| -Rosamund Mary Watson- |
A las horas de aquel tenso momento en el coche, los detectives se encontraban ahora en la casa de los Watson, con Mary sujetando a la bebé en brazos. La sala de estar había sido decorada con globos de helio rosas detrás del sofá, y había paquetes de regalos apilados con flores sobre la mesa de café. Asimismo había un oso de peluche gigante junto al sofá. John tenía colocado su brazo izquierdo alrededor de los hombros de su mujer, mientras que Mary sujetaba la manita de su bebé, posando para la foto que tomó de ellos la Sra. Hudson.
–¿Ha salido? –inquirió la casera del 221-B, mirando a la pelirroja y a Molly, quien estaba bebiendo champán. La Sra. Hudson profirió un sonido molesto mientras sujetaba su cámara–, ¡Cuando las hago yo nunca salen bien! –exclamó la mujer, lo que provocó que Cora se acercase a ella con una sonrisa, tomando en sus manos la cámara y examinándola–. Aww. Qué bonita es... –comentó la mujer observando a la bebé.
–Ya está, Sra. Hudson. –indicó la pelirroja, entregándole la cámara de nuevo a la casera–. Haga otra. –la animó, mirando por encima de su hombro, percatándose de que Sherlock estaba aún enfrascado en la pantalla de su teléfono móvil. Aquello la hizo suspirar, aunque su atención rápidamente se posó en la bebé, forzándose a no llorar por la alegría y pena que la invadían: la alegría por la felicidad de sus amigos, y la pena por no haber sido posible para ella sujetar a su propio bebé en brazos. Tosió para disimular, centrándose de nuevo en la pequeña. Al escucharla toser, Sherlock no pudo evitar levantar la vista por unos segundos, observándola.
–¿Cómo se va a llamar? –preguntó la casera con una sonrisa.
–Catherine. –replicó John.
–Ah, ese no nos gusta. –intercedió Mary mirando a su marido.
–¿A no?
–No. –negó la ex-espía.
–Bueno, ya sabéis qué opino. –comentó Sherlock, no alzando su vista de la pantalla del teléfono.
–¡Que no es nombre de niña! –exclamaron los Watson simultáneamente, sonriendo al detective. Cora también sonrió al mismo tiempo que el detective.
–Molly, Sra. Hudson, nos gustaría que fuerais las madrinas. –les notificó John a las chicas, quienes dieron un chillido pequeño de felicidad. Mary alzó su vista hacia la pelirroja, quien acababa de hacerle una foto a la pequeña.
–Cora, a John y a mi nos gustaría que fueras la madrina principal. –comentó la rubia antes de observar a Molly y la Sra. Hudson–. Eso, si no os molesta a vosotras.
–Claro que no.–replicó Molly–. Cora es la más indicada para ello.
–¿De... De verdad? –se sorprendió Cora, guardando su teléfono móvil.
–Bueno, solo si tú quieres. –indicó John, mirándola algo nervioso por su respuesta.
–Sería un honor. –replicó la de ojos rubí, encaminándose al sofá, tomando el lugar de John, quien se había levantado y caminaba hacia su marido–. Mary, me preguntaba si... ¿podría...? –comenzó a decir, observando a la bebé.
–Claro que sí. –replicó Mary con una gran sonrisa, entregándole la bebé a la nueva madrina–. Dile hola a la tía Cora.
Cora sujetó a la pequeña en sus brazos, una sensación de felicidad y ternura invadiéndola. Encontró sus ojos con los de los pequeña, quien los tenía algo entrecerrados debido a que apenas tenía unas horas de vida. La de cabello carmesí acarició la mejilla de la pequeña, quien sonrió de pronto, provocando que la mujer del detective sonriese también, jurándose a si misma que nada le pasaría mientras ella estuviera viva. En aquel estado, no se percató de que Sherlock estaba hablando con John.
–Y... Tú... –comenzó a decir John antes de alzar sus brazos en un gesto que parecía decir por qué estoy haciendo esto–. Sherlock...
–¿Yo, qué? –inquirió el detective sin prestar demasiada atención a su mejor amigo, pues toda estaba fija en su mujer y la bebé que sujetaba en brazos. En la expresión de ternura que llevaba en su rostro al acariciar a la pequeña. De forma disimulada, hizo una foto de Cora y de la bebé, lo que lo hizo sonreír.
–El bautizo. Queremos que seas el padrino. –concretó John.
–Una ficción grotesca. El sueño de los ineptos que ceden su responsabilidad a un amigo mágico invisible. –replicó el detective con rapidez, volviendo a concentrarse en la pantalla de su teléfono móvil.
–Pero habrá tarta: ¿aceptas? –insistió John, ante lo cual, Sherlock alzó una ceja, mirándolo de reojo.
–Ya te lo diré. –replicó el joven sociópata, antes de volver a fijar su vista en su mujer, quien aún tenía a la pequeña en brazos.
–Vaya Cora, se te da muy bien... –se maravilló Molly–: ¿Seguro que no has tenido hijos antes? –inquirió, ante lo cual la sala quedó en silencio absoluto, procediendo Sherlock a guardar su teléfono y acercarse a Cora.
–No, Molly. No he... Tenido hijos. Nunca. –negó la ex-docente con una sonrisa algo forzada.
–Quizás... Algún día. –comentó Sherlock, de pie a su lado, lo que sorprendió a todos en la estancia.
Unas semanas más tarde, el bautizo de la hija de John y Mary tuvo lugar en una capilla. El párroco se encontraba frente a la fuente de bautismo. Los Watson se encontraban de pie a su lado, con la rubia sujetando a la bebé, mientras que Molly, la Sra. Hudson, Lestrade, Cora y Sherlock se encontraban en el otro lado de la fuente, frente al párroco, con el detective aún mandando mensajes con el teléfono móvil.
–Bendice Señor, estas aguas, y santifícalas para nosotros en el día de hoy, en el nombre de Cristo. –dijo el párroco que oficiaba la ceremonia, trazando un signo en la superficie del agua. Sacudió su mano antes de dirigirse a los Watson–: ¿Qué nombre vais a darle a vuestra hija?
–Rosamund Mary. –replicó la mujer del Dr. Watson.
–¿Rosamund? –le preguntó Sherlock a su mujer, frunciendo el ceño.
–Significa rosa del mundo. Rosie para los amigos. –le contestó la de ojos escarlata en un tono bajo, recibiendo una mirada desaprobante por parte de su marido–: ¿No recibiste el mensaje de John?
–No. Los borro. Borro todo mensaje que empiece por hola. –replicó él, provocando que Cora suspire y ponga los ojos en blanco por unos instantes.
En ese preciso instante, y como respuesta a la plática que estaban manteniendo, la Sra. Hudson carraspeó de forma notoria en su dirección.
–Perdón. –susurró la detective de ojos rubí, volviéndose hacia su marido y haciendo un gesto con la cabeza hacia sus manos–. El móvil. –indicó, Sherlock bajando el teléfono y colocando sus manos a su espalda. En ese momento, la vista de la pelirroja se fijó en la bebé que ahora estaba en brazos del cura, y quien estaba llorando de forma leve.
–Y ahora padrinos... ¿estáis dispuestos a ayudar a los progenitores de esta niña, en sus deberes como padres cristianos? –preguntó el párroco.
–Sí. –replicaron la Sra. Hudson, Molly, y Cora, ésta última dirigiendo su mirada hacia su esposo, pues no había dicho nada, por lo que decidió darle un codazo en el pecho para llamar su atención.
En aquel momento, y como consecuencia del golpe que su mujer le había propiciado en el pecho, se escuchó la voz mecánica de SIRI desde el teléfono de Sherlock.
–Lo siento, no te he entendido: ¿puedes repetir la pregunta?
Aquello provocó que tanto su mujer como Mary lo miraran con el ceño fruncido, mientras que John cerraba sus ojos en una profunda exasperación. Sherlock por su parte le dedicó una mirada inocente a Cora.
Unos meses más tarde, el sociópata de ojos azules-verdosos había instado a su mujer en recuperar su antiguo puesto de docente de forma temporal, ya que ambos habían acordado que andaban algo faltos de ingresos, cosa que ella había aceptado tras alguna insistencia por su parte. A los pocos días de haberse reincorporado al trabajo de profesora, Sherlock, quien llevaba una bata de color beige, se encontraba de pie frente a la chimenea del 221-B de Baker Street con una expresión exasperada, mientras que su mujer estaba en la cocina. En ese momento, la mujer de ojos rubí escuchó la característica voz de su marido, lo que la hizo prestar atención.
–Como siempre, Watson, ves pero no observas. Para ti el mundo sigue siendo un misterio insondable, mientras que para mi es un libro abierto. Fría lógica frente al fantaseo romántico. Tu sabrás. No conectas los actos con las consecuencias. A ver, por última vez... –comenzó a decir el detective, arrodillándose para coger el sonajero y sujetándolo frente a Rosie, quien está sentada en una sillita de plástico para bebés, acomodada en el sillón de John. La mujer de Holmes salió de la cocina con una sonrisa, apoyándose en el marco de la puerta, observando cómo su marido le entregaba el sonajero a Rosie–: Si quieres el sonajero, no vuelvas a tirarlo, ¿hm? –terminó de decir, entregándole el sonajero a la niña, quien comenzó a balbucear, cogiéndolo en sus pequeñas manos. Al ver esto, Sherlock esbozó una sonrisa satisfecha por unos segundos antes de que Rosie tirase el sonajero contra su cara.
Cora tuvo que taparse la boca con las manos al ver esto, intentando no carcajearse debido a que John y Mary estaban profundamente dormidos en el sofá. Sherlock se percató de la presencia de su mujer y alzó la vista, su ceño fruncido.
–Lo siento... –comenzó a decir la de ojos escarlata en una risa baja–. Tendrías que... Haberte visto... La cara. –logró decir, antes de que el detective pusiese los ojos en blanco, acercándose a ella, brindándole un beso en los labios.
–¿Qué estabas haciendo? –inquirió, curioso.
–Ya han pasado por lo menos cuatro horas desde que Rosie tomó el último biberón. Estaba preparando otro. –replicó ella, señalando el microondas de la cocina–. Aún tengo unas dos horas libres antes de irme a trabajar. –comentó, besando la mejilla de su marido antes de dirigirse a la cocina, cogiendo el biberón, para después ir a la sala de estar y coger a Rosie en brazos, sentándose en su sillón, y comenzando a alimentarla.
El sociópata miraba a su mujer con una sonrisa suave, pues realmente se le daban bien los niños, y Rosie siempre parecía calmarse rápidamente cuando se encontraba en brazos de Cora, algo que incluso sorprendía a los Watson, pues ellos tardaban más tiempo. La pequeña Rosie comenzó a tomarse el biberón lentamente pero con satisfacción, agarrando con sus diminutas manos los dedos de la Sra. Holmes. A los pocos minutos ya se había terminado el biberón, y Cora, tras hacerla eructar, la dejó de nuevo en la sillita de plástico, entregándole el sonajero. Después de prepararse se dispuso a salir del piso.
–Que tengas un buen día, querida. –se despidió de ella el detective, besando sus labios, reciprocando ella el gesto.
–Gracias, cariño. –dijo ella con una sonrisa, abrazándolo–. No tardaré.
–Recuerda que esto es temporal, para tener algunos ingresos. –le indicó el sociópata.
–Lo sé. Lo sé. –rebatió ella–. No te pongas celoso. –comentó antes de salir por la puerta, dirigiéndose al colegio en el que daba clases.
Varios días pasaron, y tras unas cuantas horas y varias clases de idiomas, la joven se encontraba impartiendo la clase de tutoría, donde decidió charlar con sus alumnos, quienes la habían extrañado muchísimo.
–Srta. Cora, nos alegramos mucho de que hayas vuelto a darnos clase. –dijo una de sus alumnas–. La otra profesora no era nada parecida a ti, y era muy estricta.
–¿Estricta? –inquirió Cora, alzando una de sus cejas.
–Ajá. –afirmó otro alumno–. Insistía en que hiciéramos el doble de deberes de los que tú nos mandabas hacer.
–¡No me digas...! –se sorprendió la mujer, observando el montón de alumnos que la rodeaban.
–¡Pero bueno, basta de hablar de nosotros, profesora! –exclamó otra de las niñas–, ¡Háblanos de ti! ¡Cuéntanos cómo has estado todo este tiempo! –insistió, provocando la risa de la joven profesora.
–Bueno... Veamos qué puedo contaros... –comenzó a decir en voz alta.
–¡Ya sé! ¿Tu trabajabas con el Sr. Holmes, verdad? –dijo un niño.
–Bueno, así es. De hecho, sigo trabajando con él. –replicó Cora con un tono amable, colocando su dedo índice en su mandíbula, en un gesto pensativo.
–¿Y te has casado? –preguntaron unas niñas al unísono, lo que hizo que el resto de los niños la mirasen fijamente.
–Pues, si os soy sincera, sí que me he casado. –replicó Cora, revisando algunas hojas con las redacciones correspondientes de los niños: casi todos habían escrito sobre Sherlock Holmes, lo que la hizo sonreír.
–¿¡Te has casado con Sherlock Holmes!? –exclamaron todos, asintiendo Cora a modo de respuesta, lo que provocó que gritasen de júbilo–, ¡Ahora tendremos que llamarte Sra. Holmes! –gritaron, extasiados.
–Bueno, bueno –dijo la pelirroja, carcajeándose y mirando el reloj del aula–, ahora calmaros, que es la hora del recreo.
–¡Yupi! ¡Recreo! –exclamaron los niños, saliendo en tropel del aula.
La pelirroja se carcajeó de forma suave, pasando por las mesas para recoger el resto de las redacciones, antes de sentarse en su mesa, comenzando a corregir las faltas de ortografía. Una vez hubo corregido la mayoría, suspiró algo cansada, pues al haber estado tanto tiempo inactiva y sin escribir tanto a mano, había perdido práctica. En ese momento escuchó que alguien carraspeaba, alzando su rostro y encontrando a un antiguo compañero que había sido un gran amigo cuando trabajó anteriormente allí, aunque eso no dispensaba que fuera un casanova, siempre intentando flirtear con ella.
–Hola, Cora. Bienvenida –saludó el joven profesor de Historia, acercándose a su mesa–. Veo que ya estás tan atareada como siempre.
–Ya ves, Tom –se rió ella, continuando su trabajo–. Sigue siendo algo tedioso, pero echaba de menos este hábito de trabajo... Y a los niños.
–Ellos también te han echado de menos, Cora –comentó Tom–. Y yo también... –añadió, lo que hizo que la mandíbula de la detective se tensara de forma imperceptible.
–Tom, me halagas, pero ahora que he acabado de corregir las redacciones me temo que es hora de que vuelva a casa. –se excusó la de ojos rubí, guardando las redacciones en el cajón del escritorio, antes de tomar su chaqueta y su bolso en la mano, levantándose del asiento.
–Bu-bueno, Cora... –comenzó a decir Tom, bloqueando su paso–, como hace tanto que no nos veíamos... Me preguntaba si... ¿Querrías ir a tomar un café conmigo? –preguntó, riéndose de forma nerviosa.
"¿Estás de broma? ¿Acaso no ve mi alianza? ¡Estoy casada, por amor de Dios!", pensó la pelirroja tras suspirar, pasando al lado de Tom y caminando hacia el patio, el cual conducía a la puerta principal de la escuela. En el camino se encontró a Lestrade, quien había ido a buscarla.
–¡Cora! Tengo un caso nuevo para vosotros. –le informó, reuniéndose con ella fuera de la escuela, entregándole un fichero.
La pelirroja lo leyó: "El coche de David Welsborough, el cual había sido aparcado cerca de la residencia, fue golpeado por otro coche, el cual conducía un borracho, provocando su explosión. Lo más sorprendente fue hallar el cuerpo carbonizado de Charlie, el hijo de David, en el interior del coche incendiado. Esto resultaba imposible, puesto que el joven se encontraba en el Tibet."
–¿Crees que será lo suficientemente interesante para tu marido? –inquirió Lestrade, mientras Tom se acercaba a ellos casi corriendo.
–Le va a encantar. Gracias, Greg. –replicó la mujer del Detective Asesor.
–De nada, Cora. Te acompaño a Baker Street y se lo contamos ambos. –sugirió el Inspector de Scotland Yard, asintiendo la joven de ojos escarlata con una sonrisa, comenzando a caminar con él. Sin embargo no dio apenas dos pasos cuando alguien la agarró del brazo, girándose rápidamente para ver de quién se trataba, aunque la fuerte colonia ya le había dado la respuesta.
–Tom...
–¿Estás casada? –inquirió, visiblemente decepcionado.
–En efecto. Felizmente además, debo añadir. –replicó Cora con algo de seriedad, intentando moverse, pero el agarre que Tom ejercía sobre ella no aflojaba.
–¿Con quién? –inquirió, su tono celoso.
–Sherlock Holmes. –le contestó la de cabello carmesí, lo que provocó que Tom palideciese rápidamente–. En efecto. El mismo. –afirmó ella, como si quisiera confirmar sus temores respecto a la reputación del detective.
–¿Te... Te has casado con ese friki? –inquirió Tom, no ocurriéndosele mejores palabras para describir al detective, lo que enfureció de forma leve a su esposa.
–No te atrevas a llamarlo así –amenazó–. Imagino que no querrás meterte en un lío con Mycroft Holmes, mi cuñado, y con Sherlock Holmes, mi esposo –apostilló, lo que hizo que el joven de cabello rubio y ojos verdes tragase saliva de forma incómoda–. O... ¿Acaso quieres que te reduzca a cenizas? –inquirió, su mano derecha agarrando el brazo izquierdo que la tenía sujeta por la flexión del codo, comenzando a aumentar su temperatura, provocando que Tom profiera un pequeño gruñido de dolor–: Bien, veo que no. Y ahora: suéltame –ordenó, obedeciendo el profesor de Hª su demanda–. Gracias. –dijo con una sonrisa falsa, antes de comenzar a caminar, reuniéndose con Lestrade y tomando un taxi.
–Baker Street. –le indicó el Inspector de Scotland Yard al taxista.
–Hm... Veo que mi queridísimo cuñado estaba velando por mi. –musitó Cora para sí, mientras observaba por la ventana un helicóptero que volaba por encima de ellos, así como cómo las cámaras de la zona apuntaban ahora hacia Tom. Suspiró de forma aliviada, sacando su teléfono móvil, el cual acababa de sonar, indicando la entrada de un mensaje.
Mycroft acaba de decirme que un tipo de tu trabajo estaba acosándote.
¿Estás bien?
SH
Ella decidió responder a su marido, pues notaba que incluso a través de un mensaje de texto, éste se encontraba preocupado:
Sí, estoy bien. No te preocupes.
De camino a Baker Street con Lestrade.
Tenemos un caso.
CH
A los pocos segundos recibió la respuesta de su marido.
Bien. Te espero aquí. Llamaré a John.
Ya hablaremos de ese tipo.
SH
Cora suspiró aliviada y guardó el teléfono en su chaqueta, reposando su espalda en el asiento del taxi, una sonrisa confiada adornando su rostro, puesto que estaba segura de que el caso sería muy emocionante.
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