Mi Hilo Rojo Con Un Dragón
La oscuridad menguante al poco rato dio paso a un hermoso amanecer en la comarca. El lugar parecía absorto, como siempre, en su propio y único mundo, el cual no tenía mucho qué tratar con aquellos forasteros que de vez en cuando se aventuraban a cruzar las zonas limítrofes; aquellos gorditos y afectuosos medianos aparecían de sus agujeros para rondar por todo el vasto y bello lugar, comprar el almuerzo o simplemente pasar una bella y calurosa mañana en compañía de otros fumando un poco o bebiendo.
El resplandor tenue del amanecer se adentró por las tan amadas ventanitas de Bolsón cerrado. Algunos mapas y en especial, un pedazo de listón rojo, reposando en una empolvada mesa, fueron resaltados por la luz. Un joven y curioso Frodo de unos quince años tomó el mapa de Erebor en manos, siempre le traía gratos recuerdos las ocasiones en las que su tío le contaba cuentos en la noche con el afán de adormecerlo; la mayoría hablaba de su aventura por la montaña solitaria. Frodo sonrió estudiando con una fugaz mirada todo el mapa.
Bilbo entró a la habitación y se percató del interés de su sobrino en el objeto. No pudo sino bufar ante la imagen. Lo arrancó de sus manos, junto con el listón, siendo amable pero un poco gruñón. Típico de un hobbit como lo es el pequeño Bilbo Bolsón.
—Estaba viendo el mapa —dijo Frodo caminando tras su apresurado tío, intentando reprimir una carcajada.
—¿Sí? No me pareció eso. Bueno, ni modo —defendió el hobbit de rulos castaños claros—. Ahora no es momento para echar una mirada al pasado. Frodo, a duras penas ha amanecido y ya estás de curioso. No puedo decir que eso no sea malo, pero ahora es inoportuno.
Sus pasos los llevaron a la cocina donde muy cerca del pan, dejó el mapa y listón, aquel par de cosas que a veces le provocaban un par de lágrimas. Bilbo movía de un lugar a otro sartenes, especias y demás condimentos. No tenía tiempo para lamentarse, eso ya lo había hecho en su momento.
La noche anterior había preparado un poco de sopa de arroz, por lo que ahora sólo le hacía falta freír un pedazo de carne y una que otra verdurita.
Frodo se recargó en la mesa, cruzado de brazos, pero con expresión curiosa y divertida.
—Pippin me ha contado algo, Bilbo. Quise preguntar un poco, pero dijo que tú sabías mucho más que él —dijo frodo mientras tomaba asiento.
—Ese Peregrin. Muchacho, te lo digo, ese chico es incluso más problemático de lo que yo fui en mi vieja juventud —respondió Bilbo ladeando un poco la cabeza. Colocó las carnes en la sarten y en el momento, el típico chisteo de ésta hizo acto de presencia —. ¿Qué dijo ese pillo? Nada bueno, he de suponer.
Frodo se echó a reír. Por toda la comarca eran conocidas dos cosas; Bilbo, el hobbit del cual se corría el rumor que tenía un botín tan enorme como su casa. Pero para Bilbo Bolsón no había tesoro más valioso que ese pequeño trozo de listón carmín. Y Peregrin, un pequeño travieso hobbit que sabe salirse con la suya con su encanto y ternura; tan escurridizo y ocurrente como un niño de cinco años.
Los platos fueron colocados uno tras otro. Eran grandes, tan grandes como para dos rechonchos hobbits. Bilbo tomó asiento y después de haber agradecido por los alimentos comenzaron a comer. Los silencios que se intercalaban entre carraspeo o los "hump" de Bilbo eran confortantes.
—Me habló sobre una vieja leyenda. No es propia de la comarca y desconozco dónde o cómo escuchó hablar de ella —dijo Frodo, bebió un poco—. Me contó la historia del listón rojo.
—¡Bah, esas son historias para niños de dos años! —reprochó Bilbo. Ni bien lo hizo, vagos y dolorosos recuerdos le asaltaron la memoria haciendo de su nuez un divertido baile—. ¿Tú por qué querrías saber algo así?
—Mera curiosidad, Bilbo —soltó el azabache devorando un delicioso pan que antes desfilaba en la ventana de la izquierda—. Entonces, ¿la historia es tal y cómo él me la contó? Que todos, al momento de nacer llegamos a la vida con un listón rojo atado a nuestro meñique y que esta cuerda, como le plazca al destino, nos llevará con nuestro amor predestinado. ¿Es cierto Bilbo?
Así fue como el resumen de aquella vieja leyenda, quizá que data de los días antiguos de Beren y Luthien, refrescó la añeja memoria del Hobbit que comenzaba a sentir los años sobre su espalda. Un par de ojos ocres dominantes y arrogantes cruzaron su corazón y no pudo más que sentir un fuerte dolor en el pecho, como si fuera una combinación de anhelo y sufrimiento. Él, más que nadie, sabía que esto no era una simple leyenda, que era tan real como lo elfos y que, ciertamente, incluso Frodo tiene su verdadero amor ya destinado. Bilbo guardó silencio, perdiendo la vista en aquel plato lleno de uvas y no volvió en sí hasta que Frodo le pasó la mano enfrente de la fruta.
—Bilbo —Frodo llamó con un tinte de preocupación—. ¿Estás bien? A lo mejor y no debí haberte preguntado. Lo siento, no era mi intención.
Bilbo negó, aún un poco perdido, pero después levantó su mirada para encontrarse con el semblante joven y pulcro de Frodo. Sonrió ligeramente y alejó del menor toda preocupación.
—Estoy bien, muchacho —inquirió tragándose sus sentimientos—. Sí, es cierta tal y justo como él te la contó, pero, dudo que ese niño tenga a alguien predestinado ¿quién se ataría una vida a alguien tan tonto?
Frodo rió con un poco de comida en la boca, a lo que Bilbo lo observó con severidad. Ambos terminaron riendo y cuando el primer almuerzo hubo acabado, Frodo se despidió de Bilbo avisando que iría a la cuaderna del este a pasar un rato. Desconocía cómo, pero por suerte Bilbo se había salvado de dar explicaciones a ciertas preguntas como: ¿a tú edad ya conociste a la persona con la que compartes el listón?
A lo que Bilbo, sabiendo que el mentir no está dentro de su vocabulario, diría que sí. Sin embargo, el tener el listón justo en sus manos, el poder palparlo con esos arrugados dedos, no podía ser algo bueno y mucho menos tan fácil de contar. Recogió los platos con esas afiladas mejillas y socarrona sonrisa en su mente, lavó la vajilla y después, habiendo comido unas pequeñas galletas como aperitivo, se dirigió a una de las tantas habitaciones del agujero: le apeteció dormir un poco.
A eso después de haberse decidido por no darle tantas vueltas al asunto, Bilbo recostado se llevó el antebrazo a sus ojos, cerró los mismos y dejó salir un apesadumbrado suspiro. Un par de lágrimas se resbalaron por sus cachetes y sin poder evitar reprimir sus sollozos, llamó al nombre de Smaug antes de caer dormido.
Parpadeó un poco observando el techo, pensando en aquellas palabras que alguna y única vez formuló en toda su comodona vida.
No estaba seguro sí estaba despierto o sí ya dormía, pero ese sueño aterrador lo invadió prontamente. Sintió sus miembros pesados y como aquella vez, un terror indescriptible se apoderó de todos sus sentidos. Cerró los ojos ejerciendo fuerza y la mueca que había formado, poco a poco decreció para después caer en un profundo e inquieto sueño. Lo primero que invadió a su memoria somnolienta fue el recuerdo de una noche, mucho antes de llegar a Erebor y haber conocido a Smaug, donde el sol perecía en el oeste y las sombras en el bosque se alzaban arrogantes por sobre ellos. Habían caminado mucho aquella vez y Thorin, sintiendo la frescura en su piel de una deliciosa noche, mandó a sus enanos a descansar donde mejor les pareciera.
Esa noche Bilbo la recuerda como sí hubiese sido ayer, como sí Thorin no hubiese muerto y con él, sus dos y carismáticos sobrinos. El color carmín en el rostro de unos pocos enanos y la crepitación de la fogata hundía aún más el pecho del Bilbo durmiente. Esa vez él había ido a descansar temprano, dormir un poco antes de que llegara su turno de vigía, empero unas risas, las risas tan conocidas y pegajosas de Fíli, lo despertaron.
Una vez con la vista un poco borrosa, bufó y se levantó para encontrarse con Fíli riendo, Kíli haciendo de las suyas y Bombur comiendo, como era su costumbre. El saqueador bostezó y levantó sus brazos para estirar su espalda. Dormir en el piso de un bosque no siempre es tan lindo y cómodo como uno lo imagina al tener ocho años.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Bilbo haciendo unas muecas agraciadas.
—Oh, ¿lo despertamos, señor Balsas? —Kíli fue el primero en responder, y lo hizo con esa burla tan característica de él.
Fíli golpeó a su hermano por los hombros. Mientras, Bombur seguía en lo suyo, poco o nada le interesaba al gordo unirse a la plática de los jóvenes.
—Es Bolsón, ¿Cuándo piensas recordarlo? — gruñó Fíli, divertido. Hizo una suave reverencia, procurando cuidar su tono de voz para no despertar a los otros—. Sentimos mucho haberlo despertado, señor Bolsón. Intente de nuevo, ya lo dejaremos dormir.
Bilbo bufó, sabía que no era cierto y que dentro de unos quince minutos algo más volverían a hacer como para perturbar no sólo su sueño, sino también el de Balin o Thorin. Se arrastró hasta quedar en medio de los dos hermanos y cruzó las piernas para más comodidad.
—Dudo que pueda volver a encontrar descanso tan próximo a ustedes dos —dijo riendo con un dejo de decepción. Kíli le sirvió un poco de agua caliente y se la pasó—. Mejor confiesen ahora —bebió un poco y pronto sintió una dulce calidez dentro de sus entrañas—. ¿Qué se estaban tramando?, ¿De qué hablaban?
Y las sonrisas y miradas de complicidad de esos dos hermanos aún jóvenes para emprender esa aventura, se le marcaron en la piel. Siempre era deprimente recordar a Fíli y Kíli, dos jóvenes enanos que pudieron haber hecho incluso más por los de su sangre.
—Oh, nada importante señor Bolsón —atinó Fíli restándole importancia, pero Kíli se mostró indignado.
—¿Cómo que nada importante? No le crea —exclamó el enano castaño tapando la boca de su hermano—. Muy importante diría yo; le estaba contando a mi hermano una antigua leyenda que un viejo amigo me contó.
Fíli mordió la mano de su hermano y aprovechó el grito de dolor de Kíli para dirigirse a Bilbo, quien, por cierto, no sabía sí mirar a la izquierda o derecha:
—Y es tan vieja como ridícula, ¿puede creerlo? —dijo Fíli abriendo un poco los ojos.
—Ya veré sí creerla o no en cuanto alguien tenga el interés de contarla de nuevo —fue lo que un tierno y curioso hobbit respondió.
Fíli bufó cruzado de brazos, a diferencia de su hermano, él no creía en cuentos de hadas y mucho menos en esos de romance sin lógica alguna. Mientras Kíli, emocionado por poder contar por una quinta vez en el día (antes de Fíli y Bonbur, fueron Gloin, Nori y Ori, sus primeras víctimas), echó un poco más de leña al fuego y reafirmó su lugar. Se llevó sus gordas manos a las rodillas y se echó a reír.
—Verá señor Bolsón —se preguntó internamente sí está vez lo había dicho bien. Apuntó al pequeño hombre con su dedo índice—. Se ha dicho, desde los días antiguos, que cuando llegamos a la vida tenemos un cordón rojo como la sangre y el sol al ocultarse por las colinas, atado a nuestro dedo meñique.
El hobbit se miró su dedito, pero no le pareció, a tan baja luz, ver algún cordón atado. Bueno, quizá Fíli tenía razón y todo esto era una pérdida de tiempo, pero la expresión del enano castaño lo invitaba a escuchar toda la historia. Algo pareció salir de sus labios, pero nadie logró entenderlo.
—Se le llama el hilo rojo —continuó Kíli meciéndose de emoción en su sitio—. El hilo rojo del amor, sí así te parece el nombre. Se supone que nuestro extremo está conectado a otro, con otra persona la cual sería tu verdadero amor. Y, que cuando uno se encuentra con él, el listón aparece.
Se alzó un minuto de silencio y después dos, tres, cuatro y la mirada de Bilbo aún seguía sobre la figura de Kíli, como esperando la continuación de la historia. El hobbit hizo una mueca y asintió.
—¿Y luego? —preguntó Bilbo.
—¿Y luego de qué? Eso es todo, señor Bolsón —respondió Kíli sonriendo, con esa alegría que contagia a cualquier.
—¿Todo? ¿Seguro? —dijo el hobbit.
—¡¿Lo ve?! —se interpuso el hermano del castaño. Se levantó con la intención de ir a dormir un poco—. Esa cosa no tiene ni pies ni cabeza. ¿Qué es eso del hilo? ¿Puede usted creerlo? Son puros disparates.
Bilbo guardó silencio, formando un juicio propio sobre lo que acababa de escuchar. En ese momento, recuerda que pensó que esa historia o bien podría ser una broma bien planeada de Kíli o simplemente el mismo enano había sido engañado. Pero ahora, estando dormido en la comarca y después de varios años de aquello, estaba más que convencido de que esa tontería, como la llamaba Fíli, era más que cierta que los rumores de la gente alta.
—Puede que sea algo ilógico para ti —agregó Kíli con la intención de hacer enojar más a su hermano. Lo siguió no sin antes despedirse de Bilbo—. Pero la verdad es que yo espero tener mi conexión con una sexy elfa.
El rubio bufó y se dejó caer en lontananza.
—¿Al menos te escuchas? Eres un enano, nada más que el tío te escuche y no te acabarás los regaños.
Fíli pasó un rato más reprendiendo a su hermano, o al menos eso le pareció a Bilbo quien aún examinaba minucioso su dedito. Hacía una que otra mueca y cuando vio que Bombur comenzaba a reírse de él, mandó al gordo a dormir para quedarse sólo, pensando y vigilando. Momentos después de haber escuchado a los hermanos pelear, un silencio bastante sospechoso gobernó el lugar. Pronto amaneció y Thorin dio el visto bueno para reanudar con la marcha.
Ahora bien, en medio de los sueños de Bilbo, muchas frases y momentos épicos le cruzaban por su memoria como neblina nítida al amanecer, pero hubo otro y un último recuerdo que se quedó para reproducirse con lentitud. Como quien se echa limón a la herida, Bilbo recordó la sensación que se le impregnó cuando entró en Erebor. Con el peligro latente de morir en las garras del último dragón de la tierra media, Bilbo entró por un pequeño pasadizo, el cual giraba y tomaba más de una dirección.
Una vez caminó un buen trecho, guiándose por las paredes y teniendo en mente lo que Kíli le había contado en una noche vieja. Sintió, primeramente, algo atado a su dedo y el corazón se le petrificó. Tenía el listón en mano, éste había aparecido volviendo real toda esa historia.
Algo andaba mal, pensó, nada vivo estaba dentro de Erebor y estaba seguro que su alma gemela no era Escudo de roble. Hubo un tiempo en que el pequeño hobbit se mostró confundido en cuanto a lo que sentía por el enano, pero después de meditarlo demasiado tiempo llegó a la conclusión de que lo único que sentía por Thorin era compañerismo y solidaridad, ni más ni menos.
Sin embargo, un calor repentino lo hizo volver de sus pensamientos. Se sintió como abrazado, perdiendo su espacio personal y aun así, siguió avanzando entre tanta penumbra. ¡No es momento de pensar en esas cosas, Bilbo! Se regañó cuando por fin logró salir del túnel y se encontró teñido del reflejo dorado del botín. Casi se le caía la mandíbula viéndose como una hormiga dentro de un vasto lugar.
Tartamudeó, se llevó la diestra a la cadera mientras que con la zurda apuntó a un punto sin distinción. Algo iba a decir, pero nada pudo emitir su voz. De repente, un fuerte suspiro arrancó de él uno de los mejores sustos; el dragón, o lo que parecía serlo, estaba debajo del oro. Bilbo forzó un poco la mirada, bajó su atención y se encontró con que el dragón no era exactamente grande, sino que tenía el tamaño de casi un hombre o un elfo. Quizá los años lo hicieron envejecer o algo parecido, eso pensó el hobbit bajando un par de peldaños.
Un nuevo suspiro lo hizo brincar, pero está vez se colocó el anillo en el dedo. No, esto no estaba nada bien, se ocultó detrás de un pedestal enorme y aguardó, en espera de no haber despertado al dragón. Y no sólo era eso lo que lo mantenía inquieto, sino ese listón que aún seguía en su dedo. De pronto, sintió como si un par de colmillos atraparan su cuello, con la intención de destrozarlo. Se llevó, tembloroso, las manos al cuello, pero no había ni un solo colmillo cerca.
El hobbit suspiró, un poco aliviado, pero algo atrapó por entero su apesadumbrada atención.
Había despertado al mal de Erebor.
El sonido de las monedas caer, hizo eco en todo el lugar. Unos pasos, lentos y furtivos escuchó cerca del lugar donde se escondió.
—Bien —escuchó una voz profunda, cavernosa pero que, extrañamente, le atraía. Después vio, sintiéndose aliviado de no poder ser fácil de encontrar por su enemigo, que el dragón no era exactamente un dragón.
Frente a un pequeño Bilbo temeroso pero interesado, se apareció un hombre alto, de rostro atractivo y mejillas afiladas, con unos ojos carmines y cabellera lisa hasta los muslos. Además, también tenía unos pequeños cuernos en la frente, una cola delgada y roja se escapaba por debajo de su túnica oscura, y ese color carmín en algunas de sus extremidades le hacían pensar al hobbit que era un dragón pura sangre. Bilbo comenzó a entender por qué le tenían tanto miedo a Smaug.
—Ladrón —acusó el dragón paseándose cerca de Bilbo. El hobbit simplemente quedó embobado pero el dragón olfateó el aire—. Te huelo, oigo tu respiración y además, siento tu aliento. ¿Dónde estás? No te veo, sucio ladrón.
Entonces, Bilbo siendo víctima de un miedo y terror indescriptible, corrió, se dejó llevar por la adrenalina y su camino iba siendo marcado por las monedas moviéndose de un lado a otro. La mirada aguda del dragón se posó en ese camino, una media sonrisa apareció en sus delgados labios y de un momento a otro, ya había atrapado al hobbit entre un pedestal y su enorme cuerpo. Bilbo se había quitado el anillo y guardó el mismo cuando Smaug no pudo haberse dado cuenta.
El semblante del alto era indescifrable. Con sólo su mirar le fue fácil arrancar un suspiro del hobbit, sin embargo, tuvo que inclinarse un poco para alcanzar a cruzar miradas. Ladeo un poco la cabeza y la primera vez que Bilbo intentó escapar, lo detuvo tomándolo de la cadera. Sus uñas se clavaron en la tierna piel del mediano y le pareció algo delicioso.
—Hum... Así que tú eres el ladrón —dijo el hombre, arrogante pero radiante dentro de lo que cabe. El hobbit se encogió de hombros, rogando en silencio no morir—. Escudo de roble ya se estaba tardando en mandar a un idiota, así que eres tu.
—No... —tartamudeó el hobbit—. Por favor... No me mates, oh magnífico Smaug.
¿Lo había llamado magnífico? El ego del dragón creció sin que este se lo esperase. Se sentía bien.
—Por favor... —chilló el mediano—. N-No sé de quién hablas...
—Me has llamado por mi nombre —respondió el dragón intentando no darle tanta importancia al sentimiento que le invadió cuando el mediano lo alabó—. Sabes mi nombre, más yo no sé quién eres. ¡¿Quién será sino es Thorin, ¡¿Escudo de roble?!
Bilbo decidió, temeroso, evitar en todo lo posible el tema de Thorin y por el momento, procuraría sobrevivir estando bajo el mandato de alguien tan maligno.
—¡Responde! —alzó la voz Smaug después de que un buen rato Bilbo no había dado señales de seguir con aquella obligada conversación.
Sin embargo, mientras el mediano tenía la mirada baja, se percató que en uno de los dedos de Smaug había también atado un listón rojo. Puso por unos momentos los ojos en blanco, todo era bastante obvio y no era un idiota como para ignorar la posibilidad de que su media naranja era un... ¡¿Un dragón?!
Apuntó a la mano del hombre y éste bajó la mirada, más insistió en saber el nombre del hobbit.
—Soy Bilbo, Bilbo Bolsón —afirmó el mediano—. Un hobbit y... Y quizá —apuntó al listón de nuevo—. Puedo explicarte lo que está pasando ahora...
—Bilbo... Nombre de extraño, debo admitir —masculló el alto soltando a Bilbo. Corrió a resguardar la piedra del arca entre sus ropas, no le iba a dejar las cosas tan fáciles al mediano—. Hueles distinto a un enano. ¡Explícate o muere!
Las manos del hombre se comenzaron a calentar y a tener un brillo cegador, a lo que el mediano retrocedió.
—¡Bien, bien! —gritó el pequeño—. Pero antes has de convenir en no matarme hasta haberte explicado todo.
El dragón guardó silencio, desmenuzando los pros y contra, y llegó a una conclusión que no le había comentado al hobbit; ahora no quería sólo saber sobre ese pedazo de basura atado a su mano, sino que quería quedarse con el hobbit por un buen tiempo ya que, no siempre tiene visitas. Sonrió cómo un completo necio y dio su visto bueno.
Bilbo le contó todo lo que le hubo dicho Kíli y una vez terminó el relato, Smaug se echó a reír, cada vez más y mejor. Se mofaba de las palabras del hobbit.
—¿Un dragón y un hobbit? — masculló el alto—. Boberías.
—Entonces, sí te parece gracioso, ¿por qué no pruebas e intentas llegar al límite del cordón? —retó Bilbo pero pronto se amilanó en su lugar cuando la expresión de Smaug cambió.
—Bien —respondió con dureza.
Después de intercambiar miradas acusadoras, Smaug tomó el listón en manos y centímetro tras centímetro, llegó justamente al dedito de Bilbo. Levantó la mirada y se encontró con un leve rubor en las mejillas del hobbit.
—¿Qué miras? —retó el hobbit a un dragón, pero eso lo ameritaba, su bochorno lo ameritaba. Smaug le dedicó una expresión extraña—. ¿Lo ves ahora?
De hecho, ¿qué carajo esperaba Bilbo al revelarle esto a Smaug? Bien, ni él mismo lo tenía claro pero estaba seguro que quizá esto le daría más días de vida. Y así fue, Smaug lo atrapó y cargó en sus hombros para llevarlo lejos.
Después de aquello, el bello durmiente recordó el bello amor que ambos comenzaron a sentir conforme iban conociéndose más. Lo divertido eran las noches, Smaug lo atrapaba bajo su colosal cuerpo, pero lo calentaba, lo mimaba y después ambos se quedaban dormidos.
Bilbo recordó también las veces que el dragón se mostraba con la guardia baja, entonces lo recompensaba con un beso en los labios y le contaba alguna historia.
Recordó también la única ocasión en que logró convencer a Smaug de tomar un baño, esa ocasión el dragón atrapó un resfriado, pero al menos y por propias palabras de Bilbo, ya no olía a muerto.
Fueron incontables los recuerdos que Bilbo revivió dormido sobre Smaug pero su dulce sueño se vio atacado por la marea de la desdicha. Recordó la interrupción de los enanos en la montaña, en cómo intentaba hacerlos entrar en razón, pero era ignorado. Lo último que supo, fue que Smaug había muerto a manos de Bardo y que debía ser fuerte para lo que se avecinaba, la guerra de los cinco ejércitos.
Los gritos de hombres, orcos y enanos atormentaron su cabeza y despertó emitiendo un fuerte grito. De nuevo, soñaba mal y justo como le dijo Gandalf, una vez volvió no fue el mismo. Esta parte pequeña de su vida, decidió no contarla jamás a Frodo a menos que lo viese necesario porque incluso un autor se guarda sus secretos.
—Smaug... —dijo levantándose de un brinco, se sintió el sudor frío por la frente.
Maldijo por debajo y después se aseguró de que Frodo no estuviera en casa. Corrió a la cocina por un vaso con agua fría y después se lavó la cara. Levantó su dedo y se percató que aquel listón jamás se aparecería de nuevo, que sólo guardaba un pedazo como recuerdo, porque se fue junto con Smaug en el momento en que el pecho del dragón fue cruzado por una flecha negra.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro