| -Separación- |
Tras unas pocas horas de aquel incidente con Ajay, Cora se encontraba en la sala de estar de Karim, junto a su marido, quien había decidido informar a su hermano mayor de lo sucedido, habiendo puesto la llamada en manos libres, para que así la pelirroja pudiera participar.
–La Inglesa fue lo único que oyó –le indicó el sociópata a su hermano mayor–. Y dio por hecho que era Mary.
–¿No podías esperar hasta que volvieras? –inquirió Mycroft al otro lado de la línea, apoyado en un aparador de su despacho particular.
–Me temo que no, querido cuñado. –mencionó la pelirroja, haciendo notar su presencia–. Aún no ha terminado. Ajay dijo que les traicionaron, que los captores sabían que AGRA iba a intervenir.
–En el teléfono solo había una voz, ¿recuerdas? –indicó Sherlock–. Y una palabra en clave.
–Ammo, sí. Eso dijiste. –replicó Mycroft, una leve sonrisa habiendo cruzado su rostro unos segundos debido a la forma en la que Cora lo había llamado. Sin embargo, esa sonrisa desapareció al volver a escuchar a su hermano pequeño.
–¿Cómo andas de Latín, hermanito?
–¿De Latín?
–Ammo, Ammas, Ammat. –recitó Cora, quien ya había hecho la conexión desde que Ajay lo volviese a repetir aquel mismo día.
–Yo amo, tu amas, el ama, ¿qué...? –Mycroft se detuvo a media frase, pues captó lo que implicaban los detectives.
–No Ammo de munición, sino Amo, que quiere decir...
–Más vale que tengáis razón. –sentenció el mayor de los Holmes, colgando la llamada.
A los pocos minutos de aquella llamada, Mycroft se hizo cargo de que detuviesen a Lady Alicia Smallwood, pues si lo que su hermano y su cuñada habían dicho era cierto, debía tomar cartas en el asunto cuanto antes.
Entretanto, los Holmes y los Watson habían embarcado ya en un avión que los llevaría de vuelta a casa: a Inglaterra. Sherlock se encontraba sentado en el asiento que daba al pasillo, con la pelirroja a su izquierda, ocupando el asiento del centro. El detective tenía los ojos cerrados, pero los abrió por unos segundos al sentir que su mujer apoyaba su cabeza en su hombro, en un gesto cansado.
–¿Estás bien, querida? –preguntó, notando que, de nueva cuenta, ella parecía encontrarse mal.
–Sí, no te preocupes. Los cambios de temperatura deben de afectarme más de lo que pensaba. Solo estoy algo mareada. –indicó, sus ojos cerrados.
Sherlock sonrió, ayudándola a apoyarse en él de forma más cómoda, rodeando sus hombros con su brazo izquierdo, cerrando sus ojos de nuevo. Por su parte, los Watson iban en los asientos que quedaban frente a los de los Holmes, con Mary sentada en el asiento frontal al de Sherlock, y John sentado en el de la ventanilla. John dio una ligera mirada hacia los detectives, antes de volver su vista hacia la ventana del avión.
"Cuántas mentiras... Y no me refiero solo a ti", pensó, recordando las palabras que le había dirigido a Mary anteriormente, en las nubes apareciendo la imagen de una mujer de cabello castaño-pelirrojo y ojos verdes. El doctor volvió su vista hacia su mujer, recordando lo sucedido tiempo atrás.
Tras haber quedado con Sherlock y Cora para resolver un caso, John estaba sentado en el autobús, cuando de pronto se fijó en una hermosa mujer de cabello castaño-pelirrojo, ojos verdes y labios carmesí. Intercambió varias miradas con ella, una sonrisa embobada cruzando su rostro. Tras bajarse del autobús se percató de que llevaba una flor en el pelo a causa de haber jugado con Rosie antes de salir de casa. Tras quitársela, se giró a su izquierda, encontrándose con la mujer del autobús.
–Hola. –saludó ella.
–Ah, hola.
–Me gusta tu margarita. –comentó con una sonrisa y un tono bromista.
–Gracias, aunque no me va mucho... La verdad. –intentó justificarse el rubio.
–¿No?
–No...
–Lástima. –dijo ella, atusándose el pelo.
–No, demasiado alegre para mi. Yo soy más bien el tipo exhausto y de ojos cansados.
–A mi me parecen bonitos. –indicó con una sonrisa que mostraba sus blancos dientes–. Tus ojos.
–Gracias... –dijo John tras soltar una carcajada nerviosa, pues no estaba acostumbrado a que una mujer lo adulase.
–Yo no suelo hacer esto, pero... –comenzó a decir, escribiendo en un pequeño papel.
–Lo vas a hacer.
–Sí. –repicó ella, acabando de escribir.
–¿Qué es eso?
–Es mi... Teléfono. –replicó, entregándole el papel a John, antes de comenzar a alejarse–. Sí, eh... Adiós.
–Adiós. –se despidió John con una evidente expresión de sorpresa en su rostro, pues no esperaba que su día fuera a empezar así.
Caminó unos pocos pasos antes de sacar su teléfono móvil para introducir el número de aquella misteriosa mujer, sin embargo, observó con pena el fondo de pantalla que tenía, donde aparecían Mary, Rosie y él: su familia. Caminó unos cuantos paso más,, acercándose a una papelera que había cerca, con la firme intención de tirar el papel. Sin embargo, en su rostro apareció una sonrisa pícara, borrando de un plumazo sus intenciones, guardando el papel en el bolsillo de su chaqueta.
Tras llegar a casa aquel día, y tras un arduo día de trabajo, John desdobló el papel, donde encontró el número de aquella mujer: 07 700 900 552, con la firma E. Sonrió una vez más, cogiendo su teléfono móvil en la mano izquierda, añadiendo el contacto bajo el nombre de E. Tras hacer aquello, y con una sensación breve de adrenalina debido a aquella acción peligrosa, mandó un mensaje:
Hola
A los pocos segundos no tardó en recibir la respuesta por parte de ella.
Hola
Días más tarde, a la noche, tras haberse encontrado con Mary, Sherlock y Cora para buscar con Toby a Ajay, el rubio charlaba con su mujer mientras descansaban en la cama.
–Mira que no fijarnos... Cuando nació. –indicó Mary.
–¿Fijarnos en qué? –inquirió su marido.
–En el pequeño 666 que tiene en la frente. –respondió ella, haciendo un pequeño gesto con el dedo índice de su mano izquierda.
–Eso es de La Profecía. –dijo John, quien había escuchado hacía tiempo a Sherlock despotricar del tema, para regocijo de la pelirroja.
–¿Y?
–Que has dicho que era como del Exorcista. Son cosas distintas. –le informó, recordando el mitin que Sherlock le había metido durante más de dos horas, en las cuales Cora no había dejado de carcajearse a su costa–. No puede ser el demonio y el anti-cristo. –apostilló, antes de escuchar los lloros de la pequeña Rosie.
–¿Tu crees? –inquirió Mary con ironía, levantándose de la cama y caminando hacia el cuarto de la bebé–. ¡Ya voy, cariño! ¡Ya va mamá! –le dijo mientras caminaba.
John aprovechó entonces que su mujer había salido para coger el teléfono, observando que había un nuevo mensaje de E.
Cuánto tiempo
Tras vigilar que Mary no regresara a la habitación, John contestó con celeridad.
Lo sé. Lo siento
La respuesta de ella no tardó demasiado, ante lo cual John sonrió de forma casi imperceptible.
Te hecho de menos
El Dr. Watson se giró entonces hacia su izquierda, observando el reloj que tenía en la mesilla, antes de contestar.
Cuánto trasnochas
E apostilló a los pocos segundos de haber mandado John el mensaje.
O madrugo
John sonrió de nuevo al ver su respuesta.
¿Ave nocturna?
E decidió apostillar con un evidente tono de burla en su respuesta.
Vampiro
Escuchando que Mary regresaba a la habitación con Rosie en brazos, John se apresuró en mandar otro mensaje.
:)
Tras mandarlo, dejó el teléfono en la mesilla de noche, observando cómo Mary entraba con su hija en brazos, quien aun continuaba llorando un poco.
–Papá está aquí. Tranquila... –le indicó la rubia a su pequeña, tratando de calmarla–. Ah, si Cora estuviese aquí ya la habría calmado en dos segundos. Aún no sé cómo lo hace...
–Ni idea, pero seguro que tiene algo que ver con que le gusten los niños...
–A mi también me gustan, y no consigo calmarla... –apostilló Mary–. Quizás sea por su talento especial. Hay algo que calma a la gente cuando ella está cerca...
–Sí, puede que sea eso. –coincidió John–. Ya la cojo yo.
–¿Sí?
–Sí. Así me levanto. –replicó John, cogiendo a la bebé en brazos–. Ven aquí Rose,... No pasa nada.
–Gracias. –indicó Mary, recostándose de nuevo en la cama, John cogiendo el teléfono de su mesilla, cuya luz no se había apagado.
Días más tarde, John decidió que lo más importante para él era su matrimonio y su hija, por lo que escribió un último mensaje a E, con la esperanza de cortar la relación. Sin embargo, John sabía bien que aquel error le carcomería la conciencia siempre.
Esto no es buena idea.
No estoy libre.
No puede acabar bien.
Me ha gustado poder
conocerte un poco.
Lo siento.
Tras enviar el mensaje, John bajó del autobús, encontrándose a E en la parada, quien obviamente acababa de leer el mensaje. Ella lo miró con una sonrisa apenada pero simpática.
Tras rememorar aquel breve pero erróneo encuentro con aquella mujer, John observó el cielo a través de la ventana del avión, preguntándose si alguna vez podría perdonarse el haber engañado a Mary de aquella forma, cuando ella solo pensaba en Rosie y en él. Recordaba día tras día el amorío que había mantenido con ella, su conciencia recriminándole sus acciones. Decidió que, una vez estuvieran de nuevo en casa, intentaría hablar con Mary e implorar su perdón.
Al día siguiente, tras haber descansado en su casa, los dos detectives se reunieron con Mycroft, colocándose tras el cristal de una sala de interrogatorios, donde Lady Smallwood estaba siendo cuestionada por el hermano del sociópata.
–Esto es completamente absurdo, y lo sabe. –comentó Alicia Smallwood, observando con tenacidad a Mycroft, quien tenía las manos entrelazadas sobre la mesa de la estancia–. ¿Cómo tengo que decírselo?
–Hace seis años llevó el expediente de una operación en el extranjero, de nombre en clave Love. –le recordó el hombre de hielo.
–¿Y basa todo esto en un nombre en clave? –inquirió Smallwood, claramente ofendida–. ¿En un susurro al teléfono? ¡Pero Mycroft...!
–Usted era el enlace con AGRA. –sentenció Mycroft–. Todos los detalles les llegaban a través de usted.
–Era mi trabajo.
–Y luego se produjo el incidente de Tiblisi. –indicó el hombre, reclinándose en el asiento, con una mano apoyada en el reposa-brazos del asiento–. Y AGRA intervino.
–Sí. –confirmó con una voz seria.
–Les traicionaron.
–No fui yo. –sentenció Smallwood con un tono firme. El hermano del detective la miró tomar aliento antes de volver a hablar–. Mycroft, nos conocemos desde hace mucho. Le prometo que no tengo la menor idea de a qué viene todo esto. Usted contrató a AGRA y a los demás externos. Yo no he hecho ninguna de las cosas de las que me acusa. Ni una. Ni una de ellas.
Mycroft escuchó con paciencia las palabras de Alicia, antes de bajar su vista a la mesa por unos segundos, desviándola hacia el cristal donde los dos detectives se encontraban observando.
En la casa de los Watson, John se encontraba con Mary en el salón, tratando de encontrar las palabras y el momento adecuado para confesarle lo que había hecho a sus espaldas.
–¿Querrá que le lean cuentos al acostarse? –se preguntó John en voz alta, volviéndose hacia su mujer, quien estaba sentada en el sofá–. Me gustaría.
–¿Sí?
–Sí... De momento emito una serie de sonidos guturales, aunque parece que le hacen gracia. –admitió el rubio, sentándose a su lado.
–Habrá que intentarlo. –concordó la rubia, mientras John daba un sorbo a la copa de vino que tenía sobre la mesita–. Tengo que ponerme al día. –comentó antes de mirar a su marido–. ¿No lo pones fácil, verdad?
–¿A qué te refieres?
–A ser... Tan perfecto. –replicó ella, ante lo cual, John dio un largo suspiro, inclinándose sobre sus rodillas.
–Mary, tengo que contarte... –comenzó a decir, antes de que el sonido de un mensaje interrumpiera sus palabras.
–Espera. –dijo ella, mirando su teléfono, donde había un mensaje claramente escrito por la pelirroja.
Se levanta el telón
Último acto
No ha terminado. CH.
John por su parte observó su teléfono, percatándose de que el detective le había escrito.
Acuario de Londres
Ven de inmediato. SH.
–¿Me lo puedes contar luego? –inquirió Mary tras leer el mensaje de Cora, mirando a su marido a los ojos.
–Sí. –replicó John, levantándose con ella del sofá, caminando hacia el perchero de la entrada.
–No podemos irnos sin más. –indicó Mary girándose hacia él.
–Rosie. –dijo John, recordando que si se marchasen la pequeña se quedaría sola.
–Sí.
–Ve tú. –la apremió su marido, revisando entre sus contactos para llamar a alguien que cuidase de la niña.
–¡No!
–Que sí. Iré en cuanto encuentre a alguien... –rebatió él–. Cora claramente está con Sherlock, así que no podemos decirle que venga... ¿La Sra. Hudson?
–En Corfú hasta el sábado, ¿y Molly?
–Sí... Lo intento. –replicó el doctor, mensajeando a la forense.
–Deberíamos quedarnos los dos. –propuso Mary.
–Eso es impensable. Si este caso va más allá, eres tú la que tiene que verlo.
–Vale, tu ganas.
Tras haber confirmado que Vivian, la secretaria de Lady Smallwood se encontraba en efecto en el Acuario de Londres, los detectives se internaron en su interior tras avisar a los Watson. Ambos caminaron por los azules y oscuros pasillos, rodeados por los habitantes de las aguas que allí había. Llegaron al fin a una sala rodeada por cristales que soportaban el agua del acuario, dando a la estancia un aspecto casi fantasmal. En el centro de ésta estaba Vivian, sentada de espaldas a los detectives, observando a los peces que nadaban a su alrededor.
–En su despacho me dijeron que la encontraría aquí. –sentenció el detective, observando a la mujer.
–Siempre ha sido mi punto de encuentro preferido para los agentes. –replicó Vivian sin siquiera darse la vuelta–. Somos como ellos. Fantasmales. Vivimos en las sombras. –indicó aludiendo a los peces, antes de girarse hacia los detectives.
–Depredadores. –sentenció Cora, su tono contenido, pues notaba que aquella mujer que antaño le había parecido agradable, irradiaba un aura peligrosa.
–Depende de en qué bando se esté, Srta. Holmes. –dijo Vivian, volviendo su vista a las aguas del acuario–. Pero no podemos pararnos, o morimos.
–Buen escenario para el último acto. Ni yo lo hubiera elegido mejor, aunque soy incapaz de resistirme a un toque dramático. –apuntó el joven de ojos azules-verdosos, provocando que una breve sonrisa apareciera en el rostro de su mujer.
–Vengo aquí a ver a los peces. –indicó, levantándose del lugar en el que se encontraba y dando unos pasos hacia el tanque del acuario–. Sabía que algún día ocurriría esto. Es como aquel viejo relato.
–Sra. Norbury, tenemos asuntos que atender. ¿Podría ir directamente al grano? –preguntó Cora de la forma más educada que pudo, su voz evidentemente tensa, pues aquella corazonada de peligro volvía a hacerse presente. La misma corazonada que sintió cuando Sherlock saltó de la azotea, la misma que sintió cuando Mary le disparó... Esa corazonada que solo auguraba una cosa: muerte.
–Tienen mucha seguridad en si mismos. Especialmente usted, Sr. Holmes.
–Y... Con razón. –replicó Sherlock, sus palabras precisas.
–Erase una vez un mercader en un famoso zoco de Bagdad. –recitó la anciana mujer, lo que provocó que Cora arquease una ceja, pues había leído aquel relato antes del nacimiento de Rosie, mientras que Sherlock cerró los ojos con pesadumbre, agachando de forma leve el rostro.
–La verdad es que nunca me ha gustado ese relato. –murmuró el de cabello castaño.
–Yo soy como el mercader del cuento. Pensé que podría eludir lo inevitable. Me he pasado la vida mirando a mi espalda, esperando ver la siniestra figura de...
–La Muerte. –terminó Mary por ella, apareciendo por allí.
–Hola, Mary. –la saludó la de ojos escarlata, sin siquiera mirarla, pues su vista estaba fija en Vivian, completamente centrada en evitar cualquier fatal eventualidad.
–Hola.
–¿Y John? –inquirió Sherlock.
–Ahora viene.
–Te presentamos a Amo. –sentenció la mujer del detective con un tono sombrío, dejando claro que estaba tensa, por lo que Sherlock de forma discreta acarició su espalda.
–¿Usted era Amo? ¿La del teléfono de aquella época? –inquirió Mary, su rostro siendo la viva imagen de la estupefacción.
–Utilizaba a AGRA como su unidad de magnicidios privada. –apostilló Cora, indicándole a Mary la magnitud de la situación en la que se encontraban.
–¿Por qué nos traicionó? –inquirió Mary, su tono ahora colérico.
–¿Por qué se hacen las cosas, eh?
–A ver si adivino: ¿vender secretos? –aventuró el joven de ojos azules-verdosos.
–Negarlo sería una grosería. –admitió Vivian, lo que confirmaba sus actos criminales–. Durante unos años me fue muy bien, me compré una casita de campo en Cornualles, con su patio y todo, pero... La embajadora de Tiblisi se enteró. Pensé que estaba perdida, pero la tomaron como rehén en aquel golpe, ¡no daba crédito a mi suerte! Con aquello gané tiempo. –confesó.
–Pero su jefe había mandado intervenir a AGRA. –intervino el de cabello castaño y ojos azules-verdosos.
–Muy práctico. Eran asesinos de fiar. –apostilló Vivian, su mirada posándose en Mary.
–Lo que no sabías, Mary, es que esta dio también el soplo a los captores. –intervino la de ojos escarlata, la rubia desviando su mirada de la secretaria de Smallwood para mirarla.
–Lady Smallwood dio la orden, pero yo les hice llegar otra a los terroristas con una pistilla sobre su nombre en clave, por si alguien sentía curiosidad. Y surtió efecto. –confesó de nuevo Vivian, sentándose en el asiento una vez más.
–Y pensó que se habían terminado sus problemas... –murmuró Mary, la ira creciendo cada vez más.
–Estaba harta de tanto jaleo. Solo buscaba paz y claridad. Mataron a los rehenes y a AGRA... O eso creía yo. Mi secreto estaba a salvo. Pero parece que no. Solo un poco de paz. –comentó antes de volver su vista hacia Mary–. ¿Es lo que quería usted también? Una familia, un hogar... Lo entiendo, en serio. Déjenme salir de aquí. Deje que me vaya. Desapareceré para siempre, ¿qué me dice?
–¿¡Con lo que hizo!? –exclamó Mary, dando varios pasos hacia ella de forma amenazante.
–¡Mary, no! –exclamó Cora, apresurándose en ir tras ella.
En un rápido movimiento, Vivian se levantó de donde se encontraba sentada, sacando una pistola de su bolso de mano, apuntando con ella a Mary, quien se detuvo y retrocedió hasta estar junto a la pelirroja, quedando ésta entre su marido y una de sus mejores amigas.
–Esta bien... –murmuró la rubia, observando junto a los detectives cómo la anciana mujer bajaba el arma.
–Nunca fui agente de campo, pero pensé que se me daría bien. –indicó Vivian, provocando que Mary bufase en un claro gesto de desacuerdo.
–Gestionó la operación de Tiblisi muy bien... –comenzó a decir el detective de cabello castaño.
–Gracias.
–...Para una secretaria. –apostilló con una sonrisa el joven de pómulos pronunciados.
–¿Qué?
–No habrá sido fácil todos estos años, estar en segundo plano con la boca cerrada, y sabiendo que era mucho más lista que todos los de la habitación. –le dijo Sherlock, claramente a punto de comenzar su deducción sobre ella.
–¡No lo hice por celos! –rebatió la mujer.
–¿No? El mismo trabajo monótono un día tras otro. Sin salir nunca donde estaba la emoción. De vuelta a su pisito de la calle Wigmore. La acera de la oficina de correos está levantada. El barro de sus zapatos es muy característico. Sí, su pisito.
–¿Cómo lo sabe? –inquirió Vivian claramente confusa.
–Con su sueldo tiene que ser modesto, y se gastó todo el dinero en la casa de campo, ¿y qué es, viuda o divorciada? La alianza tiene al menos treinta años, y se la ha cambiado de dedo, es decir que aún tiene valor sentimental, pero no sigue casada. Me decanto por viuda, dado el número de gatos con los que comparte su vida. Dos birmanos y una carey, a juzgar por los pelos de su chaqueta...
–Sherlock. –avisó Mary al detective, pues notaba con claridad que Vivian cada vez se encolerizaba más y más aunque no lo mostrase, lo que sería un peligro para ellos.
–Una divorciada suele buscar nueva pareja, una viuda intenta llenar el vacío dejado por su difunto esposo. –continuó el detective sin hacer caso a la rubia.
–Sherlock, no. –advirtió Cora, quien también notaba el peligro que aquello provocaría para ellos, su corazonada habiéndose hecho más fuerte que antes, por lo que colocó su mano derecha en su hombre izquierdo, con la esperanza de detenerlo, pero fue inútil, pues Sherlock continuó, sabiendo su mujer que una vez habiendo comenzado sus deducciones, era casi imposible que se detuviera hasta haber finalizado.
–Las mascotas sirven, o eso me han dicho. Y no hay nadie nuevo en su vida, sino no pasaría la noche del viernes en un acuario. Esa también puede ser la causa de su problema con la bebida. El ligero temblor de su mano, la mancha de vino tinto de su labio superior... Por lo tanto, sí. Diría que su móvil fueron los celos. Sin duda--para demostrar lo buena que es. Para compensar las carencias de su... Mediocre vida. –concluyó al fin el detective de cabello castaño al tiempo que Mycroft entraba a la estancia, seguido por Lestrade y tres oficiales.
–Caray, Sra. Norbury. Reconozco que no me esperaba esto. –admitió Mycroft, su tono serio y amenazante.
–Vivian Norbury, más astuta que nadie. Excepto Sherlock y Cora Holmes. –apostilló con una nota de sarcasmo en sus palabras, antes de dar un paso al frente, su mano izquierda extendida hacia ella–. No hay salida.
–Eso parece. Me ha descrito a la perfección, Sr. Holmes. –admitió Vivian con una sonrisa.
–Me dedico a eso.
–Tal vez aún pueda sorprenderle. –indicó Vivian tras ladear su cabeza de forma breve apuntando esta vez la pistola a Sherlock, quien colocó sus manos en alto, en derrota. Cora tuvo que contener sus habilidades en aquel momento, pues sabía perfectamente que un movimiento en falso podría acarrear consecuencias fatales–. No intente detenerme, Srta. Holmes. Sé perfectamente quién es usted... Al fin y al cabo, ¿quién sino yo, habría dado la información a Charles Augustus Magnussen? –apostilló, lo que hizo palidecer a la joven, su marido observando a Vivian de forma asesina por aquellas palabras.
–Vamos, sea razonable. –trató de apelar Lestrade, apuntando su propia arma hacia la mujer. Vivian sonrió y escaneo con sus ojos a las personas de la habitación antes de fijarse en la mujer del detective.
–No, creo que no. –replicó con un tono asesino, rápidamente moviendo la mira de la pistola hacia la pelirroja, apretando el gatillo.
–¡Cora! –exclamó el joven sociópata, comenzando a correr para protegerla del disparo, sin embargo, Mary fue más rápida que él, colocándose frente a su amiga, la bala impactando en su abdomen, cayendo al suelo con un grito, cerca de un banco.
–Sorpresa. –indicó Vivian con una sonrisa macabra, mientras dos oficiales se acercaban a ella para desarmarla.
–¡Mary! –exclamó la joven de ojos escarlata y cabello carmesí, corriendo hacia ella y cogiéndola en brazos. Sherlock también corrió hacia ella, arrodillándose a su lado. La mujer del detective presionó la herida con su mano, intentando detener el sangrado.
–Tranquila, todo va a salir bien... –murmuró Sherlock, tratando de calmar a la mujer de John.
–¡Una ambulancia! –ordenó Cora tras desviar por unos segundos su atención a Mycroft, quien salió casi corriendo de allí. La joven se centró de nuevo en la herida, intentando usar alguna de sus habilidades para sanarla o contenerla, lo que fue fútil, pues no se veía capaz de usar sus habilidades en aquel momento–. ¿Por qué no funciona? ¿Por qué?
–Tranquila... Cora... No... No te preocupes. –le dijo la rubia a la detective, mientras Sherlock se levantaba, observando que John aparecía por el otro extremo del pasillo–. Ahora tienes que cuidar... De los tres. Promete que cuidarás de Rosie. Prométemelo.
–Claro que te lo prometo Mary. Cuidaré de Rosie. Solo aguanta un poco... ¡Te curaré! ¡Tengo que hacerlo! –replicó la joven docente en un tono desesperado–. ¡Lo prometí!
–Ya... Has hecho suficiente por mi. –le dijo, su voz más débil a cada segundo–. Cuida de todos.
–¡Mary! –exclamó John, corriendo a su lado.
–¡John! –dijo ella, respirando de forma agitada.
Sherlock ayudó a su esposa a levantarse del suelo, habiendo pasado por alto las palabras que ambas habían intercambiado. Ambos detectives retrocedieron unos pasos para observar a John, quien colocó su mano en la herida del abdomen para contener el sangrado. Con su otra mano, sujetó la cabeza de Mary.
–Mary, no te duermas. Mary, no te duermas. Mírame. –insistió el hombre una y otra vez, desesperado por mantenerla con vida.
–Pero hombre, venga Doctor, no te hagas esto. –indicó ella, su voz resquebrajándose.
–Mary, vamos. Mary, ¡Mary!
–Dios, John, creo que se acabó. –murmuró su mujer, su tono de voz cada vez más cansado.
–No-no-no-no, que va. –negó él mirando la herida de bala–. Solo es...
–Me has hecho muy feliz. –sentenció Mary con un tono agradecido, ante lo cual John forzó una sonrisa–. Me has dado todo lo que podía Imaginar.
–Shh, Mary, Mary... –intentó acallarla su marido.
–Cuida de Rosie. Prométemelo. –rogó.
–Lo prometo.
–Promete...
–Sí, te lo prometo. –recalcó John, su tono más grave, intentando que hablase más de lo necesario. Ella acarició su mejilla por unos segundos, antes de volverse hacia los detectives.
–¿Sherlock, Cora? –apeló a ellos entre l'grimas.
–Dinos. –rogó Sherlock aún en shock, mientras que su mujer observaba a su amiga con los ojos llenos de lágrimas y una sensación de impotencia.
–Oye... Me caéis muy bien, ¿os lo había dicho?
–Sí, sí, claro. –contestó Cora, su cuerpo temblando por la tristeza, la impotencia y la desesperación de no poder hacer nada por ella. Sherlock por su parte presionó sus labios en un esfuerzo por evitar que las lágrimas resbalasen de sus ojos.
–Perdona por dispararte aquella vez, Sherlock. Lo siento mucho.
–No pasa nada. –replicó el sociópata, tratando de sonreír.
–Pero creo que... ¿Ya estamos en paz, verdad?
–Vale. –afirmó Sherlock mientras que Mary se retorcía de dolor, pues estaba siendo muy lento y doloroso para ella.
–Mary, Mary. –murmuró John, intentando aún mantenerla con vida.
–Cora... Cuida de nuestros chicos. Cuida de Rosie... –le dijo a la joven–. Cuida de los tres. –volvió a repetir, lo que hizo que Cora intentase secar las lágrimas que no cesaban de caer por sus mejillas, habiendo descubierto el significado tras sus palabras, lo que hacia aquella situación muchísimo más dolorosa.
–Lo haré. Sabes que lo haré, Mary. –se comprometió la mujer del sociópata entre lágrimas, sus manos aún manchadas con su sangre al haber intentado mantener a raya la hemorragia. La rubia volvió su vista hacia John.
–Lo eras todo para mi. Todo. –le dijo, lo que provocó que John alzase su rostro al cielo con una expresión de dolor infinito–. La de Mary Watson era la única vida que merecía la pena... Gracias. –dijo, sus palabras impregnadas de un inconmensurable amor, antes de que su rostro cayese sobre su pecho, su respiración deteniéndose. Muriendo.
La joven de cabello carmesí apenas pudo contener el llanto, por lo que su marido la atrajo hacia él, abrazándola, mientras que colocaba su barbilla sobre su cabeza, ella apoyándose en su pecho. John acarició el rostro de Mary antes de colocar su barbilla sobre su cabeza, su mirada perdida en la distancia. Tras unos segundos, ladeó su rostro, observando sus ojos sin vida y las marcas de sus dedos ensangrentados en su mejilla. Agachó su rostro, emitiendo un gruñido desesperado propio de un animal. Sherlock no podía dar crédito a lo que se había desarrollado frente a sus ojos. Cora por su parte observó de nuevo sus manos, donde la sangre aún se había quedado impregnada. La joven decidió acercarse para consolarlo, tal y como él hubiera hecho con ella tiempo atrás, cuando Sherlock fingió su muerte, cuando de pronto observó cómo John alzaba su rostro, observándolos a ambos con una mirada llena de una rabia inmensa, como nunca lo había visto.
–John, yo... –intentó decir la joven de ojos rubí, antes de ser interrumpida por el doctor.
–¡No te atrevas! –exclamó, mirando a la pelirroja a los ojos, antes de respirar de forma pesada, fijando su vista de nuevo en ambos detectives–. ¡Hicisteis una promesa! ¡Lo jurasteis! –añadió con un tono amenazante.
La joven retrocedió al escuchar esas palabras. Una sensación de desagrado y malestar se apoderó de ella en aquel preciso intenta. Una sensación de asco y náuseas. Sherlock notó esto, por lo que la abrazó con toda la fuerza y el cariño del que podía disponer en aquel momento para consolarla. Ambos miraron impotentes cómo John tomaba en brazos el cuerpo sin vida de su mujer.
Varios días pasaron desde aquel fatídico día, en el que una de las personas más queridas para ellos había fallecido. La pelirroja había mostrado síntomas de depresión, vomitando día sí y día no. Esto preocupaba a su marido, pues su estado era similar a como la encontró tras su muerte, solo que parecía haber empeorado. Aunque por suerte, su cabello y ojos permanecían con su habitual tono carmesí. Ambos se encontraban en el salón, con la Sra. Hudson sentada en el sillón de John, mientras que Cora estaba sentada en el sofá, su mirada fija en el suelo sin decir una palabra. Sherlock por su parte la observaba desde su sillón, en el cual estaba sentado.
–¿Nada volverá a ser lo mismo, verdad? –inquirió la casera, su tono apenado.
–Me temo que no. –sentenció Sherlock casi en un susurro, su mirada fija en su esposa, vigilando su estado. Apenas había abierto la boca esos días, lo que lo comenzaba a preocupar inmensamente. Eso, y el hecho de que se despertaba en medio de la noche, gritando.
–Tendremos que arrimar el hombro y colaborar. Cuidar de la pequeña Rosie. –indicó la amable mujer, estallando en un mar de lágrimas. El detective miró a su alrededor, inseguro de qué hacer, antes de señalar al portátil de la mesa, el cual estaba abierto.
–Voy a... Repasar unas cosas. Puede que tenga un caso... –indicó, sentándose frente al portátil.
–¿Un caso? –inquirió Cora, su tono triste, alzando el rostro del suelo para mirarlo.
–¿No serás capaz, verdad? –inquirió la Sra. Hudson.
–El trabajo es el mejor antídoto contra la tristeza, Sra. Hudson. –indicó Sherlock con un tono apenado.
–Sí, sí. Espero que tengas razón. –admitió ella–. He hecho té. Os lo traigo. –indicó, saliendo de la sala de estar y caminando a la cocina.
–¿Cora? –apeló a su mujer, posando sus ojos en ella, quien volvió a mirarlo con pena, en sus ojos también evidente algo de preocupación, aunque el detective se negó a deducir sobre ella. No podría hacerlo. No en aquel momento.
–Dime, Sherlock.
–Si alguna vez notas que se me... –el joven se interrumpió por un momento, dando un largo suspiro–. Suben los humos, que soy arrogante... O presuntuoso...
–¿Sí? –dijo ella, su tono suave, ante lo cual se levantó del sofá, Sherlock imitando su acción, levantándose de la silla y caminando hacia ella, hasta estar frente a frente. A los pocos segundos, el joven tomó las manos de ella en las suyas.
–¿Me dirás la palabra Norbury, por favor? –inquirió, la pelirroja acariciando sus manos en un gesto afectuoso antes de cerrar los ojos y tomar aire de forma pesada, abriéndolos a los pocos segundos, asintiendo tras meditarlo.
–Te estaría muy agradecido... Muchísimo. –la voz del joven sociópata se resquebrajó ante sus palabras.
El de ojos azules-verdosos se abrazó a su mujer como si su vida dependiese de ello. Se inclinó sobre ella, su cuerpo envolviendo al suyo, descansando su cabeza en la clavícula izquierda de la joven, mientras que su mano izquierda recorría toda su cintura, su mano derecha abrazando su hombro derecho. Ella reciprocó el abrazo, su rostro descansando en el hombro derecho de su marido, sus manos aún temblorosas acariciando su espalda. La Sra. Hudson dio un leve sollozo al contemplar a los dos detectives. El joven de cabello castaño observó a la casera tras romper el abrazo.
–Usted también Sra. Hudson. Por favor, dígame la palabra Norbury si alguna vez soy arrogante o presuntuoso.
–¿Norbury?
–Solo eso. –indicó el detective, su voz suave.
En ese preciso momento, Cora fijó su vista apenada en la mesa del salón, percatándose de que un sobre sobresalía de entre la pila de papeles que allí había colocados. Se acercó con calma, observando el sobre, antes de tomarlo en sus manos.
–¿Qué es eso?
–Oh, lo he traído. Estaba mezclado con mis cosas. –replicó su marido, caminando tras ella, quien decidió abrir el sobre, encontrando en su interior un DVD con las palabras ¿ME ECHABAS DE MENOS? escritas en él.
–¿Por Dios, eso es...? –comenzó a decir la Sra. Hudson mientras que Sherlock y Cora observaban el disco en shock, el de ojos azules-verdosos decidiendo tomar el disco, insertándolo en el portátil.
–Se ve que sí. –murmuró el joven, sentándose en el asiento, con la pelirroja sentándose en su reposa-brazos, y la casera al lado de ella. El disco continuó cargándose, antes de aparecer un vídeo en la pantalla.
Sin embargo, no era Moriarty a quien estaban observando en la pantalla: era Mary Watson. La rubia sonrió a la cámara y rodó los ojos por unos segundos.
–Sabía que llamaría vuestra atención.
Sherlock apoyó su espalda en el respaldo del asiento, su mujer tomando su mano izquierda, entrelazando sus dedos con los suyos, mientras que la amable casera se tapaba la boca con la mano.
–Bueno, esto es por... Si llega el día. Si estáis viendo esto es probable... Que esté muerta. Espero poder tener una vida normal, ¿pero quién sabe? Nada es seguro. Nada está escrito. Mi vida anterior estuvo llena de consecuencias. El peligro era lo divertido, pero no se puede esquivar para siempre. Tienes que recordarlo, Sherlock. Así que... Os voy a dar un caso, Sherlock y Cora. Puede que sea el más difícil de tu carrera. Cuando me vaya--si es que me voy--quiero que hagáis algo por mi. Salvad a John Watson. Salvadlo, Sherlock y Cora. Salvadlo.
Al día siguiente, la mujer del detective se encontraba paseando por la habitación, intentando decidir qué debía hacer. Sherlock y ella habían hablado sobre cómo debían cumplir con el plan de Mary, por lo que se encontraba apenada y nerviosa por la solución a la que habían llegado. Además de eso, aún se encontraba enferma, el vomito y la fatiga no remitiendo en absoluto. Pensó de nuevo en las palabras de Mary, mirando sus manos, donde volvió a ver la sangre en ellas, corriendo al aseo para lavarse. Por mucho que frotase sus manos con el jabón intentando lavarse, la sangre no desaparecía, comenzando a entrar en pánico. De pronto observó que otras manos sujetaban las suyas, una presencia cariñosa a su espalda.
–Querida, no hay nada ahí... –escuchó la clara voz de su marido, quien ahora se encontraba a su espalda.
–Pe-pero la sangre... No desaparece. –dijo ella, su tono nervioso, intentando frotar sus manos, siendo impedida por el joven de cabello castaño, quien inmovilizó sus manos en las suyas.
–Shh... Está todo en tu cabeza, querida. –dijo el sociópata, obligándola a girarse y abrazándola contra su pecho–. Es un efecto del TEPT: pesadillas, sentimiento de culpa y tristeza... Incluso el ver de nuevo la sangre en tus manos. –indicó, abrazándola con más fuerza aún.
–No creo que pueda, Sherlock... No creo que pueda superar algo así... No de nuevo.
–Claro que podrás. –sentenció él, tomando su rostro entre sus manos–. Esta vez estoy aquí, a tu lado. No pienso dejar que te hundas en la desesperanza de nuevo. –aseguró, la pelirroja colocando su cabeza en su pecho, escuchando su corazón.
–Sabes lo que podría ocurrir cuando comencemos con el plan, ¿verdad? –inquirió ella, su voz suave, alzando su rostro para mirarlo.
–Lo sé. –afirmó él, mirando sus ojos–. Si llegase ese momento... Deberías marcharte.
–Sabes que no lo haré.
–Por favor, hazlo. –la intentó convencer–. No podré hacerme responsable de lo que suceda una vez comience.
–Está bien. –concedió ella, asintiendo–. Iré a casa de algún amigo... –indicó, ya teniendo una idea de con quién habría de quedarse de ser necesario–. Has vuelto de casa de John, ¿has hablado con él?
–No. Molly fue quien me abrió la puerta... Dijo que si veníamos, tu o yo, a preguntar por él, que preferiría a cualquiera menos a nosotros.
–Oh, Dios... Lo siento, cielo. –dijo ella, antes de sentir que su marido la tomaba en brazos, alejándola del aseo, colocándola en la cama–. ¿Sherlock?
–Yo... Te... Necesito... –dijo él, su voz teñida de cariño, incluso algo de pena y añoro.
–Yo... También a ti, Sherlock. –replicó ella acariciando sus mejillas, inclinándose el detective sobre ella, antes de besarla en los labios de forma cariñosa.
Mientras la besaba y hacían el amor, Sherlock se prometió a si mismo que no la perdería. Que no volvería a perderla como casi lo hizo cuando el fingió su muerte. No deseaba verla en aquel estado deplorable en el que la encontró. No permitiría que le pasase algo, como a Mary. No quería volver a sentir ese temor que aprisionaba su corazón. Sin embargo, sabía a ciencia cierta que las consecuencias de lo que habrían de hacer para salvar a John podrían hacerle mucho daño.
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