Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| -Confesiones- |

Entretanto, en el hospital, Sherlock dejó escapar un molesto y cansado suspiro, antes de abrir sus ojos y parpadear en varias ocasiones, hasta que estos se ajustaron a la luz de la estancia, encontrando que Culverton Smith lo estaba observando, sentado en una silla.

-Lleva siglos despertándose... Le he observado. Ha sido bonito, en cierto modo. -comentó el hombre con una sonrisa casi expectante... Hambrienta-. Tranquilo, no pasa nada. No quiero meterle prisa. -dijo en una voz queda, observando que el detective trataba de incorporarse tras tragar saliva-. Es Sherlock Holmes.

-¿Cómo ha entrado? -inquirió el Detective Asesor en una voz ronca, claramente por lo seca que tenía la garganta tras haber dormido tanto tiempo. Smith sonrió ante su pregunta, como si la respuesta fuese tan fácil como robarle un caramelo a un niño. Se levantó de la silla, acercándose a la cama, señalando a la puerta de la habitación.

-¿Se refiere al policía de fuera? -inquirió Culverton en un tono casi cómico y sarcástico-. Venga, ¿no lo adivina? -lo animó, su voz aún apenas en un susurro. Sherlock fijó su vista azul-verdosa entonces en la pared que había frente a su cama, percatándose del truco.

-Puerta secreta.

-Yo construí este ala. -admitió Cuverton, moviendo su dedo índice en círculos, para señalar sus alrededores-. No hacía mas que despedir a arquitectos y a albañiles, para que nadie supiera cómo encajaba todo. Puedo entrar y salir por donde quiera... Cuando me apetezca.

-H. H. Holmes. -sentenció Sherlock, percatándose de la conexión, el fanatismo por aquel hombre haciéndose patente en las palabras de Smith.

-El Castillo del Crimen. Bien hecho. -confirmó Culverton-. Tengo una pregunta para usted: ¿qué hace aquí? Es como si hubiera entrado a mi guarida y se hubiera tumbado ante mi. -indagó el hombre, claramente intrigado por los motivos del detective, quien simplemente apartó la vista, bajándola-. ¿Por qué?

-Ya sabe por qué estoy aquí... -sentenció el sociópata en un tono suave.

-Me gustaría oírle decirlo. -casi le rogó Culverton-. Dígalo, por favor.

-Quiero que me mate. -contestó el joven de cabello castaño tras unos segundos de pausa.

-¿Que le mate...? ¿Y qué hay de su esposa? -inquirió, su ceja alzada-. ¿No se sentirá sola sin usted?

-Eso no importa... Ella es fuerte. Sobrevivirá. -replicó Sherlock, el dolor enmascarado por su fachada desolada, tratando de no imaginar de nuevo a la pelirroja en tal estado de desesperación.

Culverton reflexionó durante un minuto acerca de las palabras del detective más famoso de Inglaterra, antes de inclinarse sobre él, apoyando una de sus manos en la manta que tapaba al joven, mientras que la otra se colocaba cerca de su rostro.

-Si aumentara la dosis cuatro o cinco veces, el choque séptico acabaría conmigo mas o menos en una hora. -le indicó Sherlkock, quien ya había medido el plan casi al milímetro, aunque no por ello su corazón no se estremecía solo de pensar que jamás pudiera volver a ver a su mujer. Smith observó el gotero con una sonrisa maquiavélica, antes de levantarse de la silla, caminando hacia el aparato.

-Y luego lo dejo como estaba. Todos creerán que ha sido un fallo, o que ha estirado la pata sin más. -comentó con un cierto tono de disfrute en sus palabras.

-Sí. -afirmó el joven detective en un susurro.

-Esto se le da muy bien. -sentenció Culverton, despojándose de su chaqueta, apoyándola en la silla cercana al bastón de John, quitándose los gemelos de su manga izquierda-. Antes de empezar, dígame cómo se siente.

-Estoy... Asustado. -confesó el joven en un tono algo triste

-Oh, concrete más. Solo podrá hacerlo una vez. -lo animó tras soltar un leve bufido.

-Me da miedo la muerte. -concretó Sherlock, despojándose Smith de su gemelo derecho, colocando ambos en la silla.

-Es lo que quería. -indicó Culverton arremangándose.

-Tengo motivos...

-Pero en realidad no quiere morir. -advirtió Culverton, sus ojos fijos en el joven.

-No.

-Bien. Que yo le oiga. Dígalo. -expresó con una sonrisa siniestra, Sherlock frunciendo el ceño de forma leve.

-No quiero morir.

-Otra vez. -pidió.

-No quiero morir. -repitió el Detective Asesor de forma más firme y un poco más alto.

-Una vez más, que da suerte. -dijo el magnate en un tono suave.

-No quiero morir. No quiero... -sentenció el joven de ojos azules-verdosos entre lágrimas, pues todos los recuerdos con su amada Cora acababan de venir a su mente, su voz entrecortándose al ver la posibilidad de que no volvería a abrazarla... A escuchar su risa... A besarla-. No quiero morir. -sentenció una vez más, Smith inclinándose sobre él como un depredador, su rostro apenas a pocos centímetros del suyo.

-Perfecto. -sonrió con malicia y una voz siniestra tiñó sus siguientes palabras antes de enderezarse-. Vamos allá. -dijo antes de alzar su mano, acercando uno de sus dedos al control del gotero. El hombre presionó en dos ocasiones el botón, tal y como Sherlock le había aconsejado. Después presionó otro más con una sonrisa desquiciada, la mirada angustiada de Sherlock en él-. Y dígame: ¿por qué hacemos esto? ¿A qué debo el placer?

-Quería oír su confesión. Necesitaba saber que estaba en lo cierto. -replicó el joven de ojos azules-verdosos y cabello castaño, su voz suave.

-¿Por qué es necesario que muera?

-La morgue, su sala preferida. -sentenció Holmes, una sonrisa adornando el rostro de Smith al escucharlo-. Habla con los muertos. Les hace confesiones. -comentó, Smith resoplando de forma nerviosa, caminando hacia la silla en la que anteriormente se había sentado para observarlo-. ¿Por qué lo hace?

-¿Por qué mato? -inquirió Culverton de forma retórica, sentándose en la silla y frotando sus manos, antes de negar con la cabeza-. No es por odio ni... Por venganza. No tengo mal fondo. Matar seres humanos... -comenzó a decir antes de carcajearse-. Me hace enormemente feliz. -confesó, en el rostro del detective esbozándose una leve sonrisa. La sonrisa de Smith se borró a los pocos segundos, caminando hasta una lado de la cama, inclinándose sobre el detective, cuya mirada se tornó nerviosa por un instante-. En las películas, ves a los muertos fingiendo estarlo, pero son solo vivos tumbados. Los muertos de verdad no son así. -le comenzó a decir, su mirada tornándose más intensa-. Los muertos parecen objetos. Me gusta convertir a los muertos en objetos, para poder poseerlos. -confesó antes de volver a reír-. ¿Y sabe qué? Me estoy impacientando. -dijo, presionando con su pie un botón de la cama, la parte superior de ésta retomando una posición horizontal.

El detective se dejó llevar por el miedo en ese momento, sus ojos escaneando la habitación y deteniéndose en la puerta de ésta, con la esperanza de ver cómo John o su mujer--preferiblemente ambos--entraban corriendo a auxiliarlo. Una vez hubo colocado la cama del hospital en posición horizontal, Culverton se enderezó, una sonrisa macabra y loca en su rostro mientras miraba el rostro del detective. Tras observarlo, pasó su lengua por su labio inferior en un claro gesto de empoderamiento, pues tenía el dominio completo de la situación. Con una calma aterradora, Smith caminó al lado opuesto de la cama, frente a la puerta de la estancia, colocando mejor sus guantes plásticos.

-Respire hondo si quiere. -le susurró Smith, Sherlock posando sus ojos en sus manos. El joven de cabello castaño respiró hondo antes de sentir cómo Culverton presionaba con fuerza una mano contra su boca, mientras que con la otra oprimía sus orificios nasales para que no tuviera oportunidad de respirar. Sherlock sintió de pronto que su corazón se contraía de miedo, en su mente una voz gritándole que luchara, que debía vivir como fuera, que no debía dejar sola a quien era posiblemente la persona que más quería. Aún tenía una razón para vivir... E iba a dejarla escapar por un caso. El joven comenzó a revolverse, intentando respirar-. El asesinato es una afición muy difícil de mantener. La gente no se da cuenta del esfuerzo que requiere. Hay que ser cuidadoso. -sentenció Culverton mientras resistía al detective, cuyos ojos se abrieron con horror, intentando escapar de su agarre con más vehemencia, intentando apartar sus manos-. Pero si eres rico, famoso y querido, es asombroso lo que la gente está dispuesta a pasar por alto. Pero siempre hay alguien desesperado por desaparecer, y nadie quiere sospechar que lo han matado, si es más fácil sospechar otra cosa. -continuó, su voz fatigada por el esfuerzo que estaba realizando-. Solo tengo que dosificarme. Elegir bien qué corazón parar. -comentó mientras Sherlock continuaba intentando resistirse, sus ojos ahora llenos de pánico mientras veía toda su vida pasar frente a ellos, los recuerdos con Cora siendo los más dichosos y brillantes para él-. Por favor, no aparte la mirada. No aparte la mirada. No aparte la mirada. Porque me gusta observarlo. -le rogó Culverton aún presionando con fuerza-. Y allá... Vamos. -concluyó, el cuerpo del detective dejando de moverse, sus ojos cerrándose y el monitor que controlaba su frecuencia cardíaca parándose con un pitido largo.

La puerta de la estancia se abrió de forma estrepitosa y brusca en aquel momento, revelando a John con un extintor en sus manos, y a la mujer del detective tras él. Claramente, el doctor lo había usado para romper el cerrojo de la puerta. Smith, sobresaltado, se apresuró a girarse hacia la puerta, enderezándose y soltando a Sherlock, quien de forma grave dio un doloroso suspiro, recobrando el aire de sus pulmones. El electrocardiograma comenzó a pitar de nuevo, Cora entrando a la estancia como un huracán, mientras que John dejaba caer el extintor al suelo, su mirada siendo una mezcla de shock, enfado y preocupación.

-¡Sr. Holmes! ¿Está bien? -inquirió el guardia de seguridad que había permanecido al otro lado de la puerta. Cora caminó hacia Culverton como alma que lleva el diablo, propinándole un severo puñetazo en el rostro, su mano levemente imbuida de una alta temperatura.

-¿¡Qué le estaba haciendo!? -inquirió a voz en grito la joven, su corazón contraído por el miedo, mientras que John tomaba al hombre por la solapa de su camisa, apartándolo de la cama. La joven se apresuró hacia la cama, sentándose al borde de esta y confirmando que su marido estaba bien, tomando su pulso. Smith dejó escapar un leve gemido de nerviosismo al observar cómo Sherlock comenzaba a moverse de forma débil en la cama.

-¿¡Qué hacía!? -exclamó John, completamente furioso, arrastrándolo por la habitación. Smith simplemente gesticuló hacia la cama.

-¡Lo pasa mal, le estaba ayudando! -trató de excusarse, más John no creyó sus palabras, empujándolo hacia el guardia de seguridad.

-¡Espóselo, vamos! -exclamó el doctor, el guardia de seguridad inmovilizando su brazos.

-¡Le estaba ayudando! -trató de defenderse Culverton una vez más, gesticulando hacia la cama. Los ojos escarlata de la detective se posaron en aquel hombre, quien se calló de pronto bajo su atemorizante mirada, antes de volver sus ojos hacia su marido, su mirada ahora suave, su voz temblando ligeramente por el miedo que esos pocos segundos había infundido en ella: el miedo de perderlo.

-Cariño, ¿qué te estaba haciendo?

-Asfixiándome, causándome una sobredosis. -replicó Sherlock, sus ojos abriéndose poco a poco, fijándolos en el rostro de su querida esposa, señalando deforma vaga a la bolsa del gotero.

-¿De qué? -inquirió John.

-De suero. -replicó el joven de ojos azules-verdosos.

-¿De suero? -confirmó John.

-Sí, de suero. -afirmó Sherlock, logrando incorporarse sobre un codo de forma dificultosa, su respiración aún grave. Cora observó cómo John comprobaba a bolsa, antes de volver su vista a su amado detective-. Hice a la enfermera Cornish cambiar las bolsas. Es una gran admiradora. Le encanta mi blog. -comentó, Cora pulsando un botón para que la parte superior de la cama se enderezase poco a poco. John frunció el ceño.

-¿Estás bien? -inquirió, mirándolo.

-No, claro que no estoy bien. Desnutrición, insuficiencia renal, y llevo semanas hasta el culo. -replicó el joven con un punto de sarcasmo en la voz, finalmente recuperando el aliento. Su mujer suspiró aliviada, contenta de tenerlo de vuelta al fin, sus ojos fijándose en John.

-¿Qué clase de médico eres? -cuestionó ella con una leve sonrisa, Sherlock apoyándose en la cama.

-¿Tengo mi confesión, verdad? -inquirió el detective mirando a Smith, quien logró soltarse del agarre del guardia de seguridad.

-No recuerdo haber confesado nada. -sentenció Culverton, caminando hacia John, con la pelirroja levantándose casi de un salto de la cama al ver esto. John por su parte lo detuvo, alzando una mano.

-No se acerque a él. -le espetó la joven de cabello carmesí, para regocijo de Sherlock, quien sonrió.

-¿Qué habría de confesar? -inquirió Culverton, su mirada indignada pasando de John a Cora, ésta última observándolo con furia y una mirada asesina que incluso logró ponerle los pelos de punta.

-Ya la escuchará luego. -sentenció Sherlock con un tono suave y cansado.

-¡No hay ninguna confesión que escuchar! -exclamó Smith, antes de tapar su boca y continuar hablando con tono de sorpresa fingida-. Oh, Sr. Holmes, no se si es relevante, pero hallamos tres potenciales dispositivos grabadores en los bolsillos de su abrigo. Se registraron todas sus pertenencias. -sentenció antes de posar su mirada en el ex-soldado y la detective-. Lo siento.

Cora posó su mirada en su esposo, quien también posos sus ojos azules-verdosos en ella, su mirada llena de cariño pero con un cierto tinte de divertimento. El joven dio una leve mirada a su derecha, por lo que la mujer de cabello carmesí no tardó en percatarse de que se refería al bastón de John, una sonrisa apareciendo en su rostro, al mismo tiempo que Sherlock decidía hablar.

-Se ve que el numero tres tiene algo reconfortante. -comentó con una sonrisa.

-La gente siempre desiste después del tres. -apostilló Cora, su mirada escarlata ahora en John y Smith, quien los observó con horror.

-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué? -inquirió John, ante lo cual y a modo de respuesta, ambos detectives intercambiaron una mirada, permaneciendo silenciosos. Tras aquello, John suspiró con exasperación-. Serás cabrón... -murmuró.

-Sí. -admitió Sherlock.

-Un cabronazo...

-Te he oído la primera vez. -comentó Sherlock, recostándose mejor en la cama, con la pelirroja acariciando su pelo, tomando él su otra mano. John suspiró antes de caminar hacia la silla, cogiendo su antiguo bastón.

-¿Y cómo se abre? -inquirió, observándolo.

-Desenrosca el mango. -replicó Sherlock.

John hizo lo que le había indicado el detective, comenzando a desenroscar el mango del bastón bajo la atenta y pesimista mirada de Smith. Tras quitar el mango, John logró percibir un pequeño dispositivo de grabación dentro del bastón, el cual brillaba con una luz roja. El doctor sacó el dispositivo, apagándose la luz que indicaba que estaba grabando.

-¿Hace dos semanas? -inquirió, mirando a los detectives.

-Brillante. -sentenció Sherlock.

-¿Tan predecible soy?

-No. -replicó Sherlock con una sonrisa, antes de que Cora comenzase a reír de forma suave, John suspirando con nerviosismo. El detective se giró entonces hacia Smith-. Es que soy un cabrón. -comentó, el rostro de Smith transformándose en la viva imagen del horror y la estupefacción.

Cora sonrió al observar su expresión derrotada, antes de mirar a su marido a los ojos con todo el amor que le podía profesar, quien estiró sus brazos hacia ella, estrechándola entre sus brazos con cariño. John observó con una sonrisa dulce a los detectives mientras Lestrade entraba a la estancia junto a varios oficiales para arrestar a Culverton.

Un día después de que Sherlock permaneciese en el hospital para recobrarse casi por completo, los detectives regresaron a Baker Street junto a John. Los dos hombres se encontraban en la sala de estar, sentados en sus respectivos sillones, mientras que la pelirroja había salido de compras, aunque ninguno de ellos sabía exactamente qué iba a comprar. La estancia ya parecía mucho más limpia, y Sherlock estaba ataviado con su bata azul, su estado ya menos deplorable. En su mano derecha sujetaba una taza de té, el cálido fuego de la chimenea caldeando el ambiente.

-Tenía--es decir teníamos--varios planes alternativos, el problema es que no los recordaba. Y tampoco había anticipado que sufriría alucinaciones con su hija. -le dijo a John, quien lo observaba con calma, quien también sujetaba una taza de té en sus manos. El doctor asintió con la cabeza antes de escuchar a Mary hablar, quien se encontraba detrás de Holmes.

-Se puso hasta arriba de drogas para que lo ayudaras. Para que tuvieras algo que hacer, propio de un médico, ¿lo entiendes ahora? -indicó, Sherlock tomando un sorbo de la taza antes de fijar su vista en el suelo y suspirar.

-Lo de la hija no me acaba de cuadrar. Parecía tan real... Me dio información que no podría haber conseguido sino.

-Pero ni siquiera estuvo aquí. -sentenció John.

-¿Interesante, verdad? Tengo la teoría de que si uno pudiera acceder a todos los flujos de datos del mundo de forma simultanea, sería posible anticipar y deducir casi todo. -comentó Sherlock, reflexionando en voz alta.

-Hm. Soñaste con una mujer mágica que te dijo cosas que no sabías. -apuntó John.

-A mi me parece aceptable. -indicó Mary con una sonrisa-. Pero no soy imparcial.

-Tal vez las drogas abrieran ciertas puertas de mi cerebro. -reflexionó Sherlock, su mirada curiosa- Estoy intrigado.

-Ya lo sé. -admitió John con un tono suave-. Y por eso Cora y yo hacemos turnos. Para que no te acerques a las chuches.

-Ah, creí que estábamos pasando el rato. -comentó el sociópata tras tomar un trago, bajando su taza. John posó su mirada en su reloj, antes de mirar al joven de ojos azules-verdosos.

-Cora debería llegar en unos pocos minutos. -dijo algo nervioso.

-Digo yo que podré estar unos pocos minutos sin vigilancia. -le sonrió el Detective Asesor.

-Si estás tan seguro... -reflexionó John tras unos segundos.

-Ni hablar. -comentó Cora, entrando a la estancia con una bolsa llena de comida, y otra más pequeña, en la cual John pudo notar que había el logo de una farmacia-. Ya estoy de vuelta. Siento haber tardado. -comentó, apresurándose en guardar la comida en la nevera. La joven iba vestida con ropa holgada pero cálida, dado que apenas era enero y el frío en Londres perduraba.

-Vaya, como siempre, justo a tiempo, Cora. -dijo John con una sonrisa, mientras ella dejaba la otra pequeña bolsa en su habitación, regresando a la estancia pocos segundos después.

Por Dios, John, quédate! ¡Habla! -exclamó Mary con un tono molesto, dejando John la taza de té en la mesita cercana, levantándose del sillón, al mismo tiempo que Cora se sentaba en el reposa-brazos del sillón de su marido, rodeando éste su cintura con su mano izquierda.

-Perdonad... Es por... Rosie. -intentó disculparse John ante su muy aparente huida. Cora lo observó con pena, mientras que su marido agachó el rostro.

-Ah, sí claro, Rosie. -dijeron ambos detectives con un tono apenado.

-¡Resolved un crimen juntos! ¡Haz que se ponga el sombrero! -exclamó Mary una vez más.

-A ver si... Nos acercamos a verla. -comentó Sherlock con un tono esperanzado mientras que la pelirroja se servía una taza de chocolate caliente, pues seguía sin soportar demasiado bien las bajas temperaturas. La joven comenzó a beber de la taza mientras caminaba hacia la sala de estar.

-Sí. -replicó John con franqueza, a sabiendas que a pequeña habría echado de menos a sus dos padrinos.

-Debería ponerse el sombrero en mi honor. Estoy muerta y lo agradecería mucho. -comentó Mary, aunque fue rápidamente ignorada por John, quien caminó hacia el rellano de la escalera, cruzándose con la pelirroja, quien habló.

-Por cierto, seguramente las grabaciones no se admitan. -comentó, provocando que John diese media vuelta y entrase de nuevo a la estancia.

-¿Cómo dices?

-Estrictamente es una trampa, por lo que puede que se rechace como prueba. No importa realmente, pues por lo visto no puede dejar de confesar. -replicó Cora, sentándose en el sillón de John, provocando una carcajada por parte de su marido.

-Que bien.

-Sí. -dijeron ambos detectives.

Los tres amigos se quedaron en un incómodo silencio por varios minutos, incluso apartando la mirada los unos de los otros. John flexionó varias veces los dedos de su mano izquierda, nervoso e inseguro sobre cómo debía tratarlos tras lo ocurrido, cuando ellos solo habían pensado en él y en cómo ayudarlo. Tras unos segundos, el doctor se volvió hacia la puerta, dando un paso, cuando escucho la voz del detective.

-¿Estás bien? -cuestionó con pena, ante lo cual John se carcajeó de forma sarcástica.

-¿Que si estoy...? No. Que voy a estar bien. Nunca voy a estarlo, y tendremos que aceptarlo. Es lo que hay. Y lo que hay es... Una mierda. -replicó el rubio con un tono dolido y apenado, los Holmes asintiendo en comprensión a sus palabras. El viudo respiró profundamente antes de continuar-. Vosotros no matasteis a Mary. -aquello provocó que ambos alzasen sus rostros para mirarlo-. Mary murió por salvaros la vida. Fue su elección. Nadie la obligó. Nadie podría obligarla a nada, pero el caso es que... Vosotros no la matasteis. -concluyó, la pelirroja desviando su vista unos segundos.

-John, la bala iba dirigida a mi y antes siquiera de que Sherlock pudiera interponerse en su trayectoria, Mary lo hizo. Nos salvó a ambos, y al salvarnos las vidas les confirió un valor. Es una moneda que no sabemos exactamente cómo gastar. -apuntó, su marido asintiendo al escuchar sus palabras.

-Es lo que hay. -comentó John antes de dirigirles una leve y sincera sonrisa. Cora y Sherlock asintieron una vez más, ambos agachando el rostro, con la de ojos escarlata dando otro sorbo al chocolate.

John se giró dispuesto a marcharse, pero algo en su mente lo detuvo, provocando que se girase para mirar a la mujer de Holmes. Recordó cómo la joven parecía haber incrementado su apetito, notándose sobre todo por su aparente adicción al chocolate, e incluso estaba casi siempre con nauseas. Por otra parte, se percató de cómo sus cambios de humor eran drásticos, cuando ella se caracterizaba por ser siempre muy tranquila. Asimismo, su rostro parecía resplandecer, e incluso podía jurar que en aquel momento también lo hacía. Recordó también cómo se había protegido en la morgue del hospital, y que incluso ella misma había dicho que no podía usar sus habilidades por que tendría mucho que perder. Con calma, el doctor caminó hasta estar entre los dos Holmes, su mirada ahora fija en la mujer de cabello carmesí. Sherlock observó a su amigo con una mirada confusa.

-¿Qué pasa, John? -inquirió Cora, quien de pronto parecía nerviosa, pues estaba segura de que su amigo de cabello rubio ya había comprendido cuál era su estado. John fue a responder cuando un mensaje llegó al teléfono móvil de la pelirroja con cierto tono de mensaje que el ex-soldado recordaba bien.

-Ese es el tono de mensaje de Irene Adler. Es la loca que da miedo. Pero está muerta... -comentó Mary antes de sonreír-: ¡Oh! ¡No está muerta! ¡Ambos la salvaron! -exclamó, mientras Cora leía el mensaje, recordando John la bolsa con el logo de la farmacia.

-Voy a hacer una deducción, Cora. -comentó, el cuerpo de la pelirroja tensándose de forma casi imperceptible ante sus palabras.

-Ah, me parece bien, pero antes de que digas nada, John -comenzó a decir la joven de forma nerviosa-, deberías saber que cualquier tono de mensaje-

-Felicidades. -sentenció con una sonrisa suave, ante lo cual, Cora cerró los ojos y agachó el rostro, antes de mirar a su marido, quien ahora estaba más confuso que antes.

-¿De qué está hablando? -inquirió Sherlock-. ¿A qué viene eso?

-Hay... Algo que tengo que decirte, cariño. -sentenció Cora, dejando la taza de chocolate en la mesita cercana, caminando a su cuarto, de donde sacó el fichero que le había dado la enfermera Cornish y tomó del interior de la bolsa de la farmacia un pequeño objeto, escondiendo éste dentro del fichero. Tras hacerlo, la joven regresó a la sala de estar con el corazón latiendo de forma apresurada, nerviosa por su reacción. Caminó hasta colocarse frente a su marido, estirando su brazo derecho con el fichero hacia él-. Antes de que lo abras, debes saber que cuando me marché de Baker Street fue Irene quien me recogió y escondió. Estaba con ella cuando me percaté de los síntomas... No fue hasta ayer que confirmé por completo en el hospital lo que ya pensaba. -comenzó a decir-. Y... Supongo que hoy es el mejor día para decírtelo. -concluyó, tomando Sherlock en sus manos el fichero, abriéndolo y encontrando en su interior una ecografía que mostraba la pequeña silueta de un bebé de dos meses y medio, así como un pequeño chupete. El joven observó aquello con evidente sorpresa, fijando su mirada azul-verdosa en su mujer, para constatar lo que estaba viendo-. Feliz Cumpleaños, cielo. Vas a ser padre. -le notificó con una leve sonrisa nerviosa pero llena de cariño.

-Un momento -dijo John-, ¿hoy es su cumpleaños? -inquirió John, mientras Sherlock observaba a su mujer en shock, intentando procesarlo.

-Así es. -afirmó Cora-. El 6 de enero.

-Nunca he sabido cuándo era su cumpleaños.

-Pues ya lo sabes. -comentó la detective antes de fijar su mirada escarlata en su marido, quien aún permanecía en silencio-. ¿Cariño, qué opinas...? -preguntó, Sherlock parpadeando en varias ocasiones para salir del shock en el que se encontraba, al fin abriendo su boca para hablar.

-No... No sé qué decir. -dijo-. ¿De verdad? ¿Estás...? -comenzó a decir, ante lo cual Cora asintió, Sherlock dejando de lado el fichero y el chupete-. Después de tanto tiempo no sé siquiera si estaré preparado. Dios... Hace dos años ni siquiera pude... -su voz se entrecortó-. Ni siquiera pude ayudarte antes. Ya perdiste a un bebé... -murmuró, su voz llena de pena y miedo. Al escuchar estas palabras John se sorprendió, pues no había tenido conocimiento de que ella hubiera estado embarazada. Solo que estuvo deprimida y se autolesionaba. Aquello le rompió el corazón.

-Sherlock... Sé que tienes miedo. -dijo ella, tomando sus manos en las suyas, su voz resquebrajándose-. Créeme. Yo también estoy aterrada. Tengo miedo a cada segundo. Tengo miedo de que algo salga mal, de que le pase algo al bebé... Tengo miedo de despertarme a la mañana siguiente y ya no sentirlo. -continuó, Sherlock levantándose de su sillón, acariciando su mejilla-. Pero, esta es una segunda oportunidad. Nuestra segunda oportunidad. -añadió, mirándolo a los ojos, casi entre lágrimas-. Si estamos juntos nada malo podría pasar. Podemos hacerlo. -sonrió con dulzura, su marido estrechándola entre sus brazos con suavidad y cariño.

-Gracias, querida. Gracias. -le susurró al oído el joven con amor incondicional-. Gracias por darme otra razón para vivir. -añadió, lo que hizo que Cora diese una carcajada dichosa. Sherlock la miró a los ojos antes de besarla con anhelo y felicidad. John sonrió al ver aquella escena, pero decidió que ahora era su turno de sincerarse.

-Se equivocaba conmigo. -sentenció con pena, los Holmes observándolo confusos tras romper el beso. Sherlock tardó unos segundos en responder a su comentario.

-¿Mary? ¿Y eso? -inquirió, John desviando la mirada hacia la chimenea para reunir coraje, dando un paso hacia sus amigos.

-Creyó que si uno de vosotros se ponía en peligro os... Rescataría o algo así. Pero no lo hice--no--hasta que ella me lo dijo. Me enseñó a ser el hombre que ella ya creía que era. -replicó antes de posar su atención en el sociópata-. Será mejor que la cuides, y que cuides de ese pequeño, Sherlock. Ella te hacer ser mejor. Te hacer ser más humano, aunque eso ya lo sabes. -comenzó, su tono suave pero claramente mortificado por sus acciones-. ¿Tienes idea de lo afortunado que eres? Haz algo y protégelos mientras tengas ocasión, porque no durará para siempre. Hazme caso. Cuando menos lo pienses, ya no estarán. Cuando menos lo pienses. -sentenció con un tono algo severo-. No los dejes escapar. -concluyó, las lágrimas empañando sus ojos. Sherlock asintió al escuchar sus palabras, mientras que Cora frunció el ceño y lo observó con lástima.

-John, hay algo que no nos estás contando, ¿verdad? -inquirió en un tono suave y pausado, intentando ser cuidadosa y no hacerle más daño. John suspiró, intentando retener las lágrimas.

-La engañé. -confesó, los ojos de los Holmes abriéndose con pasmo ante su declaración, mientras que John se giró a su izquierda para observar el fantasma de su difunta mujer-. Te engañé, Mary. Había una mujer en el autobús, y yo llevaba una margarita de plástico en el pelo de haber jugado con Rosie. Y ella me sonrió. No fue más: solo una sonrisa. -comenzó a sincerarse John, dejando salir todo lo que lo había estado atormentando desde aquel fatídico día en el que la perdió para siempre. Sherlock y su mujer intercambiaron una mirada y lo observaron-. Nos mensajeábamos a todas horas. ¿Quieres saber cuándo? Pues cada vez que salías de la habitación, cuando dabas de mamar a la niña, cuando la consolabas,... Ahí. Y no fue más que eso. Solo mensajes, pero yo quería más. ¿Y sabes algo? Sigo queriéndolo. No soy el hombre que creías. No soy así. Sería incapaz. Y de eso se trata. Esa es la cuestión: quien creías que era... Es el hombre que quiero ser. -finalizó John, las lágrimas y las tristeza empañando sus palabras, apenas logrando terminar su confesión. Observó a Mary, quien le sonrió de forma suave y cariñosa.

-Pues entonces... John Watson... -comenzó ella con una voz suave y una sonrisa llena de amor por él-. Sigue adelante. -concluyó, desapareciendo al fin de su mente.

John observó el espacio frente a él, ya no logrando ver a su mujer, antes de agachar el rostro, taparlo con sus manos y empezar a sollozar. Cora apenas logró contener las lágrimas, pero se acercó a su amigo con calma, abrazándolo.

-No pasa nada... -susurró ella con cariño.

-Sí que pasa. -dijo John entre lágrimas.

-Ya... -comentó Sherlock, acercándose a su mujer y su mejor amigo, abrazándolos a ambos-. Pero es lo que hay. -concluyó, Cora apoyando su rostro en el hombro de John, sus brazos rodeando su espalda. Sherlock colocó su barbilla suavemente sobre la cabeza de John, frotando su espalda con cariño y calma. Ambos detectives continuaron consolando a su mejor amigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro