| -Resaca- |
Cora suspiró y observó la estancia en donde se encontraban Sherlock y John. Únicamente disponía de un banco, en la que el detective estaba recostado, mientras que Watson se encontraba sentado al lado de ésta, con la espalda apoyada contra la pared. En ese momento el doctor abrió los ojos y trató de enfocar la vista en las personas que estaban en el margen de la puerta.
–Madre mía... –musitó Watson–. ¿Greg? ¿Cora? ¿Pero qué...?
–Hay que ver, John... He venido a buscaros. –replicó la pelirroja de ojos carmesí mientras ayudaba a John a levantarse.
–Gracias, Cora... –indicó el doctor tras levantarse y caminar hacia la puerta de la celda, donde estaba Lestrade.
–¡Vaya par de flojos! ¡No llegasteis ni a la hora del cierre! –exclamó Lestrade, a la par que la pelirroja caminaba hacia el banco en el que su novio estaba durmiendo.
–Sherlock,... Tienes que despertar. Es hora de irnos a casa. –musitó la joven en voz baja, mientras acariciaba el cabello castaño del detective.
–Greg, ¿podrías hablar más bajo? –preguntó John, deteniéndose a la par del inspector.
–¡No quiero! –exclamó Greg, provocando que Sherlock se levante de sopetón del banco, con una mirada confusa, que luego centró en su novia pelirroja, quien le sonrió cálidamente.
–Buenos días, cielo. –lo saludó Cora con un tono alegre.
–Vamos. –dijo Lestrade mientras hacía un gesto hacia la puerta, marchándose de la celda junto a John.
–Venga cielo, tenemos que ir a casa. –le dijo la pelirroja a su novio mientras lo tomaba de la mano, ayudándolo a levantarse del banco.
El detective caminó unos cuantos pasos antes de casi perder el equilibrio, aunque para su suerte, la pelirroja logró sujetarlo y enderezarlo para que no acabara con su rostro contra el suelo. A los pocos segundos, Cora estaba junto a los chicos en la mesa principal de la sala de detenciones, recogiendo la cartera de John y la gabardina de Sherlock. El detective se colocó la gabardina, y John guardó su cartera en sus pantalones.
–Bueno, gracias por... En fin... anoche. –comentó John mientras los tres se alejaban de la mesa.
–Fue horrible. –sentenció Sherlock con un tono serio.
–Sí. Iba a disimular, pero... la verdad es que sí. –replicó John mientras Sherlock se palpaba ligeramente el puente de la nariz.
–Esa mujer, Tessa. –menciono Sherlock tras bajar su mano de su rostro.
–¿Qué? –preguntó Cora, confusa por aquellas palabras–. ¿La clienta? –inquirió ella tras unos segundos, pues recordó que el detective y el doctor habían acabado allí por un caso.
–Sí, la clienta. –replicó Sherlock mientras asentía–. Salió con un fantasma. El caso más interesante en meses... ¡Qué oportunidad desperdiciada! –exclamó el detective, saliendo de la comisaría y llamando a un taxi.
A los pocos minutos tras haber salido de la comisaría y haber cogido un taxi, los tres amigos llegaron a Baker Street. Cora subió con Sherlock al 221-B, mientras que John bajó al piso de la señora Hudson para despejarse.
–¡Esto es un horror! ¡No puedo creerlo! –exclamó el sociópata mientras colgaba su gabardina con un aire enfadado, paseando de un lado a otro de la sala de estar.
–Sherlock, cálmate, por favor... –le rogó la pelirroja antes de cojera por los hombros y hacer que la mirara–. Ahora lo que necesitas es tumbarte y descansar un poco... Te ayudaré con el caso del fantasma, ¿de acuerdo?
El detective miró los ojos carmesí de su novia y a pesar de que seguía murmurando entre dientes, suspiró y le sonrió de forma muy dulce. Cora por su parte, colocó su mano derecha en la mejilla del detective, acariciándola suavemente. La joven observó rastros de frustración y rabia en sus ojos, pero éstos pronto se disiparon con el beso que Cora le brindó en la mejilla.
–Bien. Ahora que estás más tranquilo, date una ducha y lávate los dientes. –sentenció Cora, ganándose una mirada confusa por parte del chico–. No pienso darte un beso en los labios mientras tu boca aún huela a vómito. Cuando te duches y laves los dientes, descansa para quitarte la resaca. –le explicó ella con una sonrisa.
Sherlock dio una pequeña carcajada, pero asintió de todas formas, encaminándose al aseo.
Cora suspiró y decidió aprovechar aquel momento de tranquilidad para bajar al piso de la casera a comprobar cómo se encontraba John.
–Es como en los últimos tiempos... Tenerte por aquí. –indicó la señora Hudson–. Tu desayuno preferido una última vez. –comentó, mientras le dejaba el plato de comida en la mesa a John.
–Tampoco es el fin del mundo. Vendré de visita. –sentenció John con un tono serio.
–¡Oh! ¿Dónde habré oído eso antes...? –preguntó la señora Hudson con ironía.
–No, ahora es distinto de cuando creíamos que lo habíamos perdido. –dijo John.
–Aunque me cueste admitirlo, John, la señora Hudson tiene razón. –intercedió Cora con un tono sereno–. Si has encontrado a la persona adecuada, todo lo demás no importa. Te irás desligando de tus viejos amigos.
–Exacto. Es como Cora dice. –comentó la señora Hudson.
A los pocos minutos, la pelirroja y John escucharon a Sherlock caminando en el 221-B, por lo que decidieron subir y observar qué estaba haciendo. Cuando ambos subieron al piso de los detectives, encontraron a Sherlock sentado en la mesa de la sala de estar, frente a su portátil.
–Habrá otras. –indicó Holmes.
–¿Otras? –preguntó John.
–Victimas, mujeres. La mayoría de los fantasmas acechan en una única casa--éste no tiene problema en trasladarse. Mirad. –dijo Sherlock mientras se levantaba del asiento, señalando un mapa que tenía encima de la mesa, donde tenía varios alfileres colocados en diferentes lugares, indicando la aparición del novio fantasmal.
–Como siempre, es un placer ver que vuelves al trabajo. –indicó Cora con una sonrisa, mientras que Sherlock le dio un breve beso en los labios–. Mm.... Menta. –comentó con una carcajada–. Al menos me has hecho caso...
–Sé que no me conviene discutir contigo. –replicó Sherlock con una sonrisa encantadora.
~PALACIO MENTAL~
Cora y Sherlock se encontraban en una habitación con paneles de madera en las paredes y una alfombra azul. Había una escalinata de bancos en un semicírculo, en total formando seis hileras de asientos. En el centro del cuarto, en la parte superior de una tarima había un banco presidencial. Multitud de mujeres se encontraban de pie en los asientos, mientras Sherlock y la pelirroja bajaban las escaleras de la habitación hasta el centro de la estancia antes de volverse hacia las gradas, dando la espalda a la tarima. Ambos escanearon a las mujeres de la estancia con lentitud antes de comenzar a señalarlas una a una.
–Tu no. –indicó Sherlock, sentándose la mujer en la silla.
–Tu no. –dijo Cora tras señalar a otra de las mujeres de la estancia, sentándose ésta.
Los dos detectives continuaron con aquel pequeño ejercicio hasta que solo quedaron cuatro mujeres en pie. Sherlock se acercó a la mujer que estaba más cerca de él, quien llevaba un vestido negro.
–Hola. –dijo Sherlock, saludándola.
–Gail. –replicó ella.
Cora se dirigió entonces hacia la siguiente mujer, a la izquierda de Gail. Ésta llevaba una chaqueta vaquera.
–Charlotte. –indicó ella mientras Sherlock se dirigía a la tercera mujer de la estancia.
–Robin. –comentó la mujer que vestía una chaqueta rosa.
La pelirroja de ojos carmesí procedió entonces a acercarse a la última mujer, quien llevaba un vestido rojo junto a una chaqueta de cuero a juego.
–Vicky. –dijo ella.
Al cabo de un rato las cuatro mujeres ya no se encontraban en las gradas, sino que estaban ahora formando un semicírculo en torno a los detectives, mientras que las demás mujeres habían desaparecido de la estancia.
–¿Cómo se conocieron? –preguntó Cora, observando a Gail.
–Me entró en un bar. –replicó ella.
–En el gimnasio. –dijo Charlotte.
–Nos pusimos a charlar en el autobús. –comentó Robin.
–Por Internet. –sentenció Vicky, quien después observó a Sherlock con una mirada que denotaba que estaba flirteando.
Cora carraspeó algo incómoda, y Sherlock, notando ésto último, la tomó de la mano de forma dulce por unos segundos antes de volverse hacia Gail.
–¿Nombre?
–Se lo he dicho. –indicó ella.
–El de él. –sentenció Sherlock con un tono serio.
–Oscar. –replicó Gail.
–Mike. –dijo Charlotte.
–Terry. –indicó Robin.
–Um, love_monkey. –replicó Vicky, y Sherlock le frunció el ceño, mientras que la pelirroja daba una breve mirada entre las mujeres.
–¿En vuestras casas? –preguntó la pelirroja.
–En la de él. –contestaron todas ellas al unísono.
–¿Dirección? –preguntó Sherlock, a lo que todas ellas dieron al unísono diferentes direcciones.
–No pasó nada. Fue todo... muy romántico. –comentó Gail.
–Cuatro mujeres en cuatro noches. –indicó Sherlock mientras miraba a su novia a los ojos.
–Tiene algo especial. –concordó la pelirroja mientras asentía.
–Era encantador. –replicó Gail.
–Sabía escuchar. –indicó Charlotte.
–Era tierno. –dijo Robin.
–Su forma de ser era adorable. –sentenció Vicky.
–Nombres y direcciones distintas... –comentó Cora mientras pensaba para sí–. Descríbalo.
–Pelo rubio, corto. –dijo Gil.
–Pelo negro--largo. –dijo Charlotte.
–Pelirrojo. Me gustan más. –indicó Robin mientras se encogía de hombros.
–No sabría. Llevaba una máscara. –dijo Vicky con un tono sereno.
Sherlock se dirigió entonces a un pequeño banco en el centro de la sala y cogió un periódico, abriéndolo hasta la página de necrológicas.
–Cora. –la llamó–. Mira ésto. –indicó, enseñándole el periódico a la joven de ojos carmesí–. Roba la identidad de cadáveres. Coge sus nombres de las necrológicas.
–Todos hombres solteros. –indicó la pelirroja tras volver la página–. Utiliza el piso del difunto dando por hecho que permanecerá vacío una temporada. –comentó ella antes de alzar su rostro del periódico, encontrándose con la mirada azul-verdosa del detective sobre ella–. Picadero gratuito. –comentó al mismo tiempo que Sherlock.
–Voy a vomitar... –dijo Gail con un rostro claramente asqueado.
–Es repugnante. –comentó Robin.
–Qué horror. –sentenció Charlotte.
–¡Muy listo! –alabó Vicky.
–¡Cabrón! –exclamó una voz desconocida, lo que provocó que Sherlock y Cora se giraran al unísono, observando a una mujer que estaba entre Charlotte y Robin.
–Hola, Tessa. –a saludó Sherlock mientras él y la pelirroja dejaban el periódico de lado–. Pero volvamos al asunto que nos ocupa. Nadie quiere usar la casa de un fallecido.
–Al menos no hasta que se haya vaciado. Entonces se disfraza, le roba al hombre la casa y su identidad, pero por una noche. Después se va. –comentó la pelirroja mientras se cruzaba de brazos.
–No es un fantasma, querida. Es un hombre efímero. Vive un único día. –le indicó el sociópata a la joven de ojos carmesí.
–Ya veo... –dijo ella–. ¿Entonces, qué era lo que estaba buscando? –se preguntó la de ojos carmesí.
–Profesión. –indicó Sherlock, volviendo su vista a las chicas.
–Jardinera. –dijo Gail.
–Cocinera. –replicó Charlotte.
–Enfermera. –les comentó Tessa.
–Guardia de seguridad. –indicó Robin.
–Asistenta. –respondió Vicky.
–Obvio: ¡trabajáis para la misma persona! –exclamó Sherlock antes de buscar datos sobre ellas, comparándolos. Eventualmente acabó por suspirar de forma exasperada–. No, no el mismo patrón... ¡Mierda! –comentó antes de cerrar sus ojos con fuerza debido a la exasperación.
–Venga, nosotros podemos con esto. –lo animó Cora con una sonrisa, posando una mano en el hombro derecho de su novio–. La velada ideal. –les preguntó a las chicas, volviendo su vista a ellas.
–Tiro al plato.
–Bailes de salón.
–Fotos.
–Vino delante de la tele.
–El calabozo. –replicó Vicky, de nuevo con esa sonrisa coqueta hacia Sherlock.
–Ay... –musitó Sherlock algo incómodo–. Maquillaje.
–Clarins.
–Nº 7.
–Maybelline.
–Ninguno en especial.
–Uno barato.
–Bien... –musitó la pelirroja antes de mirarlas a todas–. Perfume.
–Chanel.
–Chanel.
–Chanel.
–Chanel.
–Estée Lauder.
"¡Ugh! ¡Casi lo teníamos! Solo una más y habría sido perfecto...", pensó Cora mientras negaba con desaprobación, al igual que Sherlock.
–¿Hombre ideal? –preguntó el detective.
–¡George Clooney...! –replicó Tessa con una mirada soñadora.
–Ay Dios... –comentó Sherlock mientras que Cora daba una ligera carcajada.
–Hogareño.
–Que sea mimoso.
–Atento.
–Diez cosas. Uno: que no sea competitivo con otros hombres, dos: que no intente constantemente definirse por su masculinidad,... –comenzó a enumerar Vicky, hasta que Sherlock alzó su mano para detenerla.
–Tiene que haber un factor común... –sentenció Sherlock–. Ninguna notó que le faltara nada. –comentó antes de alzar sus ojos y señalar a las mujeres una por una, poniéndoselo en el orden en el que el fantasma tuvo citas con ellas–. Guardia de seguridad, jardinera, cocinera, asistenta, enfermera. Se va camelando a toda una plantilla, la de alguien. Vamos, piensa. –dijo Sherlock de forma seria, mientras que la pelirroja agachaba la cabeza para pensar, cuando de pronto, una idea le vino a la mente.
–A menos... –comenzó Cora, antes de alzar su rostro para observar a las mujeres–. ¿Algún secreto que no le haya contado a nadie?
–No. –repicaron todas ellas al mismo tiempo.
–Lo tengo. –dijo la joven de ojos carmesí con una sonrisa.
–¿Qué? –preguntó John, apareciendo entre los dos detectives.
–Todos tenemos secretos, y han contestado muy rápido. –le indicó Cora con una sonrisa, mientras que Sherlock la observaba con un gran orgullo.
–Tengo que irme. –se despidió Gail.
–Hasta otra. –se despidió Charlotte.
–¡No! ¡Esperen! –exclamó Sherlock, tratando de detenerlas.
–Yo me voy. –comentó Robin.
–Lo siento chicos, hay secretos que no se pueden contar. –dijo Vicky.
–¡No...! –exclamó Sherlock una vez más.
–Pásenlo bien en la boda. –les dijo Tessa.
~EN EL 221-B~
Sherlock cerró de golpe el portátil, mientras que él y la pelirroja se ponían en pie debidamente.
–¿Por qué? ¿Por qué saldría con esas mujeres y luego no les cogería el teléfono? –inquirió el sociópata.
–Se te escapa lo más evidente. –comentó John.
–¿Ah, sí? –preguntó el detective, confuso.
–Es un hombre. –replicó la detective de cabello carmesí por John.
–¿Por qué cambiaría su identidad? –preguntó Sherlock.
–Puede que esté casado.
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