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| -Verdad- |

Tras recordar en un lapso breve de tiempo a la persona que fue a su piso de Baker Street, comparando a la Faith que estaba en la morgue con la que él vio, Sherlock se percató de que eran diferentes tan solo en su apariencia, pues sus medidas eran exactamente las mismas... Como si su propia mente alucinando por las drogas hubiese creado una imagen falsa de la hija de Culverton. Su mirada aún se encontraba fija en la mesa con instrumental quirúrgico, la cual se veía perdida en el horizonte, como si intentase dar sentido a sus recuerdos y al hecho de que la hija de Culverton no había ido a su piso.

–¿Sherlock? ¿Cariño? –apeló a él Cora en un tono suave, pues su comportamiento ahora parecía errático, llegando a asustarla y a preocuparla a partes iguales.

–Sherlock, ¿estás bien? –le preguntó John al detective, observando con un ojo crítico cómo las manos del detective temblaban, frotándolas contra sus labios, bajo su nariz... Un claro síntoma de que estaba drogado casi por completo. En ese momento, Sherlock señaló a Culverton, quien no había parado de carcajearse.

–Vigílalo: ¡tiene un arma! –le exhortó a John, éste y la pelirroja desviando sus miradas hacia el hombre.

–¿Que tengo qué? –inquirió Culverton aún entre risas.

–¡Tiene un bisturí que ha cogido de la mesa! –espetó el sociópata, señalando la mesa con el instrumental quirúrgico–. ¡Lo he visto!

–Qué bisturí ni qué puñetas...! –exclamó Culverton en un tono sorprendido pero algo indiferente.

–¡Mírale la espalda! –exclamó una vez más Sherlock, señalando con sus temblorosos dedos al hombre, mientras miraba a su mujer y al doctor viudo.

Culverton volvió a carcajearse antes de encogerse de hombros, alzando sus manos vacías, demostrando que no tenía nada en ellas.

–¡Le vi cogerlo! ¡Le vi! –gritó con furia y algo de locura Sherlock, dejando sus dos manos al descubierto, en su derecha el bisturí, apuntando hacia Culverton.

–¡Woah! ¡Woah! ¡Woah! ¡Woah! –retrocedió el magnate algo acobardado por el detective. John abrió los ojos como platos, mientras que Cora apenas reaccionó, pues aquella situación la había dejado en un leve shock, del cual se recuperó para intentar calmar a su marido.

–Sherlock, cielo, ¿quieres dejar eso? –le pidió la de ojos escarlata en el tono más suave que pudo encontrar en aquella situación. Al escuchar la voz de su mujer, el detective de ojos azules-verdosos bajó su vista a su mano derecha, donde sujetaba el bisturí. A los pocos segundos, el joven negó con la cabeza de forma violenta, lo que hizo retroceder a Cora y John.

–¡No se ría de mi! –gritó, ahora siendo evidente el nerviosismo y la paranoia inducidas por las drogas.

–No me rio. –sentenció Culverton con sus manos aún alzadas, en su rostro una enmascarada expresión de disfrute e interés.

–No se está riendo, Sherlock. –trató de razonar John con él, su tono bajo y contenido, claramente listo para intervenir.

–Sherlock, por favor, cariño, cálmate. –le pidió Cora en un tono ahora ya realmente asustado.

–¡QUE NO SE RIA DE MI! –gritó su marido en un ataque de furia y locura transitoria, abalanzándose sobre Culverton, aún con el bisturí en la mano.

John, quien estaba tenso debido a la situación, se había preparado para intervenir de ser necesario, colocándose frente a Sherlock, logrando interceptar e inmovilizar su brazo derecho, antes de golpearlo rápidamente en la flexión del codo, logrando que soltase el arma. Segundos después, John, rebosando de ira, logró empujar a Sherlock contra uno de los armarios que guardaban a los cadáveres, sujetándolo por el cuello de la gabardina.

–¡Basta! ¡Estate quieto! –exclamó el rubio–. ¿¡Pero qué haces!? –inquirió, enfadado–. ¡ESPABILA! –gritó, antes de propinarle una bofetada en el rostro.

Cora suspiró por un breve instante, que pronto acabó, ya que a los pocos segundos casi se le cortó la respiración, pues John tras haberse alejado unos pasos de su marido, arremetió contra él, pegándole un puñetazo en la cara, provocando que el sociópata de cabello castaño cayese al suelo, sin fuerzas.

–¡BASTA, JOHN! –exclamó Cora, sus ojos escarlata no dando crédito a lo que observaba. El doctor hizo caso omiso de sus palabras.

La joven intentó gritar una vez más al ver aquello, el miedo apoderándose de ella, sin embargo, no salió palabra alguna de sus labios. Intentó moverse, pero ni sus piernas ni su cansancio no se lo permitieron, no en su estado. Se mantuvo inmóvil hasta que reunió toda la fuerza de voluntad de la que dispuso, logrando correr y sujetar el brazo derecho de John, para así evitar que arremetiese de nuevo contra Sherlock. El doctor notó que alguien lo sujetaba, pero cegado por la ira por como estaba, ni siquiera se percató de quién era, logrando sujetar a Cora, lanzándola contra otro de los armarios, golpeándose la joven la espalda y la cabeza de forma fuerte, comenzando a sangrar en un costado. Intentó ponerse de rodillas, pero el golpe la había dejado aturdida, además de costarle respirar, por lo que, solo pudo alzar el rostro, contemplando de forma impotente cómo John se ensañaba con su marido.

–¿¡Es un juego!? ¿¡Es un maldito juego!? –exclamó el hombre viudo, mientras golpeaba de forma incesante al detective, ante el deleite de Culverton Smith, quien observaba cómo se sucedían los acontecimientos con gran interés.

La pelirroja logró al fin recuperar el aliento que había perdido por aquel golpe, siendo su mente por unos instantes invadida por un pensamiento de preocupación, el cual apartó momentáneamente, procediendo después a levantarse y asir a John por el brazo, apartándolo del sociópata que yacía en el frio suelo de la morgue.

–¡HE DICHO BASTA! –gritó, ante lo cual, John cargó contra ella, empujándola contra otro de los armarios de la morgue.

–¡Deja de ponerte de su lado, Cora! –exclamó el rubio, sin percatarse siquiera del profundo golpe que Cora tenía en el lado derecho de su sien, por el cual brotaba la sangre–. ¡Siempre lo proteges! ¡Siempre! ¡Deja de hacerlo! –gritó, golpeando su pecho.

El Dr. Watson soltó a la mujer del detective, quien cayó de espaldas al suelo, intentando respirar. Con gran dificultad y miedo, la mujer de cabello carmesí se arrastró como pudo hasta estar frente a su amado Sherlock, quien ahora sangraba por la boca. Cora no pudo evitar indignarse ante aquella situación, por lo que, sin pensar demasiado en las consecuencias, le espetó en un tono viperino:

–Eres patético, John H.Watson. Te atreves incluso a golpear a una persona que claramente está dependiente de las drogas y a una mujer indefensa... –comenzó, el shock haciéndose presente en el rostro del rubio por unos instantes, sorprendido por su tono enfadado y sus palabras–. Bueno, no en mi caso, pero ahora no puedo hacer uso de mis habilidades. Tengo mucho que perder si lo hago. –mencionó, su mirada fija en su amigo, en quien ella quería y deseaba salvar–. Sin embargo, puedo asegurarte que el hombre que tengo ahora frente a mi, ¡no es de quien Mary se enamoro!

Ante esas palabras por parte de la de cabello carmesí y ojos escarlata, el rostro de John se convirtió en la viva imagen de la ira, pasando casi a una tonalidad rojiza. Cora colocó su mano izquierda frente a su vientre, protegiéndolo, pues observó cómo John se preparaba para propinarle una patada, tal y como había hecho con Sherlock. Al ver la reacción de la joven de ojos rubí, John posó su vista en la mano que tapaba su vientre, entrando en ese momento varios guardias del hospital, impidiendo que continuase con aquellos actos de ira y violencia.

–¡Por favor, por favor, por favor, sin violencia! –les indicó Culverton a los guardias, interviniendo en el conflicto, los guardias soltando a John, quien ahora se había quedado inmóvil–. Gracias Dr. Watson. Pero creo que ya no es un peligro. Déjelo. –dijo, dirigiéndose al rubio, la pelirroja volviéndose hacia su marido, quien la observaba tras sus ojos vidriosos, la sangre habiendo manchado el suelo.

–Cariño...

–No, tranquilo. Que haga lo que quiera. Tiene derecho. –le dijo Sherlock a Culverton, intentando incorporarse, su mirada triste posándose en su mejor amigo–. Yo maté a su mujer. –sentenció en una voz apenada, segundos antes de que John, con una voz casi rota, apostillase.

–Sí, así es. Los dos lo hicisteis. –sentenció, lo que hizo que Cora también lo observase, las lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas, su mano aún protegiendo su vientre. No evitó estallar en un leve llanto.

Unas horas más tarde, John se encontraba en la comisaría de Scotland Yard, testificando con Lestrade, quien lo observaba con una mirada entre apenada e incrédula. La estancia era oscura y fría, como el ánimo del doctor, quien estaba con la cabeza gacha. Solo la luz de una lampara iluminaba la mesa en la que Greg había colocado la grabadora para documentar su testimonio.

–¿Lo sabias? –le preguntó el Inspector de Scotland Yard a John, inclinándose hacia él sobre la mesa.

–Qué voy a saber. –replicó él en un tono casi sarcástico.

–¿No le viste coger el bisturí?

–No lo vio nadie. –contestó John–. Rayos, ni siquiera creo que ella lo viera.

–No sabías lo que iba a pasar...

–¡Por supuesto que no! –se irritó John, su voz molesta.

–¡Tu-tuvo que haber un preámbulo! ¡No pudo hacerlo de repente! –rebatió Greg, su tono insistente y algo impactado aún por lo que había sucedido.

–Mira, yo no sabía que tenía el bisturí. –sentenció John en un tono sincero, inclinándose en dirección al inspector, quien apagó la grabadora, recostando su espalda contra el respaldo de su silla, suspirando.

–Ay, Señor. –se lamentó–. ¡Tendríamos que haberlo visto venir...!

–No hace mucho disparó a Magnusen en la cara. Lo vimos venir. Siempre lo vemos venir, pero fue divertido. –sentenció en un tono irónico antes de que se escuchase el claro sonido de la puerta siento golpeada.

–Adelante. –dijo Greg, entrando por la puerta una oficial de policía con un pequeño ordenador portátil en sus manos.

–Señor, creo que va a querer ver esto. –indicó, dejando el ordenador en la mesa, girándolo para mostrarles la pantalla a los dos hombres, en la cual se emitía una noticia de lo sucedido en el hospital entre Culverton y Sherlock.

–Información de Harold Chorely, de hace unas horas. El Sr. Smith declaró que no tenía intención de denunciar. –dijo la presentadora del noticiero, antes de cambiar a una entrevista hecha ese mismo día al magnate.

–Soy admirador de Sherlock Holmes, un gran admirador. No sé muy bien qué ha pasado, pero si le digo la verdad, creo que no estaría aquí de no ser por el Dr. Watson. –le comentó Smith al reportero.

–¿Es cierto que el Sr. Holmes está siendo tratado en su hospital, y que la Sra. Holmes ha recibido ayuda con sus heridas? –preguntó el reportero.

–En realidad no es mi hospital, bueno, un poco sí que lo es... Y la Sra. Holmes ha recibido la ayuda necesaria, sin embargo, puedo prometerle que su marido, el Sr. Holmes, tendrá los mejores cuidados. Puede que lo trasladen... A mi habitación preferida. –replicó el hombre, ante lo cual, John frunció el ceño al escuchar sus últimas palabras.

La entrevista tocó su fin tras alzar Culverton las manos con los pulgares levantados, antes de alterar a otra cámara, donde se podía observar a Cora caminar hacia el hospital tras salir de un coche blanco con ventanas negras tintadas que pronto se alejó. Los reporteros no dejaban de intentar sonsacarle información a la joven, quien ahora llevaba un algodón en la frente por el golpe de John, que sin embargo se mantuvo estoica, entrando al complejo. John suspiró tras ver aquellas noticias, la oficial de Scotland Yard llevándose el portátil de la sala de interrogatorios.

–Tiene razón: seguramente le salvaste la vida. –sentenció Lestrade.

–Le pegué de verdad, Greg. Y fuerte. –se sinceró el doctor, abriendo y cerrando los dedos de su mano derecha, en la cual aún había restos de la sangre de Sherlock–. Empujé a Cora... Y por Dios, casi le pego a ella también... –se lamentó, recordando cómo la joven se había protegido el vientre, y qué palabras le había dirigido. Al hacerlo, el ex-soldado notó cómo se le escapaban unas lágrimas de sus ojos.

–Sí... Pobre Cora. No sé siquiera cómo ha logrado soportar todo esto. –concordó Lestrade–. Parece que no haya descansado tranquila en días...

Entretanto, en el hospital, Cora se encontraba sentada en el borde de la cama en la que Sherlock se encontraba descansando, sus ojos cerrados y su respiración tranquila, ahora vestido con un camisón de hospital. La joven de ojos carmesí estaba sujetando su mano, su ánimo habiendo decaído y las lágrimas cayendo por sus mejillas. No soportaba verlo así. No podía más que pensar en todos los trágico eventos que los habían llevado a todos hasta aquel momento... John ahora jamás los perdonaría, y no había manera de cumplir la última voluntad de Mary. Aquello la estaba matando, pero decidió intentar sacar fuerzas, incluso si no sabía de donde, por los tres. En ese momento, la enfermera Cornish entró a la habitación con una sonrisa. Se secó rápidamente las lágrimas, observándola. Cora simplemente asintió, reconociendo su presencia, antes de fijar de nuevo su atención en su marido, colocando mejor su cabello, el cual estaba algo desordenado.

–No se preocupe, Sra. Holmes. –dijo la enfermera, acercándose a ella–. Seguro que se recupera. Y sí, se ha castigado muchísimo, pero es muy fuerte, así que mire el lado bueno. –intentó animarla la mujer, antes de entregarle un fichero–. Tenga. Esta es la prueba que me ha pedido. –sonrió, mientras Cora lo tomaba en sus manos, sacando la prueba del interior de éste, una fugaz sonrisa cruzando sus labios–. Todo está perfecto. No hay daños internos.

–Gracias. –dijo la pelirroja antes de guardar el fichero en su bolso, centrando de nuevo su atención en su marido, tomando de nuevo su mano derecha, besando su dorso, cuando de pronto la puerta se abrió.

–Oh, hola, ¿ha pasado a saludar? –le preguntó la enfermera Cornish a quien fuese que acababa de entrar a la estancia, no levantando Cora el rostro hasta escuchar la voz de su interlocutor.

–No, venía a despedirme. –replicó John, antes de cruzar una mirada con la pelirroja, quien se percató de que estaba sujetando su antiguo bastón de caminar.

–John, ¿qué estás...? –comenzó a preguntar Cora en un tono suave pero algo tenso por lo sucedido, apoyando John su bastón cerca de una silla.

Un regalo de despedida. –sentenció él bajo la mirada sorprendida de la mujer del sociópata.

–Ah, que detalle. –dijo Cornish–. Un bastón...

–Sí. Era mío hace mucho tiempo. –replicó John en un tono suave, instalándose en la estancia un incómodo silencio hasta que la enfermera Cornish decidió excusarse, saliendo de allí. Cora fue la primera en romper la calma.

–¿Así que... Es esto? ¿Esto es el final de todo? –inquirió de forma retórica, su tono de voz claramente dolido, volviendo su vista y atención a su marido, pues no se veía con las fuerzas necesarias para encararlo, no en aquel momento.

–Lo siento, Cora. Lo siento mucho, pero... Ya no puedo. No puedo seguir en el juego. –intentó excusarse el doctor, sin embargo, aquello no satisfizo a la joven de orbes rubí, quien se apresuró a rebatir.

–Después de todo lo que hemos pasado. Después de todo lo que hemos sufrido. Después de todas las alegrías y las penas... –comenzó a decir, cada palabra suya clavándose con dolor en el pecho del rubio, quien la observaba con sus ojos azules llenos de pena–: ¿Es así cómo va a acabar nuestra amistad? ¿Así es como nos abandonas...?

–Cora, yo no he querido decir que-

–Bien pues. Larga vida y prosperidad, John. –lo interrumpió la de cabello carmesí con una voz molesta y decepcionada, callando efectivamente al ex-soldado, quien tragó saliva, antes de comenzar a caminar hacia la puerta de la habitación, deteniéndose al escuchar el teléfono móvil de ella sonando. Cora suspiró y descolgó la llamada–. ¿Sí, quién es?

–Tú y John tenéis un coche esperándoos en la puerta del hospital. –sentenció la inconfundible voz de su cuñado, quien a los pocos segundos de aquellas palabras, colgó la llamada, provocando que la joven pusiese los ojos en blanco por unos breves instantes.

–Déjame adivinar: ¿Mycroft? –dijo John, acercándose a ella con pasos lentos.

–Nos ha enviado un coche. Está esperándonos. –sentenció Cora en un tono sereno pero algo molesto.

–Será mejor que vayamos, entonces. No podemos tener esperando a la Reina. –comentó John en un tono sarcástico, tratando de eliminar la poca tensión que aún había entre ellos, haciendo alusión a aquel día en el Palacio de Buckingham, cuando Sherlock se refirió a su hermano mayor como La Reina. Aquello hizo sonreír a la pelirroja, quien se acercó a la cama de Sherlock con una expresión triste pero amorosa.

–Te quiero mucho. –sentenció en un tono suave, besando primero su frente y después sus labios, saliendo de la habitación, acompañada por John.

Sin embargo, ninguno de los dos habría imaginado ni en la peor de sus pesadillas, que al cerrar la puerta de la habitación, una pared falsa se deslizase y abriese, entrando por ella Culverton Smith, ataviado con guantes de médico. Tras colocar la pared falsa en su posición habitual, el hombre se acercó a la cama del detective, sentándose en la silla que había allí cerca, una sonrisa perturbadora en su rostro.

Cora y John llegaron unos minutos más tarde a Baker Street, notando la pelirroja al instante que las luces de la sala de estar estaban prendidas, por lo que entró al piso con paso vivo y una actitud molesta por la intrusión de cierta persona, quien parecía no entender lo que significaba el término allanamiento de morada. Tras subir las escaleras del piso y entrar a la sala de estar, John y ella se encontraron a Mycroft sentado en el sillón del detective.

–¿Dónde está? ¿Y la Sra. Hudson? –le preguntó el Gobierno Británico a uno de sus hombres.

–Sube enseguida. –replicó uno de los hombres trajeados que estaban merodeando por el piso, mientras que John y Cora observaban su entorno poco menos pasmados.

–¿Qué demonios crees que estás haciendo? –le preguntó Cora a su cuñado, cruzándose de brazos una vez dejó su bolso en su cuarto.

–¿Has visto la cocina? Es casi un laboratorio clandestino, cuñadita. –replicó Mycroft levantándose del sillón y caminando hacia ellos–. Te preguntaría dónde has estado durante casi tres semanas, pero eso ahora no es relevante. Quiero saber qué hizo descarriarse a Sherlock... ¿Alguna idea? –les preguntó a ambos.

–¿Son espías? –inquirió John, uno de los agentes de Mycroft tomando un libro en sus manos, una nota con palabras sueltas y sangre seca deslizándose al suelo sin ser vista–. ¿Ahora utilizas espías para velar por tu familia?

–Espera... ¿Estás recogiendo? –inquirió la joven detective tras percatarse de que varios hombres introducían varios tubos de ensayo en unas bolsas de pruebas.

–Sherlock es un problema. Que yo sea su hermano no cambia nada, Cora. –sentenció Mycroft, respondiendo a la pregunta de su cuñada de cabello carmesí, quien no apartaba la vista de él.

–Sí, ya lo has dicho antes. –comentó John, paseando por la estancia, cuando de pronto, escuchó la voz de Mary, quien estaba allí, como siempre.

–Pregúntale. –sentenció la rubia.

–¿Por qué obcecarse con Culverton Smith? Ya ha tenido obsesiones antes, pero esto va más allá de ponerle una trampa a Papá Noel. –comentó Mycroft en un tono irónico, Mary colocándose a su lado.

–Venga. Pregúntale. –lo alentó la mujer con insistencia.

–Pasando la noche hablando con una mujer que ni siquiera estaba allí...

–¡Anda ya! –exclamó Mary incrédula.

–Mycroft, la última vez que hablamos por teléfono-

–No, no, no. Para. Detesto las conversaciones en tiempo pasado. –interrumpió el cuñado de la pelirroja a John.

–Dijiste que ser su hermano no cambiaba nada. –le recordó el doctor cruzándose de brazos, acercándose a él.

–Así es.

–Y que había sido así la ultima vez, y que se repetiría con Sherlock. –comentó, la mandíbula de Mycroft tensándose–. ¿Quién fue la ultima vez? ¿De quién hablabas? –inquirió, Cora observando a su cuñado ahora con interés y una mirada expectante.

–De nadie. –sentenció casi titubeando–. Me equivocaría.

Mientes. –rebatieron Cora y John al unísono.

–Os aseguro que no. –trató de excusarse, su tono ahora defensivo y esquivo. En aquel momento, la pelirroja unió todas las piezas, una sonrisa apareciendo en su rostro con sus siguientes palabras.

Sherlock no es tu único hermano.

–¿Hay otro, verdad? –inquirió John con una sonrisa.

–No. –negó Mycroft, ante lo cual John lanzó una carcajada sarcástica.

–¡Por Dios! ¡Un hermano secreto! –exclamó Cora con una sonrisa satisfecha e intrigada–. Tengo un cuñado secreto.

–¿Está encerrado en una torre o algo? –preguntó John, el rostro de Mycroft siendo ahora la viva imagen de la irritación por unos segundos, puesto que la Sra. Hudson entró a la estancia.

–¿¡Mycroft Holmes, qué hace esa gente tan horrible en mi casa!?

–Sra. Hudson, le pido disculpas por la interrupción, pero como sabrá mi hermano se ha embarcado en un programa de auto-destrucción asombroso hasta para él, y yo me esfuerzo por averiguar la causa. –le contestó, claramente aliviado de evitar el tema por el que estaban hablando los tres.

–¿Y es lo que están buscando? –inquirió la casera de Baker Street.

–Mayormente. –afirmó el hombre de hielo.

–¿Lo que le ronda por la cabeza? –insistió la amable casera.

–Por así decirlo. –volvió a clarificar el mayor de los Holmes, ahora comenzando a impacientarse por las continuas preguntas de la anciana.

–¿Eso buscaban todo el tiempo? –inquirió, esta vez con un tono de burla, ante lo cual, Cora sonrió, pues acababa de comprender a qué venía tanta pregunta.

–El tiempo es un bien escaso, como ya sabe, ¿así que, por favor, podemos ir al grano? –inquirió Mycroft con seriedad, la Sra. Hudson y Cora intercambiando una mirada divertida, antes de estallar en una carcajada.

–¡Que gracioso es...! –exclamó la casera del 221-B.

–¿Sra. Hudson? ¿Cora? –preguntó el hombre, totalmente confuso por su reacción, observándolas.

–Le cree listo, el pobre Sherlock... ¡Siempre hablando de usted! –indicó la mujer antes de volverse hacia John, quien parecía también estar riéndose–. Sabe que eres idiota, pero no pasa nada, porque eres un médico encantador... ¡Pero no tiene ni idea de lo idiota que es usted! –exclamó, volviéndose hacia Mycroft, la pelirroja apenas logrando contener la risa ante las acusaciones de la mujer que era como su segunda madre.

–¿Esto es un mero monólogo interior, o quiere decirnos algo? –comentó Mycroft, hastiado de aquellas palabras y risas hacia su persona, su mirada fija en la casera de Baker Street.

–¿Quieres saber lo que le inquieta a Sherlock? ¡Es lo más fácil del mundo al alcance de cualquiera! –apostilló Cora, tras secar las lágrimas que habían salido provocadas por su risa.

–Conozco sus mecanismos mentales mejor que ningún otro ser humano, así que procura entenderlo, Cora... –comenzó a decir, antes de ser interrumpido por la carcajada conjunta de las dos mujeres.

–¡Él no es de pensar! ¡Sherlock no! –exclamó la Sra. Hudson.

–Por supuesto que sí.

–Que no... ¡Él es más visceral! –rebatió Cora–. ¿Caso sin resolver? Tiro a la pared. –comenzó, la joven girándose a la pared, antes de hacer un gesto con su mano derecha, simulando una pistola–: ¡Bang, bang! –seguido de aquello, la joven se giró hacia la cocina–. Desayuno sin hacer: ¡patada al frigorífico! –continuó con una sonrisa, disfrutando de la mirada confusa pero abatida de su cuñado, quien comprendía que la joven conocía a su hermano mejor mucho mejor que él–. Preguntas sin contestar... A ver, ¿qué hace con lo que no puede contestar, John? ¿Lo mismo? –se giró la joven hacia su amigo, en un último intento por hacerle ver que realmente lo necesitaban. Él la observó por unos breves instantes, antes de fijar su vista en la repisa de la chimenea.

Apuñalarlo.

–Aquello para lo que no encuentra respuesta está allí encima. –dijo la Sra. Hudson, terminando por la pelirroja sus conclusiones, caminando John hacia la repisa, y tomando en sus manos el único sobre que había apuñalado–. No paro de decirle que si fuera un buen detective, no tendría que cambiar la repisa. Cora observó a John, quien abría el sobre, sacando el CD con las palabras ¿ME ECHABAS DE MENOS? escritas en él. Entonces se giró hacia Mycroft, la Sra. Hudson y Cora, ésta última acercándose a él con una sonrisa evidentemente triste.

–¿Qué es... Esto? –inquirió, la joven mujer del detective caminando hasta él e introduciendo el CD en el reproductor de vídeo conectado a la televisión.

–Esto, John, es algo que tienes que ver. Es algo que te concierne. –sentenció ella en un tono misterioso.

Tras unos segundos, John, Mycroft, la Sra. Hudson, Cora y los agentes de inteligencia se agolparon alrededor de la televisión para poder ver el vídeo que comenzaba a reproducirse.

Si estás viendo esto, es probable que esté muerta. –dijo Mary en el vídeo, John inhalando aire de forma pesada, pues no se esperaba aquello. Tras tapar su rostro se alejó de la televisión.

–Eh, no. Páralo, por favor. –le rogó a la detective, quien puso en pausa el vídeo.

–¡Todos fuera! ¡Ahora mismo! Esta es mi casa, esta es como mi hija, este es mi amigo, y esa su difunta esposa. Todo el que permanezca aquí un segundo más, estará reconociendo que carece de la más mínima humanidad. –ordenó con voz autoritaria, los agentes de inteligencia comenzando a marcharse, sin embargo, Mycroft permaneció allí, estoico–. ¡Fuera de mi casa... Sabandija! –le espetó al hombre, haciendo un gesto hacia la puerta, saliendo el cuñado de Cora por ésta.

–Bien hecho, Sra. Hudson. –comentó Cora con una sonrisa–. Quiero que sepa que usted también es como mi madre. –añadió con un tono cariñoso.

–Gracias querida. –sonrió la mujer, mientras que John volvía a reproducir el vídeo.

Os voy a dar un caso, Sherlock y Cora. Puede que sea el más difícil de vuestra carrera. Cuando me... Vaya, si es que me voy, quiero que hagáis una cosa por mi. Salvad a John Watson. Salvadlo, Sherlock y Cora. –dijo Mary.

–John, si quieres verlo más tarde... –comenzó a decir Cora, antes de ser interrumpida por el aludido con un tono suave y amable.

–No. Gracias, pero no. –dijo él, antes de tomar su mano–. Lo siento.

–No pasa nada. Te perdono de todo corazón. –comentó ella, antes de retirarse a la cocina junto a la casera–. Espero que cuando termine de ver el vídeo decida ayudarme con Sherlock. –deseó la joven.

–Seguro que sí, querida, seguro que sí. –afirmó la casera–. En tu estado además no deberías hacerlo sola. –comentó, lo que hizo que la pelirroja alzase la vista, observándola con pasmo–. Oh, vamos, Cora. Soy la mayor de cinco hermanas... ¿Creías que no notaría los síntomas? –sonrió con cariño, siendo de pronto interrumpida por el sonido brusco de la puerta de la sala de estar abriéndose.

–¡Cora! ¡Rápido! ¡No hay tiempo que perder! –exclamó el doctor, corriendo la mujer del sociópata a su encuentro.

–¿En serio? ¿Vas a hacerlo? –inquirió ella sorprendida.

–Claro que sí. No puedo dejaros ahora. Tú lo has dicho. –replicó él con una sonrisa que pronto reciprocó ella–. El juego aún no ha terminado.

–Gracias. –agradeció la pelirroja de ojos carmesí, corriendo junto a su amigo escaleras abajo, saliendo por la puerta principal del piso.

–¿John? ¿Cora? –los llamó la Sra. Hudson, girándose éstos hacia ella, lanzándole las llaves de su Aston Martin a la pelirroja–. ¡Mi coche! –exclamó con una sonrisa, corriendo John y Cora para encontrar su coche.

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