Capítulo 8
Arranqué a trotar al lado de Sere, mientras intercambiábamos uno que otro comentario de por medio.
—No estuve tan mal —dije, buscando la aprobación de mi amiga—. Pensé que se me iba a dar peor lo de ser capitana.
—Yo siempre te tuve fe —confesó esta otra, con dificultad para hablar mientras corría—. Lo que pasa es que te encanta hacerte la cabeza con cosas que no son. No hay que darle tantas vueltas al asunto y listo.
Asentí, mientras repetía aquellas últimas palabras en mi mente.
—Hagan dos filas al borde de la cancha así hacemos un poco de movilidad —ordenó Octavio, quien se posicionó en frente para darnos las indicaciones.
Arrancamos con movimiento articular de brazos.
Llegábamos trotando hasta donde el estaba y así sucesivamente mientras íbamos activando la entrada en calor.
—Que estado físico de mierda —resopló Belén, quien se acomodó atrás mío en la fila.
—¿Te está costando volver a las canchas? —Le pregunté.
—Si, bastante —se sinceró, hablando con dificultad debido a lo agitada que estaba—. Me va a tocar salir a trotar más seguido para volver a ser lo que era antes.
—¡Dejen la charla para después! —Exclamó Octavio desde la otra punta—. Reúnanse todas que quiero armar dos equipos así jugamos un partido reducido. Necesito ver la jugabilidad de cada una, así que sepárense en delanteras, centrales y defensoras para poder organizarnos.
Por suerte habíamos conseguido la cantidad necesaria de chicas para poder tener dos jugadoras por posición. Eso nos garantizaba tener una suplente en caso de que algún inconveniente pudiera ocurrir.
Me coloqué junto a Melina, una de las compañeras de gimnasio de Serena.
Ambas jugamos como lateral izquierdo, solo que a mí me beneficiaba por el hecho de que era zurda, pero a ella simplemente le parecía cómodo correr por la banda izquierda y patear con ambos pies.
Sere se separó para reunirse con la otra arquera, quien ya había comenzado a colocarse los guantes.
Mi amiga era buena en su roll.
En la escuela solíamos jugar al fútbol, con los varones, durante los recreos y ella siempre pedía ser la portera.
No le tenía miedo a tirarse para atajar una pelota y era bastante rápida con las manos. Eso si, le costaba un poco tener que usar los pies pero era algo que podía trabajar y mejorar.
—¿Podes buscar las pecheras, Lola, por favor? —Me pidió Octavio, mientras armaba los equipos.
Asentí ante su petición y agarré las pecheras naranjas que estaban en la bolsa de las pelotas.
Apenas toqué la primera, la solté al instante cuando sentí el olor a hombre transpirado.
—Se olvidaron de lavar las pecheras —anuncié, elevando una sobre mi cabeza, para captar la atención de todos los allí presentes.
Sabíamos que no quedaba de otra. Había que usarlas, nos gustara o no.
Nos repartimos todas y mientras me ponía la mía, se me dio por leer el número que estaba escrito en la espalda.
Era el dieciséis. El mismo número con el que jugaba Luciano.
Sin que me vieran la acerqué a mi nariz y la olí. Juraba que tenía un leve olor a su perfume.
No podía creer que estaba oliendo su sudor.
¿En qué momento me llegó a interesar con tanta intensidad?
La voz de nuestro DT, pidiéndonos que nos ubicáramos en la cancha, me distrajo de mis pensamientos.
No era momento de pensar en Luciano, por lo menos no ahora que me tocaba jugar un partido sobre la cancha donde nos habíamos besado la otra vez.
Basta, Lola.
Cortala de una vez.
Sonó el silbato y allá fui.
La defensora, cuyo nombre no podía recordar, me dió un pase que pude interceptar con el pecho.
Bajé la pelota y encaré hacia arriba, corriendo como si mi vida dependiera de ello.
Una de las defensoras me detuvo con su cuerpo y el rebote contra esta misma hizo que perdiera el equilibrio.
Hubiera caído de cola, de no ser por la central de mi equipo, Carola, que alcanzó a agarrarme del brazo.
Le agradecí y la vi alejarse para recuperar la pelota.
Este no era el momento de demostrar mis capacidades. Acababa de entenderlo luego de aquel golpe de realidad.
Lo que debía hacer era generar juego en la cancha y analizar la jugabilidad de cada una de las chicas.
Ya sabía que la defensora, Josefina, del equipo contrario, tenía el físico de una fisioculturista en proceso. Quedaba más que claro que era una de las compañeras del gimnasio de Serena.
Esta rubia platinada, era grandota pero bastante lenta a la hora de retroceder para recuperar el balón.
Era fascinante ver los detalles a corregir de los demás, ya que muchas veces no se es consciente de los errores que uno comete.
—¿Y si mejor te concentras en el juego? —Me dijo Belén, con molestia al hablar.
Pasó corriendo tan rápido que no pude responderle, pero sí me quedé rebobinando su oración, en mi cabeza, para apreciar aquel acento español con el que había hablado.
Era sabido su procedencia española. En su biografía de Wikipedia figuraba que había nacido en Madrid el 12 de junio del 2002, solo que nunca la había escuchado con aquella tonada.
—¡Agarrala con la mano, Sere! —le gritó, la rubia a mi amiga, quien había despejado un tiro con el pie.
Serena se disculpó y simuló desinterés ante el comentario que le habían dado.
Yo sabía que en el fondo le dolía por dos razones.
La primera, hacía poco que se había hecho la ortodoncia, y tenía miedo de atajar y que la pelota le pegara en la boca. Allí la razón de que despejara con el pie.
El otro motivo era que no sabía cómo procesar el comentario de Belén, una jugadora que ella admiraba mucho.
Me acerqué al trote hasta nuestro arco.
—No le hagas caso que no te lo dijo con mala intención —traté de animarla—. Ya sabes cómo son las jugadoras que se lo toman en serio.
—Sí, ya sé. Andá a hacer un gol, así la pones contenta a la loquita esta —se rio mi amiga e insistió en que fuera.
Recibí un pase de la central, en nuestro campo y subí por la línea. Corrí a la altura del área de las otras jugadoras y me vi obligada a devolverle la pelota a la cinco.
Esta se la pasó a Belén, que jugaba de nueve, y la última me la dejó corta para patear al segundo palo.
—¡Qué golazo! —Exclamó Octavio por fuera de la cancha.
Levanté la cabeza para agradecer el comentario pero solo me nació devolverle la sonrisa.
Parecía ser muy fanático del fútbol porque aquel brillo que tenía en los ojos, mientras nos veía jugar, no lo tenía cualquiera.
—Eso era lo que quería ver —dijo Belén, pasándome por el lado, mientras me felicitaba con una palmada en el hombro.
Caminé hacia el centro del campo y nos acomodamos para volver a sacar desde el centro.
Nuestro DT nos llamó y entre todas formamos una ronda a su alrededor. Algunas de pie y otras sentadas como yo, que no estaban con su estado físico al máximo.
—Bueno chicas —comenzó—. Quería decirles que estoy muy contento con lo que vi hoy. Me gustaron las ganas que le metieron y la técnica personal de cada una de ustedes.
Aquel "cada una de ustedes" lo pronunció mirándome directamente a los ojos.
Parecía ser una felicitación discreta que capté con rapidez.
—Falta trabajar en el estado físico de manera grupal y en lo que es la comunicación dentro de la cancha —continuó, apartando la mirada—. Pero el entendimiento entre jugadoras se logra con el tiempo. Es la primera vez que varias de ustedes se ven las caras, así que es normal la falta de fluidez a la hora de jugar. Capitana, ¿te gustaría agregar algo?
El cuerpo se me heló cuando lo escuché pasarme la palabra.
Levanté la mirada y me topé con aquellos ojos marrones que insistían en que abriera la boca.
—Eh... si —dije apurada, intentando hacer memoria de todo lo que tenía que comentar así no olvidaba nada—. Quiero comentarles que los uniformes ya están encargados. Van a estar listos apenas logre completar la ficha con los números que llevarán cada una de ustedes en la espalda. Les voy a mandar un link para que ahí completen su nombre, apellido y número elegido. Si alguno se llega a repetir haremos sorteo.
—¿Qué color serán? —Consultó una de las chicas.
—Negro y blanco —contesté con una sonrisa, alegre de que empezaran a interesarse en los asuntos del equipo—. La verdad que es un diseño muy lindo, así que van a estar diosas en todo momento.
—¿El short es corto o largo? —Preguntó Jimena, otra de las chicas.
—Corto —aclaré—. Pero no corto para que se te vea todo. Es una altura intermedia y con un muy buen calce para que no nos deforme el cuerpo.
—¡Menos mal! —Se alivió la misma—. No quería parecer un varoncito corriendo atrás de una pelota.
Varias largaron una risita y muchas otras concordaron con ella.
—¿Sabías que en el fútbol profesional, las mujeres juegan con bermudas largas? —Dijo Belén, dirigiéndose a la chica, sin una pizca de simpatía al hablar—. La ropa no nos hace más o menos femeninas. Si te va a preocupar qué tan descubiertos tienes los glúteos, veo que te has metido al equipo por moda más que por el fútbol.
—¿Qué andas inventando rubia? —Inquirió la chica, buscando agitar a Belén, quien no se dejó.
—¡Bueno, bueno! —Las corté, estirando los brazos para separarlas—. No quiero problemas así que es todo por hoy. Muy buen entrenamiento y nos veremos el miércoles para más.
Todas se empezaron a levantar y a cargarse sus cosas mientras saludaban por lo bajo.
Se había generado una tensión, innecesaria, en el ambiente que podría perjudicar el vínculo del equipo a futuro, si no se lo trabajaba.
Por esta razón me acerqué hasta donde estaba Belén y me agaché a su lado, mientras ella se desataba los cordones.
—¿Podés no responder esos comentarios para la próxima? —Le pedí.
Dejó lo que estaba haciendo para mirarme incrédula y para nada feliz con lo que acababa de escuchar.
—Necesito tu ayuda para formar un ambiente agradable entre jugadoras, no un puterío —agregué, empleando el tono de voz más agradable que pude fingir.
—Yo respondo lo que me da la jodida gana, bonita —escupió sin rodeos y con un buen acento español—. No tengo por qué callarme lo que pienso.
A la mierda el intento de hablar como argentina y la buena onda que había demostrado al inicio.
Se la veía molesta y no solo por mi comentario.
—No te estoy pidiendo que te calles lo que pensás —traté de explicarle—. Nada más te pido que seas más inteligente y no te enganches en discusiones tontas con esta gente.
—¿Está gente? —Habló confundida.
—Si, la gente como Jimena, que se metió a este deporte por moda. Gente que solo busca mostrar que juegan al fútbol y salir lindas en las fotos que sacarán durante el torneo. Esas son cosas de las que una se da cuenta rápido.
—No te tenía así de juzgona —se rio la rubia y me miró fijamente—. Bien callado te tenías aquel pensamiento, bonita.
Qué acento por Dios.
—Solo te pido que no divulgues lo que acabo de decir y que seamos más inteligentes que las chicas como ella. Al final, vos y yo sabemos a qué vinimos.
Belén se levantó y se colgó su bolso al hombro.
—Yo tengo clarísimo a lo que vine —afirmó con seguridad en sus palabras—. Dudo que te des una idea, capitana.
—No hace falta que me digas así. Decime Lola nada más.
Capitana sonaba imponente cuando ella lo decía pero no, no me sentía digna de reclamar aquel apodo aún.
—Bueno capitana, nos vemos en la próxima práctica.
Se me acercó de manera brusca y me encajó dos besos en los cachetes que me tomaron por sorpresa.
—Nos vemos —respondí atontada de su accionar.
Pobre, estaba toda transpirada y le toqué su piel perfecta con todo mi sudor.
Por intentar ser educada, de seguro mañana le brotaba un grano ahí en la mejilla.
Desalojaron por completo la cancha y la única persona que permaneció ahí conmigo fue Octavio.
Se cargó las pelotas al hombro y me acompañó a guardar las cosas en el armario de correspondiente.
Caminar a su lado me intimidaba.
No sabía si era su altura, su tamaño o el hecho de que ahora lo veía como una figura de autoridad.
En cambio, él no parecía sentir intimidación de ningún tipo conmigo. Caminaba sereno y alumbraba, con la linterna de su celular, el camino para no pisar mal.
—¿Qué te pareció el entrenamiento? —Interrogó con interés.
Estaba tan oscuro que no le veía la cara, pero estaba segura de que sus ojos estaban posados en mi.
—Estuvo muy bueno —respondí con total sinceridad—. La verdad es que no tenía fe en que Serena fuera a buscarnos un buen DT, pero admito que hizo bien con vos.
Y lo que estaba diciéndole era cien por ciento verdad.
En un principio pensé que ella iba a traer a su novio, Federico, para que nos entrenara. No tenía ningún problema con él pero a veces se ponía intenso con todo lo relacionado a la salud, los virus y demás.
Era estudiante de medicina, no lo podía culpar.
—¿Ah sí? —Se sorprendió y en mi mente lo imaginé sonriendo—. Me alegro entonces porque la verdad es que me gustó mucho estar con ustedes hoy.
Guardamos todos los elementos utilizados y caminamos juntos hasta el estacionamiento del predio.
—Nos vemos el miércoles entonces —lo saludé tocándole el hombro y emprendí la marcha hacia mi auto.
—Nos vemos el miércoles, capitana Suárez.
Y dale con el capitana...
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