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| -Confesión de sentimientos- |

Sherlock había estado peinando las calles más cercanas al apartamento, puesto que sabía que no habría sido posible para Cora el recorrer muchos kilómetros, dado que llevaba tacones, y aquello la ralentizaría, además de agotarla.

-(Ya he buscado en todas las calles que conozco... ¿¡dónde puede haber ido!?) -pensó el joven detective, mientras seguía recorriendo las heladas calles llenas de nieve. Aquella mañana era demasiado fría... era uno de los días más helados del mes.

Holmes preguntó a varios indigentes de su red de vagabundos con el fin de encontrarla, dando una descripción de la joven pelirroja lo más precisa posible. Algunos de ellos lograron darle la pista significativa que andaba buscando: Cora había recorrido varias veces el tramo desde el apartamento de Baker Street hasta el puente más cercano, pero en uno de sus recorridos... no volvió del puente. Sherlock anotó ese dato en su memoria, comenzando a encaminarse hacia el puente, millones de pensamientos aglomerándose en su mente.

-(¿Por qué el puente?) -pensó Sherlock mientras caminaba, observando el puente en la lejanía -. (¿¡Es posible que ella...!?) -cuando esa posibilidad emergió en su mente, sus piernas comenzaron a correr, su aliento volviéndose más rápido, pues de ser cierto lo que pensaba, debía llegar al puente lo más pronto posible. Corrió y corrió, sus piernas doliendo por el esfuerzo, hasta que al final logró llegar hasta allí, inmediatamente buscando pistas acerca de Cora. Sus ojos verdes escanearon todo el entorno cercano al puente, logrando hallar al borde de este unos zapatos negros de tacón: los que ella llevaba. Aquello, hizo que su corazón diera un vuelco al darse cuenta de que esa horrible corazonada que había sentido podía tomar un cariz completamente real. El Detective Asesor se acercó hasta la barandilla del puente, cerca de dónde había encontrado los zapatos. Allí, colgada de uno de los adornos de la barandilla, estaba el abrigo que la pelirroja había cogido la noche anterior. Sherlock, sintiendo su corazón latir desbocado, asomó la parte superior de su cuerpo hacia el rio que corría helado aquella mañana. Lo que vio heló su sangre: en una pequeña parte del río, en la que había un leve tramo de tierra, estaba Cora. La pelirroja había saltado desde el puente, cayendo al agua helada, pero por suerte esa misma agua la había arrastrado hasta la leve orilla, dejándola allí. Por lo que Sherlock podía deducir desde aquella distancia, ya llevaba mucho tiempo en el agua, dejando poco tiempo hasta su muerte. Comprendió que nadie la hubiera visto, pues a pesar de estar visible, ese día helado hacía a la gente más reacia a asomarse al helado rio, corriendo apurados por llegar a sus cálidos hogares. Sherlock cortó sus deducciones de pronto, pues si no corría a auxiliar a su compañera,... ella moriría congelada. Bajó las escaleras que había para bajar a la orilla del río (a las cuales tuvo que acceder a la fuerza, pues estaba vedado), y corrió hasta su pelirroja, cogiéndola en brazos, sacándola de las heladas aguas.

-¡Cora! ¡Cora! ¡Abre los ojos! -gritó el sociópata con un tono completamente histérico -. ¡Despierta!


Los gritos de Sherlock fueron creciendo en preocupación, puesto que la joven no abría sus ojos, ni hacía ningún gesto de estar consciente. Desesperado, la abrazó a él, susurrando su nombre, rogando que abriera sus ojos, que dijera su nombre una vez más... que no lo dejara solo.

-Por favor... No me dejes solo. No de nuevo... -musitó el detective entre pequeños susurros y lágrimas saladas.

-¿Sherlock...? -preguntó una voz muy suave, pero casi en un susurro, haciendo que Sherlock abra los ojos como platos y observe el rostro de esa joven que lo hacía preocupar de esa manera.

-¡Idiota! ¿¡Qué pretendías hacer con esto!? -exclamó Holmes, una vez hubo recuperado el control de su voz -. ¿¡No has pensado en nosotros siquiera!? ¿¡En lo preocupados que estaríamos si desaparecías así!?

-Yo... No merezco estar viva Sherlock. Mis padres han muerto... Nadie me queda ya a quien le importe mi existencia... -musitó ella, negándose a encontrar sus ojos con los verdes de él.

-No digas estupideces. Eres importante para mi. -le replicó Sherlock en una voz baja.

-Eso no es cierto... Tu estás enamorado de Irene Adler... -musitó Cora, sus ojos llenándose de lagrimas.

-Tonterías. -le respondió el detective -. ¿Qué te ha hecho pensar así?

-Tu. La forma en la que la miras, la forma en que la admiras... Todo es por ella. -replicó la pelirroja con un dolor agudo en cada una de sus palabras.

-¡Te equivocas! -exclamó Sherlock, sobresaltando a la joven -. Es cierto que ella me provoca fascinación,... pero ya hay una persona que ocupa mis pensamientos y mi corazón. -añadió con una voz más suave y dulce, tomando el rostro helado de Cora entre sus manos, obligando a la joven a mirarlo -. Esa persona... eres tu. -sentenció con una leve sonrisa, antes de juntar sus labios a los de la pelirroja, evitando cualquier tipo de retórica por su parte. Cora abrió los ojos al escucharlo decir esas palabras que desde hacía tiempo había deseado escuchar. Cerró sus ojos, disfrutando de aquel momento de intimidad entre ambos, sus labios sincronizados en perfecta armonía con los de él. Ambos continuaron besándose durante varios minutos, hasta que se separaron por falta de aire.

-¿Lo has entendido ahora? No puedo dejar de pensar en ti, y no estoy enamorado de Irene, porque ya ocupas tu ese lugar. -le dijo Sherlock, acariciando su mejilla con suavidad -. Te quiero, Cora Izumi.

-También yo te quiero Sherlock... -dijo la pelirroja con una sonrisa, antes de desvanecerse en sus brazos, producto del frío, haciendo que Sherlock se alarme y corra hasta el 221-B de Baker Street, donde se encontró a John en la puerta.

-¿¡Pero qué...!? ¡Cora! -exclamó John, al reconocer a la joven que Sherlock llevaba en brazos.

-Vamos, date prisa en entrar John, está helada y ha perdido la consciencia. -le replicó con preocupación Holmes.

Tras unos minutos de lograr que Cora entrara en calor a base de algunas mantas, Sherlock se recostó junto a ella en el sofá, sorprendiendo por completo a John.

-Vaya... ¿ha pasado algo entre vosotros? -preguntó con una ligera sonrisa.

-No te importa John. -le replicó con un tono algo brusco Sherlock, apartando la mirada, pues sus mejillas habían adquirido un leve tono rojizo.

-Ya, claro... -comentó John, su sonrisa ensanchándose -. Por fin has reconocido lo que sientes por ella, ¿cierto?

-Cállate. -respondió Sherlock, acariciando el pelo de la pelirroja en una manera cariñosa.

-Bueno, ya era hora para que lo hicieras. -comentó John -. Cora lleva mucho tiempo esperándote. -añadió con una voz suave, antes de dirigirse a la puerta -. Iré a tomar el aire. -comentó, antes de salir por la puerta.

Sherlock se quedó con la pelirroja, sonriendo de forma leve, antes de besar su frente con afecto.


John salió del piso, ya dispuesto a pasear con tranquilidad, habiendo resuelto la desaparición de Cora.

-John. -lo llamó una joven vestida de negro, con el cabello castaño, haciendo que el aludido se dé la vuelta al oír su nombre.

-¿Si? -preguntó el doctor -. Hola...

-¿Tienes... algún plan para Nochevieja? -preguntó la joven, acercándose a él.

-Eh... nada fijo. -replicó John con lentitud -. Nada que no pueda... dejar de lado, si. -añadió, subiéndose la cremallera de su abrigo -. ¿Alguna idea?

-Una. -replicó ella con una sonrisa, antes de que un coche negro apareciera en la acera.

-Mycroft podía llamarme... -dijo John en un tono exasperado -. Si no tuviera ese maldito y ridículo complejo de superioridad. -añadió, antes de entrar en el coche. Cuando el coche arrancó, fue perdiéndose poco a poco en la distancia de la carretera. Sherlock, quien había observado la escena, miró a la pelirroja recostada en el sofá y se acercó a ella, antes de arrodillarse y acariciar su mejilla.

-Tengo que irme, lo siento. -le dijo a Cora con un tono ligeramente apenado.

-No te preocupes. Ve a verla. -le replicó ella con una sonrisa -. Este caso aún dista mucho de terminar...

Sherlock sonrió ante las palabras de la joven y besó sus labios antes de encaminarse a su cuarto, para después dirigirse a las escaleras del piso, topándose con la señora Hudson.

-No te preocupes querido, yo cuidaré de tu novia. -le dijo la casera con una sonrisa.

-Gracias... -dijo Sherlock antes de salir por la puerta del piso.

A los pocos minutos de haber montado en ese coche negro, John divisó a lo lejos un edificio bastante alto, casi junto a la costa, tratándose de una fábrica. Ese era su destino. Tras entrar dentro de la enorme fábrica, el coche se detuvo, dejando que John se apeara de él. La mujer que anteriormente había conocido en la puerta del piso hizo una señal para que Watson la siguiera, cosa que hizo, comenzando la larga travesía por los pisos de esa fábrica.

-¿No podemos ir a una cafetería? -preguntó John -. Sherlock no me sigue a todas partes...

La mujer se detuvo tras unos instantes, al recibir un mensaje en su teléfono móvil.

-Por ahí. -le recalcó a John, señalando la trayectoria con un gesto de la mano.

John suspiró y siguió el trayecto que la mujer le había indicado, así que se adentró aún más en los cimientos del edificio. Mientras, la joven que lo había llevado hasta allí dio media vuelta e hizo una llamada.

-Va hacia allá. -le dijo a la otra persona tras el teléfono -. Tenías razón: cree que es Mycroft.

Tras unos cuantos minutos de caminar por la fábrica, John llegó hasta una sala bastante despejada.

-Está componiendo música triste. No come. Apenas habla. -comentó John, paseando por la estancia, dando una ligera mirada a su espalda -. Solo para corregir a la televisión. -añadió, caminando hacía el interior de la sala -. Yo diría que tiene el corazón roto. -comentó, volviendo su vista de nuevo a su espalda -. Pero en fin, es Sherlock.

En ese momento, y sin que John lo advirtiera, de los laterales de la sala, salió una mujer caminando hacia su posición.

-Son cosas suyas... -dijo John, volviendo su vista hacia el frente, encontrándose a la mujer, dejando de hablar al instante por la sorpresa.

-Hola Doctor Watson. -dijo Irene, parándose frente a él.

-Dígale que aún vive. -le rogó John, tratando de encubrir que su amigo ya no se encontraba deprimido, sino que había encontrado a alguien que amaba.

-Vendría a por mi. -replicó Irene, negando con la cabeza.

-Iré yo si no lo hace.

-Le creo. -dijo ella con una voz melosa.

-Estaba muerta sobre una camilla... sin duda era usted. -le comentó John.

-Las pruebas de ADN no son más que un papel en un archivo. -le replicó Irene.

-Y conocerá al del archivo. -supuso John.

-Sé lo que le gusta, y tenía que desaparecer. -dijo Irene, confirmando las suposiciones de John.

-¿Y cómo es que la veo cuando ni siquiera quiero?

-Cometí un error. Le envié una cosa a Sherlock para que estuviera a salvo, y ahora la quiero. Necesito su ayuda. -replicó Irene.

-No. -le respondió John, negando la cabeza.

-Es por su seguridad.

-¿Y ésto? -le preguntó John de forma retórica -. Dígale que está viva.

-No puedo.

-Bien. Pues lo haré yo. -sentenció Watson con convicción -. Y no la ayudaré. -añadió, caminando lejos de ella.

-¿Y qué le digo? -preguntó Adler, viendo alejarse a John.

-¿¡Qué suele decirle!? ¡Le manda muchos mensajes! -exclamó John, volviéndose hacia ella y caminando hacia su posición.

-Hago lo normal.

-En este caso no hay nada normal. -dijo John.

-"Buenos días.", "Me gusta tu gorra", "Estoy triste, ¿cenamos juntos?", "No tengo hambre, vamos a cenar". -dijo Irene, recitando algunos de los mensaje que había enviado a Sherlock.

-¿Ha... flirteado con Sherlock Holmes? -preguntó John, incrédulo, y al mismo tiempo, preocupado por la reciente relación que Sherlock y Cora acababan de comenzar: podría venirse abajo por culpa de esta mujer.

-Lo he intentado. Nunca contesta. -replicó Irene.

-No, Sherlock siempre responde... a todo. Es el rey de la puntilla. -le comentó Watson a Adler -. Ganaría... a Dios intentando tener la última palabra.

-¿Eso me hace especial?

-No lo sé. Puede.

-No tiene que preocuparse por su amiga. Ella no debe estar celosa. -recalcó Irene, haciendo mención a Cora.

-Ellos... no son pareja. -dijo John.

-Sí lo son. -replicó Irene -. Sherlock no está interesado de forma sentimental en mi, sino en su amiga de pelo rojo. La ama con locura. Yo solo soy una rival formidable para su intelecto, nada más. -añadió con una sonrisa, antes de teclear en su teléfono -. Ya está: "No estoy muerta. ¿Cenamos juntos?" -comentó, enseñándole a John el mensaje que acababa de escribir a Sherlock, para después enviarlo.

-¿Quien puñetas sabe algo de Sherlock Holmes? Pero que conste, y si a alguien aún le importa: yo no soy gay.

-Pues yo sí lo soy. -replicó Irene con franqueza -. Mírenos.

En ese momento, el sonido de un gemido femenino pudo escucharse en el lugar: Sherlock estaba allí y lo había escuchado todo. Ahora se alejaba del lugar, marchándose de allí. John se acercó hasta Irene, con la intención de seguir a su amigo, a lo que ella alzó su brazo en su dirección, deteniéndolo.

-Yo creo que no, ¿y usted? -le dijo a John.


Sherlock se encontraba ahora en las calles de Londres, caminando hacia su piso, con la menta más despejada, pensando en lo ciertas que eran las palabras que Irene había dicho acerca de su interés por Cora y por ella misma: en lo diferente que era lo que ambas provocaban en él: Irene era una rival formidable, una adversaria digna de él, pero Cora... ella era sin duda la pieza que faltaba en su mecanismo. Su complemento. Cuando Sherlock llegó a la puerta del 221-B de Baker Street, se sorprendió al encontrar que la puerta había sido forzada, haciendo que su ceño se frunza, para después abrir la puerta lentamente. Observó que todo estaba en una absoluta calma, los productos de la limpieza aún en el suelo de la entrada, indicando que la señora Hudson no había terminado sus quehaceres. Había marcas en la pared que subía hasta su piso, hacia el lugar en donde había dejado a Cora una hora antes. Dedujo que esas líneas cerca de la escalera, las cuales estaban en la pared las había dejado un zapato al subir de espaldas por la escalera. Había marcas de uñas en la pared, probablemente de la señora Hudson, a quien habían arrastrado escaleras arriba en contra de su voluntad. Con los datos que había deducido, supo con claridad lo sucedido: "La señora Hudson estaba limpiando la entrada cuando estos hombres irrumpieron con fuerza en la estancia, cogiendo a la señora Hudson y llevándola al piso de arriba. Ella gritó un aviso a Cora, quien se encontraba arriba, pero no le sirvió de mucha ayuda, pues los hombres entraron allí poco después". Holmes subió las escaleras con calma y abrió la puerta de la sala de estar de su apartamento. Allí, sentada en una silla, a punta de pistola estaba la señora Hudson, pero... ¿y Cora?

-Sherlock... -dijo la señora Hudson entre sollozos -. Cora está... -indicó un leve rincón tras la mesita del salón, haciendo que el Detective Asesor se fije y logre distinguir el cuerpo de la pelirroja, quien estaba tendida en el suelo -. Lo siento... -musitó la casera.

-No lloriquee señora Hudson. -sentenció Sherlock, volviendo su vista a la anciana -. No le servirá para cortarle el paso a una bala. -añadió mirando al americano quien apuntaba a la señora Hudson, el mismo hombre que había entrado en casa de Irene -. Sería un mundo muy tierno...

-Por favor, lo siento Sherlock....

-Creo que tiene algo que queremos, señor Holmes. -dijo el americano, observando al detective.

-¿Y por qué no lo piden...? -cuestionó Sherlock con seriedad, acercándose a la señora Hudson y observándola con cuidado y mirando sus muñecas.

-Se lo he pedido a su amiga pelirroja, pero no parecía saber nada.... Se ha resistido con gran fuerza, pero al final no hemos tenido otra salida. Tampoco ésta parece saber lo que buscamos. -replicó el americano -. Pero usted sí que sabe lo que le pido, ¿verdad. señor Holmes?

Sherlock observó que la señora Hudson tenía heridas las muñecas, además de que su ropa estaba ligeramente rasgada en los hombros, y le habían propinado un puñetazo en el pómulo derecho. Pudo deducir sin ninguna duda que el americano había sido el causante de todas sus lesiones. También había causado las lesiones de su querida Cora: tenía severos cardenales de golpes en la cara y el pecho, además de tener la ropa también rasgada, pero algo lo hizo enfurecer muchísimo: una herida de bala a la altura de la cabeza, que sangraba profundamente. Sherlock frunció el ceño y alzó su vista para mirar al americano, observando todos los puntos en los que podía hacer un desangramiento limpio, provocando una muerte rápida: Arteria carótida, arteria subclavia, aorta, yugular, cabeza, ojos, arteria, pulmones, y costillas.

-Creo que sí. -le respondió al americano, alejándose de la señora Hudson.

-Ayúdame por favor... -musitó la casera algo atemorizada, pero más calmada al estar Sherlock allí.

-Deshágase de sus chicos. -pidió Holmes, haciendo alusión a los otros dos hombres de la estancia.

-¿Por qué? -preguntó el líder.

-No me gusta que me excedan en número: hay demasiada estupidez en la habitación.

-¡Oh Dios mío...! -exclamó la señora Hudson por lo bajo, impresionada por las palabras de Sherlock.

-Vosotros, al coche.

-Y luego os metéis dentro y os largáis. -les ordenó el detective -. No intentéis engañarme. Sabéis quien soy, y no funciona.

Tras esas palabras, los dos hombres de la sala salieron de la habitación y procedieron a cumplir las ordenes que les había dado Holmes.

-Ahora puede dejar de apuntarme con esa pistola. -dijo Sherlock sin dejar de observar al americano.

-¿Para que me apunte usted?

-No voy armado. -sentenció Sherlock, extendiendo sus brazos y dando un paso hacia atrás.

-¿Puedo comprobarlo?

-Oh, insisto. -comentó Sherlock.

Ante su respuesta el americano se separó de la señora Hudson y caminó hasta Sherlock, comenzando a inspeccionar el interior de su gabardina. Cuando acabó de inspeccionar la parte frontal, el hombre se puso tras Holmes y comenzó a inspeccionar la parte trasera del abrigo, a lo que Sherlock puso los ojos en blanco por unos instantes. Con un movimiento rápido sacó un spray que tenía escondido de forma perfecta y roció los ojos del americano, cegándolo, para después darle un golpe con la frente, dejándolo inconsciente.

-Idiota... -murmuró Sherlock, para después dejar el spray encima de la mesa y acercarse a la señora Hudson para observar su rostro -. Ya pasó, ya pasó...

-Gracias... -dijo ella con una sonrisa -. Ve a ocuparte de Cora...

Sherlock asintió y se acercó con presteza a la pelirroja, cogiéndola en brazos, observando que recuperaba la consciencia pocos segundos después.

-Hey... ¿estas bien? -preguntó a la joven.

-Si... solo estoy algo malherida, nada más... -confesó la pelirroja, palpando su sien, pues aún salía sangre en abundancia.

-Espera... -dijo Sherlock, para después presionar un pañuelo contra su cabeza -. Lo siento. Debería haberme dado más prisa en venir.

-No pasa nada. Al menos has podido obtener la respuesta que esperabas. -le replicó ella con una sonrisa en el rostro.

-Hn, te quiero maldita sea, no me des estos sustos. -le reprendió de forma cariñosa el sociópata, para después darle un beso. Cora simplemente le sonrió y sintió. Tras ayudarla a levantarse, Sherlock la sentó en el sofá, para después proceder a darse la vuelta y mirar al americano con cara de pocos amigos.


A los pocos minutos John llegó al piso, y encontró una nota en la puerta que ponía: "Crimen en curso, por favor, molesten". John observó la nota y tras suspirar entró al piso. Subió las escaleras y se quedó sorprendido al ver al americano atado a la silla (en la que anteriormente estaba la casera), a Cora con un vendaje en la cabeza, a la señora Hudson magullada y a Sherlock apuntando al hombre de la silla con una pistola.

-Por Dios, ¿qué diablos pasa? -preguntó John tras observar aquella escena.

-Un americano ha agredido a la señora Hudson y también a Cora, además de haberle disparado. Estoy restableciendo el equilibrio del universo. -le respondió Sherlock mientras tenía su teléfono móvil en la mano, haciendo una llamada.

-Oh, Cora, señora Hudson, Dios mío ¿os encontráis bien? -preguntó John con lastima y preocupación, acercándose a ambas, para después sentarse con ellas en el sofá.

-¡Que tonta soy...! -dijo la señora Hudson mientras se tapaba la cara con las manos, apenada.

-Tranquila... -dijo Cora, acariciando su espalda, al mismo tiempo que John la abrazaba de forma leve.

-Abajo. -dijo Sherlock, levantándose del sillón de John, aún apuntando al americano -. Llévalas abajo y cuida de ellas. He hecho lo que he podido con la herida de bala de Cora , pero necesitará tu ayuda.

-Vamos... -dijo John, ayudando a la señora Hudson a levantarse. Cora agarró a la casera de la mano y ambas comenzaron a caminar -. Os miraré las heridas.

-Estoy bien... -dijo la casera aún asustada por lo ocurrido. Cora asintió y bajó con ella al piso de abajo.

-¿Vas a decirme qué está pasando? -le preguntó Watson a Holmes.

-Eso espera él. Vete. -le replicó con un tono serio, antes de mirarlo.

John observó al americano con cierta lastima, pues Sherlock estaba claramente enfadado y no iba a ser nada magnánimo. Tras suspirar, asintió y salió de la estancia, para reunirse con las dos mujeres.

-¿Lestrade? Han entrado a la fuerza en Baker Street. Envía a tus agentes menos plastas y una ambulancia. -sentenció, mientras caminaba hacia la mesa y dejaba allí la pistola -. Oh, no, no, no, estamos bien. No, es por el intruso, ha resultado malherido. -añadió con un ligero tono serio -. Ah, unas costillas rotas, fractura craneal,... posible perforación en un pulmón. -le informó, girando su rostro de forma leve hacia el americano con un brillo asesino y satisfecho en los ojos -. Se ha caído por una ventana. -sentenció, antes de colgar el teléfono.

Mientras, John ya había colocado un buen vendaje en la sien de Cora, y ahora estaba ocupándose de la herida del rostro de la casera.

-Uy, como escuece... -dijo la señora Hudson, mientras John le hacía las curas. En ese momento, algo cayó desde el piso superior al pavimento con un fuerte estruendo -. Oh, ha caído en mis cubos... -comentó la casera, antes de escuchar un leve gruñido de dolor por parte del americano, que ahora estaba en la calle.

A las pocas horas, la ambulancia ya había llegado y se habían encargado de llevarse al americano. Lestrade estaba junto a Sherlock, para informarse de lo ocurrido.

-Ya, ya, ya,... ¿y exactamente cuántas veces se cayó por la ventana?

-Ha sido todo muy confuso Inspector... perdí la cuenta. -replicó Sherlock con una ligera sonrisa en el rostro, y un tono malicioso en su voz.

Tras marcharse Lestrade, Sherlock entró en el piso de la señora Hudson, donde John y Cora estaban con ella. El Detective Asesor dio un leve beso a la pelirroja y le sonrió, antes de observar si había algo de comida en el congelador de la señora Hudson, pues tanto subir y bajar para tirar al americano le había abierto el apetito.

-Tendrá que dormir en nuestro piso esta noche. -dijo Cora, intentando tranquilizar a la anciana mujer.

-Hay que cuidar de ella. -dijo John.

-No... -musitó la señora Hudson, aún algo afectada.

-Está bien.

-No, qué va. Mírala. -replicó Cora con algo de preocupación.

-Tiene que irse de Baker Street una temporada. -sugirió Watson mirándola -. Puede irse con su hermana. -añadió, mirando a Sherlock -. Ordenes del médico.

-No seas absurdo. -dijo Sherlock, antes de dar un bocado al panecillo que había cogido del congelador de la señora Hudson.

-¡Está conmocionada, por Dios! -exclamó John -. Y todo por un maldito teléfono con cámara... ¿Dónde está, por cierto?

-En el lugar más seguro. -replicó Sherlock.

-Te lo dejaste en el bolsillo de tu segundo mejor traje, bobo. -comentó la señora Hudson, sacando el teléfono de Irene del interior de su blusa -. Conseguí sacarlo sin que me vieran cuando creían que estaba llorando...

Cora sonrió y acarició el brazo a la señora Hudson. Sherlock cogió el teléfono de la mano de la casera y sonrió.

-Que vergüenza John Watson... -dijo Sherlock acercándose a la casera.

-¿Vergüenza por qué?

-¿Dejar Baker Street la señora Hudson? Inglaterra se vendría abajo. -comentó Sherlock, posando su mano derecha en el hombro izquierdo de la anciana mujer con una sonrisa. La señora Hudson sonrió y tomó la mano de Sherlock con cariño. Era muy cierto: los tres habitantes del 221-B estarían demasiado perdidos y solos sin ella.


Esa misma noche los tres amigos estaban en la sala, platicando acerca de lo ocurrido.

-¿Dónde está ahora? -preguntó John, refiriéndose a Irene.

-Donde nadie buscará. -replicó Cora desde el sofá. Sherlock le dedicó una sonrisa y cogió su violín.

-Lo que hay en ese teléfono son más que fotos... -supuso John.

-Así es. -replicó Sherlock.

-Así que está viva... ¿qué opinas al respecto? -le preguntó Watson a su compañero.

-Feliz Año Nuevo John. -replicó Sherlock, tras escuchar el sonido de las campanadas del reloj -. Feliz Año Nuevo Cora... -añadió, volviendo su vista hacia ella y lanzándole algo: un paquete -. Gracias por el violín.

-¿Violín? -preguntó John, confuso.

-Sí. Cora me había dejado un regalo en mi cuarto, antes de marcharse la noche de Navidad. -replicó Sherlock -. Un Stradivarius.

Cora sonrió y abrió el paquete: dentro había un precioso collar, y dentro de éste había una foto de Sherlock y otra suya. A su lado estaban escritas las palabras: Para siempre.

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