Capítulo 7: La Caída de Reichenbach | -Desolación- |
Cora se encontraba sentada en una pequeña estancia junto a una psiquiatra en un día lluvioso y tormentoso. Su rostro se había vuelto casi totalmente pálido, sus ojos habían perdido su tonalidad carmesí pasando a una tonalidad casi negra, al igual que su cabello, que también había pasado de su usual color cobrizo al moreno.
–¿Por qué has venido hoy, Cora? –preguntó la psiquiatra con un leve tono de cautela, pues la joven que antaño había sido pelirroja tenía una mirada vacía, casi desprovista de emociones.
–¿De verdad necesitas oírme decirlo? ¿Te regocijas por el sufrimiento ajeno? –inquirió la joven con un tono monótono y algo retórico.
–No, claro que no Cora, pero... –la psiquiatra tomó un leve respiro antes de continuar–: Es mejor que intentes-
–Ya sabes por qué estoy aquí. –interrumpió la joven antes de que su voz se quebrara, dejando las palabras que tanto dolor le causaban mudas en su boca–. Estoy porque...
–¿Qué ha pasado Cora? –inquirió la psiquiatra con un leve tono de preocupación, pues la cara de la joven había palidecido aún más.
Cora tuvo que carraspear y tomar pequeñas bocanadas de aire antes de intentar contestar a esa pregunta:
–Sher-... –la joven se interrumpió, pues aún no podía hablar sobre ello. Llevaba guardando silencio desde hacía ya poco menos de tres meses.
–Cora, debes exteriorizarlo. No debes guardar el dolor dentro de ti. Eso solo lo hará aún peor. –le aconsejó la psiquiatra con una voz compasiva.
–Mi mejor amigo, el hombre al que amaba... Sher-... –Cora volvió a interrumpirse una vez más–: Sherlock ha... muerto. –logró añadir con una voz quebrada, mientras sus ojos se desvanecían en un torrente de lagrimas saladas.
Tres meses antes...
–Las cataratas de Reichenbach, la obra maestra de Turner, cuya recuperación debemos al extraordinario talento del señor Sherlock Holmes. –comentó el responsable de la galería en el que el detective y sus dos ayudantes se encontraban, tras haber recuperado el susodicho cuadro.
Un aplauso general estalló entre los presentes a modo de reconocimiento hacia Holmes y sus dos amigos.
–Una pequeña muestra de gratitud... –dijo el responsable de la galería, haciéndole entrega a Holmes de un pequeño paquete rojo, que el detective observó con cierto desinterés antes de cogerlo.
–Gemelos de diamantes... –comentó Sherlock tras deducir el contenido de un solo vistazo–. No uso gemelos. –sentenció con un tono algo aburrido.
–Quiere decir gracias. –intercedió la pelirroja con una sonrisa algo forzada.
–¿Ah, sí? –inquirió Sherlock arqueando una de sus cejas, mientras observaba con una mirada divertida a la joven.
–Sí. Dilo. –sentenció ella, antes de propinarle un leve codazo en la costilla izquierda.
–Gracias...
–Eh, chicos, una foto. –comentó John, tomando a los dos jóvenes por los brazos, posando junto a ellos.
A los pocos días ya se habían hecho eco los periódicos acerca del cuadro de Turner que Sherlock había recuperado, y entre otras cosas, ponían en evidencia a los cuerpos de policía de Scotland Yard, tachándolos poco menos de ineptos.
Al poco tiempo de igual manera, un banquero de gran importancia para el país fue secuestrado, pero claro está, Sherlock y sus dos amigos lograron encontrarlo y rescatarlo.
–Estar de nuevo con mi familia tras una durísima experiencia... es un alivio. –les comunicó el banquero a los reporteros.
–Sherlock, por Dios, intenta calmarte. –le susurró la pelirroja a su novio mientras observaba cómo el detective no paraba de dar leves golpes con su pulgar en el dorso de su entrelazada mano izquierda.
–Debemos agradecer mi liberación a una persona: Sherlock Holmes. –concluyó el hombre del banco con cierto alivio, antes de hacer un gesto con su brazo derecho hacia Sherlock y los otros dos que le acompañaban.
Una vez más, la multitud de reporteros que se hallaban cubriendo la noticia, al igual que la familia del hombre que habían rescatado, estalló en un sonoro aplauso. Al mismo tiempo, el pequeño hijo de la pareja le dio al detective una pequeña caja azul.
–Alfiler para corbata, y no uso. –comentó Sherlock con una voz hastiada, tras agitar de forma leve el paquete.
–¡Shhh! –lo hizo callar John.
Al igual que había sucedido con el caso anterior que habían resuelto, os periódicos no tardaron en hacer pública la noticia de la resolución de éste, y como era de esperar, no perdieron el tiempo criticando de una forma grave a Scotland Yard.
Como era de esperarse de Sherlock, John y Cora, no paraban de resolver casos, por lo que al poco tiempo de haber resuelto el del banquero, ya habían vuelto a la carga.
–Peter Ricoletti, era el primero en la lista de los más buscados por la Interpol desde el 1982. –explicó Lestrade con un tono moderado–. Pues ya lo tenemos. –sentenció con una sonrisa–. Y todo gracias a una persona por darnos las pistas definitivas, con su diplomacia y tacto habituales... –comentó Greg con sarcasmo, arrancando una leve carcajada general en el departamento de Scotland Yard.
–Sarcasmo. –le mencionó la pelirroja al detective en voz baja con algo de seriedad, pues estaba observando los satisfechos rostros de Donovan y Anderson, cosa que no le hacía ninguna gracia.
–Sí...
–Es entre todos. –le comentó Lestrade a Holmes, antes de entregarle un paquete con una gran sonrisa en el rostro.
Sherlock esta vez decidió no deducir lo que había dentro del paquete, optando por abrirlo. Cual no fue su sorpresa al encontrar la gorra con la que había sido fotografiado con anterioridad, mostrando en su rostro un disgusto palpable, que no hizo sino aumentar cuando los reporteros comenzaron a rogarle que se lo pusiera.
–Vamos Sherlock, pontela. –le pidió Lestrade con una sonrisa de satisfacción que él y todos sus demás compañeros compartía, pues como Cora pudo deducir de Donovan y Anderson, aquello serviría para devolverle al detective todas aquellas veces en las que habían criticado al departamento y los habían calificado de incompetentes.
–No te hagas rogar. –comentó John en un tono bajo, pero algo divertido de igual manera.
Sherlock miró a su novia en busca de alguna salida, pero la joven se limitó a encogerse de hombros y dedicarle una mirada que parecía decir no tienes alternativa. Tras suspirar profundamente, el detective obedeció las súplicas de los reporteros y se puso la gorra, comenzando de nuevo un estruendoso aplauso y ovación.
Al poco tiempo de que se resolviera ese caso, el detective se encontraba en el 221-B de Baker Street junto a Cora y John, quienes estaban sentados en el sofá.
–¡Lumbreras! ¡Sherlock Holmes "El Lumbreras"! –exclamó Sherlock mientras entraba en la sala de estar con un gran enfado, y estampaba con un golpe el periódico en la mesita frente al sofá.
–Todos tenéis uno. –comentó John con un leve tono de comprensión, mientras él y la pelirroja se inclinaban hacia delante para coger el periódico y leer la noticia.
–¿Un qué?
–Un mote, Sherlock. –replicó la pelirroja mientras Sherlock pasaba por su lado, antes de que éste le acariciara el rostro de forma suave y leve.
–Tranquilo, seguro que Cora y yo tampoco nos libramos... –comentó John.
–Página 5, sexta columna, primera frase. –sentenció Sherlock a toda velocidad, pues él ya había ojeado el periódico, a lo que Cora y John se pusieron a observar atentamente la quinta página–. ¿¡Por qué ponen siempre la foto del sombrero!? –exclamó Holmes aún enfadado mientras golpeaba la parte interior del gorro que los agentes de Scotland Yard le habían obsequiado.
–¿¡"El Solterito" John Watson!? ¿¡"La Novia" Cora Izumi!? –exclamó John mientras leía los nombres que la prensa les había adjudicado–. ¿Qué puñetas insinúan?
–¿Qué tipo de gorro es este? –se preguntaba Sherlock en voz alta, sin apenas prestar atención a sus dos amigos–. ¿Es una gorra? ¿Por qué tiene dos viseras?
–Gorra de cazar. –corrigió John, interrumpiendo a su amigo antes de retomar la lectura del periódico–. "Visto frecuentemente en compañía del solterito John Watson y la encantadora novia del detective, Cora Izumi".
–¿Se caza con una gorra? ¿Cómo? ¿Tirándosela al animal? –inquirió Sherlock con ironía, mientras hacía un leve gesto de lanzar la gorra.
–"John Watson, que no está casado, y Cora, que parece tener solo ojos por el famoso detective, de cuyo pasado no se conoce nada..." –leyó John en voz alta.
–¡Como un frisbee de la muerte!
–Esto es demasiado. Debemos tener cuidado. –comentó John con un tono preocupado.
–¡Tiene aletas... para las orejas! –comentó Sherlock, aún enfrascado en la gorra–. ¡Es un gorro orejero! –exclamó Sherlock antes de lanzar la gorra hacia John, quien la cogió al vuelo.
–¿A qué te refieres con cuidado, John? –preguntó la pelirroja con algo de cautela.
–A que esto ya no es una gorra de caza, es una gorra de Sherlock Holmes. A que no es un detective privado precisamente, Cora. Está a esto de ser famoso. –explicó John con un tono serio mientras hacía un leve gesto con su pulgar e índice, indicando una corta medida.
–Oh, ya se pasará. –dijo Sherlock con un aire aburrido mientras tomaba del brazo a la pelirroja, y la sentaba en su regazo, mientras que él se sentaba en su sillón.
–Más vale que pase. La prensa se hará eco Sherlock, como siempre, y el afectado serás tú. –comentó John con un tono ligeramente preocupado, a lo que Sherlock y Cora lo miraron.
–Sí que te preocupa... –dijo Sherlock.
–¿Qué?
–El qué dirán. –sentenció la pelirroja.
–Sí.
–Sobre mi. No entiendo: ¿por qué te molesta?
–No me preocupas solo tú, Sherlock. También Cora podría salir malparada de todo este asunto, y ambos lo sabemos. Incluso ya se han hecho eco de vuestra relación... –se explicó el doctor.
–Solo son suposiciones, no creo que-
–Sherlock, por amor de Dios, Cora es objeto de todas y cada una de las miradas de los reporteros solo por ser tu interés amoroso, ¡deja de tomártelo a broma! –interrumpió John, acallando al detective–. Mycroft ya sabe acerca de sus habilidades, y sería muy peligroso que la prensa supiera de ello... ¿No lo ves? ¡Podrían hacer cualquier cosa con ella una vez se supiera!
Cora por su parte se encontraba con la cabeza gacha, pues sabía perfectamente que John tenía toda la razón: si sus poderes se hicieran públicos, quien sabe lo que podría depararle el futuro. Quizás un confinamiento en una base supersecreta del Gobierno Británico, soportando más y más experimentos... Ante aquellos pensamientos la joven cerró los ojos algo angustiada mientras que se tensaba de forma casi imperceptible. Al notar esto, Sherlock la atrajo un poco más a él y la abrazó, pues no deseaba que la apartaran de su lado.
–Procura pasar desapercibido. Búscate un caso simple esta semana. –le pidió John mientras apartaba la gorra y cogía de nuevo el periódico–. No salgas en los periódicos.
A los pocos minutos, John decidió salir para airearse un poco de todos esos ajetreados reporteros, dejando a la pareja en la casa. Cora suspiró tras la marcha de John, a lo que Sherlock la observó con su rostro algo fruncido.
–¿Qué ocurre Cora? –preguntó el detective.
–No es nada, es solo que... Siento como si algo fuera a ocurrir, algo horrible. –le explicó la joven con una voz preocupada mientras Sherlock la abrazaba.
–Nada malo va a ocurrir querida, ya verás como todo irá bien. –le comentó Sherlock con la esperanza de consolarla un poco.
–Pero ya he tenido antes esta sensación... Y siempre se cumple.
–Pues entonces tendré que distraer tu mente de esas preocupaciones... –dijo Sherlock con una sonrisa algo traviesa mientras besaba a su novia de improviso, para después tomarla en brazos y caminar con ella hasta su cuarto. Una vez allí, la colocó encima de su cama, antes de comenzar a besarla una vez más. En ese momento un pequeño tono llegó al teléfono de Sherlock, alertando de un mensaje.
–Sh-sherlock, tu teléfono... –dijo la pelirroja entre leves gemidos y jadeos, mientras sentía como Sherlock la despojaba de su camisa, para después tirar la prenda por la habitación.
–Mm. No para de hacer eso. –replicó el joven sin tan siquiera prestarle más atención, mientras la pelirroja también lo despojaba de su camisa, para después tirarla también.
El detective volvió a besar a su novia de forma más intensa, a lo que la joven correspondía con igual afecto. Entretanto, en esa sesión de besos, ambos se habían despojado de sus ropas por completo.
–¡Sherlock! –exclamó la pelirroja, haciendo que su querido novio sonría, pues cada vez que tenían la oportunidad de estar juntos de aquella manera, sus cuerpos como uno solo, Sherlock adoraba que Cora dijera su nombre, y esa vez no sería diferente, pues la haría clamar su nombre una y otra vez.
Aproximadamente una hora y media más tarde, ambos jóvenes estaban abrazados de forma afectuosa mientras recuperaban el aliento.
–Te amo, Sherlock. –dijo la pelirroja, observando esos ojos verdes que adoraba.
–Yo también te amo, Cora. –replicó él mientras la besaba una vez más.
A los pocos segundos, el teléfono de Sherlock volvió a sonar, a lo que la pelirroja sonrió y tras dar un beso en la mejilla a Holmes, se sentó en la cama y cogió el teléfono en sus manos. La joven decidió abrir el mensaje, pero lo que leyó en la pantalla la dejó sin hala y completamente pálida al instante:
Ven a jugar.
Tower Hill.
Jim Moriarty x.
–¿Querida? ¿Qué ocurre? Tu rostro ha palidecido... –preguntó Sherlock algo preocupado, mientras se sentaba en la cama y observaba la cara de su amada.
–Ha vuelto... –logró musitar la pelirroja de ojos carmesí antes de mostrarle el mensaje a Holmes. Mientras lo iba leyendo, Cora pudo ver como los ojos de su novio se abrían de forma ligera con pasmo y preocupación, antes de recostarse de nuevo en la cama.
–Bueno, creo que esto no se puede calificar como un caso simple... –comentó la pelirroja en un esfuerzo por aparentar calma, mientras se recostaba de nuevo junto a Sherlock. El Detective Asesor sonrió ante el comentario de la detective y la aproximó a él.
–No temas. No dejaré que te haga ningún daño. Te lo prometí, ¿recuerdas? –susurró Sherlock con una voz casi ronca mientras acariciaba el suave cabello de Cora–. Por ahora debemos prepararnos. Dile a John que nos reuniremos en Tower Hill.
La joven de orbes carmesí asintió, y tras vestirse junto a Sherlock, decidió mandarle un mensaje a John acerca de lo sucedido. Éste replicó que los vería allí.
Más tarde, Cora ya había llegado junto a Sherlock a Tower Hill, donde John y Lestrade los esperaban. Tras unos instantes, se encontraban observando una grabación de seguridad de la sala en la que se exponían las joyas de la corona, sala en la que Moriarty había entrado, y donde había sido detenido por Scotland Yard.
–Ese cristal es más duro que el de un banco... –comentó Lestrade algo sorprendido, pues aparentemente, Moriarty había sido capaz de romperlo con suma facilidad.
–No más que el carbono cristalizado. –intercedió Cora con seguridad–. Usó un diamante.
Sherlock asintió y observó como Lestrade avanzaba la grabación desde otra de las cámaras, al otro lado del cristal. La grabación se rebobinó, los trozos de cristal regresando a su sitio mientras que Moriarty alejaba el extintor que había usado para romperlo. Ahí en el cristal, podía verse una frase:
Traed a Sherlock
John y la pelirroja volvieron sus miradas hacia el Detective Asesor, pero éste parecía estar absorto en la pantalla. Cora regresó sus ojos carmesí a la grabación de seguridad y un escalofrío recorrió su cuerpo: ¿qué as tenía bajo la manga ese maníaco esta vez?
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