Capítulo 1: | -Sherlock Holmes, John Watson y Cora Izumi- |
Una joven se encaminó hacia Baker Street, en Inglaterra. Hacía poco tiempo desde que había regresado a su casa y para su sorpresa, se había encontrado con que estaba desempleada, pues, sus compañeros la daban por muerta, debido a que su estancia en Japón se había prolongado más de lo previsto y, tras pasar dos años allí, no había mantenido ningún tipo de contacto con sus familiares u amigos. Asimismo, había perdido su piso, por lo que se veía en la necesidad de buscar otro lugar donde residir. La muchacha tenía 30 años, cabello carmesí y ojos escarlata brillantes. Vestía con una camisa blanca abotonada, corbata negra lisa, chaqueta negra abotonada, falda plisada corta de color negro, medias de color beige y zapatos de tacón de color negro. La joven suspiró, pues sin duda alguna, necesitaba un nuevo trabajo. No quería recurrir a sus padres, pues ellos no estaban en una buena posición económica, siendo ella la que en algunas ocasiones, les suministró en el pasado algo de su sueldo. Aquella mañana, había estado ojeando el periódico y encontró un anuncio en el que se ofrecía un trabajo a la altura de sus expectativas, el cual podría ayudarla a salir adelante. No se detallaba el salario, más la joven se decidió a buscar un trabajo a tiempo parcial en caso de que fuese bajo. Por consecuencia, estaba ahora encaminándose a Baker Street.
Tras llegar a Baker Street, tocó varias veces la puerta de la vivienda 221. Al cuarto toque, una mujer ya entrada en años, le abrió la puerta:
–Disculpe, ¿es éste el 221 de Baker Street? ¿Dónde se busca un ayudante? –preguntó la pelirroja lo más educadamente que pudo.
–Si querida, estás en el lugar adecuado. –afirmó la mujer–. Pasa querida, pasa, Sherlock estará encantado de conocerte... –dijo de forma amable, invitándola a entrar–. O eso espero. –masculló para sí–. Por cierto, soy la Sra. Hudson, la casera. Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo. –añadió sonriendo.
–Gracias, Sra. Hudson. –indicó, tras pasar al vestíbulo–. Por favor, dime –se atrevió a tutearla, como ella había hecho–: ¿Cómo es Sherlock Holmes?
–Oh, bueno, creo que será mejor que te formes tu misma una impresión sobre él y John, querida. –replicó la Sra. Hudson con una risa divertida.
–¿John? –inquirió confusa, pues en el anuncio solo estaba el nombre del Detective Asesor, cuya reputación la joven conocía por el blog que éste escribía y por rumores en las calles.
–Oh, sí. Es el compañero de piso de Sherlock. –respondió la Sra. Hudson con una sonrisa-. Es muy afable, y un doctor excelente.
La señora Hudson la guio por una escalera hasta el piso superior, en el rellano, donde había una habitación: tocó la puerta de ésta, y tras recibir una especie de gruñido molesto cómo respuesta, la mujer abrió la puerta, e indicó a la joven que pasara:
–¿Qué demonios quiere ahora señora Hudson? ¡¿No ve que John y yo estamos muy ocupados?! –gritó uno de los hombres que había dentro de la sala de estar: era bastante apuesto, pelo castaño y rizado, ojos azules-verdosos, y tez algo pálida. Tenía un traje negro, con una corbata. Era bastante joven, ya que no tendría más de 34 años. Éste hombre estaba recostado en un sillón y en su boca se dibujaba un gesto de desagrado.
–Señora Hudson, ¿quien es ésta joven? –preguntó el otro hombre de la estancia. Éste, tenía el pelo rubio, sus ojos siendo de un color azul océano, los cuales expresaban amabilidad. Era un poco más bajo en comparación con su compañero. Vestía unos vaqueros junto a una chaqueta marrón y también se encontraba recostado en un sillón.
–Bueno, ésta joven ha venido por el anuncio del periódico, John... –dijo la casera, mientras sonreía cálidamente a la joven, quien se sentía incómoda, ya que el otro hombre no dejaba de observarla... Era cómo si la estuviera analizando minuciosamente.
Había escuchado rumores sobre sus habilidades deductivas, y se debatió sobre si debería dejar que la dedujese o no, optando al final por comprobar si los rumores eran exagerados. La señora Hudson, la dejó a solas con los dos hombres, y la pelirroja abrió la boca, a punto de decir algo para presentarse cuando el detective la interrumpió, como ya había anticipado que lo haría, pues estaba claramente impaciente.
–Pérmiteme ahorrarte las presentaciones Srta. Izeras. Veo que eres una joven con unos rasgos bastante fuera de lo común, ya que la tonalidad de tu cabello y ojos es algo antinatural, más si destacamos la de tus ojos. Debo deducir que naciste con esa tonalidad, siendo uno de los pocos y raros defectos genéticos en el mundo, aunque habría sido más común en alguien que sufriera de albinismo, no siendo tu caso. –indicó el joven, comenzando a realizar una rápida deducción sobre su invitada–. Acabas de llegar de China si no me equivoco, donde has estado trabajando. Un trabajo que pudiera ajustarse a tu salario, dado que solo has podido permitirte cuatro taxis y un avión para venir aquí, y teniendo en cuenta que has tenido que venir desde China, encontrándote sin trabajo y debido a tu singular situación, solo puede ser el de periodista. Por lo trabajadas que tienes las manos, puedo decir sin equivocación que tocas algún instrumento, de forma más concreta, uno de cuerda , como lo sería el contrabajo. Por tus ropas deduzco que vienes de una familia adinerada, que además pagó tu educación. De igual manera, por la forma en la que hablas diría que en parte tienes muy en cuenta lo que la gente piensa de ti la primera vez que te ven... –dedujo el joven, mientras su compañero le lanzaba miradas asesinas.
–Sherlock. Basta, la estas asustando. –dijo Watson mientras miraba a la mujer de ojos escarlata, quien se sorprendió por un segundo, manteniendo su silencio.
–Espera John, aún no he terminado –le dijo el sociópata a su amigo–. También has estudiado psicología, parapsicología, defensa personal, armamento. Eres hija única, puesto que de tener hermanos, habrías recurrido primero a ellos y pedido su ayuda, en vez de buscar por tu cuenta un nuevo trabajo. –continuó el Sherlock haciendo caso omiso a su compañero de piso–. Para concluir mi análisis, deduzco que eres una romántica, mas eso te impide ser realista en cuanto a ciertos asuntos de la vida y a la sociedad actual. –finalizó el joven–. He de decir, que tu perfil es muy completo... –alabó antes de suspirar, sonreír y guiñarle el ojo–. Un placer, soy Sherlock Holmes, Detective Asesor -se presentó–. Bienvenida a Baker Street. –añadió, concluyendo su análisis sobre la joven que tenía frente a él.
–Encantada Sr. Holmes, Sr. Watson,... –dijo la de cabello carmesí, mientras se inclinaba levemente en señal de respeto, antes de erguirse y mirar a Sherlock con una sonrisa algo confiada–. Por favor, llamadme Cora –indicó antes de continuar–. Sr. Holmes--
–Por favor, llámame Sherlock. –la interrumpió el aludido.
–Sherlock, se amable –le recordó el doctor–. Puedes llamarme John.
–Bien pues. Como iba diciendo, Sherlock, veo que tu reputación te precede –comentó con una sonrisa, provocando que el detective sonriese con orgullo–. Pero me temo –continuó, la sonrisa del sociópata borrándose ante sus siguientes palabras–, que has cometido varios errores en tu deducción sobre mi. Por tanto, deja que me presente: me llamo Cora Izumi, he estado dos años en Japón, no en China, y mis compañeros, familiares y amigos me creían muerta porque estuve involucrada con la Yakuza. –explicó, comenzando a rebatir las deducciones del Detective Asesor–. Mi trabajo anterior no era el de periodista, sino docente, aunque siendo sincera, siempre me ha interesado otra rama de estudios y trabajo: la criminología, psicología, parapsicología, defensa personal, y armamento. En cuanto a la pigmentación de mis ojos estás en lo cierto. Nací con ellos y han sido la causa de varias disputas a lo largo de toda mi vida, pero no me preocupa lo que la gente piense de mi en absoluto. Estoy orgullosa de cómo soy, y nadie me haría cambiar de opinión. –se reafirmó con confianza–. De hecho, sí que toco un instrumento, sin embargo no se trata del contrabajo, sino del violín. No vengo de una familia adinerada, sino de una muy humilde, ya que mis padres no se encuentran en una buena situación económica, habiéndoles suministrado yo en el pasado parte de mi sueldo. Sin embargo, ellos se esforzaron en darme la educación que, según ellos, merecía una hija suya. –explicó ella, ganándose una mirada sorprendida por parte de John y un ligero escrutinio por parte de Holmes–. Y sí, según lo que estás ahora observando sobre mi, no soy del todo corriente. De hecho, estaba debatiendo conmigo misma si debería dejar que me dedujeses, ya que puedo evitar que otras personas averigüen cosas sobre mi.
–Brillante –musitó Sherlock.
–Increíble. –dijo John.
Sherlock se la quedó mirando un rato hasta que decidió volver a hablar:
–Bien. Creo que ya tenemos suficientes evidencias de que eres la indicada para el trabajo, Cora. –le dijo con un tono suave–. De hecho, estaba pensando que, debido a que también has perdido tu piso, podrías venir a vivir aquí, al 221-B. Hay una habitación que se usa para almacenaje, aunque ahora está vacía, por lo que podría servir. –propuso–. De ésta manera, nos será más fácil mantenernos en contacto y tendrás un lugar en el que vivir de forma inmediata: todo son ventajas.
–Sherlock, no puedes convencerla por las buenas de que se mude con nosotros, seguro que prefiere mil veces el vivir con sus padres, a vivir con dos extraños, que además acaba de conocer... –dijo John, mientras se levantaba del sofá y miraba a la joven con amabilidad.
Después de pensárselo unos segundos y valorar todas las opciones, Cora decidió responder:
–Está bien Sherlock, acepto tu propuesta. –replicó mientras le estrechaba la mano con una sonrisa.
Pasaron unas horas platicando y Cora averiguó unas cosas muy interesantes sobre los dos hombres: John había estado de servicio en Afganistán, pero había sido repatriado debido a una lesión. Sherlock era un joven que se autodenominaba como un sociópata altamente funcional, siendo su inteligencia su característica más notable, además de su brusquedad para tratar con otras personas. Asimismo, no le gustaba estar sin hacer nada durante mucho tiempo. Tocaba el violín para agilizar su proceso mental, y en algunas ocasiones (como John le dijo), hacía uso de la cocaína para no aburrirse. A la joven le resultó fácil entablar una rápida amistad con los dos hombres, así como encontrar puntos en común con Sherlock, además de que ella no encontraba su actitud demasiado molesta, sino que parecía agradarle (cosa que dejó sorprendido a John). También descubrió que Sherlock no tenía amigos aparte de John, pero parecía que ella le provocaba cierto interés, por lo que deseó poder convertirse también en amiga suya, además de en su compañera de trabajo. Ella optó por contarles algunas cosas sobre sí misma: había sido adoptada por sus padres a una edad temprana. Lo sabía, por que sus padres se lo habían dicho cuando cumplió los diecisiete. Sin embargo, Cora recordaba en algunos momentos que el lugar del que ella procedía, aunque estaba empañado por tinieblas en su mente, una palabra aún recurrente en su mente, se incendió. Solo quedaron ella y tres niños más.
Sherlock escuchaba la historia de la joven muy interesado, hasta que la señora Hudson los interrumpió.
–¡Sherlock! ¡Acaba de venir el Inspector Lestrade! –gritó la señora Hudson desde la escalera.
Al entrar el Inspector Lestrade, éste le dio al Detective Asesor toda la información referente a los últimos cuatro suicidios. En el último de ellos había aparecido algo inusual: una nota. En cuanto Lestrade se marchó, Sherlock (quien hasta en ese momento se había mantenido sereno), esbozó una sonrisa de diversión:
–Mm... ¡Magnifico! –gritó el sociópata de cabello castaño mientras saltaba de alegría, literalmente–. ¡Si! Ah... Cuatro suicidios en serie y ahora una nota. Ohhh, ¡es Navidad! Señora Hudson, no me espere levantada, llegaré tarde, y con hambre, seguro. –dijo Sherlock mientras entraba en su cuarto para cambiarse.
–Cora, ¿vienes con nosotros? Sería una buena idea que comenzaras a familiarizarte con nuestro trabajo. –comentó John mientras miraba a la pelirroja, quien en ese momento, tenía los ojos como platos debido a la reacción de Sherlock–. Eso si no te molesta, claro. –añadió en un tono amable.
–Claro John –replicó al fin tras parpadear y salir de su estupor–, será divertido... –añadió Cora mientras miraba al doctor a los ojos y esbozaba una leve sonrisa.
Cuando Sherlock salió de su cuarto tras prepararse, sonrió: tenían un nuevo caso y ahora, podría poner a prueba las habilidades deductivas de Cora...
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