| -Detención- |
A los pocos minutos de haber tenido esa fuerte discusión, ambos jóvenes estaban sentados en silencio en la parte trasera del taxi. Sherlock por un lado se encontraba pensando, concentrado en lo que fuera que ocupara su mente en aquel momento, aunque como no le costó adivinar a Cora, pensaba en el siguiente movimiento de Moriarty, calculando cualquier tipo de eventualidad. La pelirroja por otro lado se encontraba ensimismada en sus propios pensamientos. Casi la mitad del recorrido hasta Baker Street pasó en silencio y calma, pero algo lo interrumpió de pronto: un pequeño televisor que estaba incorporado al asiento del copiloto comenzó a sonar de forma ruidosa.
–¿Puede apagarlo, por favor? –pidió Sherlock de forma respetuosa y calmada, tras ver que se anunciaba en el pequeño monitor un conjunto de joyas. Incluso ante el ruego de Holmes, el conductor del vehículo se negó siquiera a replicar y continuó con su trabajo–. ¿Puede apagarlo? –inquirió Sherlock, esta vez con un tono más molesto y algo brusco por la falta de cooperación del taxista.
La imagen que aparecía en la pantalla comenzó a volverse borrosa y a cortar la emisión, como si otro canal estuviera interrumpiéndolo, para eventualmente, aparecer el rostro sonriente y malicioso de Moriarty.
–Hola, ¿preparado para el cuento? –dijo Moriarty con una voz cantarina, a lo que los ojos de Sherlock comenzaron a abrirse por la sorpresa y la pelirroja palideció al instante–. Esta es la historia de Sir Alardelot... Sir Alardelot era el caballero más valiente y más listo de la Mesa Redonda, pero pronto, los demás caballeros empezaron a cansarse de sus relatos sobre lo valiente que era y cuantos dragones había matado... Y no tardaron en preguntarse: ¿son ciertas las historias de Sir Alardelot? Oh, no. Así que uno de los caballeros se acercó al Rey Arturo y le dijo: No me creo las historias de Sir Alardelot. No es más que un embustero que se inventa cosas para quedar bien. Y hasta... el Rey empezó a dudar... –comentó con un tono serio, antes de gesticular con sus dedos, como si estuviera pensando.
Ante esto, Sherlock entrecerró los ojos de forma amenazante, y Cora cogió su mano realmente aterrada, pues estaba claro que Moriarty tenía en mente destruir al detective por todos los medios a su alcance. Al notar la tensión de la pelirroja, Sherlock simplemente tomó su mano y la acarició, para segundos después esperar a que Jim finalizara su relato.
–Pero ahí no terminó el problema de Sir Alardelot... No. Aquel no fue el último problema. –comentó el criminal con un tono sereno, a lo que Sherlock tensó su mandíbula por la ira–. ¡Fin! –añadió antes de que la televisión volviera a la programación anterior.
–¡Detenga el taxi! ¡Detenga el taxi! –exclamó Sherlock de forma enfadada y casi histérica, pues tenía la impresión de que si permanecían un minuto más en aquel vehículo... algo malo le podría ocurrir a su querida novia.
El taxi se acercó a una leve curva que había cerca, a lo que Sherlock casi saltó del interior del coche llevándose consigo de la mano a la pelirroja.
–¿¡Qué hace!? –exclamó Sherlock de forma enfadada mientras se acercaba al lado del copiloto, para poder ver al conductor–. ¿¡A qué viene esto!? –exclamó una vez estuvo en la ventanilla, solo para observar impotente como el rostro del conductor se giraba, revelando... a Moriarty.
–No le cobro. –indicó Jim con una mueca antes de guiñar un ojo a la pelirroja y acelerar el coche para marcharse de allí.
Sherlock apenas tuvo dos segundos para agarrarse ala ventana del coche, pero como había acelerado tan rápido tuvo que soltarse. A los pocos segundos intentó (sin éxito) seguir el vehículo, quedándose parado en mitad de la carretera, sin darse cuenta de que un coche venía detrás suyo, amenazando con atropellarlo. Por suerte para Sherlock, Cora lo había visto y tiró de su brazo hacia la acera (pues aún seguían de la mano), sin embargo, fue la pelirroja esa vez quien se encontró cerca de ser atropellada por el coche que se acercaba.
–¡Cora! –exclamó Sherlock al observar que el coche estaba casi a punto de tocarla.
Al escuchar el sonido del claxon del coche que se acercaba, un hombre salió de las sombras y se lanzó sobre la pelirroja, apartándola del trayecto del vehículo en el proceso. Ante esto, Sherlock asió al hombre por los brazos, pues pensaba que intentaba hacerle daño a la joven, pero tras observar como el coche que casi habría acabado con Cora pasaba por su lado, lo soltó y suspiró aliviado de ver a su novia a salvo.
–Gracias. –comentó Sherlock mientras se tranquilizaba.
El detective procedió entonces a alargar su mano para que el hombre la estrechara a modo de agradecimiento. Éste lo hizo, no sin reticencia, pues a los pocos segundos de hacerlo, tres balas impactaron contra su pecho y se desplomó en el suelo, dejando estupefactos a Cora y a Sherlock, quienes se giraban una y otra vez para determinar el origen de los disparos.
A los pocos segundos de aquello, otro taxi apareció por la vuelta de la esquina y se detuvo a pocos metros de Holmes e Izumi. John bajó rápidamente del vehículo, acercándose a ellos con nerviosismo.
–¡Cora, Sherlock! –exclamó el doctor de forma preocupada mientras se acercaba.
Al poco rato del incidente una ambulancia ya se encontraba allí, retirando el cadáver del hombre que había salvado a la pelirroja de una muerte casi segura, mientras que Sherlock frotaba de forma nerviosa sus dedos.
–Es él. Es él, Sulejmani o algo así. Mycroft me enseñó su expediente. Es un mafioso albano... vive a dos casas de nosotros. –comentó John mientras observaba como se llevaban el cadáver. Cora estaba abrazada al detective, pues seguía asustada por lo cerca que había estado de una muerte segura y por haberse encontrado tan de sopetón con el propio Moriarty.
–Murió porque le di la mano... –comentó Sherlock con una voz serena mientras frotaba el brazo de la pelirroja con afecto.
–¿Qué quieres decir? –inquirió la joven, pues en ese momento era incapaz de hacer una deducción por la tensión y adrenalina que la invadía.
–Me salvó, pero no podía tocarme... ¿por qué? –replicó Sherlock para después salir de allí a grandes zancadas.
De vuelta en el 221-B, Sherlock entró rápidamente a la sala de estar, despojándose de su abrigo y bufanda para después dirigirse hacia el ordenador que había sobre la mesa principal, junto a la ventana.
–Cuatro asesinos viven cerca. No han venido a matarme. Tienen que mantenerme con vida. –explicó, antes de sentarse frente al ordenador con la pelirroja de pie a su lado mirando por la ventana, y John sentado en el sofá–. Tengo algo que ellos quieren, pero si cualquiera se me acerca...
–Lo matan antes de que pueda conseguirlo. –finalizó Cora con sus ojos carmesí llenos de preocupación, los cuales no dejaban de seguir al detective.
Sherlock asintió y procedió a teclear en el teclado, entrando a un conjunto de redes Wi-Fi locales, encontrándose con que las cinco están en idiomas extranjeros, lo que deja clara su situación.
–Toda la atención está centrada en ti... –comentó la joven de ojos carmesí.
–Pero también en ti Cora, recuerda que ese asesino te salvó la vida y no tenía por qué hacerlo. Eso me hace pensar que a ti tampoco pueden tocarte. –indicó Sherlock antes de girar su rostro y observar a la pelirroja con una mirada preocupada pero afectuosa–. Hay una red de vigilancia cercándonos ahora mismo.
–¿Y qué tienes tan importante? –inquirió John, pues no lo entendía.
Sherlock se quedó pensativo por unos instantes, mirando a la nada, hasta que pasó su dedo índice por la superficie de la mesa que había junto al ordenador, antes de volverlo a levantar y examinarlo.
–Tengo que preguntar cuándo se limpió el polvo. –comentó el detective con un tono sereno.
Al poco de aquellas palabras, la señora Hudson había subido en su ropa de cama al 221-B a petición expresa de Sherlock, mientras que éste y la pelirroja examinaban cada rincón y hueco del piso en busca de cualquier rastro de polvo en los muebles.
–Detalles: ¿en la última semana qué se ha limpiado? –inquirió Holmes con premura.
–Pues, el martes te limpié la coci-
–No, en esta habitación. Aquí lo encontraremos. –interrumpió el sociópata–. Cualquier marca en el polvo. Se puede re-colocar cualquier cosa menos el polvo. El polvo habla. –añadió mientras hacía un leve gesto dramático con su dedo índice, tras haber pasado éste por uno de los muebles en busca de polvo.
–¿De qué habla? –preguntó la señora Hudson mientras observaba a John, quien se encogió de hombros.
Sherlock se subió entonces a uno de los muebles, con el fin de examinar con más detenimiento la cima de las estanterías de libros que había a la izquierda de la chimenea.
–Cámaras. Nos vigilan, Señora Hudson. –replicó la pelirroja, mientras se subía a otro de los muebles para examinar la otra estantería que había a la derecha.
–¿Qué? ¿Cámaras? ¿Aquí? ¡Estoy en camisón! –exclamó la casera con un tono alarmado mientras se cubría con su bata, lo que provocó una ligera risa por parte de la joven de cabellos cobrizos. En ese momento se escuchó el timbre de la puerta principal mientras que Sherlock bajaba del mueble y examinaba los ojos de su calavera.
La Señora Hudson se apresuró a contestar la puerta seguida por John de forma rápida. Mientras tanto, Cora, quien andaba examinando la estantería de libros, se percató de que había un leve espaciado entre los libros de la derecha, por lo que decidió empujarlos de forma suave, revelando una cámara escondida en lo profundo de la estantería.
–Cariño. –apeló la joven con un tono suave.
Sherlock miró en dirección a su novia y se subió al mueble junto a ella, viendo la cámara que estaba oculta hacía escasos segundos. Alzó uno de sus brazos para retirarla de su lugar y la pelirroja descendió del mueble para dejarle espacio. La joven escuchó pasos provenientes de la escalera, y se giró con el tiempo justo de ver a Lestrade y John entrando en la estancia.
–No, Inspector. –indicó Sherlock sin siquiera girarse, aún intentando quitar la cámara de su lugar.
–¿Qué? –inquirió Lestrade.
–La respuesta es no. –sentenció el Detective Asesor mientras bajaba del mueble con la cámara entre sus dedos.
–¡Si no has oído la pregunta! –exclamó Greg.
–Quieres llevarme a comisaría. Te ahorro la molestia de preguntar. –replicó Sherlock, quien se acercó ligeramente al inspector de Scotland Yard, provocando que éste tome aliento.
–Sherlock...
–¿El grito? –preguntó el detective.
–Sí. –replicó el policía.
–¿Quién ha sido? –inquirió la pelirroja con un tono ligeramente molesto–. Donovan, seguro que sí. –añadió, ante lo cual Lestrade no respondió, dejando claro que la deducción de la joven era correcta.
–¿Si soy de algún modo responsable del secuestro? Ah, Moriarty es listo. Le metió esa duda en la cabeza; esa molesta sensación... Hay que ser fuerte para resistir. –comentó Sherlock con un tono algo asqueado y superior–. No se puede matar una idea, ¿verdad? No cuando se ha instalado... Ahí. –indicó el joven de ojos azules-verdosos antes de acercarse y dar un leve golpe en la frente de Lestrade, justo en medio de sus ojos.
–¿Vas a venir? –preguntó Lestrade.
Sherlock ya se había alejado de ellos y sentado frente al ordenador para cuando Greg formuló esa pregunta, y se encontraba ahora tecleando en el portátil.
–Una foto--es su siguiente paso. El juego de Moriarty: primero el grito, después una fotografía de mi acudiendo al interrogatorio. Quiere destruirme poco a poco. Es un juego, Lestrade, al que no estoy dispuesto a jugar. Está en ello mi vida y la de Cora en el proceso. Y te recuerdo que no pienso permitir que le hagan daño. –replicó Holmes mientras tomaba la cámara y la observaba por un breve instante.
–Dale recuerdos a la Sargento Donovan. –sentenció la pelirroja con un tono seco y lleno de ira, antes de girarse y caminar hasta Sherlock, quedándose a su lado.
Ante este comportamiento de ambos detectives, el Inspector Lestrade dio una mirada a John, quien se encogió de hombros. A los pocos segundos, y tras suspirar, el policía bajó las escaleras y salió del apartamento. Sherlock en ese momento acababa de conectar la cámara al ordenador, transmitiendo la imagen en vivo. John caminó hasta la ventana de la sala de estar y se quedó observando a la calle, mirando cómo Lestrade se marchaba de allí junto a Donovan en un coche. La pelirroja suspiró y alzó su sereno rostro para mirar a John, antes de hablar con un tono suave pero serio y algo teñido de preocupación.
–Ahora deben decidir.
–¿Decidir? –inquirió John.
–Si volver con una orden y arrestarlo. –replicó Cora con un tono ahora ya preocupado, a lo que Sherlock tomó su mano de manera suave y le sonrió de forma dulce, momentos antes de volver a su tarea.
–¿Eso crees, Cora?
–Procedimiento estándar, John. –replicó la joven de ojos rojos tras suspirar–. Es demasiado predecible.
John asintió mientras reflexionaba acerca de todo lo sucedido, segundos antes de girar su rostro hacia el detective.
–Haber ido con él. La gente pensará...-
–Me da igual lo que piensen. –sentenció Sherlock interrumpiendo a John en el proceso, a lo que Cora se cruzó de brazos.
–Te importaría, si pensaran que eres idiota o estás equivocado. –indicó John.
–No. Entonces ellos serían idiotas y estarí-
–Sherlock, no quiero que la gente piense que eres... –dijo John ganándose una mirada de Sherlock, provocando que no terminara la frase.
–¿Que soy qué? –inquirió el joven mientras los miraba a ambos–. Ambos pensáis lo mismo.
–Un fraude... –sentenció Cora con un tono triste mientras intentaba gobernar sus emociones.
Sherlock rodó los ojos y se acomodó mejor en su asiento.
–Os preocupa que sea verdad. –indicó el detective mientras posaba su mirada en los rostros de ambos–. Que tengan razón.
–No... –dijo la joven casi temblando mientras se acercaba más a su novio y lo miraba a los ojos.
–Por eso estáis tan disgustados. No podéis ni contemplar la posibilidad de que tengan razón y que os haya engañado a vosotros. –les comentó Sherlock a los dos compañeros de piso que tenía. Ante esto, Cora negó con su cabeza al mismo tiempo que algunas lágrimas caían de sus ojos, pues si bien era cierto que estaba preocupada, no era por el temor de que Sherlock fuera un fraude, sino por el temor de que Moriarty le arrebatara lo único que le quedaba ahora... La única razón que tenía por la que vivir. La joven no soportaba la idea de que también Holmes la abandonara. No ahora que habían comenzado a ser felices el uno junto al otro...
–Te equivocas Sherlock. –replicó John.
–Moriarty también juega con vuestra mente. –sentenció Sherlock con un tono furioso–. ¿¡Es que no veis lo que pasa!? –exclamó mientras daba un golpe en la mesa, provocando que Cora de un respingo y que John lo observe en apariencia impasible.
–No, te conocemos de verdad. –sentenció la pelirroja mientras se sentaba en el regazo del detective, pues éste la había atraído hacia si tras observar que las lagrimas caían de sus ojos.
–¿Al cien por cien? –inquirió Sherlock mientras miraba a John y luego a Cora.
Watson y la pelirroja se miraron de forma cómplice y tras asentir dijeron al unísono:
–Nadie podría fingir ser un listillo insoportable siempre.
Ante esta respuesta Sherlock sonrió de una forma muy leve, pues estaba agradecido de contar con el apoyo de su amigo y su novia.
Al poco rato de aquella conversación, un mensaje llegó al teléfono de la pelirroja, quien se encontraba en aquel momento recostada en el sofá, mientras que observaba a Sherlock, quien estaba sentado en su sillón.
–Aún te quedan amigos en el cuerpo. Es Lestrade. –comentó Cora tras leer el mensaje y guardar su teléfono en su chaqueta–. Dice que vienen hacia aquí. Hacen cola para ponerte las esposas: todos los agentes a los que has ridiculizado, que son muchos. –le informó la joven de ojos carmesí mientras suspiraba, levantándose del sofá y acercándose a la ventana, para después mirar por ella.
–Perdón, ¿interrumpo? –preguntó la Señora Hudson tras tocar la puerta de la sala y pasar dentro.
Sherlock rodó los ojos durante una fracción de segundo, pero Cora pudo notar que realmente no parecía del todo cómodo con la situación en la que se encontraba... a punto de ser arrestado por culpa de las calumnias de Moriarty.
–Un muchacho ha trajo un paquete. Se me olvidó. Ponía que era Perecerelo--tuve que recogerlo. –comentó la casera mientras le entregaba el sobre a John.
Cora y Sherlock se miraron al unísono tras observar con de talle el sobre, dándose perfecta cuenta de que era el mismo sobre amarillento con el mismo sello lacrado de color rojo.
–Curioso nombre. Alemán. Como en los cuentos... –les dijo la amable mujer con un tono amable, a lo que Sherlock, tras escuchar esa referencia y comentario, se tensó mientras se levantaba del sillón, acercándose a John para ver el sobre. Cora por su parte también se había acercado para observarlo más de cerca, pues parecía haber algo en su interior.
John sacó de dentro del sobre un muñeco de jengibre quemado, lo que hizo que sus miradas se cruzaran, y que la pelirroja tensara su mandíbula en un gesto preocupado y nervioso. Entretanto, fuera podían escucharse las sirenas de diferentes vehículos acercándose.
–Achicharrado... –musitó Sherlock al mismo tiempo que sonaba el timbre de la entrada principal, y alguien golpeaba con fuerza la puerta.
–¿Qué significa? –preguntó John.
–Policía. Abran la puerta. –dijo una voz desde el exterior.
–Voy yo. –dijo la Señora Hudson mientras bajaba las escaleras para contestar a la puerta, seguida de cerca por John, quien antes de bajar le entregó el muñeco de jengibre a la joven de cabellos cobrizos.
–¡Sherlock, necesitamos hablar contigo! –exclamó la voz de Donovan, a lo que la pelirroja sintió que comenzaba a incrementar tanto su pulso como su temperatura, de lo que Holmes se percató y posó una mano en su hombro derecho, calmándola casi al momento.
–¡Vaya maneras de entrar! –se escuchó exclamar a la casera.
Cora, quien aún tenía en sus manos el muñeco de jengibre, lo observó por unos breves instantes antes de acabar de quemarlo ella misma con sus poderes, tirando los restos a la chimenea. La joven profesora se giró hacia Sherlock una vez hubo hecho aquello, y se encontró con que el detective caminaba de forma calmada hacia la silla de la sala, tomando su abrigo y bufanda, poniéndoselos a los pocos segundos. Los ojos de la joven se abrieron con horror y tristeza, pues parecía que todo había acabado, que Moriarty había ganado con aquella jugada... Game Over. Sherlock fijó entonces su vista azul-verdosa en el rostro de la joven que ahora estaba frente a él, su corazón partiéndose en miles de pedazos al comprobar la honda tristeza de esos orbes que había llegado a amar en tan poco tiempo. Aquellos orbes que seguían sus pasos y que no dejaban de admirarlo... Y la propietaria de ellos: su dulce Cora. El Detective Asesor dio unos pasos hacia su novia, quedándose a pocos centímetros de ella.
–¿Traéis una orden? ¿La traéis? –se escuchó preguntar a John de forma incrédula y molesta.
Cora suspiró en un intento por ahogar aquellas lagrimas que amenazaban con brotar de sus ojos, al mismo tiempo que intentaba sepultar aquellos sentimientos de tristeza que la estaban invadiendo a cada segundo, solo pensar que iban a alejar a Sherlock de su lado la hacía querer morir... La pelirroja sabía que necesitaba a su amado y testarudo detective tanto como respirar, y estaba segura de que Moriarty estaría regocijándose en ese momento con su sufrimiento. El sociópata observó cómo la pelirroja agachaba el rostro, seguramente en un intento por evitar que viera su tristeza, lo que solo hizo que se sintiera más culpable por hacerla sufrir en aquel momento. Se acercó aún más a ella, tomando su rostro entre sus manos y cerrando el pequeño espacio que había entre sus bocas, brindándole a la mujer que amaba un lento y apasionado beso, que ella correspondió con igual o mayor cariño mientras las lagrimas que había luchado por retener caían por sus mejillas, al mismo tiempo que rodeaba el cuello de él con sus brazos, en un esfuerzo por alargar aquel momento.
–¡Déjalo, John! –dijo Lestrade.
–¡Qué modales! –exclamó la Señora Hudson mientras fuertes pisadas subían por la escalera, haciendo que los enamorados rompieran su beso y se observaran a los ojos.
–Te quiero, Sherlock Holmes. –sentenció Cora de forma suave y casi como una promesa de que aquel momento era eterno, como un ruego de que todo fuera un mal sueño...
–Te quiero, Cora Izumi. –replicó él con igual suavidad mientras le dedicaba una de sus encantadoras sonrisas a la joven, quien sonrió por ello.
La detective observó descorazonada cómo un oficial aparecía en la estancia y se colocaba detrás de Sherlock, esposándolo, mientras éste no apartaba la mirada de los ojos carmesí de ella.
–Sherlock Holmes, queda detenido como sospechoso de abducción y secuestro. –dijo Lestrade con un tono serio, pero que evidenciaba que realmente detestaba hacer aquello. Cora se tapó la boca al ver esto, aún luchando por no llorar, ni dar rienda suelta a todas sus emociones y sus habilidades.
–No se resiste. –indicó Watson.
–No pasa nada, John. –dijo Sherlock en un tono calmado, intentando apaciguar al ex-soldado.
–No, sí que pasa. Es ridículo. –sentenció John aún enfadado e incrédulo.
–John, basta... por favor, basta. –rogó la pelirroja entre lágrimas mientras miraba a Watson.
–Bajadlo abajo, ahora. –ordenó Lestrade, uno de sus oficiales escoltando fuera del piso a Sherlock de una forma un tanto brusca, dejando a la pelirroja llorando y a la Señora Hudson intentando confortarla. John se acercó a la joven y también la abrazó, antes de dirigirse a Lestrade.
–Esto no es necesario, Greg...
–No interfieras o te arrestaré a ti también. –indicó el Inspector con un tono serio, antes de cruzar el umbral de la puerta y marcharse de la estancia.
Donovan dio un paso al frente en cuanto Greg se hubo marchado, en su rostro formándose una expresión de satisfacción profunda.
–Oh, lo dije. –comentó la morena.
–¿Qué? –inquirió la pelirroja mientras observaba a Donovan con los ojos llorosos.
–Cuando conocí a John por primera vez se lo advertí.
–No te molestes. –replicó John con un tono serio.
–Resolver delitos no bastará. Algún día se pasará de la raya. Pregúntate que clase de hombre secuestraría a esos niños para poder impresionarnos al encontrarlos... –comentó Sally con un tono sereno y casi alegre–. Incluso te dije hace tiempo que la amante del friki, aquí presente, no dudaría en ayudarlo ni un segundo, dado que parecen encantarle los casos de niños desaparecidos...
Las lagrimas que la pelirroja de ojos carmesí había comenzado a retener pasaron de unas de tristeza a unas de odio inconmensurable al escuchar aquellas palabras. Con una mirada desafiante y llena de rencor, se giró hacia Sally y se plantó frente a ella con tan solo unas pocas zancadas.
–Y yo te advertí lo que pasaría si volvías a difamar a Sherlock... ¿no es así, Donovan? –amenazó la joven, mientras sus ojos brillaban ligeramente por unos segundos.
–¡Donovan!
Cora giró su rostro hacia la puerta de la sala, y observó al Comisario Jefe de Scotland Yard entrar en la estancia.
–¿Lo han detenido?
–Sí señor. –replicó de forma sumisa Sally.
–La señorita Izumi... una afamada profesora y detective según he oído: ¿Qué hace aquí?
–Oh, ¿no se lo mencionamos, Señor? La señorita Izumi es una aficionada, al igual que Holmes. No es una detective real, y para colmo ha colaborado con el sospechoso en todos los casos, siendo en muchos de ellos la instigadora de éste mismo. También es una persona fría y calculadora, quien no dudó en agredirme en una ocasión anterior sin ningún motivo de peso. –comentó Donovan con un tono satisfecho mientras contaba embustes a su superior.
–¿¡Qué!? ¿¡Cómo ha podido hacer algo semejante!? ¡Incluso le ofrecí hará un tiempo un puesto para colaborar en nuestra comisaría! ¡Claro está que solamente se estaba beneficiando de nuestra información y recursos! –exclamó el Comisario Jefe con muy mal talante.
–Y eso no es todo. Se rumorea que tiene una muy estrecha relación con James Moriarty, por lo que también debió formar parte de esta farsa perpetrada por Holmes. –indicó Donovan, aumentando el dolor que esas palabras hacían en el corazón de la joven–. De igual manera, parecía demasiado interesada en todos aquellos casos en los que hubiera niños involucrados, aunque claro, se rumorea que su pasado es muy truculento y oscuro... Oh, y sin mencionar que está en una relación con el señor Holmes.
–Es prueba suficiente, y es todo lo que necesito escuchar por ahora. –dijo el Comisario Jefe–. Oficial, arreste a la señorita Izumi también.
–¿¡Qué!? –exclamaron John y la Señora Hudson al unísono, mientras que otro de los oficiales se acercaba a la joven y la esposaba con las manos a la espalda.
–Ya no eres tan valiente, ¿eh, amante del friki? –dijo Donovan casi en un susurro tras empujarla de forma brusca, provocando que se golpeara contra una de las sillas.
Cora suspiró y se levantó del suelo, dispuesta a irse sin montar una escena, pero no sin antes lograr darle un puñetazo a Donovan en el rostro, partíendole la nariz y desencajándole la mandíbula. Ante esto, el Comisario Jefe enfureció aún más y casi hizo que la arrastraran fuera, donde la joven pudo ver a Sherlock apoyado contra uno de los coches de la policía. El oficial que la escoltaba la colocó a la derecha de Holmes, esposando su mano izquierda a la derecha del detective, apoyándola contra el coche de policía de igual manera.
–¿Has decidido unirte, querida? –inquirió Sherlock con un tono sarcástico mientras la observaba.
–Así es. Aparentemente amarte es un crimen. Además piensan que te he ayudado... –replicó la pelirroja con un tono serio–. Pero antes de que me esposaran pude golpear a Donovan. Claro que no pueden detenerme por eso, ya que Donovan me ha provocado y yo solo he actuado en defensa propia. –añadió con un tono satisfecho Cora, ya que conocía muy bien la ley del país. Ante la respuesta de su novia, Sherlock sonrió, pues le encantaba todo de ella, y esa personalidad suya era adorable.
De pronto, John también es empujado contra el coche, a la izquierda de Sherlock, y esposado a éste de la misma forma que la pelirroja.
–¿Tú también? –inquirió Izumi con una sonrisa.
–Sí. Aparentemente va contra la ley pegar al Comisario Jefe. –replicó John con soltura, ganándose un carcajada leve por parte de Cora.
–Es un pelín incómodo. –comentó Holmes con un tono irónico.
–Nadie pagará la fianza... –indicó Watson algo sarcástico.
El Detective Asesor y su novia se miraron a los ojos y asintieron, terminando aquella silenciosa conversación entre ambos a los pocos segundos.
–En realidad, estábamos pensando en nuestra inminente y arriesgada fuga... –le comentó el sociópata a Watson, mientras observaba como la joven de ojos carmesí alargaba un brazo a través de la ventana del coche patrulla, hacia una radio que había dentro de éste.
–¿Qué? –preguntó John, confuso.
Cora llegó hasta la radio y pulsó el botón de respuesta, lo que provocó que un gran pitido estruendoso se colara por todos los auriculares de los oficiales, haciendo que éstos se retorcieran de dolor, dándole tiempo suficiente a la pelirroja para que alcanzara a coger una pistola cargada de dentro del vehículo. Al ver esto, Holmes sonrió a su novia, cogió el revolver de su mano, y se alejó del coche.
–Señores, ¿serían tan amables de ponerse de rodillas? –inquirió Sherlock, mientras apuntaba a los oficiales con la pistola que tenía en la mano que estaba esposada a la de Cora.
Al ver que nadie se movía ni un solo milímetro, Sherlock alzó su brazo al cielo y disparó dos veces.
–¡Ahora es buen momento! –exclamó Sherlock mientras volvía a apuntar a los oficiales.
–¡Hagan lo que dice! –exclamó Lestrade. A su orden, todos los policías comenzaron a arrodillarse.
–¡Que sepan que lo de la pistola ha sido idea de él! Ella y yo solo somos...-
–¡Mis rehenes! –exclamó Sherlock mientras apuntaba con la pistola a la joven pelirroja.
–¡Rehenes! ¡Sí, eso! ¡Eso está bien! –dijo John mientras los tres comenzaban a retroceder–. ¿Y ahora qué? –inquirió John en voz baja.
–Hacer lo que quiere Moriarty--convertirme en fugitivo. –replicó el detective–. ¡Corred! –exclamó Sherlock, para después dar media vuelta y correr por la calle que estaba a su espalda, con Cora y John a su par.
–Dadme la mano. –indicó Sherlock a sus compañeros en el crimen.
–Ahora sí que vamos a dar que hablar... –musitó John mientras Cora se reía.
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