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| -La despedida de Sherlock- |

Los tres amigos corrieron por las calles solitarias y nocturnas de Londres, en un esfuerzo por escapar de los agentes de policía que andaban en su busca. Sherlock dejó caer la pistola, pues sentía que ya no la necesitarían para nada.

–¡La pistola! –exclamó John.

¡Déjala! –exclamó Sherlock mientras los hacía girar a la izquierda, corriendo en esa dirección, a los pocos segundos encontrándose con una verja de metal de considerable tamaño que bloqueaba su ruta de huida.

Ay madre... –musitó la pelirroja, pues la verja parecía difícil hasta escalarla.

Sherlock observó el pequeño entorno en el que se encontraban, encontrando de forma rápida y fácil varios cubos de basura que podrían servirles como punto de apoyo para pasar por encima de la verja.

–Por aquí. –les indicó a sus dos compañeros, subiéndose al cubo de la basura y pasando al otro lado junto a John, dejando a la pelirroja en el otro lado, a quien a causa de su altura y sus tacones, le había sido imposible seguir el ritmo de los hombres.

–¡Sherlock! –exclamó la joven pelirroja, mientras su brazo colgaba del metal que estaba encima del barrote de la verja–. Cielo... –musitó ella con un tono algo severo y serio, agarrando a su novio por la solapa de su gabardina, acercándolo a su rostro–. Vamos a tener que coordinarnos.

–Bien... –dijo el sociópata analizando la situación–. Ve a la derecha, querida.

Cora hizo lo que Holmes le había rogado y se movió hacia la derecha, logrando encontrar otro punto de apoyo, saltando la verja y reuniéndose con ellos. Tras aquello, los tres inquilinos de Baker Street corrieron de nuevo hasta una leve intersección en forma de T. Cora giró a la derecha, pues ella era ahora la que los estaba guiando, pero al escuchar los sonidos característicos de un coche patrulla saltó hacia atrás, resguardándose del vehículo tras la pared, al igual que sus compañeros. Éstos aprovecharon para recuperar el aliento tras aquella leve carrera.

Todos quieren creerlo--por eso es tan inteligente. –comentó Sherlock mientras observaba a su novia y a su amigo, su voz endureciéndose a cada palabra–. Una mentira que es preferible a la verdad. Mis brillantes deducciones han sido una farsa. Nadie se siente un inepto--Sherlock es mortal.

–¿Y qué pasa con Mycroft? –inquirió John con un tono esperanzado.

–Podría ayudarnos... –intercedió la joven de ojos carmesí, mientras ella y Holmes observaban ambos lados de la intersección.

–¿La reconciliación familiar...? –inquirió Sherlock de forma retórica e irónica–. Aún no es el momento.

En ese momento, John observó hacia el lateral por el que habían visto pasar al coche patrulla (siendo este la derecha del lugar por el que habían entrado a la intersección): en la otra esquina de la pared había un rostro tímidamente asomado, espiándolos a los tres.

–¡Sherlock, nos están siguiendo! –musitó la pelirroja en un tono ligeramente alarmado, pues ella también se había percatado de la persona que los observaba.

–¡No podremos burlar a la policía! –comentó John algo desesperado.

Holmes observó al hombre que estaba en la calle contigua antes de volverse hacia sus compañeros.

–No son ellos. Es uno de nuestros nuevos vecinos de Baker Street. A ver si puede darnos respuestas... –comentó Sherlock antes de correr en la dirección izquierda de la intersección, colocándose en la esquina para observar la carretera que había justo delante, donde se podía ver un autobús de dos pisos acercándose.

–¿A donde vamos? –inquirió John tras seguir a Holmes y a la pelirroja.

–Nos pondremos delante de ese autobús. –sentenció la joven, quien ya sabía de antemano las intenciones de su detective.

¿¡Qué!? –preguntó John casi en un grito, mientras ambos jóvenes lo arrastraban hacia la carretera.

Los tres amigos corrieron en dirección a la calle, y se plantaron en medio de ésta, encarando al vehículo. El hombre que los había estado observando se lanzó a la carretera, tirándose encima de ellos, apartándolos de la trayectoria del bus, los cuatro cayendo al suelo, mientras que el conductor del autobús hacía sonar su claxon para expresar su molestia. La pelirroja logró sentarse en el suelo y arrebatar al hombre el revolver del bolsillo de sus pantalones, apuntando el arma hacia su rostro con determinación.

–Dime qué quieres de mi. –ordenó Sherlock con una voz calmada, pero claramente molesta.

–Dínoslo. –insistió Cora mientras acercaba más la pistola al rostro del hombre, pues había observado que éste solo abría sus ojos con pasmo.

–Lo dejó en tu piso. –replicó el hombre ante la amenazante arma.

–¿Quién? –preguntó Sherlock.

Moriarty.

–¿Qué? –inquirió la pelirroja, mientras los cuatro se levantaban del pavimento. Sin embargo, la joven no apartó el arma de su rostro.

–La clave del ordenador.

–Pues claro. Lo va a vender--el programa que usó para entrar en la torre. –comentó Sherlock, mientras la joven bajaba la pistola y lo observaba–. Lo colocó cuando vino a verme... –indicó el detective, antes de que tres disparos resonaran en el lugar, acabando con la vida del hombre frente a ellos. Los tres observaron a su alrededor en busca del origen de las balas, pero al igual que en la vez anterior, no encontraron nada, así que corrieron de nuevo para marcharse del lugar.

Mientras las sirenas policiales se acercaban de nuevo, los tres compañeros se metieron en un pequeño portal que se encontraba abierto, con el fin de evadirse de ser encontrados.

–Esto cambia el juego. Es una clave--puede acceder a cualquier sistema y está en nuestro piso. –indicó Sherlock mientras recuperaban el aliento.

–Por eso dejó aquel mensaje diciéndoles dónde acudir... –dijo Cora, pues ella también comenzaba a atar cabos.

–Exacto. Buscad a Sherlock... –afirmó el sociópata mientras le dedicaba una sonrisa a la joven–. Tenemos que volver al piso y buscar.

–La policía habrá acampado. –comentó John–. ¿Por qué colocártelo a ti?

–Es otra sutil forma de manchar mi nombre: ahora soy el mejor amigo de los delincuentes. –replicó Holmes con ironía.

–¿Sí? Pues mira esto: es el beso de Judas. –indicó Cora mientras se fijaba en un periódico que había en el suelo, cogiéndolo en sus manos.

–Alguien llamado Richard Brook... –indicó John mientras observaba a su amigo ojear el titular.

Sherlock lentamente se giró hacia sus amigos y observó a la pelirroja, con quien intercambió una leve mirada, antes de tomar su mano.

–¿Quién es, Sherlock? –inquirió John, aún confuso. Al ver que Holmes no respondía, Watson decidió dirigirse a la pelirroja–. Hablando de algo importante... Cora, ¿no podrías derretir estas esposas? Con tus poderes debería ser relativamente sencillo.

–John, no es tan simple. –replicó Cora antes de suspirar–. Aparte de haber prometido a Sherlock no usar mis poderes a menos que peligre mi vida, he de recordarte que si comenzara a irradiar mi máximo poder no solo calentaría el metal hasta derretirlo, sino que, al ser un buen conductor del calor, acabaría por desintegrar vuestras manos, y no deseo eso en lo más mínimo. –le explicó la joven.

–Oh... Sí. Es mejor que no hagas nada por ahora... –indicó John mientras pasaba por su mente aquella horrible imagen de sus manos desintegradas.

–Pongámonos en marcha. Hay alguien a quien debemos ver... –indicó Sherlock provocando que los tres se ponían en marcha.

A los pocos minutos, los tres habían irrumpido en el piso de Kitty Riley, autora de la exclusiva del periódico donde se afirmaba que Sherlock era un farsante. Se encontraban sentados en el sofá de ella, esperando a que se presentara, hasta que escucharon las llaves en la puerta, encendiéndose las luces a los pocos segundos.

¿Es tarde para una declaración? –inquirió Sherlock con un tono irónico.

Al poco rato y tras despojarse de aquellas molestas esposas, el Detective Asesor se giró hacia la periodista.

Enhorabuena. La verdad sobre Sherlock Holmes. La exclusiva que todos querían y la consigue usted. Bravo.

–Tuvo su oportunidad. Quería ponerme de su lado, ¿recuerda? Usted me rechazó, así que... –intentó justificarse Kitty, antes de ser cortada de pronto por la pelirroja, quien ahora estaba casi a punto de tener un ataque de ira.

–Y después aparece alguien y se va de la lengua. Que bien le ha venido. –indicó la joven de ojos carmesí–. Solo para escribir calumnias y mentiras sobre nosotros, y sobre quienes no sabe nada.

–De hecho, sé bastante del señor Holmes. –indicó Kitty con cierto tono de superioridad–. Puede que no sepa nada de usted señorita Izumi, pero sí que sé algunos datos... Que sus padres están muertos, por ejemplo. –comentó con un tono satisfecho y airoso.

La pelirroja palideció casi al instante tras escuchar aquellas palabras, puesto que para ella el dolor era aún muy reciente. Estuvo a punto de usar sus poderes para elevar su temperatura y abofetear consecutivamente a Kitty, pero se contuvo tras escuchar la pregunta de John.

–¿Quién es Brook?

Kitty se encogió de hombres y negó con la cabeza, señal de que no deseaba responder.

–Pero bueno Kitty, nadie se fía de la voz al otro lado de un teléfono. Esas reuniones furtivas en cafeterías; Esas sesiones en el hotel e las que farfullaba a su dictáfono... –comentó Sherlock algo airado y molesto por el comentario que Riley le había hecho a su novia, dando a conocer algunas de sus deducciones–. ¿Cómo sabe que es de fiar? Aparece un hombre con el Santo Grial en el bolsillo... ¿cuales eran sus credenciales?

En ese momento la puerta del apartamento se abrió, a lo que los tres amigos se giraron tras escuchar una voz familiar.

–Cariño, no tenían café molido así que he cogido normal... –dijo Moriarty apareciendo en la estancia, su pelo alborotado, sin afeitar, llevando ropa casual y con una bolsa de la compra en la mano izquierda.

Los rostros de Sherlock, John y Cora se tensaron al verlo, y tuvieron que restringirse el abalanzarse sobre el Criminal Asesor para acabar con el en aquel mismo lugar. Moriarty por su parte, alzó el rostro, observando a los tres compañeros. Soltó la bolsa y comenzó a tener un ataque de pánico.

–Dijiste que aquí no me encontrarían. Que aquí estaría a salvo. –sentenció Moriarty mientras su voz temblaba.

–Estás a salvo Richard. Soy testigo. No te harían daño delante de mi. –dijo Kitty tras levantarse del sillón en el que estaba sentada anteriormente.

John, cuyo rostro era la viva imagen del shock y del desconcierto, apuntó al psicópata y habló:

–¿Ésta es su fuente? ¿¡Moriarty es Richard Brook!?

La pelirroja, quien se encontraba respirando de forma notoria y muy contenida por la tensión y el miedo, apretó su mandíbula y sus puños, en un gesto claro de furia, impotencia e instinto asesino.

–Pues claro que es Richard Brook. Moriarty no existe. Nunca ha existido. –comentó Kitty.

¿Qué....está...diciendo? –inquirió la pelirroja con un tono severo y fuerte entre leves intervalos de respiración, mientras intentaba gobernar sus habilidades e impulsos, pues sentía que en cualquier momento la rabia y las ansias de acabar con ese despreciable ser la dominarían, perdiendo todo su auto-control.

–Mírelo, Rich Brook--un actor que Sherlock Holmes contrató para hacer de Moriarty. –indicó Kitty–. Parece que yo andaba equivocada señorita Izumi... usted no parece estar metida en esta farsa, más bien parece otra victima del infame detective.

Doctor Watson, Detective Izumi, sé que son buenas personas. –dijo Moriarty mientras temblaba, por una vez, asustado de la mirada asesina de la joven pelirroja, cuyos ojos comenzaban a adquirir un tono más brillante y un brillo asesino por segundos. Retrocedió varios pasos en cuanto observó que John también lo observaba de forma furiosa–. N-no....me ha....me hagan daño.

¡Tu eres Moriarty! –exclamó la pelirroja mientras señalaba al Criminal Asesor con una gran ira, que Sherlock tuvo que frenar, posando una mano en el hombro de la joven–. ¡Es Moriarty! ¿Nos conocemos, recuerdas? ¡Me ataste un ancla, me tiraste a la piscina y casi me vuelas por los aires!

Ante esas acusaciones por parte de la pelirroja, que a pesar de haberse calmado de forma leve seguía furiosa a más no poder, Moriarty se llevó las manos al rostro, para segundos después colocarlas frente a él, como si estuviera realmente llorando de miedo.

–Lo siento. Lo siento. Me pagó. Necesitaba el trabajo: soy actor. Estaba sin trabajo... ¿lo siento, vale? –replicó Moriarty mientras señalaba al Detective Asesor con ambos brazos.

–Sherlock, más vale que te expliques... porque no entiendo nada. –indicó John, claramente confuso por toda aquella situación.

–Voy a explicarlo yo--de forma impresa. Está todo aquí--pruebas concluyentes. –intercedió Kitty mientras les entregaba a John y Cora un manuscrito temprano de su artículo–. Se inventó a James Moriarty, su enemigo. –sentenció la periodista observando a Sherlock.

–¿Se lo inventó...? –inquirió John con un tono claramente molesto ante toda aquella situación.

–Mmm-hmm. Se inventó todos los delitos en realidad--y se inventó a un malo magistral. –replicó Kitty.

¡No sea ridícula! –exclamó la pelirroja, con una gran ira plasmada en su rostro ante aquellas calumnias.

–¡Pregúntele! ¡Está ahí! ¡Pregúntele! –exclamó Kitty mientras señalaba a Jim–. Díselo Richard.

–¡Por Dios, este hombre fue juzgado! –exclamó John.

–Sí... y usted le pagó. Le pagó para que cargara con el muerto. Le prometió que sobornaría al jurado. –dijo Kitty mientras señalaba a Sherlock, quien la observaba en silencio y con un rostro lleno de desagrado–. No era un papel estelar, pero seguro que cobró bien. Pero no tanto como para no vender su historia. –indico la mujer, antes de acercarse a Jim y rodear sus hombros con su brazo izquierdo.

–Lo siento. De verdad. Lo siento. –rogó Moriarty con un tono suave.

–¿Y éste es el artículo que va a publicar? ¿La gran conclusión es: que Moriarty es un actor? –inquirió la pelirroja mientras negaba con su cabeza, en un claro gesto de desconfianza, pues no se creía ni una sola de las palabras.

Moriarty negó con su cabeza y observó a la joven pelirroja y a Watson aún con sus manos en posición defensiva.

–Él lo sabe. Tengo pruebas. Enséñaselas Kitty. Enséñales algo. –pidió el criminal con una voz algo nervios mientras miraba a Riley.

–Sí, enséñenos algo. –pidió John con un tono sarcástico. Ante esto, la periodista caminó a través de la pequeña sala, siendo observada por John, de donde sacó una bolsa, en la que había más información.

Cora observaba a Kitty y a John, pero a su espalda notó algo parecido a una gran tensión, por lo que se giró, y pudo ver sin ninguna sombra de duda a Moriarty observando a Sherlock con una sonrisa triunfal. La joven dirigió su mirada carmesí a su novio entonces, pudiendo ver que Sherlock le daba una media sonrisa a Jim, pero no había humor alguno en sus ojos, sino puro y crudo odio.

"Así que eso es lo que estás haciendo... maldito bastardo", pensó la pelirroja al ver ese intercambio de sonrisas y miradas entre su adorado detective y su némesis.

Kitty sacó una carpeta de la bolsa, para después dirigirse hacia John y entregarle la carpeta, puesto que la pelirroja se negó siquiera a tomarla en sus manos.

–Salgo en programas infantiles. Soy un cuenta-cuentos. Soy el cuenta-cuentos del DVD. –sentenció Moriarty, mientras John y Cora observaban los papeles que había dentro le la carpeta. Papeles entre los que se incluían artículos acerca de él como actor y varios anuncios publicitarios. El Criminal Asesor observó a Sherlock antes de realizar un gesto señalando a la pelirroja y Watson–. Díselo. Se va a descubrir todo. Se acabó. Díselo... ¡Díselo! –le imploró a Holmes.

Apretando los dientes en un gesto enfadado y realmente molesto, el detective dio unos pasos hacia el criminal, dispuesto a hacerle pagar todo lo que estaba ocurriendo y todo lo que les había hecho.

–Se ha acabado... ¡NO! ¡No me toques! ¡No me pongas ni un dedo encima! –exclamó Jim mientras retrocedía por la escalera del diminuto piso, hacia una de las habitaciones que allí había.

¡BASTA! ¡PARA YA! –exclamó Sherlock, eta vez perdiendo ya los estribos.

–¡No me hagas daño! –exclamó Jim, tras darse la vuelta y correr por la escalera en dirección al piso superior.

Sherlock, John y Cora salieron corriendo tras él al ver que trataba de huir.

¡Que no se escape! –clamaba la pelirroja en un furioso tono de voz.

–¡Déjenlo en paz! –les gritó Kitty a los tres compañeros mientras perseguían a Moriarty, quien se encerró en el baño, cerrando la puerta tras de si. La pelirroja y el detective estuvieron varios segundos intentando forzar la puerta hasta que lo lograron, pero para entonces el Criminal Asesor ya había desaparecido del lugar. Sherlock se acercó a la ventana y observó fuera. Después se giro, y tuvo que detener a la pelirroja de saltar por la propia ventana, pues veía claramente que deseaba ir tras él y hacerle pagar todo.

–No. No lo hagas querida. Tendrá un plan B. –indicó Sherlock mientras la tomaba de la mano y bajaba las escaleras el piso de Kitty, quien al verlos descender, se acercó a Holmes.

–¿Sabe qué señor Holmes? Ahora lo miro y puedo adivinar cosas. Y usted....me...da...grima. –indicó con un tono sereno y satisfecho. Sherlock pasó a su lado y se dirigió hacia la puerta junto a John, quien aún tenía la carpeta en sus manos. La pelirroja se detuvo un instante y empujó a Kitty de su camino de forma brusca para reunirse después con Holmes y Watson.

–¿Puede hacer eso? ¿Cambiar de identidad y convertirte a ti en el delincuente? –inquirió John, una vez fuera del piso.

–Conoce toda mi vida. Eso es lo que se hace para vender una gran mentira: envolverla para hacerla más sabrosa. –indicó Sherlock mientras caminaban por la calle.

–Es tu palabra contra la suya, cariño... –indicó la pelirroja mientras lo observaba pasear de un lado a otro.

–Ha estado sembrando la duda entre la gente las últimas 24 horas. Solo le falta hacer una cosa para rematar su juego, y es...-

Al ver que Sherlock se había interrumpido, la joven pelirroja lo observó preocupada y se acercó a el, posando su mano derecha de forma suave en su brazo derecho.

–¿Sherlock? ¿Querido, qué ocurre?

–Tengo que hacer una cosa. –sentenció Holmes.

–¿Podemos ayudarte? –inquirió la joven mientras sus ojos carmesí escaneaban su rostro, pues había detectado algo inusual en él... una emoción que intentaba ocultar a toda costa. Y eso la dejaba realmente intranquila.

No--solo. –replicó Sherlock mientras caminaba lejos de John y Cora, ambos observándose por unos segundos antes de suspirar y asentir, pues ya sabían cual era su siguiente destino. Ambos comenzaron a caminar por el lado opuesto de la carretera.

Mientras tanto, sin que Cora ni John supieran sus motivos, Sherlock se había encaminado al Hospital de Barts, y se encontraba en ese momento en el laboratorio, y observaba como Molly Hooper se preparaba para marcharse del lugar. Sin embargo, antes de que ésta lo hiciera, el detective habló.

–Te equivocas: si que cuentas. Siempre has contado y siempre he confiado en ti. Pero tenías razón: no estoy bien. –explicó con una voz suave y casi en un susurro, antes de girar su rostro hacia Molly.

–Dime qué te pasa. –rogó la mujer castaña mientras lo observaba.

–Molly, creo que voy a morir... –sentenció Holmes mientras se acercaba a ella con pasos lentos.

–¿Qué necesitas...-?

–Si no fuera todo lo que crees que soy, todo lo que yo creo que soy... ¿todavía querrías ayudarme? –la interrumpió el Detective Asesor.

–¿P-por qué no pides ayuda a Cora? Es tu novia, y seguro que ella puede darte la ayuda que necesitas... –indicó Hooper.

Pero yo te necesito... a ti. –replicó Sherlock sin miramientos mientras se acercaba aún mas a la joven.

La pelirroja de ojos carmesí y John se encontraban ahora sentados en dos sofás relativamente cómodos en una sala privada del Club Diógenes. A los pocos segundos, Mycroft abrió la puerta, y los encontró allí, esperándolo.

–Sí que ha hecho lo deberes, la señorita Riley--y son cosas que solo podría saber alguien cercano a Sherlock. –indicó John mientras ojeaba la carpeta que había tomado del piso de la periodista.

–Ah... –dijo Mycroft, falto de palabras con las que defenderse.

–¿Has visto la libreta de direcciones de tu hermano? –inquirió la pelirroja, con sus ojos observando a Mycroft de forma acusadora–. Tres nombres: el tuyo, el mío, y el de John. Y Moriarty no sacó la información de ninguno de nosotros. Por consecuencia, es claro de quién lo hizo. –indicó la joven, su tono endureciéndose aún más, mientras Mycroft cruzaba la sala pare sentarse frente a ellos.

–Cora, John...-

–¿Cómo es vuestra relación? ¿Quedáis a tomar un café de vez en cuando, tu y Jim? –lo interrumpió John realmente molesto por aquello.

Mycroft se sentó en el asiento que había frente al de ellos, y fue a abrir la boca para replicar, perlo la pelirroja se le adelantó, y lo interrumpió con un tono lleno de ira, lleno también de un tono dolido y traicionado.

–Es tu propio hermano, y tu le cuentas toda su vida a....ese....maníaco. –casi rugió la joven.

No era mi intención, no tenía ni ide-

–No me vengas ahora con esas gilipolleces Mycroft. –interrumpió la pelirroja claramente enfadada, por sus ojos pasando un destello carmesí por unos instantes, provocando que el mayor de los Holmes se refugie en su asiento por el miedo–. Eres el ser humano más rastrero y vil que he conocido en toda mi vida. No me extraña que Sherlock te odie. Yo creía que Moriarty era vil y despreciable, pero tú... Tu no le llegas a la suela de los zapatos, tú lo sobrepasas por mucho. –despotricó Cora casi levantándose de su asiento, dispuesta a darle una bofetada

–Esto era lo que intentabas decirnos, ¿no? Vigíladle, porque he metido la pata. –comentó John, dándole la mano a la pelirroja con la intención de calmarla, cosa que logró unicamente en parte. A los pocos segundos, dejó la carpeta e la mesa próxima.

¿Cómo lo conociste? –inquirió Cora, con su ira ya bajo un control relativamente bueno.

–Ante personas como esas estamos... atentos. Los vigilamos. Menos a James Moriarty... la mente criminal más peligrosa jamás vista, y en su bolsillo el arma definitiva: una clave. Varias líneas de un código fuente que pueden abrir cualquier puerta. –replicó Mycroft.

–¿Y lo secuestraste para dar con la clave? –inquirió la pelirroja tras escuchar sus palabras.

–Lo interrogué durante semanas.

–¿Y? –preguntó John.

–No seguía el juego. Se quedaba sentado, mirando a la oscuridad. –replicó Mycroft–. Conseguí que hablara, solo un poco, pero...-

A cambio tuviste que ofrecerle la vida de Sherlock. Una gran mentira--Sherlock es un fraude, y la gente se lo tragará, porque el resto es verdad. –dijo John, terminando la frase de Mycrof, mientras que la pelirroja negaba con la cabeza.

–Moriarty quería destruir a Sherlock ¿no? –inquirió la pelirroja mientras se inclinaba hacia delante–. Y TU le diste la munición perfecta. –indicó con un tono serio, antes de sonreír de forma amarga a Mycroft, quien bajó los ojos.

John se levantó de su asiento, y le ofreció a la pelirroja su mano, quien la tomó, levantándose de igual manera de su lugar. Ambos se dieron la vuelta y comenzaron a caminar hacia la puerta de la estancia, con la intención de marcharse.

–Cora, John... –los llamó Mycroft, haciendo que éstos se giraran para observarlo–. Lo siento.

¿En serio? Después de haber logrado que Moriarty destruya a Sherlock, lo único que vas a decir es lo siento? No me jodas, Mycroft. –dijo la pelirroja mientras se giraba hacia él y se acercaba–. ¿Sabes qué? Deberían darte el premio al mejor hermano del mundo. Seguro que resultabas ganador... –comentó con un tono sarcástico antes de girarse de forma leve, observando al hermano de su amado de reojo–. Oh, y antes de que se me olvide...

A los dos segundos de haber pronunciado esas palabras, la joven de ojos carmesí abofeteó a Mycroft con la palma de la mano algo imbuida del fuego que ella controlaba, sin embargo, se aseguró de no quemar su rostro, y únicamente le dejó la marca. Cora volvió entonces junto a John, quien abrió la puerta para marcharse al fin del lugar.

Decídselo a él... –rogó Mycroft, antes de observar cómo Cora cruzaba el umbral de la puerta, cerrándola John tras de sí.

Al poco rato, tanto John como Cora se encontraban en el Hospital de Barts, concretamente en el laboratorio.

Recibí tu mensaje. –comentó John mientras él y la joven caminaban hacia el sociópata.

Sherlock se encontraba lanzando una pequeña pelota de gorma contra uno de los bancos hasta que sus compañeros se acercaron, en ese momento la atrapó.

El código fuente es la clave. Si lo encontramos podremos usarlo y vencer a Moriarty. –indicó Sherlock con un tono sereno.

–¿Utilizarlo cómo? –inquirió John.

–Lo usó para crear una falsa identidad. Podemos usarlo para colarnos en los archivos y destruir a Brook. –explicó Sherlock.

Traer de vuelta a Moriarty. –comentó la joven mientras observaba como su novio se levantaba del suelo, acercándose a él para darle un abrazo.

–Estás temblando... ¿estás bien? –notó el detective mientras la observaba.

–No, es solo que estoy preocupada... Solo espero que Moriarty no vuelva a hacer de las suyas. No quiero que se repita lo de mis padres. –replicó Cora mirándolo a los ojos.

El detective le sonrió antes de darle un beso en los labios a su novia, para después acercarse a la mensa del laboratorio. Sin embargo, el corazón de la pelirroja se estremeció de pronto, pues acababa de tener una leve corazonada, ya que los ojos de Sherlock parecían tristes... incluso su beso había sido diferente. Cora no sabía lo qué era exactamente lo que ocurría, pero tenía un muy mal presentimiento.

–En algún lugar del 221-B. Escondió la clave el día del veredicto... cuando vino a vernos. –explicó Sherlock mientras John y la pelirroja se acercaban a él, apoyándose con sus manos en la mesa, al igual que él.

–Ajá... ¿qué tocó? –preguntó John mientras observaba a los dos jóvenes, pues ellos habían estado presentes.

–Una manzana...

Nada más. –sentenció Sherlock con un tono serio, mientras daba ligeros golpes con sus dedos en la superficie de la mesa.

¿Apuntó algo? –inquirió John.

–No. –sentenció Sherlock algo molesto.

Cora por su parte, dio un largo suspiro exasperado, pues tras haber tenido que lidiar con Mycroft, la joven de ojos carmesí se encontraba exhausta, y deseaba encontrar ya aquella maldita clave. Tras dar unos pocos golpes con sus dedos en la superficie de la mesa de forma distraída, la joven se alejó junto a John, pues debían seguir pensando.

Sherlock se fijó por un instante en las manos de su novia, y a los pocos segundos levantó su dedo índice y comenzó a dar ligeros golpes a la superficie de la mesa, pero esta vez poseían un ritmo específico. Se giró, dando la espalda a sus compañeros y tecleó un mensaje en su teléfono móvil:

Ven a jugar.

Azotea del Hospital de Barts.

SH

PS. Tengo algo tuyo que quizás quieras recuperar.

Tras haber escrito aquello, el detective guardó el teléfono en su bolsillo y se giró de nuevo hacia la mesa del laboratorio, dando una mirada de reojo a John y a la pelirroja.

Las horas fueron pasando, amaneciendo al poco tiempo, y Sherlock se encontraba sentado en un taburete con sus pies encima de un banco, mientras hacia rodar con su mano la pequeña pelota de goma de un lado a otro de la mesa. John estaba sentado en un taburete cercano, sus brazos apoyados en la mesa y su cabeza descansando sobre estos, totalmente dormido. La pelirroja por su parte estaba tumbada en el suelo, dormida profundamente, usando su chaqueta negra como almohada, mientras que la gabardina de Sherlock la tapaba como si fuera una manta.

En ese momento, el teléfono de Cora comenzó a sonar de forma inmediata, despertando a la joven de forma brusca. La joven de ojos carmesí se frotó los ojos, y tras sacar el móvil del bolsillo de su chaqueta descolgó la llamada.

–Sí, al habla.... –replicó la joven mientras se levantaba del suelo, despertando a John en el proceso, quien observó a la pelirroja–. ¿¡Qué!? ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Está bien!? Dios mío. Sí, ya voy. –replicó la joven de forma frenética tras colgar la llamada.

–¿Qué pasa? –inquirió Sherlock.

–Han disparado a la señora Hudson... Y a mi amiga Hanon. –explicó ella–. Hanon se había acercado a Baker Street tras haber visto las noticias. Quería saber si yo estaba bien...

–¿Qué? –inquirió John mientras se acercaba a la joven, pues sabía que tanto la señora Hudson como Hanon eran realmente importantes para ella.

¿Cómo? –inquirió Sherlock.

–Uno de los asesinos que lograste atraer... Por Dios. Sherlock, ambas están muy graves y podrían morir. Vamos. –dijo Cora mientras caminaba hacia la puerta, con John tras ella.

–Id vosotros. Yo estoy ocupado. –replicó Sherlock de forma seria.

¿Ocupado? –inquirió John, con un tono claramente molesto.

–Pensando. Necesito pensar.

–¿Que necesitas...-? Sherlock, ¿la señora Hudson no significa nada para ti? –inquirió Cora, incrédula ante sus palabras–. Comprendo que Hanon no signifique nada, ¡pero es mi mejor amiga! ¡No dejaré que muera por culpa de alguno de nosotros! ¡Y adoro a la señora Hudson! ¡Es como una madre para mí! –explicó la joven, intentando hacer que entre en razón, y en la medida de lo posible, tratando de no gritar.

La señora Hudson es mi casera, y Hanon no es asunto mio. Me da igual que sea amiga tuya o que tenga tus mismos poderes. –replicó Holmes de forma seca y algo brusca, a lo que la pelirroja comenzó a llorar.

"¿Por qué dice estas cosas? Adora a la señora Hudson... ¡Si hasta tiró a un hombre por la ventana al ver que nos habían hecho daño! Y Hanon... Ella es mi mejor amiga, y Sherlock sabe lo importante que es para mi. Nos ayudó muchísimo en Baskerville, ¿¡y ahora la dejará de lado!? Esto no está bien... ¿Por qué actúa de esta forma?", pensó la pelirroja mientras lo observaba.

–Se están muriendo... eres una máquina. –sentenció John con ira–. Joder. Joder. Quédate aquí si quieres, tu solo. –comentó Watson, antes de tomar del brazo a la pelirroja y llevársela de allí.

Cora miró por encima de su hombro antes de marcharse y musitó unas últimas palabras.

–Por favor, Sherlock...

Aun así, el detective no se movió, y la joven comenzó a llorar una vez más, arrastrándola John fuera de allí.

Sherlock se quedó allí por unos instantes, totalmente quieto. Observó cómo John y Cora se marchaban del lugar con una mirada triste, pues odiaba hacer llorar a su querida pelirroja, pero era algo necesario. Y solo podría hacerlo él. En ese momento, su teléfono sonó, alertándolo de un mensaje entrante:

Estoy esperando...

JM

Bajando los pies del banco y levantándose, el joven detective caminó por el laboratorio mientras se abotonaba la chaqueta. Cogió su gabardina, la cual estaba en el suelo, la olió ligeramente, pues la fragancia de la pelirroja aún seguía allí, abrió la puerta y se encaminó a la azotea con un gesto decidido.

Sherlock se encontraba ahora caminando por la azotea del Hospital de Barts, donde vio a Moriarty sentado en el borde de ésta, con su teléfono (que estaba reproduciendo Stayin' Alive) en la mano.

–Bueno, aquí estamos al fin--tu y yo, Sherlock, y nuestro último problema--seguir vivos. Stayin' Alive! Es muy aburrido, ¿no? –comentó antes de apagar su teléfono de una forma brusca, antes de hacer un leve gesto con su brazo, como si describiera un horizonte–. Hay que... seguir. –indicó antes de retirar su mano y pasarla por su rostro en un gesto leve, mientras Sherlock paseaba por la azotea, justo frente a él–. Me he pasado la vida buscando distracciones, y tu has sido la mejor de todas, y ahora me he quedado sin ti. Porque te he vencido.

Ante estas palabras, el detective asesor giró su rostro hacia el criminal más peligroso que había conocido.

–¿Y sabes qué? Ha sido fácil. Muy fácil. –comentó Moriarty, sin notar que Sherlock colocaba sus manos a su espalda, una encima de la otra–. Ahora tengo que volver a jugar con la gente corriente, y ahora resulta que tu eres corriente, como los demás. –se explicó el psicópata con una sonrisa, antes de volver a hundir su rostro entre sus manos, y observar a Sherlock–. Ah, bueno... ¿Llegaste a preguntarte si existía de verdad? ¿Llegaste a picar? –inquirió el criminal tras levantarse y comenzar a caminar en círculos, alrededor de Sherlock.

Richard Brook. –sentenció Sherlock.

–Parece que nadie pilla el chiste, pero tu sí.

–Por supuesto.

Buen chico...

Richard Brook en alemán es Reichenbach--el caso que me dio la fama. –explicó Sherlock con un tono serio mientras daba ligeros golpes rítmicos en el dorso de su mano, aquellos que había reproducido en la mesa del laboratorio.

–Solo intentaba divertirme. –comentó Jim, antes de pasar a su lado y fijarse en los dedos del detective–. Bien, eso también lo pillaste...

Los golpecitos eran dígitos. Cada golpe es un uno, cada pausa un cero. Código Binario. Por eso todos los asesinos trataban de salvarme la vida. Lo llevaba oculto en mi cabeza--unas líneas simples de un código fuente capaces de acceder a cualquier sistema. –explicó Sherlock.

–Se lo dije a todos mis clientes: marica el último que llegue a Sherlock.

–Ya, pero ahora que lo tengo aquí puedo usarlo para cambiar los archivos. –indicó Sherlock mientras señalaba a su sien–. Puedo matar a Rich Brook y recuperar a Jim Moriarty.

El Criminal Asesor lo observó durante unos segundos antes de alejarse de él con un rostro decepcionado.

–No, no, no, no, no, eso es muy fácil. Demasiado fácil. No hay clave, ¡IDIOTA! –exclamó Moriarty en el rostro del detective–. Esos dígitos no significan nada. Absolutamente nada. ¿No creerás en serio que un par de líneas de un código fuente van a hacer tambalear el mundo...? Estoy decepcionado. –se explicó el hombre con un tono claramente aburrido–. ¡Me has decepcionado! ¡Vulgar Sherlock...-!

–¿Qué hay del ritmo? –inquirió Sherlock, interrumpiéndolo.

Partita Nº1. Gracias, Johann Sebastian Bach. –comentó Moriarty con un tono simple.

–¿Pero entonces, cómo...-?

–¿Que cómo entré en el Banco, la Torre y la Prision? ¡Robo a plena luz del día! –exclamó la mente criminal mientras extendía sus brazos al aire en un gesto teatral–. Solo hacen falta unos participantes dispuestos. Sabía que picarías... es tu debilidad. Quieres que todo sea inteligente. –indicó James mientras se acercaba al borde de la azotea–. ¿Terminamos la partida? Un número final. Me alegra que hayas elegido un edificio alto--bonita forma de hacerlo.

Sherlock estuvo unos segundos mirando hacia la distancia, antes de parpadear en varias ocasiones.

¿Hacerlo? ¿Hacer... qué? –inquirió confuso, antes de darse cuenta de lo que debía ocurrir, girándose hacia Jim–. Cómo no... Mi suicidio.

–Se confirma que el genial detective es un fraude. Lo he leído en los periódicos, así que será verdad. Me encantan los periódicos. Son cuentos. –sentenció Jim mientras observaba a Sherlock inclinarse ligeramente para ver la caída desde la azotea, inclinándose él también a su espalda–. Muy como los de Grimm.

Mientras tanto, Cora y John acababan de llegar a Baker Street, saltando casi fuera del taxi y entrando al 221-B con prisas. En cuanto ambos pusieron un pie dentro, observaron a un constructor en el rellano de la escalera, mientras que la señora Hudson y Hanon lo miraban divertidas, charlando animadamente entre ellas.

–¡Oh, hola Cora, John! –exclamó la joven de pelo azul en cuanto los vio acercarse–. La señora Hudson me ha puesto al corriente de todo lo ocurrido.

–Pero... –musitó la pelirroja, realmente confusa.

–Bueno, yo debería irme ya. He venido solo a saludar, y me temo que me tengo que ir ya a casa. Se me ha hecho tarde y Michael andará vociferando para que haga la comida. –se excusó la peliazul mientras observaba a su mejor amiga–. Me alegro de ver que te encuentras bien Cora. –le comentó mientras pasaba a su lado antes de comenzar a caminar calle abajo–. ¡Ya te contaré en otra ocasión como me va! ¡Hasta la próxima! –se despidió con una sonrisa antes de coger el autobús cercano.

–¿Va todo bien con la policía? ¿Lo ha aclarado ya Sherlock? –inquirió la casera mientras los observaba.  

Cora observó como Hanon se marchaba, y después observó a la señora Hudson por un instante, llegando a una terrible conclusión.

"¡Oh, no! ¡Sherlock.. idiota!", pensó la joven antes de observar a John, quien parecía haber llegado a su misma conclusión.

–Oh Dios mio... –musitó John antes de salir corriendo a la calle junto a la pelirroja y coger un taxi de forma rápida, montándose en él, con la esperanza de llegar al Hospital de Barts a tiempo.

Mientras tanto, Sherlock aún seguía dialogando con Moriarty en la azotea.

Todavía puedo demostrar que creaste una identidad falsa. –indicó Sherlock con un tono serio.

–Oh, mátate, te costará mucho menos. –comentó Jim con un tono exasperado.

Sherlock entonces se giró y comenzó a pasear de forma distraída por la azotea.

–Adelante. Por mi. ¿Por favoooor? –preguntó Moriarty en un tono de voz muy agudo, provocando que Sherlock lo coja por el cuello de la camisa con ambas manos y lo gire, amenazando con dejarlo caer al pavimento–. Estás loco...

¿Ahora te enteras? –inquirió Jim mientas que Sherlock hacía un ademán de soltarlo, logrando únicamente que Moriarty soltara un leve sonido y que lo observara sin ningún miedo en sus ojos–. Está bien. Voy a darte un incentivo extra... tus amigos morirán si no lo haces. –comentó Jim con un tono satisfecho, observando como los ojos de Sherlock comenzaban a irradiar miedo.

John. –dijo el detective.

–No solo John. Todos. –replicó Moriarty en un susurro.

Lestrade.

–Todos.

La señora Hudson.

–Te falta una más... y es la más importante. Al fin y al cabo, como ya dije, es el premio para el ganador. –dijo Moriarty con una sonrisa de disfrute, a lo que el corazón de Sherlock casi se detuvo ante aquellas palabras.

Cora... –musitó el sociópata.

–Cuatro balas; cuatro francotiradores; cuatro victimas. Y, honestamente... tengo algo muy especial planeado para tu querida novia, ya que quiero saber hasta que punto llegan sus poderes. Quizás encerrarla un tiempo en un centro de investigación de experimentos genéticos baste. No veas lo fácil que fue matar a sus padres... Ni siquiera quisieron decirme nada, pero logré que hablaran al decirles que así salvarían la vida de su querida hija. Qué ingenuos. –repicó Moriarty mientras asentía, a cada palabra suya, el corazón de Holmes estremeciéndose por el miedo de que algo pudiera pasarle a la joven que amaba–. Ya no hay marcha atrás Sherlock. A menos que mi gente te vea saltar.

Ante sus palabras, Sherlock alejó a Jim del borde de la azotea, soltándolo.

–Puedes hacer que me detengan, puedes torturarme, puedes hacer lo que quieras conmigo, pero nada impedirá que aprieten el gatillo. Los únicos tres amigos y la única novia que tienes en el mundo morirán...a menos que...

Me suicide--y termine tu historia. –finalizó Sherlock.

–Tienes que reconocer que es más sexy. –dijo Jim mientras asentía y sonreía.

–Y morir deshonrado. –comentó Holmes, su mirada perdida en el horizonte.

–Por supuesto. De eso se trata. –indicó Moriarty tras observar que la calle comenzaba a abastecerse de gente–. Oh, ahora tienes público. Salta ya. Adelante.

Sherlock se acercó con pasos lentos al borde de la azotea, su respiración volviéndose más temblorosa al mirar hacia abajo.

–Te he dicho cómo acaba esto. Tu muerte es lo único que detendrá a los asesinos. Yo desde luego no pienso hacerlo. –dijo Moriarty antes de girar su rostro y observar a Sherlock, expectante.

–Me permites un momento, por favor? ¿Un momento de intimidad? Por favor. –inquirió el sociópata mientras miraba a su enemigo.

–Faltaría más. –replicó Jim mientras se alejaba del borde.

Sherlock tomó varias bocanadas ansiosas de aire, pensando en todo lo ocurrido hasta aquel momento. Todas las cosas que lo habían llevado hasta aquel momento, y por un momento su respiración se detuvo, pues acababa de darse cuenta de algo importante, lo que lo hizo alzar el rostro y comenzar a reír. Moriarty dejó de caminar y se giró deforma brusca hacia Holmes, quien aún continuaba riéndose.

–¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué me he perdido? –inquirió Moriarty enfadado.

Sherlock bajó del bordillo de la azotea y se acercó a Jim.

–No vas a hacerlo. Luego se puede detener a los asesinos. Luego--hay una clave de anulación. Una palabra. Un número. –replicó Sherlock mientras caminaba alrededor de Moriarty, de la misma forma que éste había hecho minutos atrás–. No tengo porque morir... si te tengo a ti.

–¡Oh! ¿Crees que puedes hacerme revocar la orden? ¿Crees que puedes obligarme?

Sí... y tu también.

–Sherlock, ni tu hermano mayor ni la Virgen Santísima podrían obligarme a hacer algo que no quisiera.

–Pero yo no soy mi hermano, recuerda. –replicó Sherlock acercando su rostro al del criminal–. Soy tu--dispuesto a todo. Dispuesto a arder. Dispuesto a hacer lo que no hace la gente normal. –le recalcó con un tono serio–. ¿Quieres que nos demos la mano en el infierno? No te defraudaré...

El Criminal Asesor observó al detective por unos instantes antes de negar con la cabeza.

–Naah. Pura palabrería. Naah. Eres vulgar--tu estás en el bando de los ángeles.

–Oh, puede que esté en el bando de los ángeles, pero no pienses ni por un segundo que yo soy uno de ellos. –replicó Holmes de forma ominosa.

Los dos hombres se estuvieron observando a los ojos durante unos breves instantes hasta que Moriarty rompió el silencio que se había formado de pronto.

–No, no lo eres. Lo veo. No eres vulgar. No. Tu eres yo... ¡Eres yo! ¡Gracias! –comentó el psicópata antes de reír de forma agradecida y alzar su mano derecha para que Holmes se la estreche.

Ambos observaron la mano que Jim había tendido, siendo esta estrechada a los pocos segundos por Sherlock, quien ahora observaba a Moriarty con un gesto ligeramente confuso.

Gracias. De corazón. –comentó el criminal antes de parpadear–. Mientras siga vivo puedes salvar a tus amigos. Tienes una salida... Bueno, te deseo suerte con eso. –le informó con una risa maníaca.

El Criminal Asesor, y desde hacía mucho tiempo, auto-proclamado némesis de Sherlock, abrió su boca de forma exagerada mientras acercaba a Sherlock a él, mientras que con la mano que tenía libre sacaba una pistola y se la colocaba en la boca, para después apretar el gatillo.

Ante esto, Sherlock retrocedió con un grito sorprendido a la par que horrorizado, pues ahora el cuerpo de Moriarty se encontraba en el suelo, inerte: estaba muerto. El Detective Asesor observó con horror cómo salía sangre de la cabeza de Moriarty, y procedió a alejarse de el cuerpo, mientras que respiraba de forma agitada y pensaba de forma nerviosa cómo salir de aquella situación. A los pocos segundos, y tras tomar una decisión, el sociópata se subió al bode de la azotea y observó la calle que había justo al frente, donde una taxi acababa de parar, y de donde Cora y John acababan de salir. El joven sacó su teléfono, marcó un número y llamó.

Cora y John acababan de salir del taxi cuando el móvil de la pelirroja comenzó a sonar, a lo que ésta descolgó casi al instante.

–¿Diga?

–Cora. –dijo Sherlock.

–¿Hey Sherlock, estás bien? –inquirió la joven, provocando que Watson la observe.

–Dad la vuelta y volved por donde habéis venido. –ordenó Sherlock.

–No, vamos a entrar. –replicó la joven de forma testaruda.

–Haced lo que digo. Por favor, querida. –pidió Sherlock casi de forma frenética.

La pelirroja se detuvo, pues era muy extraño el tono de voz de su novio, pero no replicó ni protesto, y tras observar a John, ambos comenzaron a retroceder por donde habían venido.

¿Dónde? –inquirió la joven, pues ya deseaba saber qué demonios estaba ocurriendo, y por qué Sherlock estaba actuando de esa forma tan extraña.

–Parad. –dijo el detective de forma urgente en cuanto vio que retrocedían lo suficiente.

–¿Sherlock...?

–Vale. Mira hacia arriba. Estoy en la azotea. –le informó a la joven, quien tras escuchar aquellas palabras miró hacia arriba casi al instante, observando con el corazón en el pecho que su amado detective decía la verdad, y que se encontraba en el borde de la azotea. John siguió la mirada de la pelirroja, y pudo ver a Sherlock en la azotea, su rostro y el de la joven horrorizados.

–Oh, Dios... –logró musitar el ex-soldado.

–Yo...Yo... No puedo bajar así que tendremos que hacerlo así. Pon el altavoz para que John pueda escucharme también. Por favor, Cora. –le dijo a su novia con una voz suave y temblorosa, a lo que la joven hizo lo que se le había pedido.

–¿Qué ocurre? –inquirió John.

–Es una disculpa. Todo es cierto. –replicó Sherlock con su voz temblando.

¿Qu-qué? –dijeron ambos al escuchar esas palabras.

–Todo lo que han dicho de mi. Me invente a... Moriarty.

–Cariño, ¿por qué dices esto? ¡Sabemos que no es cierto! –dijo la pelirroja mientras temblaba y las lágrimas comenzaban a formarse en sus orbes carmesí.

Soy un farsante.

–Sherlock... –dijeron Watson y la pelirroja sin aliento.

–Los periódicos tenían razón. Quiero que se lo digáis a Lestrade, a la señora Hudson y a Molly... De hecho, decid a todo el que os escuche que yo cree a James Moriarty a mi antojo. –dijo Sherlock entre lagrimas, pues estaba partiéndole el alma ver a Cora y a John así de descorazonados, pero más aún a su querida novia, quien ahora casi no podía ni controlar sus lágrimas.

Cora se encontraba sin palabras mientras las lagrimas caían de su rostro, y John aprovechó ese instante para coger el teléfono y hablar:

–Venga, calla Sherlock. Cállate. Cuando nos conocimos... la primera vez que nos vimos lo sabías todo de mi, ¿no es cierto?

Nadie podría ser tan listo. –replicó Holmes.

Tu sí. –comentó la pelirroja con una voz que amenazaba con quebrarse.

Cora escuchó reír a Sherlock al otro lado de la línea telefónica y un breve silencio siguió a sus palabras.

Te investigué, John. Antes de que nos conociéramos descubrí todo lo que podía impresionarte. –replicó Sherlock mientras trataba de mantener sus sentimientos a raya–. Es un truco, solo un truco de magia.

Cora cogió el teléfono de las manos temblorosas de John y observó al amor de su vida, al que le había entregado su corazón.

–No, no, Sherlock. Basta. Detén esto ahora mismo. Por favor... No tu... No ahora...

–Cora, todo es verdad. Soy un fraude. Pero puedo decirte sin temor a equivocarme, que mi amor por ti no lo es... Eres la persona a la que más amo en este mundo, y solo tu me has podido enseñar tanto acerca de las emociones y los sentimientos que tenia encerrados desde hacía tanto tiempo. Te lo dije hace un tiempo y volveré a decírtelo: A veces el corazón sabe cosas que tu cerebro... no puede explicar, ni siquiera de una forma lógica. Has vuelto mi mundo patas arriba, y jamás podría haberme imaginado que llegaría el día en el que conocería a mi igual. A la persona que más me importaría en este mundo. Eres como un ángel que vino a la tierra para salvarme, querida mía, pero mucho me temo que ahora debo ser yo quien se marche a los cielos. –le dijo Sherlock a su novia, lo que la hizo llorar aún más al recibir esas palabras llenas del amor que le profesaba su detective.

–¿Qu-qué quieres decir? –inquirió ella con una voz rota, dando unos pasos hacia delante.

–No, quédate exactamente donde estás amor mio. No te muevas, por favor. Solo me lo pondrás más difícil... –le rogó a la mujer de ojos carmesí–. Hacedme este favor y no os mováis de donde estáis.

–¿Por qué...? Sherlock...

–Esta llamada... es mi nota. Es lo que hace la gente, ¿no? Dejar una nota...

¿Dejar una nota cuando? –inquirió John, pues no había descifrado las palabras del detective, al contrario que la pelirroja, cuyos ojos se abrieron con horror.

No, no, no, no, Sherlock por favor....no....por favor. –rogó la joven.

–Adiós, John. Adiós, Cora. Te quiero.

–No. No... –dijo John, pero ya era demasiado tarde, pues ambos escucharon de forma clara que la llamada se cortaba, y observaron desesperados como Sherlock extendía sus brazos a los lados.

¡SHERLOCK! –exclamaron ambos al observar como Sherlock se inclinaba hacia delante, cayendo de la azotea del Hospital de Barts, hacia su destino mortal.

¡NO! –exclamó la pelirroja al percatarse de que un edificio bloqueaba su vista, pero pudo escuchar el singular y característico sonido de un cuerpo impactando con gran fuerza contra el suelo.

Los dos compañeros corrieron con todas sus fuerzas, rodeando el edificio hasta que se hizo visible el cuerpo inerte de Holmes sobre el pavimento del Hospital. La joven cayó de rodillas al suelo y las lagrimas inundaban toda su visión, optando por cerrar los ojos en última instancia.

"¿Por qué? ¿¡Por qué!? ¿¡POR QUÉ!? ¡Esto no puede estar pasando... No puede ser... Por favor, que esto sea una pesadilla, ¡quiero despertarme ya de este infierno! Quiero despertarme y encontrarlo a mi lado, recostados en su cama, vivo. Por favor....por favor....por favor.... ¡NO PUEDO VIVIR SIN ÉL!", rogaba la pelirroja para sus adentros, sintiendo que el poco control que tenía de sus poderes iba desvaneciéndose poco a poco, en sus manos apareciendo leves trazos de llamas carmesí.

Notó la mano de alguien en su espalda y abrió los ojos: John. Estaba con ella, y la ayudó a levantarse del suelo para poder acercarse al... cuerpo. Cuando estaban cerca, un montón de médicos habían rodeado el cuerpo del detective, por lo que tuvieron que abrirse paso.

–Déjenos pasar, por favor, soy médico, Déjenos pasar, por favor.

¡Es mi novio! –exclamó la pelirroja, al ver que varias personas trataban de retenerlos.

Finalmente ambos lograron hacerse un hueco entre la multitud, y la pelirroja rápidamente tomó la muñeca de Sherlock entre sus dedos en busca de pulso... no lo hubo. Antes de que pudiera hacer nada más, unos médicos los apartaron a ella y a Watson, para después dar la vuelta a al cuerpo, dejándolo boca-arriba, siendo visible la sangre que había en su rostro, con sus ojos abiertos.

–Dios... No...

A los pocos segundos, otros cuantos médicos más entraron en escena y colocaron el cuerpo del detective sobre una camilla para poder trasladarlo a la morgue. Cuando la calle se hubo vaciado de transeúntes, la pelirroja cayó de rodillas una vez más y agachó el rostro.

Cora...

Aléjate de mi, John. –ordenó la pelirroja con un tono amenazante y roto justo antes de comenzar a apretar los puños y dar rienda suelta a todo su sufrimiento e ira.

¡AHHHH! –exclamó la joven, a su alrededor formándose un círculo de llamas carmesí, que solo aumentó en tamaño y fuerza, extendiéndose hacia las nubes, como una torre de llamas que pretendía quemar los cielos. El cuerpo de la joven también se imbuyó de esas mismas llamas carmesí, y John pudo jurar que casi la vio desintegrarse. A los pocos minutos, la joven cayó inconsciente al pavimento, tras haber dejado que su poder se consumiera de golpe en aquel estallido.

Habían pasado varias semanas ya desde aquel fatídico día, y la pelirroja se encontraba ahora en la consulta de la psiquiatra, sus ojos y su cabello, tiempo hacía ya que habían perdido su color carmesí por el negro.

–Hay cosas que querías decir, ¿no es así, Cora? –inquirió la psiquiatra.

–A ti que le importa. No es asunto tuyo. Son palabras que prefiero guardármelas para mi, a pesar de que ya se las dije a quien debía en su momento. Prefiero atesorarlas y guardarlas, en este pequeño baúl de los recuerdos rotos que tengo en lo que queda de mi corazón y alma. –replicó la joven con una sonrisa seca y nada sincera.

–Cora, solo intento ayudarte.

–¿Pues sabes qué? Déjalo. Si pudieras revivir a los muertos de algo servirías, pero ni tan siquiera eso puedes hacer. –sentenció la joven mientras se levantaba de forma brusca del asiento–. Esta sesión se ha acabado. Y no esperes verme por aquí de nuevo... No hay nada que pueda ayudarme. –dijo la joven cerrando la puerta de la consulta y saliendo de allí con un aire melancólico. Tras unos minutos llegó a Baker Street y abrió la puerta principal.

–Hola tesoro, ¿cómo te ha ido?

¡Métase en sus asuntos señora Hudson! –exclamó la joven, pasando por su lado, para después subir las escaleras y encerrarse en su cuarto de un portazo. Se despojó de su ropa y se colocó el pijama para poder dormir, aunque sabía que tampoco esa noche podría hacerlo. Tomó la gabardina que tenía Sherlock, ya que Molly había consentido en dejársela para que la tuviera como recuerdo, y se tapó con ella, como su de una manta se tratase, mientras lloraba una vez más por el corazón roto y vacío que se le había quedado tras la marcha de Sherlock. Antes de caer rendida por el llanto en su cama, Cora comenzó a recordar aquellas palabras que le había dicho a Sherlock aquella vez...

///FALSHBACK///

Unos días después del incidente, la pelirroja, ataviada con un vestido negro, se encontraba frente a la tumba de Sherlock, acompañada por John y la señora Hudson.

–Hay muchas cosas... Todo el material de ciencias y de investigación. Lo he dejado todo en cajas. No sé qué hacer con ello. Pensaba donarlo a algún colegio. –comentó la señora Hudson–. ¿Querríais...?

–No, no puedo volver al piso. No por el momento. –replicó John.

–Yo sí que volveré, señora Hudson. Al fin y al cabo... no tengo ningún sitio al que ir. Yo les echaré un vistazo a esas cajas. –replicó la pelirroja a los pocos segundos de John.

La casera del 221-B tomó los brazos de los dos inquilinos y compañeros de Sherlock de forma afectuosa, y los observó de forma triste.

–Estoy furioso... –comentó John. La pelirroja simplemente observaba la tumba, sin pronunciar palabra.

–Es normal. Así nos hacía sentir a todos. –repicó la señora Hudson–. Bueno, os dejaré para que... ya sabéis. –dijo antes de dejar el ramo de rosas y caminar lejos de allí.

La pelirroja se adelantó y puso una rosa roja, que estaba atada al lazo con un colgante, encima de la lápida: el colgante que Sherlock le había regalado tiempo atrás, en aquella Navidad. Después se arrodilló frente a la lápida y John, posó una de sus manos en su espalda, para darle fuerzas y que dijera unas palabras.

–Una vez me dijiste que no eras un héroe...

–Había ocasiones incluso en la s que pensaba que no eras humano. –comentó John, continuando aquel pequeño discurso.

–Pero deja que te digamos esto, mi amor: eres el mejor hombre, y el mejor ser humano que hemos conocido.

–Y nadie podrá convencernos nunca de que nos mentiste. –dijo John antes de suspirar y retener unas lagrimas.

–Estaba tan sola... y te debo mucho. –comentó la pelirroja, levantándose del suelo con la ayuda de John.

John asintió, pues él opinaba lo mismo. Momentos después se acercó a la tumba y lo saludó ligeramente con una pequeña reverencia. Al hacerlo, el ex-soldado se giró hacia la pelirroja y le brindó un abrazo, que ella correspondió.

–Te dejaré un momento de privacidad con él. –dijo Watson antes de caminar lejos de allí.

La pelirroja suspiró, tratando de contener sus emociones y se giró hacia la lápida una vez más.

Oh Sherlock... Cuando te conocí me impresionó tu calma, tu inteligencia, y tu absolutamente única personalidad. Tu tenias una forma de ver el mundo que a mi me fascinó completamente. Me ayudaste en los momentos más difíciles, me aceptaste tal y como era, incluyendo mis extraños poderes... Nunca nadie me había dado un regalo semejante. Jamás. –musitó la pelirroja mientras posaba una mano sobre la lápida, cercana ala lugar donde había depositado la rosa y el colgante–. Había encontrado un hogar, un lugar donde me sentía querida, importante, y segura... y todo estaba junto a ti. Me entregaste tu amor, y me amaste como nunca pensé que alguien sería capaz... Me diste tu corazón y yo te entregué el mio. Pero ahora me he quedado sola... Al morir te has llevado contigo mi corazón y mi alma. –comentó mientras las lagrimas brotaban una vez más, surcando sus mejillas–. Pero te pido un milagro más, amo mío. Solo uno... No...estés....muerto. ¿De acuerdo? Por mi, haz que pare todo este dolor que siento, haz que se detenga todo esto, por favor. –rogó Cora con un suspiro, secándose las lágrimas con la manga. A los pocos segundos hizo un gesto, llevándose las yemas de los dedos a sus labios para después posarlos en el nombre que había grabado en la lápida–. Siempre te amaré. Siempre lo he hecho y siempre lo haré, durante el resto de mi vida. Nadie, nunca jamás podría reemplazarte. –susurró en una leve voz antes de tomarse un momento de silencio, para después caminar hasta su coche y marcharse de allí.

///FIN FLASHBACK///

Ahora Cora se encontraba sollozando en su cama, deseando poder volver atrás en el tiempo, poder resolverlo todo... Pero por encima de aquello, deseaba tener a su amado detective, a su Sherlock, junto a ella. Su cabello oscuro caía sobre su rostro, oscureciendo así su vista, y las heridas auto-infligidas de sus muñecas que ahora eran visibles le recordaban cual era ahora su vida y su presente. Sin embargo, la joven no sospechó en ningún momento, que tras marcharse ella del cementerio aquel día, alguien se acercó y tomó el colgante en sus manos, colocándoselo al cuello. Ahora observando cómo el amor de su vida, y a quien había dejado sola y desamparada se marchaba de allí, Sherlock dejó escapar unas cuantas lágrimas antes de dar media vuelta y desaparecer.

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