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16.

—Chicos, Keira y Aiden seguramente están juntos. ¿Por qué no lo comprobamos?. De ello depende nuestro viaje a París —expresa Gabriela quién llega apresurada hasta nuestro encuentro.

—¿Cuál era la condición para ganar el viaje? —inquiero. La verdad es que tenía mi mente en otro sitio o otras cosas cuando hablaron de ello.

—O que Keira se resista a la tentación llamada Aiden o que no se resistan ninguno de los dos.

—Eso está muy fácil —declaro—. Los dos estarán revolcados en la sala del departamento de Keira.

—¿Acaso eres también adivina? —inquiere Liam.

—No, pero, cuando las ganas están al nivel más alto que pueda llegar una persona, el lugar donde esos cuerpos se encuentren sería testigo de la explosión inmediata. Ellos han estado retándose todo el día, esos cuerpos andan a mil y sacando cuentas del lugar, la sala de Keira es el espacio donde primero chocarían esos cuerpos.

—No puedo contigo —comenta Gabriela entre risas.

—Vamos —expongo caminando hasta la salida.

Los chicos me siguen, pero antes de salir detengo mis pasos. A todos los ligues de hoy le dije que me esperaran fuera del club.

—¿Qué sucede Andrea? —inquiere Gabi.

—Debo tener alrededor de diez hombres esperándome —digo—. Dylan podrías fijarte en la cantidad de tíos que se encuentras dispersos ahí.

Dylan con una amplia sonrisa va. Se va a cobrar el favor, de seguro.

—Está todo el ganado —declara.

¿Cómo coño salgo de aquí?

—Podemos tomar la salida trasera —informa Liam.

Y así, salimos de club. Debiendo por mi parte, dos favores.

Nos bajamos frente al departamento de Keira. Toco la puerta una vez. Se demora en abrir, por lo que lo hago por segunda vez.

—Voy —grita mi amiga.

Cuando abre la puerta nos encontramos con una Keira cubierta por una blanca camisa proveniente del sexo masculino.

—¿Qué hacen aquí a esta hora? —inquiere mi amiga indignada.

—¿Qué hacemos aquí? Creo que es obvio chiquita —digo mientras me cuela por el espacio que queda entre la puerta y ella—. Queremos saber quien ganó la apuesta.

Detrás de mí se cuelan todos en el  departamento. Gabriela, Ryan, Liam y Dylan. A Aiden no le ha hecho mucha gracia.

—¡Wow! —grito de modo que todo San Francisco debe haber escuchado—. Sabía lo que pasaba entre ustedes, pero verlos así, es otro nivel.

—No somos pareja —se apresura en decir Keira. Aiden la mira con desaprobación. No sé que intensiones tiene este hombre, pero, de que Keira lo tiene completamente loco, no hay dudas.

—Que les dije —expresa Ryan—. Gané yo.

—Hermano —le responde Dylan—. Eres bienvenido al grupo oficialmente.

El chico asiente con una sonrisa.

—Se ven jodidamente románticos —dice Liam entre risas—. Hermano eres un gilipollas con corazón, yo lo sabía.

—Joder, vienen a esta hora solo para saber quien ganó la apuesta —ruge el ogrito.

—Pues si hermanito. Nos vamos a París, así que prepara todo. Ahora te quiero más que nunca —ataca Gabriela.

Los tortolitos sonríen.

—Si ya lo dijeron todo pueden irse joder, tenemos asuntos que atender —expresa Aiden, alias ogrito.

—Andrea 0, Liam 0, Dylan 0. Keira y Aiden 1 punto casa uno —expreso—. Nos están ganando chicos.

—¿Quieres empatar? —interviene divertido Dylan.

Estos tíos son más palabras que actos.

—Mucha marea para tan poquito barco —expongo.

Ellos entre risas y quejas nos marchamos.

—Keira la píldora —grito—. Sería el fin del universo si un mini Aiden llegara a este mundo.

Los chicos se ríen. Si dudas hoy la hemos pasado increíble. Solo una cosa me faltó: sexo.

Mis nuevos dos chicos favoritos me dejan en mi casa.

—Podemos sacrificarnos por no acabar la noche en cero —bromeo, pero con mi rostro serio.

—La regla de bestfriends nos lo impide —utiliza mis palabras Dylan.

—Además, sabemos que tú hoy no dormirás sin antes haber tenido un merecido orgasmo —comenta Liam.

Me dan un beso ambos en el cuello, por segunda vez. Los beso a ambos en la cara y me bajo del coche.

Al entrar en casa, me desprendo de los zapatos y la ropa. Todo estorba. Llego a mi cama y me abalanzo sobre ella.

En todo el día no pensé en los malditos ojos negros profundos, ¿Por qué mierda quiero sentirlos mirándome ahora?.

Esos ojos tendrán algún hechizo, algún antídoto que me habrán traído a la perdición. Después que se alejaron, follo menos que antes.

Tenía tantas opciones hoy y yo pasé de todas.

Abro la gaveta de la mesita de noche. Recurro a mis mejores aliados. Me niego a pasar un día más sin liberarme.

Agarro dos modelos diferentes. Uno para introducirlo por mi sexo en color carne y otro que vibra sobre el clítoris color blanco.

Me arrecuesto más sobre el cabecero de la cama y abro mis piernas. Agarro el primero de color carne...

El sonido de mi teléfono me impide seguir con mis movimientos. A esta hora, solo debe ser una persona.

Enzo.

Acepto la video llamada y pensando bien no sé qué razón me impulsó más a hacerlo. Si el deseo de sentir esos ojos, si la excitación que me provoca que observe cómo me doy placer, si las ganas que tenía de que volviera nuestro juego o si que extrañaba a mi hombre de ojos profundos.

Espera...¿dije mi hombre?.

Vamos Andrea, córrete, que el exceso de días sin tener orgasmo te están cruzando las ideas —me recrimina mi voz interna.

—Ni digas nada, solo observa —demando. Tomo una almohada y la coloco frente a mí. Apoyo el teléfono a la almohada, permitiendo que se mantenga recto sobre la cama.

Introduzco el juguetico color carne por mi entrada. Empiezo a moverlo despacio, provocándome una excitación, que incluso se vuelve turtuosa, por las ganas de querer más.

Cuando me embisto varias veces con él, alcanzo el juguetico blanco. Sé que me correré rápido, pues, sin demorar horas en abstinencia he jugado con ellos y el orgasmo viene en cuestiones de minutos, imagina después de llevar estos días en pausa.

Enciendo el vibrador blanco y lo coloco sobre mi clítoris. Continúo con el de color carne embistiendo mi interior. Los gemidos no tardan en llegar. Mi cuerpo se calienta a niveles extremos.

El orgasmo...el orgasmo no llega.

Sigo buscando el punto exacto dónde me haría explotar. No lo encuentro, es como si hubiesen puesto el cuerpo de alguien más aquí, en vez del mío.

Me distraigo un poco debido a los acontecimientos. No es la primera vez que hago esto, pero si la primera que me pasa. No demoro más de pocos, más bien, mínimos minutos en correrme cuando juego así. Incluso, en ocasiones, me he auxiliado de solo uno.

¡Hoy los tengo a los dos!.

¡Esto tendrá algo que ver con la psicología! Para ir a un psicólogo. No tengo dudas que esos ojos profundos me afectaron.

La cara de una chica aparece fugaz por el teléfono. Y no sé por qué, pero ya la gracia que tenía el jueguito entre Enzo y yo, ahora no me da ninguna. El follando abiertamente y yo aquí con trabajo hasta para darme un orgasmo.

¡Eso sí me pone de mal humor! ¡Me siento en la posición de perdedora!

—Piérdete —ruge como nunca lo había visto de molesto a sea quien sea la persona que está en la misma habitación de él—. Y cierra la puta puerta.

—Sigue mami —demanda él.

—Las órdenes me las paso por el medio de mi sexo —comento algo molesta.

No es mentira cuando dijo que él me conoce. No sé si soy algo transparente ante sus ojos que él puede ver lo que ocurre con todo mi cuerpo, no sé.

—Por ahí quiero que pases tu mano —dice pero no lo hago.

Estoy hecha un lío. Ya se me pasaron hasta las ganas. ¡Qué sucede Andrea!

—Llevo tres putos días sin follar, esperando que te conectes, volviéndome loco aquí las ganas de ir a San Francisco y cogerte hasta que ya no nos preocupemos por otra cosa que no sea gemir.

—¿Tres putos días sin follar? ¿no? —inquiero irónica—. Enzo deja la psicología barata que siempre usas conmigo. Me estoy poniendo de los nervios. No puedo dejar pasar un día más sin un orgasmo.

—Observa —mueve el teléfono hasta que me permite tener una deliciosa vista de su erección. Joder. Las ganas vuelven y con ella mi deseo de tenerlo en la boca, en mi sexo, en el hueco que nunca doy...¿por los huecos de la nariz y de los oídos se puede? sino para que le de por ahí también—. Ves como me pones mi loca perdición. No sé que hacer contigo, no sé si amarrarte y follarte o dejar que me folles. El caso es que mi erección solo puede ser calmada por tí.

¿Todavía estoy a tiempo de correr? ¡Andrea espabila! ¡Corre antes que sea tarde!...

—Vamos mami, mueve esa manito por dónde quisieras que mi lengua estuviera ahora —su voz me saca de mi órbita. Todo lo que estaba pensando se fue al traste cuando mi mano actúa por sí sola—. Mi lengua recorre tu entrada pero no pasa a tu interior aún. Estás deliciosa. Quiero que lleves dos dedos de tu mano a tu boca y los chupes. Tienes todo lo que quieres de mí en tu boca, saboreálo y disfrútalo, así como yo estoy disfrutando del postre exquisito que me estás dando. Nadie es capaz de hacer esto como tú lo haces. Así preciosa, quieres más y yo también. Hundo mis dedos en tu interior, mi lengua sigue apoderándose de tu rico sabor. Más rápido mami.

Mi cuerpo se estremece y todo parace explotar. Tiemblo sobre la cama mientras mi sexo se contrae varias veces.

Es entonces que me doy cuenta que mi mente se dejó embaucar nuevamente por Enzo.

Los sonidos del otro lado de la pantalla llaman mi atención. Enzo acaba de correrse también.

Sin dar tiempo a recuperarnos, nos miramos una última vez y cuelgo la llamada.

Esto que está pasando con Enzo me preocupa, me asusta. Estoy demasiado desnuda frente a él y no me refiero exactamente a la falta de ropa.
                               
                             ***
Hoy es sábado y el cuerpo lo sabe, sabe que es día de fiesta. Lo único jodido de esta mañana es que tengo que hacer cosas en la casa.

Coloco la ropa en la lavadora. Decido hacer mientras limpieza general.

No me gusta dormirme en el sitio. Hago varias cosas o pongo a hacer varias cosas a la vez. No es mi plan pasarme todo el día en los quehaceres.

La mañana pasa en mis locuras de una sitio de la casa a otro. Cociné, hoy tocó. Me di un merecido bañito y ahora estoy buscando ropa cómoda para estar en casa.

Mis próximos planes serían pasarme la tarde viendo series y la noche, bueno, la noche para que caer en una redundancia.

Me coloco un short y top de color blanco con el logotipo de la marca Nike. Recojo mi pelo en una coleta. No he terminado cuando la puerta suena.

Pienso que es Keira, Gabriela o Eileen, así que le doy un última vuelta a la goma del cabello y ya está, voy hasta la puerta.

¿Qué cojones?

Me quedo estática en el sitio cuando veo a la persona que hay frente a mí. Es ver si cara que ya mi cuerpo revoluciona asquerosamente.

—¿Puedo pasar? —inquiere con voz y cara de víctima. Conmigo ya no funciona eso.

—No —contesto de mala forma—. ¿Quién cojones te dijo que podías aparecerte en mi puerta?

—Soy tu madre, Andrea...

—¿Madre? —la interrumpo—. La palabra madre significa tantas cosas que tú ni siquiera le llegas a la primera letra.

—Lo siento, si alguna vez tomé una decisión que no te agradó, pero fue por tu bien...

—¿Por mi bien? —inquiero. Me estoy exasperando—. No seas hipócrita. Lo hiciste para salvarte tu puto pellejo. Tenías que haber explotado antes de traerme al mundo. Tú no eres madre, una madre jamás haría con su hija lo que tú hiciste conmigo.

—No me odies Lanna —casi suplica. No me la creo nada. Si está aquí es porque necesita algo—. Nunca me olvidé de tí, busqué por todas las maneras encontrarme contigo.

—Joder, que ya nada me importa —grito—. Estoy bien, ¿no ves?. No tengo madre y nunca la tuve.

—Me sacrifiqué mucho por tí...

Suspiro. En cualquier momento actúo en vez de gritar.

—Te sacrificaste una mierda —la interrumpo—. Tu sabes cuál hubiese sido un sacrificio, haber dado tu coño mucho más y haber pagado tu deuda en vez de venderme a mí para salvarte de ella.

—Ya lo hacía, pero no fue suficiente —expresa.

Me río de la impotencia que siento.

—¿Qué coño le hacías al dinero que ganabas? ¡Eh!, Porque yo trabajada cada tarde. Tu no me comprabas absolutamente nada, ni siquiera un plato de comida me ponías en la mesa.

—Eso no fue así hijita —intenta acercarme a mi pero mi alejo.

—No me vuelvas a buscar en tu puta vida. No quiero saber más de ti, ni ver esa cara. Pare nuevamente si no tienes más hijos, porque en lo que respecta a mí, desde el día que me vendiste a ese hombre, que sabías perfectamente lo que haría conmigo y con solo quince años, desde ese día yo perdí a mi madre y tu a tu hija, si es que me consideraste alguna vez hija.

Le cierro la puerta en la cara, sin dejarla hablar.

Soy unos pocos pasos y me siento en el sofá. Por primera vez en mucho tiempo me siento frustrada, perdida. Estoy molesta, furiosa, intranquila. Quiero golpear algo, quiero perderme.

Joderrrrrr.

Mi teléfono suena. Lo ignoro radicalmente. No estoy para absolutamente nadie ahora y menos para Enzo.

El peso de esto, de la señora que me parió es lo principal que me tiene así en este momento, pero por otra parte desde ayer me tiene perdida todo lo que le concierne a él.

En fin, se me han ligado dos cosas que no sé cómo lidiar.

Loyce, la mujer que más odio en este mundo. La persona que tenía que haberse secado antes de tener el privilegio de ser madre. Sí, hablo de mi madre, si se le puede llamar así.

Conoció a mi padre en un burdel, donde trabajaba como objeto para el placer de los hombres. En ese entonces vivíamos en Arizona. Mi padre la visitó varias veces y lo que empezó como trabajo terminó en fuera de horario laboral. No tomaron las precauciones que debían y pues mira, aquí de pie está la concencuencia.

Mi padre, otro que no se merece el título, huyó. Esta historia es desde el punto de vista de Loyce. Ella, se quejaba todos los días de la miseria en que vivía. Yo por el contrario me aseguraba de trabajar y estudiar a la vez. Me permitieron trabajar como asistente de limpieza en el burdel.

Cuando las puertas del burdel se cerraban, yo me quedaba limpiando por horas. Eso sí, las tardes las pasaba ahí. Pues me daban el maldito plato de comida que Loyce no podía.

Aunque mi vida era un asco en ese momento, algo o mejor dicho alguien me llenó de luz.

Al siguiente día de mi cumpleaños número quince, al acabar la actividad del burdel, como cada día comienzo mi trabajo. No había hecho mucho cuando varios hombres me rodean y me colocan algo en la nariz. Lo único que vi por segundos antes de caer, fue la cara tan calmada de la maldita mujer a la que llamaba madre.

Y a partir de aquí se jodieron todos los planes que tenía en mente sobre lo que iba a hacer con mi vida.

Pasé a manos de “El jefe”. Si antes mi vida era una miseria, ahora sí estaba cavando mi propia tumba.

Incluso aquí fue donde saboreé el amargo de sentir la traición por la persona a la que le diste el corazón.

Tenía que bailar para un montón de hombres, tenía que dejar que me follaran todos los hombres que quisieran y cuando se acababa la noche, “El jefe” hacia todo lo que quería conmigo, siempre con un pasamontañas.

Así fue por tres años.

Me pasé casi seis meses planeando mi escape. Utilicé unos cuantos métodos, entre ellos, la seducción. No fue nada fácil, pero, cuidaba hasta el último detalle. Y lo logré, me fui lejos. Llegué justo aquí a San Francisco.

Pasé casi tres noches en la calle, pues el poco dinero que me robé lo utilicé para llegar hasta aquí.

Una señora, pasa un día frente a mí. Yo estaba tirada sobre un cartón, hundiéndome en la miseria, pero no pedía nada. Preferiría seguir buscando un trabajo y seguir aguantando humillaciones por mi aspecto desaliñado.

La mujer me observa y sigue caminando. Su cartera cae justo al suelo y ella entretenida no se da cuenta o hasta alturas tengo la duda si lo hizo adrede.

A pesar de todo lo que había vivido, yo no cambiaba aspectos que me caracterizaban. Y digamos que Loyce no me aportó ninguna educación. Mi buen comportamiento era por mi voluntad de no querer ser un asco de persona.

—Señora, se le ha caído la cartera —la llamo.

Estaba aquí, sin nada, con el frío atormentándome y el hambre volviéndose cada vez más fuerte, pero, dos motivos me negaron a tomar la cartera: yo no era una ladrona y el dinero que tuviera esa mujer ahí no me volvería millonaria, ni me acomodaría la vida, por tanto, para que hacer el mal.

Ella se agacha al suelo y la recoge, pero sus ojos están puestos en mí.

—Gracias —dice—. Vamos te invitaré la cena.

—No gracias, ya me las apaño.

—No seas cabezota —se queja acercándose a mí y tomando mi mano—. Vamos a mi casa.

En fin, esa mujer, llamada Doris, me salvó la vida. No solo me dio el calor de un verdadero hogar y un plato de comida, se convirtió en mi protectora, en mi abuela, en mi vida.

Decidimos que la nombraría abuela, pues yo odiaba pronunciar la palabra madre.

El teléfono vuelve a sonar. La llamada de antes y la de hora son de Enzo. No voy a hablar con él. Me importa una mierda todo, lo que crea él o si está de acuerdo, voy a hacer lo que he hecho siempre.

Follar fue un método que me ayudó a salir de un hueco oscuro sin fondo, volveré a recurrir a mi método.

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