| -El Hombre Efímero- |
///FLASHBACK///
Sherlock y Cora se encontraban caminando hacia el 221-B de Baker Street, donde Sherlock había acordado reunirse con John para su despedida de soltero.
–¿Escenarios de asesinato, Sherlock? ¿Localizaciones de asesinatos? –preguntó la pelirroja mientras caminaban de la mano.
–Mm-hmm. Ruta de pubs temática. –replicó Sherlock con una sonrisa, observándola de reojo.
–¿Pero cielo, por qué no pueden ser estaciones de metro? ¿O incluso un bar cualquiera?
–Les falta el toque personal, querida. –le dijo el detective con un ligero tono divertido.
–Madre mía... –se lamentó la joven de ojos carmesí antes de negar con la cabeza, sonriéndole–. ¿Entonces vais a tomar algo en todos los lugares donde hemos encontrado un cadáver?
–Exacto. –contestó el sociópata mientras entraban al piso.
–Ay... Sherlock, eres único. –comentó la pelirroja antes de subir las escaleras, entrando en la sala de estar.
–Lo sé. –sentenció–. Y por eso me quieres. –apostilló con un tono orgulloso, antes de besar la mejilla de la joven.
–Así es. –replicó ella mientras se despojaba de su abrigo, colgándolo en la percha–. Pero esa es solo una de las muchas razones por las que te amo tanto. –indicó antes de acercarse a su novio, besando ella ésta vez su mejilla.
Sherlock sonrió y la abrazó con mucho cariño antes de acercarse a la mesa de la sala de estar, donde había dos largos cilindros graduados de laboratorio, tomándolos en sus manos. Ante aquello, Cora soltó una pequeña carcajada.
–¿Qué te parece tan divertido, querida? –preguntó Holmes con curiosidad.
–Es solo que es extremadamente divertido el pensar, que en los años que te conozco, nunca te he visto emborracharte. –le contestó Cora con una sonrisa aún en el rostro.
–Bueno, lo cierto es que nunca he tenido ningún motivo especial para emborracharme. De hecho, considero que mi tolerancia es bastante alta, pese a no haber bebido tanto en la universidad como para perder el sentido. Por ello, puedo decir que jamás me he emborrachado en toda mi vida. –le informó el sociópata de ojos azules-verdosos–. Sin embargo, ésta es una situación especial: se trata de la despedida de soltero de John, y como su mejor amigo, debo asegurarme de que sea inolvidable.
–Ya veo... –comentó ella con un tono sereno–. Pese a todo, y conociendo lo minucioso que habrás sido para recabar información sobre cómo no emborracharte, ten cuidado. No hagas ninguna locura. –le advirtió la pelirroja con un tono de preocupación.
–No te preocupes, Cora. –sentenció Holmes acercándose a ella y besándola en los labios–. Siempre tengo cuidado. –le susurró al oído.
Cora observó con una sonrisa cómo Sherlock se separaba de ella antes de brindarle un beso final en los labios, saliendo por la puerta de la sala de estar, escuchando el característico sonido de la puerta principal poco después, acompañado de la voz de John, quien por lo visto acababa de llegar. La joven suspiró y observó el reloj de su muñeca antes de encaminarse a su cuarto, de donde sacó su teclado, colocándolo en la sala, comenzando a tocar a los pocos segundos.
La joven no discernía ya cuánto tiempo había pasado, pero cuando abrió los ojos se encontró con que era ya de noche.
"Vaya... Parece que sin poder evitarlo me he quedado dormida en el sofá.", pensó la de ojos carmesí antes de levantar su rostro del teclado.
Cora estiró sus brazos tratando de despertarse, y cuando al fin lo hubo logrado, tomó su teléfono móvil, al cual acababa de llegar un mensaje.
"Lestrade... Parece que tiene un caso para mi. Una vez más, algo relacionado con un secuestro. Debería ir a Scotland Yard para ver si merece la pena.", pensó tras leer el contenido del SMS.
La pelirroja se colocó una vez más su chaqueta, y se colocó los guantes, pues aquella noche era bastante fría, y procedió a bajar a la entrada principal. Sin embargo, unas voces en la escalera la detuvieron.
–Y ni me acuerdo de por qué... –dijo una voz baritona y familiar, arrastrando ligeramente las palabras–. Por algo de crímenes... O qué sé yo...
Cora bajó unos pasos las escaleras, encontrándose al pie de éstas a John y a Sherlock tumbados en ellas, con el doctor boca-arriba con las manos encima de su pecho, y con el sociópata de costado, con su rostro hacia la barandilla.
–¿Se puede saber qué hacéis de vuelta a estas horas? Pensaba que llegaríais más tarde. –comentó la pelirroja mientras se cruzaba de brazos.
Sherlock se giró y la observó con una sonrisa algo bobalicona debido a todo el alcohol que había ingerido durante aquellas dos horas que había estado fuera junto a John.
–Oh... Hola sexy señorita... ¿Qué haces aquí...? –comentó con una voz ronca y arrastrando las palabras–. Esto es una noche de chicos...
–¿Eh...? ¿Qué pasa? –preguntó John, igual de achispado que su amigo–. ¿Quién es esa...? –inquirió mientras él también se giraba para observar a la pelirroja.
–Es mi sexy y adorable novia... ¿A que es genial...? –replicó Holmes con una sonrisa aún algo bobalicona.
"Oh Dios mío... ¡Esto es demasiado gracioso! ¡Está realmente borracho!", pensó Cora mientras intentaba contener una sonora carcajada–: Sherlock, cariño, ¿te das cuenta de que estás en casa, cierto?
–¿Ah, sí...? –preguntó extrañado el joven mientras él y John se sentaban en las escaleras, observando su entorno–. Así que estamos en casa...
–Vamos chicos. Tengo que irme y no puedo dejaros aquí sentados. –indicó la joven con una sonrisa, acercándose a los dos hombres, tomándolos por los brazos y conduciéndolos a la sala de estar.
Una vez estuvieron los tres amigos allí, Cora suspiró y ayudó a John a sentarse en su sillón.
–Déjame ayudarte, cielo. –comentó la de ojos carmesí mientras lo ayudaba a despojarse de su gabardina–. Tómatelo con calma, Sherlock. –sentenció ella mientras lo cogía de la mano, ayudándolo a sentarse en su respectivo sillón.
Sherlock se sentó en su sillón aún con algo de reticencia observando a su novia, antes de tirar de su mano hacia él, provocando que la pelirroja caiga en su regazo.
–¡Sh-sherlock! ¿¡Qu-qué haces!? –exclamó la joven tras un sobresalto, encontrando que el rostro de su novio estaba más cerca de o que ella pensaba.
–Eres preciosa... –comentó con una voz ronca, aún arrastrando las palabras, antes de besar a su novia con algo de rudeza y dominación.
La pelirroja apenas podía resistirse en condiciones normales a su novio, y en ese momento aún menos, pues sus besos seguían siendo tan intoxicantes como siempre lo eran. Ahora Sherlock en ese estado de embriaguez era mucho mas dominante que su yo habitual, y a la joven de ojos carmesí no le desagradaba del todo. Sus suaves manos acariciaban todas sus curvas sin parar casi ni un segundo, había pasado de besar sus labios a besar su clavícula, provocando que se sonrojara y dejara escapar ligeros gemidos debido a ello.
–Sh-sherlock... Basta. –logró musitar la pelirroja entre suspiros y pequeños gemidos antes de separarse del joven detective.
Sherlock la observó con su rostro algo contrariado y un ligero mohín.
–Sh-sherlock... Te-tengo que irme. –sentenció Cora mientras trataba de recuperar el aliento–. Lestrade me ha escrito para que vaya a resolver un caso, y tengo que irme...
–Pero yo quiero que te quedes conmigo... –mencionó el detective aún con el ceño fruncido, cogiéndola de la muñeca izquierda.
–Volveré más tarde, cielo. Te lo prometo... –le dijo ella con sus ojos carmesí observándolo.
–Está bien, pero ten cuidado... –replicó él tras arrastrar sus palabras y observarla aún achispado.
Cora sonrió y se acercó a él, besándolo en los labios antes de salir del cuarto, encaminándose a la puerta principal.
En ese preciso instante, John (quien había decidido ir a la cocina a por un vaso de agua) entró a la sala de estar y observó marcharse a la pelirroja con una sonrisa.
–Cora es muy dulce... Ni siquiera logro comprender cómo te aguanta. –comentó el doctor, ya menos achispado.
–Yo tampoco lo comprendo... –indicó Sherlock tras encogerse de hombros observando a su amigo, quien se sentaba en su sillón–. Aunque ella es única. Es la mejor mujer que he conocido en toda mi vida... –comentó con una sonrisa cariñosa.
–¿Así que... Qué quieres hacer? –preguntó John.
Al cabo de un rato, los dos hombres estaban sentados en sus respectivos sillones, con papeles en los que había un nombre pegados en su frente.
–¿Soy un vegetal? –le preguntó John a su amigo, dado que estaban jugando a un juego de adivinanzas. Sherlock, quien estaba sujetando un vaso de whiskey, le señaló con el dedo índice.
–¿Tú o tu cosa?
–Que gracioso... –indicó John.
–Gracias. –replicó Holmes con una sonrisa.
–Vamos...
–No, no eres un vegetal. –replicó Sherlock.
–Te toca. –comentó John antes de coger su vaso.
–Eh... ¿Soy humano?
–A veces. –sentenció John con un tono tranquilo.
–A veces no vale. Tiene que ser... Sí o No. –apostilló el detective con rapidez.
–Sí, eres humano. –dijo el doctor.
–A ver... ¿Y soy un hombre? –inquirió el detective tras inclinarse ligeramente hacia delante.
–Sip.
–¿Alto?
–No tanto como cree la gente. –replicó Watson mientras encogía sus hombros.
–Hmm... ¿Guapo?
–Diría que para una sola persona, en realidad.
–¿Listo?
–Se podría decir...
–Se podría... Ya veo. –indicó el detective, provocando que John suelte una carcajada–. ¿Soy importante?
–Para algunos.
–¿Caigo bien a la... gente?
–Eh, no. Tiendes a sacarla de quicio. –replicó Watson.
–Vale... –dijo Sherlock–. ¿Soy el actual Rey de Inglaterra?
–¿Sabes que no tenemos rey? –inquirió John tras carcajearse.
–¿No?
–¡No!
–Te toca... –dijo Sherlock antes de beber de su vaso.
–¿Soy una mujer? –preguntó John.
El sociópata lo observó y soltó una carcajada a los pocos segundos.
–¿Qué? –preguntó John, confuso.
–Sí.
–¿Soy... guapa? –inquirió Watson antes de señalar el papel de su frente–. Ella...
–No eres Cora... y ni siquiera sé quien se supone que eres. –replicó Sherlock tras acercarse a él y leer el nombre que tenía escrito en el papel de su frente, en el que ponía Madonna.
–¡Pero si has elegido tú el nombre!
–Ah, pero lo he elegido al azar de los periódicos... –replicó el joven con un ton serio.
–¿No te enteras de cómo va este juego, verdad?
–Entonces soy humano, no tan alto como cree la gente... Soy guapo para una persona... Listo, importante para algunos, pero tiendo a sacarlos de quicio. Lo tengo. –comentó Sherlock antes de reírse satisfecho.
–Adelante. –dijo John.
–¿Soy tu, a que sí?
En ese preciso instante, la señora Hudson tocó la puerta y la abrió.
–¡Una clienta...! –indicó la casera antes de desaparecer por la escalera–. Sherlock, Cora acaba de mandarme un mensaje: dice que no sabe cuando volverá de su caso. Es un tema muy escabroso por lo visto... –comentó antes de ir a su piso.
Sherlock se quedó pensativo por unos segundos, y decidió hacer una nota mental para localizar a Cora lo antes posible, pues parecía estar en problemas.
–¡Hola! –exclamó John, saludando a la clienta, que se llamaba Tessa, y quien estaba ataviada con un uniforme de enfermera con un chaleco encima de éste.
–Hola. –saludó Sherlock.
–¿Quién de los dos es Sherlock Holmes? –preguntó Tessa.
John decidió señalar a Sherlock mientras producía un leve silbido cómico, mientras el propio detective observaba a la clienta con una sonrisa algo bobalicona, aún algo achispado.
A los pocos minutos, y tras haberse despejado ligeramente de su embriaguez, Sherlock y John se encontraban sentados en el sofá de la sala de estar, escuchando con atención a Tessa.
–No soy... Quiero decir que... no ligo mucho. –explicó Tessa algo insegura.
–Ya. –comentó Sherlock mientras se sentaba más cómodamente.
–Pero parecía majo... ¿Saben? Parecía que habíamos conectado. –dijo ella–. Fue una noche--una cena, conversación interesante... Fue agradable. Si les soy sincera, me gustaría haber legado a más... Pero pensé: No, esto es especial. Vamos a ir poco a poco. Intercambiamos los teléfonos. Me dijo que me llamaría, y después... –la mujer se interrumpió unos segundos antes de continuar, pues parecía aún afectada por ello–. Puede que... no tuviera tanto interés como yo. Pero pensé que al menos me llamaría para decirme que habíamos terminado... –indicó ella antes de estallar en un breve llanto–. Me acerqué a su casa, y ni rastro de él. Señor Holmes, estoy convencida de que cené... con un fantasma. –concluyó ella antes de observar a los dos hombres de la estancia, encontrándose con que se habían quedado dormidos–. ¡Con un fantasma, señor Holmes! –exclamó Tessa, provocando que el detective casi se caiga al suelo debido al sobresalto.
–¡Aburrido, aburrido, aburrido--No! ¡Fascinante! –exclamó Sherlock tras recomponerse, antes de girarse hacia su amigo–. ¡John--John! ¡Despierta! –le gritó el joven, zarandeando su pierna para despertarlo–. Mis disculpas por mi... Eh... Um... Él. Qué maleducado. –le indicó a su amigo, quien ya estaba despierto y con los ojos abiertos.
–El casero me dijo que el hombre que vivía allí había muerto de un infarto. Y allí estábamos: cenando al cabo de una semana. Y encontré una página en Internet, con una especie de chat para chicas que creen que salen con hombres del mundo espiritual. –comentó Tessa, antes de entregarle al detective una página impresa de la web.
–Tranquila. Lo encontraré en diez minutos. –indicó Sherlock mientras se levantaba del sofá–. ¿Nombre de su perro?
–Sí. Estaré ahí por si... –mencionó el doctor antes de volver a dormirse.
–¡John, despierta! –exclamó Sherlock antes de darle un leve empujón en el hombro izquierdo–. Empieza... No sé qué.
–El juego. –terminó John.
–¡Sí, eso! –exclamó Sherlock antes de salir del cuarto seguido por Watson y Tessa.
Entretanto, Cora se encontraba caminando por una angosta y tétrica callejuela. Ya había hablado con Lestrade acerca del caso que quería que investigara, y se encaminaba a su destino: por lo visto, el hijo de un importante magnate de Londres había sido secuestrado por una rama de la mafia rusa.
"La señora Hudson me acaba de escribir... Parece que Sherlock y John han salido del piso a resolver un caso, y aún estaban achispados. Estando Sherlock así miedo me da lo que vayan a hacer... Será mejor que le diga a Lestrade que me tenga informada por si hacen alguna tontería.", pensó la joven antes de redactar y enviar un mensaje al inspector de Scotland Yard.
Lestrade, si encuentras a Sherlock y John
dímelo, por favor. Están algo achispados y
no sé que serán capaces de hacer.
CI
La pelirroja guardó su teléfono en su chaqueta, y continuó su camino hasta un local cercano a una casa que tenia pinta de haber estado desalojada desde hacía tiempo. Antes de acercarse demasiado, la joven dio un ligero rasgón a su falda y se hizo un pequeño corte en la frente, superficial, pero lo bastante como para que sangrara. En cuanto hubo hecho esto, se acercó y tocó la puerta del local. A los pocos segundos le abrió un hombre de aspecto rudo, quien habló con un marcado acento ruso.
–¿Qué es lo que quieres?
–Oh, lo si-siento mucho, me... Me han atracado... Y... Ne-necesito ayuda... –replicó ella con un excelente tono asustado.
–¿Cómo sé que dices la verdad?
–Por favor... Te-tengo mucho mi-miedo y... Él me estaba persiguiendo... Ni siquiera sé do-dónde está mi ca-casa... –insistió ella antes de llevarse la mano derecha a la herida de su frente–. Me siento mareada... –comentó antes de fingir un desmayo.
–Chert! –exclamó el hombre antes de abrir la puerta y hacerla entrar a la estancia.
"Je... Parece que mis dotes de actuación siguen en auge.", pensó Cora mientras caminaba de una forma algo des-coordinada para seguir con su fachada.
Notó que aquel hombre la dejaba sentarse en lo que parecía ser un sofá, y aprovechó para echar un vistazo a la estancia, encontrándose con que el lugar estaba lleno de hombres y algunas mujeres, quienes parecían estar allí por la fuerza.
"Además de haber secuestrado al hijo del magnate, parece que me acabo de encontrar con un caso de trata de personas. Ahora solo tengo que lograr ver si una de las chicas se me acerca para poder sacarle la información necesaria y sacarlas de aquí.", pensó la joven de ojos carmesí mientras se tapaba la herida de la frente.
A los pocos segundos, la pelirroja observó que una de las chicas se le acercaba con una botella de agua oxigenada y unas bolas de algodón.
–¿Te... duele? –preguntó la muchacha de cabello rubio y ojos azules con un marcado tono ruso.
–No es para tanto. –replicó Cora–. Dime, Svetlana Ivanova... ¿Cuánto hace que os trajeron aquí a ti y a tus compañeras de forma ilegal? ¿Hace ya unos cuatro meses, me equivoco? –preguntó en una voz baja, acercándose al oído de la muchacha, quien ahora vista de cerca no aparentaba más de unos 15 años.
–¿¡Kakogo cherta...!? ¿Cómo... lo ha sabido? –preguntó Svetlana en voz baja.
–Sencillo. –replicó Cora antes de dar a conocer su deducción–: Tu acento aún sigue siendo muy marcado, lo que me indica que no llevas mucho tiempo en Inglaterra. De hecho, es evidente que aún no terminas de dominar el idioma, por lo que haces ligeros parones. El resto de tus amigas son de diferentes etnias, pero a pesar de ello, la forma en la que os miráis las unas a las otras me indica que llegasteis al mismo tiempo, por lo que está claro que el negocio de la mafia rusa tiene sede en diferentes países, tales como Alemania, Francia, España y África.
–Yo... Ha acertado en todo... –se sorprendió Svetlana–. ¿Pero qué hace... aquí?
–Soy una detective asesor. –la informó la pelirroja–. He venido a investigar el secuestro del hijo de un magnate.
–Oh... Un... Hombre vino con... uno más joven hace unos días. –le dijo la joven rubia–. Creo que estaban...-
La muchacha se interrumpió y fingió que seguía haciéndole las curas a la pelirroja, pues uno de los hombres se había acercado a observarlas.
–No te preocupes por nada Svetlana. Yo me encargo de ellos. –le aseguró Cora en voz baja–. Solo asegúrate de coger a todas las chicas y esconderos. Deberéis salir solo cuando yo os lo indique.
–De acuerdo... Gracias... –dijo la muchacha antes de alejarse de ella, acercándose a sus compañeras (un total de 20) y llevándoselas de la estancia.
Cora sonrió y observó cómo se escondían. Le bastó dar una ligera mirada a las puertas que conectaban la estancia, y dedujo que el hijo del magnate se encontraba en la habitación más alejada del complejo. Pero para llegar allí debería deshacerse de todos los guardias, incluyendo a los que se encontraban en la estancia. Uno de los hombres se acercó a ella con otros dos, en sus ojos miradas lascivas, dejando claras sus intenciones. La pelirroja cerró los ojos y esbozó una sonrisa en su rostro: era su turno para jugar.
Los guardias que se encontraban en la habitación de retención junto a sus jefes estaban carcajeándose y burlándose del muchacho al que habían secuestrado, pues parecía que el magnate se resistía a pagar la suma de dinero que ellos exigían por su liberación. En ese momento, uno de ellos escuchó un gran golpe... Como si la puerta de acero inoxidable que precedía a la estancia hubiera sido arrancada de cuajo. El líder de la mafia entrecerró los ojos de forma peligrosa y ordenó a sus hombres el atravesar la puerta de la habitación y encargarse de lo que fuera que acababa de provocar aquel estruendo. Antes siquiera de que pudieran acercarse a la puerta, ésta se abrió de golpe y otros dos hombres entraron volando por ella, estampándose en la pared de la habitación de retención.
–Vaya, vaya,... Parece que no tenéis un control tan extenso de seguridad. –indicó Cora con una sonrisa mientras avanzaba hacia ellos. Las paredes, corredor y demás habitaciones estaban llenas de grietas y algunos rastros de llamas.
–¿¡Quién demonios eres!? –preguntó aterrado el jefe de la mafia, antes de llevar su mano al revolver que tenía en su cadera.
En ese preciso momento, la pelirroja imbuyó sus manos en llamas carmesí, optando por deshacerse de los dos guardaespaldas y soldados que el jefe tenía en la estancia. Con una gran agilidad, se colocó tras un pilar que había en la estancia, esquivando las balas que el jefe de la mafia le disparaba sin cesar.
"1, 2, 3, 4, 5,... Solo le queda una bala en la recámara del revolver. Tiene dos alternativas ahora: o la usa inútilmente para intentar darme, o decide tomar al chico de rehén. Por lo que he podido observar desde que he llegado aquí, a este hombre le obsesiona el control y no soporta perder. Asimismo, tiene un carácter cobarde, por lo que deduzco que optará por coger al chico como rehén.", dedujo Cora mientras sus ojos carmesí brillaban con fuerza, arriesgándose a dar una ligera mirada tras el pilar, observando claramente que tal y como había deducido, el jefe acababa de colocar al chico frente a su cuerpo (utilizándolo de escudo humano) mientras con su revolver apuntaba a su cabeza.
–¡Salga de su escondite y ponga las manos en su nuca! –exigió el mafioso–. ¡O me cargo al chico! ¡Y le aseguro que no me pesará hacerlo!
El mafioso observaba a todos los rincones de la estancia, aunque sus ojos no dejaban de prestar atención al pilar que allí había, y en donde se había refugiado la joven de ojos carmesí. A los pocos segundos después de haber hecho aquella amenaza, el mafioso sintió la punta de un cuchillo extremadamente afilado en su cuello, y una fuerte mano sujetaba ahora el revolver. El hombre se estremeció y palideció, esto último aumentando debido a la fría voz que oyó a continuación:
–Veo que te has lucrado bastante gracias a este trabajo... Pero no te preocupes. No vas a disfrutar mucho más... –indicó la pelirroja mientras sus ojos carmesí brillaban de forma amenazante.
–¡Si vas a matarme hazlo ya!
–Oh no, no voy a matarte...-
Cora se vio obligada a interrumpirse cuando una llamada entró en su teléfono móvil.
–¿Sí? –logró contestar tras romperle al mafioso la muñeca que sujetaba la pistola–. ¿Qué ocurre, Lestrade?
–Hemos encontrado a tus chicos. Por lo visto habían ido a resolver un caso a una vivienda y el casero se hartó de sus tonterías. Ah, y Sherlock ha vomitado en la alfombra del piso tras montar una escandalera porque no sabía dónde estabas. –replicó el inspector de Scotland Yard.
–Ahora me pillas un poco ocupada Lestrade. –replicó Cora mientras torcía el brazo del mafioso para inmovilizarlo, quien soltó un grito de dolor.
–¿Eso ha sido un grito? –preguntó Lestrade, preocupado.
–Sí, no te preocupes. He resuelto el caso del hijo del magnate. –le comunicó la joven pelirroja–. Llama a Mycroft y dile que envíe algunos de sus efectivos. Tenemos entre manos un caso de trata de personas ilegal. –replicó ella de forma casual antes de colgar–. Bueno, parece que te espera un destino peor que la muerte. Créeme, el hombre que se va a encargar de ti es mucho peor que yo. Es el Gobierno Británico en sí mismo. –le aseguró Cora con un tono algo satisfecho antes de hacerle una llave, tirarlo al suelo, y dejarlo atado al pilar con una cadena de hierro que había encontrado en una de las habitaciones.
Tras haber logrado dejar relativamente incapacitado para moverse al mafioso, Cora ayudó al hijo del magnate a caminar, ya que éste se encontraba ligeramente mareado y débil. En el camino hizo salir a las chicas de la estancia, llamando a una ambulancia junto a algunos agentes de Mycroft que acababan de llegar.
–Muchas gracias... –dijo Svetlana antes de abrazarla–. Eres un ángel... Aún no sé cómo... lo has hecho.
–No hay de qué. Ahora procurad ser felices y disfrutar de la vida. –le replicó Cora antes de subirse al coche de Lestrade, que había ido a buscarla, encaminándose a la comisaría de Scotland Yard.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro