Capítulo 4
Lucho llegó diez minutos más tarde. Parecía que hubiera venido corriendo porque estaba todo transpirado y con la remera musculosa mojada.
—Perdona que me demoré pero me tocaba salir a correr hoy y si me dejo estar un día, después me cuesta agarrarle el ritmo —se excusó con aquella sonrisa de dientes completa que lo caracterizaba.
Se sacó la remera mojada y la dejó tirada al lado de su bolso. Se sentó en el pasto sintético y se calzó sus botines azules con velocidad.
—Tranqui que igual no tenía apuro —le sonreí de vuelta y abrí la bolsa de pelotas que había traído.
Ya me había calzado mis botines naranjas con líneas negras, así que aproveché y me puse a elongar un poco para evitar lesiones.
—No te olvides de estirar los gemelos —me avisó sin sacarme los ojos de encima.
Lucho agarró los conos verdes que estaban adentro de la bolsa y empezó a acomodarlos en la mitad de cancha.
Alcé la vista para ver lo que planeaba y sin quererlo, terminé reparando en su pecho descubierto, brillanté por el sudor.
—¿Vas a entrenar sin remera? —Pregunté y al segundo me sentí el ser más estupido del mundo cuando escuché la carcajada que había soltado Luciano.
—Claro que si —cortó su risita para responder—. ¿Te distrae? Hace demasiado calor para entrenar con ropa encima.
Iba a estar complicado enfocarse plenamente en el deporte teniéndolo así en frente.
—Yo estoy bien con esta ropa —. Lo contradije, omitiendo la pregunta que había formulado.
Me hizo una seña para que me acercara y agarró una pelota para enseñarme el primer ejercicio del circuito.
—Vamos a hacer un rato de conducción y al final definición al arco —expresó con cierta emoción en su voz. Le brillaban los ojos cada vez que reparaba en mi y ya me había vuelto consciente de ello.
—¿Qué pasa? —Le pregunté de manera amistosa y me paré frente al primer conito.
—Es que es la primera vez que te voy a ver jugando al fútbol —sonrió y me alcanzó una pelota—. Tu papá siempre habla de lo buena que eras y me hace feliz poder ver que lo estás retomando.
Las palabras tan dulces de Luciano me hicieron estremecer de ternura. De repente sentía aquel calor subiéndome por el cuerpo y pintándome los cachetes de rojo.
No sabía lo mucho que me hacía falta escuchar aquellas palabras de aliento para lo que se venía por delante con el equipo y demás.
Entrené feliz a su lado. Nos pasamos la hora entera riéndonos y practicando técnicas que me venían bien a mí para aprender y a él para repasar.
Fue un ambiente totalmente libre de expectativas y de prejuicios donde por primera vez me la pasaba bien pateando una pelota, sin ningún tipo de presión.
Lucho me alcanzó mi botella de agua que descansaba junto a la suya para hidratarnos.
Estábamos los dos agitados y mojados por la humedad y el calor que hacía aquella noche.
Nos sentamos con la espalda apoyada contra el alambrado de la cancha y recién cuando pude hacer un buen traspaso de aire, hablé.
—Es una lástima que no puedas ser nuestro DT para el equipo que estamos armando —suspiré mirando el pasto, completamente agotada—. La pasaríamos tan bien con vos.
—Juro que me encantaría pero sabés que con los entrenamientos y demás no me da el tiempo, Lo —se lamentó y tomó un trago de agua.
—Si, ya sé —respondí bajoneada. Sabía lo ocupado que estaba Luciano y la responsabilidad que le tocaba asumir—. Tocará ver a quién consigue Serena como DT, aunque dudo que sea tan bueno como vos.
—¿Que sea bueno como yo o que esté más bueno que yo? —Inquirió y me obligó a mirarlo. Sonreía, el siempre sonreía.
—Nadie te gana en ninguna de las dos cosas —bromeé y lo golpeé con mi hombro—. Tu ego no va a salir herido esta noche, tranquilo.
—Por mi no hay problema siempre y cuando vos seas la que me lo lastime —confesó y empezó a acercarse de a poco.
Su mano me agarró por el muslo y atrajo mi cuerpo hacia el, con una facilidad que me sorprendió.
Me acerqué también y sabiendo lo que iba a pasar, estiré el cuello y lo besé.
Su mano trepó más y más por mi muslo, pero no me importó porque yo estaba centrada en lo mucho que extrañaba esta sensación de intercambiar besos y caricias con él.
Crucé mi pierna sobre su cintura y me subí encima de él.
Luciano me agarro por los glúteos y los apretó pegándome más a su cuerpo.
Cerré los ojos y dejé que su lengua jugara con la mía mientras le quitaba sus cortos mechones de pelo sudados de la cara.
Deslizó con suavidad sus manos por debajo de mi musculosa, acariciando mi espalda con las yemas de sus dedos.
—Esperá —. Lo frené y analicé por unos segundos la situación en la que estábamos—. Estoy toda mojada, no te conviene tocarme.
—Mi meta era que te mojaras —apretó mi culo y sonrió con satisfacción cuando se me escapó un quejido.
—No, boludo —solté una carcajada, pegando mi nariz a la suya y ejerciendo contacto visual directo con aquellos dos ojos oscuros como la noche—. Te digo que estoy toda transpirada y que no te conviene tocarme.
—A mi no me interesa ni que te caiga la gota gorda por la cien —bromeó y me agarró los cachetes de la cara, apretándolos—. No me da asco, incluso me excita el calor que larga tu cuerpo cuando estás sentada arriba mío.
Entreabrió los labios, luego de lamerselos y fue ahí cuando vi la oportunidad perfecta para reanudar lo que habíamos empezado.
Moví mis caderas, rozando el bulto que estaba creciendo debajo de su bermuda blanca.
No entendía lo que estaba haciendo, solo sabía que Luciano generaba algo en mi que me gustaba y quería probarlo.
—Para, para —me frenó el, quien parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano para no seguir comiéndome la boca—. No podemos hacer nada acá.
—Tengo las llaves de mi oficina —sugerí, sin poder creer con la velocidad y con las notorias ganas que lo había dicho.
—No puedo, Lolita —se excusó y me miró realmente apenado. Estiró su cuello hacia atrás y apoyó la cabeza contra el alambre—. No creo que estés en tu mejor momento para hacer algo conmigo.
Al instante me levanté y me colgué el bolso al hombro.
Era la primera vez que llegaba tan lejos con Luciano. Hubo mucho intercambio de emociones y contacto que no había tenido previsto.
De repente me había entrado una vergüenza enorme cuando lo veía aún sentado ahí y pensando en lo que habíamos hecho estos últimos cinco minutos. Ni hablar que sus palabras finales lograron descolocarme y hacerme sentir una nena a su lado.
—No pasa nada, tranquilo —. Agarré la bolsa de pelotas, que ya habíamos guardado, y salí de la cancha.
Miré hacia atrás y vi a Lucho, quien reaccionó rápidamente para levantarse e intentaba acomodar su erección mientras se me acercaba. Estaba oscuro a las afueras de las canchas y casi que no le veía la cara.
—Esperá, Lola. No te vayas así —me alcanzó y me frenó del brazo—. Perdoná si hice algo mal, por favor no te enojes conmigo pero no creo que seas consciente de...
—No pasa nada, Luciano —lo corté sintiendo como se me agitaba la respiración y se me aguaban los ojos.
No iba a llorar.
¿Por qué carajos estaba por llorar? ¿Por el rechazo que me acaban de dar? Que incómodo momento.
—¿Estás llorando? —Se apenó él y se apresuró en abrazarme mientras me acariciaba la cabeza—. Yo solo te frené porque estás sangrando, Lo.
Me separé confundida y lo vi con la ayuda de un reflejo de luz que nos llegaba. Luciano tenía sus bermudas blancas manchadas con sangre.
Me había llegado la regla antes de tiempo y lo había ensuciado a él.
Quería morirme y desaparecer de ahí.
—No te pongas mal que es algo normal, no me da asco ni nada —se apresuró en decir y agarró mi cabeza para depositarme un beso en la frente—. Ibas a estar incómoda si hacíamos algo más.
—Que espanto —fue lo único que pude formular—. Te manché todo, perdóname.
—Es sangre nada más. Eso se lava y sale, tranquila —me sonrió y me arrebató la bolsa de pelotas—. Anda a tu casa y cámbiate que yo guardo las pelotas, apago las luces y cierro el portón.
—Dale, gracias por el entrenamiento, Lucho —dije sin poder mirarlo a los ojos. Yo solo quería irme—. Dame esas bermudas que te las lavo. Te juro que no sabia que me tocaba hoy.
—¡Estás loca! —exclamó a modo de broma y me arrastró por el brazo hasta mi auto que estaba estacionado afuera en la vereda—. Andá tranqui que yo la lavo en mi casa.
Saqué la toalla que usaba para limpiarme la transpiración y la estiré sobre mi asiento para no mancharlo. Me había puesto unas calzas negras así que no se veía.
Me puse el cinturón y prendí el auto.
Bajé la ventanilla y una vez más le agradecí.
—Cuando quieras lo repetimos —me sonrió y empezó a alejarse—. Y no necesariamente hablo del entrenamiento.
Manejé tiesa sobre el asiento, pensando una y otra vez en lo que había pasado.
No pude evitar tocarme los labios de lo hinchados que me habían quedado y que la sensación, de Luciano agarrándome el culo, volviera a mi cabeza.
Abrí la puerta de casa y me topé con mi hermano comiéndose un plato de arroz con pollo.
—¿Qué tal te fue con Luciano? —Preguntó apenas me vio cruzar por el comedor.
—Re bien —contesté apurada y subí corriendo por las escaleras.
—¡Me alegro! —Lo escuché gritar antes de que cerrara la puerta del baño para poder higienizarme.
Ya cambiada me tiré en la cama y agarré el celular para revisar las notificaciones antes de dormirme.
No pensaba ni cenar, después de todo lo sucedido. Se me había ido por completo el apetito.
Respondí uno que otro mensaje de Serena, otro de mi papá y por último uno de Luciano.
Lucho: acá lavando la bermuda *foto*
No pude evitar sonreír al ver su cara en aquella foto.
Lola: Que vergüenza. Te dije que me la dieras y te la lavaba.
Lucho: Si no fuera porque la tengo que usar en los entrenamientos, le habría dejado la mancha de recuerdo.
Lola: Jajaja, no seas sucio, tonto.
Lucho: Jaja, ojalá te haya servido la práctica. Prometo estar para el primer partido que juegues, ahí alentándote en la tribuna. Al final del día, lo único más lindo que el fútbol, sos vos.
Sus palabras se quedaron dando vuelta en mi cabeza toda esa noche.
Jujuuuuu, bueno, capítulo nuevo❤️
Ya voy retomando con esta novela que la veo prometedora jeje.
Espero les esté gustando y no olviden compartirla!
Me ayudan un montón compartiendo el link.
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