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A flor de piel

No he podido dejar de pensar en eso que acordamos. Por supuesto que ansío convertirme en madre, pero no sé si pueda hacerlo de esa manera.

«¿Y si nuestra amistad se ve afectada?». No quisiera perderlo como amigo.

He estado revisando mi calendario y le envié los días en que estaré ovulando para encontrarnos. Sé que él, al igual que yo, nos sentimos muy nerviosos e incómodos con esta situación.

Siento que estoy siendo muy egoísta en pedirle todo esto. Sobre todo, en no haberme negado al final. 

Pese a todo eso, hay una parte de mí que ha estado ansiosa por saber qué pasará.

—Has estado en otro planeta. ¿Puedo saber qué te ocurre, mi amor? ¿Por qué no vino Victor contigo? Pensé que vendrían juntos como siempre.

—Victor y yo terminamos, mamá.

—¡¿Qué?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Por qué?!

—Porque las cosas no estaban funcionando entre los dos.

—Pero iban a casarse.

—¿Y eso qué? Fue mejor que las cosas terminaran antes de que los dos nos hubiéramos casado y terminaramos siendo infelices y lamentándonos por haber tomado una decisión a la ligera. Él no está preparado para un compromiso, mucho menos para una responsabilidad tan grande como lo es tener una familia, un hijo.

—Lo has estado presionando demasiado, hija. Es normal que se sienta inseguro y con temor. Todo hombre tiende a sentirse de ese modo cuando le hablan de un bebé, pero siento que estás siendo muy injusta y egoísta. ¿Cuál es tu empeño en quedar embarazada? Aún eres joven, puedes disfrutar un poco más de tu vida, divertirte, salir con amigas, disfrutar con tu pareja, sin responsabilidades, ¿por qué solo piensas en asumir una carga y una responsabilidad tan grande como lo es traer un hijo al mundo?

—Mamá, sabes lo importante que es esto para mí. Él también lo sabía. ¿Por qué quieres hacer ver como que soy la única que no ha puesto de su parte? Lo esperé por cuatro años e incluso había respetado su decisión de que no quería hijos por el momento. ¿Qué más querías que hiciera? ¿Que renunciara a mi sueño de ser mamá porque él no estaba preparado? Pues no. Si él no quería esto conmigo, entonces, ¿para qué me pidió matrimonio? Si hay algo de lo que me arrepiento, no es de haber terminado con él, más bien fue por haber esperado algo que sabía desde un principio que él no quería conmigo.

—No quise que sonara así.

—Ya tuve suficiente. No pienso renunciar a convertirme en madre. Si quieres alegrarte por mí, bien, y si no, también.

No sé por qué ya ni me impresiona que mi madre siempre quiera ponerse de parte de Victor. Hasta pareciera más su madre que la mía.

[•••]

Había llegado el gran día. Saúl y yo quedamos en encontrarnos en la noche en su departamento. Los nervios estaban a flor de piel.

En los años que llevábamos de conocidos y amigos, nunca me había puesto tan nerviosa estando cerca de él.

Estuve leyendo varios artículos y siguiendo los consejos de una empleada y amiga cercana. La mejor manera de romper el hielo tal vez sea apagando las luces, de este modo ninguno de los dos podría ver la expresión incómoda del otro.

Jamás me hubiese visualizado estando en una situación como esta. He visitado su apartamento incontables veces, pero hoy todo se veía distinto. Incluso él estaba distinto.

Vestía una camisa azul marino, con las mangas abultadas en los hombros, más unos pantalones de vestir negros. Estoy segura de que se había bañado recientemente, pues su cabello aún estaba medio húmedo y peinado hacia el lado, más su colonia se regó por cada rincón del apartamento. Era agradable y amaderada, bastante varonil.

—Te ves bien linda. ¿Q-quieres cenar primero?

—Sí, claro— asentí.

En la mesa, los dos no nos atrevíamos siquiera a mirarnos.

—Te has perfumado bastante— solté, dejando a un lado el tenedor y tomando la copa de agua.

—¿No te gusta el perfume?

—Sí, huele bien.

Su postre no era como el mío, el suyo era una ensalada de frutas que, en su mayoría, era piña. Desconocía que le gustara tanto la piña.

—¿No es eso mucha piña?

Se quitó los espejuelos, dejándolos al lado de su plato.

—Es… saludable.

«Sí, esto definitivamente va a perjudicar nuestra amistad, pues mi forma de verlo ha cambiado bastante y aún no hemos llegado a nada».

Cuando llegó el momento de romper aún más el hielo, no me atrevía siquiera a abrir la boca o a dar el primer paso. Él no se había movido del centro de la habitación y yo aún estaba quieta al lado de la puerta.

—¿Quieres que apaguemos las luces? — le cuestioné.

—No, claro que no.

—¿Sabes? Hay otros métodos, Saúl, no tenemos que hacer algo que te incómoda y te cuesta tanto.

—Yo quiero… quise decir, si vamos a hacer esto, debemos hacerlo bien.

«Tal vez debería ser yo quien dé el primer paso».

Deslicé los tirantes de mi traje, dejando que cayeran a la altura de mis codos. Si su rostro parecía un tomate a punto de explotar, el mío debía ser un chiste en este momento.

«¡Dios mío, me taparía la cara con ambas manos ahora mismo!».

Solo debo imaginar que es Victor. No lo sé, hacer lo mismo que hacía cuando íbamos a intimar, pero ¿por qué me cuesta tanto?

Para esto se requiere concentración y motivación. Si me quedo así de tiesa como un muerto, ¿cómo se supone que logre algo?

Pasé saliva, intentando no mirarlo a los ojos, porque era extremadamente incómodo y vergonzoso.

No me había fijado antes, pero sí que es bastante alto. Cuando era un niño, yo era más alta que él. El tiempo no pasa en vano, se ha alargado bastante.

Descansé mis dos manos sobre su pecho y él se sobresaltó sin motivo aparente.

—¡Espera un momento! — retrocedió, yéndose al extremo de la cama.

«¿Qué le pasa? ¿Por qué se puso tan tenso de repente? ¿Hice algo mal? Estoy esforzándome bastante».

—¿Por qué huyes? Pareces un perro asustado.

—¿Por qué habría de huirte?

—No me respondas con una pregunta, cuya respuesta solo tú debes conocer. Si quieres, podemos dejar esto para otro día.

—¡No! —negó—. Vamos a tomarnos el tiempo. ¿Por qué no te acuestas?

Y bien, ahí estaba yo, recostada en la cama y él seguía de pie, dando vueltas en ese mismo sitio.

—¿Ahora qué hago? — preguntó para sí mismo, pero alcancé a oírlo.

—Subirte sobre mí, ¿tal vez? A no ser que quieras que sea al revés.

—Sí, al revés. 

—O bocabajo…

—¿Cómo sería eso? —noté cierto desconcierto en su expresión.

—¿Cómo que cómo sería eso?

—Ya, ya sé, pero no, no, así no.

«¿Qué le pasa? ¿Por qué está actuando como si no supiera lo que se hace en estas situaciones?». Bueno, pensándolo bien, deben ser los nervios.

—Siéntate, me tienes muy tensa con tantas vueltas.

—Lo siento— se sentó en el borde, en sus piernas se reflejaban los nervios.

Y bien, decidí dejar a un lado todo lo negativo y aprovechar esa única oportunidad para sentarme en su regazo. Tenía mis pechos prácticamente a la altura de su rostro, los cuales observó fijamente con los ojos exageradamente abiertos. Cualquiera diría que no había visto unos.

Como no nos estábamos viendo a los ojos, procedí a frotarme contra su cuerpo, pero no sentía que estuviera motivado con esto.

«¿No está excitado con tenerme sobre él? Me siento una completa inútil, un maldito fracaso como mujer. ¿Cómo es posible? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Será que realmente no le gustan las mujeres? ¿O podrían ser los nervios?».

—¿Estás bien? — le pregunté, sin poder mirarlo a la cara.

—Yo… no sé qué me pasa— se oía realmente frustrado.

—Tal vez es porque estás muy nervioso, yo también lo estoy. ¿Y si apagamos las luces? —le sugerí por segunda vez—. Puedes imaginar que soy alguien más, alguien que te guste, no sé, ¿tu amor platónico?

Encerró los ojos, frunciendo a su vez el entrecejo.

—No, yo no necesito eso.

—Esto no está funcionando, Saúl. No te sobreesfuerces demasiado. Siempre podemos optar por ir a la clínica juntos.

—Sigues pensando que me gustan los hombres, ¿cierto? Y ahora con más razón.

—No, no estoy pensando eso.

—Te he fallado como hombre. Tal vez, al final, no soy el candidato indicado para esto— me levantó, depositándome gentilmente sobre la cama y abandonando la habitación sin siquiera mirar atrás. 

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