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| -Proposición- |

Los dos detectives acababan de llegar al 221-B de Baker Street y subieron al piso. Cora estiró los brazos una vez estuvieron en la sala de estar.

–Ah... ¡Que bien sienta el haber vuelto a casa! –comentó la pelirroja con una sonrisa mientras se giraba para observar a su novio, quien la miraba con esos ojos que expresaban todo lo que él sentía por ella. Cora observó como Sherlock se acercaba al pequeño aparato de música que había en la habitación, pulsando una de las teclas, con lo que se comenzó a escuchar en el piso una dulce y lenta melodía propia de un vals. Con una sonrisa en los labios, el detective se acercó a su novia y extendió su mano hacia ella.

–¿Me haría el honor de bailar conmigo, milady? –le preguntó, mientras sus ojos azules-verdosos no perdían en ningún momento el contacto visual con los rojos de ella.

El honor es mío, señor Holmes. –replicó ella antes de hacer una breve reverencia y tomar su mano, acercando su cuerpo al de él, comenzando a bailar al son de aquella dulce y lenta melodía que los envolvía, aislándolos del resto del mundo.

Sherlock guiaba a la joven en suaves y gráciles movimientos mientras giraban por la sala de estar, sus movimientos sincronizados en perfecta armonía. Cora recordaba esa melodía perfectamente... Era la misma melodía gracias a la cual había aprendido a bailar. Su madre se la había mostrado. Cerró los ojos, apoyando su cabeza contra el pecho de Sherlock, dejándose llevar por aquellos ecos del pasado y las firmes y cálidas manos que la sujetaban y mantenían segura en el presente. La música fue tornándose algo más intensa, los instrumentos cada vez más numerosos, pues aquel vals era interpretado por una orquesta sinfónica. Ahora, ambos bailaban con ese mismo espíritu uniendo sus corazones: una unión inquebrantable, un voto que ninguno tuvo la necesidad de poner en palabras. Bailaron juntos hasta el momento en el que ya no se escuchaba la bella y suave tonada de los violines, continuando unos minutos más hasta detenerse. Ambos se miraron a los ojos en ese precioso e íntimo momento, entrelazando sus manos en un gesto suave y afectuoso.

–Gracias por haber bailado conmigo, Sherlock... Ha sido mágico, a expensas de una palabra mejor para describirlo. –le dijo la pelirroja con una voz suave y aterciopelada, sus orbes carmesí llenos de alegría y ternura–. Gracias por haberme hecho recordar aquello que creía olvidado. Esa música... Es el vínculo más fuerte que compartía con mi madre, y jamás podré olvidarlo.

No tienes que agradecerme nada, Cora. –le replicó el joven–. Yo también te debo mucho, y deseaba compartir contigo la música que marcó tu infancia de aquella forma. –añadió con una sonrisa, acariciando su mejilla–. Nunca podré agradecerte que llegaras a mi vida en la forma en la que lo hiciste.

Ambos se besaron en aquel momento, los fuertes latidos de su corazón uniéndose en un ritmo equivalente a los tambores taiko, un ritmo sagrado del que solo ellos eran testigos y partícipes. Los brazos de la joven de cabellos carmesí rodearon el cuello de aquel hombre a quien tanto amaba, y por quien tanto estaba dispuesta a sacrificar. Los brazos del joven detective se colocaron en su espalda, atrayendo a la mujer que daba aliento a su vida, acercándola más a su torso si aquello era posible. Nada parecía satisfacerlos en aquel momento. Ninguna caricia podía llenar todo aquel amor que sentían el uno por el otro... Un amor puro e intenso como el propio fuego que ella manipulaba.

El día siguiente fue testigo del amanecer mas hermoso que había habido en la tierra, o eso pensó Cora, cuyo corazón se encontraba henchido de felicidad y lleno también por el profundo amor que sentía por Sherlock, quien se encontraba en ese momento descansando a su lado, en la cama. La pelirroja de ojos carmesí sonrió, y tras brindarle a su novio un beso en la frente y otro en los labios, se vistió de forma cómoda, tapándolo con las sábanas para que no pasara frío. La detective cerró la puerta de la estancia con lentitud para no despertarlo, una sonrisa dulce adornando sus sonrosados labios. Tras unos segundos, la joven suspiró de felicidad, recordando los eventos de la noche anterior, los cuales la hicieron sonrojar violentamente. Tras comprobar que aún quedaba café, la joven decidió prepararse el desayuno y usar el portátil de la sala de estar. Una vez tuvo la taza humeante de café con leche en su mano derecha, la joven se sentó en la mesa e iba a abrir el portátil, encontrando que encima de éste había un disco en el que se podía leer: Para Cora. Muchas Felicidades.

Cora recordó en aquel instante que aquel disco se lo había entregado John, el día en el que estaba sacando sus cosas del piso hacía dos años. Recordó además que éste le dijo que era un vídeo que Sherlock le había grabado con motivo de su cumpleaños, y que era por derecho, suyo. Tal era su curiosidad por averiguar el contenido del vídeo que Sherlock le grabó, que la pelirroja no lo pensó demasiado y decidió encender el portátil, insertando el disco en él, pocos segundos después. De todas formas, aquella mañana era también el día por el que Sherlock le había grabado aquel mensaje: era su cumpleaños. Con un pequeño atisbo de dolor tras recordar que era el mensaje que grabó su novio antes de que ocurriera la Caída de Reichenbach, la joven tragó saliva y abrió el archivo, el vídeo poniéndose en marcha. A los pocos segundos, apareció Sherlock, de pie frente a la cámara.

¿Ya ha empezado? ¿La luz parpadea? ¿Sí? Ok... –dijo el detective–. Entonces... ¿qué debería hacer al final? ¿Debería mandarle un beso o una despedida cariñosa? –le preguntó al cámara, quien lo estaba grabando.

–Bien, lo que tú quieras. –le indicó la voz de Lestrade.

–Recuérdamelo, ¿por qué estoy haciendo esto? –inquirió Sherlock, quien se había vuelto de espaldas a la cámara, mirando el papel pintado de la sala de estar.

Porque quieres a Cora, es su cumpleaños, y te vas a perder la cena que hemos preparado en su honor. –replicó Lestrade.

Claro que me voy a perder la cena, ¡habrá gente! –exclamó el detective antes de mirar a la cámara–. Espera, necesito un momento para pensar en qué le quiero decir...

–Como tu veas. –dijo Lestrade.

–Bien, estoy listo. Como se te ocurra interrumpirme o hacer algún comentario sarcástico te juro que te echo a patadas. –dijo Sherlock antes de sentarse en su sillón, la cámara siguiendo sus movimientos–. Hola Cora... Eh... Bueno, como es tu cumpleaños he pensado que debería regalarte algo especial. –dijo Sherlock–. He comprado bombones y rosas, pero eso me parece demasiado vulgar tratándose de un regalo de cumpleaños, así que lo he tirado a la basura.

Cora sonrió y negó con la cabeza. Incluso en un vídeo que él mismo había grabado, su querido novio no dejaba de ser tan maravilloso.

No estoy seguro de cómo se deben decir estas cosas, porque nunca se me ha dado demasiado bien el hablar con mis sentimientos a flor de piel, pero lo haré lo mejor que pueda. –indicó el detective–. Lamento no poder estar contigo en este día tan especial--aunque no dudo que pueda ir después de todo porque estará allí aquel chico, James. –comentó con un ligero tono de fastidio en su voz–. Eres especial en muchos sentidos para mi, y realmente no sé cómo debería expresarte mis sentimientos en la mayoría de las ocasiones. Me cuesta reconocerlo, pero sentir tus abrazos cada día es realmente tranquilizante. –comentó antes de carraspear–. Lo que intento decir es... Hemos pasado por muchos momentos juntos, algunos buenos y otros no tanto, pero siempre hemos salido adelante. Tú eres la causa de que despertaran en mi sentimientos que ya creía tener olvidados, y por ello opino que unos simples bombones y unas rosas no son el regalo adecuado para ti, querida. Por ello... –en ese momento, Sherlock se interrumpió, cogiendo algo del bolsillo de sus pantalones–. Quiero entregarte mi corazón, mi cuerpo, mi alma,... Todo. –concluyó con una voz muy dulce–. Por eso mismo me veo obligado a hacerte ésta pregunta... –le dijo antes de enseñar la cajita a la cámara, hincando una rodilla en el suelo, y abriéndola–. Cora Izumi, ¿quieres casarte conmigo?

El vídeo terminó en aquel momento, dejando a la pelirroja con las lágrimas saladas agolpándose en sus hermosos orbes carmesí. Su corazón palpitaba dentro de su pecho con una gran fuerza que apenas podía describir con palabras. Aquellas palabras... Aquellas palabras que había deseado escuchar de la boca del hombre que amaba, al fin habían llegado a su corazón. Cora se percató entonces de una presencia a su espalda, y se giró lentamente, encontrando a Sherlock apoyado en el margen de la puerta de la sala de estar, con una mano metida en el bolsillo izquierdo de su pantalón.

–Creo que no hace falta que reitere mis sentimientos por ti, pero lo haré de todas formas... –comentó el detective, acercándose a ella con pasos lentos, quedando justo frente a ella, quien se había levantado de la silla–. Cora, eres la mujer más maravillosa que he conocido en toda mi vida, y jamás me he arrepentido de conocerte. Te amo como nunca creí que sería capaz de hacerlo, y estaría dispuesto a morir por ti, y a compartir toda mi vida contigo. No podría vivir con otra mujer que no fueras tú, y no lo querría de otra manera. Me has dado vida y esperanza en los momentos en los que no veía más que oscuridad, y por primera vez me he dado cuenta de lo que se sentía al perder a alguien a quien se ama con el corazón. La angustia que sentía era la prueba irrefutable de que no podía vivir sin ti, y eso no ha cambiado. Llevo dos años esperando para pedirte esto una vez más. Deseo ser quien cure las heridas de tu pasado, deseo ser tu presente y tu futuro... Lo que quiero decir, es que yo nací para conocerte, y tú naciste para conocerme. –dijo el detective con su voz suave y tierna mientras se acercaba a ella aún más quedando sus rostros a pocos centímetros–. Cora Izumi, ¿querrías compartir el resto de tu vida conmigo, y ser mi esposa? –preguntó Sherlock tras hincar una rodilla en el suelo, ofreciéndole el anillo que llevaba custodiando en aquella cajita desde hacía dos años.

Cora se llevó las manos a la boca y trató de suprimir las lágrimas que no paraban de brotar de sus ojos, pero la inmensa alegría que llenaba su corazón era tal que apenas podía articular palabra. Con sus ojos aún empañados por las lágrimas saladas, la joven pelirroja asintió con vehemencia, tratado de recuperar el control de su voz.

Sí, sí, sí, ¡Si! –replicó ella mientras asentía nuevamente–. ¡Sí quiero, Sherlock! –exclamó con su voz en un tono de inmensa dicha.

Sherlock sonrió como nunca había echo anteriormente, y tras levantarse del suelo colocó el anillo en la mano derecha de su ahora prometida. Cora se lanzó a los brazos del detective, quien la abrazó y la besó con una gran pasión y cariño. La joven de ojos carmesí lloraba de felicidad, y el joven detective sonreía y estrechaba entre sus brazos a la joven que amaba, su corazón palpitando velozmente por aquella respuesta que ella le había brindado. Una vez la hubo bajado al suelo, el joven rodeó su cintura con sus brazos, ella correspondiendo el gesto, rodeando su cuello con los suyos.

Feliz cumpleaños, amor mío. –comentó el detective antes de besarla en los labios, tomándola en brazos y llevándola a su cuarto.

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