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porque

Leonardo llegó al hospital con el corazón acelerado. Estaba a solo dos cuadras de distancia cuando se topó con Enigma en la acera. El ambiente se volvió denso y pesado; había algo en la mirada del hombre que le hizo fruncir el ceño.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Leonardo, manteniendo su distancia.

Enigma, con una sonrisa en el rostro que no alcanzaba sus ojos, dijo con voz fría:

—Solo asegúrate de que tu querido nieto esté bien.

Leonardo sintió un escalofrío recorrer su espalda. La advertencia en la voz de Enigma lo dejó helado, una punzada de preocupación se clavó en su pecho. ¿Qué sabía Enigma sobre Lincoln?

Sin poder soportar más la tensión, se dio la vuelta y se apresuró hacia el hospital. Su mente estaba llena de pensamientos oscuros. Cuando llegó, el pasillo estaba desierto, pero un grito helado llenó el aire.

—Lincoln! —exclamó, al ver a su nieto tendido en el suelo, con la ropa empapada de sangre. Su abdomen estaba herido por un disparo, y una oleada de terror invadió a Leonardo.

El sonido de un disparo aún resonaba en su mente. Alguien había intentado matarlo. Su corazón se detuvo mientras corría hacia él, arrodillándose a su lado.

—Lincoln, por favor, resiste. —Leonardo presionó su mano contra la herida, intentando detener la sangre que brotaba, su voz temblaba de miedo. —No te vayas.

Lincoln, con dificultad, levantó la vista, sus ojos nublados de dolor y confusión.

—Abuelo... —murmuró, tratando de sonreír, pero el gesto solo hizo que la sangre brotase más.

—No hables, Lincoln. Solo concéntrate en mi voz. —Leonardo sintió cómo su corazón se rompía. Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos.

—Lo siento... —dijo Lincoln, su respiración se tornó irregular.

—No te sientas culpable. No ahora. Tienes que pelear. Vas a salir de esto. Te lo prometo.

Lincoln cerró los ojos, y Leonardo sintió su mundo desmoronarse. Tenía que hacer algo.

—¡Alguien, ayúdenme! —gritó, su voz resonando por el pasillo. No podía perder a su nieto. No podía permitir que esta fuera su última conversación.

Mientras Leonardo sostenía a Lincoln, un frío se apoderó de su corazón. Tenía que protegerlo, pero las sombras de su pasado y la amenaza que Enigma representaba se cernían sobre ellos.

—Voy a quedarme contigo, —dijo Leonardo, sintiendo cómo la vida de Lincoln se desvanecía entre sus dedos. —Nunca te dejaré solo.

Los gritos de Leonardo resonaron en el pasillo, y pronto los médicos llegaron corriendo, llevándose a Lincoln en una camilla hacia el quirófano. Los rostros de los profesionales de la salud eran serios, con miradas llenas de urgencia.

—¡Necesitamos un código rojo aquí! —gritó uno de los médicos, mientras comenzaban a colocarle a Lincoln un oxímetro y otros dispositivos para estabilizarlo.

Leonardo, aún en shock, observó impotente cómo llevaban a su nieto.

—¡No, no! —protestó, intentando seguirlos. —¡Él necesita ayuda!

Un médico se detuvo momentáneamente y lo miró con seriedad.

—Estamos haciendo todo lo posible. Suéltelo, por favor. Necesitamos espacio para trabajar.

Con un último vistazo a Lincoln, que estaba siendo llevado rápidamente, una ola de ira y desesperación lo invadió.

Esa bala, ese ataque, todo esto no podía quedar impune. Leonardo sintió cómo la ira se apoderaba de él.

—Voy a encontrar al responsable, —murmuró para sí mismo, su corazón latiendo con fuerza, una mezcla de miedo y determinación.

Sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y salió del hospital, buscando desesperadamente al sujeto que había huido. No podía dejar que escapara.

Corrió por las calles, su mente enfocada en encontrar respuestas, en hacer justicia. La ira era un motor poderoso, y no se detendría hasta que encontrara a quien había hecho daño a su familia.

Cada paso lo acercaba más a su objetivo, y su determinación crecía. Tenía que encontrar al atacante, y cuando lo hiciera, no habría perdón.

La familia Loud estaba reunida en la cocina, disfrutando de la cena. Las risas y las conversaciones llenaban el aire, aliviando la tensión que había marcado los días recientes. Pero todo cambió cuando el teléfono sonó, interrumpiendo la agradable atmósfera.

Rita se levantó rápidamente, levantando el auricular con una sonrisa, lista para escuchar las buenas noticias sobre Lincoln. Sin embargo, a medida que la voz del otro lado le explicaba lo ocurrido, su rostro se transformó. La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de horror y angustia.

—¿Qué? No... no puede ser... —su voz temblaba mientras la información se asentaba en su mente.

De repente, un grito desgarrador salió de su boca, un sonido lleno de dolor y desesperación. La familia se detuvo en seco, los cubiertos cayeron al suelo, y las miradas se centraron en ella, aterrorizadas.

—¡Lincoln! —exclamó, cubriéndose la boca con la mano, los ojos llenos de lágrimas. —¡Ha sido disparado!

El aire en la cocina se volvió pesado, como si la tristeza y el miedo se apoderaran de todos. Las hermanas de Lincoln intercambiaron miradas de incredulidad, incapaces de procesar lo que estaban escuchando.

—¡¿Qué?! —gritó Lynn, levantándose de su silla, sus ojos abiertos de par en par. —¡¿Dónde está él?!

—En el hospital! —gritó Rita, intentando mantener la calma mientras las lágrimas caían por sus mejillas. —¡Necesitamos ir ahora!

—Voy a conducir! —dijo Lynn Sr., ya en pie, su expresión grave mientras se dirigía hacia la puerta.

Rita se quedó paralizada por un instante, asimilando la magnitud de lo que acababa de escuchar. Todo lo que habían pasado juntos, todas las risas, los problemas que habían enfrentado... ¿cómo podía ser que ahora estuvieran enfrentando esto?

Las hermanas de Lincoln comenzaron a moverse, recogiendo sus cosas, aún en estado de shock. La familia Loud, unida en momentos de felicidad, ahora se preparaba para enfrentarse a su mayor miedo.  Sin embargo, sabían que no podían rendirse, que tenían que estar al lado de Lincoln, sin importar lo que sucediera.

En medio del caos, Rita se tomó un momento para respirar hondo, recordando las palabras de su hijo. Tenía que ser fuerte. Lincoln la necesitaba.

Rita se quedó inmóvil por un instante, su mente girando mientras asimilaba lo que acababa de escuchar. Primero, su hijo había sido víctima de un daño colateral en la lucha contra un villano. Ahora, le disparaban en la habitación del hospital. El pensamiento era desgarrador.

—¿Por qué tiene que pasarle esto a mi hijo? —murmuró, sintiendo que el dolor la envolvía como una ola. La confusión y la ira se entrelazaban en su corazón. ¿Qué más tenía que soportar Lincoln? ¿Cuánto sufrimiento podía aguantar?

La visión de su pequeño, herido y vulnerable, le atravesó la mente. ¿Por qué el destino parecía empeñado en castigar a su familia? Los recuerdos de los momentos felices compartidos con Lincoln se arremolinaban en su mente, haciendo que la angustia se intensificara. Cada risa, cada logro, cada abrazo se transformaba en un eco doloroso.

—¡Esto no es justo! —gritó, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. El dolor en su pecho era abrumador.

—Rita, tenemos que irnos, ahora! —dijo Lynn Sr., con voz firme, intentando anclarla a la realidad. —¡Lincoln nos necesita!

Las hermanas de Lincoln estaban paralizadas, sin saber cómo reaccionar ante la devastación que había caído sobre su familia. Cada una de ellas sentía un nudo en el estómago, una mezcla de miedo y desesperación. No podían imaginar la idea de perder a su hermano.

—No podemos dejar que esto termine así. —dijo Lori, su voz temblorosa pero decidida. —Vamos a estar a su lado, lo prometo.

Rita asintió, aún con el corazón roto, pero decidida a no dejar que el miedo la detuviera. Si había algo que había aprendido como madre, era que siempre debía luchar por sus hijos.

—Tienes razón. —dijo, limpiándose las lágrimas con determinación. —No dejaremos que esto acabe así. Vamos, necesitamos estar con Lincoln.

Con ese propósito claro en sus corazones, la familia Loud salió de casa, listos para enfrentar lo desconocido y hacer todo lo posible por estar al lado de Lincoln. La lucha no había terminado, y juntos, estarían ahí para él, pase lo que pase.

El hombre que había disparado a Lincoln se encontraba en un estado de pánico, corriendo por las calles mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Nunca había imaginado que el ataque al joven en el hospital tendría consecuencias tan rápidas y directas. Sin embargo, su escapada se vio interrumpida de manera abrupta cuando sintió un ardor agudo en la pierna.

Un disparo resonó en el aire, y el hombre cayó al suelo, gritando de dolor. Leonardo, con su traje de cazador, descendió en picada, listo para confrontar a su objetivo. La furia en su interior era palpable, alimentada por el deseo de venganza y la necesidad de proteger a su familia.

—¡No te vayas tan rápido! —gritó Leonardo, aterrizando con gracia a unos metros de distancia. Sus ojos estaban llenos de determinación y rabia. Este era un hombre que había lastimado a su nieto, y no iba a dejar que se escapara tan fácilmente.

El hombre, aún retorciéndose en el suelo por el dolor, levantó la vista hacia Leonardo, reconociendo la figura amenazante que se acercaba. No podía creer que el abuelo de Lincoln estuviera tras él, preparado para hacer justicia.

—Tú... —balbuceó, intentando arrastrarse hacia atrás, pero el terror en sus ojos era evidente.

—Tu tiempo se acabó. —Leonardo se acercó, apuntando con su arma, mientras sus instintos de cazador lo guiaban. —Voy a asegurarme de que pagues por lo que le hiciste a Lincoln.

En un intento desesperado, el hombre trató de levantarse, pero la herida en su pierna lo limitó. Sabía que había cometido un error al atacar al joven; ahora se enfrentaba a la ira de un abuelo que estaba dispuesto a todo para proteger a su familia.

—¡No, por favor! No quise hacerle daño! —gritó, su voz temblando de miedo.

Leonardo no mostró piedad. El recuerdo de Lincoln, herido y sangrando, lo empujaba a actuar con una ferocidad que rara vez había experimentado. Con un movimiento rápido, se acercó aún más al hombre, la presión del arma firme en su mano.

—Las palabras no son suficientes. Te has cruzado con la persona equivocada. —dijo, y la determinación en su voz resonó en el aire.

Mientras tanto, el hombre se dio cuenta de que estaba atrapado. No tenía escapatoria. La culpa por sus actos y la desesperación lo consumían, y su mente buscaba una salida que ya no existía. Su única opción era enfrentar la ira de Leonardo, el abuelo que se había convertido en un cazador.

Leonardo se preparó para hacer justicia, sabiendo que no podía dejar que el hombre que había dañado a su nieto escapara. La noche estaba lejos de terminar, y la cacería apenas comenzaba.

Enigma se encontraba en su mansión, sumido en la lectura de un libro antiguo que trataba sobre la historia de los grandes villanos. La atmósfera era tranquila, con el suave murmullo del viento que entraba por la ventana. Sin embargo, esa calma se vio interrumpida de manera abrupta cuando un estruendo resonó en la habitación. La ventana se rompió en mil pedazos, y Leonardo entró como una tormenta, su figura amenazante destacando en el marco roto.

La chaqueta de su enemigo, cubierta de sangre, colgaba de su brazo. El aire se volvió tenso, y Enigma levantó la vista lentamente, observando a Leonardo con una mezcla de curiosidad y desdén. El abuelo de Lincoln se plantó frente a él, su mirada ardiente llena de furia.

—Tu siguiente, Enigma. —dijo Leonardo con voz firme, arrojando la chaqueta ensangrentada al suelo. —Lo que hiciste... lo que le hiciste a mi nieto... no quedará impune.

Enigma, por su parte, permaneció en calma, una sonrisa en sus labios. No parecía intimidado por la súbita aparición de Leonardo ni por la declaración de venganza. En su mente, todo era parte de un juego más grande, uno que había planeado cuidadosamente.

—¿Tan apasionado por la sangre, Leonardo? —preguntó Enigma, su tono burlón resonando en la habitación. —Has venido a interrumpir mi lectura, y lo único que traes es rabia. ¿Crees que eso te llevará a algún lado?

Leonardo dio un paso adelante, la ira burbujeando en su interior. No podía entender cómo Enigma podía estar tan tranquilo después de lo que había hecho. Las palabras del villano solo avivaban su deseo de hacerle pagar.

—¡Mi nieto está en el hospital por tu culpa! —gritó. —Te haré responsable de tus acciones.

Enigma se levantó de su asiento, con un aire despreocupado. Era evidente que no tenía intención de dejar que Leonardo lo intimidara.

—Responsable, dices? —respondió, mirando la chaqueta ensangrentada en el suelo con desdén. —No soy un niño que se asusta ante amenazas vacías. He jugado este juego durante más tiempo del que te imaginas.

Leonardo apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia se intensificaba. Sabía que tenía que mantener la cabeza fría, pero el deseo de venganza lo nublaba. Sin embargo, lo que más le inquietaba era la actitud de Enigma, esa confianza que irradiaba como si tuviera todo bajo control.

—Esto no se trata de un juego. —replicó, su voz baja pero llena de determinación. —Voy a hacerte pagar por el daño que le hiciste a Lincoln.

Enigma sonrió, como si finalmente hubiera visto la luz en el oscuro camino de Leonardo.

—Si es así, ven a buscarme. —dijo, haciendo un gesto despreocupado. —Pero ten cuidado, mi querido Leonardo. El cazador y la presa pueden intercambiar roles en un abrir y cerrar de ojos.

Leonardo entró en la mansión de Enigma con una determinación que palpitaba en el aire. La habitación era oscura, apenas iluminada por una lámpara de pie, y Enigma estaba sentado en su silla, rodeado de libros y artefactos extraños, con una expresión que reflejaba calma y desprecio.

Sin embargo, la tensión era palpable. La chaqueta ensangrentada del hombre que había disparado a Lincoln caía sobre el suelo, un testimonio mudo de la violencia que había desatado. Con un movimiento rápido, Leonardo rompió la ventana, haciendo que el cristal estallara, y se abalanzó sobre Enigma, agarrándolo del cuello.

—¡Vas a pagar por lo que hiciste! —gritó, su voz resonando con la rabia acumulada. Leonardo podía sentir cómo la ira lo consumía; su nieto estaba en el hospital luchando por su vida y todo era culpa de este villano.

Enigma se limitó a sonreír, una risa burlona escapando de sus labios.

—¿De verdad crees que esto me asusta? —dijo con desdén. —Eres un hombre desesperado, y eso te hace predecible.

Leonardo apretó su agarre, la ira y el dolor de ver a Lincoln herido lo llevaban al borde. Estaba a punto de hacer algo terrible, algo que podría cambiarlo para siempre. Pero la calma de Enigma le causaba inquietud.

—Te advierto, si me lastimas, las consecuencias serán devastadoras. —enfatizó Enigma, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío. —¿Te imaginas cómo responderán aquellos a quienes amas? Tu familia quedará atrapada en este juego que has decidido jugar.

Leonardo sintió un escalofrío recorrer su espalda ante las palabras del villano.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz un susurro, mientras la rabia comenzaba a ser reemplazada por la duda.

—Tus seres queridos, Leonardo. Ellos son el verdadero objetivo. —Enigma dijo, su risa resonando en la habitación. —Tú puedes creer que esto es personal, pero es mucho más que eso. Y si decides seguir este camino, puede que pierdas más de lo que esperabas.

Leonardo se detuvo, sintiendo cómo la tormenta de emociones chocaba en su interior. Las palabras de Enigma resonaban como un eco en su mente, pero no podía permitir que eso lo detuviera.

—¿Así que me amenazarás con mi familia? —dijo con voz dura, tratando de mantener su determinación. —No dejaré que tus juegos me detengan. Esto no se acabará aquí.

Enigma sonrió de manera burlona, disfrutando del conflicto en el corazón de Leonardo.

—Continúa, sigue adelante, pero no olvides: las decisiones que tomes hoy afectarán no solo tu vida, sino la de todos los que te rodean.

Leonardo sintió una mezcla de furia y desesperación. Sabía que debía actuar, pero la amenaza de Enigma lo hacía vacilar. Se dio cuenta de que debía encontrar otra forma de enfrentarlo.

Finalmente, Leonardo aflojó su agarre, pero no sin antes advertir:

—Esto no ha terminado. —dijo con firmeza. —No descansaré hasta que Lincoln esté a salvo.

Con esas palabras, se dio la vuelta, dejando a Enigma riendo en la oscuridad, sabiendo que había sembrado la semilla de la duda en la mente de su adversario.

—Hasta pronto, viejo. —murmuró Enigma, su risa resonando mientras Leonardo se alejaba, sintiendo el peso de su decisión.

Fin del capítulo

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