| -Sospechas- |
Al poco rato, Sherlock se encontraba sentado en el banco que había frente a la mesa del laboratorio. Sobre ésta, había un microscopio por el que iba a analizar las pruebas que había conseguido en la escena del crimen.
–Aceite, John y Cora. –comentó Holmes mientras abría el pequeño contenedor y sacaba una de las muestras con unas pinzas–. El de la huella del secuestrador--nos llevará hasta Moriarty. Todos los restos químicos de su zapato se han conservado. El alma de un zapato es como un pasaporte: con suerte veremos lo que se propone. –les informó a los de la estancia con una voz serena, tras haber introducido la muestra de las pinzas en un tubo de ensayo que ya contenía liquido en su interior. Al contacto con la muestra, el liquido se volvió verde.
A los pocos segundos de que el liquido pasara a ser de color verde, el detective usó un cuentagotas para tomar una muestra de éste y ponerlo sobre el portador del microscopio, para poder analizarlo.
–Necesito ese análisis. –le dijo Sherlock a Molly. Ésta realizó un leve procedimiento químico, e introdujo un Papel PH en la mezcla, provocando que el papel se vuelva de color azul.
–Alcalino. –informó Molly.
–Gracias Cora...
–Molly.
–Ah, sí... –comentó Sherlock de forma distraída mientras miraba por el microscopio, provocando que Molly se gire algo decepcionada.
Un tiempo después Sherlock había acabado de analizar cuatro nuevos y diferentes componentes (1.Yeso, 2.Asfalto, 3.Polvo de Ladrillo, y 4.Vegetación), mientras que en ese momento empezaba con el quinto, observando por el microscopio la muestra.
–I.O.U. –musitó para si mismo, sin siquiera percatarse de que había gente en la estancia, para después observar el monitor de un ordenador cercano–. Molécula de Glicerol. –sentenció tras observar la pantalla, para después volver a concentrarse en la muestra del microscopio–. ¿Y tú qué eres...? –se preguntó algo irritado por no saber identificarlo.
–¿A qué te referías con I.O.U.? –preguntó Molly, mientras Cora pasaba cerca de su mesa, hacia el otro extremo del cuarto, donde había una mesa, para observar más pruebas en caso de que pasaran algo por alto. La mirada del detective se elevó ligeramente y siguió a su pelirroja unos segundos, antes de volver su mirada hacia la mujer a su derecha–. Has dicho I.O.U. Lo has murmurado mientras trabajabas.
–Nada. Una nota mental. –replicó Sherlock de forma rápida y casi fría, para después volver a mirar por el telescopio.
–Te pareces un poco a mi padre... que murió. –dijo Molly con un tono suave–. Oh no, lo siento... –se excusó tras cerrar los ojos y desviar la mirada, avergonzada.
–Molly, no te sientas obligada a mantener una conversación. No es lo tuyo. –le aconsejó Holmes.
–Cuando se estaba... muriendo, estaba de buen humor. Era encantador--excepto cuando creía que nadie lo veía. –comentó Molly mientras miraba al detective–. Yo lo vi una vez. Parecía triste...
–Molly... –comentó Sherlock a modo de advertencia, pues no quería escuchar una conversación mundana que lo alejara de su trabajo.
–Tu pareces triste, cuando crees que no te ven. –sentenció la joven.
Ante ese comentario de Hooper, Sherlock alzó su mirada una vez más dirigiéndose ésta hacia John y Cora. La joven de cabellos carmesí estaba examinando unos documentos en la otra mesa de la estancia, a una corta distancia de ellos. Sherlock entonces giró su rostro, y se encontró con la mirada de Molly sobre su persona.
–¿Estás bien? Y no me digas que sí, porque sé lo que significa parecer triste cuando crees que no te ven. –comentó la joven castaña.
–Pero tú me estás viendo... –comentó Holmes.
–Yo no cuento. –dijo ella, ganándose una leve mirada compasiva de Sherlock–. Lo que intento decir es que si hay algo que pueda hacer, algo que necesites, lo que sea, soy tuya. No, quiero decir... Que si necesitas algo... cuenta conmigo. –se explicó mientras negaba un poco con la cabeza.
–¿Y qué iba a necesitar de ti? –inquirió el sociópata.
–Nada. Que sé yo... También podrías decir gracias, la verdad.
–Gracias... –dijo el detective antes de fruncir el ceño y volver a su trabajo con el microscopio.
–Me voy a por unas patatas fritas, ¿quieres algo? –preguntó Molly tras pasar por su lado, en dirección a la puerta–. Tranquilo, ya sé que no.
–Pues en reali-
–Sé que no. –interrumpió Molly, para después dirigirse a Cora–. ¿Vienes a por algo, Cora? Pareces estar pálida y famélica...
–Oh, claro Molly. Me vendrá bien un café... –dijo la pelirroja con una sonrisa–. Después de todo lo que está pasando...
–No hace falta Cora. Molly te traerá el café. –intercedió Sherlock con un tono totalmente serio y autoritario.
–¡Pero Sherlock...!
–Tranquila Cora, es mejor si te quedas aquí con ellos. –comentó Molly.
Tras esas palabras, la joven castaña salió del laboratorio a grandes zancadas. Por su parte, la pelirroja giró su rostro hacia el detective con un aire enfadado.
–¿Se puede saber por qué le has hablado así? ¡Solamente intentaba ayudar! –exclamó la de ojos carmesí–. ¿¡Qué te habría importado si hubiera ido con ella tan solo unos minutos, a por un maldito y condenado café!?
–Cora, ahora mismo mi mayor prioridad es tu seguridad. Incluso alejarte de John y de mi unos minutos podría ser el tiempo suficiente para que Moriarty decidiera hacerte daño. –explicó el sociópata con una voz serena.
Mientras que la pareja discutía de esa forma tan acalorada, John estaba revisando las fotos que habían hecho sobre las pruebas halladas en el colegio. Su mirada se centró entonces en un pequeño sobre amarillento con un lacre rojo pegado a él.
–Eh pareja calmaros un poco. –intercedió John con un tono suave, ganándose la mirada de ambos, mientras se acercaba a la mesa donde se encontraban–. Mira Sherlock...
–¿Qué pasa John? –inquirió el detective.
–Este sobre... estaba en el baúl.
–Hay otro. –intercedió la pelirroja mientras observaba a John acercarse a su chaqueta, y sacar del bolsillo de ésta, el sobre que habían encontrado ambos.
–¿Qué? –inquirió el sociópata algo sorprendido.
–En nuestra puerta. –dijo John–. Cora y yo lo encontramos hoy. Sí... Y fíjate: el mismo sello. –añadió el ex-soldado, mientras le enseñaba a Holmes la comparación entre el sobre y la foto.
El joven detective cogió el sobre y tras unos segundos introdujo su mano derecha en él, sacando algo del contenido que había ahí dentro.
–Migas de pan... –comentó el detective.
–Ajá, estaba allí cuando volvimos... –informó Cora.
–Un rastro de migas de pan... igual que en el cuento. –dijo Sherlock tras unos segundos, logrando que los ojos de la pelirroja se abran con pasmo.
–Dos niños que son llevados al bosque por un padre malvado siguen un rastro de migas de pan. –dijo la joven con un tono serio.
–Es Hansel y Gretel... ¿qué clase de secuestrador deja pistas?
–Uno al que le gusta presumir que cree que es un juego. –sentenció Sherlock.
–Se sentó en nuestro piso y dijo estas palabras: todos los cuentos necesitan un malo de los de siempre. –comentó la pelirroja recordando el anterior encuentro con la mente criminal más psicópata que había conocido.
–La quinta sustancia... es parte del cuento: la casa de la bruja. –dijo Sherlock antes de volver a mirar por el microscopio.
–¿Qué? –preguntó John, confuso.
–La molécula de glicerol... –explicó Sherlock, haciéndose clara ahora la identidad de la última prueba que no lograba identificar antes– ¡PGPR!
–¿Qué es eso? –preguntó John.
–Se usa para hacer chocolate. –sentenció Cora mientras cogía su abrigo, dispuesta a seguir a Sherlock, quien ya casi estaba en la puerta.
Una vez en Scotland Yard, Lestrade le entregó una hoja de papel a Sherlock mientras guiaba a los tres amigos hacia el departamento principal de la comisaría.
–Este fax llegó hace una hora.
Sherlock cogió la hoja con rapidez, y tras leer el mensaje, se la pasó a Cora y a John:
DATE PRISA
SE ESTÁN MURIENDO!
–¿Qué novedades tienes? –inquirió el inspector con premura.
–Hay que buscar un lugar en el que coincidan estas cinco cosas. –replicó Holmes mientras le entregaba una hoja al inspector.
–Yeso, asfalto, polvo de ladrillo, vegetación... ¿Qué es esto? ¿Chocolate? –inquirió Lestrade mientras observaba a Sherlock.
–Buscamos una fábrica de dulces en desuso. –intercedió la pelirroja con un tono serio.
–Hay que restringir la búsqueda. –sentenció Lestrade, haciendo que Donovan y el resto de agentes del cuerpo comiencen manos ala obra–. ¿Fabrica de dulces con asfalto?
–No, no, no. Demasiado genérico. Es algo más específico. Lleva yeso, arcilla calcárea... es un material más escaso. –replicó la joven de ojos carmesí, mientras observaba como su novio revisaba en su mente un mapa de Londres con los nombres de las ciudades.
–¿Polvo de ladrillo? –inquirió el inspector.
–Una obra. Ladrillos de los años 50. –sentenció Sherlock.
–Hay miles de obras en Londres... –comentó Lestrade mientras se echaba las manos a la cabeza.
–Tengo a gente buscando. –le informó Holmes.
–¡Y yo...!
–Red de vagabundos--más rápidos que la policía. Mucho más fáciles de sobornar. –comentó Sherlock mientras sonreía con algo de malicia, a lo que la pelirroja le propinó un leve codazo de advertencia.
En ese momento llegó una alerta a su teléfono móvil, seguida por unas cuantas más, provocando que Holmes sonría de forma triunfal a Lestrade mientras le enseñaba su teléfono, al que no paraban de llegar mensajes. La pelirroja sonrió de forma leve, pues aunque falto de modales, Sherlock realmente quería resolver el caso y salvar a los niños, no solo por su ego, sino porque sabía lo mucho que la afectaba aquello.
–Cora, John. –los llamó Sherlock una vez hubo revisado los mensajes, enseñándoles una foto de una flor violeta–. Rhododendron ponticum. Encaja. –les informó con una sonrisa para después volver a revisar en su mente el mapa de Londres, centrándose exclusivamente en entornos donde creciera esa flor, así como que contuviera los otros elementos que buscaban–. Addlestone. –sentenció Sherlock finalmente.
–¿Qué? –preguntó Lestrade.
–Hay casi dos kilómetros de fabricas en desuso entre el rio y el parque. –replicó Sherlock con presteza, para a los pocos segundos, salir casi escopeteado del lugar con John y Cora a la zaga.
–¡Venga, vamos! –exclamó Lestrade mientras él también se ponía en movimiento–. ¡Vamos! –exclamó con más apremio, al ver que Donovan no se movía.
Sherlock llegó con Cora y el resto del equipo al oscuro lugar que era Addlestone, donde se internaron en su lúgubre interior sin pensarlo dos veces. Una vez dentro, Donovan comenzó a dar ordenes.
–A ver, vosotros mirad por allí. Mirad por todas partes. Bien... ¡dispersaros por favor! ¡Dispersaros!
La pelirroja observó con cierta pena cómo Lestrade dirigía el otro equipo que se infiltraba por el otro extremo de la fábrica. Un equipo en el que se encontraban John y Sherlock, éste último a punto de protestar por la separación, pero tras ver la mirada de la joven decidió callar y soportarlo: la prioridad ahora eran los niños.
Sherlock por su parte, acaba de encontrar restos de golosinas no muy cerca de la entrada, a lo que se apresuró hacia ellos. Allí, había una vela.
–Estaba encendida hace un momento. –sentenció el joven tras tocar la cera–. ¡Siguen aquí!
A los pocos minutos, el joven seguía buscando a los niños, hasta que un rastro de papeles lo hizo detenerse para examinar uno de ellos.
–Envoltorios de caramelos... ¿qué os ha dado de comer? –se preguntó Sherlock a si mismo, preguntándose al mismo tiempo si Cora habría tenido más suerte que ellos y los habría encontrado–. Hansel y Gretel... –comentó tras iluminar el envoltorio que había cogido con la linterna. A los pocos segundos, lo olisqueó de forma leve para después lamerlo. Tras saborearlo por unos breves segundos apartó el envoltorio de su rostro, visiblemente molesto.
–¿Qué pasa Sherlock? –inquirió John, quien estaba con él.
–Mercurio...
–¿¡Qué!? –exclamó Lestrade, yendo en su dirección.
–Ha untado los envoltorios con mercurio. Letal. Cuanto más coman...
–Los estaba matando. –indicó John con pena.
–No basta para matarlos por si solo... –le informó el detective–. Pero tomado en grandes cantidades al final los matará. Nos necesitaba estar presente para la ejecución. Asesinato por control remoto... podría estar a mil kilómetros.
–Suerte que Cora no ha venido con nosotros... esto la habría superado. –indicó John.
–Cierto... parecía muy alterada antes. –replicó Lestrade.
–Cuanta más hambre tuvieran más comerían, y más rápido morirían... Genial. –dijo Sherlock con una sonrisa, aún absorto en el caso.
–Sherlock...
–¡Aquí! ¡Están aquí! –se oyó entonces el grito de la pelirroja, a lo que Sherlock y el resto se apresuraron a su posición. Cuando legaron se encontraron a Cora abrazando a la niña con cuidado, mientras que de forma casi disimulada les daba algo de calor con sus habilidades, aunque esto último solo lo notaron John y Sherlock–. Ya pasó, tranquila...
De vuelta en Scotland Yard, Sherlock se encontraba paseando por la estancia de forma nerviosa frente a la puerta de una oficina, con John y Cora sentados cerca. A los pocos segundos, Donovan y Lestrade salieron de allí.
–Bueno, los profesionales hemos terminado. Si los aficionados quieren entrar, es su turno... –comentó Donovan con sarcasmo, a lo que la pelirroja le dirigió una severa mirada que la acalló en el acto. Ante esto, Lestrade se acercó a Holmes y lo observó de forma seria.
–Recuerda, está en estado de shock y solo tiene 7 años, así que, si puedes intentar...-
–No ser yo mismo. –interrumpió Sherlock.
–Sí. Será lo mejor...
Ante esta respuesta, Sherlock bajó el cuello de su gabardina y miró hacia sus dos compañeros. Cora le sonrió de forma leve y posó una de sus manos en su espalda, para darle ánimos, pues sabía que interaccionar con la gente no era precisamente su punto fuerte. Sherlock sonrió ante este gesto y le dedicó un beso en la frente a la joven de orbes carmesí, ganándose una mirada asqueada por parte de Donovan. Después, entraron en la oficina. En ella había una oficial que estaba consolando a la niña, acariciando su brazo con afecto.
–Claudette. yo... –empezó a decir Sherlock antes de que la niña alzara su rostro para observarlo, segundos después comenzando a gritar de forma aterrada–. No-no, sé que lo has pasado mal... –intentó continuar el joven, sin embargo solo empeoró la situación, pues la niña continuó gritando al mismo tiempo que lo señalaba con el dedo–. Claudette, escúchame...-
–¡Fuera! ¡Sal fuera! –exclamó Lestrade mientas lo agarraba por el hombro y lo sacaba casi a rastras de la oficina.
Tras ese desagradable momento, Sherlock se encontraba en otra oficina, observando con calma la noche cerrada de aquel día, a través de las rendijas de la persiana.
–No tiene sentido... –indicó John.
–La niña está traumatizada. Algo de Sherlock le recuerda al secuestrador. –replicó Lestrade.
–¿Qué más ha dicho? –preguntó la pelirroja algo preocupada.
–No ha articulado una sílaba más. –indicó Donovan.
–¿Y el niño? –inquirió John.
–No, está inconsciente. Sigue en cuidados intensivos. –replicó Lestrade con un tono apesadumbrado.
Ninguno de los presentes en la estancia, excepto Sherlock, se dieron cuenta de que las luces del segundo piso del edificio que estaba al cruzar la calle se encendían de pronto, y que en tres de ellas, había algo escrito con un spray rojo:
I.O.U.
A los pocos segundos de aquello, las luces volvieron a apagarse una vez más, evitando que cualquier otra persona de la estancia las viera, aunque éste no fue el caso, pues la pelirroja había sido lo bastante certera como para verlas de reojo a pesar de la distancia.
–No te lo tomes a mal. Yo también siento ganas de gritar cuando entras a una habitación... como casi todos. –indicó Lestrade, intentado animar un poco al detective, pues no había dicho nada en todo ese tiempo–. Vamos. –dijo el inspector antes de marcharse de la estancia junto a John, quedándose solo en la estancia las dos mujeres.
La pelirroja se acercó a su novio con unas pocas zancadas y posó una mano en su hombro con una leve sonrisa amable y llena de afecto. Al sentir el peso de algo en su hombro izquierdo, el detective giró su rostro y observó a su novia, a la chica que en ese momento más quería proteger.
–Cariño, vayámonos a casa por hoy. Es lo único que podemos hacer. –indicó la joven con un tono suave y algo bajo.
Holmes asintió con una sonrisa antes de darle la mano derecha y entrelazar sus dedos con los de la pelirroja, para después salir de la estancia.
–Impresionante, encontrar a esos críos con una huella es realmente asombroso. –indicó Donovan con un tono algo serio y una sonrisa falsa.
–Gracias... –dijo Sherlock con un tono indiferente mientras él y la pelirroja pasaban por su lado.
–Increíble... –apostilló Sally.
Ante aquello, ambos detectives se giraron hacia ella con miradas inquisitivas y algo extrañadas antes de retomar su camino y salir del edificio.
Una vez fuera, se encontraron con Lestrade y John. A los pocos segundos, John alzó su brazo para llamar a un taxi que se acercaba a ellos. Tras hacerlo, John se acercó al borde de la acera junto a sus amigos para tomar el taxi, antes de girarse hacia Sherlock.
–¿Estás bien? –preguntó la pelirroja.
–Pareces distraído... –comentó Watson.
–Pensando. –replicó Sherlock con un tono serio y casi cortante–. Este es mi taxi, vosotros coged el siguiente. –indicó Holmes, mientras se soltaba de la mano de la pelirroja, acercándose al taxi con calma.
–¿Por qué? –preguntó John, confuso.
–Por si habláis. –replicó Sherlock de forma simple y seria antes de montarse solo en el taxi.
–Ah, no. De eso nada. –protestó la pelirroja con terquedad antes de meterse ella también en el taxi justo segundos antes de que arrancara, dejando a John solo en la acera, en espera al otro taxi.
–¿¡Pero qué haces Cora!? ¡Necesito calma para pensar! –exclamó molesto el sociópata.
–Tú mismo lo has dicho en muchas ocasiones: no puedes pensar con claridad si no estoy yo contigo, así que no me vengas con esas ahora, Holmes. –lo regañó la joven–. Además dijiste que estaría segura siempre que estuviera contigo.
–¡Pero si estas conmigo el riesgo de que te hagan daño es aún mayor! ¡No puedo protegerte si te tengo al lado distrayéndome!
–¿¡Vaya, ahora te distraigo!? ¿¡Qué diantres te pasa últimamente!?
–¡No tiene nada que ver contigo!
–¡Tiene TODO que ver conmigo, Sherlock! ¡No quiero que me apartes y me dejes sola por la maldita excusa de que así me proteges! ¡Te quiero y no quiero que me apartes así!
–¡Pues quizás no deberías haberte involucrado conmigo para empezar!
Ante aquella respuesta por parte de Sherlock, la joven pelirroja abrió sus ojos con pasmo y las lagrimas comenzaron a brotar de ellos. Eso le había dolido, y Sherlock apenas tuvo dos segundos para darse cuenta de su metedura de pata. Rápidamente la abrazó y la sostuvo entre sus brazos.
–Shh... Lo siento mucho cielo. No quería decirte eso, de verdad. –musitó el detective mientras la abrazaba fuertemente–. Este asunto me tiene realmente nervioso, porque no sé de qué será capaz Moriarty esta vez, y ahora que sabe que me importas más que nada...
–Lo sé... Lo sé, Sherlock. Pero por favor, confía en mi. Sabré defenderme como sea. –replicó Cora entre lagrimas.
Sherlock siguió abrazándola durante unos minutos más, disfrutando de ese momento con ella, pues estaba seguro de que Moriarty tendría preparada algún tipo de estratagema para hacerles el máximo daño posible a ambos.
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