| -Navidad con los Holmes- |
Apenas habían pasado unos cuatro meses desde lo ocurrido con Mary y Magnussen. En la casa del Sr. Holmes y la Sra. Holmes, Sherlock se encontraba cenando allí por Navidad con su familia y con John y Mary, a quienes había invitado a pasar el día con ellos.
–Madre mía... Solo son las 14:00. –comentó Mycroft con una voz hastiada–. Lleva siendo el día de Navidad al menos una semana –se quejó en un tono molesto–: ¿Cómo es que solo son las 14:00? Qué agonía...
–Mikey, ¿ese es tu portátil? –preguntó la Sra. Holmes, señalando un pequeño ordenador sobre el que había colocado una tabla de madera, donde había pelado unas patatas. Cora, quien se encontraba sentada en una silla al lado de la de Sherlock, sonrió divertida ante aquella escena.
–Del cual depende la seguridad del mundo libre, y sí, le has puesto patatas encima. –replicó el mayor de los hermanos Holmes con un tono sarcástico, haciendo que la pelirroja esbozara otra sonrisa.
–Pues no haberlo dejado tirado si es tan importante. –replicó la madre del detective con un tono con retintín.
–¿Por qué hacemos esto? ¡Nunca lo habíamos hecho! –indicó El Hombre de Hielo, encogiéndose de brazos.
–Estamos aquí porque Sherlock ha vuelto a casa del hospital, se va a casar pronto, y nos alegramos mucho. –le contestó su madre.
–¿Yo también? No he mirado... –comentó Mycroft con un tono suave.
–Compórtate Mickey. –le indicó la mujer de cabello canoso y ojos azules pálidos.
–Mycroft es el nombre que me pusiste, a ver si eres capaz de pronunciarlo bien. –la regañó de forma cariñosa su hijo mayor, ante lo cual ella abrió los ojos con pasmo.
Cora suspiró y observó la portada del periódico de The Guardian donde estaba el título Lord Smalwood se suicida, y con el subtítulo El par avergonzado toma su propia vida, el hombre de 63 años de edad murió tras el escándalo de las cartas. La pelirroja pensaba en lo ocurrido hacía varios días, cuando Sherlock aún se encontraba recuperándose en el hospital, donde había estado hablando con él acerca de la boda. Éste le había comentado que quería casarse con ella en el mes de Febrero, aprovechando el Día de San Valentín, pues aunque pensara que era una tradición sinsentido, él sabia que a la joven de ojos carmesí le haría extremadamente feliz. Ya habían platicado acerca de lo que deseaban para su enlace: primero de todo, no querían una boda extremadamente lujosa. La joven de cabellos carmesí estaba segura de que los padres de su detective asistirían, así como Mycroft, aunque ella no estaba segura de que su familia restante, con quien no había mantenido contacto alguno desde la muerte de sus padres, asistiera a la ceremonia. Por otra parte, Sherlock y ella no tenían demasiados amigos, pero invitarían a aquellos que apreciasen, entre ellos a Molly. La de ojos carmesí se había tomado la libertad de invitar también a la Dra. Stapleton, a Amanda Stapleton, Lily Stapleton, y a Kirsty Stapleton, pues le debía mucho a la primera, y en parte era la responsable de que estuviera viva para poder casarse con el hombre que amaba. Cora había estado pensando en invitar a John y Mary a la boda, pero si seguían enfadados, aquello podría ser extremadamente incómodo. Entre otras cosas, porque ella tenía pensado pedirle a John que fuera el padrino, y a Mary que fuera dama de honor. Por otro lado, ya que no tenía a nadie que la llevara al altar, la joven había pensado en pedírselo a alguien a quien tuviera aprecio, aunque su decisión no terminó de agradar al detective, pues se lo había pedido a Greg. Tras unos segundos, Cora sintió la mano de Sherlock en su hombro derecho, lo que la hizo salir de aquel pequeño trance en el que se hallaba sumida. El Detective Asesor le sonrió de forma cariñosa y tranquilizadora, como si hubiera adivinado que se encontraba algo preocupada por su boda.
–Sra. Holmes... –dijo Bill Wiggins, quien también estaba allí, entregándole una taza de ponche a la mujer.
–Gracias cielo... –le indicó ella con una sonrisa–. No sé muy bien por qué estás aquí.
–Lo he invitado yo. –replicó Sherlock con rapidez.
–Soy su protegido, Sra. Holmes. –le comunicó Wiggins–. Cuando se muera heredaré sus cosas y su trabajo. –comentó, ante lo cual Cora alzó el rostro rápidamente, al mismo tiempo que Sherlock negaba con la cabeza.
–No. –sentenció el sociópata–. Eso lo heredará en todo caso mi prometida, aquí presente.
–¿Pero y si se muere? –preguntó Bill.
–Aún así, no. –dijo Sherlock.
–Ah, pues... Ayudo un poco. –comentó Wiggins.
–Te acercas. –indicó Cora con un tono ligeramente severo por lo que antes había dicho el joven.
–Si les asesinan o algo... –comentó de nuevo el joven, provocando que tanto Mycroft y la Sra. Holmes lo miren algo turbados.
–Mejor que te calles. –indicó Sherlock, algo hastiado ya de la conversación.
–Vale... –concordó Bill, mientras el hermano del sociópata dirigió su mirada hacia éste y su prometida.
–Que bien que traigáis a vuestros amigos... –mencionó con un tono serio antes de que su madre lo interrumpiera.
–Ya está bien. Le han pegado un tiro a mi niño... –mencionó ella–. ¡Como me entere de quién ha sido me voy a poner hecha una furia! –exclamó, antes de coger una taza de té, provocando que tanto Cora como Sherlock esbozaran una sonrisa–. Ah, ésta era para Mary... Vuelvo enseguida. –mencionó la mujer de ojos pálidos con un tono amable, saliendo de la cocina. La pelirroja se percató en ese momento de que su detective miraba su reloj, y recordó que empezaba una cuenta atrás de 7 minutos y 37 segundos.
–Espere Sra. Holmes, iré con usted. –le indicó la pelirroja a su futura suegra, acompañándola.
En la sala de estar de la acogedora casa de los señores Holmes, Mary se encontraba recostada en el sofá, leyendo un libro. El padre del detective cogió dos pequeños troncos de madera del trastero adyacente a la sala y los echó al fuego. En ese momento apareció la amable madre del sociópata junto a la prometida de éste, quien sonreía.
–Ah, Mary. –dijo la mujer, caminando hacia la rubia–. Estás aquí... –mencionó, entregándole el ponche–. Una taza de té. Si Padre empieza a hacer como que tararea, le das un codazo. Con eso suele bastar. –le comentó a la rubia, provocando que ella se carcajee.
–¿Lo escribió usted? –preguntó Mary, sujetando en su mano un libro titulado La Dinámica de la Combustión por M.L. Holmes. La pelirroja se fijó en el libro con visible interés.
–Oh, ese mamotreto viejo... No lo leas. Ahora las Matemáticas parecerán una tontería.
–Créame, yo lo he leído y es realmente interesante. –apostilló Cora con un tono sereno, sonriendo a la mujer de cabello canoso.
–Oh, Cora querida, eres un encanto. –le indicó con una sonrisa–. Y tutéame, cielo, pronto serás de la familia. –comentó, dándole un beso en la mejilla de forma afectuosa, antes de dirigirse a su marido, quien estaba tarareando una canción de forma distraída–. Y tú sin tararear. –le dijo golpeando de forma afectuosa su trasero, antes de salir de la estancia. El Sr. Holmes sonrió y miró a las dos mujeres de la sala de estar.
–Un bicho raro, mi mujer, pero resulta que es un genio. –les comentó.
–¿Era matemática? –preguntó Mary, mientras la pelirroja se quedaba sentada en el reposa-brazos cercano a ella, observando por el rabillo del ojo que se tomara el té.
–Era matemática. –sentenció Cora con una sonrisa, pues su futura suegra era una persona maravillosa y muy cálida.
–Exacto, Cora. –replicó el Sr. Holmes–. Lo dejó por los niños. No soportaba discutir con ella: Yo soy bastante torpe, pero ella... ¡está como un tren! –le comentó, sonriendo mucho.
–Madre mía... –comentó Cora–. ¿Usted es el cuerdo, no?
–¿Y vosotras no? –les preguntó, arqueando una ceja.
Mary agachó la cabeza ante esa pregunta, mientras que la pelirroja sonrió con calidez al hombre. La pelirroja de ojos carmesí miró a Mary a los pocos segundos, encontrándose con su mirada, que de pronto se acobardó, pero antes de que pudiera retirar sus ojos, la prometida del Detective Asesor la tomó de la mano, asintiendo de forma suave y casi imperceptible, indicándole que la perdonaba por lo que había ocurrido. En ese momento crucial fue cuando la puerta de la estancia se abrió, apareciendo por ella a los pocos segundos el Dr. Watson, quien observó a las tres personas presentes en el lugar.
–Oh... –logró musitar, momentos antes de que Mary pasara una página del libro de forma nerviosa–. Lo siento. Es que, eh... –dijo John de forma nerviosa.
–Oh, ¿queréis que... os dejemos solos? –preguntó el Sr. Holmes.
–Será lo mejor, Sr. Holmes. –sentenció Cora rápidamente, tomándolo de la mano y caminando con él fuera de la estancia.
–Sí, tienes razón querida. Veré si puedo ayudar. –le respondió éste, cerrando la puerta de la sala de estar, encontrándose a Sherlock, quien salía afuera, colocándose la gabardina–. ¿A esos dos... les pasa algo? –le preguntó a su hijo.
–Ya sabes--han tenido sus altibajos... –replicó el detective, ayudando a su amada prometida a colocarse la chaqueta–. Acompáñame, querida. –le mencionó a Cora, quien salió con el a la parte frontal de la casa.
En la sala de estar, John se había colocado frente al sofá en el que su mujer se hallaba sentada, leyendo el libro. Tras suspirar, decidió hablar con ella, pues era mucho lo que deseaba decirle.
–¿Estás bien? –le preguntó con preocupación.
–Oh... –se sorprendió ella, levantando su vista del libro–. ¿Quieres que hablemos hoy? Es Navidad... –comentó con un tono sarcástico, antes de que John sacara del bolsillo de su pantalón el pen-drive con el acrónimo A.G.R.A. escrito en él–. ¿Ahora? ¿En serio? Meses de silencio, ¿y vamos a hacer ésto ahora? –preguntó de forma exasperada, mientras que John volteaba en varias ocasiones el pen-drive–. ¿Lo has leído? –le preguntó la rubia con un tono preocupado, observándolo. El Dr. Watson miró al suelo, agarrando con su puño el objeto que tenía hace segundos en el bolsillo, antes de señalar un pequeño sitio a su lado.
–¿Quieres venir? –preguntó el hombre tras tragar saliva.
–No. Dime, ¿lo has leído? –le contestó ella, negando con su cabeza.
–Ven... aquí. –le pidió John con un tono autoritario.
Mary hizo un gesto molesto, comenzando a levantarse, colocando una mano en su vientre, pues ya estaba en una etapa avanzada del embarazo. John hizo un ademán de ir a ayudarla, pero la rubia lo detuvo.
–No. Estoy bien. –le indicó tras levantarse por fin, caminando hacia su marido con pasos lentos, con éste apartándose, dejándole espacio. Ahora Mary se encontraba al lado de la chimenea, parándose frente a John, aún con la cabeza gacha, no mirando sus ojos.
–Le he dado vueltas a lo que quiero decirte. Son palabras preparadas, elegidas con cuidado. –dijo John casi en un susurro.
–Vale. –dijo Mary de forma nerviosa.
–Los problemas de tu pasado son asunto tuyo. –le dijo el doctor tras carraspear–. Los problemas de tu futuro son... mi privilegio. –comentó, ante lo cual Mary comenzó a llorar, conmovida por esas palabras–. No tengo nada más que decir. No quiero saber más. –sentenció antes de tirar el pen-drive al fuego cálido de la chimenea–. No, no lo he leído.
–Ni siquiera sabes mi nombre... –le dijo Mary entre lágrimas.
–¿Mary Watson te parece bien? –le preguntó John.
–¡Sí! Oh por Dios, sí. –replicó ella, sollozando.
–Pues a mi también. –le indicó su marido, sonriendo. Ambos dieron unos pocos pasos, abrazándose mientras ella lloraba–. Todo esto no significa... que no esté enfadado contigo. –comentó en una voz baja y suave.
–Ya lo sé...
–Estoy muy enfadado, e irá saliendo. –susurró.
–Lo sé, lo sé... –replicó ella antes de quitarse las lágrimas y separarse para poder mirarse a los ojos.
–A partir de ahora cortarás el césped. –le dijo con suavidad.
–Cortar el césped...
–Yo lo hago siempre. –replicó él.
–¡No siempre!
–Y el nombre del niño lo elijo yo.
–Ni hablar. –sentenció ella.
–Vale. –concedió él, abrazándola de nuevo.
Entretanto, en la parte frontal de la casa, la pelirroja se encontraba apoyada en el dintel del a puerta, observando a los dos hermanos, quienes se encontraban fumando a pocos metros de ella.
–Me alegro de que hayáis renunciado al asunto de Magnussen. –comentó Mycroft.
–¿Ah, sí? –preguntó la pelirroja con un tono sereno.
–Tengo curiosidad: no es el tipo de rompecabezas que a los dos os gusta, ¿por qué lo odiáis? –preguntó el hermano mayor.
–Porque ataca a la gente que es diferente y se adueña de sus secretos. –le replicó Sherlock con rapidez.
–¿Por qué tu no? –preguntó la pelirroja con un tono sereno.
–Nunca perjudica a nadie demasiado importante. Es demasiado inteligente para eso. –replicó Mycroft, mirándola–. Es un hombre de negocios, nada más, y en ocasiones nos es útil. Un mal necesario--no un dragón para que Sherlock y tú matéis.
La joven de ojos carmesí sonrió mientras notaba que Sherlock sacaba el cigarrillo de su boca, acercándose con pasos rápidos a él.
–Unos mata-dragones... ¿Así nos ves? –le preguntó Sherlock a su hermano.
Mycroft tomó una calada de su cigarrillo, dando la espalda a la puerta de entrada, con Sherlock colocándose a su derecha, y con Cora colocándose a la derecha de éste. Los tres se hallaban en ese momento de espaldas a la casa.
–No. Así os veis vosotros mismos. –le indicó el Hombre de Hielo con un tono sarcástico.
En ese momento, Cora escuchó sin ninguna duda el sonido de la puerta principal abriéndose, y a los pocos segundos, se escuchó la voz de la Sra. Holmes.
–¿Estáis fumando? –preguntó, sobresaltando a los dos hombres, quienes se giraron rápidamente hacia ella, escondiendo los cigarrillos en su espalda.
–No. –replicó Mycroft.
–¡Es Mycroft! –exclamó Sherlock al mismo tiempo.
La madre de los dos Holmes les dedicó una mirada ligeramente sospechosa a sus dos hijos, pero no a la pelirroja, quien se encontraba sonriendo. La mujer de cabellos canosos cerró la puerta, y Sherlock dejó escapar una calada de humo en dirección a ésta. Mycroft camino unos pocos pasos hacia el lugar por el que había desaparecido su madre, antes de volverse hacia los dos detectives.
–Por cierto, tengo una oferta de trabajo que me gustaría que rechazases. –sentenció Mycroft, dirigiéndose a su hermano.
–Rechazo tu amable oferta. –replicó el joven detective.
–Transmitiré tus disculpas.
–¿Cuál era? –preguntó la pelirroja, curiosa por ello.
–El MI6--quieren enviar a Sherlock otra vez a Europa del Este. Una misión secreta que podría tener consecuencias funestas para él en... unos seis meses. –replicó Mycroft, provocando que la pelirroja suspire, aliviada por ello, ya que no podría soportar que algo le pasara–. Les comenté que no aceptaría el trabajo debido a que pensáis casaros en breve, pero como siempre, hicieron caso omiso y me pidieron que le ofreciera el trabajo de todas formas. –comentó el hermano mayor del sociópata, observando el rostro aliviado de su próxima cuñada–. Y de todas formas nos es más útil cerca de casa, al igual que tú, Cora.
–Útil... ¿Cómo? –se preguntó Sherlock en voz alta.
–Bueno, aquí hay dragones... –mencionó de forma enigmática Mycroft–. De hecho, ya dispuse de la ayuda de Cora en ciertas misiones del MI6 cuando estuviste desmantelando la red criminal de Moriarty.
–¿Qué? –preguntó Sherlock, dando una mirada a su prometida y a su hermano–. ¿Que hiciste... Qué?
–Eh... Estuve ayudando a Mycroft con unas misiones por Japón. –le mencionó ella–. Fue un tiempo antes de que tuviera el aborto. –le confesó–. Como ya había estado allí, Mycroft pensó que podría ayudar... Y además es de las pocas personas que sabe sobre mis habilidades especiales.
Cora observó como su prometido respiraba con pesadez, intentando calmarse, pues si aquello que le había dicho era verdad, significaba que ella estaba embarazada cuando lo ayudó. Tras unos segundos Sherlock logró calmar su temperamento, y la tomó de la cadera en un gesto tranquilizador.
–Esto no me sienta bien... –dijo Mycroft tras toser y dejar de fumar el cigarrillo–. Voy a entrar... –comentó tras tirar el cigarro al suelo, pisarlo para apagar la colilla, y caminar unos pasos hacia la entrada.
–Tienes que fumar light. Pareces un principiante... –sentenció Sherlock.
–Y además, perderte me partiría el corazón. –dijo Mycroft, provocando que la pelirroja se de la vuelta para mirarlo, y que Sherlock, quien había comenzado a tomar otra calada, se atragante, comenzando a toser.
–¿¡Qué coño quieres que te conteste!? –exclamó Sherlock, mirando a su hermano con incredulidad.
–¿Feliz Navidad? –preguntó Mycroft.
–¡Odias la Navidad! –exclamaron los dos detectives.
–Sí. Quizá el ponche tenía algo. –replicó Mycroft con una sonrisa confidente dedicada a ambos.
–Casi seguro. –replicó la pelirroja con una sonrisa.
–Ve a tomar uno más. –sentenció Sherlock, observando cómo Mycroft entraba a la casa.
La joven de cabellos carmesí se giró hacia su prometido con calma, en su rostro dibujándose una expresión preocupada.
–Este plan es demasiado peligroso y no me gusta nada, Sherlock... –comentó la joven de orbes rubí–. ¿Cuánto más debemos esperar?
–Paciencia, querida. Solo unos dos minutos. –le respondió el, aún tomándola de la cadera, acercándola a él.
–Dime algo, ¿habrías aceptado ese trabajo si Mycroft no hubiera querido que lo rechazases? –le preguntó, admirando esos ojos azules-verdosos que adoraba.
–No, a no ser que te ofrecieran ir conmigo también. –replicó el detective antes de levantar su rostro por el mentón, mirándola a los ojos–. Pero además tengo una promesa que cumplir: no te voy a dejar sola, ¿recuerdas? –le dijo antes de acariciar su mejilla y darle un beso.
–Pero Sherlock, tu hermano ha dicho que tendría consecuencias fatales... –le recordó ella, mientras la mano de Sherlock aún se encontraba en su mejilla.
–Incluso así, incluso si hubiera ido solo, no habría permitido que eso me detuviera para no volver contigo. –replicó él–. Además, si fuéramos ambos a la misión, quien sabe lo que pasaría... No tendrían ninguna opción contra nosotros. –comentó, volviendo a besarla.
–Definitivamente, tengo que quitarte ese hábito de fumar. –comentó ella con ironía tras romper el beso, observando que su prometido arqueaba una ceja–. Tus besos saben mejor cuando no fumas, cariño.
–Lo tendré en cuenta, entonces. –indicó él con una sonrisa antes de mirar su reloj–. Es la hora...
Ambos detectives asintieron y se internaron de nuevo en la casa, encontrando que en la sala de estar, John estaba recostando a Mary en el sofá, pues ésta estaba inconsciente.
–Mary, ¿me oyes? –le preguntó el doctor a su mujer.
–No bebas el té de Mary. –le advirtió la pelirroja, observando que Sherlock cogía su bufanda y caminaba hacia la cocina–. Ni el ponche. –añadió, mirando por encima de su hombro, hacia su amigo. A los pocos segundos Cora caminó hacia otra sala de estar, encontrando al Sr. Holmes en el sofá, dormido boca-arriba. La joven de ojos carmesí colocó su mano bajo la nariz del hombre para comprobar si respiraba, comprobando que en efecto era así. Tras hacerlo, la joven caminó a la cocina con John siguiéndola, viendo que Sherlock comprobaba que su madre respirara. Cora se acercó a Mycroft, quien estaba tendido sobre la mesa, y comprobó que él también estaba bien.
–¿Sherlock? ¿Cora? ¿Habeís drogado a mi mujer embarazada? –preguntó John, incrédulo.
–Tranquilo. Wiggins es un químico excelente. –trató de tranquilizarlo Sherlock.
–Calculé la dosis de tu mujer yo mismo. No afectará al pequeño. Le echaré un ojo. –indicó Bill mientras Sherlock se colocaba su bufanda.
–Controlará su recuperación. –comentó Sherlock–. Es casi su trabajo habitual...
–¿Qué coño habéis hecho? –preguntó John.
–Un pacto con el diablo. –le respondió Cora con un tono ligeramente preocupado.
///FLASHBACK///
Sherlock y la pelirroja se encontraban sentados en el pequeño restaurante que había justo en el piso bajo del hospital en el que el primero se hallaba ingresado. El detective, quien llevaba puesto el camisón del hospital, se encontraba finalizando su comida, que consistía en una sabrosa pasta a la bolognesa, mientras que la joven de ojos carmesí estaba sentada a si izquierda, comiendo unos profiteroles, pues ya estaba comiendo el postre.
–¿No debería estar en el hospital? –preguntó de pronto la voz de Magnussen, pero sin lograr sobresaltar a ninguno de los detectives.
–Estoy en el hospital. Esto es la cafetería. –le contestó Sherlock con rapidez, sin tan siquiera mirar a los ojos a aquel desgraciado ser.
–¿Ah, sí? –preguntó el magnate.
–En su opinión, si. –indicó la pelirroja antes de tomar el ultimo profiterol, bebiendo un poco del chocolate caliente que había pedido, pues tenía algo de frío.
–Siéntese. –le aconsejó Sherlock al magnate, haciendo un leve gesto con su tenedor al asiento frente al suyo, a la izquierda de la joven de ojos carmesí.
–Gracias. –dijo Magnuessen, sentándose a la mesa con ellos.
–He estado pensando en usted. –le comunicó Holmes al hombre que parecía saber todos los secretos de todo el mundo.
–Y yo en usted. –le ratificó aquel ser que ambos detectives despreciaban.
–No me diga...
–En los dos, en realidad. –se corrigió Charles Augustus Magnussen con rapidez, tras dar una pequeña mirada por el rabillo del ojo hacia la pelirroja, quien simplemente lo observó con cautela.
El Detective Asesor de ojos azules-verdosos estiró en ese momento su brazo izquierdo hacia el aparato regulador de la morfina que la pelirroja le había traído, y pulsó el botón tres veces, pues el dolor del disparo aún prevalecía. Tras hacerlo, se volvió hacia Magnussen.
–Queremos ver Appeldore, donde guarda los secretos, todos los expedientes, todo lo que tiene sobre todos. Queremos que... nos invite. –le indicó Sherlock al hombre frente a él, expresando de forma clara sus intenciones, mientras que Cora observaba aquella batalla de miradas entre ambos.
–¿Qué le hace pensar que sería tan imprudente? –preguntó Magnussen con una falsa inocencia.
–Oh, creo que es mucho más imprudente... de lo que aparenta. –le indicó el detective.
–¿Eso piensa? –inquirió, inclinándose hacia delante, imitando Sherlock el mismo gesto antes de hablar.
–Esa mirada sin vida es lo que le delata... Solo que no es una mirada sin vida, ¿verdad? –preguntó el sociópata, estirando sus manos hacia el rostro del hombre, colocando sus manos a los lados de éste, agarrando sus gafas, ante lo cual, Magnussen dio un ligero sonido de molestia.
–Cuidado, Sherlock. –le advirtió la joven de cabellos rojos.
Cuando al fin hubo retirado las gafas del rostro de Magnussen, Sherlock sonrió de forma ligera y miró a ese despreciable hombre que estaba impidiendo a tanta gente ser feliz.
–Está leyendo. –le comentó, acercando las gafas hacia el y examinándolas con detalle–. Appeldore portátil... ¿Cómo funciona? ¿Disco duro incorporado? ¿Wi-Fi 4G? –le preguntó, colocándose las gafas y observando al magnate que tenía delante, por su rostro cruzando una expresión abatida y confusa, provocando que se quitara as gafas.
–Son gafas normales. –sentenció Cora tras ver la reacción de su prometido, pues ella estaba igual de confusa que él.
–Sí--así es. –replicó Magnussen mientras sonreía de forma divertida, comenzando a jugar con una de las olivas en el plato de Sherlock, mientras éste y su prometida se encontraban cuanto menos confusos por aquello–. Me subestiman, señor Holmes, señorita Izumi... ¿O debería llamarla señorita Holmes? Dado que su enlace será pronto, a menos claro, que algo sucediera... –indicó mientras se comía la oliva, provocando que a la pelirroja se le pongan los pelos de punta, pues había algo en ese hombre... Algo que sabía sobre ella no la dejaba tranquilizarse en su presencia. La joven observó cómo Magnussen se limpiaba los dedos en el agua de su prometido antes de secárselos y colocarse sus gafas de nuevo.
–Pues impresiónenos. Muéstrenos Appeldore. –le pidió Sherlock tras recuperarse de la confusión.
–Todo está disponible por un precio... –indicó el magnate, provocando que Cora apriete su mandíbula, pues definitivamente había algo en ese hombre que odiaba más incluso que sus propios recuerdos perniciosos–. ¿Me hace una oferta?
–Un regalo de Navidad. –replicó el detective observando por el rabillo del ojo a su prometida, quien estaba ligeramente tensa.
–¿Y qué me van a regalar por Navidad, señor y señorita Holmes?
–A mi hermano. –replicó el Detective Asesor con una sonrisa.
///PRESENTE///
–¡Por Dios! –logró musitar John tras escuchar lo que sus dos amigos habían decidido hacer, caminando unos pasos lejos de ellos–. Sherlock... Cora... Por favor, decidme que no os habéis vuelto locos. –les pidió el ex-soldado, mientras el primero se colocaba sus guantes y cogía el portátil de su hermano, que aún seguía sobre la mesa.
–Prefiero que sigas preguntándotelo. –replicó Sherlock con rapidez, mientras que la pelirroja asentía.
John acababa de entrar a la sala donde Mary se encontraba inconsciente, y tras unos breves segundos pudo escuchar de forma clara el sonido de las aspas de un helicóptero.
–Ah, vienen a recogernos. –dijo el detective mientras miraba hacia arriba, sonriendo.
A los pocos segundos, observando cómo un helicóptero aterrizaba en el campo de césped cercano, Sherlock ya se encontraba fuera de la casa de sus padres junto a John y a Cora, quien ahora parecía ligeramente incómoda.
–¿Qué ocurre, querida? –le preguntó su prometido, pasando a su lado.
–No es nada... Solo que... –se interrumpió ella antes de hablar–. Cuando estuvo en el piso, creo que Magnussen logró averiguar algo sobre mí. Algo horrible. Como si hubiera visto todo lo que me ha pasado cuando era apenas una niña... –le comentó con una voz ligeramente atemorizada–. Tengo un mal presentimiento, Sherlock.
El sociópata abrazó a su prometida durante unos segundos antes de besar su frente, pues ya conocía lo bastante a la joven como para saber que sus corazonadas siempre se daban por un motivo, y en su mayoría eran fidedignas. Tras unos segundos, ambos caminaron hasta estar al lado de John.
–¿Vienes? –le preguntó ella al doctor.
–¿A donde? –preguntó Watson.
–¿Quieres que tu mujer esté a salvo? –le preguntó el sociópata.
–Sí, claro que sí. –replicó él.
–Bien, porque esto va a ser peligrosísimo. Un movimiento en falso y habremos comprometido la seguridad del Reino Unido e iremos a la cárcel por alta traición. Magnussen es el hombre más peligroso que me he encontrado, y seguramente tenemos todas las de perder. –les indicó Sherlock a sus dos compañeros en aquella loca aventura.
–¡Pero es Navidad! –exclamó John, claramente molesto.
–Yo siento lo mismo... –comenzó a decir el detective, encontrándose con la mirada severa de John y su prometida–. Ah, te refieres a que es Navidad de verdad... ¿has traído la pistola? –le preguntó al doctor, girándose hacia él.
–¿¡Por qué iba a traer mi pistola a casa de tus padres para Nochebuena!?
–¿La tienes en el abrigo? –preguntó la joven de ojos carmesí, entregándole su chaqueta a John.
–Sí. –replicó John entre dientes, cogiendo su chaqueta de las manos de la joven.
–Pues vámonos. –sentenció Sherlock, comenzando a caminar hacia el helicóptero.
–¿¡A dónde!? –preguntó John una vez más, pues no se había terminado de enterar.
–A Appeldore. –le contestó Cora con un tono sereno, tomando a Sherlock de la mano.
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