Amistad
A veces, por más que ames, debes aprender a dejar ir.
—Fue suficiente. Los dos vamos en direcciones opuestas. Mientras tú buscas diversión, yo busco estabilidad y una familia. Sabes perfectamente lo importante que es esto para mí. Cuando comenzamos a salir, dijiste que querías todo conmigo, pero luego me pediste que te diera un tiempo para pensarlo, porque no estabas preparado para tener un hijo. Te di tiempo, pero me he dado cuenta que no estamos en el mismo canal. Te amo, créeme que lo hago y me duele tener que tomar esta decisión, pero conoces lo mucho que sueño con ser mamá. Lo mejor será que por el bien de los dos, demos por terminada esta relación. De este modo, tú vas detrás de tus sueños y yo iré detrás de los míos.
—Anahí, espera…
—No, Victor. He esperado demasiado. Lo siento. Solo puedo desearte lo mejor y que encuentres en alguien más lo que buscas.
Me pidió matrimonio para al final solo demostrar que realmente no estaba preparado para esto. Sé que lo hizo porque le pedí que me demostrara con hechos que realmente iba en serio con lo nuestro, y duele que nuestra relación termine así, luego de haber estado tantos años juntos, pero ya no pienso retractarme.
[•••]
Recién he cumplido mis 29 años. Desde muy joven he tenido claros mis objetivos y metas, he luchado por concretar cada una de ellas; lo tengo todo, el trabajo de mis sueños, una casa, un auto, mejor económicamente no puedo encontrarme, incluso pensé que había encontrado al hombre indicado, con el que tenía planes de casarme en unos meses, pero descubrí que no estábamos en la misma página, por lo que decidí cortar mi relación con él y perseguir lo que tanto he anhelado, pero el proceso es más complejo de lo que pensé. Cada día veo ese sueño y anhelo como algo inalcanzable.
Mi mejor amigo ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Si no fuera por él, ya me hubiera desmoronado y perdido el norte. Él conoce todo de mí, tanto como yo de él. Hemos crecido juntos y es el amigo que cualquiera desearía tener. La confianza que hay entre los dos no la tengo siquiera con mis padres.
—¿Cómo salió todo? —cuestionó Saúl, dándole un sorbo a la cerveza y despejando su frente de ese flequillo que caía en ella.
Desde que asumió el puesto como vicepresidente, ha estado más descuidado, debido a todas las obligaciones y responsabilidades que eso implica.
Por lo regular, siempre ha cuidado bien de su apariencia. Últimamente llega despeinado, con los botones de su camisa abiertos y la camisa fuera del pantalón. Su barba luce descuidada, se nota que lleva varios meses sin afeitarse.
Su padre debe estar presionándolo demasiado, como siempre.
—Fatal. Es una decisión que fue muy difícil de tomar, pero ya no hay vuelta atrás. Considero que es lo mejor para los dos. Siento que en gran parte es mi culpa de que las cosas no hayan funcionado. Después de todo, siento que lo he hastiado demasiado con lo mismo.
—Si consideras que hiciste bien, entonces no tienes que darle muchas vueltas al asunto. Eso sí, esperaba que él no te soltara tan fácilmente.
—En el fondo, él sabe que fue lo mejor. Esto es algo que lo he dialogado mucho con él, pero si él no está preparado y no busca lo mismo, no pienso obligarlo, pero entonces estoy en todo el derecho de seguir con mi vida e ir en busca de mi propia felicidad.
—¿Por qué no adoptas?
—¿Adoptar? No tengo nada en contra de ello, pero sabes bien que no es lo mismo. Quiero experimentar lo que es sentir que dentro de mí está creciendo un angelito, sangre de mi sangre.
Solté el jugo de uva sobre la mesa y suspiré exasperada.
—¿Por qué no acudes a la clínica?
—Porque no quiero que sea un desconocido el padre de mi hijo. Si a ti no te gustaran los hombres, ya te habría pedido ayuda.
—¿Q-qué estás diciendo? Espera un momento, a mí no me gustan los hombres. Déjate de bromas de mal gusto.
—Entonces, ¿por qué te pones todo rojo siempre que lo digo?
—¿Tienes una idea de lo que estás diciendo? ¿Cómo se te puede cruzar esa idea por la cabeza?
—Hay muchas razones...
—¿Cómo pensabas pedirme ayuda?
—Eres muy inteligente, no te hagas el tonto. Sabes bien de lo que hablo.
—¿T-tú y yo? — me señaló, soltando la lata sobre la mesa—. ¿Has perdido la razón? — se quitó los espejuelos, se encontraba sudando de los nervios.
—¿Qué hay de malo? Somos amigos. Hemos estado juntos desde niños.
—Por eso mismo, porque somos amigos.
—No es como que te esté pidiendo que te acuestes conmigo. Hay métodos, ¿sabes? Además, ¿por qué actúas todo tonto cuando hablo sobre un tema relacionado a sexo?
—No entiendo en qué momento el tema cogió otro rumbo. Ser padres es una decisión de dos.
—Claro, pero no te estoy pidiendo que te hagas cargo de mi bebé o que nos volvamos algo más que amigos. De hecho, ni siquiera mi bebé tendría que enterarse de que tú serías el donante.
—¿Donante? — sus ojos Hazel se engrandecieron.
—Sí, el donante.
—¿Has enloquecido, Anahí?
—Piénsalo. Estaría más tranquila si conozco al padre que vivir con la incógnita de quién será.
—¿Y tú crees que si algo así sucede, podría vivir tranquilo como si eso no hubiera pasado y que ese bebé no es mío?
Cerré los ojos y bajé la cabeza.
—Lo siento. Me dejé llevar de nuevo.
«Él tiene razón. ¿En qué estoy pensando?».
—Anahí, no me gusta verte así.
—No me hagas caso—fingí una sonrisa para no preocuparlo—. Lograré reponerme luego de un buen baño— me levanté, recogiendo la lata de cerveza y mi vaso para llevarlo a la cocina.
Observé por la ventana que queda justo al frente del fregadero, a los niños que jugaban en el parque de la comunidad. Suelen venir todas las tardes a encontrarse con sus otros amigos, mientras los padres se reúnen a charlar. No sé por qué me sigo torturando con esto.
Acaricié mi barriga, sintiendo que una ligera lágrima caliente recorrió mi mejilla.
Olvidé entregarle el anillo de compromiso a Victor. Esto debió entregárselo a alguien más, no a mí.
Oí los pasos de Saúl detrás de mí y sequé mi rostro disimuladamente para que no se diera cuenta.
—Sé bien que esto es algo que se debe analizar y dialogar con más calma primero, pues no es cualquier cosa, pero para ser honesto, en el fondo, tal vez tengas razón. Para esto somos amigos, ¿no? Para apoyarnos en las verdes y las maduras, ¿cierto? Entonces… intentémoslo.
—¿De verdad? —lo miré fijamente esperanzada, esperando oír una respuesta afirmativa.
—Sí. Solo pediré algo a cambio.
—Claro, dime.
Se quedó en silencio varios minutos que parecieron décadas y se desajustó un poco la corbata, con los ojos perdidos en el techo.
—Q-quiero que sea con el método tradicional— su rostro estaba igual de rojo que el paño que tenía en mis manos.
—¿M-método tradicional? ¿No sería eso muy incómodo para los dos? Además, tus preferencias…
—¡Ya basta y deja de decir estupideces! ¡Te he dicho que no me gustan los hombres! ¿Qué parte de eso no entiendes?
—Está bien, tranquilo, no tienes que enojarte.
—Es que tú me sacas por el techo cada vez que dices esas cosas.
Debo cambiar esa mala costumbre de juzgar a todos por igual. Él siempre ha tenido manierismos, por lo que desde un inicio pensé que realmente era homosexual, aunque nunca lo he enmarcado o lo he tratado distinto por eso. Además, en lo que llevamos de conocidos, nunca me ha presentado una novia. Tiene la misma edad que yo y en esos temas siempre ha sido bien reservado. Digo, no me molestaría si fuese el caso. Tengo más amistades del ambiente.
Retomando la conversación y pensando en los detalles, siento que sería muy incómodo para los dos hacer algo así. En ningún momento había pensado en que fuera de ese modo, pensé que optaríamos en que el proceso fuese directamente con un profesional y en una clínica.
Ahora bien, mi duda mayor es, ¿por qué pide eso a cambio? Pensé que él menos que nadie desearía llegar a algo así conmigo, y más siendo amigos desde niños.
Solo de pensarlo, me siento extremadamente incómoda y avergonzada.
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