| -I AM SHERLOCKED- |
Mientras tanto, en otro rincón remoto del mundo, Irene se encontraba paseando con calma bajo los tenues y blancos copos de nieve que caían desde el nocturno cielo. Tras caminar una breve distancia, la mujer escuchó el característico tono de mensaje de su nuevo celular, pues alguien le había mandado un mensaje, pero nada podría haberla preparado para lo que leyó a continuación: Feliz Año Nuevo –SH–. Irene sonrió de forma imperceptible, y tras apretar ligeramente el teléfono móvil contra su pecho continuó su camino hacia Dios sabe donde.
Al cabo de un tiempo Sherlock se encontraba en los laboratorios del Hospital de Barts, examinando el teléfono-cámara de Irene, el cual aún conservaba, y cuya contraseña aún no había logrado descifrar. El Detective Asesor pudo comprobar que en el mecanismo interno del teléfono se hallaban cuatro pequeñas micro-bombas, las cuales harían explosión y destruirían todos los datos de no introducir la clave correcta. Molly se hallaba en el mismo laboratorio, charlando animadamente con Cora (quien había decidido acompañar a Holmes, portando el collar que le había regalado el detective al cuello).
-¿Es un teléfono? -preguntó Molly tras acercarse a Sherlock, y tras examinar ligeramente lo que el hombre estaba observando detenidamente.
-Teléfono-cámara. -replicó Sherlock, corrigiéndola casi al instante.
-¿Y le has hecho una radiografía? -preguntó extrañada Molly.
-Pues si...
-¿De quién es? -preguntó la forense algo interesada.
-De una mujer. -replicó Sherlock sin mucho interés, dejando claro que no estaba pensando en las posibles interpretaciones de sus palabras.
-¿Tu novia...? -preguntó Molly, para después girar su rostro ligeramente hacia donde se encontraba la pelirroja -. ¿Y Cora lo sabe...?
-¿Crees que es mi novia porque radiografío sus pertenencias? -inquirió el detective con algo de ironía en la voz.
-Bueno... Todos hacemos tonterías. -dijo la mujer con una sonrisa.
-Si... -dijo Sherlock antes de que algo se le ocurriera -. Así es, ¿verdad? ¡Y de las grandes...! -añadió mientras se dirigía a coger el teléfono-cámara -. ¡Lo envió a mi dirección...! -exclamó al mismo tiempo que introducía la contraseña que creía era la correcta: I AM 221B LOCKED -Le encantan los juegos, Molly...
-¿Ah, si? -preguntó la forense algo extrañada por el comportamiento del sociópata.
Tras introducir el código y comprobar que era incorrecto, Sherlock observó que solo disponía de dos intentos más, lo cual hizo que frunciera el ceño y se sentara en la silla algo malhumorado.
-Oh, y otra cosa Molly... Esa mujer de cuyo teléfono me he apropiado no es mi novia. -comentó con un tono mas serio -. De hecho, es una amiga, y mi novia está justo en esta sala. -añadió sin miramientos y sin pensar siquiera en las consecuencias que podrían tener sus palabras.
Molly observó a la pelirroja con una sonrisa algo apenada pero amable, pues aunque ella seguía enamorada del Detective Asesor estaba feliz por Cora, ya que ambos se complementaban y era una de sus pocas amigas, así que deseaba su felicidad.
-Oh, me alegro por los dos. -le comentó Molly aún con la sonrisa plasmada en su rostro -. Aunque ya era hora de que te decidieras Sherlock -añadió en un tono bromista -. Cora llevaba mucho tiempo esperándote.
Sherlock la miró de reojo tras escuchar aquellas palabras, pues John le había comentado exactamente lo mismo: ¿Tan enfrascado había estado en sus casos y en Adler, que no se había percatado de lo que la pelirroja sentía por él desde hacía tiempo? Decidió que se esforzaría por cuidar de ella y protegerla, pues si Moriarty llegara a saber que su corazón era ciertamente de Cora... podría acabar incluso peor que malherida. Mientras que Sherlock se encontraba ensimismado en sus pensamientos, Cora se había acercado a él por la espalda, a los pocos segundos abrazándolo por detrás de forma cariñosa.
-Hey... ¿aún no ha habido suerte? -preguntó la joven con un tono algo cansado.
-Aún no, pero estoy seguro de que pronto lograré hallar la respuesta correcta. -replicó Sherlock mientras giraba su rostro para poder observar esos preciosos orbes carmesí, al mismo tiempo que acariciaba lenta y suavemente los brazos de su novia.
-Será mejor que vayamos a casa ya, recuerda que no he dormido nada anoche... -le comentó la pelirroja, haciendo alusión a que en la noche anterior dormir no había sido precisamente la actividad que habían realizado ambos.
Ante el comentario de la pelirroja Sherlock soltó una ligera carcajada, y le dio un beso en los labios antes de levantarse de la silla y mirarla una vez más a los ojos.
-Digas lo que digas, ambos sabemos que lo pasaste bien a pesar del entumecimiento de hoy.
Cora enrojeció de forma súbita tras escuchar aquellas palabras salir de la boca de su adorado detective.
-¡Id-idiota! ¡No tienes por qué jactarte de lo ocurrido anoche!
-¿Y por qué no? ¿Te avergüenza que diga que anoche...?
Sin poder aguantarlo más, ya por la propia vergüenza que eso suponía, la joven pelirroja no tuvo más remedio para hacerlo callar: de un rápido movimiento abofeteó a Sherlock en la mejilla derecha y salio de allí a grandes zancadas y con el semblante serio y avergonzado al mismo tiempo que enrojecido hasta las orejas. Sherlock se encogió de hombros y a los pocos segundos (tras lograr alcanzarla, lo cual no resultó difícil) comenzó a caminar al son de su novia.
Los meses fueron pasando sin dilación, llegando la primavera de pronto. Sherlock se encontraba en el piso, pues había decidido quedarse en la casa debido a que deseaba pensar más respecto a la contraseña del teléfono-cámara. Cora por su parte se encontraba leyendo una interesante novela en el sofá, recostada de forma ligera, totalmente inmersa en la lectura. Holmes comprobó que la ventana de la cocina se encontraba abierta, a lo que dedujo que Cora no podía haber sido, ya que había estado con ella durante todo el día, y tanto la señora Hudson como John habían pasado la mayor parte de la mañana fuera. Con una gran calma, el Detective Asesor se encaminó hacia su cuarto, y al entrar se quedó observando su cama. John, que acababa de llegar de hacer las compras, se encontraba en la cocina.
-Hola Sherlock, Cora... -saludó John mientras se dirigía hacia donde se encontraba su amigo, con Cora ya plantada junto a él.
-Tenemos una clienta... -comentó Sherlock con un tono serio, mientras observaba a John encaminarse hacia su posición.
-¿En tu dormitorio? -preguntó Watson de forma irónica, pues no se le ocurría ninguna otra mujer, a expensas de Cora, que quisiera estar en la habitación del sociópata. John caminó hasta ellos y entró al dormitorio, solo para sorprenderse de forma ligera al descubrir que Irene Adler era la clienta que ahora se encontraba dormida en la cama del detective. A las pocas horas de que Irene despertara, ésta les pidió ayuda al trío que habitaba el 221-B de Baker Street.
-¿Quién te persigue? -inquirió la pelirroja con un ligero tono serio, pues a pesar de las palabras de Sherlock, ella aún no estaba del todo segura de que no estuviera interesado en Irene, cosa que el joven detective notó al instante, optando por dirigir una ligera mirada hacia ella para indicarle que calmara sus inquietudes.
-Gente que quiere matarme. -replicó Irene con un tono serio y sin pie a dar más información, a lo que la pelirroja endureció ligeramente su tono.
-¿Quienes? -inquirió Cora, con su voz tomando un cariz algo más agresivo y al mismo tiempo serio.
-Asesinos... -le contestó la Dominatrix a la pelirroja de una forma simple y con una sonrisa, haciendo que Cora de un suspiro de exasperación.
-Ayudaría que fueras un pelín más explícita. -comentó John, saliendo en ayuda de su amiga.
-¿Y fingiste tu propia muerte para ganar tiempo? -preguntó Sherlock, interrumpiendo a John como era costumbre.
-Funcionó hasta ahora. -le explicó la mujer al detective, mientras que sus ojos se encontraban con los del sociópata sentado en su sillón.
-Le dijiste a John que estabas viva, por tanto a mi y a Cora también. -sentenció Sherlock con un tono algo más serio, sin apartar la mirada de la mujer que lo hacía devanarse los sesos en más de una ocasión.
-Sabía que guardarías el secreto. -replicó ella con un tono simple, sin creer que necesitaba explicarse más.
-No lo sabías. -comentó Cora, con sus ojos rojos observándola de forma rígida y algo celosa.
-Pero tu sí, ¿verdad? -dijo Irene haciendo caso omiso a las palabras de la pelirroja, mientras que ni siquiera desviaba su mirada de Sherlock -. ¿Dónde está mi teléfono? -preguntó, mirando a John.
-Aquí no, no somos idiotas. -replicó Watson con una ligera sonrisa, justo después de dar un sorbo a su taza de café.
-¿Y qué has hecho con el? -inquirió la propietaria del teléfono-cámara -. Si piensan que lo tienes te estarán vigilando. -añadió volviendo su vista verde a Sherlock.
-Si lo han hecho, sabrán que lo llevé a una caja de seguridad de un banco en la calle Strand hace meses. -replicó Sherlock con un tono algo más serio y frio, pero sin tratar de ocultar el evidente interés que Irene Adler causaba en su persona, y sin quererlo, provocando que de nuevo la poca confianza de Cora se vaya haciendo añicos.
-Lo necesito. -comentó Irene con un tono ligeramente demandante.
-Pues no podemos ir a por el sin más. -comentó Cora, su tono ya mucho mas bajo que la anterior vez en la que había alzado su voz para participar en la conversación.
-Molly Hooper,... -dijo John -. Podría recogerlo ella y llevarlo a Barts. Después un vagabundo de tu red podría dejarlo en la cafetería, y podría subirlo por detrás uno de los chicos del bar. -añadió, exponiendo un plan para recuperar el teléfono de Adler.
-Bien John, excelente plan. Plagado de precauciones... -replicó Sherlock con ironía.
-Gracias... -comentó John con un tono algo divertido pero serio al mismo tiempo mientras que cogía su propio teléfono -. ¿La llamo ya?
Obviamente ambos habían creado esa ligera pantomima, a los pocos segundos sacando Sherlock del bolsillo de su pantalón el teléfono de La Mujer.
-¿Y... qué guardas aquí? -preguntó el Detective Asesor -. En general, quiero decir.
-Fotos, información,... todo lo que me resulta útil. -contestó Irene.
-¿Para chantajes? -preguntó Cora, esta vez mirando a Irene directamente a los ojos a pesar de que su confianza se había ido rompiendo.
-Por seguridad. -replicó ella -. Camino sola por el mundo. Me porto mal... -añadió con una voz algo seductora mientras que miraba a Holmes -. Me gusta saber que la gente estará de mi lado justo cuando los necesite.
-¿Y cómo consigues esa información? -preguntó Sherlock.
-Ya te lo he dicho: portándome mal... -recalcó Irene con una sonrisa y un tono algo más seductor si era posible.
-Pero has conseguido más peligro que protección... ¿sabes de qué se trata? -inquirió el detective con un tono bajo de voz.
-Si. Pero no lo entiendo...
-Lo suponía. Enséñamelo. -replicó Sherlock con una ligera sonrisa.
Ante las palabras de Holmes Irene extendió su mano izquierda hacia él, pidiendo de forma implícita que se le devolviera su salvoconducto.
-La contraseña. -pidió Sherlock, alejando el teléfono que sostenía en su mano derecha.
Irene simplemente endureció algo más su mirada, realizando un gesto imperioso con la mano que estaba extendida, en señal de que no daría su contraseña, y de que de ser así no le enseñaría lo que él deseaba. Tras suspirar por unos segundos Sherlock le dio el teléfono a Irene. Tras recuperar su teléfono, Irene sonrió a Sherlock y procedió a introducir la contraseña, a lo que un ligero error apareció.
-No funciona... -comentó algo extrañada.
-No, porque es un duplicado que mandé hacer en el que has introducido los números 1058. -replicó Sherlock, levantándose de su silla y recuperando el teléfono de sus manos. Ante semejante jugarreta por parte de su amigo, John no pudo evitar sonreír, pues había sido todo perfectamente interpretado -. Supuse que elegirías algo más específico, pero gracias de todas formas. -añadió el Detective Asesor con una sonrisa triunfal en los labios mientras que introducía el código que Irene había revelado en el autentico teléfono. Cuando lo hizo pulsó la tecla de confirmación, a lo que se quedó sorprendido y no menos desconcertado, puesto que la contraseña... era incorrecta.
-Te dije que ese teléfono era mi vida... -comentó Irene -. Sé cuándo estará en mi mano.
-Oh... Eres muy buena... -dijo Sherlock, una mirada de admiración pasando por sus ojos, al mismo tiempo que su tono bajaba de forma casi imperceptible, pero no para Cora, quien lo había percibido la instante.
-Tu tampoco estás mal... -replicó Adler con un recíproco tono de admiración, mientras que seguía con su tono de voz algo sensual. Ambos estuvieron mirándose por unos instantes que para Cora resultaron eternos, y que procedieron a romper ya todas las barreras de la poca confianza que poseía en ese momento, y lo que John comentó a los pocos segundos no la hizo sentir mejor.
-Hamish. John Hamish Watson, por si buscabais... nombres para el bebé. -comentó tras carraspear.
Cora no pudo aguantar más, y a riesgo de que sus sentimientos de impotencia y pena afloraran con toda la fuerza de un cataclismo, se levantó de forma brusca de su asiento (ganándose las miradas de todos los presentes en la estancia), para después salir casi escopeteada hacia su propio dormitorio. La joven cerró la puerta de forma brusca y echó el cerrojo, sin ganas ya de interaccionar ni hablar con nadie en todo el día.
Mientras, en la sala de estar, las tres personas que habían observado el repentino comportamiento de la pelirroja se hallaban en un casi incómodo silencio (en el que Sherlock y Irene no dejaban de observarse) hasta que la Dominatrix decidió romperlo.
-Hubo un hombre... Del Ministerio de Defensa. Sabía lo que le gustaba. -comentó Irene con una sonrisa, mientras que pasaba al lado de Sherlock solo para colocarse frente a la mesa de John y delante del sofá -. Algo que le gustaba era presumir. -añadió tras introducir la contraseña correcta para desbloquear el móvil y tras encontrar el archivo que andaba buscando -. Me dijo que este e-mail iba a salvar el mundo. El no lo sabía, pero yo lo fotografié. -comentó con algo de sensualidad -. Por aquel entonces estaba algo ocupado.
Sherlock cogió el teléfono que Irene le tendía y comenzó a revisar la fotografía al instante.
-Se ve muy pequeño: ¿puedes leerlo? -le preguntó la mujer con un tono sereno.
-Si. -replicó Sherlock sin demasiado interés mientras observaba la pantalla, en la cual podía leerse lo siguiente: 007 Confirmed allocation 4C12C45F13E13G60A60B61F34G3460D12H33K34K
-En clave, como es lógico. -comentó Irene -. Hice que le echara un vistazo uno de los mejores criptógrafos del país, aunque estaba casi siempre boca-abajo, que yo recuerde... No supo descifrarlo. -añadió con un ligero tono bajo mientras que miraba a Sherlock con mucho interés -. ¿Qué puedes hacer Sherlock? Adelante. Impresióname. -comentó antes de inclinarse hacia él para darle un beso. En ese momento todo fue a cámara lenta para Sherlock, quien se concentró exclusivamente en el mensaje cifrado y comenzó a deducirlo. En cuanto lo hubo hecho, el beso de Irene acabó en ese instante de impactar contra su mejilla.
-Hay un margen de error, pero seguro que mañana a las 18:30 despega un 747 de Heathrow a Baltimore. Por lo visto va a salvar al mundo, pero no sé si será cierto. Dame tiempo, solo llevo ocho segundos. -comentó Sherlock, dando a conocer su deducción. En ese instante tanto John como Irene se lo quedaron mirando, impresionados por su rapidez mental y deductiva, así como con el mensaje -. Vamos, no es un código. Son los asientos asignados a cada pasajero del avión. Mira: no hay letra I porque se puede confundir con un 1, las letras no pasan de la K, la anchura del avión es el límite. Los números siempre aparecen al azar, pero las letras se van repitiendo en varias secuencias. Familias y parejas se sientan juntas. Solo un Jumbo es lo bastante ancho como para llegar a la K o pasar de la fila 55, por lo que siempre hay un piso de arriba. Hay fila 13, lo que elimina las compañías supersticiosas. Después está el número del vuelo 007, lo que elimina a varias más. Y suponiendo un punto de origen Británico, lo que sería lógico teniendo en cuenta la fuente de la información, y suponiendo por los presionada que está y que la crisis es inminente, el único vuelo que encaja en los criterios y que despega esta semana es el 18:30 a Baltimore. -añadió Sherlock, explicando todo el razonamiento que lo había llevado a su deducción. Tanto John como Irene estaban atónitos por semejante cantidad de información que el detective había sido capaz de reunir en tan solo un vistazo.
-Por favor, no te sientas obligada a decirme que ha sido asombroso. John ha expresado esa idea en todas las variantes disponibles. -comentó Sherlock mirando a La Mujer, quien lo observaba con una mirada sensual, como queriendo besarle.
-Le haría mío aquí mismo, en esta mesa, hasta que se suplicara piedad dos veces. -comentó Irene con un tono muy bajo y sensual, a medida que recalcaba cada una de sus palabras.
-John, ¿puedes confirmar ese vuelo, a ver si he acertado? -dijo Sherlock tras un breve lapso de tiempo.
-Si... Estoy en ello... -replicó John aún algo cortado y sin palabras por lo que Irene acababa de decir, haciéndolo preguntarse por un instante si realmente no sería mejor para Sherlock el estar con Irene en vez de con Cora.
-No he suplicado piedad en mi vida. -comentó Sherlock mirando los ojos de la mujer que estaba frente a él.
-Dos veces. -recalcó ella.
-Sí. Es correcto. Vuelo 007. -comentó John tras comprobar que la deducción de Sherlock era acertada, para después levantar su rostro del portátil, mirando a los dos jóvenes frente a él, quien es no paraban de observarse.
-¿Cómo has dicho? -preguntó Sherlock, saliendo del leve trance en el que se hallaba sumido por la presencia de Irene.
-Es correcto. -replicó John.
-No, no, ¿qué has dicho después?
-007. vuelo 007. -repitió John, haciendo que Sherlock comience a recordar de qué le sonaba el nombre. Sherlock comenzó a repetir el número del vuelo mientras paseaba por la estancia, alejándose de Irene y John. Sin que nadie lo advirtiera, a su espalda Irene tecleó en su teléfono-cámara un mensaje para después enviarlo: 747 Mañana 06:30PM Heathrow. Ese mensaje llegó a Moriarty, quien mandó otro mensaje: Avión Jumbo, Madre mía señor Holmes, madre mía. El mensaje que Moriarty acababa de enviar llegó a nadie menos que a Mycroft, el hermano de Sherlock, quien se llevó las manos a la cabeza, pues esto trastocaría sus planes por completo.
La noche acababa de llegar en Baker Street, y Sherlock se encontraba en la sala de estar, sentado en su butaca frente al agradable y cálido fuego de la chimenea, mientras tocaba las cuerdas del violín que Cora le había obsequiado. Irene se encontraba sentada frente a él, observándolo como un depredador que observa a su próxima presa. Mientras, Sherlock reflexionaba sobre las palabras que le había escuchado pronunciar a Mycroft: Bon Air tiene luz verde, confirmad con los de Coventry.
-Coventry... -dijo Sherlock mientras punteaba con las cuerdas del violín.
-No he estado allí. -comentó Irene con una sonrisa-. ¿Es bonito? -preguntó.
-¿Dónde está John?
-Salió hace un par de horas.
-Estaba hablando con él... -replicó el sociópata, confuso.
-Dijo que lo harías. -comentó Irene con una sonrisa en los labios -. ¿Qué tiene Coventry que ver con esto?
-Es una historia. Probablemente falsa. En la Segunda Guerra Mundial los aliados sabían que Coventry iba a ser bombardeado porque habían descifrado el código Alemán, pero no querían que los Alemanes lo supieran, así que dejaron que pasara. -replicó Sherlock, explicándole la historia.
-¿Has tenido alguna vez a alguien? -preguntó Irene de pronto, interrumpiendo al detective.
-¿Perdón?
-Y digo has tenido de forma poco delicada. -dijo Irene con una sonrisa -. No me digas que la pelirroja no te gusta... Que ella ya no te satisface.
-No comprendo...
-Entonces seré delicada: La has dejado en su cuarto sin siquiera ir a buscarla... -replicó Irene con una sonrisa, para después arrodillarse frente al sillón de Holmes, posando su mano derecha en la izquierda de él -. ¿Cenamos juntos?
-¿Por qué?
-Puede que tenga hambre...
-Yo no.
-Bien. -replicó con un tono más meloso, a medida que acercaba su rostro ligeramente al de él.
-¿Por qué iba a querer cenar... si no tengo hambre? -preguntó Sherlock, su voz bajando de tono de forma rápida, mientras que volteaba su mano y agarraba de forma suave la muñeca de La Mujer.
Ambos no se habían percatado de que la puerta de la sala estaba entreabierta, y que tras ella se encontraba Cora, que había salido de su cuarto con el firme propósito de hablar con Sherlock a cuenta de su comportamiento esa mañana. Sin embargo, la joven se acababa de quedar petrificada en su sitio al contemplar esa sensual y acalorada escena entre ambos, haciendo que sus lagrimas caigan casi como el agua de un grifo sin control, logrando a duras penas mantener sus sollozos a raya. La joven se sentía herida, triste y al mismo tiempo decepcionada consigo misma.
-Señor Holmes... ¿Si fuera el fin del mundo...? -preguntó Irene, esta vez su rostro a pocos centímetros del de Holmes, sus labios amenazando con rozarse.
Cora vio esa escena y se apresuró a salir de la casa lo más rápido que pudo: Ya no soportaba estar en esa casa con esos dos comportándose de esa manera. Su corazón estaba rompiéndose a trozos con cada palabra y gesto recíproco que Sherlock le dedicaba a La Mujer, sintiendo que había roto su confianza, que únicamente era un juego para él, un puzle a resolver... nada más que eso. Estaba segura de que Irene lo hacía sentir diferente... Era hermosa, inteligente y descarada, cualidades que estaba segura interesarían a Sherlock, y más teniendo en cuenta que su relación con él se había visto algo deteriorada por la aparición y desaparición de Irene. La joven de ojos carmesí subió a un taxi y se encaminó con lo puesto a la casa de sus difuntos padres, pues no podía volver a Baker Street. No ahora.
-¿Pero qué...? -dijo la pelirroja algo sorprendida-. Oiga, este no es el camino hacia la dirección que le he dado.
-Lo siento señorita Izumi, me temo que deberá acompañarnos junto al señor Holmes. -dijo el taxista volviéndose un instante hacia ella, provocando que Cora lo recuerde, pues él había sido uno de los hombres que los había llevado a ella y a Sherlock al Palacio de Buckingham. A los pocos segundos de volver su vista a la carretera, el hombre dió media vuelta y regresó a Baker Street.
-¿Qué quiere decir? ¿A dónde se supone que nos llevarán al señor Holmes y a mi? -preguntó la joven de ojos carmesí, sintiendo que a cada segundo en el que el coche se acercaba a Baker Street, todas sus esperanzas de alejarse de Sherlock e Irene se desvanecían. Pero Cora estaba segura de una cosa: si este hombre la había interceptado sería por una razón de suma importancia, seguramente algo relacionado con la Seguridad Nacional.
Mientras tanto, en el 221-B de Baker Street, Irene y Sherlock aún seguían charlando.
-Señor Holmes... ¿Si fuera el fin del mundo...Si esta fuera la última noche... cenarías conmigo?-le preguntó la Dominatrix al Detective Asesor.
-¡Sherlock! -lo llamó la señora Hudson desde las escaleras, mientras las subía.
-Ya es tarde. -comentó Irene con una ligera nota de pesadumbre.
-No es el fin del mundo, es la señora Hudson. -sentenció Sherlock con una voz serena.
Irene se apartó de Holmes en cuanto escuchó los pasos provenientes de la escalera acercarse a la sala de estar. El Detective Asesor retiró su mano de la muñeca de Adler, observándola con atención durante unos segundos antes de volver su vista a la señora Hudson y al hombre que la acompañaba, al cual reconoció como el que lo había llevado al Palacio de Buckingham en la vez anterior.
-Sherlock, este hombre estaba en la puerta. -comentó la casera tras entrar en la estancia-. ¿Todavía no funciona el timbre? Le pegó un tiro...
-¿Viene a llevarme con usted... otra vez? -preguntó Sherlock algo malhumorado.
-Sí señor Holmes. -dijo el hombre-. Y he de decirle, que no irá usted solo.
Cora..., pensó Sherlock tras escuchar esas palabras-: Pues me niego. -le respondió con soltura.
-Yo creo que no. -comentó el hombre antes de extenderle un sobre.
Sherlock cogió el sobre y lo abrió con una ligera brusquedad, encontrando dentro un billete de avión a su nombre. Tras suspirar, Sherlock se atavió con su gabardina y su característica bufanda y subió al coche que estaba estacionado en la puerta del 221-B. Tras subir, el detective dio un ligero respingo al encontrar a su novia en el coche, pues a pesar de que sabía que ella también acudiría al encuentro, no esperaba que fuera con él. Trató de darle un beso en la mejilla, sin embargo, la pelirroja simplemente volvió su vista a la ventana, rehusando el gesto. Contrariado, Holmes trató de deducir qué le ocurría.
Ha estado llorando, ha visto algo... que le ha desagradado, está triste,... y enfadada conmigo., dedujo el sociópata en un abrir y cerrar de ojos.
A los pocos segundos el coche arrancó, alejándose de Baker Street, con Irene observando la calle desde el piso.
-Hay una bomba en un avión de pasajeros. Los gobiernos Británico y Estadounidense lo saben, pero para no revelar la fuente, no van a hacer nada. El avión va a estallar. -dijo Sherlock, describiendo el plan que se describía en el mensaje en clave que Adler le había traído.
-Coventry se repite. -musitó Cora con una leve voz.
-Así es. El mundo gira, pero no hay nada nuevo. -replicó Sherlock, concordando con su novia.
Cuando el coche paró en su destino, los dos pasajeros se apearon y se encontraron en frente de un gran avión. En su puerta se encontraba el hombre que había entrado en casa de Irene, el mismo que había tratado de herir de gravedad a Cora aquella vez en Baker Street. Los dos jóvenes se encaminaron al avión, acercándose al americano.
-Vaya, tiene mucho mejor aspecto... -comentó Sherlock con ironía, recibiendo un leve codazo en las costillas por parte de Cora-. ¿Cómo se encuentra?
-Con ganas de meterle una bala en la cabeza. -replicó el hombre-. Al igual que su amiga, por lo que veo. -comentó tras ver la mirada de Cora, quien parecía aún muy afectada por los sucesos de la hora anterior-. A mi me darían una medalla si lo hiciera.
-Cora no haría eso. Es mi novia. -replicó Sherlock con orgullo mientras pasaba un brazo por el hombro de la pelirroja.
-¿Ah sí? ¿Es eso realmente cierto? -preguntó ella con palpable ironía e ira-. Déjame en paz, Sherlock.
-P-pero Cora... ¿qué te ocurre? -preguntó Sherlock de forma confusa.
-¡Créeme que ahora ya estaría lejos de aquí si no me hubieran interceptado! -exclamó ella, volviendo su vista a Holmes, con lagrimas en los ojos-. ¡Deberías saber a qué me refiero! ¡Os he visto a ti y a Irene en la sala! ¡Parecías estar muy a gusto en su compañía! -gritó con aún más histeria-. ¿¡Qué soy realmente para ti, Sherlock!? ¿¡Un puzzle a resolver!? ¿¡Una muñeca con la que puedes experimentar sin temor a que se rompa!? -le espetaba en voz en grito, antes de agarrar el cuello de su gabardina, para después tirar en su dirección, acercando su rostro al suyo propio-. ¡No soy una máquina Sherlock! ¡Soy una persona con sentimientos y emociones! ¡No juegues con mis sentimientos de esta manera! ¡No soy una muñeca sin corazón!
Sherlock escuchaba todos y cada uno de los gritos de Cora con atención, esperando a que le diera una oportunidad para hablar.
-Cora, cálmate. -sentenció Sherlock, bajando su tono mucho más que lo habitual, agarrándola de los hombros y mirándola a los ojos-. Necesito que me escuches. Escúchame bien, porque no volveré a repetirlo: Sé que en muchas ocasiones mis acciones pueden parecer confusas, y que incluso te haga dudar de mis palabras, y no te culpo -dijo con algo de pena, mientras Cora lo escuchaba aún con lagrimas en sus orbes carmesí-: Sé que soy una persona difícil, casi inaccesible, y en muchas ocasiones fallo al darme cuenta de lo que mis acciones repercuten en la gente que me rodea... Pero déjame que te asegure... -susurró en una baja voz, abrazándola contra su pecho-: Tu eres la única persona en toda mi vida que ha logrado que el corazón se me desboque de esta manera, y que incluso en ocasiones me ponga nervioso y me entren sudores fríos al verte. Pero eso no significa que no te quiera, sino todo lo contrario.
La respiración de Cora y su llanto comenzaron a calmarse de forma imperceptible con cada palabra que salía de los labios del hombre que la estrechaba entre sus brazos, disfrutando de la leve resonancia que sus palabras provocaban en su pecho, el cual la tranquilizaba, pues se sentía segura, y al mismo tiempo, su confianza comenzaba a restablecerse.
-A veces, tu corazón sabe cosas que tu cerebro... no puede explicar, ni siquiera de una forma lógica. Solo tú me vuelves loco Cora... solo tú podrías haberme hecho sentir tantas emociones con solo estar cerca de una persona. -le dijo con una leve sonrisa-. Lamento de veras no haberme dado cuenta del daño que te provocaba. Lo siento mucho... Te quiero Cora, y nada en el mundo podría cambiar eso, ni siquiera Irene, por mucho que se lo proponga.
-Sherlock... Tú... Estabas siguiéndole el juego por una razón. -comentó Cora tras alzar su rostro y mirarlo a los ojos.
-Así es querida, sabes que yo nunca hablo ni hago cosas al azar. -replicó con una sonrisa, besándola en los labios de forma dulce y gentil.
-Vamos. -dijo la pelirroja tras darle la mano, ambos subiendo las escaleras del avión.
Ambos jóvenes entraron al avión, que estaba en una oscuridad total, encontrando que éste se encontraba completamente lleno de pasajeros... todos inmóviles. Sherlock y Cora comenzaron a observar con atención a los pasajeros, hasta que una voz los sobresaltó.
-El enigma de Coventry... -dijo Mycroft, apareciendo de entre las sombras-. ¿Qué os parece mi solución? -preguntó, mientras se acercaba a ellos-. El vuelo de los muertos.
-El avión estalla en pleno vuelo... Misión cumplida para los terroristas. Cientos de víctimas, pero no muere nadie. -dijo Sherlock con una voz suave y seria al mismo tiempo.
-Limpio, ¿no crees? Llevas siglos dando tumbos alrededor de esto... ¿o te aburría demasiado para fijarte en la pauta? -comentó Mycroft con un tono serio.
Cora comenzó a recordar junto con Sherlock, a los varios clientes que los habían ido a visitar tiempo atrás: las niñas, el hombre con las cenizas,...
-Llevamos a cabo un proyecto similar con los alemanes hace un tiempo, aunque creo que uno de nuestros pasajeros no sobrevivió al vuelo... -les informó el mayor de los Holmes-. Pero es el fallecido para ti. Tarde. En todos los sentidos de la palabra.
-¿Cómo va a volar el avión...?
-No vuela. -sentenció Cora, interrumpiendo a su novio-. Avión no tripulado.
-Vaya novedad... -comentó con ironía el detective.
-No vuela. Nunca volará. Todo el proyecto se ha cancelado. Las células terroristas ha sido informadas de que sabemos lo de la bomba. -comentó Mycroft-. Ya no podemos engañarles. Se ha perdido todo. -añadió con una voz llena de pesadumbre-. Un fragmento de un e-mail... Y meses y años de planificación para nada.
-Tu hombre de defensa... -dijo Sherlock.
-No hace falta más. -dijo su hermano-. Un hombre ingenuo y solitario, desesperado por alardear, y una mujer lo bastante lista como para hacerle sentir especial, provocando que él deje de lado a la única persona que lo ama de forma incondicional...
Cora guardó silencio, pues acababa de atar los cabos sobre las enigmáticas palabras de Mycroft, y supo en seguida de quién estaba hablando realmente el mayor de los Holmes.
-Heh, deberíais filtrar mejor a las personas de defensa. -comentó Sherlock con una sonrisa sarcástica.
-¡No me refiero a ese hombre Sherlock! ¡Me refiero a ti! -exclamó el mayor de los hermanos con algo de ira, dando un golpe con su paraguas al suelo. Ante sus palabras, Sherlock expresó claramente su confusión en su rostro-. Una dama en apuros... ¿de verdad eres tan inocente? Porque ha sido de libro: la promesa del amor, el dolor de la pérdida, la alegría del perdón... Incluso se las agenció para intentar que tu querida pelirroja fuera borrada del mapa. -le dijo Mycroft con una voz clara y severa-. Luego le das un rompecabezas... y lo ves bailar.
-¡No seas absurdo! -exclamó Sherlock.
-Sherlock... -dijo Cora, agarrando su mano.
-¿Absurdo? ¿Cuánto tardaste en descifrar el e-mail para ella? ¿Llegó a un minuto? -preguntó Mycroft-. ¿O tenías muchas ganas de impresionar?
-Creo que fueron menos de cinco segundos... -dijo Irene, apareciendo a la espalda de Sherlock y Cora.
Cora sintió cómo su sangre hervía y empezó a contenerse, pues estaba segura de que si Irene se acercaba a ella o le decía algo, acabaría por lanzarse a su cuello. Sus ojos comenzaron a incrementar su brillo, a lo que los cerró, pues Sherlock le había recomendado que no usara sus habilidades frente a Mycroft, pues de saberlo él, quizás trataría de usarla para completar ciertos planes del Gobierno Británico.
-Yo os crucé a ambos en su camino... -dijo Mycroft-. Lo siento, no lo sabía.
-Señor Holmes, creo que tenemos que hablar... -dijo Irene mientras avanzaba hacia ellos.
-Y yo. Hay varios detalles que no me han quedado claros... -dijo Sherlock de forma seria.
-Contigo no junior, contigo ya he terminado. -dijo Irene pasando a su lado, dando una mirada a Cora-. Oh, ¿sigue usted aquí? ¿No se había marchado con sus padres? Oh, cierto... ¿No estaban muertos?
Cora no aguantó más y se lanzó a por ella, comenzando una pelea entre ambas mujeres, con la pelirroja ya sin contenerse, sus ojos carmesí brillando en la oscuridad de la estancia. Sherlock a duras penas logró separarla de Adler, a lo que se sorprendió por la mirada de odio y brillo asesino que poseía. Logró calmarla a duras penas, mientras que Irene trataba de tranquilizarse, pues había observado esos aterradores ojos asesinos en una ocasión anterior, una visión realmente aterradora que la dejó casi paralizada. Mycroft por su parte, había observado el fenómeno, pero decidió que guardaría el secreto de la joven por el bien de ella y su hermano. Además, estaba seguro de que podría hacer uso de sus habilidades en otra ocasión.
-Hay más, mucho más. -dijo Irene tras reponerse del ataque de Cora-. En éste teléfono-cámara tengo secretos, fotos y escándalos que podrían hacer caer todo su mundo. No se hace idea del caos que puedo provocar y solo hay una forma de detenerme. -comentó con una voz serena y confiada-. A menos que quiera decirle a sus jefes que el mayor filtrador de datos es su hermano pequeño...
A las pocas horas, los cuatro se encontraban en una habitación para discutir con Irene las condiciones de entregar el código de su teléfono-cámara. Irene estab sentada frente a Mycroft en una mesa, teniendo éste su teléfono encima de la mesa. Sherlock estaba por otro lado, sentado en un sofá, mientras que Cora se encontraba contra la pared, observando a Irene con atención, mientras que de vez en cuando, ella y Sherlock cruzaban miradas cómplices.
-Tenemos personas capaces de desbloquearlo...
-He comprobado que eso no es cierto. -replicó Irene-. Dejé que Sherlock Holmes lo intentara durante 6 meses. -comentó con cierta satisfacción-. Sherlock cariño, dile lo que encontraste cuando le hiciste la radiografía...
-Irene... -amenazó Cora con un leve tono de voz, advirtiéndole de que no llamara a Sherlock de esa forma.
-Hay cuatro unidades adicionales conectadas dentro. Sospecho que contienen ácido o una pequeña cantidad de explosivo. -replicó Sherlock con una voz monótona, haciendo un gesto a Cora para que ella concluyera.
-Cualquier intento de abrir la carcasa quemará el disco duro. -dijo la pelirroja con una voz seria, a la par que deducía a Irene, cosa que los hermanos Holmes parecían no poder hacer.
-Explosivo... Eso me va más. -comentó Irene-. Realmente es usted encantadora señorita Izumi... Qué afortunado debe de sentirse Sherlock de tenerla para el solo.... es algo injusto. Nos lo podríamos pasar de maravilla juntas.
-No lo creo. No es... mi tipo. -replicó Cora con una sonrisa sarcástica pero sincera, pues aunque Irene no le agradara por las circunstancias actuales y todo lo sucedido, estaba segura que de ser otra la situación y tiempo, ambas se habrían llevado bien y habrían tramado amistad.
-Unos datos siempre son recuperables... -intercedió Mycroft, acabando con la conversación de las mujeres.
-Arriesguese. -le retó La Mujer.
-Tiene una contraseña para desbloquearlo. Lamento mucho decir que tenemos... personas capaces de sacársela. -replicó Mycroft intentando amenazarla.
-¿Sherlock? ¿Cora? -dijo Irene, esperando que ellos respondieran por ella.
-Habrá dos contraseñas: una para desbloquearlo y otra para quemar el disco. -dijo Cora con una leve sonrisa al ver lo acorralado que estaba Mycroft, pero pronto borró su sonrisa, pues sabía de sobra que la seguridad del país estaba en juego.
-Incluso bajo coacción no puedes saber cual te ha dado, y sería inútil un segundo intento. -comentó Sherlock, acabando la frase de su novia.
-Ah, que bueno es... -dijo Irene-. Debería llevarlo con correa, Cora. -comentó con una sonrisa, a lo que la joven pelirroja respondió rotando los ojos por un segundo.
-Lo destruiremos. Nadie tendrá la información. -dijo Mycroft, dándose perfecta cuenta de que acababan de llegar a un punto muerto.
-Bien, buena idea. -dijo Irene mientras asentía-. A menos que haya vidas de ciudadanos británicos que dependan de esa información...
-¿Las hay? -preguntó Mycroft algo incrédulo.
-Decírselo sería jugar limpio, y ya no estoy jugando. -replicó la Dominatrix antes de sacar un documento de su bolso, entregándoselo a Mycroft-. Una lista de mis demandas, y algunas ideas sobre mi protección, una vez que hayan sido concedidas. Diría que no es hacer un agujero tan grande en la riqueza de la nación, pero mentiría.
Mycroft alzó una de sus cejas en señal de desconcierto y sorpresa.
-¿Querrá consultarlo con la almohada? -preguntó Irene.
-Gracias, sí...
-Lástima. No puedo dejar que hable con nadie. -replicó Irene, ganándose una leve risa de Sherlock y Cora.
-Ha sido muy minuciosa. -alabó Mycroft-. Ojalá... los nuestros fueran tan buenos.
-No puedo llevarme todo el mérito, he tenido ayuda... -dijo Irene-. Oh, Jim Moriarty les envía recuerdos a los dos. -añadió Irene, haciendo que Sherlock entre en tensión al instante-. Y... Cora, dice que siente mucho lo de sus padres, que se resistieron con firmeza.
Ante el comentario de Irene, los ojos de Cora se abrieron con pasmo, y sus piernas amenazaron con flaquear por la impresión y el dolor de esas palabras. Sherlock dirigió una rápida mirada a su novia y tras observar que se sentaba a su lado, le tomó la mano para tranquilizarla. Definitivamente le haría pagar a Moriarty todo aquello, incluyendo la muerte de los padres de la pelirroja.
-De veras que lo siento Cora. Traté de interceder por ellos pero no flaqueó ni cambió de decisión, no como aquella vez en la piscina... -comentó Irene algo apenada por la joven.
-Sí Moriarty y yo hemos estado en contacto. Parece desesperado por llamar mi atención. -dijo Mycroft para intentar cambiar de tema-. Lo cual se podrá arreglar.
-Tenía tantas cosas y no sabía qué hacer con ellas... gracias a Dios por el Delincuente Asesor. -dijo Irene sentándose encima de la mesa, algo más cerca a Mycroft-. Me dio muchos consejos sobre cómo jugar con los hermanos Holmes y la señorita Izumi.... ¿Sabe cómo les llama? -añadió mirando al mayor de los hermanos a los ojos-. El hombre de Hielo, La Pirómana, y El Virgen... -comentó, dando a conocer los apodos que Jim Moriarty les había dado a cada uno de ellos-. No me pidió nada, creo que le gusta causar problemas sin más. Así es mi tipo de hombre...
En ese momento, Cora sonrió, pues Sherlock y ella habían intercambiado una única mirada y se hallaban recordando rápidamente todo lo sucedido.
-Aquí está, la Dominatrix que puso a un país de rodillas... -dijo Mycroft, reconociendo las habilidades y pericia de Irene, levantándose de su asiento-. Buena jugada.
-No. -sentenció Cora con una voz serena.
-¿Perdón? -preguntó Irene.
-He dicho que no. -repitió Cora-. Por los pelos, pero no. Te has dejado llevar. El juego era muy elaborado. Estabas disfrutando demasiado. -añadió, al mismo tiempo que se apoyaba en una de las paredes de la estancia para observar el desenlace de los acontecimientos.
-¿Demasiado? Nunca es demasiado. -replicó Irene.
-Disfrutar de la emoción de la cacería, ansiar la diversión del juego, lo entiendo perfectamente, ¿pero el sentimiento? -dijo Sherlock acercándose a ella-. El sentimiento es un defecto químico de los perdedores.
-¿Sentimiento? ¿Pero qué dices?
-Tú.
-Por Dios... Pobrecillo... -dijo Irene-. No creerás de verdad que me interesabas... ¿Por qué? ¿Por que eres el gran Sherlock Holmes, el inteligente detective de la gorrita?
-En eso te equivocas Irene. Del todo. -comentó Cora con una leve nota de satisfacción en la voz.
-No... Porque te tomé el pulso. -susurró Sherlock tras acercarse a su oído izquierdo, y tomar la muñeca izquierda de La Mujer-. Acelerado, pupilas dilatadas,... -añadió con un tono serio antes de proceder a coger el teléfono-cámara de Irene-. Me figuro que John Watson cree que el amor es un misterio para mí, pero la química es sencillísima, y muy destructiva. -comentó tras dar una leve mirada a Cora junto con una sonrisa de cariño-. Cuando nos conocimos me dijiste que el disfraz siempre es un autorretrato, qué razón tenías: la combinación de tu caja fuerte, tus medidas, pero esto es mucho más intimo. Es tu corazón, y jamás deberías dejar que gobernara tu mente. -le explicó el sociópata a Irene, a medida que tecleaba en el teléfono-. Podrías haber elegido un número al azar y haberte ido de aquí con todo, pero no pudiste resistirlo. -añadió mientras tecleaba otra tecla mas-. Siempre he dado por hecho que el amor es una desventaja peligrosa... Gracias por la prueba definitiva. -comentó con una voz fría, aunque Cora pudo entrever que realmente ya no pensaba de esa forma, puesto que ahora la tenía a ella.
-Todo lo que dije... era mentira. -dijo Irene tomando la mano de Sherlock, que sujetaba el teléfono-cámara-. Estaba siguiendo el juego.
-Lo sé... -dijo Sherlock antes de teclear la última letra-. Y ahora estás perdiendo-. Añadió antes de mostrarle el teléfono, con la contraseña correcta en la pantalla: I AM SHERLOCKED.
Cora suspiró de forma ligera, pues sentía una ligera compasión hacia Irene, pues aunque ella quería sobrevivir, sabía que sin su seguro no viviría mucho, y además, había sido victima de sus sentimientos, algo muy natural, cosa que la pelirroja sabía bien.
-Ahí lo tienes hermano. Espero que los contenidos compensen las molestias que te haya causado. -comentó Sherlock, dándole el teléfono a Mycroft.
-Desde luego que sí. -dijo su hermano.
-Si te sientes amable, encierrala. Si no, déjala ir, no vivirá mucho tiempo sin su seguro. -dijo Sherlock antes de dar media vuelta y coger a Cora de la mano, dispuesto a marcharse.
-No podemos hacerle eso Sherlock... -intercedió Cora sintiendo algo de lástima por ella.
-¿Esperas que te suplique? -preguntó Irene.
-Sí. -respondió Sherlock deteniéndose.
-Por favor. Tienes razón. No duraré ni seis meses... -comentó la joven.
-Siento lo de la cena... -dijo Sherlock antes de marcharse de la estancia junto a la pelirroja.
El tiempo había pasado desde aquel día en el que se cerrara al fin el caso de Irene Adler. En la cafetería que había bajo el 221-B de Baker Street, Mycroft estaba esperando bajo la lluvia con su inseparable paraguas, cuando John se reunió allí con él.
-Tú no fumas... -dijo John algo asombrado.
-Tampoco acostumbro a quedar en bares.
Tras decir aquello, ambos hombres se reunieron en el interior del establecimiento.
-¿Es el expediente de Irene Adler? -preguntó John, observando el paquete que Mycroft había traído consigo.
-Cerrado para siempre. Estoy a punto de ir a informar a mi hermano, o si lo prefieres hazlo tú, de que de algún modo se ha colado en un programa de protección de testigos en Estados Unidos. -dijo Mycroft-. Nuevo nombre, nueva identidad,... sobrevivirá, y... prosperará. Pero jamás volverá a verla.
-No creo que Sherlock vaya a pensar en ella ya, tiene a Cora en su vida, y creo que ambos están bastante felices con ello. Irene Adler ya es historia en sus vidas. -comentó John.
-¿Estás seguro? Puede que no estuviera realmente interesado en ella, pero Irene era lo bastante importante como para que mi hermano dejara a Cora desamparada, te lo recuerdo. Siempre tendrá un ligero sentimiento hacia ella, John. Sea de amor o no. -recalcó Mycroft-. Para bien o para mal, Irene ha tenido una gran importancia en las vidas de esos dos.
-Pero al final la despreció, ni siquiera la llamó por su nombre... Solo La Mujer. -dijo John.
-¿Eso es odio, o un saludo? ¿Respeto? -preguntó de forma irónica Mycroft.
-Él no es así... No creo... Que fuera capaz de sentir eso. No siente así las cosas, incluso Cora lo ha corroborado.
-Mi hermano tiene el cerebro de un científico o un filósofo, pero eligió ser detective. -comentó el hermano mayor de Holmes-. ¿Qué se puede deducir de su corazón?
-No lo sé...
-Ni yo. -admitió Mycroft-. Pero de niño quería ser un pirata...
-Al menos sabemos que Cora ha logrado romper esa coraza que lo mantenía aislado. Ha logrado entrar en su corazón, y créeme cuando te digo que no lo va a dejar ni herir. Cora es una buena chica. -informó John, defendiendo a su amiga-. Lo de... la protección de testigos estará bien. Ambos estarán contentos de saberlo. Creo que Cora e Irene, a pesar de sus diferencias llegaron a entenderse y respetarse mutuamente.
-Eso creo. Por eso quiero que piensen eso.
-¿En lugar de qué? -preguntó John, pues Mycroft parecía serio de pronto.
-Está muerta. La capturó una célula terrorista en Karachi hace dos meses y la decapitaron. -le informó el hombre trajeado.
-¿Seguro que era ella? -preguntó John tras un incómodo silencio-. Podría equivocarse...
-Esta vez he sido más minucioso. Harían falta Sherlock Holmes o Cora Izumi para engañarme. -dijo Mycroft-. ¿Y bien? ¿Qué les decimos a Sherlock y Cora?
A los pocos minutos en el 221-B de Baker Street, John subía las escaleras, preparándose para decirles esa enorme mentira a sus dos compañeros de piso, a quienes encontró en la cocina del piso. Sherlock estaba centrado en su microscopio, analizando varias muestras, mientras que Cora estaba a su lado, ayudándolo con varios compuestos químicos. John había notado que los dos jóvenes ya no discutían como antes, ya que ahora se encontraban mucho mas calmados y felices, en especial Sherlock, aunque no lo admitiera. Estaba claro que se sentían felices de estar juntos.
-Sé que tienes noticias. Si es sobre el triple crimen de Litch, fue el jardinero. -dijo Sherlock al entrar Watson a la cocina. Cora sonrió al ver a John y miró a Sherlock con cariño-. ¿No se fijó nadie en el pendiente?
-No,... Se trata... De Irene Adler. -dijo John entre pausas, pues de no ser cuidadoso, podrían descubrir la mentira.
-¿Ha pasado algo? ¿Ha vuelto? -preguntó la pelirroja con notable interés, cosa que extrañó un poco a John, pues que él recordara, no eran amigas.
-No, no... Me he encontrado con Mycroft abajo. Ha salido un momento... -dijo John.
-¿Ha vuelto a Londres? -preguntó Sherlock levantándose de la mesa y acercándose a John.
-No... Está... -John dejó de hablar momentáneamente, pues Sherlock se había acercado bastante, y tenía una expresión seria-. En América.
-¿América? -preguntó Cora.
-Sí, en un programa de protección de testigos. No sé cómo lo habrá conseguido... Pero a sabéis. -dijo John.
-¿Ya sabemos, qué? -preguntó Sherlock.
-Pues que no podréis volver a verla...
-¿Quién ha dicho que queramos? -preguntó Cora con sarcasmo.
-No he dicho eso...
-¿Es su expediente? -preguntó Sherlock, mientras se sentaba de nuevo en la mesa de la cocina junto a Cora.
-Sí, se lo iba a devolver a Mycroft... -dijo John-. ¿Quieres verlo?
-No. -replicó mientras volvía a centrarse en el microscopio.
-Oye, en realidad... -comenzó John, a punto de decirle la verdad acerca de Irene.
-Pero me quedo el teléfono. -comentó Sherlock, interrumpiéndolo y alargando su brazo izquierdo.
-No tiene nada... Lo han vaciado.
-Ya pero aún así. -intercedió la pelirroja-. Danos el teléfono.
-No puedo,... Yo... Tengo que dárselo a Mycroft, ahora es del gobierno...
-Por favor. -pidieron ambos al unísono.
John se lo pensó durante unos instantes pero al final le entregó el teléfono-cámara a Sherlock. Comprendía que los dos jóvenes quisieran conservarlo, pues al fin y al cabo, de no haber sido por Irene y ese teléfono, ellos nunca habrían terminado por aceptar sus mutuos sentimientos, y quizás ahora no estarían tan unidos ni se amarían tanto. En definitiva, los dos podían decir que Irene y su teléfono los habían unido para siempre, haciéndolos más fuertes incluso en las adversidades.
-Gracias John. -dijo Cora con una sonrisa dirigida al ex-soldado.
-Será mejor que me lleve esto... -dijo John dando media vuelta.
-Sí. -dijo Sherlock.
Mientras caminaba hacia la puerta de la sala, John se detuvo y se giró:
-¿Volvió a enviaros a alguno de los dos... algún mensaje más?
-Sí. Lo hizo, en efecto. -replicó Cora-. Hace unos meses.
-¿Y qué decía?
-Adiós Señor y Señora Holmes. -dijo Sherlock, citando el mensaje.
John se quedó unos segundos con la boca abierta, pues el mensaje podría dejar claro que ella estaba muerta, así que, en última instancia decidió salir del piso y entregarle el expediente a Mycroft.
Una vez John se fue de la estancia, Sherlock y Cora se miraron, cogiendo éste último el teléfono de Irene. Tras unos segundos, ambos comenzaron a revisar todo y cada uno de los mensajes que Irene había mandado, algunos destinados a la pelirroja de ojos carmesí. Caminaron juntos hasta la ventana del salón, donde observaron el último mensaje, el cual había sido enviado a sus respectivos teléfonos: Adiós Señor y Señora Holmes.
Hacía ya dos meses, Irene se encontraba en ese momento arrodillada junto a varios terroristas, presumiblemente de la red criminal de Moriarty, a quienes había ordenado eliminarla. Ella estaba escribiendo un último mensaje en su teléfono móvil, que envió al acabar de redactarlo. Resignada a su suerte, y sabiendo que iba a morir, sin que nadie fuera en su ayuda, Irene cerró los ojos y esperó que la cimitarra del asesino acabara con su vida. Su sorpresa fue mayúscula al escuchar ese característico sonido de mensaje que conocía tan bien, así cómo que una fuerte llamarada dejara inconscientes a varios soldados, así como al que la amenazaba a su derecha. Irene miró a su ejecutor y se encontró con los ojos de Sherlock. Notó al instante que alguien estaba a su espalda, protegiéndola. Giró su rostro y vio a la pelirroja de ojos carmesí, solo que en aquella ocasión, esos orbes carmesí no le inspiraban miedo, sino esperanza.
-Cuando digamos que corras, ¡corre! -comentaron los dos al unísono, antes de comenzar a encargarse de los terroristas.
Sherlock y Cora se miraron y sonrieron, pues nadie salvo ellos sabía que Irene estaba viva. El sociópata, que tenía el teléfono en sus manos, lo lanzaba al aire de forma despreocupada.
-La Mujer... -musito Cora mientras abrazaba a Sherlock por la espalda, llamando a Irene de esa forma, demostrando respeto.
-La Mujer. -dijo Sherlock, llamándola de igual manera, él también respetando a Irene, pues ella había sido una gran rival, y no tenía dudas de que podría llegar a ser amigos.
Tras unos segundos, el detective guardó el teléfono-cámara de Irene en la cómoda del salón, y abrazo a la joven pelirroja antes de darle un beso en los labios.
-Te quiero Cora. -dijo Holmes con una sonrisa, mientras le sonreía ya volvía a besarla.
-Y yo a ti, Sherlock Holmes. -dijo Cora mientras sonreía con cariño.
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