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| -Protección- |

Al cabo de unos pocos minutos los tres compañeros aterrizaron en el césped cercano a la gran mansión de información de Magnussen. Tras aterrizar y salir del helicóptero, la pelirroja se percató rápidamente de que había varios guardias de seguridad apostados en el patio, así como otros que se acercaban a ellos para escoltarlos dentro del edificio. Tras entrar al complejo escoltados aún por los guardias, los dos detectives se fijaron en el entorno que los rodeaba, pues había una gran hilera de plantas de un verde brillante, creando un camino hasta un ascensor, el cual pasaron, entrando a éste. Tras subir un piso, abriéndose las puertas del ascensor, Sherlock, Cora y John pudieron ver a Magnussen sentado con magnificencia en un sofá almidonado de color blanco, mientras tomaba un vaso de whiskey. Sherlock se posicionó frente a Magnussen, mientras que Cora y John se quedaban a sus lados, ligeramente detrás. Magnussen se percató de su presencia y asintió de forma breve, marchándose de inmediato los guardias que los habían escoltado hasta allí.

Les ofrecería una copa, pero escasea y es carísimo. –indicó Magnussen con una voz claramente teñida de superioridad, mientras levantaba ligeramente su vaso de whiskey hacia ellos. Tras tomar un trago Sherlock suspiró, sentándose también en el sofá a la derecha de Magnussen, sin dejar de mantener las distancias. La pelirroja se quedó de pie, al lado de su prometido con una expresión imperturbable, mientras el detective daba un suspiro satisfecho, dejando el portátil de Mycroft entre él y Magnussen, cruzando las piernas y entrelazando sus manos encima de su regazo.

–Oh, así que fue usted. –mencionó el sociópata, observando el otro extremo de la sala. Cora observó a su querido detective, antes de seguir su mirada, transformándose ésta en una de horror y shock, al mismo tiempo que John también miraba en la misma dirección.

Proyectándose en la pared de la sala se encontraba el momento en el que Sherlock rescataba a John y más tarde a Cora, en el vídeo de ésta apreciándose de forma clara sus poderes sobrenaturales.

–Sí, claro. Fue muy difícil encontrarles a usted y a la Srta Izumi un punto para presionar... Lo de las drogas no me lo creí ni un momento. –replicó Magnussen con una sonrisa–. Si se supiera tampoco le preocuparía, ¿verdad? –le preguntó a Sherlock , observándolo, mientras que Cora y John observaban aterrados el vídeo, la pelirroja palideciendo visiblemente a cada segundo–. Pero mire cuanto le importan John Watson y Cora Izumi: El primero es su mejor amigo, y la segunda... Es su dama en apuros. –comentó con una sonrisa satisfecha, mientras se mostraba a cámara lenta cómo Sherlock sacaba a John de la hoguera, y cómo la detective usaba sus poderes, desplomándose en el suelo.

¿Nos....metió en una hoguera....para tantear? –le preguntó John al magnate, claramente contrariado.

–Oh, Sr Watson, nunca habría dejado que se quemara, y la Srta Izumi no corría ningún peligro real debido a sus inusuales habilidades. Sin embargo, tenía a personas preparadas para intervenir. –replicó Magnussen dejando su vaso en la mesa, levantándose y colocándose frente a John–. No soy un asesino, a diferencia de su esposa... –mencionó antes de girarse hacia Sherlock–. O ha diferencia de su prometida.

Ante aquel comentario el rostro de Sherlock se contrajo de forma breve durante unos instantes antes de recuperar su expresión estoica, pues aún no acababa de creer que aquel despreciable hombre se hubiera atrevido a decir aquello sobre su prometida.

–Deje que le explique cómo funciona mi método. –sentenció Magnussen, caminando hacia la pared, haciendo desaparecer la grabación–. Para los que entienden de estas cosas, Mycroft Holmes es el hombre más poderoso del país. Bueno... aparte de mi. El punto de presión de Mycroft es su hermano, el detective yonki Sherlock. El punto de presión de Sherlock es su prometida, el experimento genético de Baskerville, Cora Izumi, también llamada Phoenix. –comentó, provocando que la aludida casi pierda la compostura.

Lo sabe... Sabe lo que soy. Si lo sabe... Entonces me tiene en sus manos..., pensó Cora mientras trataba de controlar sus emociones, pues el shock y el horror que aquel hombre le provocaba acababa de incrementar a un nivel exponencial. Sherlock la observaba con un sentimiento de impotencia e ira, pues no soportaba aquella situación, ya que Magnussen podía hacer lo que quisiera con ella.

El punto de presión de Cora es su amigo, John Watson. –continuó el hombre–. El punto de presión de John Watson es su mujer. Teniendo a la mujer de Watson... Tengo a Mycroft. Él es mi regalo de Navidad. –comentó con un claro tono de satisfacción, sentándose de nuevo en el sofá.

Es un intercambio. No un regalo. –mencionó Sherlock con una evidente nota de dureza en la voz por todo lo que estaba ocurriendo, deslizando el portátil hacia Magnussen. A los pocos segundos el detective se levantó del sofá, acercándose a su prometida, colocándose frente a ella, ocultándola de la vista del magnate. Con una mirada dulce cogió sus manos, las cuales estaban temblando, acariciándolas de forma suave. Cora reciprocó el gesto, acariciando sus manos también, antes de que Sherlock se girara hacia Magnussen, quien ahora tenía el portátil de Mycroft contra su pecho, acariciándolo.

–Perdóneme, pero siento que ya es mío. –comentó Magnussen con una sonrisa.

Tiene contraseña. –le informó Sherlock–. A cambio de la contraseña, me dará todo el material que tenga en su poder relativo a la mujer que conozco como Mary Watson... –mencionó antes de detenerse unos instantes, mirando de reojo a Cora–. Así como todo lo que tiene sobre mi prometida.

–Oh, la mujer de Watson es una mala pieza... Muchos muertos. –mencionó con una sonrisa–. La Srta Izumi en cambio... Que belleza en ese fuego... Tendrían que ver lo que yo he visto.

–No nos hace falta verlo. –indicó John con una voz seria y fría, mirando a la prometida de Sherlock de reojo.

–Pero disfrutarían. –mencionó–. Yo disfruto. –afirmó mientras John asentía con brevedad e incredulidad.

¿Y por qué no nos lo enseña? –preguntó Sherlock tomando la mano izquierda de su pelirroja, quien de pronto parecía haber perdido a facultad de hablar debido al shock.

–¿Enseñarles Appeldore? –inquirió Mycroft antes de dejar el portátil de nuevo en el sofá, a su lado, antes de volver su vista hacia ellos–. ¿Las cámaras secretas? ¿Es lo que quieren?

Quiero todo lo que usted tenga sobre Mary y Cora. –sentenció Holmes con un tono cortante. Ambos estuvieron manteniendo un concurso de miradas antes de soltar una carcajada, rascándose la nuca antes de volver a reír. A los pocos segundos se detuvo y observó a Sherlock.

Ya veo por qué le gusta la Srta Izumi. –mencionó casi en un susurro, provocando que el detective le sonría a su pelirroja, quien asintió de forma breve–. De verdad, yo esperaba algo bueno.

–Creo que el contenido de ese ordenador le resultará....-

Lleva un localizador GPS. –lo interrumpió Magnussen mientras observaba el portátil–. A estas alturas su hermano ya lo habrá echado en falta, y los servicios de seguridad se dirigirán hacia ésta casa. Al llegar encontrarán información confidencial en mi poder, y tendrán todo el derecho a registrar mi cámara acorazada. Descubrirán más información de este tipo, e iré a la cárcel. Usted sería exculpado y volvería a su pisucho apestoso a resolver crímenes con el Sr y la Sra Psicópatas. –mencionó con una sonrisa maquiavélica–. Mycroft llevaba mucho tiempo esperando ésta oportunidad. Será un hermano mayor muy orgulloso.

–Que sepa qué va a pasar no va a evitarlo. –sentenció Sherlock.

¿Y por qué sonrío? –preguntó Magnussen con ironía–. Pregúntemelo.

¿Por qué sonríe? –logró inquirir Cora, habiéndose recuperado del ligero shock que la dominaba.

–Porque su prometido ha cometido un gran error que destrozará las vidas de todos sus seres queridos, y todo lo que aprecia. Incluida usted. –replicó Magnussen, mientras Sherlock entrecerraba los ojos algo intrigado por sus palabras, y al mismo tiempo en guardia por lo que pudiera pasar–. Déjenme que les muestre las cámaras de Appeldore. –indicó Magnussen levantándose del sofá, y guiándolos por su complejo hasta unas puertas de madera adyacentes al lugar en el que se encontraban anteriormente. Colocó una de sus manos en el manubrio de las puertas–. La entrada a mis cámaras. Aquí lo guardo todo. –indicó habiéndose girad hacia ellos, antes de volver su vista a las puertas, abriéndolas de par en par.

En cuanto el magnate abrió las puertas de madera los tres compañeros se quedaron estupefactos en el sitio, pues lo único que contenía aquel cuarto era una silla. Una silla, y nada más. Ante las sorprendidas miradas de los tres amigos, Magnussen caminó hasta la silla.

–Bien, ¿y dónde están las cámaras? –preguntó John claramente confuso, provocando que Magnussen se gire hacia él.

–¿Cámaras? ¿Qué cámaras? Debajo de este edificio no hay cámaras. –indicó Magnussen con un tono sereno, sentándose en la silla–. Están todas aquí. –comentó, señalando su sien con su mano derecha, provocando que Cora y Sherlock se percaten al instante de a qué se estaba refiriendo con sus enigmáticas palabras–. Las cámaras de Appeldore son mi Palacio Mental. –le explicó al confuso John–. Ustedes dos saben de Palacios Mentales, ¿no es así Sherlock? ¿Cora? –les preguntó a los detectives, el primero de ellos tragando saliva con dificultad y abriendo ligeramente su boca, sorprendido y nervioso al mismo tiempo–. Cómo almacenar información que no olvidará nunca, con imágenes. Me siento aquí, cierro los ojos, y accedo a mis cámaras. Puedo ir a cualquier lugar dentro de ellas. Mis recuerdos. –explicó tras cerrar sus ojos–. Voy a mirar los archivos sobre la Sra Watson... –comentó mientras levantaba su mano derecha, y moviendo los dedos en un gesto que parecía estar pasando varias carpetas dentro de un archivo, hasta finalmente coger la carpeta en cuestión, procediendo entonces a leerlo–. ¡Ah! Este es uno de mis preferidos. Que emocionante. Tantos asesinatos para la CIA... Anda, ahora se ha hecho independiente. Chica mala. –comentó antes de comenzar a carcajearse–. Que malvada... Ya entiendo por qué le gusta. –indicó antes de hacer un gesto de guardar esa carpeta, segundos antes de coger otra de esas carpetas imaginarias–. Veamos ahora lo que tengo aquí sobre la futura Sra Holmes... –comentó mientras empezaba a pasar las páginas, un tic nervioso haciéndose presente en Sherlock, quien ahora estaba visiblemente molesto y nervioso–. Veamos... Oh, la misión de El Dragón del Caos en Japon... Y pensar que Mycroft la envió de nuevo a Japón tras haber estado allí. De hecho estaba embarazada...

Basta. No siga. –intercedió Cora, nervosa y horrorizada por lo que ese hombre sabía sobre ella.

Muchos muertos... Incluso enviaron a varios Yakuza para acabar con usted. Los mismos Yakuza que la secuestraron hacía varios años, antes de regresar a Inglaterra. –siguió el magnate, haciendo caso omiso de sus palabras–. Calcinaciones, desintegraciones, explosiones de fuego... Menuda belleza en sus poderes. Aunque no sé qué serían capaces de hacer si se supiera lo que es usted...

¡Ya basta! –exclamó Cora con lagrimas en los ojos, al punto de perder los estribos. La mirada de Sherlock se había vuelto extremadamente fría mientras escuchaba a Magnussen hablar de su prometida, mientras que John la miraba con una mezcla de horror y compasión.

Magnussen procedió entonces a repetir el mismo gesto de antes, guardando la carpeta en el archivador, antes de cerrar éste y abrir los ojos, mirando a los tres compañeros que se encontraban en su presencia.

–¿Lo ven?

–Entonces no hay documentos. No tiene nada aquí. –sentenció John mientras observaba el rostro horrorizado y lleno de palidez de su amiga pelirroja, pues estaba claro que no quería que ellos supieran de su pasado ni de lo que había hecho. Pudo apreciar cómo Sherlock le cogía la mano a Cora de forma disimulada, pues era evidentemente una situación extremadamente incómoda a la par que indeseable para ella.

–A veces mando buscar algo si realmente lo necesito, pero en general lo recuerdo todo. –replicó el hombre de las gafas.

No lo entiendo. –indicó John.

Ponga esa frase en una camiseta. –se mofó Magnussen.

–¿Se acuerda de todo? –preguntó John.

Se trata de saber, nada más. Saber es poseer. –mencionó–. Y en este momento poseo a su esposa y a la prometida del Sr Holmes, quien parece no ser capaz de articular palabra... Pobrecilla. –indicó con un tono de burla evidente.

–Pero si solo lo sabe no tiene pruebas. –le dijo Watson observándolo, e intentando olvidar la amenaza que acababa de dirigir hacia Mary y hacia Cora.

¿Pruebas? ¿Para qué las necesito? Me dedico a las noticias, idiota. –le rebatió con celeridad–. No tengo que demostrarlo: solo tengo que imprimirlo... Y hablando de noticias, mañana estarán en todas las portadas--intentando venderme secretos de estado... Junto a la autentica naturaleza de la señorita Izumi. –comentó antes de negar suavemente–. Vamos fuera. No tardarán. –mencionó, caminando fuera de la sala–. Estoy deseando verles detenidos y a ella en una central de experimentos. –indicó con satisfacción mientras caminaba.

–Sherlock, Cora, ¿tenemos un plan? –les preguntó John a los dos detectives. Ellos ni siquiera lo miraron, pues la pelirroja seguía en shock y Sherlock estaba petrificado en el sitio, observando la habitación en la que supuestamente debían estar las cámaras–. Sherlock. Cora. –apeló a ellos con más vehemencia, recibiendo solo silencio como respuesta, por lo que salió enfadado hacia el exterior. Cuando se hubo marchado, Sherlock salió de su trance y cerró los ojos de forma desesperada, mirando a su prometida, quien estaba con una palidez cadavérica y los ojos llenos de lágrimas que rehusaban salir.

Sherlock, ¿qué hacemos ahora? –le preguntó Cora entre lagrimas, tratando de calmarse–. Magnussen sabe todo sobre Mary y sobre mi. Vosotros podríais ir a la cárcel... –mencionó con tristeza–. Y yo... Yo... Volveré a ser un experimento de laboratorio.

No permitiré que te ocurra eso. Ni hablar. –le aseguró el detective mientras la cogía de los hombros, observándola–. No permitiré que corras esa suerte, ¿me oyes? Nadie volverá a experimentar contigo jamás. –indicó mientras la estrechaba entre sus brazos–. Ya se me ocurrirá algo... Siempre lo hago.

–Sherlock... –apeló a él la joven de ojos carmesí–. Todo lo que Magnussen ha dicho sobre mi...-

No me importa. –la interrumpió su prometido–. No me importa qué hicieras en tu pasado, porque estoy seguro de que tendrías tus razones. Incluso si hiciste lo que él ha dicho, eso no cambia quien eres ahora. Eres la persona más maravillosa que conozco y de la que me he enamorado por ser quien eres. Nunca nada ni nadie podría hacerme cambiar de opinión sobre ti, Cora. –le aseguró con una sonrisa, apartando de sus ojos las lágrimas saladas con sus pulgares. La pelirroja sonrió incluso si su destino pendía de un hilo, acercándose a él y besando su labios con infinito cariño y tristeza, pues podría ser la última vez que se vieran. Ambos compartieron aquel apasionado beso durante unos minutos, tratando de memorizar cada detalle del otro, hasta que decidieron romper el beso y reunirse con John y Magnussen fuera del complejo.

Sigo sin entenderlo... –mencionó John mientras Sherlock y Cora se acercaban a ellos.

Eso póngalo en la parte de atrás de la camiseta.

–Solo sabe cosas... ¿Cómo funciona? –le preguntó el doctor.

–Me encanta su cara de soldadito. Me gustaría partírsela. Acérquese un momento. Vamos. –le pidió Magnussen al ex-soldado con notable satisfacción en su voz, mientras el aludido lo miraba de forma incrédula. John dio una leve mirada hacia los dos detectives, quienes asintieron de forma suave–. Por Mary. Ponga la cara. –repitió el hombre, provocando que John carraspeara con resignación e ira, dando dos pasos e inclinándose ligeramente hacia él–. Inclínese un poco hacia delante y ponga la cara. Por favor. –le pidió a John, quien no tuvo más remedio que obedecer–. ¿Puedo pegarle? ¿Puedo darle un toquecito? –preguntó, antes de alzar su mano derecha, doblando su dedo corazón hasta quedar debajo del pulgar, acercando la mano hacia el rostro de John, soltando el dedo, que dio un golpe seco a la mejilla del doctor–. Me encanta hacer esto. Me pasaría el día así. –se carcajeó Magnussen–. Pues así funciona, John. Sé a quién hirieron y mataron Mary y Cora. Sé dónde encontrar a personas que las odian. Sé dónde viven. Sé sus números de teléfono. Todo está en mi Palacio Mental--todo. Podría llamarles ahora mismo, y destrozarles la vida a ambas. Y lo haré, a menos que me deje darle golpecitos. Esto es lo que le hago a la gente. Lo que les hago a países enteros, y todo porque sé. –se explicó Magnussen dejando una amenaza clara tras sus palabras, mientras repetidamente daba toques al rostro de John, aumentando la ira que el detective sentía a cada segundo, pues no solo estaba jugando con ellos, sino que estaba amenazando a Mary, y aún más importante, a Cora. Como tenía la mano de la joven de ojos carmesí en la suya, la acarició de forma suave en un esfuerzo por calmarla–. ¿Puedo darle en el ojo? A ver si lo mantiene abierto... –preguntó el hombre de las gafas, volviendo a golpear a John, pero ésta vez en el ojo. Ante aquel gesto, instintivamente John cerró el ojo, lo que provocó que Magnussen se carcajeara–. Venga. Por Mary y Cora. Mantengalo abierto.

¿Sherlock? ¿Cora? –inquirió John con un claro tono de frustración.

Déjale. Lo siento. Tu... déjale. –replicó el Detective Asesor con una voz llena de remordimiento.

–Venga. Ábralo. –le indicó Magnussen al doctor antes de volver a golpearlo–. Es difícil, ¿verdad? Janine lo consiguió una vez. Hace unos ruidos graciosísimos.

Oh no, pobre Janine... Al menos ahora ya no trabaja para él., pensó la pelirroja apenada por aquella amiga que había hecho.

En ese momento se pudo escuchar el claro sonido de las aspas de un helicóptero acercándose a su posición. Tras el sonido aparecieron allí multitud de policías con su armas apuntándolos y rifles de francotirador con mira láser. Cuando el helicóptero se hizo presente en la escena, el foco de luz los iluminó a los cuatro.

Sherlock Holmes, Cora Izumi y John Watson. Apártense de ese hombre. –se escuchó la voz de Mycroft Holmes por el altavoz del helicóptero.

Ya está, Sr Holmes y Srta Izumi. Fin del juego. –comentó Magnussen, girándose hacia ellos.

–Para que quede claro: ¿las cámaras de Appeldore solo existen en su mente? ¿En ninguna otro lugar? ¿Solo ahí? –le preguntó Sherlock dando unos pasos, colocándose al lado de John, mientras que la pelirroja se colocaba a su izquierda.

No existen. Nunca han existido.

Sherlock Holmes, Cora Izumi y John Watson. Apártense. –dijo de nuevo la voz de Mycroft.

–¡No pasa nada! ¡Son inofensivos! –exclamó Magnussen dirigiéndose al helicóptero.

El objetivo no va armado. Repito. El objetivo no va armado. –notificó uno de los policías por radio, acercándose a ellos junto a sus compañeros con las armas cargadas.

–Chicos, ¿qué hacemos? –les preguntó John a los dos detectives.

¡Nada! No hay que hacer nada. No soy un villano. No tengo ningún plan malvado. Soy un hombre de negocios adquiriendo bienes, y resulta que son uno de ellos.

El sociópata observó primero a John: su mejor amigo y el hombre más valiente que había conocido. Con Magnussen libre, él y Mary estarían en constante peligro. Después centró su mirada en Cora: su prometida, y la mujer de la que se había enamorado perdidamente. Era fuerte, increíblemente inteligente, pero mucho más humana de lo que él sería jamás. Tasmbién ella estaría en peligro si Magnussen seguía libre. Podría incluso acabar muerta, y Sherlock no soportaba la idea. No podía dejar que experimentaran con ella de nuevo. Tras sopesar sus pensamientos y el curso de acciones que debía tomar, se decidió: Incluso si debía perderlo todo, no permitiría que John y Cora sufrieran.

–Lo siento. Esta vez no podrá ser el héroe, Sr Holmes. –le gritó Magnussen.

Sherlock Holmes, Cora Izumi y John Watson, apártense de ese hombre. Ahora mismo. –ordenó la voz de Mycroft mientras Sherlock se acercaba disimuladamente a John, cogiendo su pistola del bolsillo de su chaqueta.

–Investigue un poco. –le dijo al magnate, dando unos breves pasos hacia él–. No soy un héroe, soy un sociópata bien integrado. –le informó, observándolo–. ¡Feliz Navidad! –gritó con todas sus fuerzas, alzando su mano derecha hacia Magnussen y apretando el gatillo de la pistola de John. Mientras el cuerpo de Magnussen caía al suelo, Cora y John intentaban recuperarse del shock de lo que acababa de pasar. Sherlock dejó caer la pistola y alzó los brazos, girándose hacia el helicóptero–. ¡Alejaros de mi, los dos! ¡Quedaros atrás!

¡Por Dios, Sherlock! –exclamó John, retrocediendo y alzando las manos, al igual que la pelirroja.

¡No! ¡Sherlock! –exclamó Cora al unísono.

–¡No disparen! ¡No disparen a Sherlock Holmes! ¡No disparen! –exclamaba la voz de Mycroft por los altavoces.

–¡Dios mío, Sherlock! –exclamó la joven de ojos escarlata.

Dale recuerdos a Mary. Dile que ahora está a salvo. –le dijo el detective a su mejor amigo, aún con las manos alzadas, girándose hacia él. John asintió de forma breve, mientras Sherlock se giraba hacia su prometida–. Cora, ahora también tú estarás a salvo, querida. Te quiero. Siempre lo he hecho, y siempre lo haré. –le dijo a la joven que lo observaba con los ojos llenos de lagrimas.

Yo también te quiero, Sherlock. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. –sentenció ella, mirando sus ojos azules-verdosos.

Sherlock le dedicó una última sonrisa a su prometida antes de girarse hacia los policías, quienes ahora lo apuntaban con láseres. A los pocos segundos se puso lentamente de rodillas, dejando que los policías se acercaran a él y lo esposaran. Cora observó con impotencia y lágrimas en sus orbes carmesí cómo se llevaban a su prometido. Magnussen tenía razón... Fin del Juego.

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