíble se deshace de la envoltura y lo desliza sobre mi erección. Acomoda sus piernas a mis lados y sin darle mucha vuelta introduce completamente mi sexo en su interior.

Comienza a moverse a su antojo. Dejando explotar la bomba que contenía en su interior. Volviéndome loco a mí y haciéndome perder en cada uno de sus movimientos. Mi ojos se fijan en sus tetas, en como brincan por los saltos que da. Mis manos trazan un camino por sus costillas hasta que llego a sus caderas y ejerzo presión.

Andrea gime y yo declaro que no hay música más jodidamente adictiva. Todo se vuelve tan intenso, tan rápido, tan profundos que la explosión de nuestros cuerpos amenazan. La azoto nuevamente y vuelvo a hacer presión en sus caderas, empujándola más hacia mí.

Los gemidos se intensifican y las paredes de su sexo se contraen. Nos corremos casi al unísono.

Me quito el preservativo y lo desecho en el baño. Vuelvo hasta el sofá Andrea estaba a punto de salir del cuarto pero la tomo nuevamente y la siento sobre mí en el sofá.

—¿Qué más pasó estos días? ¿Qué problema has tenido? —inquiero.

—Déjame decirte que el peor castigo que puedas utilizar conmigo es este —manifiesta.

—No es el peor, tranquila —declaro—. Dime Andrea.

—No ha pasado nada. Cada día ha sido una monotonía constante de aquí al trabajo —se que oculta algo, lo noto en su cara y en la forma que tragó su propia saliva.

—No vamos a jugar a esto. Te expliqué que no saldrías de aquí hasta que no habláramos.

—Enzo que te importa lo que me haya sucedido. ¿Es para mantener tu posición de macho arrogante que logró hacer que me expresara?. Es un intento de obtener otro logro.

Yo me río y volteo a mirar cualquier punto de la pared. Con Andrea necesito mucha paciencia, eso ya lo sabía. Cómo a estás alturas me dice que yo solo quiero obtener un logro.

—Si me importa todo lo que te pase y si quiero saberlo —digo firme mirándola está vez a sus ojos—. Y no, no es para mantener mi posición de macho arrogante que logra que te expreses y tampoco un intento de obtener un logro.

—¿Entonces qué pretendes? —inquiere.

—Que hables conmigo sin pensar dos veces lo que vas decir porque temes sentirte vulnerable. Quiero que podamos follar como locos, pero que podamos conversar como cuerdos.  Que tú nunca serás inferior, aunque yo sea el que esté dirigiendo el sexo en un momento determinado. Deja de pensar que por abrirte a mí eres débil. Apréndete de una vez por todas que aunque no tengamos ninguna relación tu hombre soy yo.

Sus ojos se pierden en mi cara. Se queda sin palabras, algo no común en ella.

—Que te voy a entregar los mejores y más adictivos places, que te voy a dar todo lo que quieres y te gusta, pero también, conmigo hablarás todo, lo que pienses, lo que quieras, lo que te preocupe, lo que te incomode.

—Nunca conjugo esas dos palabras <<follar, hablar>> —expresa.

—Lo empezarás a hacer conmigo.

—No puedo —expone volviendo a llevar sus ojos a otro punto de la habitación. Estamos retrocediendo en U.

—Andrea mírame —reitero—. Si puedes. Conmigo puedes —agarro su barbilla y hago que me observe.

—He roto una de tus reglas —expresa—. Y lo peor es que fue un chasco.

Ya lo sabía, por eso es mi castigo. Me han enviado un vídeo. He mandado a rastrear el número, el maldito Baris ha tenido que ver en todo esto. El vídeo dura bastante poco, solo aparece la parte en la que él le azota el muslo con un puntero, ella safa la camisa mostrándole sus pechos y él la sienta sobre la mesa abriendo sus piernas. Lo otro que pude ver es solo su boca vaguiando por el sexo de ella mientras su cara reflejaba que no estaba disfrutando del todo. No es que sea seguro de mí mismo, ni de lo que provoco en ella, es que me se de memoria su cara cuando está explorando el placer infinito y sin dudas no era esa.

—¿Grabaste la película? —inquiero.

—No la terminé. Ni siquiera llegué a la mitad —expone.

—Te gusta llevarme siempre la contraria —le digo—. Disfrutas ponerme de los nervios.

—Te permití darme alguna que otra orden en el sexo, pero, en ningún momento me referí a que podías tomarte atribuciones con mi vida.

—No intento prohibirte nada, simplemente te advierto lo que puede salir mal...

—¿En qué has acertado?. No ha salido nada mal —me interrumpe.

—Dime que te gustó que te tocaran —llevo mis dedos a sus pezones y juego con ellos a mi antojo, logrando lo que no logró aquel imbécil—. Dime que se pusieron así de duros cuando te tocaron —me levanto del sofá con ella en mis brazos y la lanzo sobre la cama. La azoto por el muslo, por dónde mismo la azotaron—. Cuéntame si se asemeja lo que sientes ahora a lo que sentiste en ese momento —dejo besos por toda su barriga, descendiendo hasta su sexo. Ahí suspiro varias veces. Abre un poco más sus piernas esperando más movimientos de mi parte. Paso un dedo por el mismo centro, con un leve contacto. Se empieza a mover intranquila con ganas de más. Escupo sobre él, pasando está vez dos dedos. Vuelvo a susurrar—. Te tenía así de excitada antes incluso de pasar su lengua.

Ella no responde y el demonio que habita en mi interior parece cobrar vida propia.

Pego la punta de mi lengua a ese punto encima de su clítoris, no la muevo.

—Enzo. ¡Joder! —expresa.

—Respóndeme lo que te he dicho —incito.

Pero ella no es una presa fácil y se que se hará más de rogar. Así que utilizo más trucos. Rozo mi dedo por la entrada de su sexo. Es apenas un roce, pero sé cómo la pone.

—Enzo no te diré nada, mi cuerpo ha hablado por sí solo —manifiesta.

Suspiro una última vez en su sexo y acerco mi boca a su oído.

—Te dije que la reglas son para cumplirlas. Has desobedecido a papi —susurro.

Ella se sienta en la cama, hecha un lío. Si cara expresaba tantas cosas que me daba gracia.

Que me comería ese postre hasta el cansancio, lo haría, porque me encanta, pero ella aprenderá a qué cuando quedemos en algo, se cumple.

—Alguien se encargará de darme lo que tú no —comenta.

Apoyo las palmas de mis manos en la cama, acercando así mi cara a la de ella.

—Nadie conoce tu cuerpo como yo —digo contra su boca.

—Yo conozco mi cuerpo y se dónde tocarme para sentirme incluso mejor de lo que puedes hacerme sentir tú.

—No lo parecía la última vez —manifiesto—. Además tu boca no llega hasta ahí.

Nos retamos una vez más con la mirada y terminamos riendo.

Maldita loca, me tiene perdido.

—¿No tienes hambre? —pregunta ella al cabo de unos segundos. Baja de la cama y va en busca de algo en el armario.

—Siempre tengo hambre de tí —respondo mientras voy en su búsqueda.

—Me refiero a la comida, pizza, hamburguesas...—menciona mientras se coloca una braga, tan diminuta y transparente que la veo casi innecesaria.

—¿Vas a cocinar? —indago mientras le recorro el cuerpo con descaro.

—Me ves cara de qué me guste cocinar —declara—. Pues no me gusta para nada. Te lo decía porque tal vez tenías un talento independiente del que ya conocemos y preparas algo rico.

Curva sus labios hacia arriba en una sonrisa. Yo arqueo una ceja procesando sus palabras.

Se me ocurre una idea mejor.

—Y si lo hacemos juntos —digo. Ella piensa en mi proposición.

—Solo si lo haces en ropa interior. Quiero ver ese cuerpo sudando por el vapor de la estufa.

Y así vamos hasta la cocina. No tengo ni idea como va a quedar lo que preparemos pero el momento es el que cuenta. Si les soy sincero en mi vida he hecho esto.

—¿Qué te gusta comer? —indago.

—Si me das a elegir prefiero pizza —comenta subiéndose a la encimera.

Entonces lo menos que deseo ahora es cocinar. Mi mente maquina la forma de follarla duro contra la encimera.

Mi sexo se empieza a notar, esclavo de mis pensamientos. Con ella nunca tengo suficiente. Si fuese por mí y creo que también por ella estuviésemos todo el puto día follando.

—Todavía quieres cocinar o prefieres cambiar el plan —cuestiona abriendo más sus piernas.

Joder.

Maldita loca.

—Vamos a cocinar —comento. Ella levanta su ceja ante mis palabras.

No vine solo a follar. Aunque era algo que deseaba hasta el punto del delirio. Quiero que compartamos más cosas, de a poco.

—¿Qué te parece si preparamos espaguetis con albóndigas? —inquiero, yendo hasta el frigorífico.

—No sé si tenga todos los ingredientes —comenta—. Normalmente como pizza, hamburguesas, rollitos de queso. La cocina no es especialmente lo mío.

—Quiere decir que nos moriremos de hambre —expongo. Y mis palabras son adrede. Quiero ver qué tanto le suena la idea de estar en un futuro juntos.

—Bueno, a mi la pizza me alimenta bien. Y tú, imagino que tienes quién te cocine —dice—. No entiendo porqué generalizas.

El demonio que habita en mi interior protesta miles de veces, exhausto de tratar con esta loca. Recurriendo a sus mejores armas para cazar a esta presa.

—Porque pienso comerte y comer muchísimas más veces aquí —comento. No voy a presionarla aún con la idea de algo relativamente juntos, pues sé de sobra que no está preparada.

Comienzo a sacar del frigorífico los ingredientes que había. Tomo un trozo de carne, que más tarde tendré que picar; un huevo; un trozo de pan que hay que rallar; una cebolla; los espaguetis y una zanahoria.

—Pues entonces cuando quieras comer un plato que no sea nombrado Andrea, tendrás que prepararlo tú —manifiesta.

La agarro de las caderas y la bajo de la encimera. De un giro la coloco de espaldas a mí con la barriga pegada a la encimera. Apoyo mi cuerpo al de ella.

Mueve sus nalgas haciendo que mi erección se perciba. Sé lo que espera y lo que desea, pero decido torturarla más.

—Ralla la zanahoria —le digo mientras se la coloco delante de sus ojos.

—¿Y tú qué mierda harás? —pregunta.

—Mantener mi erección pegada a tu culo —expongo.

—Pues podrías darme algo de motivación física, ya que estás tan cerca —declara empezando a rallar la zanahoria.

—Te ves muy sexy rallando una zanahoria —digo aguantando las ganas que tenía de reírme. Pero no me ayuda para nada su cara.

—Se te nota a leguas que follaste. Vaya humorcito tienes —expresa—. Mejor haz otra cosa, no estás ayudando a mi concentración.

Paso a picar la carne. Andrea termina de rallar la zanahoria y continúa con el pan.

Comenzamos con la elaboración. No había movimientos sin roces y miradas. En repetidas veces estuve a nada de follarla contra la encimera como quería, pero he tratado con mi autocontrol...o eso creo.

No sé de qué forma le cayó encima la cucharada de Salsa Barbacoa. El caso es que antes de que llevara su dedo a ese sitio y luego lo dirigiera a su boca, lo lamí, e incluso más de lo que se había embarrado.

Vuelve a dejar caer una cucharada de salsa, está vez sobre mí. Lleva inmediatamente su boca hasta el sitio y chupa, lo que se ensució y más.

Sé que si no la detengo vamos a tenerminar enredados contra la encimera y tengo otros planes para ella. Así que decido continuar con la comida.

Al cabo de unos minutos ya teníamos la comida lista. Andrea suspira y dice:

—Evidentemente es más fácil follar.

Decidimos comer cómodamente sentados en el sofá. No preparamos la mesa. Nosotros no somos algo común y tradicional.

Escucho mi teléfono sonar. No me levanto a alcanzarlo. Sea quién sea que espere.

—Podría ser importante —expresa Andrea mientras lleva una albóndiga a su boca.

—No tengo nada más importante que tú —declaro. Ella me mira por uno segundos en los que parece procesar mis palabras.

—Ya te lo alcanzo yo —dice mientras se levanta del sofá, coloca el plato en la mesita de enfrente y camina en dirección al teléfono.

Esto claramente es una forma de huir de la conversación o no sabe que responder a ello. ¿Cómo hago para que le sea fácil hablar conmigo?.

Llega hasta mí y me extiende el teléfono. Alcanza nuevamente el plato y se sienta en el sofá con las piernas cruzadas sobre este.

En la pantalla aparece el nombre de Alaska.

Miro a Andrea, ella está muy a gusto comiendo sus espaguetis. O no le importa realmente o lo disimula bien.

Tomo la video llamada, por dos cuestiones. La primera para que Andrea note que no estoy jugando ningún papel con ella, que lo que ve y obtiene de mí es real. La segunda porque ya va siendo hora que hablemos de mi matrimonio. Sé que a Andrea le costará muchísimo abrirse conmigo, pero, yo voy a ir haciéndolo con ella de a poco.

—¿Qué quieres? —inquiero hastiado.

No tengo nada con ella. Ni siquiera me importa.

—¿Dónde estás? Ya deberías estar en casa —habla con un tonito de esposa, que aunque en los malditos papeles lo diga, ambos sabemos que no nos comportamos como tal.

—De cuando para acá te doy explicaciones de lo que hago —digo—. Es que no sé qué haces en mi casa. Ya pasó la maldita cena, ya te puedes ir.

Aunque no estoy mirando a Andrea directamente, de reojo puedo ver cómo ha llevado su mirada a mí.

—En base a los nietos que tenemos que darle a nuestros padres he preparado esto —expone abiertamente. La cámara del teléfono muestra todo, la cama preparada con velas, pétalos e incluso puedo distinguir unas esposas. Por último enfoca en su cuerpo cubierto solo por una lencería roja.

No me provoca absolutamente. Alaska no capta mi atención, además ha mencionado la palabra hijos.

Andrea analiza la situación desde su posición.

—Accedí continuar con esto por cuatro años más para que cobres tu jodida herencia, pero no te daré hijos. Ve a buscarlos en otro sitio y asegúrate que el responsable cumpla su papel de padre.

—¿La nueva sumisa sabes que estás casado? —indaga.

—Mira esta loca como explota una bomba —expresa Andrea y la forma en que lo dijo me dio gracia.

—La única sumisa que tengo vive en Nueva York y no tiene que saber nada de mi vida.
—No me refiero a esta, sino a la que hablaba contigo aquella madrugada —expone.

—No es mi sumisa, es mi mujer —declaro y Andrea tose a mi lado—. Cuando regrese a Nueva York no quiero encontrarte en mi casa.

Cuelgo la llamada y busco con la mirada a Andrea.

—¿Te gusta rodearte de locas? ¿Verdad? —inquiere con naturalidad y ese tono tan tranquilo.

Definitivamente que a veces no sé que hacer con ella.

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°°°°He demorado un poco pero aquí está.
Capítulo dedicado a:
Aili0109
andrem97
❤️Gracias por estar presentes en capítulo❤️

Si estás al pendiente de cada capítulo hazlo saber dejando tu estrellita⭐°°°

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