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34: Por las calles de Paris

Por las calles de Paris
Lillie Torres

—Espera, ¿qué has dicho? —preguntó Santiago.

Pero entonces yo perdí toda la estabilidad emocional que aún poseía, y era ya muy poca.
Casi me explota la cabeza con el mensaje que recibí, más con el contenido.

Theo: ya soltaron la verdad. Fueron contratados por F.

Y sabía quién es F.

Es el maldito príncipe ególatra y manipulador.

—¿Estamos vivos? Porque aún no creo lo que has dicho, Lillie. Aparte, ¿de dónde sacaste ese celular?

Miré a Santiago y luego al celular de repuesto. Bueno, todo había sucedido tan rápido que ni siquiera yo podía digerirlo, peor Santi, su cara era todo un poema. No podía negar que se veía mas precioso cuando estaba confundido y asustado. Tal vez creía que se trataba de una broma. Quisiera.

—Bueno... es un celular de repuesto —confesé— aunque recuerdo haberlo utilizado para mensajearme con chicos mientras estaba en el internado, pero claramente ahora es solo para uso laboral.

—¿Chicos? —preguntó sorprendentemente interesado—. A ver, quiero ver también.

Y el celular ya no estaba en mis manos, sino en las de Santi. Parecía muy divertido revisando mensajes antiguos que no eliminé por alguna razón.

—Ah —soltó incrédulo— ¿quién era este tal Manuel y por qué era tan insoportable? Y este otro, no, que mal gusto tenía en películas, dime que no saliste con este chico, por favor, Lillie.

Pude haberme reído por el comportamiento de Santi, pero la verdad estaba más distraída con el mensaje más reciente en ese celular. Aun así, respondí.

—Lamentablemente si salí con ese tipo —respondí con mal sabor en la boca de recordarlo—, pero el muy idiota se quiso pasar de listo. Recuerdo que me castigaron tres días porque le rompí la ceja, es más, no quiero recordarlo.

Santi sonrió con orgullo.

—Esa es mi chica —soltó.

Y por un momento olvide el mensaje de Theo.

—¿Que dijiste? —pregunté sorprendida.

Y Santi reaccionó, desvió el rostro claramente avergonzado, pero no lo suficiente como para confesar lo que pensaba.

—Lillie, siempre has sido demasiada lista como para estar con idiotas —dijo con demasiado honesto— solamente me emocioné de que lo sigas siendo.
Empecé a jugar con mis dedos e ignoré a Santiago porque no supe cómo responder. Me devolvió el celular y yo levanté mi mirada.

—Lo siento, no debí ser tan atrevido ni entrometido.

Hice una mueca, me importaba en lo absoluto que lo haya hecho. El 99% del contenido de ese celular no importaba ahora y la verdad no me importó ni siquiera en el momento que pasaba. Odiaba admitirlo, pero nunca ningún otro chico pudo atraerme, ni gustarme tanto como Santiago. Era como una maldición, una vez que pruebas los labios del chico Martin es imposible olvidarlos y creo que cada vez que salía con esos chicos me desquitaba con ellos porque no eran lo suficientemente buenos como para quitarme de la cabeza al chico Martin y en ese entonces si que lo odiaba, así que resultaba frustrante.

—Pues resulta que terminé metiéndome con un idiota —dije tomando el celular—. Dios, como no pude verlo.

—Cuando dices idiota te refieres a Félix o...

¡Maldito!
Oír su nombre me hacía retorcer las tripas de una forma nada agradable. Incluso me dolía la cabeza. Suspiré y proseguí a explicarle todo a Santi.

—Félix contrató a los hombres que nos secuestraron —solté—. ¿Recuerdas que me dijiste que morías de ganas por ver su reacción cuando yo desmintiera el haberlo tirado de las escaleras? Bueno, pues que Amanda me prestó una de sus camaritas, mi intención era filmar su reacción, pero luego olvidé que cargaba ese aparato, así que terminé grabando a los hombres que nos atraparon.

—Estoy confundido —dijo arrugando las cejas—. Recuerdo que ustedes, que ninguna de las dos pudo ver los rostros de los criminales porque llevaban las capuchas.

—Claro que no, pero en un momento de descuido ambos se quitaron los pasamontañas y no se percataron de mi camarita. Ni siquiera yo las recordaba, así que luego de que huyeran todo eso, pues Amanda lo recordó y finalmente revisé la grabación. Sus caras se veían perfectamente, así que finalmente le dejé de labor a Theo que los localizara.

Santi se quedó como piedra, rígido, incrédulo, la misma reacción que acababa de tener yo.

—¿Por qué no le dijiste nada a la policía? —cuestionó.

—Porque no confío en nadie. Ni en la policía.

—Y confías en Theo ¿quién es él en realidad? —preguntó.

—Es un chico muy servicial —confirme— que encontró evidencia en contra de Félix. Además, es muy confidencial así que sabía perfectamente que no saldría esto a luz pública.

Santiago miro el río, pensando y procesando todo lo que había dicho.

—Entonces, ¿Félix envió a esos hombres? —preguntó totalmente incrédulo.

—¿No me crees? —pregunté finalmente.

Él me observó.

—Claro que sí, Lillie, pero él... él aseguró que las personas que te habían llevado eran familiares suyos que no estaban de acuerdo en que tú terminarás con su relación.

Y entonces yo estaba confundida.

—Espera, ¿de qué estamos hablando?

—Cuando desapareciste, yo creí que él te tenía, así que lo busqué, pero él me mostró una foto y dijo que su madre lo había hecho, que su madre no iba a permitir una ruptura contigo y que te habían secuestrado para que ambos supieran que el compromiso no es un chiste.

—Pues mintió. Te mintió a ti, a mí, a todos con su estúpida pose de niño bueno. Además, es que a esa señora ni le agrado, la última vez lo dejó muy claro, es más creo que esa mujer sería la más dichosa de saber que rompí el compromiso con su querido y adorado heredero.

Me apoye al barandal del barco. Entonces me percaté de que había un barco aproximándose con un señor abordo que estaba tratando de fotografiarnos.
Agarré a Santi y huimos de la vista pública. No quería que nadie más saliera perjudicado por mi causa, peor ahora que había descubierto una parte del "príncipe" Félix.

—Me está vigilando —informé al ver su cara de confusión.

—Está loco —soltó Santi.

—Probablemente, pero se chocará con la realidad al ver que se tocó con una loca, también.

Ambos nos quedamos en silencio. Yo no podía parar de darle vuelta al asunto, ¿cuál era su propósito de secuestrarme?

—Aún no has respondido —Santiago interrumpió mis pensamientos.

—¿Qué? —solté.

—Hace unos minutos dijiste que aún sentías algo por mi... ¿eso es verdad? —pregunto con cautela.

—Yo no dije eso —intenté negarlo.

—¡Si lo dijiste, mentirosa! —exclamo como un niño mimado.

Yo sonreí y agarré su mano y la puse en mi pecho para que pudiera sentir lo alborotado que esta mi corazón. Era imposible negar algo que había dicho tan alto y con tanta claridad.

—Me gustas —admití— aún haces latir mi corazón con más velocidad de la que necesita. Ahora, ¿estas satisfecho con la respuesta?

Santi arrugó sus cejas.

—Pero, Lillie —habló con culpa— te mentí.

Yo hice una mueca recordando con agries tal momento.

—Si, lo sé. Se que me mentiste al aceptar todas esas acusaciones... bueno, no todas, en realidad si saliste con mi hermana.

Y él ya parecía un papel de lo pálido.

—¿Nicolás no podía cerrar la boca? —soltó, pero me dio la impresión de que fue más para él que para mí.

—¿Nicolás sabía? —pregunté yo.

Ahora Santi no sabía que responder.

—Creo que ahora estamos hablando de cosas diferentes —comenté—. Yo estoy hablando a las tres cosas que dije ese día.

Y Santiago volvió a respirar con normalidad.

—¿A qué te referías? —pregunté seriamente.

—A nada... en realidad —resopló algo confundido—. Lillie, no volveré a mentir, mucho menos a la persona que más amo, pero esto es algo más... horrible y no creo que sea el momento de contártelo.

Y entonces supuse lo peor.

—¿Estas saliendo con alguien más?

—No —negó rápidamente.

—¿Tienes un hijo? —pregunté difícilmente.

—No, Lillie, tengo 21.

—¿Y? ¿Sabes cuántos hombres se convierten en padre a esta edad?

Se lo pensó.

—Yo no entro en esa parte de la sociedad.

—Aún.

Y solté esa palabra sin querer.
Ambos nos sonrojamos por pensarlo.

—¿Cuántos hijos deseas tener? —preguntó de la nada.

Y yo me atoré con mi propia saliva.

—No lo sé. ¿Y tú?

—Todos los hijos que tú desees.

Esta vez sí que me iba a morir.

—Creo que Nicolás nos drogó. No encuentro otra respuesta a nuestra sinceridad tan repentina.

Santiago sonrío, se levantó y se acercó.
Me acomodó el cabello detrás de mi oreja y prosiguió a besar mi mejilla izquierda.

¡ME VOY A DERRETIR!

—Estas jugando con tu suerte —le advertí— solo he dicho que aún me gustas.

—Y es un milagro —admitió—. Por un momento creí que de verdad salías con ese chico.

Y empecé a reírme, genuinamente.

—Y hablando de ese idiota, tengo que ingeniármelas para sacármelo de encima sin que me vaya tirando al vacío. Por lo que he visto, es un poco rencoroso y orgulloso, no aceptaría que lo deje, nuevamente.

—¿Nuevamente? —preguntó.

—Dijo que, si quería seguir con vida tendríamos que aparentar seguir juntos hasta que pudiera arreglar ciertas cosas.

—¿Aceptaste? —preguntó incrédulo.

—Claro que sí, él está metido en un lío e intuyo profundamente que me meterá en un lío más grande si no descubro su jugada antes.

—¿Vas a meterte en problemas?

—Probablemente —respondí.

—Te ayudare, entonces.

—Vas a meterte en problemas, seguramente.

—Si, pero sé que no vas a dejar que él gane y harás cosas que incluso no debes, así que tengo que ayudarte y guiarte.

—Ah, mira, que servicial te has vuelto.

Sonrío y besó mi otra mejilla.

—Veo que ya se te han pegado las costumbres de Paris —dije riendo.

—Solo las que me interesan.

—Mira que galán te has puesto —bromee.

—Vamos, tenemos que salir de aquí.

Yo asentí.

—Si, pero tenemos que recuperar nuestros teléfonos primero.

Asentimos y aceptamos mi plan.

—¿Que hace, señorita? —preguntó el grandulón que obedecía órdenes de Nicolás.

—Me voy a lanzar —claro que no me iba a lanzar al río.

Era peligroso.

—No lo hará —aseguró el.

—Lo hará y no sabe nadar —entró en acción Santi.

—Exactamente, así que serán culpables de lo que me pase, así que, o me devuelven mis cosas y me dejan en la orilla o, por lo contrario, salto.

El hombre se veía entre la espada y la pared. Al final perdió. Nosotros ganamos y salimos corriendo en cuento nos dejaron en la orilla, probablemente parecíamos loquitos. Entramos a una tienda y compramos unas gorras y unas gafas que nos servirían de camuflaje. La mujer que atendía tenía un gran gesto de molestia, que sin duda no soportaba. Pasaba rápidamente todo en frente de su aparato de precios. Un poco más y nos echaba. De todas maneras, ya nos íbamos. Yo ahora era irreconocible con una gorra que cubría mi cabello, mis ojos cubiertos por unas gafas oscuras y el gran abrigo que le había robado a Santi. Es que parecía loquita, pero no me importaba porque estaba emocionada y contenta, estaba feliz con Santi a mi lado.

—Mira, tenemos que ver esa película —casi que exijo.

Estuvimos correteando libremente por las calles de Paris y visitando alegremente varios lugares turísticos. Paris podía ser mágico con la compañía correcta y para mí Santi lo era, lo sería siempre porque finalmente mi corazón mandaba más que mi mente.

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