| -Exilio- |
Los días fueron sucediéndose de forma rápida en el piso de Baker Street, donde la pelirroja se hallaba sumida en sus pensamientos y preocupaciones. Cora cerraba sus puños con fuerza debido a la ira que sentía en su interior, concretamente, debida al hecho de que incluso habiéndoselo rogado a Mycroft, no le dejaran ver a su prometido. En aquel momento, John y Mary entraron a la sala de estar, encontrando a la joven de ojos carmesí en aquel estado de tristeza.
-Hola Cora... -la saludó el Dr. Watson antes de acercarse a ella para abrazarla-. ¿Ha habido suerte? -le preguntó, refiriéndose a la petición de ver a Sherlock.
-No, ninguna en absoluto. -contestó ella, antes de abrazar a Mary-. ¿Qué tal vosotros? ¿Sabéis ya el género del bebé?
-Pues no está confirmado del todo, pero-
-Cora, tenemos un plan para que puedas ver a Sherlock. -cortó Mary a su marido, mirando a los ojos carmesí de la pelirroja, los cuales se abrieron por la sorpresa.
-¿Qué? ¿De verdad? -inquirió Cora con un tono esperanzado, mirando a los Watson.
-Sí. Hemos pensado que con los conocimientos de Mary podríamos infiltrarte en la prisión federal sin problemas. -le respondió John-. Nadie tendría por qué saberlo.
-Eso si Mycroft no nos pilla antes, claro. -indicó una voz, apareciendo a los pocos segundos un hombre por la puerta-. Siento llegar tarde: había un tráfico terrible...
-¡Greg! -exclamó Cora, acercándose rápidamente para darle un abrazo-. ¿También tú estás metido en esto?
-Aunque me cueste tolerar a Sherlock, no podía dejarte sola y triste cuando más podrías necesitar mi ayuda. -le respondió el Inspector de Scotland Yard, antes de dejar una bolsa en el suelo, la cual había traído consigo-. Será mejor que te pongas esto... -le indicó, entregándole un mono naranja y unas esposas junto a unos zapatos blancos.
-Chicos... Gracias. -indicó la prometida del Detective Asesor antes de ir a cambiarse a su cuarto, emergiendo de el con el mono naranja y las zapatillas, así como las esposas, y llevando un tinte de pelo oscuro y ojos azules gracias a las lentes de contacto-. Estoy lista.
-Escucha Cora, éste es el plan -le indicó Mary, entregándole un auricular casi indetectable-: Lestrade te infiltrará en la prisión como una de las recusas a las que se busca por haber escapado. No debes preocuparte, pues los vigilantes han sido renovados este mes, por lo que no sabrán qué aspecto debería tener la reclusa. Este auricular estará conectado a mi teléfono, y por medio de éste te iré indicando por dónde debes ir para llegar hasta la sala principal, donde se encuentra el puesto de control de la prisión. Una vez logres acceder al ordenador central, deberías poder encontrar la celda de Sherlock sin problemas. Cuando lo hagas, házmelo saber y te orientaré en la dirección correcta para llegar a ella. Sin embargo, el sortear a los guardias no será sencillo, así que deberás disfrazarte de nuevo. Para ello, una vez entres a la prisión, busca la forma de entrar en el baño de la planta baja. Dentro encontrarás una bolsa con el uniforme de los guardias de la prisión junto con la llave de las esposas. No levantarás sospechas, ya que los vigilantes también han sido informados de que una nueva guardia de seguridad llegaría al mismo tiempo que la reclusa. -le informó la mujer del Dr. Watson con todo lujo de detalle-. En la medida de lo posible, intenta no usar el mismo registro de voz ni apariencia para infiltrarte.
-Entendido. Lo tendré en cuenta. -respondió ella-. De verdad, os agradezco que hagáis esto, pero no deberíais arriesgaros por mi. -aseguró la joven algo preocupada-. No querría que os metieseis en líos por mi culpa.
-No te preocupes por nada, Cora. Conocemos los riesgos y queremos hacerlo por ti y por Sherlock. -le respondió John con una sonrisa-. Espero que baste para que podáis estar juntos un poco más de tiempo...
-Bastará. Gracias de nuevo.
-Cuando llegue el momento de fugarse te avisaremos con la misma frase que Sherlock utiliza.
-Oh, ¿"El robo en el Vaticano"? -inquirió Cora antes de ver asentir a Mary-. Bien. Lo recordaré. -indicó antes de girarse hacia el Inspector de Scotland Yard-. Greg, estoy lista.
Horas más tarde, un coche policial estacionó fuera de la prisión federal, saliendo de su interior el Inspector Lestrade, acompañado por una joven de pelo negro desaliñado y ojos azules. Ambos caminaron hasta la puerta de entrada, donde fueron detenidos por dos vigilantes.
-Alto. Lo siento, señor. Es un área restringida. -indicó uno de ellos.
-Soy el Inspector Lestrade, de Scotland Yard. -replicó Greg con presteza, enseñando su identificación-. Vengo a traerles una reclusa que se les escapó: Wilhemina Harker.
-"Wilhemina Harker"... ¿Pero ese no es el nombre de una mujer de una novela de terror?
"¡Maldición! ¡Sabía que podrían reconocer el nombre! Tengo que actuar...", pensó la joven, antes de alzar su rostro para mirar al guardia, imitando un acento ruso a la perfección: -¿Y qué si es un nombre sacado de una novela? ¡A lo mejor también tengo sus habilidades vampiricas! -exclamó, logrando intimidar al vigilante-; ¿Quieres averiguarlo?
-¡N-no! ¡Vamos! Pasa, rápido. No quiero que se me acerque... -indicó el joven, abriéndoles la puerta, entrando ambos al complejo.
"Bien, ya estamos dentro. Sherlock, ¡pronto iré contigo!", pensó la joven mientras caminaba por el pasillo hacia la planta baja, donde tuvo que separarse de Lestrade, pues éste no tenía la debida autorización para aquel lugar.
Tas observar cómo Lestrade se marchaba de allí, dejándola a su propia suerte, Cora caminó unos pocos metros más, encontrando el baño que Mary le había mencionado anteriormente, con lo que comenzó a actuar una vez más.
-Tengo que ir al baño. -le dijo al mismo guardia con el que había hablado en la entrada-. No puedo aguantar más. He venido cuatro horas en coche hasta aquí, sin paradas.
-No me importa. Abajo, en tu propia celda hay un baño. -le replicó con una voz seca, que pronto se calló al sentir la punta de algo afilado contra su espalda.
-Si no me dejas ir, te desgarraré la piel y te romperé la columna. Veamos quién es entonces el que no puede aguantarse las ganas... -lo amenazó la joven en un susurro, aproximándose a él, quien asintió con vehemencia-. Oh, y otra cosa: si gritas cuando me aparte eres hombre muerto. Sé donde vives, sé quienes son tus familiares,... No me costará nada hacer una llamada y que mueran todos para cuando llegues a sus casas. -añadió con un tono claro que evidenciaba con qué veracidad hablaba, antes de separarse y encaminarse hacia el baño, segundos antes de volverse hacia él, sonriendo-. Gracias encanto. -comentó antes de entrar al servicio, encontrando la bolsa negra escondida en una de las tejas del suelo, entrando a uno de los servicios para cambiarse. Sin embargo, instantes después de entrar, una guardia de seguridad con un alto parecido a ella entró, por lo que no pudo cambiarse allí, optando por un plan alternativo. Salió del servicio despacio, emboscando a la mujer desde atrás, colocando sus brazos alrededor de su rostro, quedando la cadena de las esposas oprimiendo su cuello. Cuando ya había mantenido la presión del cuello durante unos minutos, la guardia cayó inconsciente, aprovechando Cora para deshacerse de las esposas. Tras hacerlo, la joven cambió su tinte de pelo por uno rubio, así como sus lentes de contacto, cambiando las azules por unas verdes. Tras hacerlo, peinó su cabello, se colocó el uniforme de guardia de seguridad que había en la bolsa, y se aplicó algo de maquillaje.
"Y allá vamos... La prueba de fuego", pensó Cora instantes antes de mirarse al espejo para asegurarse de que su aspecto era el adecuado-. Veamos... Cinco, tres, tres, dos,... -sentenció con varios acentos antes de decidirse por usar su acento inglés. Con una sonrisa satisfecha, Cora cambió a la inconsciente guardia de seguridad de ropa, vistiéndola con el mono naranja que ella había traído, así como guardando el uniforme de la joven en la bolsa, deshaciéndose del tinte y lentillas anteriores. Cuando lo hubo hecho, tapó la boca de la mujer con cinta americana, imposibilitado que hablase. Cogiéndola en brazos con algo de esfuerzo, salió del servicio, encontrándose al vigilante aún en el exterior, esperando a Wilhemina. Al verla, el joven la observó con un ligero rubor en sus mejillas antes de abrir sus ojos como platos.
-Oh, hola. Soy Marcus. -la saludó-. ¡Vaya! ¿Qué ha pasado?
-Oh, hola Marcus, soy Jean, Jean Grey. -se presentó con su acento natural-. Soy la nueva guardia de seguridad. He encontrado a ésta presa en el baño, tratando de cambiarse de ropa para escapar de nuevo. Hay una bolsa negra en el servicio con ropa de vigilante. -le indicó, dejando a la joven en brazos de Marcus.
-¡Wow! ¡Gracias por haberla reducido! ¡Quién sabe lo que podría haber hecho! -exclamó Marcus-. ¿De modo que eres nueva? ¿Te han asignado algún cometido?
-Bueno, lo cierto es que... Me mandan a vigilar a los prisioneros de las celdas del piso 3. -le respondió, fingiendo timidez-. Pero como acabo de venir no tengo la debida acreditación ni permisos... -se lamentó, parpadeando en varias ocasiones, dejando resaltar sus atributos, ante lo cual Marcus tragó saliva-. ¿Podrías ayudarme?
-¡Claro! -replicó con rapidez el joven antes de dirigirse a su compañero-. Oye, lleva a ésta presa a su celda. -le indicó, antes de acercarse a Cora-. Sígueme Jean. Te haremos la acreditación. -sentenció, antes de entregarle un papel para que lo rellenase con sus datos personales. Tras hacerlo, el joven lo cogió, entregándoselo a un guardia que había en un puesto de control, que, tras hacerle una foto a la joven rubia, le dio instantes después un pase para la sala principal del control así como para las celdas del piso 3.
-Muchísimas gracias Marcus. -se sinceró Cora antes de colocarse el pase al cuello-. Debería empezar a moverme, o de lo contrario mi jefe me dará un largo sermón del que jamás escucharé el final... -sentenció, antes de dirigirse a la sala principal de control, conectando su pase al ordenador central, que pronto le pidió una contraseña para acceder al listado de celdas.
"Mierda... ¿Cuál podría ser la contraseña..?", pensó antes de recordar que la guardia de seguridad llevaba una palabra escrita en su brazo: Shield. Tras suspirar, la joven decidió meter la clave, abriéndose el acceso casi de inmediato.
-En serio... ¿"Shield"? -se preguntó en voz alta-. El jefe de este lugar es muy fan de Los Vengadores... -comentó antes de empezar a navegar por el listado de celdas, encontrando la de su prometido, encendiendo el auricular-. Mary, ya estoy dentro y he encontrado la celda de Sherlock. Está en el tercer piso. Por lo que veo parece ser una celda aislada del resto.
-'Ni Mycroft tiene piedad por su propio hermano...' -comentó Mary a través del auricular-. 'Escucha: ahora debería haber dos ascensores frente a ti. El de la izquierda sube a los pisos de los jefes, el de la derecha es el que baja a las celdas. Ahora solo debería haber como mínimo seis guardias en la tercera planta... Ten cuidado. Te daré más indicaciones cuando llegues al tercer piso, ya que los pasillos son un laberinto.'
-Sí, gracias Mary. -replicó Cora antes de usar su pase para entrar al ascensor de la derecha.
Mientras tanto, en el gabinete de ministros, Mycroft se hallaba reunido con Lady Smallwood y otros de sus compañeros de trabajo, así como los más altos estamentos del Gobierno Británico, para discutir la suerte de su hermano menor.
-Como a mi compañero le gusta puntualizar, este país necesita a veces un objeto contundente. Del mismo modo, a veces necesita un puñal. Un bisturí manejado con precisión, y sin remordimientos. -se explicaba el Hombre de Hielo mientras observaba el exterior por la ventana de la habitación-. Siempre habrá un momento en el que necesitemos a Sherlock Holmes. -insinuó mirando a Lady Smallwood, recordando el ruego tan desesperado y triste de la pelirroja que amaba a su hermano menor.
-Si lo que está expresando es algún tipo de sentimiento familiar... -
-No sea absurdo. -sentenció Mycroft interrumpiendo a su compañero, al mismo tiempo que lo miraba-. No soy dado a arrebatos de amor fraternal, ni a la compasión -le recordó con un tono serio-: Ya sabe lo que le pasó al otro. -comentó, provocando que su compañero agachase el rostro-. Por otro lado, no hay cárcel en la que encerrar a Sherlock sin provocar una revuelta O él o su prometida, quien se ha vuelto bastante insistente estos últimos días.
-El arrebato de esa joven es comprensible, señor Holmes. -intercedió Lady Smallwood-. Ama a su hermano con todo su ser, y usted está impidiendo que ella lo vea siquiera un momento... Está claro que al final acabará por tomar medidas drásticas.
-Sin embargo, la alternativa a meter a Sherlock en una cárcel requeriría su aprobación. -comentó Mycroft, haciendo caso omiso al comentario de la mujer-. Y... En caso de que la pelirroja intente algo, me encargaré yo personalmente de que cumpla su castigo.
-No es muy clemente, señor Holmes. -comentó Alicia Smallwood.
-Lamentablemente Lady Smallwood, mi hermano es un asesino. -indicó, antes de que Lady Smallwood recibiera un mensaje-. ¿Qué sucede?
-Lo que yo acabo de asegurarle que pasaría -replicó ella levantándose de su asiento, dirigiéndose a su coche, seguida por Mycroft-: Medidas drásticas.
Entretanto, Cora acababa de llegar al largo pasillo del tercer piso de la prisión federal, activando de nuevo el auricular.
-Ya estoy abajo.
-'Bien. Espero que estés lista.' -replicó Mary.
-Lo estoy. Dame las indicaciones: las recordaré.
-'Camina hasta llegar a la primera intersección. Allí veras dos caminos. Toma el de la derecha, y prepárate para encontrarte a dos guardias...' -le indicó Mary, mientras Cora cargaba en su pistola unos dardos tranquilizantes, así como encendía su vara eléctrica-. 'Cuando los hayas sorteado, debes caminar unos cuatro metros hasta llegar a una desviación a la izquierda. Al seguirla llegarás al primer bloque de celdas. Pasa de largo hacia delante y tuerce a la izquierda. Habrá un guardia allí. Cuando salgas de ese pasillo estará el segundo bloque de celdas que termina en un cruce. Sigue hacia delante, y tras unos ocho metros llegarás a la celda de aislamiento. Hay una sala adyacente a la celda que estará protegida por tres guardias de seguridad. Una vez te encargues de ellos, te reunirás con Sherlock.' -finalizó la ex-espía su explicación.
-Gracias Mary. -dijo Cora-. Volved a contactarme cuando sea el momento de marchar.
-'Si. Cambio y corto.' -replicó la esposa del Dr. Watson antes de cortar la comunicación.
Cora siguió las indicaciones de Mary hasta toparse con los dos primeros guardias, quienes al verla se acercaron de forma sospechosa, pues nadie los había informado de que alguien debiera bajar al nivel 3. Con un rápido movimiento, la joven sacó su pistola y disparó dos dardos tranquilizantes a la pierda de uno de los guardias, agotando su munición. Aprovechándose de esa tesitura de la joven, el otro guardia intentó disparar, observando cómo Cora esquivaba el disparo, lanzando la pistola al aire mientras que ella caía de rodillas al suelo, sacando con una velocidad casi inhumana otro cargador, metiéndolo en la pistola que caía hacia ella, disparando a su pecho, dejándolo inconsciente.
"Pan comido.", pensó la prometida del detective mientras seguía avanzando por los pasillos de la prisión siguiendo las indicaciones de la mujer de John.
Tras llegar al primer bloque de celdas, la joven pasó de largo como le habían aconsejado, encontrándose a otro guardia no muy lejos. Éste estaba de espaldas a ella, por lo que no tendría demasiados problemas en deshacerse de él. Asegurándose de caminar a su mismo paso, mimetizando el sonido de sus pisadas, la joven dio un leve acelerón, corriendo por la pared antes de saltar y golpear al guardia en la cabeza, dejándolo sin conocimiento. Pese a ello, la detective no quiso arriesgarse, disparando otro dardo tranquilizante, por lo que volvió a recargar su arma.
"En total eran seis. Quedan los tres que guardan la sala adyacente a la celda. Tengo dos dardos tranquilizantes para dos guardias. Deberé ser muy precisa y no fallar. En cuanto al otro, tendré que darle una descarga con la vara eléctrica. Se quedará inconsciente algo más de tiempo que aquellos que hayan recibido dardos, pero no tengo más opción si quiero ver a Sherlock.", se dijo en su fuero interno antes de salir de aquel pasillo, llegando al segundo bloque de celdas.
Al pasar de largo el bloque de celdas, la joven caminó los ocho metros que la Sra. Watson le había indicado, ocultándose en las sombras del pasillo, preparando su pistola y vara eléctrica. Tras calmar su respiración para de esa manera optimizar su disparo, Cora accionó el gatillo, logrando acertar a los dos guardias, quienes cayeron inconscientes casi al instante, pues el somnífero era extremadamente potente, habiendo sido creado por Wiggins. El tercer guardia que quedaba comenzó a disparar a la oscuridad, agotando sus balas a los pocos minutos. De pronto sus ojos se percataron de una sombra sobre él, la cual apenas tuvo tiempo de asimilar, pues la descarga eléctrica llegó rápidamente, cayendo al suelo.
"Uf... Esos disparos han ido por muy poco. Unos milímetros más y podría haber tenido problemas.", pensó la joven mientras observaba las rasgaduras de su uniforme debido a las balas. Con calma se acercó a la puerta tras tomar la identificación de uno de los guardias, pasándola por el escáner, abriéndola. Tras suspirar, su corazón comenzó a palpitar de una forma descabellada a cada paso que daba hacia la celda donde su amado detective se hallaba recluido. Cuando al fin tubo la celda frente a ella, pudo ver entre los barrotes a su Sherlock tumbado en la cama del lugar, dándole la espalda, éste ahora vestía un mono naranja, estando su ropa habitual doblada en una estantería que allí había.
-¡Ya te he dicho que no quiero que me molestes! ¡Tanta estupidez impide que me concentre! -exclamó el detective, tras percatarse de la sombra propia de un guardia de seguridad en la pared.
-Veo que el estar aquí no a contribuido a mejorar tu temperamento, sino todo lo contrario. -comentó Cora con su usual voz.
"¡Esa voz! ¡No puede ser...!", pensó Sherlock al escuchar ese timbre de voz tan característico que reconocería en cualquier parte del mundo, el cual solo podía pertenecer a una persona.
-Si tanto quieres que me vaya lo haré. -comentó Cora tras darse la vuelta, dando un paso, antes de detenerse por la voz de su prometido.
-¡Espera! -gritó el joven, levantándose rápidamente de la cama, acercándose lo máximo posible a los barrotes-. Cora... ¿Eres tú, verdad querida? No puedes ser otra persona...
La joven se giró hacia su prometido, echándose una botella de agua que había traído con ella por el pelo, recobrando éste su color usual, deshaciéndose después de las lentes de contacto, sus ojos carmesí brillando de felicidad por estar al fin con él.
-Te ha costado bastante, Sherlock. -comentó ella acercándose a la celda, pasando los brazos por los barrotes, logrando acercarse lo suficiente como para que ambos pudieran abrazarse-. Pensaba que me habrías reconocido de inmediato...
-Lo cierto es que las pisadas eran propias de un guardia de seguridad, salvo que había algo en ellas que me resultaba extrañamente familiar. -comentó el detective antes de romper el abrazo, tomando el rostro de su prometida en sus manos-. He soñado tantas noches con tenerte de nuevo cerca de mi que ya no puedo saberlo... ¿Estoy soñando?
-Aquí estoy, amor mío. -afirmó ella-. Pero si estás soñando, entonces es un hermoso sueño... -comentó antes de que Sherlock acercase sus rostros, logrando compartir un beso lleno de pasión y cariño, que desde hacía tiempo se les había negado.
-Claro que estás aquí... Nadie estaría tan loco como para infiltrarse en éste lugar, no con Mycroft vigilándome las 24h. Nadie, salvo tú. -sentenció Sherlock con una voz llena de cariño y admiración por su bella prometida.
-Quería verte, Sherlock. -le aseguró la pelirroja, las lagrimas comenzando a brotar de sus ojos-. Deseaba verte antes de que se decidiera tu suerte y te apartasen de mi lado para siempre...
-Shh... Lo sé, querida. Yo también deseaba con todas mis fuerzas volver a verte. -afirmó el joven de ojos azules-verdosos, secando las lagrimas de su prometida, tratando de calmarla.
En ese mismo momento, en la sala de control de la prisión federal, Lady Smallwood y Mycroft se encontraban observando y escuchando la conversación entre los dos amantes por las cámaras de seguridad. El hermano del Detective Asesor alargó su mano hacia el botón rojo que cerraría las salidas y pondría en alerta máxima el edificio, cuando fue detenido por la mano de Alicia Smallwood, quien observaba a los jóvenes con profunda lástima.
-No lo haga, Mycroft. Deje que ambos disfruten de estos pocos momentos juntos. -sentenció la mujer-. Después de la decisión que se ha tomado respecto a su hermano se lo debemos a ella. -comentó con un tono sereno, observando las grabaciones de seguridad, donde se podía ver a Cora noquear a todos los guardias-. He de reconocer que la joven es excepcional... Tiene mi más profundo respeto. -comentó asombrada-. No tomaremos medida alguna para castigarla, Mycroft. Diremos que ha sido todo un malentendido entre los altos cargos de la prisión.
Tras una hora hablando y profesándose el amor incondicional que ambos se tenían, la pelirroja notó que el auricular brillaba intensamente, activando éste.
-¿Mary?
-'El robo en el Vaticano!' -exclamó la mujer del Dr. Watson al otro lado de la línea, antes de darle nuevas instrucciones-. 'Hay un conducto de aire a tu derecha que conduce al exterior de la prisión. Ve por él, y John y yo te recogeremos. Cambio y corto.'
-Recibido. Cambio y corto. -replicó Cora antes de apagar el auricular, mirando a Sherlock a los ojos, quien comprendió sin palabra alguna que debía marcharse-. Sherlock, yo...
-No te preocupes, querida. Lo sé. -la interrumpió él antes de besar su labios, los cuales sabían a cereza-. Nos vemos en unos días.
-Te quiero. -se despidió ella tras asentir ante sus palabras.
-Te quiero, querida. -se despidió él, observando cómo se colaba por el conducto de ventilación, sonriendo para sí antes de tumbarse en la cama de nuevo.
"Esa es mi chica.", pensó el Detective Asesor.
Al cabo de unos días Cora iba en el coche con John y Mary, encaminándose hacia el aeropuerto. La pelirroja recordaba el SMS que había recibido por parte del hermano de su prometido, en el que éste la felicitaba por haber sorprendido con su infiltración en la prisión federal a los altos estamentos del Gobierno, comentándole que no se tomarían represalias por sus acciones, ya que un importante cargo había tomado partido, defendiéndola. Asimismo, Mycroft la había informado de la decisión de desterrar a Sherlock como castigo por asesinar a Charles Augustus Magnussen. El coche condujo hasta un jet privado que estaba estacionado en la rampa aeroportuaria. Mientras el coche se detenía, la joven de ojos carmesí pudo distinguir a Sherlock, Mycroft y un guardia de seguridad junto al avión, quienes observaban el coche. Cora salió del coche junto a los Watson y comenzó a caminar hacia los tres hombres que los esperaban.
-¿Cuidarás de ellos por mi, verdad? -le preguntó el detective de ojos azules-verdosos a la mujer de su mejor amigo, mientras ésta se acercaba a él.
-Tranquilo. Evitaré que se metan en líos. -replicó Mary mientras besaba su mejilla y lo abrazaba.
-Esa es mi chica. -sonrió el detective mientras Mary retrocedía, colocándose junto a John, tomando su mano. El joven de cabellos castaños miró a su prometida y a su mejor amigo antes de girarse hacia su hermano-. Como es probable que ésta sea la última conversación que tenga con John Watson y Cora Izumi, ¿te importaría dejarnos a solas? -le preguntó a Mycroft, quien abrió los ojos algo impresionado antes de hacer un gesto al hombre de seguridad, caminando algunos pasos para dejarlos a solas-. Me gustaría hablar primero con John. -le dijo a la pelirroja, quien asintió, alejándose con Mary hacia el lugar en el que Mycroft se encontraba.
-Aquí estamos... -dijo John algo apenado al mismo tiempo que nervioso, carraspeando.
-William Sherlock Scott Holmes. -comentó el sociópata con un tono serio.
-¿Perdón?
-Es el nombre... completo, si buscas para el bebé. -le informó Sherlock con un tono ligeramente divertido, provocando que John se ría.
-No, hemos hecho una ecografía -indicó John-: Casi seguro es niña.
-Oh... -se sorprendió el Detective Asesor con una sonrisa-. Vale.
Tras aquel intercambio de palabras se hizo un silencio realmente incómodo, en el cual ninguno de los hombres sabía qué decir exactamente ante tal situación en la que se encontraban.
-Bueno... No se me ocurre nada que decir. -admitió John tras dar un vistazo a los alrededores.
-Ni a mi... -admitió Sherlock con un tono triste, suspirando.
-Se acabó el juego.
-El juego nunca acaba, John. -le indicó Sherlock antes de dar una mirada a su prometida, quien estaba charlando con Mycroft y Mary-. Pero puede que haya nuevos jugadores. No pasa nada. El Viento del Este al final nos lleva a todos...
-¿Cómo? -preguntó John, confuso sobre lo que acababa de escuchar.
-Es un cuento que me contó mi hermano de pequeño -le clarificó con calma-: El Viento del Este es una fuerza aterradora que arrasa todo a su paso. -contó antes de suspirar de forma pesada-. Busca a los indignos y los arranca de la tierra--ese solía ser yo.
-Que bien. -dijo John con ironía.
-Sí, es un hermano mayor pésimo. -concordó el detective con una sonrisa, provocando que John ría también.
-¿Y qué va a ser de ti? -le preguntó el doctor-. ¿A dónde irás ahora?
-Ah... De infiltrado en la Europa del Este.
-¿Cuánto?
-Seis meses, calcula mi hermano. -replicó el detective antes de que un resquicio de tristeza asomase a sus ojos-. Y no se equivoca.
-¿Y después?
Sherlock estuvo silencioso durante unos minutos, lo que no dejó duda alguna a John sobre el potencial y fatal destino de su amigo.
-A saber... -replicó al final, suspirando.
-Ah... -dijo John, claramente triste-. Y sabes que Cora te estará esperando... Siempre.
-Lo sé. -admitió el joven antes de tomar aliento-. John, quería decirte algo que siempre he querido contarte y nunca he podido. -le comentó a su amigo, provocando que éste lo observase-. Aunque es probable que volvamos a vernos, mejor te lo digo ahora -añadió, mirándolo a los ojos-: En realidad Sherlock es nombre de chica.
Ante ese comentario inesperado por parte de su mejor amigo, John no pudo evitar carcajearse.
-Sí, hombre...
-Por intentarlo... -dijo el sociópata.
-No le vamos a poner tu nombre a nuestra hija. -negó John.
-Yo creo que quedaría bien. -comentó Sherlock antes de quitarse el guante de su mano derecha, extendiéndola hacia John, su mejor y único amigo de verdad-. Por los mejores momentos, John.
Cora observaba de lejos a los dos hombres charlando. Su mirada exhibía una honda tristeza. En ese momento, sintió que Mary se acercaba a ella.
-Lo amas con locura, ¿cierto?
-Por supuesto que sí. -replicó la pelirroja, mirando sus ojos-. Yo jamás pude encajar en ningún lugar, ya fuera por mi apariencia o mi personalidad, que resultaba extraña para los demás. Incluso mis poderes eran un gran punto negativo a tener en cuenta. Sherlock fue la primera persona en reconocerme como una persona normal, como alguien que estaba a la altura de sus expectativas. Sentía que no lo defraudaría y que confiaba en mi. Fue la primera persona en aceptarme con mis atributos y defectos. También conocí a tu marido, que me aceptó de la misma e incondicional manera, convirtiéndose en uno de mis más preciados amigos, a quienes daría todo por proteger. -comentó, expresando la mayoría de sus sentimientos-. Créeme Mary, cuando digo que siempre estaré ahí para protegeros y cuidaros a los tres.
-Lo aprecio enormemente, Cora. No sabes cuanto. -le dijo la rubia antes de abrazarla-. Nosotros también estaremos ahí para cuidar de ti.
-Eso quiere decir... -empezó a decir la pelirroja antes de que una leve sonrisa se dibujase en su rostro-. ¿Que podré cuidar de la niña cuando tú y John necesitéis un tiempo a solas?
-Por supuesto. -respondió la embarazada-. Siempre que no la lleves a escenas del crimen, como alguien que yo me sé... -apostilló mirando a Sherlock, quien parecía haber acabado de hablar con John, ya que éste se aproximaba a ellas.
-Ya está listo para hablar contigo. -le dijo el doctor a la pelirroja, quien se encaminó con el corazón latiendo desbocado hacia su adorado Sherlock.
Cora caminó con lentitud hasta su prometido, quedando frente a él, ahora nerviosa, temerosa y temblorosa. No sabía qué decir, puesto que ¿qué se le puede decir a la persona amada que están a punto de alejar de ti?
-Hey... -lo saludó ella con una voz casi ronca, poco menos que un susurro.
-Hola, querida. -la saludó él, provocando que una pequeña sonrisa adorne sus sonrosados labios.
La pelirroja de ojos carmesí respiró de forma honda antes de mirar los hermosos ojos del hombre que más amaba en este mundo, y al que quizás no volvería a ver jamás. Aquello estaba desgarrándola por dentro.
-Sherlock... Yo... Yo... Yo... -tartamudeó, falta de palabras por la situación, ante lo cual, el sociópata caminó hacia ella, estrechándola entre sus brazos antes de besar sus labios con la misma pasión y amor que aquel día en el que se declararon su amor, ahora ya tres años. Al sentir los dulces labios de su amado en los suyos, la detective rodeó la espalda de su prometido con sus brazos, como si fuera su única tabla de salvación, al mismo tiempo que correspondía aquel beso que tanta vida le otorgaba en aquellos instantes. Sherlock la estrechó aún más entre sus brazos, temeroso de perderla, de que jamás volvería a verla, algo que estaba casi garantizado por las palabras de su hermano. Tras separarse, el Detective Asesor fijó su vista azul-verdosa en los ojos rubí de su amada Cora.
-Te amo tanto, Cora. -le aseguró, tomando su rostro entre sus manos, como en tantas ocasiones había hecho anteriormente-. Lamento mucho no poder estar presente en nuestra boda. -comentó en un tono ligeramente cómico, con la intención de aliviar el pesar y la tensión del ambiente entre ambos.
-Yo también te amo, Sherlock.
El sociópata miró a su alrededor por unos instantes, inseguro de cómo debía continuar, pues las despedidas jamás fueron de su agrado, y no quería acabar de despedirse de la mujer que tenía delante, la que le daba aliento a su vida.
-Jamás en toda mi vida he conocido a una mujer como tú, querida mía. Eres todo lo que yo podría haber deseado alguna vez, mi complemento, y aún hoy me siento increíblemente afortunado de que me ames. Es como un sueño. Un hermoso sueño, que se hizo realidad en el mismo instante en el que cruzaste las puertas del 221-B por primera vez. -comenzó a decir, lo que provocó que a la pelirroja se le comenzasen a llenar los ojos de lágrimas, puesto que aquellas serían las últimas palabras entre ellos-. Como te dije aquel día, tu me has enseñado tanto... Me has enseñado lo bello que es el amor, me has amado con mis virtudes y defectos... Has aceptado todo de mi a pesar de que en tantas ocasiones yo te haya hecho sufrir. No me arrepiento de nada. Desde el momento en el que llegaste a mi vida, todo ha ido una aventura maravillosa que he tenido el privilegio de compartir a tu lado. Mi corazón es tuyo y lo será... Eternamente.
-Sherlock... Yo tampoco pensé que encontraría jamás a alguien que me aceptase por como era, hasta que llegaste tú a mi vida. Mis habilidades, mis extraña e inusual apariencia,... Tú lo aceptaste y me reconociste como una persona. Me diste la vida en aquel instante, y nunca pensé que llegaría a querer tanto a alguien hasta el punto en el que me faltaría el aire al no estar a tu lado. -replicó la joven, colocando sus brazos apoyados en los hombros de su amor, quien comenzó a llorar de forma silenciosa, escuchando cada una de sus palabras-. Has sido el primer y el único hombre al que he amado y siempre amaré, por toda la eternidad. Nadie jamás podría reemplazarte. Me has dado tanto... Pero ahora te llevarás mi corazón de nuevo. -sentenció ella entre lágrimas-. Habría sido feliz de convertirme en tu mujer...
-Y yo habría sido feliz de convertirme en tu marido. -indicó el detective, sonriéndole al único y verdadero amor de su vida, sonrisa que ella correspondió entre lágrimas saladas-. Sigue siendo tan valiente, bondadosa y hermosa como lo eres ahora, mi querida Cora. No importa qué ocurra: nuestras manos, nuestros cuerpos... Ellos recordarán la sensación del otro en su piel. Siempre estaremos juntos aunque estemos eternamente separados. Te lo prometo. -concluyó el joven antes de estrecharla de nuevo entre sus brazos, brindándole el último beso a la pelirroja que había cambiado su vida por completo desde el primer día.
Tras romper el beso, el Detective Asesor, quien había tomado las manos de la joven, comenzó a caminar lejos de ella, dejando el calor de su toque en las manos de ella. El joven caminaba hacia atrás, tratando de memorizar cada detalle, cada fragmento de su prometida, el cual guardaría para siempre en su Palacio Mental. Tras observarla de esa forma tan detenida, el joven se dio la vuelta, entrando al jet. El llanto de Cora se intensificó al ver cómo la puerta del avión se cerraba tras él, dejándola solo con el recuerdo de su calidez. Los Watson caminaron hasta estar junto a la detective de ojos carmesí, rodeándola con sus brazos en un abrazo cariñoso y cálido, observando cómo el avión recorría la pista de despegue, alzando el vuelo a los pocos segundos. Cora cerró sus ojos, pues el amor de su vida ya jamas regresaría. No volvería a estrecharla contra sus brazos...
-Pero eso no puede ser. Es simplemente imposible. -escuchó decir al hermano de su amado detective, quien acababa de salir de su coche, con la cara pálida como el marfil. Los Watson y ella se giraron hacia él.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Cora tras secarse las lágrimas.
-Ha vuelto. -sentenció Mycroft mientras su mirada pasaba por los rostros de las tres personas frente a él.
-¿Quién? ¿Quién ha vuelto? -inquirió Mary, confusa por las palabras del Hombre de Hielo.
-Moriarty. -replicó Mycroft antes de pulsar el botón de llamada de su teléfono móvil, entrando al coche.
-Pero está muerto. Me dijisteis que Moriarty estaba muerto. -sentenció Mary, mirando a John y Cora con una expresión algo extrañada.
-Claro. Se voló la tapa de los sesos. -replicó Cora con una voz seria.
-¿Cómo puede haber vuelto? -preguntó Mary, curiosa y algo atemorizada ante la idea.
-Si es así... Ya puede abrigarse. -comentó la pelirroja mientras observaba junto a los Watson cómo el jet cambiaba de dirección.
-Llega el Viento del Este. -finalizó John mientras Mary seguía la mirada de Cora, quien observaba con una sonrisa aliviada y extremadamente dichosa cómo el jet aterrizaba.
"¡El Juego ha Comenzado!", pensó la detective de ojos carmesí con un brillo decidido.
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