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| -La verdad sobre Mary- |

Esa misma noche John condujo a Lestrade a través del hospital, subiendo las escaleras a los pocos minutos.

–No sé si conseguirás que diga algo coherente: está sedado y desvaría mucho. –le explicó John al Inspector de Scotland Yard, notando que sacaba su teléfono móvil–. ¿Aquí no te van a dejar usarlo, sabes?

–No, no voy a llamar por teléfono. –negó el hombre–. Quiero grabar un vídeo. –añadió con un tono satisfecho, provocando que John se carcajee ligeramente. El Dr. Watson abrió la puerta de la habitación de Holmes, encontrando que la estancia estaba vacía.

Oh, madre mía... –se lamentó John, percatándose de que la ventana de la habitación estaba abierta. A los pocos segundos, cogió su teléfono móvil y marcó un número–. Mary, escúchame: Sherlock se ha fugado del hospital.

–¿¡Qué!? –exclamó Mary, sorprendida-. ¿Has llamado a Cora? –preguntó, pues de pronto la mujer tenía la horrible sensación de que la pelirroja aún debía jugar su as en la manga, y eso le traería problemas.

–Por supuesto que la he llamado, pero no contesta. –replicó su marido–. Está claro que ha sido ella la que lo ha ayudado a fugarse. –reflexionó John tras unos segundos.

–¿A dónde habrán ido? –preguntó Mary con un tono sereno.

–Vete tú a saber... Como para buscar a Sherlock y Cora en Londres. –le contestó su marido antes de colgar el teléfono, saliendo del hospital junto a Lestrade.

Tienen tres escondites: Parliament Hill, Camdem Lock y Dagmar Court. –le comentó el Inspector al doctor mientras colocaba su teléfono en su oreja. El hombre tardó poco tiempo en llegar al despacho de Mycroft Holmes, pidiéndole consejo para localizar a su hermano.

Cinco escondites: está el invernadero de Kew Gardens y el panteón del Cementerio de Hampstead. –le indicó el Gobierno Británico, justo momentos antes de hacer un breve gesto con su mano derecha, pidiéndole implícitamente que se marchara.

Entretanto, John había decidido acercarse a Baker Street en caso de que los dos detectives hubieran decidido volver.

Tras el reloj del Big Ben. –le comentó la Sra. Hudson.

–Creo que lo decía en broma. –dijo John.

–Oh, no me refiero a Sherlock, John. –interrumpió ella–. Me refiero a Cora. Cuando necesitaba pensar siempre iba allí, lo recuerdo, porque hizo lo mismo cuando Sherlock fingió su muerte.

¿En serio? –preguntó el doctor.

Sí. –afirmó la casera–. Estoy segura de que fue allí en más de una ocasión con la idea de... –la Sra. Hudson se interrumpió–. Oh, Dios, no quiero ni pensarlo.

–Pero no lo hizo. –comentó John–. Por fortuna... Ahora debemos concentrarnos en encontrarlos.

Al cabo de un rato, John se encontraba en la sala de Baker Street junto a la propietaria del piso y el Inspector de Scotland Yard.

Sherlock sabía quién le disparó. –reflexionó el rubio–. La herida de bala estaba aquí, luego estaba de cara al autor. –dijo John mientras señalaba su pecho–. Además, por la forma en la que Cora también ha desaparecido, y que probablemente haya ayudado a Sherlock a fugarse del hospital, me da por pensar que ella también sabe quién es la persona que disparó el arma. –pensó el doctor en voz alta–. De hecho, ella ya se encontraba en la habitación cuando yo llegué, por lo que debió al menos ver el disparo...

¿Pero por qué no nos lo han dicho? –preguntó Lestrade.

–No tengo ni idea. Esos dos son extremadamente cabezotas, y no hay forma de saber qué ronda por sus mentes. –comentó John tras resoplar–. Siendo Cora la más humana y sensata de ambos, este asunto me da qué pensar...

–Está claro por qué. –dijo el inspector de Scotland Yard–. Ambos confían en el otro de forma incondicional, y estoy seguro de que lo están buscando ellos mismos.

O protegiéndolo. –intercedió John.

–¿A quien le disparó? ¿Y por qué? –inquirió Greg.

–Están protegiendo a alguien, eso está cristalino. –dijo John–. ¿Pero a quién protegerían? –reflexionó el hombre mientras se sentaba en su sillón, observándolo con una mirada pensativa.

–Llámame si te enteras de algo. No me ocultes nada. –le pidió Lestrade–. Llámame, ¿vale?

–Sí, de acuerdo. –replicó John de forma distraída.

–Buenas noches. –se despidió el Inspector, marchándose del piso.

Bien, adiós. –se despidió la casera–. John, necesitas un té... –comentó ella tras observarlo.

–Sra. Hudson, ¿por qué creía Sherlock que iba a volver a mudarme aquí? –le preguntó John a la casera, quien se dirigía a la cocina para preparar una taza de té.

–Oh, sí, ha vuelto a colocar tu sillón, ¿verdad? –replicó ella–. Está bien. Así queda mucho mejor.

John apenas prestó atención a la respuesta de la casera del 221-B, ya que su visión se encontraba exclusivamente centrada en un pequeño frasco de perfume con la forma de una luna creciente, el cual estaba posado en una mesita, al lado del sillón. Tan concentrado estaba en el perfume, que ni siquiera escuchó sonar su teléfono.

–John, es tu teléfono, ¿no? –comentó la mujer antes de tomar el teléfono del hombre, leyendo el nombre del interlocutor–. Es Sherlock, John. Sherlock. –dijo, extendiendo su brazo hacia el doctor, donde sujetaba el móvil–. ¡John! ¡Tienes que contestar! –exclamó, al observar que John no cogía el teléfono de su mano.

Sin embargo, aún en un ligero trance, John no podía dejar de observar el frasco de perfume encima de la mesa, que tenía el nombre: Claire de La Lune.

Entretanto, Mary había decidido buscar a los dos detectives por su cuenta, preguntando a Anderson y a su compañera por el posible paradero de ambos.

–Leinster Gardens. Es su escondite preferido. –le contó Anderson–. El más secreto.

–Lo sabe porque una noche lo acechó hasta allí. –comentó la compañera de Philip.

Le seguí. –corrigió el ex-forense de Scotland Yard.

–Le siguió. Eso. –dijo ella.

Al cabo de un tiempo, la mujer del Dr. Watson se hallaba caminando por una larga carretera hacia Leinster Gardens, una localidad urbanística bastante cara, con una larga línea de terrazas blancas pegadas entre sí. En ese momento, mientras caminaba, la rubia advirtió que una persona sin hogar se encontraba acurrucada contra la valla blanca de uno de los edificios, una capucha cubriendo su rostro y una manta cubriendo su cuerpo. Tenía en su mano una pequeña taza en la que recoger dinero.

–¿Tienes suelto? –preguntó el hombre sin hogar.

No. –sentenció Mary con un tono seco, pasando a su lado sin miramientos.

–Venga, no seas como los demás. –insistió el hombre, lo que provocó que Mary se detuviera, se acercara a él y depositara unas cuantas monedas en la taza, ante lo cual, el hombre tomó su mano–. Primera norma para buscar a Sherlock Holmes y Cora Izumi: ellos te encuentran a ti. –dijo Bill Wiggins, a quien Mary había conocido en el antro de drogas. Éste le entregó un teléfono y un auricular inalámbrico. Tras levantarse del suelo tomó la taza y la miró a los ojos.

–Ahora trabajas para Sherlock y Cora... –dijo la rubia con un tono sereno.

–Así no estoy en la calle, ¿no?

Pues... No. –replicó Mary mientras se encogía de hombros. El teléfono comenzó a sonar, por lo que ella se colocó el auricular y comenzó a caminar–. ¿Dónde estáis?

¿No nos ves? –preguntó Cora con un tono realmente serio y aún algo resentido, pero menos amenazante que el que empleó cuando la vio disparar.

–¿Qué estoy buscando? –preguntó Mary, caminando de nuevo por la avenida.

–El escondite de Leinster Gardens--oculto a plena vista. –replicó Sherlock mientras Mary se alejaba ligeramente de la acera, para poder tener una mejor visión de las casas–. Casi nadie se da cuenta. La gente se pasa años viviendo aquí y nunca lo ve, pero si eres lo que creemos que eres, tardarás menos de un minuto. –comentó el detective mientras Mary continuaba caminando, observando las fachadas de los pisos.

–Las casas, Mary. Mira las casas. –le aconsejó la joven de ojos carmesí.

–¿Cómo sabíais que iba a venir? –preguntó Watson.

–Sabíamos que hablarías con los que nadie tiene en cuenta. –contestó el sociópata.

–Y yo que me creía tan lista... –comentó Mary con una sonrisa sarcástica.

–Siempre eres lista. Confiábamos en eso. –dijo Cora con un tono serio, tratando de enterrar el rencor que sentía por ella debido a lo sucedido–. Colocamos la información para que la encontraras.

Ohh...se asombró Mary, deteniéndose para observar dos de las casas que habían llamado su atención.

–Treinta segundos. –comentó Sherlock algo satisfecho.

–¿Qué estoy mirando? –preguntó la rubia.

–No hay aldaba ni buzón, ventanas pintadas. Veintitrés y veinticuatro de Leinster Gardens.... Las casas vacías. –le informó la pelirroja.

Fueron demolidas hace años para hacer sitio al metro de Londres. Un respiradero para los viejos trenes de vapor. Solo queda la parte frontal de las casas. –le contó el sociópata–. Solo es una fachada... ¿te recuerda a alguien, Mary? Una fachada. –preguntó con ironía, momentos antes de que una foto sonriente de Mary se proyectara en la fachada de los dos pisos. La rubia se giró alarmada, observando el entorno para intentar encontrar la fuente de proyección.

–Lo siento. Sherlock nunca ha podido resistir el toque dramático. –comentó la pelirroja, al mismo tiempo que la mujer de John se giraba hacia los pisos.

–Pasa. Es un poco estrecho. –le dijo Holmes.

–¿Esto es tuyo? –le preguntó la mujer, caminando hacia los pisos.

–Mmm-hmm. Lo gané en una partida de cartas con la Caníbal de Clarence House. Casi me cuesta los riñones, pero por suerte tenía una escalera de color. –le contó el detective, mientras Mary entraba al edificio–. No veas cómo juega esa mujer... –mencionó con ironía una vez la rubia entró al edificio.

Todo lo que quedaba de las casas de Leinster Gardens era un angosto pasillo que recorría la parte frontal del edificio. La mujer del Dr. Watson miró por unos breves instantes a su espalda, antes de concentrar su visión en el extremo más alejado del pasillo. El lugar donde la mujer se encontraba estaba iluminado, sin embargo, el extremo opuesto a su posición se encontraba en sombras, distinguiéndose únicamente dos figuras: una de ellas sentada en una silla de ruedas de la que colgaba un gotero, y otra de pie, justo al lado.

–¿Qué queréis? –preguntó Mary.

Mary Morstan sí que nació en Octubre de 1972. Su tumba está en el Cementerio de Chiswick donde--hace cinco años--te hiciste con su nombre y fecha de nacimiento, y por tanto, con su identidad. Por eso no tienes "amigos" de antes de esa fecha. –replicó la joven de ojos carmesí, explicando la información que habían reunido mientras Mary caminaba por el pasillo, hacia el extremo sombrío.

–Es una técnica bastante antigua, conocida por la clase de gente capaz de reconocer un código de salto... Con una memoria extraordinaria. –explicó Sherlock.

–Habéis tardado mucho. –sentenció Mary.

¿Que tal disparas? –le preguntó Holmes a la rubia entre breves pausas para tomar aliento.

La mujer de John metió la mano en el interior de su gabardina, sacando su pistola, cargándola y sujetándola a un lado de su cuerpo.

¿Tenéis interés por averiguarlo? –amenazó Mary.

–Yo que tu no haría eso, Mary... –dijo Cora con una voz ronca–. No me metería con alguien como yo: un experimento genético.

¿Ah, no?

No. –sentenció Cora–. Créeme. Podría colocarme a tu espalda en menos de dos segundos y romperte el cuello por lo que has hecho.la amenazó con una voz fría la pelirroja, lo que bastó para mandar un escalofrió por la espina dorsal de la mujer.

Además –dijo Sherlock, quien parecía tratar de calmar a su prometida–: Si morimos aquí encontraran nuestros cadáveres en un edificio con tu cara proyectada en la fachada. Hasta Scotland Yard llegaría a alguna conclusión. –comentó con un tono sereno–. Queremos saber lo buena que eres. Adelante. Demuéstranoslo.

–La mujer del doctor ya tiene que estar un poco aburrida. –comentó la detective, con su tono más calmado.

Mary dio una breve mirada al suelo y sacó una pequeña moneda de su bolso. Tras mirar al techo para medir la distancia hasta éste, la mujer lanzó la moneda hacia arriba, disparando una bala. A los pocos segundos se giró para observar las figuras en el extremo del pasillo.

–¿Podemos verla? –preguntó el detective tras colgar el teléfono, caminando hacia ella con la pelirroja a su lado. Mary observó una vez más a las figuras del pasillo, agachando su rostro y volviéndose hacia los dos detectives.

Ah, son muñecos. –comentó–. Supongo que era un truco evidente... –musitó tras quitarse el auricular. A los pocos segundos camino hacia ellos, para después detenerse, deslizando la moneda en su dirección.

Sherlock detuvo la moneda con su pie. Tanto él como su prometida miraron a la mujer de John durante unos segundos, antes de que el primero intentara agacharse y coger la moneda. Sin embargo, viendo que el joven aún sentía un gran dolor, Cora lo detuvo, y ella se agachó en su lugar, cogiendo la monda en su mano derecha.

–Y aún así, a una distancia de dos metros, no lograste un disparo mortal. –sentenció la pelirroja mientras daba la vuelta a la moneda, observando el disparo. Sus ojos carmesí brillaban de forma ligera debido al pequeño rencor que sentía, pero hizo lo posible por reprimirlo, lo que hizo que sus ojos retomaran su brillo habitual.

Suficiente para hospitalizarme, pero no para matarme. –comentó el sociópata–. No fue un fallo. –le dijo, antes de sonreír de forma ligera.

Fue una consulta. –sentenció Cora antes de respirar de forma notoria, calmando su temperamento.

–Aceptamos el caso. –le informó Sherlock.

¿Qué caso? –preguntó, mirando a ambos detectives.

El tuyo. –sentenció él–. ¿Por qué no acudiste a nosotros, para empezar?

–Porque John no puede saber que le mentí. Le destrozaría y lo perdería para siempre--y Sherlock, Cora, eso nunca lo permitiré. –replicó Mary.

La verdad siempre sale a la luz, Mary. –dijo Cora–. Después de lo ocurrido, creo que no deberías vivir tu vida con John en una mentira. No se lo merece. –sentenció con un tono severo–. Y créeme, me habría gustado hacerte pagar lo que le hiciste a mi prometido, pero ahora que sé la verdad, creo que lo dejaré pasar para poder ayudarte. –comentó antes de alejarse con Sherlock unos pocos pasos.

Cora... Por favor, entiéndelo. Haría cualquier cosa para evitarlo. –dijo Mary. En ese momento, Sherlock y la pelirroja se giraron hacia ella con un rostro triste.

Lo siento. El truco no es tan evidente. –mencionó la pelirroja antes de acercarse a la caja de fusibles, bajando la palanca, y restaurando la energía.

Una vez las luces se encendieron por completo, Mary se giró lentamente para observar el extremo del pasillo que había permanecido en penumbra hasta ese momento. John era la persona que se encontraba sentada en la silla de ruedas, con un muñeco a su espalda. El doctor se levantó del asiento, bajando el cuello de su abrigo y revolviendo su pelo a la normalidad.

–Ahora habla. Arregla esto, y date prisa. –dijo Sherlock mientras John caminaba hacia Mary. Ahora los Watson se encontraban frente a frente y en silencio. Cora observó cómo Sherlock parecía agotado, pues tenía la sensación de que iba a desmoronarse en cualquier momento, por lo que pasó el brazo de su prometido por sus hombros.

Baker Street. Ahora. –dijo la joven de ojos carmesí de forma serena, caminando con Sherlock fuera del edificio.

Más tarde, John entró en el piso del 221-B de forma airada, abriendo la puerta con un talante realmente molesto y enfadado por lo que acababa de averiguar. El doctor dejó su abrigo encima de la mesa de la sala, esperando a que los otros tres entraran.

John... –dijo la Sra. Hudson al verlo entrar–. ¡Mary! –exclamó la mujer al ver entrar a la rubia, quien le dedicó una leve sonrisa.

La pelirroja entró pocos segundos después de Mary, con Sherlock prácticamente apoyado en ella, su brazo izquierdo alrededor de sus hombros, mientras que el brazo derecho de la joven estaba en la espalda de su prometido.

–Hola Sra. Hudson... –la saludó Cora con una sonrisa cansada, pues todo lo ocurrido la había agotado por completo.

Cora... Oh, ¡Sherlock! Madre mía, ¡estás hecho una pena! –comentó la mujer, observando a los dos detectives.

Tráigame morfina de su cocina. Se me ha acabado. –le dijo Sherlock a la casera.

–¡Yo no tengo morfina!

¿Y entonces para qué sirve? –preguntó Sherlock con un tono enfadado, pues el dolor comenzaba de nuevo a sentirse, y era realmente insoportable.

–Cariño, trata de calmarte... –musitó Cora con una voz suave, mientras posaba su mano en la mejilla de su prometido–. Intentaré que pare el dolor, pero primero necesito que te calmes.

Qué haría yo sin ti. –musitó el detective tras exhalar un suspiro, ya más tranquilo.

–Pero bueno, ¿qué pasa? –preguntó la casera, notando la creciente y evidente tensión en el ambiente.

–Buena pregunta. –sentenció John con un tono enfadado y sarcástico.

–Los Watson están a punto de tener una riña, y espero que se den prisa, porque tenemos trabajo. –le respondió Sherlock, mientras posaba su mirada azul-verdosa sobre John.

–No, tengo una pregunta mejor... –indicó John tras caminar hacia Mary, con una expresión enfadada en el rostro–: ¿No he conocido mas que a psicópatas?

Sí. –replicó Sherlock, ante lo cual Mary asintió de forma casi imperceptible.

–Sherlock... –advirtió la pelirroja.

–Bueno, menos tú, por supuesto. –se corrigió el detective, mientras que Mary volvía a asentir–. Bueno, ahora que está aclarado, vamos a-

¡CÁLLATE! –exclamó John con furia–. Y no digas nada, porque ésto no tiene gracia. Ésta vez no. –comentó el ex-soldado, antes de posar su vista en la joven prometida del detective–. Cora, tu tampoco digas nada, por favor. –le pidió a la muchacha, con un tono más suave.

John, ninguno de nosotros hemos dicho que la tuviera. –trató de razonar Cora.

–Tú. –apeló el doctor a su mujer–. ¿Que he hecho....en mi vida....para merecerte?

De todo. –replicó Sherlock rápidamente.

–Sherlock, cariño. Ahora no. –le advirtió su prometida.

–Sherlock, te he dicho que te calles. –le recalcó con un tono enfadado su mejor amigo.

No, en serio. Has hecho de todo--hacer de todo es lo que has hecho. –replicó el joven detective.

Mientras el doctor continuaba observando al detective, con una mirada que hubiera podido matarlo unas cuantas veces, la pelirroja decidió intervenir.

–Cariño, apóyate un momento en el marco de la puerta. –le dijo mientras lo miraba a los ojos–. Deja que me encargue de esto. John está ahora muy sensible, y no creo que haciendo tú este tipo de comentarios mejores su talante. –le comentó Cora antes de darle un beso en la mejilla, volviéndose hacia su amigo–. John, eras un médico que fue a la guerra, eres un hombre que no aguanta más de un mes en un barrio residencial sin irrumpir en un antro de fumar crack y pegar a un yonki. Tu mejor amigo es un sociópata que resuelve crímenes como alternativa a colocarse...-

Soy yo, por cierto. Hola. –intercedió Sherlock, provocando que la pelirroja niegue unos segundos con la cabeza.

Tu otra mejor amiga, es una huérfana que fue creada como un experimento genético de Baskerville, quien también resuelve crímenes por pura diversión, y para olvidar sus propios problemas. –continuó Cora–. Incluso la Sra. Hudson, a quien considero como una madre, dirigía un cartel de droga.

–Cora, ya te dije que el cartel era de mi marido. Yo solo escribía. –indicó la casera.

–Y hacía bailes exóticos. –apostilló Sherlock, observándola.

Sherlock Holmes, si te has metido en YouTube...-

Lo que quiero decir es... John, eres adicto a cierto estilo de vida. Tienes una extraña atracción hacia las situaciones y las personas peligrosas. –la interrumpió la joven de ojos rubí–. ¿Tanto te extraña, que la mujer de la que te has enamorado encaje en ese patrón?

–Pero se suponía que ella no era así. –dijo John con una voz a punto de quebrarse, aún mirando a la pelirroja, mientras señalaba a Mary–. ¿Por qué es así?

Cora no supo realmente cómo responder a aquella pregunta, pues veía el rostro de John tan lleno de dolor y tristeza, que no se sentía capaz de continuar. No quería entristecerlo más ni causarle más daño. En ese momento, sintió una mano que rodeaba su cintura, sus ojos advirtiendo que su prometido se encontraba ahora a su lado.

–Porque la elegiste tú. –le contestó el detective.

John respiró unas cuantas veces al escuchar esa réplica por parte de su mejor amigo, y tomó en consideración todo lo que Cora le había dicho, caminando hacia la pequeña mesita que estaba al lado del sillón del detective.

¿¡Por qué siempre todo... ES CULPA MÍA!? –exclamó, dándole una patada a la mesita. Ante ese golpe, Cora notó cómo Sherlock daba un ligero respingo, ya que lo había pillado desprevenido, sin embargo, ni ella ni Mary se inmutaron por aquel estallido por parte del doctor.

–¡Ay, los vecinos! –exclamó la casera, saliendo de la estancia.

–John, escucha. –le dijo la pelirroja–. Cálmate y contesta: ¿Qué es ella?

¿La embustera de mi mujer? –preguntó John mientras miraba a Mary.

No. –negó Cora–. ¿Qué es? –preguntó de nuevo.

¿Y la mujer que lleva dentro a mi hijo, que me ha mentido desde que la conocí? –preguntó John una vez más con un tono claramente enfadado, pero más calmado.

–No. No en éste piso; no en ésta habitación. –recalcó Sherlock, intercediendo en la conversación–. Aquí, ahora, ¿qué es ella?

John suspiró de forma pesada tras escuchar a sus dos amigos, antes de agachar ligeramente el rostro.

–Vale. Como queráis. –se rindió John, mirando a los detectives por encima de su hombro izquierdo–. Lo que vosotros digáis. –comentó antes de mirar de nuevo a su mujer, colocando una silla entre las de ellos, mirando a la chimenea–. Siéntate. –le ordenó a la rubia.

–¿Por qué?

–Por que ahí es donde se sientan. –respondió su marido–. La gente que viene a contar su caso. Los clientes--y eso es lo que tú eres ahora, Mary. Una clienta. Ahí te sientas y hablas, y ahí nos sentamos nosotros y escuchamos. Después decidimos si nos interesas o no. –comentó tras respirar una vez más de forma pesada, sentándose en su sillón acto seguido.

Cora sonrió de forma leve y tras suspirar, caminó con Sherlock hasta su sillón, ayudándolo a sentarse, para después sentarse ella en su reposa-brazos. Mary observó a los detectives sentarse y tras unos segundos, la mujer suspiró, sentándose en la silla que John había colocado, ajustando el abrigo. Tras unos pocos segundos, Mary sacó un pen-drive del bolsillo de su pantalón con algo escrito en su superficie, dejándolo en la mesita que había junto al sillón de su marido.

A.G.R.A. –leyó Cora–. ¿Qué es?

–Eh... Mis iniciales. –replicó ella antes de girarse hacia John–. Lo referente a quien era está ahí. Si me quieres, no lo leas en mi presencia.

–¿Por qué? –preguntó él.

Porque cuando termines no me querrás, y no quiero que eso pase. –le contestó ella, tratando de retener las lágrimas, momentos antes de que John se guardara en pen-drive en el bolsillo–. ¿Cuánto sabéis ya? –preguntó, mirando a Sherlock y su pelirroja.

Por tus habilidades, eres, o eras, agente secreta. Tienes acento de aquí, pero sospecho que no lo eres. Huyes de algo y usaste tus conocimientos para desaparecer. Magnussen sabe tu secreto y por eso ibas a matarlo. Asumo que te hiciste amiga de Janine para acercarte a él. –replicó Sherlock en una voz queda.

–Oh--quién fue a hablar. –mencionó Mary con ironía, provocando que Sherlock y la pelirroja sonrían–. Con lo que tiene Magnussen sobre mí iría a la cárcel de por vida.

–Ibas a matarlo. –dijo John.

A los tipos como Magnussen habría que matarlos. Por eso existo yo.

–¡Perfecto! ¿Eso es lo que eres? ¿Una asesina? –le preguntó John, antes de mirar a sus dos amigos–. ¿Cómo no me di cuenta?

Te diste cuenta... y te casaste conmigo. –le dijo la mujer a su marido–. Porque tienen razón. Te gusta.

A ver....Mary....¿qué documentos que te atañen tiene Magnussen, que quieres.....sustraer y recuperar? –le preguntó el detective, mientras su rostro se contraía de dolor debido a la falta de anestesia y un calmante.

–¿Por qué ibas a ayudarme? –le preguntó la rubia.

Porque le salvaste la vida. –sentenció la detective mientras la miraba con una ligera sonrisa agradecida.

¿Perdona, qué? –inquirió John, confuso.

Cuando os pillé a Magussen y a ti tenías un problema. Más concretamente, tenías un testigo. La solución, por supuesto, era evidente. Matarnos a los dos e irte. Sin embargo te dejaste llevar por tus sentimientos: Un tiro calculado al milímetro para incapacitarme, con la esperanza de ganar más tiempo para negociar mi silencio. –comentó el detective, recordando lo ocurrido.

De hecho, cuando yo entré a la estancia ya tenías a otro potencial testigo, y habría sido igual de fácil el haberme matado a mi también. –intercedió la pelirroja, lo que hizo que su detective la mirara, pues aquella información era nueva para él–. Decidiste que no sería sensato dispararme a mi dadas mis habilidades, además de el hecho de que me encontraba exclusivamente centrada en Sherlock, por lo que también tratarías de negociar mi silencio. Concretamente, lo que te condicionaba era la situación en la que te encontrabas, pues no podías disparar a Magnussen.

La noche en la que los tres nos colamos en el edificio, tu marido y mi prometida se habrían convertido en sospechosos, por lo que calculaste que Magnussen usaría vuestra relación, en lugar de revelar la información a la policía, como modus operandi. –continuó Sherlock–. Y te fuiste como habías venido.

–¿Nos hemos dejado algo? –preguntó Cora.

–Cómo le salvó la vida. –sentenció John.

–Mary llamó a la ambulancia en mi presencia, John. –le informó la pelirroja.

–Yo llamé a la ambulancia. –rebatió el doctor.

Ella llamó antes. –intercedió Sherlock.

–John, tu tardaste cinco minutos más en llegar y marcar el número. Yo por mi parte, me encontraba intentando detener la hemorragia y estaba completamente en shock, incapacitada para tomar cualquier curso de acción. –replicó la pelirroja, sus manos temblando ligeramente por la escena que volvía a su mente–. De ser por nosotros Sherlock habría muerto...

Una ambulancia de Londres tarda de media en llegar... –dijo Sherlock. En ese momento se pudieron escuchar sin ninguna duda las fuertes pisadas de personas subiendo las escaleras del piso. La joven de ojos carmesí alzó el rostro y observó entrar a dos paramédicos en la estancia.

¿Han llamado a una ambulancia? –preguntó uno de ellos.

...Ocho minutos. –terminó de calcular el sociópata–. ¿Han traído morfina? La he pedido por teléfono.

–Nos dijeron que era un disparo... –dijo el paramédico.

Fue la semana pasada, pero creo que tengo una hemorragia interna. Tengo el pulso irregular. –mencionó el detective, mientras tenía los dedos de su mano derecha en su muñeca izquierda. Tras unos instantes se levantó del sillón–. Puede que tengan que reanimarme por el camino... –comentó segundos antes de que sus rodillas dejaran de poder sostenerlo.

¡Sherlock! –exclamó Cora, su voz llena de preocupación y angustia, corriendo a sujetarlo al mismo tiempo que John, quien también se había acercado rápidamente a él.

–Vamos, Sherlock. Vamos, Sherlock. –dijo el doctor, mientras su mejor amigo gritaba por el dolor.

¿John? ¿Cora? Magnussen es lo único que importa. –les dijo a ambos, agarrando sus hombros–. Confiad en Mary. Me salvó la vida. –comentó, mientras los paramédicos se acercaban deprisa a él.

Te disparó, cariño. –sentenció la pelirroja con una voz angustiada, tomando su mano.

–Son... sentimientos encontrados, querida. –mencionó el detective asintiendo ligeramente, antes de dar un grito de dolor, comenzando a caer. Cora, John y los paramédicos procedieron entonces a tumbarlo en el suelo.

–¿Sherlock? Sherlock, cielo, aguanta... –le dijo su prometida, aún agarrando su mano.

–Cójanlo. -les dijo John a los paramédicos, soltando a su amigo–. ¿Lo tienen? –preguntó, ante lo cual, uno de ellos asintió. Sherlock no paraba de dar gruñidos y pequeños gritos de dolor, lo que hizo que la joven de ojos carmesí comenzara a llorar en silencio, observándolo.

–¿Es usted su familia más cercana? –preguntó uno de los paramédicos, observando que la pelirroja se negaba a soltar su mano ni a apartarse de él.

Soy su prometida. –replicó Cora, contemplando cómo le colocaban una mascara de oxígeno a su querido sociópata.

–Entonces venga con nosotros. Seguro que se sentirá más tranquilo si está usted con él. –dijo el hombre.

–Muchas gracias. –replicó Cora, acompañando a los paramédicos a la ambulancia, antes de dar una ligera mirada hacia John y Mary, quienes se encontraban en silencio, mirándose a los ojos.

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