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Capítulo 15 | Sombra

Era una sala inmensa y oscura. En las paredes había unas seis o siete pantallas enormes, pero lo más sorprendente era lo que emitían:

En una pantalla se veía a Mimi y a Michael sentados en una roca, con caras preocupadas, en aquel lugar al lado del lago. Delante de ellos dormían sus compañeros digimon, y detrás de ellos se veían un Seadramon y una bola peluda, ambos inconscientes.

En otra de las pantallas se podía ver un mar profundo, de color azul oscuro y arenas negras. En estas se encontraban Joe y Cody sentados casi en la orilla, mirando hacia delante con la misma expresión que Mimi y Michael. En la orilla del mar estaba Gomamon disfrutando de un refrescante baño, mientras que en la arena, al lado de Joe y Cody, estaban Armadillomon y una preocupadísima y triste Piyomon.

En otra de las enormes pantallas se encontraba Izzy, sentado en el suelo seco y rocoso, al lado de un barranco, pendiente de su ordenador portátil. A su lado, Tentomon inspeccionaba lo que hacía su compañero. Más adelante, casi al borde del barranco, una nerviosísima Yolei daba vueltas de un lado para otro, mientras se mordía las uñas y Hawkmon intentaba tranquilizarla en un esfuerzo que parecía inútil.

En otra pantalla se podía ver a Sora sentada, que se miraba la pierna izquierda justo al lado de un Veemon lleno de heridas que respiraba entrecortadamente. Davis se había agachado a su lado. Creo que se sentía mal e impotente por no poder hacer nada. Más atrás había un digimon con forma de dinosaurio, de color rojo, desmayado.

En otra pantalla se veía a un asustado Ken acompañado de un preocupado Wormmon. Ambos caminaban en silencio por las arenas negras.

En otra se veía a Kari llorando al borde de un barranco, con Gatomon consolándola en un intento vano. ¡Esto quería decir que las pantallas emitían lo que le estaba ocurriendo ahora mismo a cada uno de los niños elegidos!

Y en la última y más sorprendente se podía ver a Tai y a Agumon que caían y caían. Entonces se detuvieron en el aire sorprendidos, y a su lado apareció una puerta. Entraron por ella y cayeron unos pocos metros más hasta que se desplomaron encima de un rubio de ojos azules y un digimon a los que pillaron desprevenidos.

"–¿Tai?" –preguntó Matt.

"–¡Matt! ¡Gabumon! ¡Agumon, estamos vivos!" –gritó el chico sorprendido mientras se levantaba.

"–Tai, ¿y mi hermano?"

Y entonces salí corriendo a decirle a Kari la noticia:

–¡Kari! ¡Kari! Ven, tengo que enseñarte algo –le dije, feliz de ver a Tai con vida.

–No...

–Vamos, Kari, te va a encantar.

–Venga, Kari –le animó Gatomon.

Kari se levantó, más resignada que convencida, y entramos por la puerta, que desapareció de golpe detrás de nosotras. Kari miró todas y cada una de las pantallas.

–¿Esto es lo que está ocurriendo ahora mismo? –preguntó.

–Creo que sí –contesté sonriendo.

–No me lo puedo creer –añadió, llorando de felicidad.

Varios minutos después aparecieron dos siluetas a nuestro lado.

–Buenas, niños... niña elegida y compañía –saludó E.D. ¿Cómo que y compañía?– Solo quería desearles suerte. Esta es la última fase –nos dijo. Juraría que estaba sonriendo, pero serían imaginaciones mías.

–¿La última fase? –preguntó Kari– ¿Quiere decir que TK se encuentra cerca?

–Exacto. Cuando pasen esta fase, todo se terminará.

–¿De verdad? –dijo Kari.

–¿Alguna vez he mentido? –preguntó E.D. Seguiría jurando que estaba sonriendo, pero lo que me pareció más raro fue la reacción que tuvo A.D. ante este comentario: se puso rígido y cruzó los brazos delante de su pecho. ¿Qué ocultaban?

–Bueno, chicas, continúen –añadió E.D. Entonces A.D. colocó su mano sobre el hombro de este y ambos desaparecieron.

–Vamos –me dijo Kari más animada.

Seguidamente salió corriendo y Gatomon y yo la seguimos. Poco a poco empezamos a divisar algo al fondo, pero no se veía mucho por culpa de la poca claridad que había.

–Kari, ¿qué es eso? –preguntó la gata, curiosa.

–No sé. ¿Qué crees que puede ser?

–Pues, ni idea. ¿Qué tal si lo comprobamos?

–Vamos.

Y nos encaminamos de nuevo hacia aquella sombra que poco a poco se fue convirtiendo en una silueta y al final...

–¡TK! –gritó Kari, más feliz de lo que la había visto este último año.

Salió corriendo y Gatomon la siguió. La verdad era que estaba muy contenta. ¡Muy contenta! Habíamos encontrado a TK, por fin. Después de un año sin él, ¡lo habíamos encontrado! El esfuerzo, el miedo y la esperanza habían valido la pena.

Yo también salí corriendo hacia el rubio, feliz de haberlo encontrado, pero entonces me di cuenta del estado en el que estaba: Unas cadenas pegadas a la pared lo tenían atado de manos, con los brazos extendidos hacia arriba y con la cabeza gacha. Su cuerpo estaba repleto de heridas de todo tipo, desde rasguños hasta cardenales y cortes.

–¿Qué le ha pasado? –preguntó Kari, deteniéndose preocupada.

Gatomon y yo también nos detuvimos y observamos inquietas el aspecto de TK. Entonces, delante de nosotras, apareció un digimon de apariencia femenina. Era totalmente negro y parecía una diabla o un demonio o algo por el estilo, ¿qué sé yo? No parecía muy amistosa.

–¡LadyDevimon! –gritaron Kari y Gatomon al mismo tiempo.

Conocía la historia de un Devimon, pero nunca me habían contado nada de una LadyDevimon. Me imagino que Devimon sería igual, pero en chico. ¿No?

–¿Adónde se creen que van, chicas? ¿No quieren quedarse a jugar un rato? –preguntó la diabla con una sonrisa de satisfacción.

–Gatomon –dijo Kai sacando su D3.

–Sí –asintió la gata, que digievolucionó entonces en el precioso ángel de facciones femeninas que había llegado junto al resto de digimon al principio.

–Muy bien –dijo LadyDevimon, que se puso en guardia.

–¡Corre! –me gritó Kari, haciendo que saliera de mi trance y corriera a buscar a TK.

Las digimon empezaron a pelearse, tirándose de los pelos, dándose cachetadas, lanzándose todo tipo de ataques que esquivé como pude, sin dejar de correr hacia el rubio. Cuando llegué a donde él estaba, me paré en seco y lo inspeccioné de arriba abajo: Estaba horrible. Sus heridas parecían más profundas ahora de lo que las había visto antes desde lejos; parecía que habían estado dándole palizas durante meses. Ahora que lo miraba bien, había crecido varios centímetros. Ya no era el mismo niño de antes, aunque no parecía lo suficientemente mayor como para decir que era un adulto.

–TK... –susurré, todavía sin saber cómo reaccionar.

Él ni siquiera se molestó en levantar la vista. Me estaba preocupando.

–TK... –repetí.

–Ari... –articuló, en un susurro casi imperceptible. Llevaba un año entero sin oír su voz. ¡Un año entero! Casi se me hacía desconocida.

Me acerqué a él lentamente e intenté mirarle a la cara, apartando su pelo rubio y largo de delante de sus ojos. Esta vez, él levantó la cabeza y me miró fijamente. Llevaba todo un año sin mirar esos ojos azules y me entró una nostalgia repentina y muy fuerte. Pero también sentí una lástima y una rabia terribles; lástima por TK, por todo lo que había sufrido durante todo el año, y rabia por los que le hicieron esto. Hasta ahora no le deseaba la muerte ni a mi peor enemigo, pero esta vez se habían pasado de la raya.

–Vamos a sacarte de aquí –le aseguré.

Tiré de las cadenas. Sabía que no iba a conseguir nada, pero me había entrado tal desesperación por quitarle esas cadenas de una vez que creo que no pensaba con claridad.

–Es inútil –me susurró el rubio–. Nunca conseguirás sacarme de aquí.

–No seas estúpido. Claro que lo conseguiré.

–Soy estúpido, y no lo harás.

Cuando dijo eso, le miré. No me podía creer que TK estuviera articulando esas palabras. El mismo TK que yo conocía no podría estar hablando así; era imposible. El rubio miraba el suelo, serio, sin el brillo en los ojos que yo recordaba que era tan característico. No parecía él y, para mi desgracia, siguió con frases de ese tipo que intenté ignorar todo lo posible.

Entonces me di la vuelta y empecé a buscar algo para romper las cadenas. Vi una piedra del tamaño de un puño a unos dos metros de mí y la cogí. Le empecé a dar golpes a las cadenas, ignorando las estúpidas e incoherentes palabras de TK, pero solo conseguía hacerme daño en las manos y ponerme aún más nerviosa.

–Es inútil. El destino está escrito –seguía repitiendo TK, una y otra vez.

"El destino está escrito. El destino está escrito. El destino está escrito..."

Esas palabras resonaban en mi cabeza como un martillo. No podía creer que TK, el elegido de la Esperanza, se rindiera tan pronto. Era algo que no me entraba en la cabeza.

–El destino está escrito. El destino está escrito...

–¡Pues ponle Tipp-Ex! –le grité, ya harta– ¿No te das cuenta de las estupideces que estás diciendo? ¡Por favor, TK, reacciona!

–El destino está escrito –repitió de nuevo, haciendo caso omiso de mis palabras.







Sombra&Luz

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