Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| -De nuevo A.G.R.A.- |

Sherlock tardó en responder a su mejor amigo, pues se encontraba totalmente enfrascado en sus reflexiones, por lo que John dirigió su mirada hacia la mujer del sociópata, quien se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa pícara en el rostro. Una vez tomaron un taxi y llegaron a su destino, encaminándose a una casa de ladrillos con una puerta completamente negra, Sherlock al fin decidió responder.

–Conozco a un chaval--un hacker magnífico, de los mejores--se buscó un buen lio con los Americanos hace un par de años. Pirateó el sistema de seguridad del Pentágono y yo conseguí, que retiraran los cargos. Por tanto, me debe un favor. –tocó la puerta varias veces antes de alejarse un poco de la puerta.

–¿Y de qué nos sirve? –inquirió John.

–¿Qué? –cuestionó Sherlock.

Toby, el hacker.

–Toby no es el hacker. –rebatió el detective mientras se abría la puerta.

–¿Qué? –se confundió completamente el doctor, mientras que un joven se asomaba por la puerta, sonriendo a los dos detectives.

–Hola, Craig. –lo saludó Sherlock.

–Hola, Sherlock. –lo saludó el chico antes de mirar a la pelirroja–. Hola, Cora. –asintió con la cabeza, reciprocando la de ojos escarlata el saludo.

–¡Craig tiene un perro! –exclamó Cora con una sonrisa, observando al sabueso de color canela que salía a recibirlos.

–Ya lo veo... –comentó John con un tono algo sorprendido.

–Ven, bonito. –le dijo el detective al can, quien se acercó a él. Craig no ocultó la sonrisa de su rostro al observar cómo los tres se agachaban y acariciaban al perro. De pronto, Mary apareció del interior de la casa de Craig con Rosie en brazos.

–¡Hola! –saludó la rubia, provocando que John la mire rápidamente.

–Mary, ¿qué haces...? ¿No acordamos que no traeríamos a Rosie a los casos? –inquirió su marido, mientras ella se acercaba a él con una sonrisa algo pícara.

–Ya. Exacto. Por eso... No me esperes levantado. –replicó ella, entregándole a su hija–. Hola, Sherlock, hola Cora.

–Hola. –comentaron los dos detectives al unísono.

–¿Pero Mary, qué haces aquí? –inquirió John, mientras que Cora se acercaba a él, dándole un beso en la frente a la pequeña bebé.

Hola peque. –la saludó en un susurro.

–Se le da mejor que a ti. –le comentó Sherlock a su amigo, colocándole la correa a Toby.

¿Mejor? –inquirió John, confuso.

–Le mandé un mensaje.

–Espera, ¿Mary es mejor que yo?

Es una súper-agente retirada con unas cualidades que asustan. Claro que es mejor. –replicó Cora con una sonrisa maliciosa, caminando junto a su marido.

–Vale... –dijo John algo apenado.

–No es personal. –comentó Sherlock.

–¿Y qué hago? ¿Me voy a casa y ya está?

–¿Vosotros qué opináis? ¿Nos lo llevamos? –les preguntó la rubia a los dos detectives, Cora girándose hacia ella con una respuesta ya pensada.

¿A John o al perro?

–Ja ja, muy graciosa. –le indicó con una sonrisa ante su comentario.

A John. –replicó Mary.

–Pues... –indicó Sherlock, fingiendo dudar sobre su respuesta, lo que hizo carcajearse a Cora.

Es apañado y leal. –Mary miró a su marido con una sonrisa.

–Me parto. –se carcajeó John, mientras que los dos detectives asesores miraban a los Watson con una gran sonrisa en sus rostros–: ¿Es muy pronto para divorciarse?

–Aww... –se burlo Mary.

–A la casa de Barnicot, pues. –indicó Sherlock comenzando a caminar junto a Toby, quien comenzó a ladrar con emoción–: ¿Una caminata?

–¡No lo perdáis! ¡Corre mucho! –gritó Cora mientras caminaba junto a su marido.

Al poco tiempo, Toby decidió dejar de caminar, sentándose en el pavimento, cerca de una cabina de teléfono. Mary por su parte lo tenía sujeto por la correa, sus piernas colocadas a cada lado del can para evitar su escape. John por otro lado, se encontraba sujetando a la bebé con un arnés pectoral, mientras que Cora se encontraba de pie a su lado, con su marido junto a ella. El detective de ojos azules-verdosos tenía sus manos en los bolsillos de su gabardina, y su mujer estaba con los brazos cruzados, intentando mantener su calor corporal. Mary apretó los labios en un gesto de aburrimiento, por lo que John miró a su mujer, para después posar su mirada en Toby y en Sherlock.

–No se mueve.

–Está pensando. –replicó Cora con un tono sereno, mientras Mary acariciaba la cabeza del can, emitiendo este un sonido de complacencia.

No mueve un pelo. –indicó John de nuevo tras observar al sabueso.

–Lento pero seguro, John. Se parece a ti. –rebatió Sherlock con un tono sereno, lo que hizo que su mujer sonriese, tomando el detective su mano.

–¿Os gusta este perro, verdad? –inquirió John tras mirar de Toby a los detectives en varias ocasiones.

–Igual que tú. –replicó Cora, su marido acariciando el dorso de su mano.

–Sigue sin moverse. –indicó Mary con un tono cansado, mientras que Sherlock miró al can.

Fascinante. –murmuró, lo que provocó que los Watson dieran un suspiro hastiado y carraspeasen.

Finalmente, el sabueso de color canela comenzó a moverse, mientras que los humanos lo seguían de cerca, encaminándose hacia el municipio de Southwark.

–Bueno, ¿tú qué opinas? –inquirió Sherlock mientras corría.

Buscaban algo. –replicó Mary.

–Pero no eran ladrones. Fueron específicamente a por el busto de Tatcher: ¿por qué? –inquirió la de cabello carmesí mientras que Toby los conducía con pasos firmes al Mercado de Borough, donde finalmente se detuvo.

Cora se detuvo para coger el aliento, observando el gran charco de sangre que había en el suelo, donde alguien había tirado sal para retirarla. Toby dio un leve gruñido apenado al no poder seguir el rastro.

Muy listo. –comentó el sociópata de ojos azules-verdosos, colocando una mano en la espalda de su esposa, dándole un leve masaje.

–¿A ver, si estuvieras sangrando y fueras dejando rastro, a dónde irías? –inquirió Mary.

–Como esconder un árbol en el bosque. –comentó John.

–O sangre en una carnicería. –rebatió Sherlock, agachándose frente a Toby y acariciando su cabeza–. Da igual, Toby. La próxima tendrás más suerte, ¿hm? –Cora se agachó también para acariciar al can–. Es esto. No queda otra. Lo presiento.

–¿No es Moriarty? –inquirió John, confuso ante sus palabras.

Tiene que ser él. Es muy extraño y barroco. Está pensado para cautivarme, para tentarme y hacerme entrar. Al fin, una soga para mi cuello. –comentó antes de caminar lejos de allí con su mujer siguiéndolo de cerca.

Unos días después, Cora se encontraba tomando algo en una cafetería, junto a Hanon y Michael, quienes habían decidido visitarla. Ambos se miraban con cariño y se agarraban de las manos, por lo que Cora apenas tuvo que deducir mucho sobre su relación.

–Veo que hace mucho desde que estáis saliendo juntos. Enhorabuena, pareja. –indicó con una sonrisa, lo que hizo que Hanon se sonrojase.

–¡Tú y tus deducciones! ¡Ya lo echaba de menos!

–Y que lo digas. –mencionó Michael–. Aunque aún no me creo que hayas sido la primera de nosotros en casarse.

–Ya ves. Cuando conoces a la persona indicada... Sabes que es tu destino. –sonrió la de ojos escarlata–. Sherlock me aceptó cuando nadie más lo hizo.

–Sí. Aún recuerdo cómo te miraba cuando fuimos a aquel lugar... A...

–A Baskerville. –terminó Cora por ella, pues notaba que aún le costaba hablar del tema–: ¿vosotros aún tenéis pesadillas?

–Sí. –replicó Michael, sus ojos rojos cerrándose con pesar–. Aunque han ido a menos conforme pasa el tiempo. Sin embargo... Cuando somos presa de emociones u situaciones que escapan a nuestro control, estas empeoran. –reflexionó–. A mi me ocurrió tras regresar de aquel maldito lugar.

–Sí. Y no eres el único. –mencionó Hanon–. Cora, ahora que lo recuerdo, sentimos mucho el no haber podido asistir al funeral de tus padres. Debiste de sentirte muy sola con toda la familia allí.

–No te preocupes. Sherlock asistió conmigo... Aunque es cierto que no fue nada agradable las palabras que intercambié con mi familia. Poco menos me hicieron renunciar a la casa en la que me crie, solo dejándome llevar conmigo algunas de las pertenencias de mis padres.

–Eso es horrible... –comentó la de pelo azul, colocando las manos frente a su boca.

–Lo siento. –mencionó Michael.

–¿Y qué tal James, Hanon? Desde la boda no lo he visto... –indagó la de ojos escarlata–. Aunque sí que me pareció que estaba muy interesado en Amanda Stapleton.

–Bueno, lo cierto es que... –comenzó a decir Hanon, Cora deduciendo el resto por si sola.

–¡Oh, no fastidies! ¿¡Está saliendo con ella!? –exclamó la de cabello carmesí, ganándose la atención de varias mesas–. Perdón. –se disculpó, mirando a sus amigos.

–Como siempre, no se te escapa una. –notó el de cabello oscuro con una sonrisa, antes de fijar sus ojos en una persona que se encontraba unas mesas atrás–. Oye Cora, hay un tío que no deja de mirarte.

Descríbemelo. –rogó la detective, aunque por la colonia ya sabía de quién se trataba. Había estado tan concentrada en la conversación con sus amigos, que no se había percatado del aroma.

–Alto. Vestido de forma casual. Cabello rubio y ojos verdes. Parece que hace poco recibió una pequeña paliza porque lleva la mano izquierda vendada, y tiene puntos en la ceja derecha.

Ya sé de quien me estás hablando. –suspiró la pelirroja con pesadez–. Es de mi trabajo.

–¿De tu trabajo? ¿Pero... No lo habías dejado?

–Lo he retomado de forma temporal, Hanon. Como una forma de romper la rutina de estar siempre resolviendo casos. Además echaba de menos a mis niños desde...

Desde lo de tu bebé. –finalizó Hanon, asintiendo su amiga–. ¿Y se puede saber qué quiere ese tipo de ti?

–No os lo vais a creer, pero hace unas semanas intentó invitarme a tomar un café con él. Incluso cuando le dije que estaba casada. –comentó–. Incluso cuando empecé a trabajar ya flirteaba conmigo. No me malinterpretes, es un buen profesor, pero es demasiado insistente. La última vez tuve que intentar dejarle claras las cosas... Incluso mi cuñado intervino, pero parece que no ha servido para nada. –les informó, lo que hizo que hizo que Michael se cruzase de brazos y que Hanon suspirase.

–¿Qué vas a hacer? –inquirió Hanon.

–No me queda otro remedio. Cuando os levantéis de la mesa se acercará a mi y se sentará conmigo. En ese momento lo enfrentaré. –admitió la mujer del detective.

–Querrás que te ayudemos si la cosa se pone fea, imagino. –comentó Michael–. Me parece perfecto. Hace mucho que no me ejercito.

–Michael, cielo, nada de poderes. Lo acordamos, ¿recuerdas? –intervino Hanon, levantándose de la mesa junto con él–. Suerte. –le dijo a su mejor amiga antes de marcharse de allí, escondiéndose en una calle cercana para vigilar la situación.

En cuanto observó que la pelirroja estaba sola, Tom se sentó en la mesa con ella, cruzándose la joven de brazos.

–¿Seguro que no quieres replantearte mi oferta, Cora? –le preguntó–. Ahora estamos solos, y solo nos queda pedir un café.

–¿En serio Tom? Esto ya está rozando el acoso. –replicó ella–. No pensé que estarías tan desesperado para conseguir novia hasta el extremo de flirtear con una mujer casada--que por cierto soy yo--quien te ha rechazado. –comenzó a deducir–. Eres el típico hijo de un gran empresario al que siempre han concedido todo aquello que deseaba. Sin embargo, dado que tu padre era un mujeriego y ponía los cuernos a tu madre, decidiste renunciar a tu herencia y a tu destino de sucederlo en la empresa, decantándote por estudiar magisterio y ser profesor de Hª. Aunque me temo que aquello te marcó para siempre, pues te dejó una huella indeleble en tu alma... Una huella del amor que tu padre nunca te profesó, y una amor que tu madre dejó de darte tras la depresión que hizo de su vida miserable. Debido a ello, intentas desesperadamente encontrar la forma de amor que sea, independientemente de lo que tengas que hacer para conseguirlo. –continuó con sus deducciones, no dejando que Tom replicara en ningún momento–. Deja que te diga algo entonces: no me tendrás jamás porque estoy con el hombre que amo, ¡e incluso si estuviera soltera y fueras el último hombre sobre la faz de la tierra, me acercaría a ti! –exclamó, logrando que los otros comensales de las mesas cercanas se los queden mirando–. Y ahora quiero que escuches atentamente, porque te aseguro que mi cuñado se hará cargo de ti dentro de poco. Estas son las últimas palabras que te voy a dirigir: Tú...me das...grima. –apostilló, levantándose del asiento y marchándose de allí, reuniéndose con sus amigos.

A eso le llamo yo dar una paliza a alguien. –comentó Hanon con una sonrisa, antes de abrazar a Cora–. Ahora tenemos que marcharnos, me temo. Espero que puedas venir a la boda... Cuando la celebremos.

–Claro que sí. Sois mis amigos... ¡Jamás me lo perdería! –dijo ella con una sonrisa–. No os preocupéis por mi. Mi marido y mi cuñado se encargarán de protegerme. –les guiñó un ojo.

–Y algo me dice que ya están en ello. –mencionó Michael tras pasar un brazo por los hombros de la de pelo azul.

Cora y Hanon siguieron su mirada, fijándose en que varios hombres trajeados acababan de rodear a Tom, quien acababa de palidecer. Éstos se lo llevaron de la cafetería, lo que provocó que una sonrisa apareciera en el rostro de los tres amigos. La de pelo azul se despidió junto a su novio de la detective, quien se encaminó a su casa, encontrando a su marido allí, sentado en su sofá.

–Hola querida. –la saludó el de ojos azules-verdosos.

–Hola cielo. –sonrió ella mientras se sentaba en su regazo, besándolo–. Parece que has averiguado algo...

–En efecto. –afirmó su marido–. Parece que los bustos de Tatcher que han sido destrozados pertenecían a un mismo lote de seis. Dos para Orrie Harker y uno para Jack Snadeford. Son los últimos que quedan. –la informó.

–Ya veo. Así que estás esperando la llamada de Lestrade. Eso nos dejará con un único objetivo. –sentenció la joven, ante lo cual el teléfono de Sherlock comenzó a sonar, contestando la llamada y poniendo el altavoz para que su mujer también lo escuchase.

–¿Lestrade? ¿Otro?

–Sí...

¿Harker o Snadeford?

–Harker. –replicó el Inspector, cuya voz claramente se escuchaba apenada–. Y esta vez es homicidio.

–Hmm... ¡Esto se anima! –colgó la llamada antes de levantarse del sillón junto a su prometida, besando su mejilla–. Y según he oído, has vuelto a dejarle claras las cosas a ese tipo de tu trabajo...

–Oh, Mycroft.

Bingo. –afirmó, caminando con ella hacia las escaleras de Baker Street.

Cuando ambos detectives llegaron a la escena del crimen, encontraron al Inspector Lestrade allí, esperándolos. Entretanto, el detective de ojos azules-verdosos había estado consultando en su teléfono móvil cualquier tipo de noticia de la investigación de la Interpol sobre la Perla Negra de los Borgia.

–Heridas defensivas en manos y rostro. –les fue informando Lestrade sobre el cadáver, caminando con ellos hasta éste–. Corte en el cuello. Hoja afilada.

–¿En la casa lo mismo? ¿El busto? –inquirió Cora, mirando al que hiciera de su padre en su boda.

–Esta vez son dos.

–Interesante. El lote de estatuas se hizo en Tiblisi hace años... Una edición limitada de seis.

–Y alguien va por ahí rompiéndolas... ¡No tiene sentido! ¿Qué pretende? –se preguntó el inspector, su tono evidentemente molesto.

–No las está rompiendo. No es eso. –rebatió el detective.

–¡Claro que sí!

Las rompe, sí, pero esa no es la cuestión. –indicó Cora.

–He sido demasiado lento. Lentísimo. –sentenció el Detective Asesor.

–Pues yo no te sigo, si no te importa...

–Lento pero afortunado, y mucho. Y como han destrozado los dos bustos, puede que la suerte nos dure. –se intentó explicar el detective–. Jack Snadeford, de Reading, mi--nuestro--próximo destino. –apuntó, mirando a su mujer, quien asintió brevemente con una sonrisa complacida.

–Enhorabuena, por cierto. –le dijo la docente al Inspector de Scotland Yard.

¿Perdón?

Vas a resolver algo gordo. –le indicó Sherlock, comenzando a caminar lejos de allí junto a su pelirroja.

–Sí, ¡hasta que John actualice su blog!

¡Sí, hasta entonces sí! –exclamó la de ojos escarlata, alejándose con su marido de la mano.

Esa misma tarde, Holmes y su esposa se infiltraron en la casa del Sr. Snadeford, con la firme intención de aguardar al intruso. Finamente, y al cabo de unas horas, el intruso se personó en la habitación adyacente a la piscina interior de la casa. Mientras estaba tomando en sus manos el busto de Margaret Tatcher, los detectives aparecieron a su espalda.

¿No sería más fácil expresar sus quejas en una mesa electoral? –le preguntó Sherlock a la figura encapuchada, quien sacó una pistola, girándose hacia ellos.

El de ojos azules-verdosos fue rápido en sus movimientos, quitándole la pistola de las manos. El hombre encapuchado procedió entonces a intentar golpear a la joven de ojos escarlata con la bolsa en la cabeza, en la cual había introducido el busto, aunque ésta fue más rápida, esquivando su ataque y lanzando la bolsa lejos de su alcance. Ese fue el momento que su marido aprovechó para lanzar un gancho al rostro del intruso. El hombre encapuchado reciprocó el golpe, impactando con la cara del detective. Cora por su parte, decidió dejar de contenerse, usando sus habilidades en combate avanzado para golpear la corva del hombre por la espalda. El hombre cayó de rodillas al suelo, pero antes de eso logró asir a la pelirroja de ojos escarlata, haciéndola caer con él. Sherlock aprovechó esa tesitura golpeando de nuevo al hombre encapuchado, quien se levantó del suelo, intercambiando una serie de puñetazos con el Detective Asesor. El intruso cogió un taburete de la estancia, intentando golpear al joven de ojos azules-verdosos en el torso, sin embargo, Sherlock logró esquivarlo, acercándose a él rápidamente, solo para ser sujetado por la nuca. El intruso golpeó su rostro contra una tabla de cocinar, en la mesa. La de ojos escarlata decidió no dejar que le hiciera daño a su marido, por lo que tras levantarse del suelo, se dio una breve carrera, colocando sus manos en su garganta, logrando separarlo del de cabello castaño, despojándolo de su pasamontañas.

–Estaba huyendo. No tenía donde ocultar su valiosa mercancía. Acabó en un taller: Bustos de escayola de La Dama de Hierro, secándose. Muy ingenioso, pero ya nos ha conocido, ¿y no es tan ingenioso, eh? –indicó Sherlock, la pelirroja sujetando al hombre con un brazo por el cuello, su otra mano en un punto de presión del brazo izquierdo.

¿Quiénes son ustedes?

–Me llamo Sherlock Holmes, y la mujer que está detrás de ti sujetando tu cuello, es Cora Holmes, mi esposa.

–Adiós, Sherlock y Cora Holmes. –dijo el hombre antes de sujetar con fuerza el brazo de la pelirroja, corriendo con ella hacia el cristal de la ventana, atravesándolo y cayendo a las cristalinas aguas de la piscina.

¡Cora! –exclamó el Detective Asesor, observando cómo su mujer caía al agua de la piscina.

La de cabello carmesí tuvo que intercambiar varios puñetazos bajo el agua, intentando mantener la respiración. El hombre intentaba estrangularla, empujándola a lo más hondo de la piscina. Cora en ese momento decidió usar sus habilidades, aumentando en gran medida la temperatura del agua, hasta tal punto que comenzó a salir vapor. Cuando al fin ambos regresaron a la superficie debido a la insoportable calidez del agua, aquel hombre la asió del cuello de su chaqueta, metiendo su cabeza en el jacuzzi próximo, amenazando con ahogarla, al mismo tiempo que las burbujas comienzan a salir debido a que había activado el sensor. Sherlock, quien ahora corría a ayudarla, volvió a recordar la escena de la piscina con Moriarty, el miedo de perderla dominando por completo sus sentidos. Saltó a través del cristal roto, asiendo al hombre por el cuello, alejándolo de su mujer: la había perdido una vez, incluso a su bebé, y no permitiría que sucediera de nuevo. El hombre soltó a la mujer de Holmes, ahora intentando zafarse de éste. El sociópata por su parte, tiró de él mientras lo tenía sujeto por el cuello, dirigiéndolo hacia una fuente y colocando la cabeza del intruso bajo ésta, comenzando a ahogarse con el agua que salía. Cora sacó su cabeza del jacuzzi, dando grandes bocanadas de aire, al mismo tiempo que el hombre escupía el agua que entraba a su boca. A los pocos segundos Sherlock apartó al hombre, corriendo a socorrer a su mujer, a quien fallaban las fuerzas.

–Querida, ¿estás bien? –inquirió, ayudándola a salir del agua–, ¿Estás herida?

–No... Estoy... Estoy bien, cariño. –replicó ella en una voz ronca, tosiendo un poco.

En ese momento, el intruso corrió tras los detectives, quienes se dirigieron a la cocina, tomando el de ojos azules-verdosos el busto en sus manos. En cuanto el hombre se acercó a ellos, Sherlock lo golpeó con el busto, provocando que se cayera al suelo, lejos de ellos.

–Se le acaba el tiempo: ¡hábleme de su jefe, Moriarty! –exclamó el joven, escudando a su mujer.

¿Quién? –cuestionó con confusión.

–Sé que es él. Tiene que ser él. –apostillo el Detective Asesor, sujetando el busto de forma amenazante, como si fuera a golpearlo de nuevo.

–Cree que entiende... No entiende nada.

–Antes de que llegue la policía y lo estropee todo, ¿por qué no disfrutamos del momento? –inquirió Cora, retomando el control de su voz y cuerpo.

–Le presento el caso principal de la Interpol. Muy difícil para ellos; aburrido para mi. –sentenció el detective antes de tirar el busto al suelo, rompiéndolo–: La Perla Negra de los Borgia. –indicó, observando lo que había en el interior del busto roto, lo que resultó no ser una perla, sino un pen-drive.

Cora entrecerró los ojos, fijando su atención en aquel USB, el cual le resultaba extrañamente familiar. Su sospecha no hizo más que confirmarse al ver las siglas de A.G.R.A. en él. Aquello hizo que la de ojos escarlata abriese sus orbes con sorpresa, apenas murmurando sus pensamientos.

–Sherlock... Esto es... –comentó, señalando el pen-drive, provocando que su marido observe el objeto, la misma mirada de pasmo en sus ojos.

–No puede ser... ¿Cómo pudo...? –murmuró para si mismo el detective, cogiendo el USB tras arrodillarse.

–No lo entiendo. Ella... Ella lo destruyó, cariño. –recordó la mujer del detective.

Ella. –dijo el intruso, levantándose del suelo, la pistola de nuevo en sus manos–. La conocen. Claro que sí. Conocen a esa zorra... ¡Me traicionó! ¡Nos traicionó a todos! –exclamó, apuntando con su arma a los dos cónyuges.

Mary... Tiene que ver con Mary. –dijo Sherlock, mirando al hombre.

–¿Así se hace llamar ahora, eh?

–¡Policía armada! ¡Está rodeado! –se escuchó la voz de Lestrade a través de un megáfono.

–¡Démelo! –pidió a Sherlock–, ¡Que me lo de!

–¡Salga despacio y con las manos en la cabeza! –exclamó el Inspector de Scotland Yard.

–¡Como me disparen, mato a este hombre y a esta mujer!

–¡Suelte el arma! ¡Vamos!

–¡Me voy de aquí! ¡Si no me siguen no habrá muertos! –exclamó el joven mientras retrocedía de forma lenta.

–¡Baje el arma! –insistió Lestrade.

–Usted es policía. Yo soy un profesional. –dijo el intruso antes de mirar a Sherlock–. Dígale que es mujer muerta. Es un cadáver andante. –amenazó.

Es nuestra amiga, y está bajo nuestra protección. –sentenció el sociópata, manteniendo su mirada.

–¿Quién es usted? –inquirió Cora, cerrando sus puños.

–Soy el hombre... Que va a matar a su amiga. –replicó el hombre–. ¿Quiénes son Sherlock y Cora Holmes? –inquirió, su voz vibrando por la ira contenida. Ante aquella respuesta, poco le faltó a la pelirroja para lanzarse sobre él, siendo detenida por su marido.

–Unos policías no. –replicó el sociópata con toda la calma de la que disponía.

El hombre apuntó a la alarma de la casa, lo que provocó un cortocircuito que dejó en penumbra todo, aprovechando para escapar de allí. Cora observó marchar a aquel hombre, antes de que su mirada se fijase en el USB que su marido tenía en sus manos.

Unas horas después, en Baker Street, la joven de ojos escarlata había aprovechado para cambiarse de ropa y secarse el pelo, Sherlock la estrechó contra su pecho, abrazándola con cariño, aun preocupado por ella. Cora correspondió su gesto con una sonrisa, abrazando a su marido, a sabiendas qué había provocado que entrase en aquel estado de pánico. En ese momento Lestrade entró a la sala de estar, ambos detectives separándose.

–¿Y bien? –cuestionó Cora, su voz suave.

–No puede haber ido lejos. Lo cogeremos.

–Lo dudo mucho. –indicó Sherlock.

–¿Por qué?

Porque creo que trabajaba con Mary. –comentó Cora al mismo tiempo en el que Sherlock comenzó a escribir un mensaje de texto, encaminándose a la puerta de la estancia, junto a ella.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro