| -¿Me echabas de menos?- |
Tras un extenuante viaje en el tren, Sherlock, John y Cora llegaron al fin a la residencia de Sir Eustace Carmichael. Tras entrar al lugar y entrevistarse con el amo de la casa, procedieron a cuestionarlo sobre lo acaecido aquella noche en la que vio supuestamente a La Novia, sin embargo, Sir Eustace fue categórico en negar aquel encuentro.
–Sonambulismo. –se defendió con evidente solemnidad, dejando claro para la joven de cabellos carmesí, que había estado consultando diversos libros sobre medicina, para intentar engañar a Holmes con un falso diagnóstico.
–¿Perdón? –inquirió John con un claro tono de escepticismo, ya que no daba crédito a lo que escuchaba: ¿pensaba acaso que podría eludir a la sagaz mente de Holmes?
–Camino en sueños. Nada más. –sentenció el hombre, caminando cerca de su sofá de terciopelo de color borgoña–. Es una afección muy común. Creí que era médico. –apostilló a Watson, lo que provocó que Cora, quien se hallaba sentada en un sillón cercano a una ventana, alzase su rostro con rapidez, su expresión atónita a la par que molesta. Claramente aquel hombre estaba ocultando la verdad, incluso a sabiendas que Holmes lo atraparía en menos de lo que se tardaba en hacer una taza de té–. Todo ha sido un mal sueño. –indicó mientras Sherlock paseaba por la estancia, de vez en cuando, su vista desviándose hacia la joven de ojos rubí sentada en el sillón.
Cora puso los ojos en blanco al contemplar que Sir Eustace continuaba negando lo evidente. La joven comprendía que se hallaba aterrado, sin embargo, aquella amenaza que suponía La Novia no era algo que debiera tomarse a la ligera, en especial si apreciaba su vida.
–¿Incluido el contenido del sobre que recibió? –preguntó Cora con un tono sereno, no dispuesta a dejar aquello sin resolver, decidida a conseguir que admitiera lo que había sucedido.
–Eso, Srta Izumi, es una broma grotesca. –replicó Sir Eustace, su tono molesto y algo agresivo hacia la joven, pues dado su estatus social no comprendía cómo una simple persona, una mujer además, se atrevía a alzar su voz en su presencia.
–Pues esa no es la impresión que le dio a su esposa. –replicó Cora con un tono algo ofendido por su tono de voz.
John ahora se encontraba observando la expresión molesta que Holmes llevaba en su rostro, pues sin duda era más evidente cada día que sus sentimientos por la joven eran más fuertes. En aquel momento, se hallaba junto al sillón en el que la pelirroja estaba sentada, habiendo detenido su caminar por la estancia. En su rostro era evidente la sombra de una mirada casi asesina, como si estuviera dispuesto a dañar a quienquiera que osase dirigirse de esa forma tan grosera a la joven de ojos rubí.
–Mi esposa es una histérica propensa a las fantasías. –afirmó Sir Eustace con convicción.
–No. –fue lo único que dijo Holmes, aún de pie junto al sillón de Cora, la mirada de ella enfocándose en su persona.
–¿Perdone, cómo ha dicho? –inquirió Sir Eustace, claramente sorprendido por la intervención del detective.
–El Sr Holmes ha dicho que no. Que no es una histérica. –rebatió Cora con un tono calmado, con sus manos ahora entrelazadas sobre su regazo–. Es una mujer muy inteligente con una intuición poco común. –apostilló, levantándose de su sillón y dando unos lentos pasos hacia el amo de la casa, claramente ofendida por el trato de inferioridad que éste le dispensaba a su mujer, e inclusive, a ella misma.
–Mi mujer ve terror en una pepita de naranja. –le espetó Sir Eustace a la joven de cabellos carmesí.
–Su mujer puede ver mundos donde nadie más puede ver nada de valor. –sentenció Sherlock caminando lentamente hasta estar frente al hombre, justo al lado de la pelirroja, a quien dedicó una mirada furtiva. Ambos jóvenes se hallaban confrontando al hombre de la residencia.
–¿No me diga? ¿Y cómo han deducido todo eso, Sr Holmes y Srta Izumi? –les increpó Sir Eustace, su tono de voz vibrando por la cólera retenida, teñido al mismo tiempo de sarcasmo.
–Se casó con usted. –replicó Cora con un tono práctico, mientras que por el rabillo del ojo observaba a John, quien sonreía ante su respuesta.
–Supongo que alguna razón encontraría. –apostilló Sherlock con un tono sereno y aún molesto por la forma en la que se había dirigido a ella. Fue en ese momento en el que Eustace dio dos pasos de forma airada en su dirección, lo que provocó que John diera un paso y se colocase frente a los jóvenes, y que Holmes se colocase de forma discreta frente a la de ojos rubí en un gesto protector–. Me esforzaré por salvarle la vida ésta noche, pero antes me ayudaría que me explicase su conexión con el caso Ricoletti. –habló de nuevo, lo que hizo de pronto detenerse a Eustace Carmichael. Su voz tembló mientras aquel apellido emanaba de sus labios.
–¿Ricoletti?
–Sí. Con detalle, por favor. –replicó Sherlock con un tono sereno, Sir Eustace silenciándose de nuevo durante unos segundos.
–No he oído hablar de ella. –sentenció, lo que hizo sonreír a Holmes y a Izumi.
–Interesante. –dijo ella.
–No he mencionado que fuera una mujer. –apostilló el detective, observando la mirada interesada que la joven de cabellos carmesí dirigía al hombre. Éste tragó saliva de forma nerviosa, antes de escuchar las siguientes palabras de Holmes–. Ya conocemos la salida. Espero volver a verle mañana por la mañana. –comentó con un tono sereno, tomando la mano izquierda de la pelirroja en su derecha, indicándole que era el momento de marcharse de allí, ante lo cual, la joven asintió, comenzando a caminar junto al detective y Watson.
–¡No me verá! –escucharon exclamar a Sir Eustace, mientras caminaban con la intención de marcharse de allí.
–Entonces resolveremos su asesinato. –replicó Holmes mientras caminaba con Cora de su mano–. Que tenga un buen día. –se despidió, caminando con sus compañeros al pasillo principal de la casa. Al cabo de unos pocos segundos, sacó un bloc de notas y comenzó a escribir en el.
–Bueno, lo habéis intentado. –comentó John con un tono suave, en el preciso momento en el que el mayordomo de la casa se cruzaba con ellos.
–Encárguese de que Lady Carmichael reciba esto. –le indicó Sherlock al mayordomo con un tono algo imperativo, entregándole el papel en el que acababa de escribir unas breves pero concisas instrucciones.
–Faltaría más, señor. –replicó éste.
–Buenas tardes. –se despidió Holmes, para después dar la mano a la pelirroja (la cual había soltado para escribir la nota), y seguir caminando junto a Watson.
–¿Qué era eso? –inquirió John claramente confuso, mientras sus pasos resonaban con el eco de la casa.
–Lady Carmichael dormirá sola hoy con la excusa de una fuerte jaqueca. Las puertas y ventanas de la casa se cerrarán con llave. –se explicó con calma el detective, mientras recogían sus abrigos y sombreros del lugar en el que los habían colocado.
–¿Crees que el espectro... –comenzó a decir John, antes de que Sherlock le dirigiese una mirada reprochadora–... Eh, La Novia, intentará atraer a Sir Eustace al exterior otra vez?
–Por supuesto. –afirmó Sherlock–. ¿Por qué sino tan siniestra amenaza? Ésta noche morirás. –comentó poniéndose el abrigo, mientras que Cora se estaba abotonando el abrigo tras haberse puesto los guantes.
–Pero él no la seguirá, digo yo... –comentó el doctor de forma dubitativa.
–Hmm... Cuesta adivinar lo que va a hacer. La culpa le carcome. –recalcó el de ojos azul-verdosos.
–¿La culpa? ¿Por qué? –inquirió John.
–Algo de su pasado. Las pepitas de naranja se lo recordaron. –le explicó Cora al confuso rubio.
–¿No era una broma? –preguntó, lo que hizo suspirar a la pelirroja, pues a veces--por no decir la mayoría--a John le costaba entender la total magnitud de los sucesos en los casos.
–En absoluto. –replicó Cora con un tono sereno–. Lo leí hace tiempo, cuando me preparaba para ser más eficiente como docente. –dijo la joven de ojos rubí–. Las pepitas de naranja, son una advertencia de venganza mortal según la tradición americana. Sir Eustace lo sabe perfectamente, igual que sabe por qué lo van a castigar. –comentó mientras caminaba con sus compañeros, hacia la entrada principal de la casa.
–Algo relacionado con Emelia Ricoletti. –sentenció John, logrando al fin comprender el razonamiento de la joven de ojos rubí, quien ocupaba casi con seguridad, la totalidad de los pensamientos del detective.
–Cora y yo suponemos que sí. Todos tenemos pasado, Watson. Fantasmas. Son las sombras que definen nuestros días de sol. Sir Eustace es un hombre marcado. –replicó Sherlock con confianza irradiando de cada una de sus palabras. John dio un par de miradas hacia la casa, mientras que la pelirroja encontró su mirada carmesí con la azul-verdosa del detective.
–Pero teme algo más que un asesinato. Cree que se lo va a llevar al Infierno el cadáver resucitado de la difunta Sra Ricoletti. –comentó ella, lo que hizo que Holmes le dedicase una sonrisa cómplice y dulce, aprovechando que Watson no miraba en su dirección. En ese momento, el doctor se giró hacia los jóvenes, con una expresión entre asustada e incrédula.
–¿Eso es un disparate, no?
–Dios, sí. –replicó Cora con una sonrisa amable dirigida a su amigo.
–¿Has traído tu revolver? –le preguntó Holmes a Watson en aquel instante, observándolo de reojo.
–¿De qué iba a servir contra un fantasma?
–Exacto. –comentó Sherlock–. ¿Lo has traído?
–Por supuesto. –afirmó John, lo que hizo reír de forma suave a la pelirroja, ya que ciertos hábitos de su vida como soldado aún permanecían.
–Pues ven, Watson. Ven, Izumi. –les indicó Homes, poniéndose el gorro de cacería–. ¡La partida está en marcha!
Más tarde, aquel día, Holmes le indicó a Cora que debería permanecer en el interior de la mansión, pues dada su delicada salud no deseaba que esperase en el exterior, cuando la temperatura de la noche descendía casi al mínimo, arriesgando su recuperación. Asimismo, indicó, sería más fácil que Watson y él vigilasen el exterior de la vivienda, mientras que la pelirroja vigilaba el interior. Ya había hecho partícipe a Lady Carmichael de su plan en aquella nota que había entregado al mayordomo, por lo que tanto ella como las sirvientas sabrían de la presencia de la de ojos rubí en la casa. Cora aceptó de buena gana el plan del detective, aunque éste se encontraba algo preocupado por la joven, ya que el solo hecho de que desapareciera de su vista, le provocaba escalofríos y que el corazón se le desbocase por la inquietud--aunque fuera mínima--de que algo le sucediese.
–Aún así, ten cuidado. –le susurró a la joven de cabello carmesí, mientras apartaba un mechón de su rostro, colocándolo detrás de su oreja en un gesto suave–. Aún no sabemos exactamente a qué nos enfrentamos.
–Lo sé. Tendré cuidado, no te preocupes. –replicó Cora con un tono suave, en su rostro esbozándose una sonrisa por la preocupación del detective–. Ten cuidado tú también, Sherlock. –le indicó ella con un tono bajo, colocando su mano derecha en la mejilla del detective, percatándose éste de que no llevaba el guante y que incluso así, estaba cálida.
El detective sentía su corazón acelerado al sentir la mano de Cora en su mejilla, acercándose un poco más a ella, inclinándose en su dirección, su rostro acercándose al suyo. Sin embargo, el detective se detuvo a pocos segundos de que sus labios amenazasen con tocarse, apartándose de ella con lentitud, lo que provocó un silencio incómodo entre ambos. La pelirroja se sonrojó violentamente ante lo que podría haber sucedido en aquel momento, por lo que hizo lo posible por olvidar aquel contacto físico y calmar su respiración, ya que ésta se había acelerado al igual que su corazón. Tras carraspear de forma notoria, la de ojos rubí fijó su mirada en los ojos azules-verdosos del detective, antes de marcharse del lugar casi corriendo, el rubor de sus mejillas sin desaparecer, adentrándose en la mansión de los Carmichael, la puerta principal cerrándose tras ella. Sin embargo, ninguno de los jóvenes sospechaba que John, quien había vuelto tras encontrar un lugar idóneo para que Holmes y el vigilasen la casa, había presenciado toda aquella escena de tensión romántica entre ellos, sonriendo para si mismo mientras caminaba al lado del detective, dirigiéndose junto a él al invernadero cerca de la casa.
Esa misma noche, John, quien había estado bastante rato de cuclillas, profirió un gruñido de malestar antes de comenzar a levantarse lentamente.
–¡Agáchate, por amor del cielo! –le ordenó Sherlock, claramente molesto.
–Lo siento. Un calambre. –se explicó John retomando su postura anterior, al lado del detective, mientras masajeaba su rodilla–. ¿Sigue encendida la lámpara? –preguntó, rompiendo aquel silencio que se había producido entre ambos, en el que solo se oía el claro sonido de la gélida lluvia nocturna. Sherlock dirigió su mirada azul-verdosa a una de las ventanas de la casa que aún tenía a luz prendida.
–Sí. –replicó, e instantes después la luz se apagó, dejando la habitación en penumbra–. Ahí va Sir Eustace. –murmuró del detective antes de dirigir su mirada a otra habitación, casi al otro extremo de la casa, que también tenía la luz encendida–. Y Lady Carmichael. La casa duerme. –sentenció con un tono sereno, antes de percatarse de que una luz intermitente se movía por el interior, dejando claro que se trataba de la joven de cabellos carmesí que patrullaba la casa. Sonrió al observarlo, mientras que John negó con la cabeza, claramente aburrido de continuar allí. Tras dar un hondo suspiro, habló.
–Ahh, caramba. Es la noche más larga de mi vida... –musitó el doctor.
–Ten paciencia, Watson. –indicó Holmes, su vista aún fija en la luz de la pelirroja, que de pronto desapareció, indicando que se había adentrado más aún en la casa.
–Solo es medianoche. –recalcó John tras observar su reloj de bolsillo–. No es habitual que estemos a solas. –continuó, decidido a sacar un tema en concreto que involucraba a cierta joven, quien se encontraba patrullando la mansión.
–Menos mal. Es criminal para las rodillas. –comentó el joven de cabello castaño, volviendo su vista hacia su compañero con una sonrisa.
–Hmm... Dos viejos amigos, charlando, largo y tendido,... De hombre a hombre. –comentó John con un tono cómplice mientras su mirada no se desviaba de su compañero. Sherlock pareció nervioso por lo que fuera que John quería discutir con él, por lo que de forma inquieta, volvió su vista hacia la casa–. Una mujer extraordinaria. –comentó, dispuesto a continuar su pequeño plan para lograr que Holmes admitiera lo que la joven despertaba en él.
–¿Quién? –preguntó Sherlock con su mirada fija de nuevo en la casa, con la esperanza de que estuviera bien.
–La Srta Cora Izumi. –replicó John, lo que hizo que Holmes diera un casi imperceptible respingo.
–Las féminas son cosa tuya, Watson. Yo me fío de tu criterio. –recalcó tras unos segundos de pausa.
–Ella te gusta de veras, Holmes. Puedo decir--sin temor a equivocarme--que estás enamorado de ella. –comentó–. Se nota a leguas.
–Al contrario. Carezco de opinión al respecto. –negó con rotundidad Holmes, comenzando a sentir el aire frío en su cuello.
–No es así. –replicó John con confianza, lo que provocó que Holmes tomase aire de forma profunda antes de proceder a hablar.
–El matrimonio no es un asunto que me quite el sueño, y tampoco ella. –recalcó, cruzándose de brazos.
–¿Por qué no? –inquirió John, confuso por el hecho de que Holmes se negase a aceptar sus sentimientos.
–¿Qué te ocurre esta noche? –preguntó Sherlock, pues notaba que John estaba demasiado empeñado en averiguar asuntos de su vida privada. Él sabía que amaba a la joven de cabellos pelirrojos, pero no era el momento indicado para decirlo en voz alta. En ese momento, John señaló el reloj de bolsillo que el detective llevaba en su bolsillo.
–Ese reloj que llevas tiene una fotografía dentro. Una vez la vi de pasada... Creo que es de Cora. –indicó con un tono sereno, lo que provocó que Holmes lo mirase, sus ojos brillando de rabia.
–No la viste de pasada. Esperaste a que me durmiera y la miraste. –le increpó, casi seguro de que su rostro acababa de enrojecer por la rabia.
–Pues sí.
–¿Creías que no me había percatado?
–Una fotografía muy bonita. –comentó John, recordando la imagen con una sonrisa.
–¿Por qué sacas éste tema? –inquirió molesto el detective.
–¿Por qué estás tan decidido a estar solo?
–¿Te encuentras bien, Watson? –inquirió con retintín el joven de cabellos castaños.
–¿Te parece una pregunta tan rara? –preguntó John, algo divertido por la reacción de su amigo.
–Si la hace un alienista Vienés, no. Si la hace un cirujano castrense retirado, desde luego. –replicó Sherlock, ya hastiado de las preguntas consecutivas del doctor.
–Holmes, soy lo más parecido que tienes a un amigo, contando a Cora. –indicó–. Y sin ningún rival en absoluto respecto a ella.
–Lo reconozco. –afirmó el detective, dejando claro que no veía a John como un rival en aquel terreno del que no deseaba hablar: el romántico.
–Intento que mantengamos una conversación perfectamente normal. –debatió John.
–Por favor, no. –recalcó cada palabra.
–¿Por qué necesitas estar solo?
–Si te refieres a los amoríos, Watson--que mucho me temo que sí--como ya he explicado, me repugna cualquier tipo de sentimiento. Es como la arena en un instrumento sensible. –sentenció Sherlock–. La fisura en la lente...
–Ya. –murmuró John, molesto.
–Pues ahí lo tienes: ya lo había dicho. –replicó Holmes con un tono más calmado–. De hecho, se lo expliqué a Cora con éstas mismas palabras hace tiempo, y ella replicó que no le suponía ningún problema, pues ella sentía lo mismo.
–No. Te estás citando a ti mismo en la revista de Strand.
–Exacto.
–¡Son palabras mías, no tuyas! Ésta es la imagen que yo doy de ti al público: el cerebro sin corazón, la máquina calculadora. Yo escribo todo eso, Holmes, y los lectores se lo tragan, pero yo no me lo creo. –rebatió el doctor–. Incluso a los lectores les asombra e intriga la estrecha y extraña relación entre vosotros dos. Todos me preguntan por vosotros, y quieren saber cuándo daréis la gran noticia.
–¿Qué gran noticia? –preguntó Sherlock, molesto.
–Cuándo admitiréis vuestros sentimientos y os casaréis.
–Tengo cuatro cosas que decirle a tu editor. –comentó Holmes tras chasquear la lengua–. Que se metan en sus asuntos.
–Eres un hombre de carne y hueso. Has vivido una vida, tienes un pasado. –atosigó John, comenzando a impacientarse por la falta de respuestas del detective.
–¿Un qué?
–Bueno, habrás tenido...
–¿Tenido qué?
–Ya sabes. –señaló a su amigo.
–No. –negó Sherlock.
–Experiencias. –dijo John tras tragar saliva de forma notoria.
–Pásame tu revólver. Tengo una súbita necesidad de usarlo. –exhortó Sherlock, claramente enfadado.
–Maldita sea, Holmes, eres un ser humano con sentimientos. Debes tener... Impulsos. –apostilló John con calma–. De hecho, sé que los tienes, puesto que antes os he visto a ambos en la entrada de la mansión. Ibas a besarla, Holmes, pero te has apartado en el último segundo. Además, en el tren que nos ha traído hasta aquí, has colocado tu mano sobre la suya.
–Por Dios. Nunca he estado tan impaciente por que me atacara un fantasma asesino. –comentó el de ojos azules-verdosos entre dientes, antes de cerrar sus ojos.
–Como un amigo, y... Alguien que se preocupa por ti, ¿qué te hizo así?
–Oh, Watson. Nada me hizo así. Me hice yo. –replicó Sherlock tras abrir los ojos, observando a su amigo con una sonrisa suave, antes de escuchar el sonido de patas escarbando, y el ladrido de un perro en la lejanía–. ¿Barbarroja? –susurró para si mismo.
–¡Dios Santo! –exclamó John, lo que provocó que Sherlock volviese su vista hacia la casa, donde comenzó a buscar la luz de Cora, la cual no logró encontrar, lo que hizo que comenzase a preocuparse. Tras unos segundos, fijó su vista azul-verdosa al lugar hacia el que John se encontraba señalando, logrando ver al figura de La Novia, iluminada con una luz fantasmal y flotando a una distancia prudente del suelo–. ¿Qué hacemos?
–¿Por qué no charlamos? –comentó de forma casual, saliendo del invernadero. Trató de calmar su conciencia, la cual le gritaba una y otra vez que la joven estaba en peligro, diciéndose que ella podría defenderse perfectamente, pero ésto no impidió que corriera hacia La Novia, acompañado por John–. La Sra Ricoletti, me figuro. –le gritó a la figura tras acercarse a ella–. ¿Hace buena noche para esta época del año, no? –inquirió, en el momento en el que John agarraba su brazo.
–¡No puede ser cierto, Holmes. No puede ser! –exclamó John.
–Pues no. –replicó él, observando la figura que comenzaba a desaparecer.
En ese momento, el grito de un hombre en el interior de la mansión se pudo escuchar en el silencio de la noche, lo que provocó que los dos hombres dirigiesen su mirada hacia la residencia, segundos antes de escuchar el sonido de un cristal rompiéndose. Ambos se dirigieron corriendo a la puerta principal, donde Holmes trató--en vano--de abrirla.
–¿Está cerrada? –preguntó John.
–Según se recomendó. –replicó el detective.
–Hay que darse prisa, Holmes... ¡Cora está ahí dentro! –exclamó John, preocupado por la joven de cabellos pelirrojos–. Ni siquiera con sus habilidades creo que sea rival para ese espectro.
–¿¡No crees que ya lo sé, Watson!? –exclamó Sherlock, completamente furioso.
–¿Eso ha sido una ventana, no? –inquirió John.
–Solo tenemos que preocuparnos de una ventana roja. –apostilló el joven, corriendo hacia una ventana que tenían cerca, optando por romper su cristal con el codo, deshaciéndose del resto de cristal con sus manos cubiertas por el guante. Ambos hombres entraron a la casa, que ahora estaba en una total oscuridad. Sherlock encendió una cerilla para poder a su vez, encender una lámpara de aceite con la que iluminar la estancia–. Quédate aquí, Watson. –le ordenó a su amigo.
–¿Qué? ¡No! –rechazó Watson.
–Todas las puertas y ventanas de la casa están cerradas. Ésta es la única salida. Te necesito aquí. –indicó Sherlock, cogiendo la lámpara.
–Pero el sonido se ha oído muy cerca, ha tenido que ser en éste lado. –protestó el doctor.
–¡Quédate aquí! –exclamó el detective saliendo corriendo al interior de la casa.
En cuanto el joven de cabello castaño y ojos azules-verdosos entró al pasillo principal, su corazón se paró en seco al encontrar el cuerpo de la pelirroja frente a las escaleras, quien no se movía lo más mínimo. Sus guantes habían desaparecido, y podía ver que la pared, en la que desembocaban los dos pares de escaleras que subían al piso superior, estaba chamuscada, dejando claro que había usado sus habilidades. Asimismo, se percató de que alguien la había despojado de su abrigo. Con una corta carrera y el corazón en un puño, se acercó a ella agachándose a su lado y tomándola en brazos, colocando sus dedos en su cuello, comprobando su pulso. Para su alivio, observó que la joven estaba viva y, en apariencia, sana.
–¡Cora! ¡Cora! –exclamaba, su voz evidenciando aquel temor que había agarrado su corazón en cuanto la había visto sin sentido. Comenzó a zarandearla lentamente para despertarla, provocando que la joven abriese los ojos poco a poco.
–¿S..S..Sherlock? –preguntó Cora tras proferir un gruñido de molestia.
–¿Estás bien, Cora? –preguntó Holmes, observándola, pues parecía más pálida.
–Sí, eso creo. –replicó ella mientras el detective la ayudaba a levantarse del suelo–. He escuchado un grito y me disponía a subir al piso de arriba para comprobar qué sucedía. He sentido que alguien había irrumpido en la casa y me he girado, logrando manipular la llama de mi lámpara, pero sea lo que sea lo que me ha atacado, ha sido más rápido que yo. –se explicó, temblando ligeramente por el frío, al verse desprovista de su abrigo–. ¿Por qué estás aquí, en la casa? ¿Y John? –inquirió, pero no recibió respuesta, puesto que un grito de mujer interrumpió su conversación.
Ambos jóvenes procedieron en ese instante a correr escaleras arriba, llegando al rellano de las escaleras, observando su alrededor. En aquel instante, dos sirvientas subieron junto a los detectives al piso superior, donde se encontraban las habitaciones, por lo que los jóvenes siguieron adelante, encontrando en una habitación a Lady Carmichael en su vestido de noche, y frente a ella, en la alfombra, un charco de sangre. Ambos alzaron su vista para observar a la señora de la casa con una mirada de sorpresa.
–¡Me prometieron que lo protegerían. Me lo prometieron! –exclamó ella, las lágrimas cayendo de sus mejillas. Ambos detectives se miraron a los ojos antes de salir de la habitación y seguir el rastro de sangre que había en el suelo–. ¡Me lo prometieron! –escucharon gritar a Lady Carmichael, lo que provocó que la pelirroja no pudiera evitar sentirse culpable por la situación.
–¡Holmes, mira! –exclamó Cora, señalando el rastro de sangre, subiendo otro tramo de escaleras, los cuales los llevaron a un pasillo que se encontraba cerca del ático de la casa. El detective comenzó a mover la linterna de izquierda a derecha, cuando la joven se percató casi de inmediato de que a su izquierda había un cuerpo–. Oh Dios mío... –susurró, agarrándose al brazo de Holmes, sintiéndose enferma al observar que, en efecto, era un cadáver. El detective la observó de reojo, comprobando su estado, antes de acariciar el rostro de la joven con delicadeza y acercarse con ella al cadáver.
Sherlock, en su rostro una expresión llena de pavor, hizo soltarse a la joven de su brazo con delicadeza, antes de acercarse al cadáver y darle la vuelta, revelando que se trataba sin duda alguna de Sir Eustace Carmichael. Una gran daga bien ornamentada se hallaba clavada en su pecho, y sus ojos se encontraban abiertos de para en par, fijos en un punto y llenos de horror. En ese momento, una joven del servicio observó el cadáver del amo de la casa, profiriendo un grito que resonó en toda la casa.
Entretanto, en el piso bajo, John sacó su revolver al escuchar el sonido característico de la madera, que crujía. En completa oscuridad, no pudo evitar estremecerse por el miedo ante aquella situación que parecía sobrepasar lo natural. Con calma, caminó sobre los cristales rotos hacia el angosto y oscuro pasillo.
–Eres humana, lo sé. Tienes que serlo. –le dijo a la oscuridad. Dejó el revolver sobre la mesa, cogiendo una vela y una cajetilla de cerillas–. De nada sirve que nos quedemos plantados, en la oscuridad. Total, esto es el siglo XIX. –comentó, encendiendo la vela. Caminó un poco más hacia el pasillo, cuando una brisa apagó la llama. Sus ojos se abrieron con pasmo y terror, tomando una bocanada de aire. Tomó otra cerilla y la encendió con rapidez, devolviendo la llama a la vela, dejando la cajetilla en la mesa, y cogiendo el revolver con la mano que tenía libre. Mientras sus ojos observaban la honda oscuridad del pasillo, de pronto, una voz tenebrosa se escuchó a su espalda.
–Tú no me olvides... –dijo la voz, lo que provocó que los ojos de John se abrieran con terror–. Tú no me olvides... –volvió a canturrear la voz, lo que provocó que se girase sobre si mismo, encontrando frente a él a La Novia. Ella alzó sus brazos, dejando ver sus dedos manchados de sangre carmesí, las uñas largas y puntiagudas, como si fueran las de un depredador. Después de hacer aquello, profirió un grito desgarrador y aterrador.
Dejando caer la vela, Watson comenzó a correr hacia el interior de la casa, completamente aterrado. Corrió hacia las escaleras, de espaldas a éstas, cuando de pronto, se chocó con Holmes e Izumi.
–¡Cuidado, Watson! –exclamó el detective, mientras que John señalaba al pasillo en penumbra.
–¡Está aquí! ¡Está aquí abajo! –exclamó el doctor.
–No me digas que has abandonado tu puesto. –le increpó Sherlock con un tono airado.
–¿Qué? ¡Holmes, Izumi, está ahí! ¡La he visto! –exclamó el doctor, dejando claro a Cora--quien aún temblaba de frío--que estaba realmente atemorizado.
Iluminando con la lámpara frente a él, Sherlock corrió hacia la ventana por la que habían entrado a la mansión Watson y él. Al llegar al lugar en el que la ventana rota se encontraba, Sherlock se giró hacia Watson con una expresión enfadada en su rostro.
–¡Vacía, gracias a ti! –exclamó–. El pájaro voló. –gruñó.
–¡No! No, Holmes, no es lo que crees. La he visto. Al fantasma. –rebatió el hombre de cabello rubio.
–¡QUE NO HAY FANTASMAS! –gritó Sherlock, lo que provocó que la pelirroja diera un respingo, lo que precedió a que sus piernas no la sostuviesen por más tiempo, comenzando a perder el sentido una vez más, tanto por el golpe que había recibido, como por el frío que tenía.
–¡Cora! –escuchó al detective, quien se apresuró a cogerla en brazos, observando la palidez de su rostro. La joven cerró sus ojos por unos instantes, notando que el frío la comenzaba a adormitar. Holmes no tardó en despojarse de su abrigo, cubriéndola con él, sujetándola con delicadeza en sus brazos. Ella no tardó en recuperar de forma ligera su visión, pese a no encontrarse bien, por lo que fue ayudada por el detective a levantarse, pasando un brazo por sus hombros.
–¿Qué le ha pasado? ¿Y Sir Eustace? –preguntó John, su mirada vagando entre los dos jóvenes.
–Alguien me ha golpeado en la parte posterior de la cabeza, y me han despojado de mi abrigo. He usado mis habilidades, pero no ha servido de mucho... –replicó Cora, su tono de voz suave pero evidentemente agotado y enfermo.
–¿Y Sir Eustace? –preguntó John de nuevo.
–Muerto. –le contestó Sherlock, la ira que se había apoderado de él remitiendo poco a poco.
Al cabo de un tiempo, al alba, un fotógrafo de la policía documento el cuerpo de Sir Eustace, aún inerte en el mismo lugar en el que había sido hallado, con la reluciente daga en su pecho. John decidió hacerle un chequeo a la joven pelirroja, descubriendo que la herida de la cabeza no era grave, aunque le propiciaría un leve dolor de cabeza durante unos días. Sin embargo, también descubrió que la salud de la joven había empeorado aquella noche, la tos regresando a ella, y su temperatura habiéndose elevado por una fiebre alta. El detective se había asegurado de que la joven no se quitara su abrigo, mientras que buscaban el suyo, el cual no tardaron en encontrar hecho pedazos, como si un animal lo hubiera destrozado.
–Gracias, Watson. –dijo la joven con una voz ronca, tosiendo a los pocos segundos. John se acercó a Lesrtade, mientras que el joven de cabello castaño se acercó a ella con rapidez, colocando su mano en su espalda.
–¿Cómo te encuentras? ¿Y tu cabeza? –preguntó, su voz rebosante de preocupación.
–Bueno, Watson dice que la herida de mi cabeza no es grave, pero puede que me duela unos días. Sin embargo –al escuchar aquellas dos palabras, el detective la observó con más atención si era posible–, parece que mi estado de salud se ha deteriorado. Mi tos ha vuelto, y tengo una fiebre bastante alta... –sintió la mano de Sherlock en su mentón–. Pero me recuperaré.
–No te preocupes. Cuidaremos de ti. Lo sabes. –le dijo el detective con una sonrisa cálida pero preocupada.
–No debe culparse, de verdad. –dijo Lestrade, lo que provocó que Holmes diera un hondo respiro, girándose hacia él.
–Sí, es cierto. –le dijo el de ojos azules-verdosos.
–Me alegra que razones...
–Watson es igual de culpable. Entre los dos hemos echado a perder el caso. Me comprometí a proteger a ese hombre, y ahora está ahí tirado con una daga en el pecho. –gritó Sherlock, claramente molesto.
–Si alguien ha echado a perder el caso soy yo, Holmes. –dijo la pelirroja, conteniendo un ataque de tos–. Estaba dentro de la casa. Era mi misión el vigilar el lugar, y no he logrado evitar que muera el hombre a quien había prometido proteger.
–No. Usted no tiene la culpa, Izumi... –comenzó a decir el detective, notando que la joven se encontraba realmente afectada.
–Sí que la tengo. Escuché extraños ruidos y unas voces que no logré identificar. Traté de investigarlo, e incluso con mis habilidades no logré evitar que alguien me sorprendiese por la espalda y me noquease. Por lo que yo también comparto la culpa. –replicó Cora, alzando su voz por encima de la del detective–. Además, si mal no recuerdo, te comprometiste a resolver su asesinato. –apostilló, dejando al joven de cabello rizado sin palabras. La mujer escuchó reír a John mientras se acercaba al cuerpo.
–Con la esperanza de no tener que hacerlo. –le dijo el joven a la de ojos rubí, con un tinte de rabia en sus palabras.
–¿Puede decirnos algo, Doctor? –preguntó Lestrade.
–Pues, que lo han apuñalado con fuerza considerable.
–¿Un hombre? –preguntó el Inspector.
–Probablemente. –dijo John.
–Una hoja muy afilada, por lo que también pudo ser una mujer. –indicó Lestrade mientras John se acercaba a ellos.
–En teoría sí, pero ya sabemos quién ha sido. La he visto. –recalcó una vez más.
–Watson. –advirtió Cora con un tono serio, tapándose con el abrigo de Holmes.
–He visto al fantasma con mis ojos. –dijo John con un tono de voz alto.
–¡Qué vas a ver! ¡Has visto lo que tenías ver! –le espetó Sherlock a John.
–Tú mismo lo dijiste: no tengo imaginación.
–Pues usa el cerebro, por pequeño que sea, para eliminar lo imposible--que en este caso es el fantasma--y observar lo que queda--que en este caso es una solución tan evidente, que hasta Lestrade podría dar con ella. –replicó Sherlock con un tono enfadado.
–Gracias... –comentó el Inspector algo agradecido, lo que provocó que la pelirroja sonriera de forma leve.
–Olvida los espectros de otro mundo, Watson. –le pidió la joven con un tono más calmado que el de Holmes.
–Solo hay un sospechoso con móvil y oportunidad. Puede que hasta haya dejado una nota. –recalcó Sherlock mientras su enfado remitía.
–Sí, han dejado una nota. –comentó Lestrade.
–Y está la cuestión de la otra ventana rota. –le dijo Sherlock a su compañero.
–¿Qué otra ventana rota? –preguntó Cora, claramente confusa.
–Precisamente. No la hay. La única ventana rota de este edificio es la que usamos Watson y yo para entrar. Sin embargo, antes oímos claramente el sonido de... ¿Qué ha dicho? –preguntó, volviéndose hacia Lestrade.
–¿Perdón?
–Sobre una nota. –recalcó Sherlock con calma–. ¿Qué ha dicho?
–Que el asesino dejó una nota.
–No puede ser. –rebatió Holmes.
–Hay un mensaje sujeto a la daga, ¡tiene que haberlo visto!
–No hay mensaje. –insistió el detective, caminando hacia el cuerpo.
–¡Sí!
–No había mensaje cuando Izumi y yo encontramos el cadáver. –rebatió, agachándose al lado del cuerpo, con la joven de ojos rubí siguiéndolo.
Atada a la daga, había una nota. Sherlock dio la vuelta al papel con calma y lo observó. Cora ni siquiera lograba recordar lo que había sucedido en el momento en el que habían descubierto el cadáver, puesto que se encontraba demasiado aturdida, y sus recuerdos estaban envueltos en niebla, pero al observar lo que había escrito en la nota, un escalofrío estremeció su cuerpo. El detective se levantó lentamente y pasó un brazo por la espalda de la mujer, en su rostro, una mirada de miedo que la joven no había visto en muchísimo tiempo. Con calma, el detective comenzó a descender las escaleras de la mansión, llevando a Cora con el, puesto que ésta también se encontraba afectada por lo que había visto escrito en la nota. Al observar cómo sus compañeros descendían las escaleras, John se quedó realmente confuso, optando por acercarse al cuerpo, dándole la vuelta a la nota, observando lo que había escrito en ella:
¿ME ECHABAS DE MENOS?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro