Capítulo 20 | A.D.
Cuando se bajó la capucha, lo único que pude ver fue su pelo rubio: tenía la cara tapada por una máscara completamente negra. Me quedé mirándolo detenidamente y entorné los ojos para mirar mejor los suyos.
–Cuánto tiempo, pequeño saltamontes –me dijo.
Solo había una persona en todo el instituto... ¿Qué digo? Solo había una persona en todo Japón... No, solo había una persona en toda Asia... No, no. Solo había una persona en todo el mundo... ¡No! Solo había UNA PERSONA en TODAS LAS DIMENSIONES que me llamaba "PEQUEÑO SALTAMONTES".
No podía creer lo que veían mis ojos. No podía ser él. Debía estar equivocada. Ese pelo rubio no podía ser suyo. Poco a poco se acercó la mano a la máscara y se la quitó, y yo me fijé más para comprobar que solamente estaba equivocada, pero no era así. Sus ojos verdes me miraban expectantes, supongo que esperando ver cómo iba a reaccionar.
No me lo podía creer. Era imposible que fuera él.
–¿Jake...? –le pregunté en un susurro. En realidad, no era una pregunta sino una afirmación, pero la voz me había fallado y no supe cómo decirlo para que no sonara como si acabara de ver un fantasma.
–Lo siento, Ari –su cabeza se mantuvo firme, pero sus ojos bajaron como si quisieran salir de ahí.
¿Jake era A.D.? El misterioso A.D., que había estado involucrado en la desaparición de TK y en todo lo que le hicieron, era Jake. El mismo chico que siempre me sonreía cuando me saludaba en clase y que bromeaba conmigo como si no pasara nada. ¡Me había dicho que me iba matar!
Por un momento pensé que todo eso había sido un sueño y que estaba durmiendo en mi cama, o que solo estaba inconsciente en el suelo de aquella dimensión y todo eso era alguna especie de alucinación... pero no. Era real.
–¿Por qué? –pude decir.
–No me queda de otra, ¿recuerdas?
–¡Pero no lo entiendo! –grité furiosa. Me había engañado y me sentía estúpida. Tenía claro que me iba a matar después de esto porque no le quedaba de otra que hacerlo. ¿De qué manera, si no, podría ayudarle yo a nada? No era más que una pieza en su plan– ¡Yo confié en ti! ¡Y tú lo único que has hecho es utilizarme! ¡Me has traicionado y engañado! ¡Solo fui tu medio de transporte para manipular a TK y acabar con los niños elegidos!
–Ari, yo... –intentó hablar, pero no le dejé.
–¡Tú, nada! –le corté, aún furiosa– ¿No comprendes la gravedad del asunto? ¡Claro que no! ¿Cómo ibas a entenderlo si para ti esto no es más que un juego? ¡Eres un completo imbécil!
Jake se me quedó mirando sin decir nada más.
–Lo único que hiciste fue engañarme para fastidiarme más a la hora de la verdad, para acercarte más a los niños elegidos. Y ahora, por mi culpa... –intenté contenerme antes de romper a llorar como si fuera una niña pequeña– ¡Te odio! –¿solo se me ocurría decir eso?
Me senté en el suelo inexistente y me llevé las manos a la cara para taparme. Seguramente estaba haciendo el ridículo, pero ¿qué importaba eso ahora? Me había engañado y por mi culpa los demás estaban donde estaban. Me había utilizado para llegar hasta ellos y por eso mismo estaba ocurriendo lo que estaba ocurriendo.
Notaba los ojos de Jake fijos en mí, así que intenté calmarme y secarme las lágrimas para recuperar la poca dignidad que me quedaba. Dios mío, qué intensa estaba siendo esa aventura.
–Lo siento –susurró, y se arrodilló para quedar a mi altura–. Soy un idiota, un imbécil y todo lo que tú quieras. Supongo que pedirte que me perdones es pedirte demasiado, pero... entiende que no tengo más remedio.
Me quedé callada intentando calmarme mientras que él lo único que hacía era mirarme en silencio. Parecía que estaba esperando a algo y yo solo tenía ganas de pegarle y gritarle, pero ya había hecho mucho el ridículo durante el último año. Le había llamado idiota cuando la única idiota había sido yo.
–Ari... –dijo al cabo de unos segundos, y me agarró de la mano con cuidado. Recuerdo que antes su mano me inspiraba calor, pero esa vez estaba helada y, al contrario de lo que hacía antes, me oprimía el pecho. La aparté de golpe.
–No me toques –solté–. No quiero que me vuelvas a tocar en tu vida –me levanté y terminé de secarme las lágrimas.
–Ari, ¿me dejas explicarte? –se levantó conmigo.
Negué con la cabeza.
–No quiero que me expliques nada más, ni que me toques; ni siquiera quiero que me hables –pero no podía ser tan estúpida como para dejar que Jake me hiciera bajar la guardia, ¿verdad? Tenía que dejar todo eso de lado para encontrar una solución y ayudar a mis amigos a salir de esa situación, aunque lo único que quería en ese momento era clavarle dos dedos en los ojos.
–¿Me puedes escuchar? –me pidió.
Moví la mandíbula como si tuviera un trozo de chicle pegado a los dientes y me crucé de brazos. ¡Arg! Necesitaba saber de qué iba todo eso y, ¡qué rabia! Aunque me costase admitirlo, no me quedaba otra que fiarme de él o, por lo menos, fingir que lo hacía.
–¿Qué más tienes que decirme? –le pregunté.
–Supuse que no era buena idea decirte quién soy –dijo. Intenté evitar todo lo posible sus ojos verdes, que me buscaban como si quisieran clavarse con los míos–, pero tampoco habrías confiado en mí si no te lo decía.
–Pues no. Si eres un traidor para los tuyos, ¿por qué no ibas a serlo para mí?
–Como habrás notado, no somos humanos –me ignoró, otra vez–. Bueno, ellos no lo son. Pertenecen a un mundo llamado Ofiuco, en una dimensión diferente a esta. La historia es larga, pero se puede decir que tienen unas normas propias con las que manejan a sus habitantes –espera, ¿ha dicho que no son humanos?–. Se hacen llamar sombras.
Arrugué la cara y Jake me enseñó un amago de sonrisa.
–Antes me preguntaste quién me obliga a trabajar para ellos. ¿Todavía quieres saberlo?
Tragué saliva y asentí con la cabeza.
–Para simplificarlo, se puede decir que Régar y sus hombres están incumpliendo varias de las leyes de Ofiuco, pero que Ofiuco todavía no lo sabe –continuó. Sus ojos se apartaron de mí y por fin me atreví a mirarlo directamente–. Los sombra son seres que pueden viajar entre dimensiones, pero Ofiuco no acepta que estos viajes se hagan con fines de abuso de poder. Y eso es lo que hace Régar –me devolvió la mirada y yo la aparté rápido. Arg–. Mi padre era un sombra y trabajaba para Régar.
–Tú tampoco eres humano –le dije.
–Soy medio humano –ah, menos mal–; mi madre sí es humana. El problema es que Ofiuco no acepta el mestizaje con otras especies y, como imaginarás, a mi padre eso le importó poco –oh, vaya–. La cuestión es que murió cuando yo era muy pequeño, y los únicos que sabían que mi padre había tenido un hijo con una humana eran Régar y sus hombres. Se aprovecharon de eso para amenazarnos a mi madre y a mí con matarla a ella y denunciarme a Ofiuco si no hacía lo que ellos querían. Nos dijeron que el mestizaje en Ofiuco se pagaba con la muerte.
Esta vez lo miré a los ojos. ¿La muerte? Pero ¿podían hacer eso? ¿Eso no era racismo?
–¿Y por eso estás obligado a trabajar con ellos? –no me atreví a decir nada más, aunque en el fondo estuviera dándole vueltas a la muerte. Con lo bueno que parecía este niño, casi había olvidado su amenaza de matarme de hacía unos minutos. Qué cabeza la mía.
–Sí. Durante este último año he dejado que escucharas esas voces para que siguieras pensando en ello, para que no te olvidaras de nada, mientras yo pensaba en qué podía hacer para ayudar a TK sin perjudicarnos a mi madre y a mí. Investigué acerca de las leyes de Ofiuco y de su historia. Me crié con mi madre como un humano normal, trabajando de vez en cuando para Régar, así que no conocía nada de Ofiuco y pensé que investigarlo me ayudaría a librarme de la muerte en caso de que me descubrieran. Lo que descubrí, en realidad, fue que Ofiuco no puede matarnos ni a mí ni a mi madre, porque va en contra de sus propias leyes. Lo único que pueden hacer es llevarme a juicio y ponerme algunas condiciones de por vida, a cambio de dejarme vivir como un humano normal.
–¿Qué condiciones?
Jake se encogió de hombros.
–No lo sé con seguridad. Supongo que tendrían que ver con limitarme el uso de los poderes fuera de Ofiuco –cada vez lo tenía más claro: Jake era Superman y yo no lo sabía–, o el no poder volver a viajar entre dimensiones nunca más. No pueden entrometerse en mi vida como humano; solo como sombra. Por eso, si decido que quiero vivir como un humano, no pueden hacer más que aceptarlo y limitarme como sombra.
–Entonces, ya no te pueden hacer daño y puedes traicionarlos.
La cabeza de Jake se balanceó.
–Más o menos. Mi madre, tú, los niños elegidos y yo mismo seguimos en esto –me miró a los ojos–. Quiero avisar a Ofiuco, pero si fallo, Régar y sus hombres podrían matar a cualquiera. Por eso necesito que entiendas bien todo lo que te acabo de contar, para que confíes en mí y podamos solucionar esto juntos –se quedó en silencio un momento en el que no pude dejar de mirarlo a los ojos. Por mucho que una parte de mí se empeñase en creer que me estaba engañando de nuevo, no podía evitar pensar en que sus ojos decían la verdad. Arg, ¿qué estoy diciendo? No puedo confiar en él–. ¿Confías en mí?
Sí.
–No.
–Ari –soltó el aire–, necesito que lo hagas. Tú también lo necesitas.
–¿Tengo que recordarte que hace un momento me amenazaste con matarme? –le dije, irónica.
–No voy a matarte. No quiero matarte. El problema es que, si nos descubren o si no hacemos las cosas bien, tendré que elegir entre matarte a ti o dejar que sean ellos los que te maten a ti, a tus amigos y a mi madre –dio dos pasos hasta mí sin dejar de mirarme a los ojos. Pf, socorro–. Te lo repito: necesito que estés de mi parte. Necesito que vayamos juntos en esto, en un solo bando. Los dos estamos en contra de Régar; ahora solo tienes que decidir si vas a estar conmigo o contra mí.
Bajé la mirada hasta su ropa negra y dudé. ¿Y si me volvía a traicionar? Oh, pero ¿por qué iba a hacerlo? Todo lo que me había dicho sonaba demasiado convincente.
¿Y si mentía? ¿Y si era parte de algún otro plan?
–Ari, ¿confías en mí? –repitió. ¿Qué clase de Aladdín era este?
Pero de repente se escuchó un grito que hizo que todo se quedara en silencio.
–¿Qué ha sido eso? –pregunté.
–Creo... –dijo pensativo– Creo que es tu amiga.
Me acerqué corriendo a la pantalla donde se estaba emitiendo la batalla. Los digimon estaban muy débiles y algunos de los hombres también, pero seis de ellos, incluido E.D., agarraban a Serafimon y Ophanimon con fuerza para dejarlos inmóviles. Cerca de ellos, Régar sostenía a TK del cuello con una mano, y en la otra mantenía un aparato que no alcancé a ver bien. Kari intentaba levantarse del suelo cerca de ellos.
–¡Maldita sea! –golpeé la pantalla con los puños– ¡TK! ¡Kari! ¡Hay que hacer algo! –le dije a Jake y lo miré: se había colocado a mi derecha sin que me diera cuenta. Desde ahí, me miraba con seriedad.
–Tú decides cuándo, Ari.
Estaba dejando que yo decidiera. Si accedía, me ayudaría con ellos porque se suponía que era lo que él también quería. Si no accedía, puede que me dejara en esa dimensión luminosa y vacía para siempre.
Pero, si accedía y me equivocaba, acabaríamos muriendo todos.
Miré sus ojos verdes una vez más y seguía ahí; esa calidez y esa paz que siempre me había transmitido, como si fuera el mismo Jake que me saludaba en clase y que me llamaba "pequeño saltamontes" con una sonrisa. Como si fuera un chico normal y corriente.
Tragué saliva, miré la pantalla y devolví la mirada a sus ojos.
–Confío en ti –le dije.
Sombra&Luz
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