Capítulo 40 (Final 1t)
Maratón 3/3
Traición.
Mio quería mantenerse lejos de la aldea. Tras la forma en que se había comportado, y cómo la habían mirado en la cueva, realmente no le apetecía tener que enfrentar a nadie en aquel momento.
Sin embargo, literalmente la arrastraron hasta allí, entre los dos Dragones más jóvenes (aunque en realidad Zeno fuera inmortal) y el propio Yoon, que le dio medicinas para el dolor de cabeza y para su garganta. Parecía que aquello seguía sin mejorar aún con la cercanía de Yona, así que tuvo que tragarse sus palabras y su orgullo y tomar las medicinas. Sabían peor de lo que recordaba.
Aún así, Mio evitó a todos y cada uno de los aldeanos de la forma más obvia posible. Cuando alguien se acercaba a ella, Mio corría para girar por una esquina y desaparecía. Si alguien entraba en la tienda, se escondía y salía por detrás.
Sólo permitía que se le acercara su familia.
Su cabeza mejoró notablemente, al igual que el pitido en sus oídos y su visión. Su voz tardaría un poco más en regresar, pero continuaba mejorando lentamente.
Tras un día entero de reposo, cuando anochecía, Mio se despertó.
Llevaba durmiendo varias horas, quizá más de lo que debería, pero su cansado cuerpo y su agotada mente se lo agradecía.
Se giró bajo las sábanas, con cuidado, contenta de disfrutar de una cama y no de un simple futón sobre el suelo.
Tiró de las mantas y se metió bajo ellas, como cuando era niña en el castillo Hiryū y quería jugar al escondite cuando sus hermanos iban a despertarla.
Se frotó los ojos y bostezó. Asomó su rostro fuera, sólo un poco, y observó a su alrededor. Todo estaba como ella lo había dejado anoche, las ventanas cerradas y la puerta atrancada con una silla.
Deslizó sus pies por el borde de la cama, y pisó el frío suelo de madera. Con cuidado, despacio, se levantó de la cama. Caminó en silencio hasta un pequeño espejo colgado en la pared, y miró su reflejo.
Solamente vestía un ligero camisón blanco, que no le pertenecía, y que le quedaba ancho en el cuello (un borde estaba más bajado, mostrando todo su cuello y parte de su hombro), y le quedaba corto, ya que apenas le llegaba a la mitad de los muslos.
En aquel reflejo se vio con una ropa ajena a la que solía usar, pero su reflejo era el mismo de siempre. Piernas, cuerpo, brazos, pecho, rostro. Todo. Intentó calcular cuánto tiempo había pasado desde que su rostro era diferente, desde que su nariz era más pequeña y sus ojos más grandes, sus labios curvados hacia arriba en una pícara sonrisa y sus iris brillantes.
La chica en el espejo era pálida, alta y delgada. No veía en ella nada de la niña que una vez fue, y tampoco imaginaba como sería la adulta que jamás alcanzaría a ver. Por siempre, su reflejo sería aquella mirada apagada, aquellos labios apretados, aquella estatura y aquella figura.
Tomó el espejo con una mano, acercándoselo al rostro para verse mejor. Su mano tembló un poco al alzarse hacia su mejilla y posar unos dedos sobre esta. Su piel, pálida, eterna.
Sin querer, su mano se abrió y el espejo cayó al suelo, estrellándose y rompiéndose en pedazos. Retrocedió un paso, casi confusa. Unos pasos se escucharon fuera de la habitación, y la voz de Yoon, exaltada, se escuchó al otro lado de la puerta.
-¡¿Mio?! ¡¿Estás bien?!- preguntó, alarmado, controlándose para no abrir la puerta. Ella misma le había pedido que no dejara a nadie entrar bajo ningún concepto, que ni él mismo podría entrar a no ser que ella se lo pidiera. Cuándo él le preguntó por qué, ella alzó una ceja, y respondió tajante que era porque dormiría desnuda. El rostro de Yoon de había coloreado al instante y ella se giraba para sonreír ante su mentira. Nadie entraría.
Mio giró su rostro hacia la puerta, esperando asustada a cualquier señal que avisara que la puerta iba a abrirse. Sin embargo, no lo hizo, y trató de relajarse mientras tragaba en seco.
-Estoy bien. Se me ha caído el espejo.- respondió con la voz algo ronca, agachándose para recoger los pedazos de cristal del suelo.
Yoon se mantuvo en silencio unos segundos, debatiéndose si debía o no ayudar. No quería preguntar si Mio estaba todavía sin ropa, pero tampoco quería imaginar que debía hacer ella frente al espejo si no se estaba vistiendo. Se tragó sus palabras y se obligó a detener su acelerada imaginación de adolescente.
-¿Te preparo algo para cenar...?- inquirió en su lugar, con la voz temblorosa. Mio pudo adivinar que se había sonrojado, y una leve sonrisa escapó de sus labios.
-Sería perfecto. Gracias.
Sin decir más, quizá porque no sería capaz, el chico genio se fue, y Mio suspiró. Tomó otro cristal y se puso en pie, acercándose a una pequeña mesa que había en la habitación. Dejó allí los cristales. Los observó por unos segundos, hasta tomar uno de ellos de forma indecisa.
Presionó la punta de su dedo índice de la mano izquierda en el borde afilado del trozo de cristal, hasta que una pequeña gota de sangre hizo acto de presencia y se deslizó lentamente por su dedo, alegre.
Mio pensó en lo fácil que sería para ella morir si Yona no estaba cerca. Aquello que tanto había intentado años atrás, y a lo que tanto pánico le tenía ahora. Aquel pequeño trozo de cristal sería incluso suficiente.
Se preguntó que hubiera pasado si Yona no la hubiera encontrado en la cueva.
Dejó el cristal con los demás y lamió la sangre de su dedo. No quería pensar en aquello demasiado. Sin embargo, la idea no se iba de su mente, y no paraba de repetirse las mismas palabras mientras se vestía y colocaba sobre sus hombros su gran capa.
"Quizá hubiera sido lo mejor."
---⛩️---
Fuera, Yoon le había preparado un gran cuenco de arroz con donburi que había sobrado de la cena, y al que había añadido algo más sólo para la inmortal. Ella le dio las gracias por forma respetuosa, también por guardar su puerta mientras dormía, logrando teñir las mejillas del menor de carmesí.
Cenó tranquila, oyendo las conversaciones de la gente al otro lado del biombo, ya que ella prefería mantenerse alejada de los aldeanos. Aún no sabía qué rostro pondría cuando se plantara frente a ellos, y en lugar de pensar en algo, Mio suspiraba y fingía no tener que hacer nada para ser disculpada. Ella les había salvado la vida, y la habían mirado con terror y hablado de ella como si fuera un monstruo. No tenía energía ni fuerzas para malgastar en aquel momento.
Al terminar, asomó su cabeza, buscando a Yoon con la mirada. Este estaba en una mesa, apartado, preparando la medicina que luego ella tendría que tomar. Queriendo escaparse de la tarea, retrocedió y salió del lugar por la parte de atrás, envuelta por la oscuridad de la noche. Con la capucha bien ajustada sobre su cabeza y sus brazos cruzados sobre su pecho, se alejó, en silencio.
Se sentó al pie de un árbol, sin suficientes ánimos como para trepar a él. Pasaron sólo unos minutos hasta que vio dos pequeñas figuras sacudir un arbusto junto a ella y acercarse con pequeños saltos. Dos conejos, uno negro oscuro y otro blanco como la nieve, que buscaron la atención de la inmortal. Ella sonrió y los tomó.
El conejo negro tenía los ojos rojos, el pálido como el jade los tenía de un color dorado particularmente brillante. Era divertido, ya que el conejo oscuro era muy activo y andaba tirando de las orejas del blanco y jugando al rededor del contrario, mientras que el pálido se mantenía inmóvil en su sitio, moviendo de vez en cuando su pequeño hocico rosa graciosamente.
-Me pregunto cuáles serán vuestros nombres.- pensó ella en voz alta, siguiendo el ejemplo del conejo negro y molestando un poco al blanco con una hierba que acababa de arrancar, haciéndole cosquillas en la nariz y tirando levemente de sus orejas.
El conejo negro parecía contento por lograr que la chica también jugara con él a molestar al contrario, y se subió al regazo de ella y comenzó a hacer graciosos sonidos.
Ella sonrió y acarició su cabeza, entre ambas orejas.
-Veamos... Tú puedes ser Wei Ying.- dijo, rascando su estómago con un dedo. Su nombre contenía el carácter de "infante", y al pequeño conejo le gustaba jugar como si fuera un pequeño niño. El recién nombrado trató de agarrar el dedo entre sus patas, mordisqueándolo levemente. Mio rió.- Sí, te queda bien.
La chica estiró sus brazos para tomar al conejo blanco con ambas manos, y elevarlo hasta la altura de su rostro. El de ojos dorados no parecía asustado, ni enfadado, ni alegre, sólo estaba ahí y se dejaba hacer. A Mio le pareció divertido cómo Wei Ying jugaba con la cola esponjosa de su compañero.
-¿Y qué hay de ti, eh?- le preguntó, colocando su nariz con suavidad sobre la pequeña nariz rosada del conejo. Este no se inmutó.- ¿Qué tal SiZhui...? No, Lan Zhan. Con los caracteres de "cielo azul" y "claro".- sonrió satisfecha.- Sí, eso está bien. Lan Zhan y Wei Ying.
Los conejos, ambos machos, parecían contentos con sus nuevos nombres. O al menos, Wei Ying lo parecía, ya que Lan Zhan se veía algo somnoliento o aburrido. Mio sonrió.
Jugó con ellos por un rato, acariciando sus mejillas y sus espaldas, jugando a atraparlos y tirando de sus patitas y orejas.
Alzó la mirada para ver aquel caballo negro de la noche anterior. Ella sonrió y vio cómo se sentaba junto a ella y la observaba en silencio.
Mio rebuscó en sus ropas, hasta encontrar un par de cintas. Una de ellas era roja, la otra azul y blanca. Ató la primera con suavidad al rededor de una de las orejas de Wei Ying, quien se había subido a su cabeza, con cuidado para evitar que le hiciera daño. La otra la frente de Lan Zhan, quien de pronto se veía orgulloso de recibir aquella honorable cinta. Incluso parecía provocar al conejo negro, y peleaban juntos con pequeños grititos que hacían sonreír a Mio.
-Adiós, Lan Zhan, Wei Ying.- se despidió, poniéndose en pie. Los tomó una vez más y depositó un beso sobre sus suaves cabezas con pelajes de algodón, mientras que el caballo se ponía en pie de un salto. Lan Zhan se rascó una oreja mientras que Wei Ying se tiraba sobre la espalda del contrario y dejaba caer todo su peso en él. Continuaron jugando incluso cuando Mio montó sobre el caballo, y les vio una última vez antes de partir con el corcel.
Este cabalgó grácil hasta una cascada no muy lejana, donde se formaba un lago que descendía en un pequeño río. Mio sonrió y bajó, y acarició el pelaje del animal con dedicación.
-Es un lugar precioso. Gracias.- le dijo, haciendo que el caballo agachara la cabeza como si estuviera inclinándose. La ligera sonrisa en los labios de la chica creció y ella imitó su gesto, tomando los bordes de su capa y haciendo una reverencia formal ante el animal. Este relinchó, y luego ella le dio un beso en el morro.- Anda, vuelve con tu familia. Deben estar esperándote.
El negro corcel la observó por unos segundos más, antes de darse la vuelta y marcharse. Mio se quedó sola, pero no le importó. Se acercó al borde del lago, y tocó la superficie con las puntas de los dedos.
Pensativa, miró a su alrededor, y observó más allá de los árboles. La luna resplandecía sobre el lago, donde las hojas de los árboles no podían cubrirla, el cielo estaba despejado y las estrellas brillaban desvergonzadas.
Decidió sacarse la ropa, doblándola adecuadamente y dejándola en una esquina. Luego, aunque el agua estuviera algo fría, se metió en esta. Comenzó a nadar, sintiendo su cuerpo flotar y destensarse. Años atrás, siempre había buscado algún lago donde nadar para relajarse y jugar, algo que disfrutaba debido a que se sentía más libre que cuando sus pies debían estar sobre el suelo.
Buceó y jugó al rededor de unos brillantes peces que la seguían, y ella reía cuando se frotaban contra sus piernas o sacaban sus cabecitas para mirarla, boqueando.
No oyó los pasos que se acercaron lentamente, tampoco le importó haber dejado su espada junto a su ropa en la orilla.
---⛩️---
Yoon estaba como loco buscando a Mio, enfadado, pero los demás no estaban tan preocupados como él. El chico genio repetía y repetía que la inmortal no se había tomado las medicinas correspondientes, y Kija la recordó que probablemente ya no las necesitaba. Sin embargo, el menor quería ayudar a Mio por una vez y no al revés, quería ser él quien le cuidara un poco aunque ella dijera que no era necesario.
Se resignó a leer uno de los libros que los aldeanos le habían prestado sobre herbología, con las mejillas infladas y una expresión de enfado en el rostro.
A pesar de eso, Yona sí había salido a dar un paseo, en el que esperaba encontrar a la inmortal.
Y, por casualidad o destino, alcanzó el mismo lago que Mio había ocupado. Primero vio su espada y sus ropas, y le sorprendió verlas allí. Tuvo la imperiosa necesidad de ver la espada de la contraria. Mio casi siempre usaba sólo su alabarda, y Yona apenas la había visto usar la espada.
Decidió mirar un poco.
Estaba enfundada en una vaina de un suave color azul oscuro, y la empuñadura blanca tenía un tema blanco que recordaba a las nubes y se juntaba con el borde de la empuñadura.
Se sintió atraída por la espada, curiosa, preguntándose porqué era de aquellos colores blancos y azules tan claros y brillantes cuando sus ropas eran oscuras, rojas y violetas. Sus dedos se deslizaron para acariciar la empuñadura de la espada, pero el sonido de la voz de Mio la distrajo.
Alzó la mirada para buscarla, y allí la vio.
La oscuridad reinaba en el lugar, por lo que sólo lograba ver su figura a lo lejos. Estaba de pie donde caía el agua de la cascada, con los brazos alzados y las manos masajeando su largo cabello violeta que le cubría la espalda en toda su longitud.
Su delgado cuerpo y sus largas piernas resaltaban a los ojos de Yona, al igual que su rostro echado hacia atrás, recibiendo el agua de caía sobre ella. Su cara estaba expuesta a las estrellas, y Yona no podía distinguir si tenía o no los ojos abiertos.
Sin embargo, oía su voz, amortiguada. No podía entender qué estaba diciendo o cuáles eran sus palabras.
Sin embargo, detrás de ella, se alzaba una alta y amenazante sombra, muy pegada a su espalda. Yona se alarmó, y estuvo a punto de gritarle a Mio para que se apartara del extraño, pero notó que la de ojos esmeralda estaba tranquila.
Su voz tenía ese suave tono y sus palabras no parecían titubear. La sombra de aquella persona tan alta de movía cada poco. Yona podía ver cómo tenía una de sus manos en la espalda alta de la inmortal, presionada contra su piel desnuda.
El corazón de Yona se encogió. Dio un paso hacia atrás, y justo después Mio debió notar la presencia de alguien y se giró. La sombra tras ella se escondió entre los árboles al momento, casi desapareciendo en el medio de la noche.
Yona dio un traspiés mientras se escondía tras el tronco de un árbol, y su corazón palpitó con fuerza contra sus costillas, ahogando su respiración y estrangulando su garganta.
Asomó su cabeza, observando a Mio. Ella miraba ahora al lugar por donde Yona vio esconderse la sombra, y la pelirroja aprovechó para tomar aire y echar a correr, asustada.
Cuando alcanzó la aldea, con el corazón desbocado, entró con velocidad en la habitación. Se encontró a todos los Dragones y a Hak jugando a las cartas sentados en círculo, y a Yoon leyendo en una esquina. Sus ojos se llenaron un poco de lágrimas al ser consciente de que aquella persona con quien Mio estaba hablando, no era uno de los suyos.
Y no pudo evitar que sus pensamientos entraran a raudal en su cabeza y que hiciera pitar sus oídos, destrozándolo todo a su paso como un torbellino; esas ideas que tanto quería silenciar, y las cuales ya carecían de explicación lógica.
Los chicos estaban alarmados al verla entrar así, acalorada y con una expresión de miedo y tristeza, y pronto se levantaron para rodearla y descubrir qué había ocurrido. Yona apenas pudo tartamudear las palabras.
Todos entendieron a qué se refería en seguida. Al igual que la pelirroja, todos habían tenido esas ideas. Los soldados se presentaron primero ante Mio, queriendo hablar en privado con ella, y cuando Jae-ha y Kija regresaron, los hombres habían escapado. O habían sido liberados.
Luego habían intentado quemar la tienda de Yona, y su blanco se había vuelto el grupo completo. Y Mio se ausentó en aquella batalla, y sólo regresó cuando los atacantes ya habían huido.
Aquel encuentro en las montañas, aquel hombre que había nombrado un "plan" y que se dirigía a ella con respeto y seguía sus palabras. Y, finalmente, aquella noche, donde había sido descubierta hablando con alguien, sola, escondida donde creía que nadie la vería.
Y desde el primer encuentro, los enemigos siempre habían sabido encontrarlos.
Nadie fue capaz de decir aquellas palabras que se atascaban en sus gargantas y que hacían que sus cabezas dieran vueltas. Sin embargo, aquellas pruebas hiladas eran ahora innegables.
Sólo se atrevieron a bajar la cabeza y comenzar a recoger sus cosas.
---⛩️---
Mio regresó un tiempo después, con sus ropas perfectamente colocadas sobre su cuerpo, alisadas y secas. La capa caía sobre sus hombros y casi arrastraba el suelo, sólo elevada unos pocos centímetros por las botas altas que usaba.
Abrió la puerta, sin mirar a ningún lugar en específico, girando su cuerpo después para cerrarla. Cuando dio media vuelta y elevó la mirada, se encontró con las siete personas con las que viajaba, de pie, mirándola en silencio. La mirada verdosa de Mio sintió que algo andaba mal, y revisó la habitación. Se deslizó por el suelo, encontrando las mochilas cerradas y las cosas recogidas. Esta vez, con los ojos algo entrecerrados y una mirada sospechosa, confusa y precavida, devolvió la mirada a las personas que, con aquellas expresiones tan complejas y difíciles de leer, casi le resultaban extraños.
-¿Qué ocurre?- inquirió ella, cambiando el peso de una pierna a otra y cruzando los brazos sobre su pecho, sintiendo que debía poner una barrera entre ellos y protegerse de algo. Quizá por instinto, o porque su corazón golpeaba en sus costillas con fuerzas y un mal presentimiento.
Al principio, nadie tuvo valentía para hablar. Sin embargo, fue Hak quien rompió el tenso y angustiante silencio.
-Podemos preguntarte lo mismo.
Hak no estaba realmente enfadado. Estaba dolido, al igual que los demás. Sin embargo, lo único que siempre le había importado había sido la protección de Yona y su bienestar. No iba a seguir arriesgándose, Mio lo hiciera a propósito o no.
La inmortal se sintió en peligro. Su entrecejo se frunció levemente, tratando de adivinar la razón de sus rostros serios y dolidos. Algunos no eran capaces de mirarla a la cara, como Yoon, Shin-Ah o Kija. Jae-ha la observaba con una mirada extraña, como si tuviera un torbellino de emociones que no podía reprimir. Zeno, en cambio, estaba incluso algo echado hacia delante, como buscando en el rostro de Mio una explicación, una excusa en sus ojos verdes, casi sosteniendo su corazón con cuerdas entre las manos. Yona no tenía ninguna expresión mientras miraba al suelo.
-¿A qué te refieres?- preguntó de nuevo la inmortal, sintiéndose nerviosa. Su sangre pareció circular a una velocidad tan rápida que no hacía el recorrido completo por su cuerpo.
Hak bajó la mirada. Mio vio como su mano derecha, que sostenía su arma, se cerraba más fuerte y se ceñía sobre el mango de la alabarda hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
-¡Di que no es cierto!- exclamó Kija, alzando la mirada de pronto y fijando sus húmedos ojos cristalinos en los verdes temblorosos de la contraria. Mio sintió un ligero pinchazo en su pecho al recordar aquellas palabras dichas en su pasado, pero el rostro adolorido del Dragón Blanco le provocó unos segundos de confusión.- ¡Tú no podrías haber hecho eso!
-Kija-kun, cálmate.- pidió Jae-ha, con una voz suave, mientras él mismo trataba de mantener la calma.
-Mio...- comenzó a decir Shin-Ah, pero sin llegar a terminar sus palabras.
Mio notaba que algo andaba mal. Nadie más parecía ser capaz de mirarla a los ojos en ese momento, excepto el pequeño Dragón Amarillo.
-Ouryū.- llamó Mio, tratando de mantener su voz como siempre.- Explícamelo.
Zeno pensó en silencio unos segundos, con un rostro serio que no solía verse a menudo. Sin aquella brillante sonrisa en sus labios y sin ese resplandor en sus ojos, el rubio parecía una persona muy diferente. Mio pensó que quizá era así, y que estaba en lo cierto.
-¿Mio contrató a unos hombres para que les hicieran daño a Zeno y su familia?
No sabe bien por qué, pero el tono de sus palabras rompió el corazón de Mio. Sin embargo, no dejó que esto se reflejara fuera de ella. De echo, su rostro se endureció incluso aún más, su mandíbula se tensó y sus manos apretaron el brazo contrario al que estaban agarradas.
No dijo nada. Sus labios parecían haberse fijado en su lugar, negándose a abrirse para pronunciar una sola palabra, o a dejar salir un suave suspiro.
Cuanto más tiempo pasaba, más se desmoronaba el rostro de Zeno. Más se llenaba de desesperación, de dolor e incredulidad, y sus ojos cada vez se humedecían más.
Hasta que, de pronto, Mio soltó una exhalación con una risa ahogada, atrayendo la atención de las miradas de los demás. Los finos labios de la inmortal formaron una tensa e inestable sonrisa ladeada. Sus cejas estaban elevadas y sus ojos brillaban de forma peligrosa. Su expresión parecía decir que de pronto comprendía toda la situación.
-Así que es eso.- dijo ella, bajando la mirada como incrédula, como sorprendida de que hubieran dado con la respuesta a una pregunta excepcionalmente difícil.- Ya veo.
-¡¿Ni siquiera vas a negarlo?!- exclamó con dureza Jae-ha, con las manos convertidas en puños. Su cuerpo parecía temblar. Mio dejó de sonreír y movió lentamente su mirada hasta los ojos violetas del contrario. Se mantuvo unos segundos en silencio.
-¿Acaso quieres que mienta?
Los corazones de aquellos que una vez, en voz baja, había llamado "su familia"; ahora se rompieron y despedazaron en miles de pedazos. Sus palabras fueron como un golpe tan fuerte en el centro de sus pechos que les cortó la respiración.
Jae-ha apretó la mandíbula, sintiendo el llanto acumularse en su garganta. No se permitió llorar, y retuvo las lágrimas para forzarse a tragar en seco y tomar aire hasta el fondo de sus pulmones.
-¿No piensas decir nada más?- inquirió, con un tono lleno de decepción y dolor. Mio no tuvo el valor para mirar a nadie más a la cara. Por la contra, ella también tomó aire por la nariz, y lanzó su mano hacia el pomo de la puerta.
La abrió sin tardanza, de par en par, y se apartó para hacer un camino. Volvió a cruzarse de brazos, clavando sus uñas en su piel a través de la tela. Bajo esta, sangraba, y su blanquecinos brazos se habían llenado de marcas rojas.
-Cuanto antes se acabe esto, mejor.- dijo ella, casi sin voz, con la mirada en las tablas del suelo. Su orgullo la obligó a parpadear con fuerza y elevar la cabeza, con la barbilla alta. Sus ojos estaban ahora lejos, en la pared del fondo, sin ser capaz de mirar a "su familia", o a aquellos que una vez lo fueron.- Iros.- No logró decirlo en voz alta, pero sí lo pensó.
"Iros, y abandonadme. Como todos antes que vosotros."
Yona fue la primera en reaccionar. Tomó su mochila, su arco y su carcaj, y se acercó a Mio. Se quedó de pie ante ella, mientras que la inmortal se tensaba y sentía ganas de gritar.
Yona podría ordenarle cualquier cosa, y Mio no podría evitar cumplir con cualquiera de sus mandatos, no podría negarse. Sin embargo, Yona bajó la mirada. Mio la mantuvo en la distancia.
-Espero que te vaya bien, Mio.- dijo la pelirroja, sincera, aunque sin sentimiento en sus palabras.- Nos vamos.- dijo, esta vez para los demás. Sin mirar atrás, o sin decir una sola palabra más, Yona salió de la casa y se adentró en la oscuridad.
Tras ella pasó Hak. No dijo nada.
Yoon se agarró a la banda de su bolsa, y la apretó con fuerza. Cerró los ojos tratando de reprimir unas lágrimas que no pudo detener. Quería decir algo, una última cosa, pero no había palabras para expresar lo que sentía. Sin poder abrir los ojos, salió corriendo, aferrándose a su mochila como si esta pudiera ponerlo a salvo y regresar las cosas a como solían ser. Mio no lo detuvo cuando pasó corriendo a su lado y salió por la puerta.
Kija avanzó lentamente, deteniéndose junto a Mio pero sin ser capaz de mirarla.
-Creí que éramos hermanos.- susurró, haciendo que la chica se estremeciera.- Tú debiste de tener la culpa de que Hiryū te exiliase. No debiste haber hecho eso.- Quizá quiso decir su nombre, pero no fue capaz. No añadió más antes de marcharse.
Shin-Ah caminó con pasos lentos y pesados, con una triste y confusa Ao sobre su hombro.
-Mio... se queda...- murmuró, cabizbajo, pasando por su lado pero sin detenerse. Ella no se movió ni un ápice. Sentía que, si lo hacía, se desmoronaría.
Dentro sólo quedaron Jae-ha y los dos inmortales. Nadie parecía ser capaz de moverse del sitio, o de decir nada.
Pasaron unos segundos antes de que el peliverde diera largos y silencios pasos hasta ella. Se detuvo justo frente a ella, sin atreverse a tocarla o mirarla.
-Podías haber hecho cualquier cosa, Mio.- dijo, serio. La inmortal extrañó el coqueto "chan" que solía añadir. Su nombre así se sentía seco y lleno de arrepentimiento.- Pero no esto.
Con el corazón roto, se fue. Mio quería hundir la cabeza en su pecho, pero la mantuvo alta.
Y hubiera deseado no temblar desde el principio, sin vacilaciones, sin miedo, sin arrepentimiento. Orgullosa, y demasiado como para admitir sus errores. Sin embargo, no había sido capaz. Sus ojos estaban llenos de lágrimas reprimidas.
Oyó los pasos de Zeno caminar hasta ella. No se movió, ni siquiera reaccionó cuando el rubio tomó su mano y depositó algo en ella.
-Nunca estarás sola, Mio.- susurró, sin usar la tercera persona como era costumbre en él. Se fue, cerrando la puerta tras de sí y sumiendo el interior de la casa en completo silencio. Uno tan intenso que la aplastaba contra el suelo como la gravedad, que hacía que fuera difícil respirar y que hacía sus oídos pitar.
El grupo estaba fuera, no muy lejos de la casa. No tardaron mucho en oír uno de los más terribles gritos que jamás pudieron oír, viniendo justo del interior del pecho de Mio. Ella movió las manos con agilidez y agarró una mesa, y en seguida la lanzó contra una pared, permitiendo que el estruendo y el sonido de objetos rotos se escuchara rasgar la noche junto a su chillido. Tras ese, siguieron más, junto más golpes secos y fuertes provenientes del interior.
Yona fue la primera en tomar aire y comenzar a caminar lejos, con lágrimas recorriendo sus mejillas pero su violeta mirada fija en el horizonte. No había palabras para expresar su rostro impasible, ni el caos de ira y odio que Mio había desatado en el interior del hogar. Parecía que la historia de la inmortal estaba condenada a repetirse.
Mio, de nuevo, se había quedado sola.
---⛩️---
4714 palabras.
💜
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro