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10.

Capítulo contado por Enzo

Su cuerpo parece estar en paz, muy tranquilo sobre mi cama. La miro mientras duerme. Mis ojos se han aprendido de memoria todo de ella.

Se encuentra de lado, con su largo pelo negro que se esparce sobre mi almohada y la mano derecha agarrando esta. Sus labios están ligeramente abiertos y suspira repetidas veces. Reparo en sus nalgas, en el enorme tatuaje que tiene sobre la mitad de ellas, son dos dragones. Cuando estuvo sentada sobre mí, de espaldas, moviendo el culo, pensé que me volvería loco. Su piel es blanca, tan cuidada y pidiendo a gritos ser besada por mí.

Si verla con ropa es quedarse embobado, tener así desnuda significa el puto cielo.

En lo que respecta a mí, a partir de ahora viviré para ella.

Mi teléfono suena y me apresuro en apagarlo. Andrea se mueve, cambia de posición pero no se despierta.

Espero que vengas cuanto antes a resolver lo que tenemos pendiente.
Recibo un mensaje de Alaska.

Nueva York me espera, con una vida pendiente y yo solo quisiera seguir perdido en esa locura que descansa sobre mi colchón.

Crecí bajo las riendas de mi padre. Él dispuso de mi vida cuánto quiso, me obligó a estudiar lo que decidió e incluso a la mujer que él optó para mí. Pero, llegó un punto en el que a mi me valió todo y tomé el mando de mi vida, pasando por encima de él. Ya no hay ataduras, ni obligaciones, ni responsabilidades que sean ordenadas por él. Ahora soy yo quien decido.

Las mujeres son un asunto algo complicado en mi vida. Hay una, que no es la que llamaría para toda la vida, tampoco la dueña de ningún sentimiento de mi cuerpo, no tiene título de esposa, ni madre de mis hijos. Ella es un punto a arreglar próximamente. Por otra parte, en el departamento más reservado de Nueva York se encuentra una chica...una chica que tampoco es mi esposa, o madre de mis hijos, tampoco tiene el título de amor de mi vida, ni es la dueña de mis tiempos. Y esta es un punto a debatir ahora. Se preocupa solo por mi satisfacción. No hay cenas románticas, no hay salidas, no hay compromisos, no hay nada que no sea darme placer, tres veces en semana.

Andrea vuelve a moverse y está vez si se despierta. Mira a todos lados tratando de ubicarse. En un momento pareció perdida, pero luego me vio y suspiró.

¿Qué posición tiene Andrea en mi vida?

Desde que conocí a Andrea en Upcide me encantó. Hay que destacar que yo no muestro interés por ninguna mujer que se cruce conmigo, cuando lo hago es porque me interesa de verdad. Luego, al hablar, así como ella es, que no tiene filtros me atrajo todavía más.

Entonces, noté que no lo tenía fácil. Estaba tratando con un alma libre, incluso más libre que la mía. A pesar de mostrarse la chica más loca y más fuerte del planeta, tenía miedos y yo podía notarlos.  No me iba a conformar con follar solo una noche, quería más.

Quería descubrirla completamente y no solo su forma física, quería abrirla a mí, no solo de piernas. Le impuse el reto de cuatro días sin sexo, que aunque ella creía que era un castigo solo para ella, también lo fue para mí.

Utilicé cada minuto en analizarla, en estudiarla, hasta que creí que estaba preparada para lo que quería hacerle, que aunque ella no se dio cuenta, también lo quería así. Pude ver cómo se rindió ante los orgasmos, incluso su llanto después de haber temblado por un placer que no fue controlado por ella. Ahora me gustaba todavía más.

No pretendo negarle nada, ni atribuirle restricciones. Le permitiré la opción de acostarse con quién lo desee, sin embargo, cada día que pase me encargaré de que no quiera a nadie más dentro de ella.

Me siento en la cama, a su lado. Su cuerpo aún desnudo me incita a hacer mucho más que darle buenos días.

—Buenos días mami —expreso mientras mi boca va en busca de la suya, ella se aleja.

Estoy preparado para otra intención de huir por su parte. No es menos cierto que he obtenido mucho de ella. No duerme con nadie, sin embargo ha despertado en mi cama.

No sé que tiene con los cubanos, pues al pronunciar la palabra papi no le salió el acento, pero, si le gusta escuchar el acento cubano, yo encantado de entregárselo.

Se levanta de la cama directo al espejo. Yo solo apoyo las manos hacia atrás en la cama, observándola y riendo de su cara frente al espejo, queriendo asesinarlo.

El rostro de Andrea es precioso, como cada parte de ella. Sus ojos son un poco más claros que los míos. Tiene unos labios rosados y pronunciados que me llaman a besarlos hasta quedarme sin aliento. En su cara se pueden percibir algunos granos, solo unos pocos, que casi ni se notan.

Realmente, ahora, acabada de levantar puedo verla como es. Sin maquillajes, sin nada que la cubra. Y me encanta.

—Dios —se queja—. ¿Cómo no he huido antes?.

—No te hubiese dejado —expongo—. Ven aquí.

Ella se toma unos segundos más y finalmente se vira.

—Deja de mirarme como si...

—Fueras perfecta —la interrumpo. Está muy lejos de pronunciar algo así, pero como no deje el complejo de encontrarse frente a mí acabada de levantar, no aprovecharemos bien las últimas horas que tenemos—. Vamos a desayunar.

—No era exactamente lo que iba a decir —protesta mientras la agarro de la muñeca y me dirijo con ella a la cocina.

Con ella he decidido ir despacio, para que poco a poco pueda descubrir exactamente como soy y que me gusta. No espero que huya, pero no sé si estará dispuesta a todo lo que le pueda esperar.

—Hay algo más que me gustaría hacer antes de irme —digo mientras nos detenemos frente a la mesa.

Sonríe.

—¿Me estás pidiendo permiso? —inquiere.

A Andrea le gusta tener el control. La imposición no funciona con ella. Por eso, primero trato de convencerla con las palabras y acciones a la vez, sin hacerla sentir dominada.

—Te estoy informando —expreso.

Ella me observa mientras pasa repetidamente un dedo por sus labios.

—Sabes cómo funciona conmigo. Lo sabes perfectamente porque eres una mente jugando con la mía. ¿Cómo no utilizas tu método de siempre para obtener lo que quieres?.

—Porque a partir de ahora, todo lo que surja entre nosotros será una ley pareja. Muchas veces tendrás tú el control, otras yo. En ocasiones, me volverás loco a mí, en otras seré yo quién te vuelva loca a tí. Algunas veces serás tú la que le prendas fuego a mi cuerpo, otras veces lo haré yo con el tuyo. Tienes que aceptarlo Andrea, ambos somos recurrentes y controladores. Podemos mantener nuestra postura, solo que con otras personas, entre nosotros nos dejaremos llevar por lo que surja.

—¿Y qué pretendes exactamente ahora? —indaga.

—Que te acuestes sobre esa mesa. Quiero desayunar —expongo.

Ella se queda mirándome como si esas dos frases no se conjugaran. Mi posición firme le permite entender que no me equivoqué. Puedo notar el trabajo que pasa para hacer lo que le digo, en su interior incluso debe estar librando una batalla. No pretendo que cambie su forma de ser, pero, para que podamos ser lo que queremos, ambos tendremos que dejarnos llevar por el otro. Cuando ella lo entienda, entonces tendrá lo que quiera de mí.

A paso lento, con ciertas inseguridades y la mirada que no logra apartarse de mis ojos se acuesta sobre la mesa.

Tomo de la encimera todo lo que había listo para el desayuno y lo coloco a su lado. Ella mira cada cosa, esperando mis movimientos.

Vierto un poco de mermelada sobre su barriga. Lleva sus dedos hasta la mermelada y los embarra de ella. Se disponía llevarlos hasta su boca, pero la detengo antes. Agarro su mano y la muevo hasta mi boca. Chupo sus dedos hasta que no quedan rastros del alimento.

—¿Quieres probar? —inquiero sobre su boca.

—De tus labios —comenta mientras se fija en ellos.

Sus ojos se tornan brillosos, deseosos de más.  Decido complacerla un poco.

Paso mis labios por la mermelada y me acerco a su cara. Su boca se acerca a la mía, impidiendo que se note su exasperación.  Pasa su lengua por mi labio inferior y saborea la mermelada que lleva a su boca. No se conforma con ello y va en busca de más. Se apodera de mis labios y lo chupa con tanta intensidad que nos deja con ganas de más a los dos. Sin embargo, antes pienso cumplir con mi rutina.

Alcanzo esta vez una tostada y la paso por la mermelada que quedaba en su cuerpo. Deposito en su boca un trozo y tomo yo otro.

Digamos que esto lo he hecho antes y sucede bastante seguido. Como mencioné antes a Andrea le queda ir descubriéndome poco a poco.

Sigo con la crema. Alcanzo el pomo y dejo caer un poco sobre sus senos y boca. Pasa su lengua por sus labios obteniendo un poco de esta y antes de que se acabe, tomo su boca y saboreo lo que queda. Volvemos a volvernos locos, sin ganas de soltarnos la boca, pero sus preciosos senos me esperan y yo estoy ansioso por deleitarme con ellos.

Lamo alrededor de la punta de su pezón, deshaciéndome del exceso. Chupo cada centímetro sin atender aún la punta. No queda rastros de crema, sin embargo, quiero esos pezones más duro y voy a por ello. Succiono obteniendo un gemido de Andrea.

Aún me queda espacio para los hotcakes. Vierto un poco de sirope sobre sus piernas. Tomo un pedazo de la masa y la paso por el sirope. Le entrego un trozo a ella, dejando el final para mí. Mientras ella digiere el pedazo yo tomo el sirope directamente de su piel. Chupo cada espacio apropiándome del alimento, pero también de la satisfacción de saborear su piel. Alcanzo otro pedazo de masa de hotcakes, lo paso por el sirope y se lo llevo a su boca.

Vuelvo a llevar mi boca a sus piernas, comiendo el resto de sirope que había. Justo cuando ya no quedaba más dejo besos por el interior de sus muslos. Andrea se mueve sobre la mesa exasperada. Muerdo en algunas partes, sin dejarle marcas. 

Mi erección indica que me apresure en invadir su interior, pero aún me falta una parte.

Agarro sus muslos y la deslizo hacia abajo, hasta que sus nalgas estén al borde de la mesa. Tomo el pomo de cristal que contenía sumo de naranja y lo vierto poco a poco sobre su sexo.

El jugo recorre aquellos centímetros y yo lo espero con mi boca, justo al final. Cuando ya había bebido suficiente me como mi postre favorito, lo saboreo gustoso y succiono el centro del placer infinito.

Andrea lleva su mano hasta mi cabeza y me empuja más contra ella. Lamo y succiono hasta que sus gemidos se intensifican y sus piernas se mueven buscando liberarse de algo que está fuera de su alcance.

Me separo de ella y voy en busca de un maldito preservativo. Debería tenerlo cerca.

Cuando por fin tengo uno y lo desplazo sobre mi sexo, hago lo que llevo esperando desde que comencé a recorrerle el cuerpo con mi boca, introduzco mi erección en su sexo. Contrae las paredes de este, ayudándome aún más a perder mi autocontrol.

—¿Qué deseas ahora mismo? —pregunto mientras la embisto salvajemente una y otra vez.

—Follarte sobre esta mesa —expone con dificultad producto a la batalla que lucha con los gemidos.

Sin decir absolutamente nada, continúo mi posesión. Nuestros cuerpos comienzan a sudar mientras se mueven al compás de cada embestida. Llevo una mano a su nuca y la atraigo con fuerza hacia mí. Su boca cerca de la mía, hace que me pierda deliciosamente en esos rosados labios. Andrea me encaja sus uñas en la parte superior de mi espalda y las desliza hacia abajo. Gime contra mi boca, así que separo mis labios para escucharla abiertamente. Quiero que los días que pase en Nueva York esos gemidos se me queden grabados en los oídos como una puta canción.

Aprieta sus piernas a mis costados. Vuelven a encajar sus uñas en mi espalda. Su respiración se vuelve un jodido caos. El cuerpo tiembla. Y el orgasmo parece partirla en dos. Yo simplemente disfruto de verla correrse.

Ella, sin dar tiempo a su recuperación, baja de un salto de la mesa.

—Acuéstate —demanda—. Voy a follarte como yo quiero y no me has dejado.

Creo que merece un premio, por su evolución. Sonrío, mientras cumplo con su orden.

Andrea sube a la mesa y se acuclilla sobre mí. No espera mucho antes de tener nuevamente mi sexo en su interior. Comienza a moverse, la posición no le permite ir de prisa, sin embargo, si profundo. Voy a mover mis manos para tocarla.

—Deja las manos quietas —ordena.

Y así lo hago.

Cambia su posición. Se sienta, con mi sexo aún adentro, apoyando las rodillas a la mesa. Descansa sus manos en mi pecho y comienza nuevamente a mover sus caderas. Las paredes de su interior se contraen de vez en cuando llevándome al extremo.

En cada movimiento se nota la experiencia en la materia. Sabe perfectamente que hacer y cómo hacerlo. Domina todo, sus movimientos, sus expresiones, incluso los sonidos. Y sé que con alguien más aprendió todo esto, pero lo que vivió fue solo una escuela, es conmigo con quién va a graduarse.

Solo me queda mirar, sin tocar. Los segundos saben a gloria. Sus ojos que me miran fijos, a veces se cierran producto a las mil sensaciones que ella misma se está otorgando. Su cabeza se inclina ligeramente hacia atrás y aprovecho el momento en el que las expresiones de sus rostros no me hipnotizan para examinar su cuerpo, como bailan sus senos con cada ajetreo, como sus caderas mantienen el ritmo que me está dominando internamente.

—Mírame —expresa agarrando mi cuello—. Quiero que me mires mientras me corro y que se te quede grabada mi cara durante toda tu estancia en Nueva York.

Mirarla ya se estaba convirtiendo en una tortura y sé que aquello me iba a terminar estremeciendo a mí. Cumplí, mantuve mis ojos en su rostro. No necesitaba ver como sus caderas intensificaban esos movimientos porque mi erección lo estaba percibiendo exquisitamente.

Mantiene sus ojos fijos en mí y cuando el orgasmo parece llegar los cierra. Los gemidos resuenan en toda la cocina. Mi sexo es consumido por las contracciones del suyo. Sus muslos se comprimen a mis lados.

Me dejo llevar por ella y termino corriéndome. Andrea no se detiene hasta que mi cuerpo se tranquiliza. Justo entonces, se baja de encima de mí.

Toma los hotcakes que quedaban sobre la mesa, le vierte el sirope por encima y empieza a comerlos.

—Tengo curiosidad sobre algo —manifiesta—. ¿Cómo demonios te soltaste?

Tenía todo preparado para el momento en que la hiciera mía. En el cabecero de la cama había colocado las llaves. No pienso revelarle la forma, pues esta no será la primera vez que la vaya a atar, como tampoco será la primera que ella quiera atarme a mí.

—No pienso relevarte las fuentes —declaro.

—Mi imaginación no tiene límites. Te lo digo para que no pienses que con tu truco te libras de que te ate.

—No tengo dudas de ello.

—¿Cómo es que logras ese asento cubano? —inquiere mientras chupa su dedo embarrado de sirope. No le respondo hasta que ha terminado su cometido.

—Mi padre nació en Cuba, tengo un hermano allá. Todos los años voy, al menos una vez, antes, cuando pequeño lo visitaba más seguido, me pasaba largas temporadas allá. ¿Cuál es el motivo de tu predilección?. Acento no tienes.

—En mi más erótico pensamiento me follaba a un cubano —comenta.

Si algo me encanta de ella es que habla abiertamente de lo que se le ocurra, sin penas.

—¿Qué te hace desearlo?

—La locura, la sabrosura.

—Pues te puedo follar todos los días con esa locura y esa sabrosura. También decirte al oído las mil y una expresiones que dicen. Empecemos por una mami.

—Digamos que me llevé el paquete completo declara.

—Nos ha sucedido a ambos.

Por mucho que quise alargar la despedida, el tiempo se volvió en nuestra contra. No quedó para más que una cogida de cinco minutos contra los azulejos del baño.

Pasé a dejar a Andrea a su casa.

—Nos vemos pronto papi—expresa. Aquello provoca que mis labios se curven hacia arriba en una sonrisa—. Folla bastante, pero vuelve. Que mi boca no llega hasta aquí abajo, —señala su sexo— y tu regla impide que alguien más le de cariñitos.

—Así será mami. Dale a tu cuerpo lo que te pida, que cuando yo regrese me encargaré de darte lo que llevas realmente.

Nos besamos una vez más, de un modo tan salvaje y exigente a continuar. Los últimos orgasmos no han valido de nada, queremos más.

―Me voy, no quiero tener que recurrir directo a uno de mis jugueticos y llegar tarde al trabajo. Te dejaría mis bragas, pero no sé dónde demonios las dejé.

Llevo las manos a mis bolsillos y saco la prenda. Ella se ríe.

― ¿Obligarás a otra a ponérselas? ―inquiere cuando ya tiene un pie fuera del coche.

―No sabes a todo lo que puedo jugar, pero te daré poco a poco una prueba.




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